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COLECCIÓN RELATOS

LOS
SIETE MAESTROS
TAOÍSTAS
NOVELA TRADICIONAL CHINA

Versión e introducción
de

EVA WONG
LIBRERÍA CENTRO DE ORIENTACIÓN
FILOSÓFICA, S.A.
Telf: 575.03.91 - Fax: 575.04.91
CARACAS

Neo Person
Primera edición: septiembre 2000
Segunda edición: diciembre 2001

Título original: Seven Taoist Masters

Traducción: Rafael Lasaleta

© 1990, Eva Wong


Publicado por acuerdo con Shambhala Publications, Inc., Boston

De la presente edición:
© Neo Person Ediciones, 1999
Alquimia, 6
28933 Móstoles (Madrid) - España
Tels.: 91 614 53 46 - 91 614 58 49
E-mail: alfaomega@sew.es - www.alfaomegadistribucion.com

Depósito Legal: M. 53.669-2001


I.S.B.N.: 84-88066-75-9

Impreso en España por: Artes Gráficas COFAS, S.A., Móstoles (Madrid)

Reservados todos los derechos. Este libro no puede reproducirse total ni parcialmente, en
cualquier forma que sea, electrónica o mecánica, sin autorización escrita de la editorial.
ÍNDICE

RECONOCIMIENTOS 7

INTRODUCCIÓN 9

LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS 19


A mi venerado maestro Moy lin-Shin,
que me mostró la senda para volver al origen

RECONOCIMIENTOS

Primero quiero darle las gracias a mi profesor, el maestro


Moy Lin-shin, por entregarme las enseñanzas del Tao. Gracias a
él he aprendido a llevar una vida más cargada de sentido. Le debo
mi salud y mi bienestar y, lo más importante de todo, gracias a su
ejemplo he aprendido en compasión y en desprendimiento.
También quiero dar las gracias a mi amiga y compañera del
templo Karen Laughlin por leer la primera versión del manuscri-
to y hacer valiosos comentarios y sugerencias.
Finalmente, gracias a los numerosos miembros del templo taoís-
ta Fung Loy Kok y de la Sociedad taoísta Tai Chi, quienes han
apoyado el comité de traducción del templo. Sin su estímulo, esta
obra no habría sido posible.
INTRODUCCIÓN

n la primavera de 1981 conocí a un hombre que cambia-


ría para siempre el curso de mi vida. Se llama Moy Lin-shin; es un
monje taoísta que emigró a Canadá desde Hong Kong. Gracias a
él me inicié en un templo taoísta y recibí las enseñanzas del Tao.
Ya desde mi infancia en Hong Kong estaba fascinada por las
historias de los inmortales y de los maestros taoístas. Cuando a
los catorce años inicié el estudio de los clásicos chinos, me sentí
extrañamente atraída por la filosofía taoísta de Chuang-tzu y
Huai-nan-tzu, mientras que las novelas y la poesía romántica po-
pulares entre los jóvenes de mi edad no suscitaban en mí ningún
interés. Durante mi adolescencia, mientras estudiaba el I Ching y
el arte geomántico del feng-shui con mi tío abuelo, también ad-
quirí algún conocimiento de los textos más oscuros del canon
taoísta. Pero también se me hizo saber que si quería aceptar en se-
rio el entrenamiento taoísta, necesitaba encontrar un maestro. Al
terminar la escuela superior en Hong Kong, mis padres decidie-
ron que siguiera la educación universitaria en Estados Unidos. En
los años de universidad que pasé en Boston y en Nueva York, in-
tenté encontrar un maestro taoísta, pero no lo conseguí. Después,
por una serie de circunstancias inesperadas, me fui a vivir a Búfa-
lo y conocí a Moy Lin-shin en un taller de meditación del club lo-
cal de t'ai-chi. En mi primer encuentro con él, supe intuitivamen-

9
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

te que ese hombre sería mi maestro y que le confiaría mi desarro-


llo y crecimiento espiritual. Se forjó la confianza y la aceptación
mutua que componen el vínculo de una relación maestro-dísci-
pulo, y antes de que él se fuera me estimuló a visitarle en Toronto
todas las veces que pudiera. Un año después de nuestro encuen-
tro, fui iniciada en el templo taoísta que él había cofundado y,
poco después, se me permitió darle el nombre de Si/a (maestro
respetado). En 1987 empecé a viajar con mi si/u por Norteaméri-
ca, Europa y Australia, actuando como ayudante e intérprete en
sus talleres de t'ai-chi y de ch'i-hung. Después, en el verano de
1988, mientras le ayudaba en un seminario de una semana sobre
taoísmo, me dijo: «Debes traducir el libro Siete maestros taoístas,
pues es una de las mejores introducciones a la enseñanza del
taoísmo». Al terminar el seminario, volví a mi casa de Colorado y
comencé a trabajar en la traducción.

Los siete maestros taoístas es un manual de entrenamiento taoís-


ta escrito a modo de novela popular. Los sabios taoístas saben que
la mejor manera de enseñar la filosofía y los principios del entre-
namiento en el taoísmo es presentar el material de forma que cap-
te el interés del lector. La narración de cuentos se ha utilizado
con gran eficacia en China para transmitir las enseñanzas budis-
tas y taoístas. Cuando durante la dinastía Ming (1368-1644) apa-
reció la novela como forma de expresión literaria, se convirtió en
un vehículo ideal para presentar al pueblo las enseñanzas abstrac-
tas, a m e n u d o esotéricas, del taoísmo y el budismo. Además,
como estas novelas estaban escritas en lengua vernácula, en lugar
de en chino clásico, el conocimiento, que hasta entonces sólo ha-
bía estado a disposición de la aristocracia erudita, fue abierto a
los menos educados. En consecuencia, libros como Journey to the
West, Héroes oj the Marsh, Los siete maestros taoístas y Romance oj
the Three Kingdoms gozaron de una popularidad tremenda entre
los pueblos de China y se convirtieron en relatos familiares con
los que crecían todos los niños chinos.
No sabemos quién fue el autor de Los siete maestros taoístas.

10
INTRODUCCIÓN

El estilo literario sugiere que fue escrito durante la parte central de


la dinastía Ming (hacia 1500). La novela se desarrolla como narra-
ción de cuentos, estilo que a su vez puede rastrearse hasta las can-
ciones sagas de la cultura mongola (Yüan). La actitud de simpatía
hacia el emperador Yüan que hay en la novela sugiere también que
el texto fue escrito durante una época en la que la memoria de las
atrocidades de los emperadores mongoles había desaparecido.
Muchas historias taoístas se retrotraen hasta una historia de
transmisión oral anterior a la aparición de la forma escrita. A dife-
rencia de los relatos de Lieh Tzu, que fueron transmitidos oral-
mente durante varios cientos de años antes de que se reunieran
en su forma escrita, Los siete maestros taoístas probablemente se
originó como narración oral, pero se escribió y publicó poco des-
pués de alcanzar popularidad. Su estilo literario se diferencia de
las «novelas auténticas», como Journey to ihe West y Héroes of the
Marsh, en que contiene frases que recuerdan el estilo mnemotéc-
nico utilizado por los narradores de cuentos ciegos.
En Los siete maestros taoístas las experiencias de Wang Ch'ung-
yang y sus siete discípulos describen el entorno y la actitud perso-
nal apropiados para el entrenamiento taoísta, así como los obstácu-
los que pueden encontrarse en el camino hacia la iluminación.
Wang Ch'ung-yang y sus discípulos fueron figuras históricas que
vivieron en la era de las dinastías Sung Meridional (1127-1279) y
Yüan (1271-1368). La historia registra que el discípulo Ch'iu
Ch'ang-ch'un mantuvo relaciones de amistad con Kublai Khan y
fue designado sacerdote de la corte durante el reinado del primer
emperador Yüan, T'ai Lzu. Sus sucesores siguieron siendo favoreci-
dos por los emperadores chinos durante las dinastías Ming y Ching
(1645-1911). Los siete maestros taoístas entreteje historia y leyenda
para contar un relato que entretiene e instruye.
Wang Ch'ung-yang es considerado uno de los grandes pa-
triarcas de la escuela de la Realidad Verdadera (o Escuela de la
Realidad Completa). Sus estudiantes, los siete maestros taoístas,
se consideran los detentadores de la transmisión de la escuela
septentrional del taoísmo, la rama del taoísmo que está a favor del

11
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

«camino singular». En el taoísmo del camino singular, la ilumi-


nación (y la inmortalidad) se obtiene por la meditación y por
ejercicios de ch'i-kung, y no por el yoga sexual o la ingestión de
hierbas. La inmortalidad se alcanza por la alquimia interna, es de-
cir, la transformación de la mente y el cuerpo gracias a los esfuer-
zos del individuo. De hecho, Ch'iu Ch'ang-ch'un, uno de los siete
maestros, fundó la secta Lung-men (Puerta del Dragón) del taoís-
mo. Desde entonces, la secta Lung-men ha sido una de las más
prominentes sectas taoístas del camino singular.
Los siete maestros taoístas introduce las enseñanzas taoístas
directamente en forma de «conferencias» pronunciadas por Wang
Ch'ung-yang, el maestro de los siete, e indirectamente en la des-
cripción de las experiencias de los siete maestros cuando busca-
ban la iluminación. Las exhortaciones de Wang Ch'ung-yang,
Ch'iu Ch'ang-ch'un y otros personajes parafrasean y explican los
textos más abstractos y esotéricos del canon taoísta concernientes
a la naturaleza de la mente y el cuerpo, los niveles del entrena-
miento taoísta, las técnicas de meditación y el modo de superar
los cuatro grandes obstáculos en el entrenamiento taoísta: la
ebriedad, el deseo sexual, la riqueza y la cólera.
El método indirecto de transmitir la sabiduría taoísta, que
está encarnado en la acción de la historia, es probablemente el
más poderoso vehículo de enseñanza. Los acontecimientos de las
historias permanecen después de que el lector ha cerrado el libro,
entrando en la mente no consciente con menos resistencia que las
afirmaciones explícitas de principios. En general, las enseñanzas
taoístas son más accesibles en una lectura intuitiva que en una
lectura analítica de un texto. Cuando nos «perdemos» en la his-
toria, nuestro ego se vuelve menos activo en la discriminación y
el análisis. Y cuando el ego deja de aferrar la conciencia, la mente
puede ser más receptiva a la sabiduría que se nos presenta.
Las experiencias de los siete maestros describen la actitud
personal para el cultivo del Tao, el entorno físico y social que
conduce al entrenamiento taoísta y los obstáculos que se levantan
en el camino hacia la iluminación.

12
INTRODUCCIÓN

Los nombres taoístas aluden a los principios de la teoría y la


práctica en el entrenamiento taoísta. Los nombres de Wang
Ch'ung-yang y sus siete discípulos designan diversos aspectos de
la alquimia taoísta interna. Incluimos a continuación una lista de
los nombres con su traducción.

Wang Ch'ung-yang
Ch'ung-yang se traduce como «el renacimiento del yang».
Aquí, «yang» significa «vida» y «crecimiento». En conjunto, el
nombre significa «rejuvenecimiento de la mente y el cuerpo».

Ma Tan-yang
Tan-yang se traduce como «la pildora pura y brillante». La
«pildora» es la pildora dorada, el resultado de la síntesis de las
tres energías internas (generadora, vital y espiritual) en su forma
pura. «Brillante» y «puro» son cualidades asociadas con la pildo-
ra dorada. En conjunto, el nombre se refiere a la aparición de la
pildora dorada. Esta aparición es el requisito previo para la con-
cepción y desarrollo del espíritu, el vehículo que transporta al in-
dividuo hasta el plano inmortal.

Sun Pu-erh
Pu-erh se traduce como «no hay segundo camino». El «se-
gundo camino» se refiere a los caminos que se alejan del Tao. El
reconocimiento de que no hay un «segundo camino» significa
que hay que tomar la resolución de perseguir el Tao con unicidad
de la mente.

Ch'iu Ch'ang-ch'un
Ch'ang-ch'un se traduce como «primavera eterna». La «prima-
vera eterna» se refiere a un estado de crecimiento continuo. Un ser
cuyo cuerpo es como una primavera eterna es un inmortal.

Liu Ch'ang-sheng
Ch'ang-sheng se traduce como «longevidad» o «vida eterna».

13
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Durante siglos, en China, el taoísmo fue considerado «el arte del


cultivo de la longevidad».

Tan Ch'ang-chen
Ch'ang-chen se traduce como «iluminado para siempre» o
«iluminación eterna». Un sabio taoísta suele ser considerado
aquel cuya iluminación es real y permanente.

Hao T'ai-ku
T'ai-ku se traduce como «el anciano». La filosofía de Huang-
lao, que apareció en las dinastías Han (206 a. C. - 219 d. C.) con-
sideraba a Lao Tzu y al Emperador Amarillo (Huang-ti) cofunda-
dores del taoísmo. Se ha pensado que la era del Emperador
Amarillo fue un periodo en el cual se practicaron las enseñanzas
del Tao por parte de los gobernantes y del pueblo. Este periodo
legendario de la China prehistórica se ha conocido como «los
días antiguos», y las enseñanzas del Emperador Amarillo como
«los modos antiguos». En el taoísmo, la referencia a lo «antiguo»
implica seguir el camino del Emperador Amarillo y de Lao Tzu.

Wang Yü-yang
Yü-yang se traduce como «jade brillante». En el simbolismo
taoísta, la conciencia iluminada suele describirse como una pieza
de jade puro. En la religión taoísta, los seres más iluminados habi-
tan en una esfera llamada Palacio de Jade Puro. Está dirigido por el
señor celestial de Wu-chi, quien presidía la existencia cuando las
cosas estaban todavía en el estado indiferenciado. Los seres que
consiguen alcanzar este nivel de iluminación se dice que se han
fundido con el Tao en su estado original indiferenciado.

Los siete discípulos —Ma Tan-yang, Sun Pu-erh, Ch'iu


Ch'ang-ch'un, Liu Ch'ang-sheng, T'an Ch'ang-chen, Hao T'ai-ku
y Wang Yü-yang— representan diferentes enfoques del Tao. Ma
Tan-yang llega a la iluminación por la simplicidad del pensamien-
to y la acción. Sun Pu-erh toma el camino más difícil: el abando-

14
INTRODUCCIÓN

no total del ego por la disciplina estricta de la mente y el cuerpo.


Ch'iu Ch'ang-ch'un sigue su camino con la inquebrantable fe en
las enseñanzas del Tao frente a la vida de privación. El vuelo de la
intuición de Liu Ch'ang-sheng le conduce a experimentar directa-
mente los caminos misteriosos del Tao utilizando el deseo contra
el deseo. T'an Ch'ang-chen se aferra a su búsqueda valiéndose de
una increíble estabilidad de la mente y de disciplina. Hao T'ai-ku
alcanza el Tao por la ausencia de egoísmo. Wang Yü-yang en-
cuentra el Tao en la quietud absoluta de la meditación.
Cada uno de los siete discípulos tiene también que superar
un obstáculo que constituye la parte más intransigente de su ego.
En el caso de Ma Tan-yang, es la complacencia. Necesita que su
esposa, Sun Pu-erh, decida por él lo que debe hacerse. Cuando
los otros discípulos acompañan a Wang Ch'ung-yang en sus via-
jes, Ma Tan-yang se queda atrás. Cuando el grupo de discípulos
se dispersa después de que Wang Ch'ung-yang va a la esfera in-
mortal, Ma Tan-yang cae en la pereza y no se entrena con el mis-
mo rigor que los demás. Sólo cuando Sun Pu-erh regresa breve-
mente para comprobar su progreso, Ma Tan-yang se da cuenta
finalmente de que esa complacencia le impide avanzar. Para Sun
Pu-erh, el obstáculo es lo intelectual. Estudia las escrituras taoís-
tas antes de ser iniciada en el entrenamiento taoísta por Wang
Ch'ung-yang. Muchas de sus dudas y de su incapacidad para
transcender el conocimiento escrito con el entrenamiento prácti-
co se basan en su suposición de lo que es el entrenamiento taoís-
ta. Para Ch'iu Ch'ang-ch'un, el obstáculo es la impaciencia. No
puede evitar interrumpir a Wang Ch'ung-yang cuando habla, ex-
presando sus opiniones delante de los demás. Quiere aprender
cosas que están más allá de su capacidad. Incluso cuando ha he-
cho muchos progresos en su entrenamiento, se lanza prematura-
mente a extraer conclusiones, e incluso está dispuesto a dar su
propia vida, que habría perdido de no ser porque los señores del
cielo intervinieron para salvarle. En el caso de Liu Ch'ang-sheng,
es el deseo sexual. Tiene la fantasía de ser invitado a una reunión
en el palacio de la Emperatriz del Cielo. Incapaz de controlar su

15
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

deseo, mira con el rabillo del ojo a las damas de la corte de la em-
peratriz. El obstáculo de T'an Ch'ang-chen es el orgullo. El orgu-
llo le hace sentarse fuera de la mansión familiar de Ku hasta que
es admitido. Incluso entonces, cuando es reconocido como un
«maestro del Tao» se enorgullece de permanecer en la mansión
Ku hasta que comprende que, para el bien de sus estudiantes y de
sí mismo, debe irse. Para Hao T'ai-ku, el problema es la rigidez.
Sentado bajo el puente junto al río, Hao T'ai-ku se imagina que
meditación taoísta significa «estar sentado quieto» y no abandona
la vigilia que se ha impuesto a sí mismo hasta que un inmortal
taoísta le muestra alternativas. Para Wang Yü-yang, el problema
es su actitud competitiva. Para ganar en su combate contra un
impostor, convierte la práctica de la meditación taoísta en una
competición, obligándose a permanecer sentado durante un pe-
riodo de tiempo anormal.
Los siete maestros taoístas trata de los sacrificios personales
que hay que hacer para completar el entrenamiento taoísta. Wang
Ch'ung-yang sacrifica su riqueza y posición social en su aldea si-
mulando que tiene una enfermedad incurable. Ma Tan-yang da
generosamente su riqueza a Wang Ch'ung-yang para que constru-
ya un retiro taoísta y apoye una comunidad de monjes taoístas.
Sun Pu-erh sacrifica su belleza e intelecto inmolando su rostro y
convirtiéndose en una mendiga para vivir entre la clase social in-
ferior. El sacrificio de Ch'iu Ch'ang-ch'un es probablemente el
mayor. Repetidamente sacrifica la comodidad y las ganancias ma-
teriales. Incluso está dispuesto a dar su vida para que se salve la
de otro. Liu Ch'ang-sheng es capaz de ignorar los comentarios de
los demás, que le acusan por su estancia en los burdeles. De esta
manera, sacrifica el respeto exterior para conseguir el desarrollo
interior. T'an Ch'ang-chen abandona la vida de comodidad que le
proporcionaba su pupilo para regresar a la vida de monje mendi-
cante. Sin pensárselo dos veces, Hao T'ai-ku abandona las cueva
de meditación que había excavado para cedérselas a otros eremi-
tas taoístas. Wang Yü-yang abandona una oportunidad de ser un
maestro taoísta respetado para poder continuar en paz su éntre-

l6
INTRODUCCIÓN

namiento. Hay otros muchos episodios de sacrificio personal, y


ninguno de los siete maestros duda en abandonar aquello que se
le pide. El entrenamiento taoísta no es fácil. Aunque se describen
de forma prototípica, los tremendos esfuerzos y sacrificios perso-
nales requeridos para alcanzar la inmortalidad que se describen
en el libro no son exagerados.
Aparte de la disciplina y la convicción personal, las condicio-
nes del entorno y el apoyo de la familia y los amigos son decisivos
para el entrenamiento taoísta. A Sun Pu-erh se le dice que vaya a
un lugar de poder espiritual y viva aislada para facilitar su entre-
namiento. Wang Ch'ung-yang construye un retiro en la mansión
de Ma Tan-yang con salas de meditación y salón de conferencias
para que los que tienen intereses espirituales similares puedan
apoyarse unos a otros. T'an Ch'ang-chen abandona la mansión
Ku porque el exceso de comodidad puede retrasar el entrena-
miento espiritual. Hao T'ai-ku logra la iluminación en las solita-
rias cuevas de los riscos de Hua-shan. A Liu Ch'ang-sheng, los
burdeles le proporcionan un entorno en el que puede enfrentarse
a su deseo sexual y disolverlo. Ch'iu Ch'ang-ch'un vive en condi-
ciones extremas, desde templos abandonados a gargantas de río
remotas, para que pueda templar su naturaleza y domesticar su
corazón.
En Los siete maestros taoístas, vemos también que el apoyo de
la familia y de los amigos es importante para la enseñanza taoísta.
Primero, vemos la falta total de apoyo de la esposa y los amigos
de Wang Ch'ung-yang. En consecuencia, tiene que fingir mala sa-
lud y locura antes de poder practicar en paz el taoísmo. Ése es el
entorno familiar de menor apoyo. Después, consideremos la acti-
tud de «no interferencia» de los hermanos de Ch'iu Ch'ang-
ch'un. Le dejan seguir en paz con sus ideas, pero no le proporcio-
nan estímulo ni apoyo activo. La falta de apoyo activo se sugiere
en la partida secreta de Ch'iu Ch'ang-ch'un de su hogar. El entor-
no familiar no es hostil, pero si hay algún apoyo, es más pasivo
que activo. La relación entre Ma Tan-yang y Sun Pu-erh represen-
ta la condición ambiental ideal para el entrenamiento taoísta. Ma-

17
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

rido y esposa tienen los mismos intereses y ambos desean sacrifi-


car su relación física para el avance espiritual. Chao Pi y sus ami-
gos abandonan una vida fuera de la ley para convertirse en mon-
jes taoístas porque, como círculo de amigos íntimos, pueden
darse unos a otros el apoyo moral necesario para cambiar de vida.
En todo el libro, numerosos incidentes ilustran la creencia
taoísta de que el karma se construye con nuestras acciones. La re-
compensa y el castigo se dan de acuerdo con las propias acciones.
El destino puede ser alterado por la acción humana y los funda-
mentos necesarios para el entrenamiento taoísta pueden haberse
creado en vidas anteriores.
Los siete maestros taoístas es un libro sobre la acción y el pen-
samiento correctos en la vida taoísta. En el taoísmo, el desarrollo
del cuerpo está íntimamente vinculado al dominio de la mente.
Es así especialmente en los niveles más avanzados del entrena-
miento taoísta. Mi maestro, Moy Lin-shin, me ha ido dando gra-
dualmente consejos sobre el control de los deseos y las tenden-
cias egoístas de la mente a medida que se desarrolla mi vida
diaria, más que instrucciones específicas acerca de la meditación,
el ch'i-kung y las artes marciales interiores. Una mente que con-
trola las ataduras facilita la respuesta del cuerpo a los métodos de
cultivo y circulación de la energía interior. De hecho, la práctica
del ch'i-kung taoísta es extremadamente peligrosa si el ego es do-
minante. El control de la mente se alcanza en nuestra vida diaria,
en la cual encuentra reflejo.
En Los siete maestros taoístas, se nos presentan los ejemplos
de siete individuos notables que no sólo dominaron la teoría del
taoísmo y la alquimia interior, sino que vivieron con ellas. Como
parte del canon taoísta, es considerado por las sectas taoístas más
importantes una introducción al taoísmo tanto para el novicio
iniciado como para el que no sabe nada del tema. Puede ser leído
como manual de entrenamiento taoísta, pero también como una
historia simple de siete individuos que superaron tremendas difi-
cultades en el camino del autodescubrimiento y la autorrealiza-
ción.

18
1

os actos caritativos no deben realizarse en público. Si


muestras compasión para enseñar tu virtud a los demás, tus actos
están vacíos de significado. Por mucho que des a los pobres, si lo
haces tan sólo para impresionar a los otros, no es caridad.

Durante la dinastía Sung (960-1279 d. C ) , en la provincia de


Shensi, había una pequeña aldea de unos cien habitantes llamada Ta-
wei. Casi todos los aldeanos pertenecían al clan Wang. En ese clan
había una viuda de unos cuarenta años. Tenía un hijo y una hija,
pero para entonces ambos estaban ya casados y se habían ido del ho-
gar. Esa mujer era de naturaleza amable y maternal y trataba como
propios a todos los niños de la aldea. Les daba comida y regalos, y les
consolaba si eran heridos. Todos los niños sabían que si necesitaban
ayuda podían recurrir a ella. Su amabilidad era tan conocida que los
aldeanos la llamaban madre Wang. Madre Wang era también muy
rica y profundamente religiosa. Invitaba a monjes budistas y taoístas
a su casa para cenas vegetarianas, hacía grandes donaciones a los mo-
nasterios y cantaba los sutras con regularidad. Hasta los mendigos y
huérfanos de las aldeas vecinas acudían a ella en busca de ayuda.
Hubo un invierno en que hizo un frío inusual. Cayeron espe-
sas nevadas y el viento sopló con fuerza. Las calles estaban desér-
ticas; el pueblo entero parecía desolado. Una tarde oscura y fría,
dos mendigos llegaron a casa de la madre Wang, solicitando co-
mida y abrigo. Cuando la madre Wang los vio, dijo:
—Sois jóvenes y fuertes. ¿Por qué mendigáis? ¿Por qué no
encontráis un oficio honesto en lugar de vivir de la caridad de los

19
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

demás? ¡Si esperáis ayuda de mí es que no estáis en vuestros ca-


bales!
Apenas había terminado de decir esto cuando llegaron un
monje budista y un monje taoísta pidiendo arroz y verduras. Inme-
diatamente, la madre Wang envió a un criado a llenar de comida
los cuencos de los monjes mendicantes. Cuando éstos se hubieron
ido, los dos mendigos preguntaron a la madre Wang:
—Amable dama, ¿por qué das comida a los monjes y no nos
la das a nosotros?
—Atiendo contenta a las necesidades de los monjes —con-
testó la madre Wang— porque aunque les dé un cuenco de arroz
y verduras, recibo más a cambio. El monje budista puede cantar
para mí y evitarme con ello desastres. El monje taoísta me puede
enseñar los métodos para prolongar la vida. Pero ¿y vosotros?
¿Qué puedo recibir a cambio de daros mi ayuda?
—Si tu compasión y caridad son sinceras —contestaron los
mendigos—, darás sin esperar nada a cambio. Si esperas obtener
algo a cambio de lo que das, no es caridad auténtica. Durante
todo este tiempo tus actos caritativos han sido o una exhibición
para que los demás los vean o una inversión con la esperanza de
obtener una larga vida y prosperidad.
Tras pronunciar aquellas palabras, los mendigos se fueron.
Ahora la noche había caído y la nevada era aún más fuerte. Los
dos mendigos llegaron a las afueras de la aldea, donde las vivien-
das eran escasas. Llegaron a una casa con una puerta negra gran-
de y llamaron con fuerza al señor que la habitaba. Poco después
se escucharon pasos y se abrió la puerta. Los mendigos se encon-
traron frente a un hombre alto y barbudo de unos cuarenta años.
Aunque de mediana edad, era físicamente fuerte y parecía tener el
porte de alguien bien entrenado en las artes marciales. Este hom-
bre se llamaba Wang T'ieh-hsin. En su juventud había estudiado a
los clásicos y había aspirado a convertirse en funcionario del go-
bierno. Sin embargo, una y otra vez había fallado en los exámenes
del servicio civil y se había desilusionado en los estudios. Poste-
riormente, dejó de estudiar a los clásicos y se formó a sí mismo en

20
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Los dos mendigos llegan a la puerta de la mansión del amo Wang.


El amo Wang sueña que visita el lago del Loto con los dos
mendigos.

21
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

las artes marciales, convirtiéndose en un caballero adalid de la


causa de los pobres y los oprimidos. En aquella noche invernal,
él, con su esposa, hijo y siervos, asaba carne delante del fuego en
el momento en que los mendigos llamaron a su puerta. Wang
T'ieh-hsin vio a los dos mendigos de pie en la nieve, con ropas es-
casas y los pies descalzos. De inmediato, les dijo:
—La noche es fría y estáis en las afueras del pueblo. No en-
contraréis otra casa cerca. Nadie viajaría con esta tormenta, y me-
nos vosotros que no tenéis zapatos ni ropa de invierno. ¿Por qué
no entráis conmigo? Tengo una habitación de huéspedes en la
que podréis pasar la noche y aguardar a que amaine la tormenta
antes de proseguir vuestro camino.
Los mendigos quedaron complacidos y le dieron repetida-
mente las gracias a Wang. Éste les condujo a la habitación de los
huéspedes y ordenó a sus criados que les trajeran mantas de abri-
go y comida caliente.
Los mendigos permanecieron en la casa de Wang durante dos
días, mientras fuera rugía la tormenta. Al tercer día, la nevada
cesó y el tiempo empezó a mejorar. Los dos mendigos decidieron
que era el momento de irse; pero cuando estaban abandonando
su habitación vieron a Wang que se acercaba a ellos seguido por
un siervo que llevaba una bandeja de comida y vino.
—Los dos últimos días he estado atareado cuidando de unos
asuntos y no os di la hospitalidad que como huéspedes deberíais reci-
bir. Hoy me gustaría comer, beber y charlar libremente con vosotros.
Los mendigos aceptaron la invitación contentos y los tres be-
bieron, comieron, y hablaron como viejos amigos. Después de mu-
cho hablar y mucho beber, Wang preguntó a sus dos invitados:
—¿Por qué mendigáis? ¿Es porque habéis perdido vuestro
dinero? ¿O fuisteis engañados por gentes sin escrúpulos? ¿Qué
habilidades tenéis? Quizá pueda ayudaros a reiniciar vuestros ne-
gocios dándoos algo de dinero.
—Mi nombre es El Oro Es Pesado —contestó u n o de los
mendigos, y señalando a su amigo añadió— y el suyo es Ch'ang
Mente Vacía. Hemos mendigado toda nuestra vida. Aunque nos

22
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

dieras dinero, no sabríamos cómo llevar un negocio. Nos hemos


acostumbrado a vivir sin el peso del oro. Cuando hay alimento,
comemos. Cuando estamos fatigados, encontramos un lugar don-
de dormir. Preferiríamos ser como los gansos que vuelan en liber-
tad en lugar de la gallina doméstica que nunca se libera de sus ne-
cesidades materiales. Si aspiras a la fama y la fortuna, ¿cómo
liberarás tu espíritu de la esfera terrenal?
Cuando Wang escuchó esas palabras, lanzó un suspiro y dijo:
—Ambos sois sabios que se han liberado de las necesidades
materiales de esta existencia terrenal. Respeto vuestros deseos y
no os presionaré más. Pero os envidio, porque no estáis atados al
mundo.
Al siguiente día, Wang vio partir a los dos mendigos y los
acompañó hasta los límites del pueblo. Se dijeron adiós, pero
Wang no deseaba regresar a casa y siguió caminando con ellos. Al
cabo de un tiempo llegaron junto a un puente. Una vez en él le in-
dicaron a Wang que les siguiera. Wang se quedó mirando fijamen-
te el puente. Durante el tiempo que había vivido en aquella zona,
nunca había visto un puente en los límites del pueblo. Dudó, pero
sus amigos le insistían diciéndole que les siguiera. Les oía decir:
«Las riquezas y fortuna desaparecerán. Hasta las mejores ropas se
gastarán y se convertirán en harapos. Los dos hemos abandonado
el mundo material. No debemos nada a nadie, no nos preocupa-
mos por el éxito o el fracaso. Lo que nosotros tenemos, los ladro-
nes no nos lo pueden quitar. El Sol y la Luna son nuestros compa-
ñeros. No nos inclinamos ante nadie. Somos pobres, y sin
embargo poseemos el mayor tesoro de todos.»
En cuanto Wang escuchó esas palabras, ya no vaciló. Entró
en el puente y lo cruzó hasta el otro lado del río. Encontró allí a
los dos mendigos sentados junto a una mesa con comida y vino.
Tras beber unas copas, Wang se sintió mareado y somnoliento.
Sus dos amigos le invitaron a unirse a ellos en un viaje a un her-
moso lago situado sobre una montaña. Wang no sabía cuánto
tiempo habían viajado, ni el espacio que habían recorrido. Cuan-
do llegaron a los pies de una alta montaña, Ch'ang Mente Vacía

23
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

empezó a subir por las empinadas pendientes. Wang miró los ris-
cos y se preguntó si sería capaz de hacerlo él también. Leyendo su
mente, El Oro Es Pesado le dijo:
—No tengas miedo. Sólo sigue mis pasos. Descubrirás que
puedes escalar sin esfuerzo.
Wang hizo lo que le habían dicho y enseguida su cuerpo se
volvió ingrávido y pareció que flotaba por el costado de la monta-
ña. Al llegar arriba, vio un lago de agua clara y tranquila. En mi-
tad del lago estaban en plena ñor siete lotos dorados. Wang miró
las ñores y, como si hubiera leído sus pensamientos, Ch'ang Men-
te Vacía dijo:
—Son hermosas, ¿verdad? ¿Te gustaría poder tenerlas? —an-
tes de que hubiera podido responder, Ch'ang Mente Vacía había
caminado por el agua y estaba otra vez a su lado llevando en la
mano las ñores. Se las entregó a Wang y añadió—: cuida estas ño-
res. Son los espíritus de siete almas iluminadas destinadas a con-
vertirse en tus discípulos. Su karma está unido al tuyo. Cuando
los encuentres, acuérdate de El Oro Es Pesado, de Ch'ang Mente
Vacía y de las siete flores que te hemos confiado.
—¿Hay alguna posibilidad de que nos encontremos de nue-
vo? —preguntó Wang a los dos amigos mientras metía cuidado-
samente las flores bajo su túnica.
Ch'ang Mente Vacía contestó:
—Nos encontraremos de nuevo antes de que transcurra mu-
cho tiempo, posiblemente dentro de tres meses. Búscanos junto al
puente en donde nuestros karmas se entrelazaron.
Wang se despidió de sus amigos y se quedó mirando la mon-
taña. De pronto, sus pies se enredaron en un matorral y cayó. In-
capaz de detener la caída, rodó sobre la pendiente hasta que per-
dió totalmente la conciencia".

24
2

uando Wang recuperó el sentido, se encontró tumbado


en un colchón en su estudio. «He tenido un sueño muy largo»,
pensó. Después de abrir lentamente los ojos, vio a su hijo de pie
junto a él. En ese momento lo recordó todo. No había sido un
sueño. En cuanto el muchacho gritó que su padre había desperta-
do, la esposa de Wang entró presurosa en el estudio para atender-
le y le preguntó si todo iba bien.
—Ha sido realmente extraño —murmuró Wang—. Recuerdo
que vi a los mendigos irse y caminé con ellos hasta los límites del
pueblo. ¿Cómo he aparecido aquí tumbado en una cama en mi
estudio?
—Te fuiste con los dos mendigos ayer —contestó su esposa—.
Llegada la noche y sin saber nada de ti, envié a unos criados a bus-
carte. Te encontraron a unos treinta kilómetros del pueblo, dur-
miendo junto a un puente. Intentaron despertarte, pero parecías
ebrio y dormido, por lo que te trajeron a casa. Has dormido toda
una noche y todo un día hasta despertar —dijo la esposa antes de
reprenderle suavemente—. Esposo, te has ganado fama y respeto
en esta área. Todos te conocen como un hombre virtuoso. Si la
gente te encuentra en compañía de mendigos o embriagado junto
al camino, perderás tu reputación. Muchos se miran en ti. Eres un
ejemplo para los jóvenes. En el futuro debes prestar atención a lo
que haces y a la compañía que eliges.
—Esposa —contestó Wang agradeciéndole el consejo—, creo
que los dos mendigos no son personas ordinarias, sino inmortales
que han visitado la esfera terrenal.

25
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Los inmortales no se visten de harapos —replicó la espo-


sa—. Claramente, aquellos dos eran sólo mendigos.
—Por la manera en que hablaban y cómo se comportaban,
estoy seguro de que eran inmortales.
—¿Qué había en ellos que te haga pensar que lo fueran?
Wang describió cómo, tras haber caminado sólo unos cuan-
tos kilómetros, habían llegado junto a un puente que está a trein-
ta; que en un lugar desolado tenían preparada una mesa con vino
y comida, y cómo había subido él la montaña hasta el lago en
donde florecían los lotos. Su esposa le escuchó, y a continuación
dijo:
—Afirmaste que sólo habías bebido unas copas de vino.
¿Cómo llegaste a tal estado de embriaguez que te hiciera perder
totalmente la conciencia? Ese vino no era normal. He oído hablar
de ladrones que ponen pociones de dormir en el vino para em-
briagar a la gente tras una o dos copas. Después le roban su dine-
ro y sus bienes dejándoles borrachos al lado del camino. También
he oído decir que esos ladrones conocen algo de magia y en un
momento te pueden transportar a un lugar muy alejado de donde
te habían drogado. El mundo está lleno de personas malvadas.
¡Cuídate de ellas! Tienes una naturaleza tan bondadosa y confia-
da que temo que te puedan engañar fácilmente. Prométeme que
serás cuidadoso en el futuro.
Wang pensó para sí mismo: «Mi esposa tiene buenas inten-
ciones, pero desconoce los modos misteriosos de los inmortales.
Dejaré que el asunto se olvide y no discutiré con ella». Por eso
dijo en voz alta:
—Tienes razón. En el futuro seré más cuidadoso con mi con-
ducta.
Wang no pudo apartar de su mente los acontecimientos de
los días anteriores. Pasaba el tiempo a solas en su estudio, inten-
tando descifrar el significado de su encuentro con los mendigos,
que estaba seguro eran inmortales. Un día, se le ocurrió de pronto
que las identidades de los mendigos estaban ocultas en sus nom-
bres. El primer mendigo se llamaba El Oro Es Pesado. Si los ca-

26
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

El amo Wang y los dos mendigos se reúnen en el puente. En su


casa, el amo Wang simula tener una enfermedad incurable.

27
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

racteres chinos de «Oro» y «Pesado» se unían, formaban la pala-


bra Chung. En cuanto a Ch'ang Mente Vacía, si el carácter chino
ch'ang perdía los trazos del centro (es decir, «vaciando su corazón
o mente»), se convertiría en la palabra Lü. Chung y Lü eran los
nombres auténticos de los mendigos. Evidentemente, Chung y
Lü eran Chung-li Ch'üan y Lü Tung-pin, dos de los famosos ocho
inmortales. Wang exclamó para sí mismo: «He conocido a dos de
los más grandes inmortales y no los reconocí entonces. ¡Qué es-
túpido he sido! Sin embargo, antes de que se fueran me asegura-
ron que volveríamos a encontrarnos pronto. Dijeron que en un
plazo de tres meses. Pero han pasado ya doce. Lo que debieron de
darme a entender es que nos volveríamos a encontrar en el tercer
mes del nuevo año. No debo faltar a esa cita.»
Pasó el invierno y llegó la primavera. Al tercer día del tercer
mes, Wang salió en secreto de su casa y recorrió treinta kilóme-
tros hasta el puente en donde se había despedido de los dos in-
mortales. Se sentó junto a él y aguardó con paciencia, mirando a
su alrededor de vez en cuando para asegurarse de que no escapa-
ba a su vista ningún viajero que pasara por la zona. De pronto es-
cuchó que alguien le llamaba por su nombre; girando su cabeza,
vio a sus dos antiguos amigos vestidos con harapos. Ambos son-
rieron, tras lo cual dijeron:
—¡El maestro Wang no sólo ha venido a la cita, sino que lo
ha hecho pronto!
El Oro Es Pesado y Ch'ang Mente Vacía caminaron hacia el
puente. Wang cayó inmediatamente de rodillas ante ellos y se in-
clinó repetidamente.
—Grandes inmortales, es un honor veros de nuevo. Perdo-
nad mi estupidez y mi incapacidad de reconoceros cuando nos vi-
mos la última vez. Hoy soy afortunado al encontraros y espero
que me instruyáis y me conduzcáis al Tao.
Los dos mendigos rieron sinceramente. Wang pudo ver que
un aura de luz les rodeaba. Su mirada era muy brillante y penetra-
ba en todo su ser. De pronto, los mendigos se habían transforma-
do en dos hombres de apariencia sorprendente. Uno iba vestido

28
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

con pantalones y una túnica corta y simple. La túnica se abría re-


velando el pelo de su pecho. El cabello de su cabeza estaba pul-
cramente atado en dos nudos junto a sus orejas. Su barba era lar-
ga y suave. Sostenía un abanico de pluma de ganso y transportaba
una calabaza en la espalda. No era otro que el inmortal Chung-li
Ch'üan. El otro hombre iba vestido con una túnica taoísta larga y
de color amarillo. Llevaba el cabello recogido por arriba y atado
con un pañuelo. El rostro era sonrosado y brillante. La barba era
larga y negra como el azabache. Su mirada era penetrante, y su
compostura, majestuosa. Llevaba a la espalda una espada larga
con la que cortar las ilusiones de las cosas efímeras. Era el patriar-
ca del Yang puro, el inmortal Lü Tung-pin. Wang se postró inme-
diatamente y el inmortal Lü dijo:
—En los tiempos antiguos, la gente era honesta y humilde.
Por eso los inmortales enseñaban a sus discípulos poderes mági-
cos antes de mostrarles las técnicas de la alquimia interior. En los
tiempos actuales, la gente no tiene esa fuerza de voluntad. Me
temo que si se les instruye en la magia taoísta, la usarán para su
poder personal y se olvidarán del cultivo del corazón y el cuerpo.
En consecuencia, al final estarán todavía más lejos de alcanzar el
Tao. Te enseñaremos primero los métodos de la alquimia interior.
Cuando tu corazón y cuerpo se transformen, no habrá acto mági-
co que no puedas realizar. Cultiva tu corazón, pues sólo el cora-
zón original puede ver lo que es real. Éstas son las enseñanzas de
la verdad auténtica. Recuérdalas bien.
El inmortal Lü impartió entonces a Wang los principios y
métodos de la alquimia interior:
—Lo real es lo que es verdadero y no falso. Toda persona tie-
ne un corazón auténtico. Sin embargo, si el corazón auténtico se
extravía, se convierte en falso a su propia naturaleza. Toda perso-
na tiene una intención verdadera. Pero si la intención verdadera
se extravía, se convierte en falsa a su propia naturaleza. Toda per-
sona tiene un sentimiento auténtico. Cuando el sentimiento au-
téntico se aparta de la naturaleza original, se convierte en falso.
Una intención que se origina en el corazón auténtico es una in-

29
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

a algunos de los amigos íntimos de Wang que le visitaran, con la


esperanza de que pudieran descubrir lo que le había sucedido a
su esposo. Y así ocurrió, pero cuando le preguntaban por su esta-
do, Wang sacudía la cabeza, volvía a gruñir, movía los brazos y
suspiraba. Cuando los amigos vieron que Wang tenía problemas
para hablar, llegaron a la conclusión de que estaba enfermo. Uno
de ellos, un anciano, dijo:
—Me temo que nuestro amigo ha debido de sufrir una ligera
conmoción. Parece que ha perdido el habla y la memoria. Sé de
un doctor famoso en un pueblo al este que podría curarle. Debe-
ríamos invitar al doctor a que viniera aquí y examinara el estado
del amo Wang.
Nada más oír eso, la esposa de Wang envió inmediatamente
un criado para que acompañara al doctor hasta la mansión de
Wang.
El doctor examinó a Wang y encontró que su pulso era nor-
mal, y que no había más signo de enfermedad que la extraña con-
ducta de éste. Finalmente, el doctor dijo:
—El amo Wang ha sufrido una ligera conmoción. Le recetaré
algunas medicinas. Se recuperará pronto.

32
3

uando se fueron los amigos de Wang, el hijo fue a com-


prar la medicina recetada al comercio de hierbas del pueblo. Le
llevaron a Wang el cuenco con las hierbas, pero cuando éste vio a
su hijo empezó a girar los ojos y a hacerle gestos amenazadores.
El muchacho dejó el cuenco sobre la mesa y corrió tan rápida-
mente como pudo fuera del estudio. Desde ese momento nadie,
salvo el criado personal de Wang, podía entrar en el estudio. Los
otros criados tenían mucho miedo de la imprevisible conducta de
Wang. Al principio la esposa le visitaba con frecuencia, pero
Wang simulaba encontrarse en un estado de estupor siempre que
ella aparecía. Al cabo de varios meses, no parecía que Wang fuera
a «recuperarse» fácilmente.
Desde el momento en que Wang empezó a simular su enfer-
medad se desentendió totalmente de los negocios de la familia. Su
esposa se encargaba ahora de la administración de los negocios y
de los asuntos cotidianos del hogar, por lo que tenía poco tiempo
para visitarle. Parientes y amigos empezaron a acostumbrarse a la
conducta errática de Wang y a su «enfermedad», y le dejaban
solo. La mayoría, simplemente, aceptaba la situación y decía: «Es
una pena que un hombre en su juventud, con fama y fortuna,
haya sido golpeado por una enfermedad incurable».
Dejaron a Wang en paz y así pudo practicar la alquimia inte-
rior. Sólo le visitaba su criado personal, que le llevaba comida tres
veces al día. Pasaron así doce años, durante los cuales Wang pudo
lograr la transformación interior que permitía que su espíritu sa-
liera y entrara en su cuerpo a voluntad. Sabiendo que había com-

33
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

pletado su entrenamiento, Wang se puso un nombre taoísta:


Wang Ch'ung-yang. «Ch'ung yang» significa «la recuperación de
la esencia del yang».
Un día, mientras estaba meditando, escuchó una voz clara
que le llamaba por su nombre. Esa voz decía: «Wang Ch'ung-
yang, sube a los cielos inmediatamente para recibir instrucciones
de los seres celestiales». El espíritu de Wang ascendió al cielo y
vio al señor de la estrella T'ai-pa (Tigre Blanco) que le esperaba
allí de pie para saludarle. Hizo una profunda reverencia y el escri-
ba del señor celestial leyó:
—Wang Ch'ung-yang, tus esfuerzos en el cultivo del Tao han
sido reconocidos por los Guardianes del Tao. Has logrado el fruto
y has conseguido el estado de un inmortal. Se te da el título de
«Maestro iluminado que abre el camino». Ve inmediatamente a la
provincia de Shantung y encuentra a las siete personas que te han
sido asignadas como discípulos. Cuando les hayas ayudado a al-
canzar el Tao, se habrá elevado tu rango en la esfera inmortal.
Wang Ch'ung-yang dio las gracias a los Señores Celestiales y
a los Guardianes del Tao. El señor de T'ai-pa añadió:
—Iluminado, debes acudir inmediatamente a Shantung para
ayudar a la gente a regresar al Tao. Tu nombre es «El que abre el
camino». El karma de muchos depende de tus esfuerzos. Volvere-
mos a encontrarnos en la reunión de los inmortales cuando la
emperatriz del cielo nos llame para hacernos probar el melocotón
de la inmortalidad.
A la mañana siguiente, el criado que llevó el desayuno de
Wang encontró cerrada la puerta del estudio. Llamó varias veces,
pero no obtuvo respuesta. Temiendo que Wang pudiera haber
muerto o estuviera inconsciente, despertó a toda la casa. La espo-
sa y el hijo acudieron presurosos al estudio y le pidieron en voz
alta a Wang que abriera la puerta. Al final, los criados rompieron
el pestillo y la abrieron, pero el estudio estaba vacío. Wang había
desaparecido. Los criados partieron en su busca, pero no lo en-
contraron. La esposa de Wang lloraba y gemía. La conmoción en
la mansión de Wang atrajo pronto a los vecinos, amigos y parien-

34
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

Wang Ch'ung-yang alcanza el Tao y los Señores del Cíelo le ordenan


que extienda las enseñanzas del Tao por Shantung. Wang Ch'ung-yang
se oculta en una cueva del monte Chung-nan y es reprendido por el
inmortal Lü y el inmortal Chung-li Ch'üan.

35
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

tes curiosos que preguntaban lo que había sucedido. El criado de


Wang explicó:
—Esta mañana, cuando llevé al amo su desayuno la puerta
del estudio estaba cerrada. Cuando entramos, la habitación se en-
contraba vacía. No hay ningún agujero en el techo y suelo sentar-
me junto a la puerta para atender sus necesidades. Nuestro amo
ha desaparecido misteriosamente.
—No necesitas buscar al amo Wang —replicó un anciano
que se encontraba con la multitud—. Creo que se ha convertido
en un inmortal y ha ascendido al cielo —como algunos de los
presentes expresaban su incredulidad, el anciano prosiguió diri-
giéndose al criado de Wang—. ¿No has observado la tez y el as-
pecto general de tu amo? Un hombre enfermo no tiene mejillas
sonrosadas y ojos brillantes. ¿Envejeció en los doce años de aisla-
miento en su estudio?
El criado tuvo que admitir que el anciano tenía razón. Su
amo se había comportado extrañamente, pero en modo alguno su
tez semejaba a la de un hombre enfermo. Además, con los años
Wang apenas había envejecido. De hecho, podría decirse que pa-
recía más joven y robusto. Ante eso, el anciano volvió a hablar:
—Ahora ya lo entiendes. El amo Wang simuló estar enfermo
todos estos años para poder encontrarse a solas, cultivarse y con-
vertirse en un inmortal. No lo busquéis más. Probablemente ha
abandonado la esfera terrenal.
La multitud se marchó. Unos creían en la explicación que el
anciano había dado de la desaparición de Wang. Otros dudaban.
Pero todos aceptaban que era un misterio que un hombre pudiera
desaparecer a través de muros sólidos y puertas protegidas. En el
día en que desapareció de su casa, Wang había utilizado su capaci-
dad mágica para atravesar los muros y viajar bajo el suelo hasta
que se encontró lejos de su pueblo. Se dirigió hacia el este, hacia la
provincia de Shantung, para encontrar a sus siete discípulos. Re-
corrió miles de kilómetros, pero en el camino sólo encontró dos ti-
pos de personas: las que deseaban fama y las que deseaban rique-
zas. Nadie estaba interesado en lo que él tenía que enseñar acerca

36
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

del Tao. Viendo la actitud apática de las gentes, regresó a la pro-


vincia de Shensi. Al pasar junto a una zona conocida con el nom-
bre de Monte Chung-nan, le atrajo el hermoso paisaje de las sua-
ves colinas, arboladas pendientes y furtivas cascadas. Decidió
permanecer allí como eremita y aguardar el tiempo en el que la
gente estuviera dispuesta a aceptar el Tao. Entrando en una colina,
encontró una cueva. Allí se tumbó, controló su respiración y,
como un animal que invernara, redujo las funciones corporales,
conservando la energía para el día en que saliera de la cueva.
Wang llevaba en la cueva medio año cuando un día escuchó
un fuerte sonido. La tierra se agitó y se abrió una gran grieta que
dejó al descubierto la cueva, revelando un haz de luz brillante
que caía del cielo. El haz de luz se transformó lentamente en las
figuras del inmortal Lü y el inmortal Chung-li Ch'üan. Echándose
a reír, el inmortal Lü dijo:
—Cuando la gente se vuelve inmortal, asciende a los cielos.
¿Cómo es que habiéndote vuelto tú inmortal te ocultas bajo el
suelo? Parece que no estás haciendo aquello que se suponía debías
hacer.
—No pretendía desobedecer las órdenes de los Señores
Celestiales y de mis maestros —replicó con humildad Wang
Ch'ung-yang arrodillándose ante sus maestros—. Viajé a Shan-
tung y no encontré a nadie que deseara escuchar mis enseñanzas.
Por eso pensé que aún no era el momento y que debía quedarme
aquí aguardando hasta que hubiera gente dispuesta a aceptar el
Tao.
—Hay gente aguardándote en todas partes —contestó el in-
mortal Lü—. No pudiste encontrarles porque no sabías cómo
buscar. Por ejemplo, piensa en ti. Estabas destinado a alcanzar el
Tao, pero no te hubiéramos encontrado de no habernos disfraza-
do de mendigos que recorrían el país. Si nos hubiéramos limitado
a mirar a nuestro alrededor, nunca te habríamos encontrado. ¿En-
tiendes ahora? Todos están dispuestos a aceptar el Tao. A ti te co-
rresponde descubrir la manera correcta de enseñarles.
«Estaba en la ciudad de Loyang», siguió diciendo el inmortal

37
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Lü, «y descubrí que no tenía oportunidad de enseñar a la gente


que había allí. Por eso fuí al reino de Chin, una tierra de los llama-
dos bárbaros. Allí me enteré de que el primer ministro del reino
era un hombre virtuoso, y le impartí las enseñanzas del Tao. Ese
hombre abandonó inmediatamente su puesto, dejó su feudo y me
siguió a las montañas. Ahora ha alcanzado el Tao y ha recibido el
nombre taoísta de Liu Hai-ch'an. Liu viajó hacia el sur y transmi-
tió las enseñanzas a Chang Tzu-yang. Chang Tzu-yang se convir-
tió en el patriarca de la escuela del sur del taoísmo. De las siete lí-
neas de transmisión que partieron de él salieron los siete maestros
taoístas de la escuela del sur. Así, Chang Tzu-yang enseñó a Hou
Hsing-lin. Hou Hsing-lin transmitió las enseñanzas a Hsüeh Tao-
kuang. Hsüeh Tao-kuang enseñó a Chen Chih-hsü. Chen Chih-
hsü enseñó a Pai Tzu-ch'ing. Pai Tzu-ch'ing se lo trasmitió a Liu
Yung-nien y Pang Ho-lin. A partir de aquí las enseñanzas del Tao
florecieron en el sur, y cada uno asumió la responsabilidad de
multiplicar las enseñanzas del Tao. Pero aquí estás tú, diciendo
que no hay nadie a quien enseñar. Tus siete discípulos están desti-
nados a la inmortalidad. Formarán la escuela septentrional del
taoísmo y serán conocidos como los siete maestros taoístas de la
escuela septentrional. Deberías aprender el ejemplo de Liu Hai-
ch'an, pues tus capacidades no son inferiores a las de él.»
Cuando Wang Ch'ung-yang oyó esto, tembló de miedo y per-
maneció postrado en el suelo.
El inmortal Chung-li Ch'üan le pidió que se levantara y le
dijo amablemente:
—¿Sabes por qué te pedimos que te des prisa y ayudes a los
siete maestros septentrionales a alcanzar la inmortalidad? Es por-
que la reunión de los inmortales para celebrar el florecimiento del
melocotón inmortal es inminente. El melocotonero crece en la
montaña K'un-lun, donde florece una vez cada mil años. Fertiliza
una semilla una vez cada mil años, y la semilla madura hasta con-
vertirse en fruta una vez cada mil años. Tres mil años deben pasar
hasta que el fruto de un melocotonero madure. Pero el melocotón
madurado es grande como un melón, rojo y brillante, y un solo

38
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

bocado de él alargaría tu vida en mil años. La emperatriz del cielo


no quiere comer el fruto ella sola y ha invitado a todos aquellos
cuyos nombres han entrado en la lista de los inmortales para que
compartan el fruto. Los siete maestros taoístas de la escuela sep-
tentrional están en la lista de invitados, pero para que lleguen a la
celebración deberán haber alcanzado el Tao. Si los invitados no
asisten, la emperatriz del cielo se quedará muy decepcionada. En
la primera era de la humanidad, mil mortales alcanzaron la in-
mortalidad. En la segunda era, fueron sólo unos cientos. Estos in-
mortales retornarán a la esfera terrenal para ayudar a otros a
abandonar la rueda de la reencarnación después de que sus actos
sean reconocidos por la emperatriz del cielo en la celebración. Si
no puedes ayudar a tus siete discípulos a alcanzar el Tao en la fe-
cha de la celebración, muchos mortales tendrán que aguardar
otros tres mil años antes de que aparezca su maestro.
Wang Ch'ung-yang entendió por fin y, humildemente, dijo:
—Mi corazón estaba nublado. Ahora está claro. Iré a Shan-
tung y buscaré a mis siete discípulos.
—Recuerda —añadió el inmortal Chung-li Ch'üan—, ve a
donde la tierra se encuentra con el mar, donde los caballos abun-
dan y las ciudades se expanden por las colinas.
Los dos inmortales desaparecieron y Wang partió inmedia-
tamente hacia la provincia de Shantung. Viajó hasta un condado
llamado Ning-hai (que significa «asentamiento junto al mar») y
recordó las palabras del inmortal Chung-li Ch'üan: «ve a donde la
tierra se encuentra con el mar». Allí dejó de viajar. Vestido como
un mendigo, como el inmortal Lü y el inmortal Chung-li Ch'üan,
entró en una ciudad y se mezcló con la gente.

39
4

n el condado de Ning-hai vivía una familia rica que perte-


necia al clan Ma. El señor de la familia se llamaba Ma Yü. Sus pa-
dres habían muerto cuando él era joven y, por ser hijo único, cre-
ció solo. Heredó la empresa de la familia, se casó con una
hermosa e inteligente mujer llamada Sun Yüan-chen y llevó una
vida tranquila y confortable en la mansión de Ma. Sun Yüan-chen
era una mujer notable. De disposición amable y tranquila, le gus-
taba estudiar a los clásicos y apreciaba la vida sencilla aunque la
familia Ma fuera muy rica. Prefería la pintura, la caligrafía y la poe-
sía a la costura y otras actividades típicamente femeninas. A dife-
rencia de la mayoría de las mujeres de su época, participaba acti-
vamente en la administración de los bienes de la familia y
aconsejaba a menudo a su esposo sobre los asuntos de la empresa.
Ma Yü respetaba la inteligencia de su esposa y recibía muy bien
su participación en la toma de decisiones. Los dos miembros de la
pareja gozaban de la compañía del otro, pues compartían intere-
ses comunes en lo intelectual. Su relación era de respeto y ayuda
mutuos. Todo parecía perfecto, salvo el hecho de no haber tenido
hijos, ya que se estaban acercando a los cuarenta años.
Un día que amanecía envuelto en las hojas del otoño, Ma Yü
y Sun Yüan-chen se hallaban sentados en un pabellón en el jar-
dín. Ma Yü suspiró de pronto y le dijo a su esposa:
—Ambos nos acercamos a los cuarenta años y no tenemos un
hijo que siga la línea familiar y se pueda hacer cargo de nuestros
negocios. Me pregunto qué sucederá con todos nuestros esfuer-
zos después de que muramos.

40
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Las obras de los tres emperadores, los héroes Yü y Shun,


los siete señores de la guerra, Liu Pei y su famoso estratega K'ung
Ming, todos los emperadores de las dinastías pasadas, no son
nada ahora —replicó Sun Yüan-chen—. ¿Qué han dejado que
fuera duradero? Los tesoros de los emperadores superan con
mucho a los nuestros, pero finalmente se convirtieron en polvo.
Las cosas materiales no son permanentes. ¿Por qué habríamos de
preocuparnos tanto de lo que les pueda suceder?
—Aunque las cosas materiales no sean permanentes —repli-
có Ma Yü riendo de buena gana—, al menos otros tienen hijos
que mantengan la línea familiar. En cuanto a nosotros, estamos
verdaderamente vacíos de todo.
—No estamos verdaderamente vacíos, pues para que u n o
esté verdaderamente vacío debe encontrar la fuente del auténti-
co desapego —contestó Sun Yüan-chen—. Si pensamos que
por tener descendientes nuestra existencia será p e r m a n e n t e ,
sólo tenemos que fijarnos en el emperador Wen de la dinastía
Chou. Se dice que tuvo cien hijos. ¿Cuántas personas has cono-
cido que lleven el nombre de familia de Chi? O piensa en otras fa-
milias grandes y famosas de la antigüedad. Muchos no tienen des-
cendientes que visiten sus tumbas. Mira los campos de
enterramiento: numerosas tumbas están desatendidas. Aunque
tuviéramos hijos e hijas, no sabríamos lo que sucederá después
de que muramos. ¿Por qué preocuparnos de cosas que no pode-
mos ver ni saber? Tú y yo hemos vivido años felices. Somos ri-
cos, pero sólo podemos comer mucho un día y dormir mucho
por la noche. Cuando dormimos nos olvidamos de que estamos
durmiendo. Las riquezas y la fortuna no pueden comprarnos la
liberación de la muerte. Todos moriremos un día, los ricos al
igual que los pobres. Deberíamos hacer un uso mejor de los
años que nos quedan —siguió diciendo Sun Yüan-chen—. En
lugar de preocuparnos por lo que pueda suceder después de
nuestra muerte, deberíamos buscar un maestro que nos condu-
jera al camino de la inmortalidad para que nuestro espíritu se
liberara de la esfera terrenal.

41
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Sun Yüan-chen y Ma Yü discuten las enseñanzas del Tao y deciden


buscar un maestro.

42
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Los métodos para alcanzar la inmortalidad no son más que


leyendas —contestó Ma Yü—. Todo el mundo envejece y muere.
Lo que empieza debe terminar.
—Esposo, escúchame. No soy muy ilustrada, pero he leído
algunos clásicos taoístas de la alquimia interior. Describen que la
energía generadora puede transformarse en energía vital, que la
energía vital se puede transformar en espiritual, que el espíritu
puede cultivarse para que retorne al vacío, y que el vacío puede
cultivarse para fundirse con el Tao. Ése es el camino de la inmor-
talidad.
—¿Y cómo una forma de energía se puede transformar en
otra? —preguntó Ma Yü—. Eso no tiene sentido.
—Los métodos de la transformación los enseñan maestros
ilustrados que han vivido en ellos mismos las transformaciones
—dijo Sun Yüan-chen—. Si quieres saber más, debes buscar un
maestro que te guíe.
—Esposa mía, eres inteligente y sabes mucho. Te pediré que
seas mi maestra, y me enseñarás esas cosas.
—Esposo mío, mis enseñanzas son superficiales. Sólo he leí-
do unos cuantos libros y no estoy cualificada para ser tu maestra.
Deberíamos buscar un maestro taoísta que nos enseñara.
—Con gusto buscaría un maestro —replicó Ma Yü—, pero
temo no tener los fundamentos necesarios para aprender la alqui-
mia interior taoísta. Dicen que quienes intentan las enseñanzas
taoístas deben tener ya unos fundamentos fuertes y profundos. Y
yo ni siquiera tengo la más ligera idea de lo que significa la ense-
ñanza taoísta.
—El hecho de que tengamos forma humana demuestra que
tenemos esos fundamentos —replicó Sun Yüan-chen—. Quien
no haya acumulado buenas obras en vidas anteriores no tiene for-
ma humana en ésta. El hecho de que un fundamento sea superfi-
cial o profundo se puede ver en la capacidad mental de una per-
sona, en sus condiciones físicas y su fortuna. Los que tienen
fundamentos superficiales pueden nacer con mala salud, falta de
inteligencia, en familias pobres o con deformidades. Los que tie-

43
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

nen fundamentos profundos y fuertes nacerán con buena salud,


gran inteligencia, y en la riqueza y la comodidad. Sin embargo,
los fundamentos no dependen sólo de los actos de vidas anterio-
res. Se puede fortalecer el fundamento realizando buenos actos en
la vida actual. De la misma forma, un fundamento fuerte puede
ser erosionado por los actos malvados realizados en esta vida. Es-
poso mío, naciste en una familia rica y fuiste bendecido con bue-
na salud. Ello demuestra que tus fundamentos son fuertes.
Ma Yü era una persona con conocimientos espirituales. En
cuanto hubo escuchado el análisis que del asunto había hecho su
esposa, le dio las gracias repetidamente y le dijo:
—Vayamos a buscar un maestro inmediatamente. ¿Pero por
dónde empezaremos?
—Eso no será demasiado difícil —contestó Sun Yüan-chen—.
He visto a un anciano que suele mendigar en la ciudad. Por su
apariencia me da la impresión de que no es un hombre ordinario.
Su mirada irradia brillo. Su rostro es sonrosado y, a pesar de su
edad, tiene los cabellos negros. Debe de ser una persona ilumina-
da. ¿Por qué no le invitamos a que venga y le pedimos que sea
nuestro maestro?
—Muy bien —comentó Ma Yü—. Busquémosle. Aunque no
sea un maestro taoísta, debemos ofrecer a un mendigo un lugar
donde permanecer.

Durante los años en los que Wang Ch'ung-yang había perma-


necido en el condado de Ning-hai, había seguido perfeccionado
sus capacidades mágicas y su cultivo interior. Ahora podía ya
contemplar el futuro y anticipar muchos sucesos. Era capaz de
ver en el corazón de las personas y de evaluar la fuerza de sus
fundamentos y las posibilidades de que tuvieran éxito en el logro
del Tao. Entendía ahora lo que el inmortal Ch'ung-li Ch'üan ha-
bía querido decir con la frase «busca donde hay muchos caba-
llos». (En chino, la palabra que significa «caballo» es ma, que era
también el nombre de familia de Ma Yü). Sabía que la búsqueda
de sus siete discípulos empezaría con Ma Yü y su esposa. Por eso

44
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

se mantuvo cerca de la mansión de Ma, aguardando pacientemen-


te a que llegara la oportunidad. Había visto a Ma Yü desde lejos
varias veces y sabía que era un hombre virtuoso. Había visto a
Sun Yüan-chen dos veces y sabía que poseía una gran inteligen-
cia. No se había acercado a ellos porque sabía que si Ma Yü y su
esposa no hacían el primer gesto, la reunión sería forzada. Por
eso, durante todos aquellos años se había presentado como men-
digo en un cruce de caminos no lejano de la mansión de Ma. Los
habitantes de la zona sólo veían un mendigo, pero Sun Yüan-
chen no era una mujer ordinaria. Vio en él al maestro que les
guiaría a ella y a su esposo a la esfera inmortal. Se dice que del
grupo de siete discípulos de Wang Ch'ung-yang, fue Sun Yüan-
chen quien alcanzó el más alto nivel de cultivo interior.
Después de que Ma Yü y Sun Yüan-chen decidieran pedir al
anciano mendigo que fuera su maestro, Ma Yü envió un criado al
exterior de la casa con la orden de que le informara nada más apa-
recer el anciano. Un día, cuando Ma Yü estaba sentado en la sala
aguardando noticias del mendigo, el criado entró corriendo y dijo
que le había visto al otro lado de la calle. En cuanto Ma Yü supo
eso, se levantó inmediatamente y se precipitó hacia la puerta
principal.

45
5

uien quiere alcanzar la iluminación, debe empezar por


cultivar el corazón [o la mente]. Si el corazón es verda-
dero, el cuerpo será saludable y todas las acciones se-
rán virtuosas. Si el corazón es falso, el cuerpo no tendrá salud y
las acciones carecerán de virtud. Por eso quienes intentan cultivar
en ellos el Tao empiezan por entrenar el corazón. Cuando el cora-
zón está entrenado, las intenciones son sinceras. Si no lo está, las
intenciones no son sinceras y surgirán deseos y ansias. En conse-
cuencia, el Tao se perderá para siempre. Los sabios antiguos decían:
«Cuando surgen pensamientos sin domar, el espíritu se va.
Cuando el espíritu se va, los seis ladrones —ojos, oídos, boca, na-
riz, cuerpo y pensamientos— perturban el corazón. Cuando el
corazón está turbado, el cuerpo ya no tiene centro y estás conde-
nado a la reencarnación. Puedes convertirte en un animal, un fan-
tasma hambriento o un alma errante. No dejes que tus pensa-
mientos te lleven a perderte o te verás sumergido en las diez mil
retribuciones kármicas.» La diferencia entre los mortales y los in-
mortales está en si el corazón es sincero y desprovisto de pensa-
mientos sin domesticar. Si tu corazón no está domesticado, por
mucho que frecuentes el canto de las escrituras o hagas ofrendas
a los Señores Celestiales, no podrás alcanzar la iluminación.
Ma Yü invitó a su mansión al mendigo, que no era otro que
Wang Ch'ung-yang. Éste entró en la sala, se sentó y dijo con voz
potente:
—Me pediste que viniera, ¿qué es lo que quieres?
—Te vi mendigando en la esquina de la calle —contestó res-

40
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

petuosamente Ma Yü—. Un anciano como tú debería al menos


pasar el resto de sus días al abrigo de los elementos y tener ase-
gurada la comida caliente. Me gustaría invitarte a que te quedarás
en mi mansión. De esta manera, verás satisfechas tus necesidades.
—Prefiero mendigar que pedirte que proveas mis necesidades
durante el resto de mi vida —contestó Wang Ch'ung-yang con
rudeza.
Viendo que el anciano se había enfadado, Ma Yü temió decir-
le nada más. Fue a su estudio, encontró allí a su esposa y le des-
cribió la situación.
—El anciano mendigo se enfadó cuando le dije que nos gus-
taría proveer sus necesidades durante el resto de su vida. Creo
que no va a quedarse. ¿Qué debemos hacer?
—La persona iluminada piensa en los asuntos espirituales
—contestó Sun Yüan-chen sonriendo—. La persona no ilumina-
da piensa en las cosas materiales. Le ofreciste consuelo material.
No me extraña que se enfadara. Probablemente pensó que trata-
bas de sobornarle con bienes materiales. Deja que sea yo quien
hable con él. Creo que sé lo que debo decir para que se quede.
Sun Yüan-chen fue a la sala e hizo una profunda reverencia
ante Wang Ch'ung-yang.
—Señor, la prosperidad y la fortuna están contigo.
El anciano mendigo se echó a reír y dijo:
—Soy un mendigo, ¿qué es lo que me hace próspero y afortu-
nado?
—Señor, no tienes preocupaciones ni ataduras. Deambulas
en libertad. Ningún bien material te retiene. ¿No es eso tener for-
tuna? Lu corazón es claro y tranquilo. No lo turban ni las ansias
ni los deseos. ¿No es eso prosperidad? Muchas personas creen ser
afortunadas cuando son ricas, pero no saben que las riquezas les
aprisionan. Muchos piensan que son prósperos, pero se pasan la
vida preocupándose por la pérdida de sus riquezas. Al final, cuan-
do mueren, no pueden llevarse con ellos su supuesta fortuna y
prosperidad. En cambio, señor, tu prosperidad y fortuna son eter-
nas. No te las pueden quitar; y no pueden pudrirse.

47
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

Ma Yü pide a Wang Ch'ung-yang que sea su maestro. Wang


Ch'ung-yang le pide que abandone sus riquezas y propiedades.

48
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

—¡Bien dicho! —replicó el anciano mendigo echándose a


reír—. Estar libre de ataduras es la fortuna. Tener la mente clara y
tranquila es la prosperidad. ¿Por qué no has aprendido a limpiar
tu mente y disolver tus ataduras?
—Me gustaría, pero no hay nadie que me enseñe.
—Si deseas aprender, yo te enseñaré.
—Señor —contestó Sun Yüan-chen dándole las gracias—. Te
agradecemos que quieras enseñarnos. En el jardín de atrás hay
una espaciosa habitación. Es un lugar tranquilo. Te ruego que te
pongas cómodo en ella. Iremos a estudiar contigo allí.
Wang Ch'ung-yang quedó complacido con la conducta de
Sun Yüan-chen y aceptó su invitación. Limpiaron una habitación,
la amueblaron y asignaron un criado para que atendiera a las ne-
cesidades de Wang Ch'ung-yang. Cuando todo estuvo preparado
y Wang Ch'ung-yang tomó asiento, Ma Yü le dijo a Sun Yüan-
chen:
—A pesar de todo el tiempo que hemos hablado con nuestro
maestro, he olvidado preguntarle su nombre. Voy a preguntarle
quién es.
—Los iluminados no se atan a un nombre. Realmente no im-
porta si conocemos o no cómo se llama.
Pero Ma Yü sentía curiosidad y decidió preguntar su nombre
al mendigo. Cuando llegó al jardín posterior, vio al anciano en el
lecho de su habitación, meditando. Abrió lentamente la puerta,
caminó hacia él y le dijo:
—Señor, si me lo permites quisiera preguntarte tu nombre,
de dónde vienes y por qué has viajado hasta aquí.
—Me llamo Wang Ch'ung-yang —respondió el anciano tras
abrir lentamente los ojos—. Vengo de la provincia de Shensi y he
llegado hasta aquí por vosotros.
—Señor —replicó Ma Yü tartamudeando por el asombro—.
¿Habéis venido hasta aquí por mí?
—Exactamente —respondió Wang Ch'ung-yang acompañán-
dose de una palmada—. Vine hasta aquí porque aquí estás tú.
—¿Y cómo es que viniste por mi causa?

49
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

—Vine por tu riqueza.


—Si viniste por mi riqueza, ¿quiere decir eso que la quieres?
—Si no quisiera tu riqueza, ¿por qué iba a venir desde Shen-
si, que está tan lejos, hasta aquí?
Ma Yü empezaba a sentirse molesto. Intentó hablar, pero
como no encontraba nada que decir, salió de la habitación. Se fue
del jardín posterior murmurando para sí mismo: «Lo de ese men-
digo es intolerable. Quiere mis propiedades y riquezas y tiene la
osadía de decirlo delante de mí. ¡Y afirma ser un hombre ilumina-
do!» Fue al estudio sin decir una palabra a su esposa y se sentó.
Pero Sun Yüan-chen observó por la conducta de su esposo que
algo iba mal.
—Debes haber preguntado su nombre al anciano y éste se ha
irritado con tu pregunta. Ahora estás molesto porque él dijo algo
que te ofendió.
—Pensaba que ese anciano era virtuoso y estaba iluminado.
¡ Pero acaba de tener la osadía de pedirme que le dé nuestra riqueza!
—El anciano debió de tener algún motivo para pedirte tus ri-
quezas. Quizás debieras preguntarle cuál. Esposo, la tierra y las
propiedades que tenemos, incluso los árboles del jardín y el arroz
de los campos, no son en realidad nuestros. Pertenecen a la tierra, y
la tierra pertenece a todos. Simplemente se nos ha dado la oportu-
nidad de cuidarlos durante un tiempo. Durante una vida podemos
tener mucho, pero en la otra podemos no tener nada. Las riquezas
vienen y van. Dijiste que el maestro Wang quería nuestra riqueza.
Si tiene una razón legítima, ¿por qué no se la das? No tenemos hi-
jos. Nuestra riqueza irá a parar a alguien aunque no la demos.
—Mujer, te es fácil decir esas cosas. Pero yo tengo una res-
ponsabilidad ante mis antepasados, que me dejaron esta herencia.
Nuestra riqueza se creó con el duro trabajo de los antepasados
que migraron desde Shensi. ¿Cómo voy a dársela a alguien a
quien apenas conozco? Además, somos de mediana edad. Si nos
desprendemos de nuestras riquezas, ¿cómo viviremos el resto de
nuestra vida?
—Estamos buscando el camino de la inmortalidad. Cuando

50
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

hayamos alcanzado el Tao, ¿qué necesidad tendremos de esa ri-


queza? Y se ha dicho que si una persona se convierte en inmortal,
queda limpio el karma de nueve generaciones. El cultivo de noso-
tros mismos ayudará a nuestros antepasados a abandonar la rueda
de la reencarnación. Eso es mucho mejor que conservar los bie-
nes materiales que no pueden disfrutarse.
—Si nos volvemos inmortales, las cosas irán bien. Pero su-
pongamos que no es así. Habremos dilapidado entonces toda
nuestra fortuna. No habremos conseguido nada y lo habremos
perdido todo.
—Dicen los sabios que para cultivar la inmortalidad hay que
ser sincero y estar dispuesto a hacer sacrificios. Incluso adquirir
la habilidad de la adivinación y de la medicina requiere sinceri-
dad y sacrificio. El cultivo de la inmortalidad no es una tarea sim-
ple. Requerirá de nosotros más sacrificio que cualquier otra em-
presa. Está dentro de la capacidad de cada individuo el cultivar el
Tao. El éxito o el fracaso depende de la sinceridad y del sacrificio.
Los bodhisattvas y los inmortales taoístas fueron mortales en una
ocasión.
—Tienes razón —replicó Ma Yü a su esposa—. Le preguntaré
al anciano la razón por la que quiere nuestra riqueza.
A la mañana siguiente, Ma Yü encontró a Wang Ch'ung-yang
y le preguntó:
—Señor, dijiste ayer que querías mi riqueza. ¿Puedo pregun-
tarte por las razones de ello?
—Necesito tus riquezas para construir un lugar para quienes
buscan el Tao. Tu riqueza proporcionará también la satisfacción
de las necesidades diarias de esas personas, para que no tengan
que preocuparse por ganarse la vida y puedan dedicar todo su
tiempo a la formación taoísta.
Cuando Ma Yü oyó esa respuesta, se sintió satisfecho y no
preguntó nada más.

51
6

uando Ma Yü entendió que Wang Ch'ung-yang quería su


riqueza para construir un lugar de retiro, dijo:
—Señor, eres una persona realmente iluminada. Mi esposa y
yo querríamos convertirnos en tus discípulos.
—Si ambos queréis aprender, os aceptaré como discípulos.
Pero primero deberás transferirme todas tus riquezas.
—Señor, puedes utilizar mis riquezas siempre que lo desees y
para todo lo que quieras. ¿Por qué debemos pasar por las formali-
dades de transferirte nuestras propiedades, nuestro dinero y
nuestra empresa?
—Mientras tengas títulos de tus propiedades y empresas, tu
mente seguirá unida a ellas. Si los transfieres, te será mucho más
fácil olvidarte de las ataduras del mundo.
—Tienes razón. Entregaré a tu cuidado las actas de mis pro-
piedades y las cuentas de mis negocios.
—Para transferir las actas de propiedades y negocios y que
sea algo completo, debes firmar un documento en el que afirmes
que me has transferido tus posesiones por libre voluntad. La fir-
ma deberá ser presenciada por tus parientes y por el jefe del clan
de tu familia.
[Las formalidades chinas exigen que si las posesiones de
las familias son transferidas a personas exteriores al clan, la
transferencia deberá ser acordada verbalmente por los parien-
tes más cercanos, quienes deberán presenciarla y confirmarla
con las firmas de tres miembros del clan, uno de los cuales será
el jefe.]

52
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Cuando Ma Yü oyó esto, se preocupó. No había pensado en


implicar al clan familiar, pues pensaba que se producirían proble-
mas. Consultó con Sun Yüan-chen.
—El maestro Wang quiere que le entregue formalmente to-
das nuestras posesiones. Temo que nuestros parientes se opongan
a ello. Muchos de ellos han puesto ya la mirada en nuestras perte-
nencias, pues no tenemos herederos. Todos esperan quedarse con
una parte de nuestra riqueza cuando muramos. Si se enteran de
que estoy pensando dárselo todo a un anciano desconocido y sin
parientes, harán todo lo que puedan para oponerse.
—Creo que primero deberías presentar tu idea a los miem-
bros destacados del clan familiar y a los parientes más cercanos
—contestó Sun Yüan-chen—. Si están de acuerdo con tus actos,
todo irá bien. Si no es así, tengo un plan que garantizará que los
ancianos del clan apoyen tus actos y que la transferencia de nues-
tras posesiones al maestro Wang sea un éxito.
De inmediato, Ma Yü envió unos criados para que invitarán a
una cena en la mansión a sus tíos abuelos, tíos, primos y sobrinos.
Los parientes se presentaron el día designado. En el grupo se encon-
traba un anciano miembro del clan, Ma Lung, que era tío abuelo de
Ma Yü. Había tenido un puesto gubernamental antes de retirarse y
era el más anciano del clan. Se aproximó a Ma Yü y le preguntó:
—¿Con qué motivo se reúne el clan?
—Tío abuelo —contestó Ma Yü—, mi salud ha ido deterio-
rándose estos años. Dos de cada tres días me siento fatigado.
Temo no tener la energía para cuidar de mis negocios y posesio-
nes. Mi esposa también es frágil y débil, y no tiene ni la habilidad
ni la inclinación para hacerse cargo de la tarea. Recientemente, he
conocido a un hombre sincero y honesto. Le he invitado a que
viva en mi casa y pienso transferirle mis negocios y propiedades
para que me ayude a hacerme cargo de ellas. La razón de invitaros
hoy a todos es para que firmemos formalmente la transferencia
con testigos, delante del clan familiar.
Uno de los primos, que logró escuchar aquello, se sintió fu-
rioso y en voz alta exclamó:

53
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Sun Yüan-chen persuade a Ma Yü para que abandone sus riquezas


y propiedades. El jefe del clan Ma, Wen-fui, es sobornado y
persuadido para que apoye la decisión de Ma Yü de transferir su
riqueza a Wang Ch'ung-yang.

54
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—¡Ma Yü, debes estar loco! Las propiedades y negocios de


nuestros antepasados deben permanecer en el clan familiar.
¿Cómo puedes transferirlos a alguien exterior a nuestra familia?
¿Quién te engañó para que hicieras tal cosa?
Ma Yü sabía que Ma Ming era iracundo y podía causar mu-
chos problemas. Como no quería empeorar las cosas, simuló
prestar atención a otros parientes y se alejó de él. Otro poderoso
miembro del clan, Ma Wen-fui, había escuchado también la con-
versación y dijo:
—Ma Ming, sabemos que tu primo Ma Yü es un hombre ho-
nesto y cuidadoso. No le he visto cometer errores por lo que con-
cierne a sus finanzas. Antes de discutir con él, pidamos a ese maes-
tro Wang que venga a conocernos. Me gustaría saber a qué tipo
de persona va a darle Ma Yü sus posesiones.
Ma Wen-fui era un tío de Ma Yü. Antes de retirarse, había te-
nido un puesto en la academia imperial de la capital y había sido
el responsable de los cuidados a los hijos de la nobleza. Su pala-
bra era respetada y con frecuencia se le confiaban las decisiones
sobre los asuntos del clan.
Cuando Wang Ch'ung-yang entró en la sala, ni siquiera salu-
dó a los parientes de Ma Yü. Ma Wen-fui le dijo:
—Ya veo que eres el anciano que mendigaba en el cruce de
caminos cercano a esta mansión. Mi sobrino, Ma Yü, tuvo la ama-
bilidad de proporcionarte comida y abrigo, e incluso dinero para
gastar. ¿Por qué no estás satisfecho? ¿Por qué quieres que te en-
tregue sus negocios y propiedades? Tienes más de sesenta años,
pero no has aprendido lo que significa la vergüenza.
—Estaba harto de ser pobre toda mi vida —respondió Wang
Ch'ung-yang con aplomo—. Quiero vivir el resto de mis días en
el lujo. ¿Por qué iba a avergonzarme de eso?
Al escuchar la respuesta del viejo a un anciano del clan, dos jó-
venes sobrinos de Ma Yü se abrieron camino entre la multitud para
llegar a primera fila, escupieron a Wang Ch'ung-yang y dijeron:
—¡Picaro irrespetuoso! Eres sólo un mendigo, ni siquiera de
nuestro país. ¿Cómo te atreves a mezclarte con nuestro clan y a

55
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

pronunciar palabras tan vergonzosas delante de los líderes respe-


tados de la comunidad? —exclamaron antes de añadir, volvién-
dose hacia los otros parientes—. Estamos perdiendo el tiempo
con este canalla. ¡Expulsémoslo de la ciudad de inmediato!
Ya iban a poner las manos encima de Wang Ch'ung-yang
cuando un hombre de aspecto majestuoso salió y se interpuso en
su camino. Ma Liu era un primo de Ma Yü. También él tenía un
puesto del gobierno y era un miembro destacado del clan. Esto
fue lo que Ma Liu dijo:
—No deberíamos expulsar de la ciudad a este anciano. Es po-
bre y no tiene hogar. La caridad exige que seamos amables con él.
Ma Yü le invitó a quedarse en su mansión. No deberíamos inter-
ferir en ese acto caritativo. Sin embargo, creo que Ma Yü no debe-
ría transferir sus posesiones y negocios a este anciano.
Los jóvenes se tranquilizaron. Tal como Ma Yü había pensa-
do, la transferencia de sus posesiones a Wang Ch'ung-yang no iba
a ser sencilla. Durante la cena, Ma Yü susurró unas palabras a su
primo Ma Liu, y éste habló breve y tranquilamente con Ma Lung
y Ma Wen-fui, los otros dos líderes del clan. Ma Wen-fui se levan-
tó y habló a los parientes:
—Con respecto a la propuesta de Ma Yü de transferir sus po-
sesiones a Wang Ch'ung-yang, he discutido el asunto con Ma
Lung y con Ma Liu. Pensamos que sería mejor que tres de noso-
tros representáramos al clan y habláramos con Ma Yü acerca del
asunto en unas circunstancias más tranquilas y pacíficas. Entre
tanto, os pido a todos que os vayáis a casa después de la cena y
nos confiéis el asunto.
Los tres hombres eran muy respetados en el clan y nadie dis-
cutió la propuesta de Ma Wen-fui. Ma Lung se convirtió en el jefe
nominal del clan, pero Ma Wen-fui era quien tenía el verdadero
poder para tomar las decisiones y era también su principal porta-
voz. Ma Liu era el más astuto y tenía la capacidad de hacer cam-
biar de opinión a los miembros del clan. Si esos tres hombres apo-
yaban el plan de acción de Ma Yü, probablemente ninguno de los
demás parientes se opondría.

56
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Cuando los parientes se hubieron ido, Ma Yü, Ma Wen-fui,


Ma Liu y Ma Lung se retiraron al estudio, donde un criado les lle-
vó vino y frutas. Después de que hubieran bebido, Ma Yü se le-
vantó respetuosamente y dijo:
—Tengo en la mente algunas cosas que deseo compartir, y es-
pero que mi tío abuelo, mi tío y mi primo me ayuden a resolver
algunos problemas. Debo gratitud a mis antepasados. Normal-
mente, no me atrevería a transferir mis posesiones a quien no
comparte nuestro nombre familiar. Sin embargo, mi salud no ha
sido buena en estos últimos años y deseo pasarme algunos más
alejado de las preocupaciones de la administración del negocio,
para que pueda tener alguna posibilidad de recuperación. Entre-
tanto, Wang Ch'ung-yang se ocupará del negocio. Pienso recla-
mar mis posesiones cuando mi salud me permita tomar parte ac-
tiva en su administración.
—Primo —dijo Ma Liu—. Si es así, no necesitas traspasarle
formalmente las posesiones. Basta con que le des a Wang Ch'ung-
yang tus libros de cuentas y documentos de propiedad para que
se haga cargo de ellos temporalmente.
—Un hombre no pondrá todo su corazón en una empresa que
no sea la suya —respondió Ma Yü—. Si transfiero formalmente mis
posesiones al maestro Wang, sentirá que está administrando su
propio negocio y no será descuidado con nuestra riqueza.
—No entiendo esa lógica —replicó Ma Lung.
—Dejadme que os cuente toda la situación —respondió Ma
Yü—. Le pedí al maestro Wang que se hiciera cargo de mis nego-
cios mientras recupero mi salud. Ese anciano es muy honesto y
práctico. Le dije que cuidara de ellos con atención y que los aten-
diera como si fueran suyos. Lo que yo pretendía es que adoptara
la actitud de «haz por los demás lo mismo que harías por ti mis-
mo». El anciano lo entendió mal y pensó que iba a darle formal-
mente mis posesiones. Inmediatamente me pidió que invitara a
los jefes del clan para que fueran testigos de la transferencia for-
mal. No creo que trate de engañarme. Es un poco simple, pero es
honesto. Por varias razones, prefiero que se ocupe de la custodia

57
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

de mis negocios un hombre de mente simple que otro que sea


agudo y calculador. No quiero tener la preocupación de que mi
procurador vaya a hacer planes y engañarme. En cualquier caso,
el maestro Wang es muy anciano. Por lo que yo sé, no tiene pa-
rientes. No tendría herederos a los que dar su riqueza aunque se
quedará con mis posesiones. Por otra parte, yo debería sobrevivir-
le. La riqueza volverá a la familia Ma de una manera o de otra.
—Tu plan parece razonable —dijo Ma Wen-fui y luego, mi-
rando a Ma Liu y a Ma Lung, añadió—: ¿Qué pensáis de esto?
—Ya me conoces —contestó Ma Liu—, no me gusta mezclar-
me en decisiones sobre la administración de negocios. Además,
soy el miembro más joven de este grupo. ¿Qué tiene que decir el
más anciano del clan?
Ma Yü se dio cuenta de que, aunque los tres hombres eran re-
ceptivos ahora a sus planes de retiro temporal, ninguno de ellos
deseaba asumir la responsabilidad de ser el primero en prestar su
consentimiento.
Salió del estudio y regresó con tres bolsas. Poniéndolas sobre
la mesa, las abrió. Cuando los tres parientes vieron el contenido
de las bolsas, quedaron como hipnotizados. Contenían antigüe-
dades de gran valor. Ma Yü sabía que a sus parientes no les faltaba
dinero, y que todos reconocerían una buena pieza de arte en
cuanto la vieran. Los tres hombres miraron los objetos, después
se miraron el uno al otro y asintieron con un movimiento de la
cabeza.
—Creo que si nuestro primo quiere confiar temporalmente
sus negocios al maestro Wang, deberíamos aceptar sus deseos
—dijo Ma Liu—. Al fin y al cabo, debe poder hacer lo que desee
con sus posesiones. Si el tío y el tío abuelo aceptan ser testigos
conmigo de la firma del documento, me ocuparé de que los otros
parientes no se opongan.
—Ma Lung y yo seremos de buen grado testigos contigo
—dijo de inmediato Ma Wen-fui, provocando un gesto de asenti-
miento en Ma Lung—. Pero ¿cómo conseguirás que los otros pa-
rientes estén de acuerdo en este asunto?

58
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ma Liu susurró unas palabras en los oídos de Ma Wen-fui.


Éste sonrió y añadió:
— ¡Qué ingenioso! ¡Ya no necesitamos preocuparnos por
aquellos miembros del clan que muestren su disensión!

59
7

a Yü siguió los planes de Sun Yüan-chen y consiguió


persuadir a los líderes del clan para que aceptaran la transferencia
de sus posesiones a Wang Ch'ung-yang. Al día siguiente, Ma
Wen-fui le pidió a Ma Liu que reuniera a los miembros del clan y
les describiera la situación. Ma Liu preparó su discurso y se diri-
gió al clan en estos términos:
—Ma Yü quiere pasar unos años en paz y tranquilidad por
causa de su débil salud. Transfiere sus posesiones a Wang
Ch'ung-yang para que alguien digno de confianza se ocupe de
ellos durante ese tiempo. Wang Ch'ung-yang será simplemente
un fiel perro guardián de las posesiones de Ma Yü, y nada más.
—Si es así —intervino un pariente—, ¿por qué no limitarse a
designar a Wang Ch'ung-yang como custodio? ¿Por qué es nece-
sario formalizar documentos que sellen la transferencia?
—No has entendido todavía —replicó Ma Liu—. Ma Yü es
un hombre cuidadoso. Quiere asegurarse de que el maestro Wang
tratará sus posesiones con cuidado, y para estar tranquilo, debe
disponer que Wang Ch'ung-yang «posea» formalmente sus pro-
piedades y negocios. De esta manera, Wang Ch'ung-yang guarda-
ría las riquezas de Ma Yü como si fueran las suyas.
—Pero si Wang Ch'ung-yang es el dueño de las posesiones de
Ma Yü —intervino otro pariente—, entonces Ma Yü lo perderá
todo si Wang Ch'ung-yang escapa con ellas.
—Wang Ch'ung-yang es un anciano —replicó Ma Liu ante
eso—. No tiene parientes. ¿A dónde puede escapar? ¿Quién sería
su heredero? Es mucho más anciano que Ma Yü. Ciertamente,

60
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

morirá antes que Ma Yü. Aunque no desee devolver las posesio-


nes de Ma Yü cuando éste se recupere de su enfermedad, no vivi-
rá demasiado tiempo para retenerlas. Cuando muera, las posesio-
nes y negocios retornarán a Ma Yü. ¿Entendéis ahora que Ma Yü
simplemente intenta conseguir un fiel perro guardián que se ocu-
pe del cuidado temporal de sus posesiones? —Ante eso los pa-
rientes asintieron y Ma Liu, jugando con la codicia de éstos, pro-
siguió— Escuchad, puesto que Wang Ch'ung-yang es sólo un
perro guardián temporal y Ma Yü y su esposa no tienen hijos, las
posesiones y negocios acabarán siendo de nuestros descendien-
tes. Creo que Wang Ch'ung-yang es un hombre honesto y virtuo-
so. ¿Por qué no dejar a Ma Yü que designe a alguien de mente
sencilla y fiel para que se ocupe temporalmente de sus riquezas?
Los parientes aceptaron los persuasivos argumentos de Ma
Liu y no ofrecieron más resistencia al plan de Ma Yü de transferir
sus posesiones a Wang Ch'ung-yang.
Al siguiente día, los tres líderes del clan, Ma Lung, Ma Wen-
fui y Ma Liu, se reunieron en la mansión de Ma Yü. Aquella no-
che, los miembros del clan habían sido invitados a una cena en la
que se esperaba se firmara y atestiguara la transferencia formal de
las posesiones de Ma Yü a Wang Ch'ung-yang. Cuando llegaron
los parientes a la mansión Ma, vieron a Ma Lung y Wang Ch'ung-
yang sentados juntos, bebiendo y hablando como si fueran mag-
níficos amigos. Cuando todos se hubieron sentado a la cena, Ma
Wen-fui se levantó y se dirigió al clan.
—Ma Yü desea transferir sus posesiones a Wang Ch'ung-
yang. Estamos aquí esta noche para servir de testigos y aceptar el
documento de transferencia. Si hay alguno entre vosotros que no
está de acuerdo, que se exprese ahora o calle después.
Aquello era una simple formalidad, pues no se esperaba opo-
sición alguna después de que Ma Liu hubiera convencido a todos
del acuerdo el día anterior. Tras un breve silencio, Ma Wen-fui pi-
dió a Ma Yü que firmara el documento de transferencia delante
del clan. Ma Liu, Ma Lung y Ma Wen-fui firmaron entonces su
aceptación. Otros tres ancianos del clan firmaron como testigos y

61
LOS SIETE MAESTROS TAOI'STAS

Los jefes del clan Ma son persuadidos. La riqueza de Ma Yü es


transferida a Wang Ch'ung-yang.

62
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

la transferencia quedó formalmente sellada. Ma Yü tomó el docu-


mento y se lo entregó a Wang Ch'ung-yang. La cena prosiguió. En
medio de la alegría, Wang Ch'ung-yang fue reconocido formal-
mente como «miembro familiar» del clan Ma.
Aquella noche, cuando la celebración hubo terminado, Ma
Yü habló con su esposa.
—Gracias a lo ingenioso de tus disposiciones, podremos de-
dicar ahora nuestra vida al cultivo del Tao.
—Aguardemos unos días hasta que nuestro maestro esté des-
cansado —contestó Sun Yüan-chen—. Entonces nos acercaremos
a él y realizaremos la ceremonia del juramento que nos convertirá
en sus discípulos.
Wang Ch'ung-yang no había estado ocioso durante aquel tiem-
po, por lo que empezó a planear ahora una serie de acciones. Sabía
que, aunque los parientes de Ma Yü habían sido ganados por la elo-
cuencia de Ma Liu, tendría que demostrar ahora que era un «perro
guardián» de confianza. Inició de inmediato una serie de proyectos
caritativos. Proveyó a las viudas y los huérfanos, pagó las deudas de
muchos campesinos empobrecidos, hizo donaciones a santuarios
locales y proporcionó subsidios al condado para obras públicas
como puentes, carreteras y diques de irrigación. La gente veía las
actividades de Wang Ch'ung-yang y le alababa por sus actos virtuo-
sos. El clan Ma recibió también cumplidos por haber elegido a un
custodio sabio y virtuoso. Por tanto, no se elevaron palabras de
descontento entre los miembros del clan.
Mientras Wang Ch'ung-yang estaba diseñando proyectos ca-
ritativos, también construía en la mansión Ma las habitaciones
necesarias para un retiro. En un área remota de la mansión, se es-
taban levantando chozas de meditación, dormitorios y un salón
de instrucción. En el día designado, Ma Yü y Sun Yüan-chen se
acercaron a Wang Ch'ung-yang y se convirtieron formalmente en
sus discípulos.
—El camino taoísta es un camino de despertar y conocimien-
to —les dijo Wang Ch'ung-yang—. Los que lo recorran retorna-
rán a la verdad. La entrada en el camino debe ser gradual. Vuestra

63
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

formación debe seguir una frecuencia, partiendo de lo fácil y yen-


do poco a poco hacia lo difícil. Quienes aspiran a cultivar el Tao,
deben encontrar primero su naturaleza original. La naturaleza
original es el estado original de las cosas, o el «cielo anterior».
Debéis cultivar vuestra naturaleza original hasta que sea brillante
y suave. Si la naturaleza original no se cultiva, los sentimientos
serán salvajes. Los sentimientos no domesticados son como tigres
y dragones. Si no podéis domesticar a esos animales que hay en
vosotros, ¿cómo podrías haceros u n o con el vacío? El Tao carece
de forma. Debéis disolver vuestro ego, pues el ego es la fuente de
la forma y las ataduras. Debéis aprender cómo dominar al tigre y
al dragón y domesticar al mono y al caballo salvaje. Una inteli-
gencia salvaje es como un mono. Os hace trampas y os hace co-
meter el error de tomar lo no permanente por lo real. Las inten-
ciones egoístas son como los caballos salvajes. Os alejan de la
pureza y la quietud de la naturaleza original. Si no domesticáis al
caballo salvaje y al mono malévolo, no entenderéis los misterios
del cielo y la tierra, el equilibrio del yin y el yang, y el poder del
silencio para mover el universo. El camino que sigue la dirección
de las agujas del reloj es la mortalidad; el que sigue la dirección
contraria es la inmortalidad. Vaciar el corazón de deseos y pensa-
mientos, estar en el vacío, es emerger con el Tao. El Tao no puede
ser captado con los pensamientos. Debe ser experimentado direc-
tamente con el corazón. Cuando hayáis progresado, os instruiré
más en estas materias.
Ma Yü y Sun Yüan-chen dieron las gracias a Wang Ch'ung-
yang por iniciarles en el Tao. Cada uno de ellos adoptó un nom-
bre taoísta. Ma Yü fue llamado Ma Tan-yang, que significa «yang
brillante», y Sun Yüan-chen fue llamada Sun Pu-erh, que significa
«un corazón». Al volver a su dormitorio, Sun Pu-erh le dijo a Ma
Tan-yang:
—Antes de la iniciación en el Tao, éramos esposa y esposo y
compartíamos una habitación. Después de la iniciación somos
una hermana y un hermano en el Tao. Desde ahora, me dirigiré a
ti como a un hermano y tú me llamarás «amigo en el Tao». Per-

64
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

maneceremos en habitaciones separadas para que podamos dedi-


carnos cada uno a nuestra formación.
—De no haber sido por ti, nunca habría sido capaz de llegar
hasta aquí —añadió Ma Tan-yang—. Te honraré como «amiga en
el Tao», y permaneceremos en habitaciones separadas.
Ma Tan-yang ordenó entonces a un criado que limpiara una
habitación de huéspedes y se quedó allí, lejos del dormitorio de
su esposa.
Transcurrió medio mes y Sun Pu-erh envió a un criado con
un mensaje a Ma Tan-yang. Se encontraron en la puerta de la sala
de Wang Ch'ung-yang, pues querían preguntar al maestro acerca
del estado original de las cosas. Cuando Wang Ch'ung-yang les
recibió, le preguntaron:
—Maestro, mencionaste que la naturaleza original forma par-
te del estado original de las cosas, llamado cielo anterior. ¿Qué es
el cielo anterior? ¿Puedes describírnoslo?
—El cielo anterior es la respiración original. No tiene forma
ni estructura, por tanto no se puede describir. Lo que pueda ser
señalado y descrito no es el cielo anterior. Cuando el corazón no
está vacío de pensamientos, surgen las formas y el cielo anterior
se pierde. El cielo anterior no está aquí ni allí, no es esto ni aque-
llo; si lo buscas, desaparece.

65
8

uando Ch'ung-yang dijo:


—Os explicaré la naturaleza original con una imagen. Sin em-
bargo, entender esa naturaleza original no puede conceptualizarse o
describirse. Mi dibujo es por tanto sólo una aproximación —to-
mando un pincel lo sumergió en un poco de tinta y trazó un círcu-
lo en un trozo de papel. Dentro del círculo trazó un punto. Después
se dirigió a Ma Tan-yang y Sun Pu-erh—. ¿Sabéis lo que representa
esto?
—Señor, no lo sabemos, instruyenos.
—El círculo representa la totalidad indiferenciada, un estado
de la existencia anterior a la emergencia del cielo y de la tierra.
Este estado se llamaba Wu-chi. De Wu-chi nació T'ai-chi. Ése es el
punto en el círculo. De T'ai-chi ha nacido todo lo que hay en el
universo. El aliento que da vida de T'ai-chi es un aliento del cielo
anterior. De un aliento del cielo anterior emerge la naturaleza ori-
ginal. La naturaleza original estaba ahí antes de que nosotros na-
ciéramos. Estará ahí después de que muramos. A la naturaleza
original también se le da el nombre del espíritu del conocimiento.
No nace, y nunca muere. Todo el mundo tiene naturaleza origi-
nal. No la vemos porque a menudo está nublada por las ansias, el
deseo y los pensamientos malignos. Si no apartamos aquello que
oculta nuestra naturaleza original, perderemos nuestra conexión
con el cielo anterior y estaremos condenados a incontables vidas
de sufrimiento. ¿Cómo volver a conectar con el cielo anterior? El cie-
lo anterior debe ser experimentado con el corazón del Tao. Quien
intente entender el cielo anterior con el ego, nunca lo encontrará.

66
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

El cielo anterior y la naturaleza original están delante de noso-


tros. No los vemos porque el ego ha levantado una barrera. Si fué-
ramos capaces de disolver el ego, la naturaleza original o el cora-
zón del Tao aparecerían. Cuando aparezca el corazón del Tao,
aparecerá el cielo anterior. ¿Cómo cultivar el corazón del Tao y
disolver el corazón egoísta? Cuando una persona está enferma,
no le basta con librarse de los síntomas para asegurarse de que la
enfermedad nunca retornará. Hay que erradicar la causa de la en-
fermedad. De igual forma, encontramos la raíz de las barreras que
nos separan del cielo anterior. Los inmortales y los sabios anti-
guos han entendido estas causas y han establecido las normas
para erradicarlas. Yo os transmitiré esas enseñanzas.
»Si queréis libraros de la enfermedad del espíritu y el cuerpo,
debéis llegar a su causa. Si conocéis la causa, conoceréis la curación.
La causa primera de la mala salud no es otra que el ansia. El ansia
crea los obstáculos a la salud. Esos obstáculos son los deseos de al-
cohol, el deseo sexual, la codicia y el mal humor. Quienes desean
cultivar la salud y la longevidad, deben eliminar primero ésos obstá-
culos, cortar toda atadura con las cosas externas y disolver los de-
seos. Entonces desaparecerá la enfermedad interna y se erradicará la
raíz de toda mala salud. Cuando la salud se ha recuperado, el cultivo
del Tao y el logro de la inmortalidad son posibles.
«Primero, hablemos del obstáculo del alcohol. Muchas per-
sonas saben que el alcohol puede perturbar la razón y por lo tan-
to quieren abstenerse de él. Otros se abstienen porque son per-
suadidos por amigos y parientes. Otros, sin embargo, lo hacen
porque la ley lo prohibe. Sin embargo, cuando ven alcohol o ven a
otros beberlo, lo desean. Aunque el alcohol no toque sus labios,
el simple deseo muestra que no han superado el obstáculo. El de-
seo origina pensamientos. Incluso antes de que el pensamiento se
convierta en acción, ya existe el deseo, y el daño ha sido hecho.
Librarse del obstáculo del alcohol exige la ausencia de deseos en
el pensamiento, lo mismo que en la acción.
»Ahora, veamos el deseo sexual. Muchas personas saben que
el deseo sexual drena la energía generadora y quieren abstenerse

67
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Ch'ung-yang expone la única realidad auténtica.

68
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

de él. Sin embargo, cuando ven a una persona atractiva fantasean


acerca de tener relaciones sexuales con ella, o desean secretamen-
te su compañía sexual. Cuando estos pensamientos surgen, inclu-
so quien no se compromete físicamente en una relación sexual ya
es presa del obstáculo. Entendéis ahora que la causa del deseo de
alcohol y de sexo está en la mente. Si queréis eliminar esos obstá-
culos, deberéis empezar por erradicar de vuestra mente los pensa-
mientos de deseo. Domesticad el corazón (la mente) y la inten-
ción no se volverá salvaje. Cuando el corazón se vacía de deseo,
la causa de la mala salud desaparece. Cortad las ataduras externas
y las heridas internas se curarán. Vuestro corazón debe estar claro
y tranquilo como un lago inmóvil que refleja la luz de la Luna. Si
aparecen olas en el agua, la imagen de la Luna se distorsiona y el
Tao no llega a realizarse nunca.
»¿Y cómo se puede erradicar el deseo de alcohol y de sexo?
Los sabios antiguos ofrecen este consejo: si no es lo correcto, no
lo mires. Si no es lo correcto, no lo hagas. Si está delante de ti,
compórtate como si no vieras nada. Si te habla, compórtate como
si no oyeras nada. Los budistas enseñan que hay que olvidarse del
otro, olvidarse de uno mismo, olvidarse de todos. Los taoístas en-
señan que hay que mirar, pero no ver, escuchar, pero no oír. [Es
decir, si no estás atado al alcohol o a la atracción sexual, esas co-
sas perderán su atractivo. La atracción no está en el propio obje-
to, sino en la actitud que llevamos con nosotros.] Si puedes ha-
cerlo así, habrás erradicado el deseo de alcohol y de sexo.
»En cuanto a las riquezas, son un obstáculo difícil de superar.
Unos son pobres y necesitan trabajar duramente para ganarse la
vida, para ellos y sus familiares. Por tanto, no tienen muchas posi-
bilidades de elección, sino la de concentrar su atención en conse-
guir dinero. Quienes se hallan en esta condición deben vivir con
su karma y aguardar a otra vida para romper sus vínculos con el
dinero. Después están los que ansian riquezas para poder mostrar-
las y ganar el respeto y la admiración de los demás. Y luego están
los que ansian riquezas para llevar una vida de lujo y dispendio. Y
después están aquellos que acumulan riquezas porque desean ex-

69
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

plotar el infortunio y ver sufrir a los demás. Son estos últimos ti-
pos de ansia de riqueza los que impiden descubrir el Tao.
»E1 temperamento es el resultado de las emociones sin con-
trolar. Hay sentimientos positivos y negativos. Los sentimientos
positivos, como la compasión, la simpatía hacia los demás y la
humildad han de ser cultivados; pero los sentimientos negativos,
como la cólera, el mal genio y la crueldad, deberían disolverse. El
mal genio es consecuencia de que uno se da demasiada importan-
cia a sí mismo. El mal genio es dañino para la salud porque crea
un mal ch'i en nuestro cuerpo. Las discusiones, la competitividad,
la agresividad, la impaciencia, la frustración y el enojo son todo
manifestaciones del mal genio. ¿Y cómo van a alcanzar el Tao los
que tienen esa disposición?
»Si deseas erradicar el mal genio y el deseo de riquezas, escu-
cha a los sabios. Ellos dan buenos consejos. Los seguidores de
Confucio dicen: "Las riquezas que no me pertenecen correctamen-
te las veo tan vacías como las nubes que notan. Toma el control de
tu razón y no perderás tu temperamento". Los budistas dicen: "No
ansies recompensas. La virtud procede de la capacidad de resistir a
la provocación". Los taoístas dicen: "Debes conocer que los bienes
materiales son una ilusión. Cultiva la compasión y tu tempera-
mento se calmará". Acepta estos consejos y podrás erradicar el mal
genio y el deseo de riquezas.
»Para erradicar los cuatro obstáculos a la salud (alcohol, de-
seo sexual, riquezas y mal genio) hay que cultivar el corazón.
Cuando el corazón esté domesticado, desaparecerá la causa de la
mala salud. Los confucianos nos dicen que "despertemos". Los
budistas nos dicen que "entendamos". Los taoístas nos dicen que
"actuemos intuitivamente". Primero necesitamos despertar al he-
cho de que hemos sido presa de los obstáculos. En segundo lugar,
necesitamos entender cuáles son los obstáculos y sus causas. Fi-
nalmente, necesitamos actuar intuitivamente, es decir, actuar con
espontaneidad desde un corazón en el que se ha domesticado el
deseo y el ansia. Si podéis hacer esas cosas, no tendréis problema
para alcanzar el Tao.»

70
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ma Tan-yang y Sun Pu-erh preguntaron sobre la meditación.


Wang Ch'ung-yang dijo:
—En la meditación todos los pensamientos deben cesar.
Cuando el ego está muerto, el espíritu emerge. Cuando te sientes,
hazlo sobre un cojín. Suéltate la ropa. A la hora del tzu [11.00 p.m.],
cruza las piernas con suavidad y siéntate de cara al este. Junta las
manos y ponías delante del cuerpo. La espalda debe estar recta.
Aprieta los dientes y traga saliva. Coloca la lengua sobre el pala-
dar. Debes escuchar en alerta, pero sin estar unido a los sonidos.
Deja que caigan los párpados, pero no cierres los ojos. Concéntra-
te en la luz que ves delante de ti y concéntrate en el t'an-t'ien infe-
rior. En la meditación es muy importante dejar de pensar. Si sur-
gen pensamientos, el espíritu no será puro y tus esfuerzos por
cultivarte no te llevarán a nada. Además, deberías apartarte de
todo sentimiento. En cuanto surgen los sentimientos, el corazón
no está tranquilo y el logro del Tao es imposible.
«Siéntate en un cojín y podrás estar sentado mucho tiempo
sin sentirte fatigado», siguió diciendo Wang Ch'ung-yang. «Suel-
ta la ropa para que el movimiento de la energía interna no se vea
limitado. La hora del tzu es cuando aparece el primer rayo del
yang. Debes ponerte de cara al este porque el aliento de la vida
fluye desde el este a la hora del primer yang. Reúne las manos en
el símbolo del t'ai-chi, porque simboliza la vaciedad de la forma.
Siéntate con la espalda recta, porque sólo con una columna verti-
cal puede ascender la energía hasta la cabeza. Cierra la boca y pon
la lengua sobre el paladar para que la energía interna no pueda di-
siparse. El oído está relacionado con la energía generativa. Si que-
das conectado al sonido, disiparás esa energía. No cierres los ojos,
pues dejan que la luz que entra brille en tu espíritu. Si cierras los
ojos, el espíritu se verá oscurecido. Si los abres demasiado, el es-
píritu escapará. Por tanto, debes bajar los párpados, pero sin ce-
rrarlos. Concéntrate en el t'an-t'ien como si reflejara la luz de tus
ojos en él, pues aquí está el misterio de todas las cosas. Reduce el
habla, pues así se conserva una energía vital. Da descanso a tus oí-
dos, pues así se conserva la energía generadora. Disuelve los pen-

71
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

samientos para conservar la energía espiritual. Cuando todas es-


tas energías ya no se disipen, alcanzarás la inmortalidad.»
Ma Tan-yang y Sun Pu-erh dieron las gracias a Wang Ch'ung-
yang por sus instrucciones. Éste añadió:
—Permanecer en el camino del Tao requiere disciplina. Hay
que tomarse este conocimiento en serio y practicarlo en todo mo-
mento. De otra manera, aunque sepáis lo que hay que hacer, nada
obtendréis.
Ma Tan-yang y Sun Pu-erh hicieron una reverencia y se mar-
charon. Regresaron cada uno a su habitación para empezar a me-
ditar de acuerdo con las instrucciones de Wang Ch'ung-yang. Pa-
saron así algunos meses y empezaron a experimentar cambios en
su cuerpo. Creyendo que ya habían captado todas las enseñanzas
del Tao, dejaron de visitar a Wang Ch'ung-yang para solicitar más
instrucción.
Un día en el que Ma Tan-yang estaba meditando en su habita-
ción, vio que entraba Wang Ch'ung-yang. Ma Tan-yang se puso
en pie para dar la bienvenida a su maestro, quien le dijo:
—El Tao es ilimitado. Se puede utilizar continuamente sin
que se agote nunca. Es flexible y puede adoptar innumerables
formas. No te quedes apegado a una de sus múltiples manifesta-
ciones. Sé sincero y humilde en tu aprendizaje. Sólo entonces tu
cuerpo se beneficiará de tu entrenamiento. —Wang Ch'ung-yang
siguió hablando para enseñar a Ma Tan-yang—. Si tu corazón no
es sincero, no puedes cultivar el Tao. Todo acto y todo pensa-
miento deben surgir de un corazón sincero. Si tu corazón está en-
fermo, entonces hay que curarlo. Domestica el corazón egoísta
con un corazón sin egoísmo. Domestica el corazón de los deseos con
un corazón de la razón. Domestica el corazón de las tendencias
extremas con la moderación. Domestica el corazón orgulloso con
un corazón humilde. Descubre dónde están los problemas y con-
trarréstalos. Si eres capaz de hacerlo, los problemas no volverán a
surgir. Tu corazón será como el viento de la primavera. Tu mente
será brillante como la Luna en un cielo claro. Tu corazón quedará
abierto como las amplias llanuras, y tu ser será tan tranquilo y en-

72
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

raizado como las montañas. La energía interna circulará por todo


tu cuerpo. Sin darte cuenta, habrás alcanzado el Tao.
Mientras Wang Ch'ung-yang discutía la alquimia taoísta in-
terna con Ma Tan-yang, Sun Pu-erh meditaba en su habitación.
Escuchó un sonido y vio que entraba Wang Ch'ung-yang. Sor-
prendida y asustada, se puso en pie. Pero antes de que pudiera
decir nada, Wang Ch'ung-yang habló:
—El camino del Tao es intrincado y misterioso. Aunque hay
muchos métodos, sólo hay una verdad. Las enseñanzas de todas
las doctrinas parten del origen. No hay que ser rígido. Practica
con naturalidad y lograrás obtener resultados. Has estado aquí
sola, pensando que sólo hay un camino para cultivar el Tao. ¿Es
que no sabes que el yin no puede florecer sin el yang? Simple-
mente por quedarte sentada no equilibrarás el yin y el yang de tu
cuerpo. Si tu yin y yang no copulan, ¿cómo quedarás embarazada
y tendrás un hijo? No entiendes esto y no entiendes aquello.
¿Cómo puedes cultivar el Tao?
Sun Pu-erh empezaba a sentirse molesta. Las palabras de
Wang Ch'ung-yang le parecían un galimatías. Además, pensaba
que había entrado como un intruso y la había insultado. Sin decir
una palabra, Sun Pu-erh salió corriendo de la habitación y ordenó
a un criado que fuera a buscar a su esposo. El criado fue hasta
donde estaba Ma Tan-yang y dijo:
—Amo, la señora está muy perturbada y colérica y quiere ha-
blar contigo enseguida.
Durante todo ese tiempo, Ma Tan-yang había estado sentado
en su habitación conversando con Wang Ch'ung-yang. Respetuo-
samente se despidió de su maestro y siguió al criado, encontran-
do en el salón a Sun Pu-erh molesta y gimiendo.

73
9

1 encontrar a su esposa en ese estado de ánimo, Ma Tan-


yang le preguntó con amabilidad:
—¿Cuál es el problema? ¿Es porque los criados no están
cumpliendo su deber? Si es así, perdónalos. Los taoístas no debe-
mos inquietarnos por esas cosas.
—Hermano, no es eso —contestó Sun Pu-erh—. Creíamos
que Wang Ch'ung-yang era un maestro iluminado, pero nos equi-
vocamos. Ese anciano ha tenido el valor de entrar en mi dormito-
rio sin mi consentimiento y empezar a decir tonterías. Debemos
dejar de estudiar con él. No es un hombre correcto.
—Es extraño —contestó Ma Tan-yang asombrado—. Dices
que Wang Ch'ung-yang estuvo en tu habitación hace un rato. Sin
embargo, estuvo toda la mañana en la mía, conmigo, y allí seguía
cuando tú mandaste buscarme.
—Sí —intervino el criado antes de que Sun Pu-erh pudiera
contestar—. Cuando fui a buscar al amo, vi al señor Wang senta-
do en su habitación.
Sun Pu-erh se sintió confusa. Ma Tan-yang sacudió la cabeza
y regresó a su habitación. Ahora el sentimiento de Sun Pu-erh era
de frustración. Había pensado que si se quejaba a Ma Tan-yang
por la conducta de Wang Ch'ung-yang, dejaría escapar su cólera y
al menos Wang Ch'ung-yang sería reprendido por sus acciones
desvergonzadas. En cambio, la habían silenciado a ella. Volvió rá-
pidamente a su habitación y cerró la puerta.
Había transcurrido un mes cuando Wang Ch'ung-yang apareció
de nuevo en la habitación de Ma Tan-yang. Se sentó, suspiró y habló.

74
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—La gente cree que cultivar el Tao no es más que prestar aten-
ción a lo que hablan cada día, a cómo deben vestirse, lo que deben
oír y lo que deben comer. No saben que están intentando moldear
el Tao de acuerdo con su concepción de lo que es. Así, pierden la
esencia del Tao. Hay otros que buscan métodos secretos, y se pier-
den por ello en los caminos del mal; y aquellos que tienen la inten-
ción correcta, pero son débiles de voluntad. Y también están los
que se preocupan en exceso por su avance. Avanzan un centímetro,
pero su ansiedad les hace retroceder diez metros. El Tao no puede
ser captado con el ego. Mientras el ego exista, el corazón del Tao no
podrá emerger. Quien no pueda cortar los vínculos con la ganancia
y la pérdida y las presiones sociales; quien esté preocupado por si
su apariencia es atractiva, si su comida es la mejor, si su riqueza es
reconocida y si sus propiedades son grandes, entonces no ha apren-
dido a ver a través de las ilusiones de las cosas materiales. El ansia
genera ansiedad. Si tienes deseos, estarás ansioso por obtenerlos.
Cuando los tengas, temerás perderlos. Si no obtienes lo que deseas,
te sentirás decepcionado. El ego es la fuente del deseo. Si quieres
disolverlo, debes cortar tus vínculos con la ganancia y la pérdida.
Todas las personas poseen la naturaleza original del cielo anterior,
que tiene el potencial de alcanzar el Tao. No lo logran porque no
son capaces de superar la influencia del ego. El ego causa ataduras,
mientras que el corazón del Tao no está atado a nada. No está atado
a la belleza, la fealdad, la ganancia, la pérdida, la destrucción, la
fama, la fortuna y ni siquiera a la muerte. El corazón del Tao es ca-
paz de abrirse camino entre las ilusiones y los obstáculos para lle-
gar a alcanzar la inmortalidad. Despierta en ti mismo el corazón del
Tao y tus esfuerzos por cultivarlo darán fruto.
Mientras Wang Ch'ung-yang explicaba la importancia de di-
solver el ego y cortar los vínculos con la ganancia y la pérdida a
Ma Tan-yang, Sun Pu-erh seguía sentada en su habitación, toda-
vía confusa y molesta por la visita inesperada de Wang Ch'ung-
yang de un mes antes. Cuando se estaba quedando dormida, es-
cuchó un ruido y, al abrir los ojos, vio a Wang Ch'ung-yang de pie
junto a la puerta. Éste sonrío, entró y habló.

75
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

El espíritu de Wang Ch'ung-yang visita a Sun Pu-erh. A Sun Pu-erh


le molesta la conducta de su maestro.

76
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Ya sabes que en el Tao no hay división entre lo masculino y lo


femenino. Si separas el yin y el yang el Tao no puede ser alcanzado.
Sun Pu-erh le invitó a que se sentara y se quedó en pie a su
lado, cerca de la puerta. Con cierta aprehensión, le preguntó:
—Señor, sueles pasarte el tiempo meditando en tu habita-
ción. ¿Cuál es el propósito de tu visita?
—Vine porque veo que estás en peligro —contestó Wang
Ch'ung-yang—. Te has distanciado del verdadero hogar. Tu entre-
namiento se ha desequilibrado. Al estar sentada, como «muerta»,
te has vuelto irritable e inflexible. Sabes que lo masculino y lo fe-
menino no pueden existir lo uno sin lo otro. El yin y el yang de-
ben copular. La mujer amarilla debe actuar como el mensajero
para que la pareja pueda unirse. Cuando lo masculino y lo feme-
nino se unen, el feto puede ser concebido. Diez meses después, el
niño puede nacer. Si sigues mis instrucciones, ascenderás a los
cielos y conocerás al emperador de Jade.
Sun Pu-erh salió rápidamente de la habitación y cerró la
puerta tras ella. Fue corriendo hasta la habitación de Ma Tan-
yang, pero no encontró a nadie allí. Los criados le informaron de
que Ma Tan-yang estaba en la sala de meditación, recibiendo ins-
trucciones del maestro Wang. Sun Pu-erh fue allí de inmediato.
Durante todo este tiempo, Wang Ch'ung-yang había estado con
Ma Tan-yang, a quien instruía acerca de la manera de superar las ba-
rreras que nos impiden alcanzar el Tao. Estaban profundamente su-
mergidos en la conversación cuando Wang Ch'ung-yang dijo:
—Alguien te está buscando. Será mejor que salgas a ver lo
que sucede.
Ma Tan-yang salió y se encontró con Sun Pu-erh delante de la
sala de meditación. Ésta cogió a Ma Tan-yang por el brazo y le dijo:
—Ven y mira.
—¿Qué quieres que mire?
—Cuando lleguemos allí, entenderás —replicó Sun Pu-erh.
Le condujo hacia su dormitorio, donde pensó que encontra-
rían a Wang Ch'ung-yang encerrado. Abrió el pestillo y dijo:
—Ten la amabilidad de entrar y mirar.

77
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

Ma Tan-yang no sabía lo que pretendía su esposa, pero entró en


la habitación. Miró a su alrededor y regresó junto a Sun Pu-erh.
—No veo nada inusual. ¿Qué sucede?
—¿Viste al maestro Wang?
—No hay nadie en tu habitación. Además, ha estado conmi-
go todo el día.
Sun Pu-erh no podía creer lo que había oído. Entró en la ha-
bitación, miró en los armarios, debajo de la cama y detrás de las
cortinas.
—Había encerrado aquí a Wang Ch'ung-yang. ¿Cómo es que
no está ahí dentro? Es extraño.
—Nada extraño hay en esto —contestó Ma Tan-yang—. Tu
corazón no estaba claro y fuiste presa de los monstruos de la ilu-
sión.
—No entiendo —dijo Sun Pu-erh—. Pensaba que era disci-
plinada y me había centrado en mi entrenamiento. ¿Cómo me he
desviado y he tenido alucinaciones? Cuando el maestro Wang es-
taba aquí hablándome, era muy real; aún recuerdo claramente
todo lo que dijo. No creo que tuviera alucinaciones ni que soñara
esos incidentes.
—Dime lo que él te dijo —preguntó Ma Tan-yang.
Sun Pu-erh le relató entonces todo lo que Wang Ch'ung-yang
había dicho.
Cuando terminó de contarlo, Ma Tan-yang se echó a reír y
dijo:
—Siempre has sido inteligente, pero esta vez te has equivocado.
—¿En qué me equivoqué? —preguntó Sun Pu-erh.
—Quienes buscan el Tao deben ser humildes y pacientes, y
tener deseos de aprender —contestó Ma Tan-yang—. En caso
contrario, no progresarán. El Tao es ilimitado. Cuando crees que
lo has aprendido todo sobre él, lo has perdido. Te quedaste senta-
da en tu habitación, haciendo lo que te habían enseñado, durante
mucho tiempo. Pensaste que al obtener un progreso habías domi-
nado totalmente los métodos de la alquimia interna. El maestro
Wang vio que te habías estancado hasta el punto de perder lo que

78
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

habías conseguido. Por eso fue a instruirte. El espíritu abandonó


su cuerpo y fue a tu habitación. Así es como pudo estar contigo y
conmigo al mismo tiempo. Con la unión de lo masculino y lo fe-
menino, el maestro Wang no se refería a la relación entre el hom-
bre y la mujer —siguió diciendo Ma Tan-yang—. Se estaba refi-
riendo a las energías yin y yang de nuestro cuerpo. Si las dos
energías están aisladas, tu entrenamiento estará desequilibrado:
tendrás demasiado yang o demasiado yin. El yang es fuego en la
naturaleza. Si el fuego es excesivo, quemarás la hierba. El yin es
agua en la naturaleza. Con el exceso de agua, la hierba se pudrirá.
En cualquiera de los casos, la pildora de oro no se puede materia-
lizar. El yang es la inteligencia clara y conceptual; el yin es la
quietud receptiva e intuitiva. Has tenido demasiado yang en tu
entrenamiento. Analizaste demasiado a expensas de la intuición.
La mujer amarilla es la intención auténtica que puede unir los
opuestos, y unir el yin y el yang. El amarillo es el color del ele-
mento tierra. Ocupa la posición central y pertenece al elemento
madera. El yin ocupa la posición occidental y pertenece al ele-
mento metal. Sin la mujer amarilla, el metal destruirá la madera
igual que un hacha corta un árbol. El yin y el yang estarán en
oposición, en lugar de actuar como parejas complementarias.
Cuando la madera y el metal se unen, es la unión de lo masculino
y lo femenino. La unión tiene lugar en el caldero en donde las tres
hierbas se reúnen y se sellan. Las hierbas no son otra cosa que tu
energía interna en sus tres formas, generadora, vital y espiritual.
En esta unión, tu alma y espíritu se combinan. A eso es a lo que
denominada «la combinación del plomo y el mercurio». De esta
unión, se concibe un feto. Ese feto es el espíritu. Diez es un nú-
mero de lo completo. Cuando el feto se ha nutrido durante un
tiempo suficiente, el espíritu abandona el cuerpo por una abertu-
ra situada en la corona de la cabeza. Asciende a los cielos y se
convierte en inmortal en la esfera del emperador de Jade.
—Hermano, ahora entiendo —dijo Sun Pu-erh cuando Ma
Tan-yang terminó de hablar.

79
10

un Pu-erh sintió como si hubiera despertado de una pesa-


dilla. Ahora, todo le parecía claro.
—Hermano —dijo suspirando a Ma Tan-yang—. De no ser
por tu ayuda, habría permanecido en las profundidades de la ilu-
sión y me habría arruinado. Suelo ser más inteligente en el trato
de los asuntos diarios, pero por lo que respecta al aprendizaje del
conocimiento taoísta, me superas con mucho.
—No es porque capte mejor las instrucciones de nuestro maes-
tro —respondió Ma Tan-yang—, sino porque durante mucho
tiempo cerraste tu mente al aprendizaje de las cosas nuevas. Creíste
haber aprendido todo lo que había que aprender. Tu inteligencia
se convirtió en un obstáculo para el entrenamiento. El aprendiza-
je es ilimitado. No muchos pueden captar esta idea.
—Desde ahora —dijo Sun Pu-erh dándole las gracias a Ma
Tan-yang—, seré humilde y aprenderé lo que haya que aprender.
Ma Tan-yang regresó a su habitación, feliz de que Sun Pu-erh
hubiera comprendido sus errores y estuviera dispuesta a progre-
sar de nuevo.
Unos días después, Ma Tan-yang se preparó para asistir a la
celebración de cumpleaños de una tía, en una población cercana.
Pidió a Sun Pu-erh que le acompañara, pero ella dijo estar enfer-
ma y que no podría hacer el viaje. Ma Tan-yang empaquetó los re-
galos, los cargó en una mula y partió solo.
Sun Pu-erh quedó sentada en su habitación y volvió a pensar
en las palabras de Ma Tan-yang. Se acordaba especialmente de lo
que él había dicho acerca de que ella había perdido su motivación

80
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

para aprender. A solas en la mansión, volvió a pensar esas cosas.


Ma Tan-yang estaría fuera unos días, y los criados estaban atarea-
dos. Sería una buena oportunidad para ir junto a Wang Ch'ung-
yang y pedirle humildemente instrucción. Fue al salón de medita-
ción y encontró a Wang Ch'ung-yang sentado tranquilamente, en
meditación.
—Señor —dijo respetuosamente tras arrodillarse en el um-
bral—. Tu estudiante Sun Pu-erh ha sido estúpida y no apreció
tus enseñanzas. Ahora que Ma Tan-yang me lo ha explicado todo,
siento vergüenza de mí misma y de lo que he hecho. Me gustaría
pedir perdón y tener la esperanza de que vuelvas a instruirme.
Se inclinó varias veces. Wang Ch'ung-yang la saludó y le habló.
—Puedes levantarte. Te describiré los tres vehículos del ca-
mino taoísta. Escucha bien y luego me dirás a qué vehículo aspi-
ras. Quienes buscan ese Tao no están conectados a la vida y la
muerte. El corazón está vacío de forma y libre de polvo. No hay
pensamientos o sentimientos que te aten al plano material. Su ser
es como la Luna brillante en un cielo sin nubes. Con la chispa de
la naturaleza original, intuyen el misterio del cielo y la tierra.
Comprenden los principios que hay detrás de la unión del yin y
del yang, y utilizando los métodos de la alquimia interna regresan
al vacío y emergen con el Tao. Son u n o con el Sol y la Luna, enve-
jecen con el cielo y la tierra y logran el más alto rango de inmor-
talidad en el cielo. Tal es el gran vehículo. Es el camino más rápi-
do y directo a la inmortalidad. Quienes cultivan el vehículo
medio, observan las fiestas de los dioses y los inmortales con ve-
neración, cantan con regularidad los nombres de los dioses y no
toman carne en los días designados como vegetarianos. Sumer-
giéndose en el canto, purifican el corazón y dejan que brille la na-
turaleza original. A su debido tiempo, su espíritu asciende a los
cielos y se convierten en inmortales de rango medio. Quienes cul-
tivan el vehículo inferior, hacen buenos actos, y al hacerlos su na-
turaleza original no se ve manchada. Están contentos y en paz
consigo mismos, tienen una vida larga y saludable. A su debido
tiempo, cuando han acumulado suficientes buenas obras, ascien-

81
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Ch'ung expone los tres niveles del cultivo del Tao. Sun Pu-erh
resuelve ir a Loyang y desfigura su rostro con aceite hirviente.

82
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

den a los cielos y se convierten en inmortales de los rangos infe-


riores.
Cuando Wang Ch'ung-yang terminó de hablar, sonrió y pre-
guntó a Sun Pu-erh:
—¿A qué vehículo aspiras?
—Tu estudiante aspira al gran vehículo.
—Tienes aspiraciones ambiciosas, pero no sé si posees la dis-
ciplina y la perseverancia necesarias para ir por ese camino.
—Señor, mis aspiraciones no son ambiciosas, pero mi volun-
tad es fuerte. Deseo sacrificarlo todo para lograr el gran vehículo.
—Los que cultivan el Tao deben encontrar un lugar que faci-
lite el entrenamiento —dijo entonces Wang Ch'ung-yang—. Al-
gunos lugares están llenos de poder y el entrenamiento en esos
lugares mejora el avance. Hay un poder oculto en la ciudad de
Loyang, y los dioses han ordenado que un inmortal emerja de allí.
Basta con que uno se cultive allí durante diez o doce años para
que se alcance la inmortalidad. ¿Deseas ir allí?
—Deseo ir a cualquier parte si eso es lo que se requiere para
cultivar el gran vehículo.
—No puedes ir —respondió Wang Ch'ung-yang mirando a
Sun Pu-erh y sacudiendo la cabeza.
—Deseo hacer cualquier cosa —dijo entonces Sun Pu-erh—.
Si es necesario, deseo morir.
—La muerte es un desperdicio si con ella nada se consigue
—dijo Wang Ch'ung-yang—. Simplemente quitarte la vida es pri-
varte de la posibilidad de ser inmortal. Loyang está a casi dos mil
kilómetros. Conocerás peligros en el camino. Serás el objetivo de
los hombres que desean tu belleza. Te violarán y te molestarán. Y
para no sentirte avergonzada, te quitarías la vida antes de que te
tocaran. ¿No es eso perder tu vida sin propósito alguno? No sólo
no conseguirás la inmortalidad, sino que perderás lo que el cielo
te ha dado. Por eso digo que no puedes ir.
Sun Pu-erh abandonó el salón de meditación y fue directa-
mente a la cocina. Pidió a los criados que se fueran y llenó un wok
con aceite de cocinar, calentó el aceite y luego vertió agua fría. Al

83
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

hacerlo, chispas de líquido ardiente saltaron del wok. Sun Pu-erh


cerró los ojos y dejó que el líquido le salpicara el rostro, queman-
do su piel de tal forma que, incluso cuando hubieran sido cura-
das, las quemaduras dejarían cicatrices y marcas en todo su ros-
tro. Volvió entonces junto a Wang Ch'ung-yang.
—Contempla la fealdad de mi rostro —dijo—. ¿Me permiti-
rás ahora viajar a Loyang?
—Nunca había visto tanta determinación ni deseo de sacrifi-
cio —comento Wang Ch'ung-yang palmeando con las manos—.
No vine en vano a la provincia de Shantung. Irás a Loyang.
Entonces, Wang Ch'ung-yang enseñó a Sun Pu-erh los méto-
dos de la alquimia interna. Le mostró cómo sumergir el fuego en
el agua, cómo unir el yin y el yang, y cómo concebir y nutrir el es-
píritu. Cuando estuvo convencido de que Sun Pu-erh recordaba y
entendía las instrucciones, le habló así:
—Recuerda que debes ocultar tu conocimiento. No dejes que
la gente sepa que buscas el Tao. Cuando hayas terminado el gran
trabajo alquímico, podrás revelarte y enseñar a los demás. Entre-
tanto, deja que se cure tu cara. Que ni siquiera tus criados conoz-
can tus planes. Márchate en cuanto estés lista. No tienes que ve-
nir a despedirte de mí. Volveremos a encontrarnos en la
celebración de la maduración del melocotón inmortal.
Sun Pu-erh dio las gracias a Wang Ch'ung-yang y abandonó
el salón de meditación. De regreso a su habitación, se encontró
con una criada que gritó al ver el rostro de la señora. Cuando re-
cuperó el habla, preguntó a Sun Pu-erh:
—Señora, ¿qué le ha ocurrido en la cara?
—Estaba cocinando algo para el maestro y por error añadí
agua en el aceite caliente. No me aparté a tiempo y el líquido ar-
diente cayó en mi rostro. No es nada grave.
Sun Pu-erh permaneció encerrada en su habitación durante va-
rios días y pensó de nuevo en las instrucciones de Wang Ch'ung-
yang. Cuando Ma Tan-yang regresó a casa, los criados le contaron
enseguida el accidente de su esposa en la cocina. Ma Tan-yang fue a
la habitación de Sun Pu-erh, vio su rostro y la consoló.

84
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Deberías haber sido más cuidadosa —le dijo con amabili-


dad—. Deja que las criadas se encarguen de la cocina. La señora
de la casa no debería trabajar allí. Ahora, tu hermoso rostro se ha
echado a perder por las cicatrices.
—¿Eres el mensajero de la emperatriz del cielo? —preguntó
ella mirando fijamente a Ma Tan-yang y echándose a reír—. ¿Has
venido a invitarme a que asista a las celebraciones del cielo? Si es
así, ¡vayamos!
Abrió la ventana y saltó fuera. Simulando resbalar deliberada-
mente cayó a tierra y se quedó en ella, gimiendo. Ma Tan-yang sa-
lió corriendo, la rodeó con los brazos y la ayudó a levantarse. Sun
Pu-erh reía y gritaba como una loca. Ma Tan-yang la acompañó a
su habitación y fue a hablar con Wang Ch'ung-yang.
—Señor —dijo Ma Tan-yang en cuanto vio a su maestro—,
mi esposa ha enloquecido. Ha perdido la razón. Dice cosas absur-
das y ríe y llora sin motivo.
—Si no enloquece, ¿cómo va a convertirse en inmortal?
—preguntó Wang Ch'ung-yang.
Ma Tan-yang no entendió el comentario de Wang Ch'ung-
yang. Iba a preguntar a su maestro por el significado de lo que ha-
bía dicho cuando éste movió la mano y le indicó que se fuera. En-
tristecido, Ma Tan-yang regresó a su habitación.
Simulando locura, Sun Pu-erh consiguió que Ma Tan-yang y
todos los demás habitantes de la mansión la dejaran sola. Revisó
repetidamente las instrucciones de Wang Ch'ung-yang hasta que
pudo realizarlas naturalmente y sin esfuerzo. Pasó un mes y Sun
Pu-erh miró su rostro en el espejo. Cicatrices y manchas llenaban
su cara. Como no se había peinado en un mes, ya no era la her-
mosa esposa de un rico comerciante. Se sintió complacida. Ya es-
taba preparada para hacer el viaje a Loyang. Con un trozo de car-
bón, se pintó el rostro y las ropas. Con el aspecto de una mendiga
loca, fue al salón, se echó a reír y salió por la puerta delantera.
Una criada intentó detenerla, pero ella le mordió en el brazo. Gri-
tando de dolor, la criada la soltó. Otros criados alertaron a Ma
Tan-yang. Fue corriendo hasta el salón, pero le dijeron que la se-

85
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

ñora ya había abandonado la casa. Ma Tan-yang y los criados bus-


caron por la ciudad y los campos circundantes a Sun Pu-erh, pero
no pudieron encontrarla.
Sabiendo que Ma Tan-yang la buscaría, Sun Pu-erh se había
ocultado entre un montón de heno de una granja cercana. Escu-
chó las voces de los criados y de su esposo, pero siguió escondida
hasta que oscureció. Cuando todo estaba silencioso, salió de su
escondite y caminó hacia Loyang. Por el camino, durmió en cue-
vas y templos abandonados. Conseguía comida mendigando, y
cuando la gente le preguntaba quién era, se fingía loca y decía co-
sas absurdas. De esa manera, la gente la dejó tranquila y acabó
por llegar sana y salva a Loyang.

86
11

n Loyang, Sun Pu-erh encontró abrigo en una casa aban-


donada. Todos los días, mendigaba en la ciudad. Cuando la gente
intentaba comunicarse con ella, actuaba como si estuviera loca, y
con el tiempo llegó a ser conocida como la «mendiga loca». Por
su locura y la fealdad del rostro, los habitantes de la ciudad la de-
jaban tranquila y pudo practicar la alquimia interior sin distrac-
ciones.
En la ciudad de Loyang había dos vagabundos desaseados
llamados Chang San y Li Ssu. Abordaban a todas las mujeres que
veían y violaban a aquellas que rechazaban su compañía. Un día,
los dos vieron a Sun Pu-erh mendigando en una esquina. Se die-
ron cuenta de que a pesar de los harapos y de las cicatrices del
rostro, Sun Pu-erh era muy atractiva. Aquella noche, cuando
Chang San y Li Ssu regresaban a casa tras haber estado en los bur-
deles, a Chang San se le ocurrió que podían terminar la noche de
diversión con la mendiga loca. Y expresó su deseo a Li Ssu.
—No podemos hacer esto —contestó Li Ssu—. ¿No has oído
decir que quienes se aprovechan de los locos tendrán mala suerte
toda su vida?
—No me preocupan los refranes supersticiosos de las ancia-
nas —replicó Chang San—. No tengo miedo de los dioses del cie-
lo ni de la tierra. Voy a divertirme un poco con esa mujer.
Chang San se apresuró hacia la casa abandonada en donde vi-
vía Sun Pu-erh. Li Ssu le siguió, aunque con aprensión. En cuan-
to vieron la casa abandonada, se reunieron en el cielo siniestras
nubes de tormenta. Enseguida vieron un rayo y escucharon el

87
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

trueno. Cuando Chang San y Li Ssu se recuperaron del sonido en-


sordecedor, se encontraron bajo un lluvia de sólido granizo.
Como estaban en las afueras de la ciudad, tuvieron que correr un
buen trecho antes de encontrar refugio contra las bolas de hielo.
Mientras corrían, Li Ssu habló con su amigo:
—Deberías haberme escuchado. Nos ha caído encima la cóle-
ra del cielo.
Chang San soltó una maldición y trató de correr más rápido to-
davía, pero tropezó con unos leños que ocultaba la alta hierba y
cayó sobre un arbusto espinoso. Magullado y sangrando, se levantó
y se dirigió tambaleante hasta las puertas de la ciudad interior.
Cuando Chang San y Li Ssu entraron en la ciudad interior, el
cielo se había aclarado y brillaba la Luna. Chang San sangraba mu-
cho. Le habían golpeado las grandes bolas de granizo y se había cor-
tado con las afiladas espinas. Li Ssu, en cambio, no había recibido
un solo arañazo. Por lo visto, sólo le había golpeado el granizo más
menudo. Chang San lanzó un suspiró y comentó:
—Estoy convencido. No podemos tocar a esa loca.
—Ahora ya lo sabes —replicó Li Ssu—. Espero que hayas
aprendido bien la lección esta vez y no intentes molestarla de
nuevo.
—La lección está aprendida. Desde ahora ni siquiera camina-
ré en la dirección de esa casa abandonada.
Al siguiente día, Li Ssu relató el incidente a todos sus amigos
y la historia se extendió por la ciudad. Desde entonces, en la ciu-
dad nadie se burló de ella cuando mendigaba o cuando vivía cer-
ca de la casa abandonada. Así pudo estar en paz Sun Pu-erh du-
rante los doce años que vivió en Loyang.
Entre tanto, en la provincia de Shantung, tras la misteriosa de-
saparición de Sun Pu-erh las malas lenguas empezaron a trabajar.
—El amo Ma ha sido estúpido —dijo un hombre—. Dio todas
sus riquezas a Wang Ch'ung-yang, quien las derrochó regalándolas.
Su hermosa mujer se volvió loca porque no podía soportar lo que
estaba sucediendo. Ahora se ha escapado y probablemente se ha
ahogado en algún río.

88
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Los vagabundos son golpeados por una tormenta de granizo. Sun


Pu-erh medita en paz en un habitáculo abandonado.

89
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—La mansión Ma se ha vuelto muy extraña —comentó otro


hombre llamado Chia Jen-an—. Fui allí ayer para visitar al amo
Ma. No había criados en la puerta, por lo que entré directamente
en el salón. El lugar parecía desierto. En el pasado siempre había
mucha gente que iba y venía, pero ahora parece una casa abando-
nada. Vi a un criado y le pedí que me llevara ante su amo. El cria-
do me dijo que el amo Ma estaba en el salón de meditación, en el
jardín trasero. Encontré allí al amo Ma sentado tranquilamente
dentro de una choza. Cuando me vio, salió a saludarme. Le pre-
gunté si tenía alguna información con respecto al paradero de su
esposa. Contestó que ella había seguido su camino, como él el
suyo. Le pregunté entonces lo que había sucedido con su gran
casa, y dijo que había dado a sus criados más jóvenes algo de di-
nero y les había dicho que comenzaran su propia vida. Cuando le
pregunté por las chozas de techo de paja del jardín trasero, me
contó que las habían construido para acomodar a los buscadores
del Tao. Finalmente, abandoné y me fui. Al salir, vi a un criado
anciano y le pregunté por la razón de que el lugar hubiera cam-
biando tan repentinamente, de ser una casa atareada a esa atmós-
fera tranquila, casi monacal. El anciano criado contestó que a
Wang Ch'ung-yang y a Ma Tan-yang les gustaba tener una vida
simple y tranquila, lejos del polvo del mundo cotidiano. También
dijo que Wang Ch'ung-yang es un inmortal que puede ver el futu-
ro, que puede leer la mente de las personas y predecir lo que ha-
rán, y que incluso puede decir cuándo lloverá.
Cuando Chia Jen-an había conseguido un público que pres-
taba atención a los extraños sucesos de la mansión Ma, un ancia-
no del nombre familiar de Pan dijo:
—Si este Wang Ch'ung-yang puede ver realmente el futuro,
vayamos a preguntarle cuándo lloverá. Hace mucho tiempo que
no llueve. Si sabemos cuándo vendrán las próximas lluvias, po-
dremos planear si cosechamos ahora nuestros cultivos o debemos
aguardar.
Todos pensaron que era una buena idea y se reunió un gran
grupo de gente en la mansión Ma. Les recibió Ma Tan-yang, y

90
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

cuando el anciano Pan expresó su pregunta fue a hablar con


Wang Ch'ung-yang.
—Señor, a los aldeanos les gustaría saber cuándo vendrán las
próximas lluvias.
—Diles que vayan al templo de la diosa Tierra que está en la
parte oriental de la ciudad. En el muro verán la fecha en la que
vendrán las lluvias.
Ma Tan-yang transmitió esa información a los aldeanos. És-
tos fueron al templo y encontraron una fila de caracteres débiles
en un muro sombreado. Alguien encendió una antorcha y el an-
ciano Pan leyó en voz alta lo que allí estaba escrito: «La familia
Wang será coronada de perlas. En el día veintitrés del mes, llove-
rá. La boca del monje está llena de barro.»
—Son palabras unidas sin sentido —dijo el anciano volvién-
dose hacia la multitud—. No tienen ninguna lógica.
—¿No observaste la segunda frase? —preguntó Chia Jen-an
entre la multitud—. Dice claramente que lloverá el día veintitrés.
—Eso es una coincidencia —replicó a su vez el anciano
Pan—. Además, la frase está en un contexto totalmente absurdo.
Me temo que todos os habéis dejado engañar por ese autoprocla-
mado inmortal, llamado Wang Ch'ung-yang.
Chian Jen-an no se dejó convencer. Se dirigió hacia los aldea-
nos y les dijo:
—Mirad, hoy es el día diecinueve del mes. Las palabras dicen
que lloverá el día veintitrés. No tenemos que discutir. Aguarde-
mos al día veintitrés antes de decidir si Wang Ch'ung-yang es un
fraude o no. Al fin y al cabo, lo sabremos en sólo cuatro días.
Los aldeanos aprobaron entre murmullos esas palabras y re-
gresaron a su casa. En la mañana del día veintitrés, los cielos apa-
recieron cubiertos de nubes. De pronto empezó a llover y no dejó
de hacerlo hasta muy altas horas de la tarde. Desde ese momento,
Wang Ch'ung-yang fue reconocido sin disputa como un inmortal
que podía ver el futuro. Unos días más tarde, un aldeano de la
parte septentrional de la ciudad, al que se le había perdido un bú-
falo, fue a pedir ayuda a Wang Ch'ung-yang.

91
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Ve al árbol más alto de la parte meridional de la ciudad


—dijo Wang Ch'ung-yang—. Sube a la copa del árbol, donde los
pájaros hacen sus nidos, y encontrarás tu búfalo.
—Maestro —contestó el hombre echándose a reír—. Segu-
ramente bromeas. ¿Cómo va a subirse un búfalo a la copa de un
árbol?
—Si quieres tu búfalo, sube al árbol.
El hombre se fue pensando que nada malo había en subirse al
árbol. Al menos estaría seguro de que no lo encontraría allí. Bus-
có el árbol más alto de la parte meridional de la ciudad y se subió
a su copa. Desde allí podía ver la ciudad entera. Recordando las
palabras de Ch'ung-yang, miró hacia una rama en donde había un
nido de pájaros y vio a su búfalo encadenado dentro de una casa
abandonada. El techo de la casa había caído y permitía ver al ani-
mal, atado a una de sus columnas. De no haberse subido a la copa
del árbol alto, nunca habría visto el búfalo. Resultó que un ladrón
de la ciudad estaba robando ganado y ocultándolo en la casa
abandonada. Aguardaba a la caída de la noche y llevaba a los ani-
males para venderlos en otro pueblo.
En el mismo día que el aldeano encontró su búfalo, un mu-
chacho de trece o catorce años preguntó a Wang Ch'ung-yang:
—Mi hermano lleva mucho tiempo lejos de la aldea, y no he-
mos recibido ningún mensaje. ¿Puedes decirme si regresará?
—Vuelve a casa y pregúntale a tu madre —fue la respuesta de
Wang Ch'ung-yang.
El niño se fue corriendo, pero sin creer lo que Wang Ch'ung-
yang le había dicho. Al entrar en la casa, vio que su madre tenía
en las manos una carta. Nada más ver al hijo, le llamó.
—Hijo mío —le dijo—, ven a leerme esta carta. El mensajero
dijo que es de tu hermano.
El niño leyó en voz alta: «A mi madre: saludos. Desde la
muerte de mi padre me has ayudado a crecer y me has enseñado a
ser un hombre honorable. Ahora tengo la posibilidad de llevar el
negocio que el padre me ha dejado. He viajado mucho y he reali-
zado numerosas y felices transacciones. Por causa de un retraso

92
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

en el envío de unas mercancías, no podré regresar en la fecha que


había prometido. No te preocupes por mí. Cuando sople el viento
del otoño, a mediados del noveno mes, estaré en casa.»
Apenas había terminado la lectura, cuando el niño palmeó de
alegría y dijo:
—¡Es increíble! ¡Es increíble!
La madre iba a preguntarle qué era tan increíble cuando escu-
chó en la puerta las voces de cinco o seis hombres.

93
12

uando el muchacho abrió la puerta, uno de los hombres


le preguntó si conocía el camino a la mansión Ma.
—Si vais a la mansión Ma —contestó el muchacho—, debéis
buscar al inmortal.
—Sí, hemos hecho un largo camino para verle.
—Conozco el camino, no está lejos de aquí. Yo os llevaré.
Llegaron a la mansión Ma y al entrar por la puerta principal
vieron a Ma Tan-yang, quien les saludó. Cuando los hombres le
dijeron que habían ido allí para buscar al maestro del Tao, les
condujo hasta el jardín trasero, a la sala de meditación. En el gru-
po había un hombre llamado T'an Ch'u-tuan, cuyo nombre taoís-
ta era T'an Ch'ang-chen, que significa «Iluminación eterna». Ha-
bía conocido a Wang Ch'ung-yang unos años antes, cuando éste
había ido desde la provincia de Shensi hasta la de Shantung. T'an
Ch'ang-chen tenía una constitución débil y en aquella época esta-
ba gravemente enfermo. Wang Ch'ung-yang le enseñó unas prác-
ticas taoístas para fortalecer su inmunidad a la enfermedad. T'an
Ch'ang-chen no sólo se recuperó notablemente, sino que en los
años en los que había practicado las técnicas su salud había mejo-
rado espectacularmente. Había querido buscar a Wang Ch'ung-
yang para estudiar con él, pero sólo ahora, cuando la fama de éste
se extendió por la provincia de Shantung, pudo enterarse del pa-
radero del maestro. Cuando supo que Wang Ch'ung-yang estaba
en la mansión Ma, inmediatamente buscó a Hao Ta-t'ung, un ami-
go suyo que quería estudiar las enseñanzas del Tao pero no había
podido encontrar un maestro. Hao Ta-t'ung sería conocido más

94
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

tarde por su nombre taoísta, Hao T'ai-ku, que significa «el cami-
no antiguo». Juntos, los dos amigos viajaron desde su pueblo has-
ta el condado de Ning-hai, y por el camino se les unieron otros
que habían oído hablar de la fama de Wang Ch'ung-yang y que-
rían conocerle.
Cuando T'an Ch'ang-chen vio a Wang Ch'ung-yang, se incli-
nó ante él y agradeció al maestro que le hubiera curado unos años
antes.
—Señor —dijo entonces—, ahora que mi salud me lo permite,
quisiera pasar mi vida estudiando las enseñanzas del Tao contigo.
—Las enseñanzas del Tao están abiertas a todos. Eres libre de
tomar lo que quieras. Los que vienen no se vuelven. Los que se
van no serán obligados a quedarse —y dirigiéndose entonces a
Ma Tan-yang, añadió—: enséñales sus chozas de meditación.
Unos días después, llegaron dos hombres a la mansión Ma.
Uno se llamaba Liu Ch'u-yüan. Su nombre taoísta era Liu Ch'ang-
sheng, que significa «vida eterna». Le acompañaba un amigo lla-
mado Wang Ch'u-i. Wang Ch'u-i sería conocido más tarde por el
nombre taoísta de Wang Yü-yang, que significa «yang de Jade».
Cuando expresaron su deseo de estudiar con Wang Ch'ung-yang,
Ma Tan-yang les acompañó hasta el jardín trasero a sus chozas de
meditación.
Con el tiempo, más y más personas se reunieron en la man-
sión Ma. Wang Ch'ung-yang le dijo entonces a Ma Tan-yang que
estableciera reglas y directrices para el entrenamiento. Se asigna-
rían deberes y se establecería un plan de formación. De esta ma-
nera, en pocos años, la mansión Ma se convirtió en un centro de
aprendizaje para quienes buscaban el Tao, tal como Wang
Ch'ung-yang había planeado.
Un día, Wang Ch'ung-yang reunió a todos los estudiantes en
el salón de meditación y les expuso los siguientes principios de la
meditación taoísta.
—El ch'i, o aliento original, es el fundamento de la vida. El
corazón es la fuente del fundamento, y la naturaleza original es el
requisito previo para construir ese fundamento. Se dice que la

95
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Ch'ung-yang expone los métodos de la meditación taoísta.


Cinco buscadores del Tao se reúnen con su maestro.

96
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

distancia entre el cielo y la tierra es de ochenta y cuatro mil mi-


llas. La distancia entre el corazón y los riñones es de ocho y cua-
tro décimos de pulgada. Los riñones son los «riñones internos»,
es decir, una región que está tres pulgadas por debajo del ombli-
go. Aquí todos los canales del cuerpo se encuentran. Dejad que la
respiración quede suspendida ahí y todos los canales se abrirán
cuando espiréis y se cerrarán cuando inspiréis. Los misterios del
cielo y de la tierra están todos encarnados en la espiración y la
inspiración. Si la respiración implica la región del cuerpo que hay
entre el corazón y los riñones, vuestra sangre será saludable y la
circulación será fluida. Si las emociones se disuelven, todas vues-
tras enfermedades se curarán sin hierbas.
«Debéis sentaros y meditar en las horas de tzu, wu, mao y yu
(11.00 p.m.-l.OO a.m., 11.00 a.m.-l.OO p.m., 5.00 a.m.-7.00 a.m.,
5.00 p.m.-7.00 p.m.). Sentaos con las piernas cruzadas en un cojín
o sobre una manta. Tapaos suavemente las orejas con un algodón
y detened toda conversación interior. La respiración ha de ser na-
tural. La espiración y la inspiración se deben hacer sin prisas. De-
jad caer los ojos y centrad la mirada en la región que está tres pul-
gadas por debajo del ombligo. Debéis estar sentados el tiempo
que tarda en arder una barra de incienso. Cuando sintáis que la
respiración es fluida, deberéis sentaros por otro período de una
barra de incienso. Cuando sintáis que vuestra respiración es tran-
quila y lenta, descruzad suavemente las piernas y quitaos el algo-
dón de las orejas. Sentaos relajadamente durante un rato y des-
pués caminad despacio por la habitación. Un tiempo después,
podéis comer medio cuenco de sopa o arroz. No os impliquéis en
actividades rigurosas que pongan en peligro el cuerpo o la mente.
Si lo hicierais así, desharíais cualquier avance que hubierais lo-
grado en la meditación.»
En otra región de Shantung vivía un hombre llamado Ch'iu
Ch'u-chi. Sus padres habían muerto cuando él era joven, y había
sido criado por sus dos hermanos mayores. Ch'iu Ch'u-chi de-
mostró ser un estudiante prometedor en la escuela de la aldea.
Sobresalía en poesía, caligrafía y en los clásicos. Sin embargo, no

97
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

estaba interesado en seguir una carrera al servicio del gobierno.


Mientras otros jóvenes aspiraban a la riqueza y la fama, él prefería
buscar lugares tranquilos donde pudiera sentarse y contemplar.
Cuando sus hermanos intentaban despertar su interés por el fun-
cionariado civil, éste respondía:
—La fama y la riqueza no son permanentes. La búsqueda au-
téntica del conocimiento no debe dirigirse hacia las ganancias
materiales.
Viendo que no podían persuadir a su hermano pequeño para
que fuera funcionario del gobierno, intentaron hacerle interesarse
en la responsabilidad de tener una familia.
—Un hombre debe hacer grandes cosas antes de comprometer-
se con una familia —contestó entonces, y añadió—: hemos nacido
en este mundo con un propósito, y el propósito no es el de luchar
por la riqueza y la fama. La fama y la fortuna son como el polvo. La
gente cree que los bienes materiales lo son todo, pero yo los veo
como las ondas en el agua o las nubes en el cielo. Podemos poseer-
los un tiempo, pero tenemos que deshacernos de ellos al morir.
Sus hermanos vieron que Ch'iu Ch'u-chi no era una persona
ordinaria, y que aceptaba creencias que eran consideradas extra-
ñas por sus contemporáneos. Por eso se dijeron el uno al otro:
«No le forcemos más. Quizá esté destinado a seguir un camino
diferente del de nosotros, los mortales.»
Un día, Ch'iu Ch'u-chi escuchó en el mercado una conversa-
ción que aludía a las notables capacidades de Wang Ch'ung-yang
y a su fama como maestro del Tao. Vio ahí su oportunidad de
aprender de un maestro taoísta. Decidió viajar hasta la mansión
Ma, en el condado de Ning-hai, y suplicar a ese maestro que le re-
cibiera como discípulo. Sin embargo, tenía miedo de que sus her-
manos no aceptaran sus planes, por lo que, sin informarles de
ellos, empaquetó con cuidado algunas pertenencias para el cami-
no y salió del pueblo por la noche.
Cuando Ch'iu Ch'u-chi llegó a la mansión Ma, conoció a Ma
Tan-yang, quien le saludó y le presentó a Liu Ch'ang-sheng y a
Hao T'ai-ku. Le dieron una calurosa bienvenida y dijeron:

98
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Es raro que un hombre joven de tan buen aspecto e inteli-


gencia se sienta atraído por las enseñanzas del Tao. Nos complace
tenerte aquí.
Ma Tan-yang llevó entonces a Ch'iu Ch'u-chi a que conociera
a Wang Ch'ung-yang. Cuando explicó a su maestro que el joven
deseaba cultivar el Tao, éste miró fijamente al joven y sacudió la
cabeza:
—Su mente es demasiado viva, y su inteligencia demasiado
aguda. Es preferible que se vuelva a casa ahora. Si se queda aquí,
provocará muchos problemas.
—Señor —dijo Ch'iu Ch'u-chi inclinándose y arrodillándo-
se—, no hay otra cosa que yo quiera sino estudiar las enseñanzas
del Tao. Reconsidera lo que has dicho y recíbeme como estudiante.
Wang Ch'ung-yang señaló con la mano a Ch'iu Ch'u-chi que se
fuera. Éste salió del salón de meditación, pero no deseaba abando-
nar la mansión. Viendo la sinceridad del joven, Ma Tan-yang supli-
có por él, pero Wang Ch'ung-yang explicó a su primer discípulo:
—No es que mi corazón sea duro y no quiera enseñarle. A este
joven le aguarda mucho sufrimiento si decide seguir el camino de
la inmortalidad. Temo que no sea capaz de soportar esa carga de su-
frimiento y que abandone el camino con lamentaciones y temores.
Al final, dañaría su karma más que si nunca hubiera oído hablar del
Tao. Por eso prefiero que se vaya ahora para que no tenga la posibi-
lidad de incurrir en una grave retribución kármica.
Ma Tan-yang encontró a Ch'iu Ch'u-chi sentado en la sala de
estar, deprimido y triste. No tuvo valor para despedirle, por lo
que le invitó a que permaneciera en la mansión Ma como chico
de los recados. Ch'iu Ch'u-chi aceptó esto agradecido y realizó
sus tareas con diligencia. De vez en cuando, Ma Tan-yang le ense-
ñaba a meditar, dándole algunas de las enseñanzas básicas de la
formación taoísta. Un día, Ch'iu Ch'u-chi habló con Ma Tan-
yang.
—Señor, ha sido muy amable conmigo y te estoy muy agra-
decido. Parece que no puedo estudiar con el maestro Wang en
esta vida. ¿Puedo pedirte a ti que seas mi maestro?

99
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—No puedo serlo. Cuando buscas el Tao, debes encontrar un


maestro iluminado que te guíe. No soy un maestro iluminado.
Tan sólo sé algunas de las técnicas introductorias. No puedo en-
cargarme de la tarea de guiarte en el camino del Tao. Mis conoci-
mientos son todavía superficiales y mi formación inadecuada. No
desesperes, sin embargo. Cuando vea la posibilidad, volveré a ha-
blar con el maestro y le pediré que te acepte como discípulo.
Ch'iu Ch'u-chi le dio las gracias repetidamente a Ma Tan-
yang y se convirtió en miembro de la comunidad de taoístas de la
mansión Ma. Ch'iu Ch'u-chi demostró su capacidad para trabajar
duro y ayudaba en la casa. Aceptaba sus deberes alegremente. Era
cortés y amistoso. A todos los miembros de la comunidad les gus-
taba ese nuevo criado y afirmaban que había aportado mucha ale-
gría y vitalidad a la casa.
Un día, Wang Ch'ung-yang llamó a sus discípulos a la sala de
meditación. Los estudiantes estaban en pie, formando dos colum-
nas, de cara al maestro, a quien escuchaban con atención. Sin que
nadie le viera, Ch'iu Ch'u-chi estaba fuera de la sala de medita-
ción, bajo una ventana, y escuchaba las enseñanzas del maestro.
—He venido hasta la provincia de Shantung para impartir las
enseñanzas del Tao al mundo —explicó Wang Ch'ung-yang—. Mi
objetivo es que todo el mundo escuche las enseñanzas para que
puedan volver al camino del Tao. He visto al inteligente, al estúpi-
do, al ignorante y al bien educado. He sido llamado genio por algu-
nos, y considerado loco por otros. Podéis decir que soy estúpido,
ignorante y de cerebro torpe. ¿Por qué soy estúpido? Porque en mi
estupidez no sé cómo desear. ¿Por qué soy ignorante? Porque en
mi ignorancia no soy impaciente. ¿Por qué soy de cerebro torpe?
Porque con mi cerebro torpe soy incapaz de crear planes para ser
más listo que los demás. Ser estúpido e ignorante me ha vuelto in-
sensible a la atracción por las cosas materiales. Os parecerá extra-
ño, pero simplemente os estoy enseñando a ser estúpidos, ignoran-
tes y de cerebro torpe. Si no conocéis vuestro corazón, no conocéis
el Tao. Por tanto, para cultivar el Tao primero debéis empezar por
cultivar el corazón. Debéis sustituir un corazón de pensamientos y

100
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

deseos errantes por un corazón del Tao. Aquietad vuestros pensa-


mientos y calmad vuestra mente. Domesticad lo salvaje que hay en
vosotros hasta que nada pueda hacer que vuestra mente se mueva.
Domesticar el corazón no es sencillo. Debéis estar en guardia cons-
tantemente. Cuando observéis que vuestra mente se conmueve,
debéis calmarla. Sólo así construiréis unos cimientos fuertes. El mis-
terio del Tao está en el vacío de la mente. Disolved los pensa-
mientos, y el aliento original de la vida aparecerá. El corazón perte-
nece al elemento fuego, y el fuego tiene componentes yin y yang. El
símbolo del fuego es dos líneas continuas (yang) flanqueando una
línea discontinua (yin): Yang y yin se necesitan el uno al otro
para copular y producir la pildora dorada. Los pensamientos que
residen en la mente son como monstruos. Son obstáculos que te
impiden alcanzar el Tao. Si no eres capaz de aquietar tu mente,
nada podrás conseguir y el Tao estará más lejano que nunca.
Mientras Wang Ch'ung-yang exponía a sus estudiantes la im-
portancia de calmar la mente, Ch'iu Ch'u-chi estaba tan absorto
escuchándole que olvidó que debía ocultar que estaba espiando
fuera de la sala de meditación. Con su voz más potente, gritó:
—¡Eso es, eso es! ¡Eso es lo que necesito hacer!
Wang Ch'ung-yang detuvo la lección y volvió a su habita-
ción. Cuando los estudiantes vieron a Ch'iu Ch'u-chi de pie,
avergonzado, fuera del salón, le reprendieron, diciéndole que el
maestro Wang había abandonado su lección porque le había inte-
rrumpido un oyente que no estaba invitado. Ch'iu Ch'u-chi acep-
tó en silencio esas palabras coléricas. Todo el tiempo pensaba
para sí mismo: «El maestro habló de cultivar y domesticar el co-
razón. Pero en realidad se estaba refiriendo al cultivo del Tao,
porque el Tao está en el corazón, por lo que para alcanzar el Tao
primero debo domesticar mi corazón.» Desde ese día, Ch'iu Ch'u-
chi vigiló cuidadosamente sus actos e intentó practicar en su vida
diaria las instrucciones de Wang Ch'ung-yang.

101
10

1 día siguiente, Ch'iu Ch'u-chi volvió a seguir a los estu-


diantes hasta el salón de meditación y se quedó de nuevo a escu-
char bajo una ventana. Aquel día, Wang Ch'ung-yang habló sobre
la importancia de disolver el egoísmo.
—Quienes cultivan el Tao deben prestar atención a todos los
detalles de su vida cotidiana. Si hay el menor rastro de egoísmo, el
corazón sigue siendo impuro y se interpone un obstáculo en el ca-
mino entre vosotros y el Tao. Cuando el egoísmo surge, el cielo an-
terior se pierde. Cuando el cielo anterior se pierde, desaparece el
aliento original de la vida. El egoísmo es como el mal fuego. Cuan-
do el fuego malo te quema, el aliento original se disuelve. ¿Cómo
van a surgir los fuegos buenos que calientan las hierbas cuando el
fuego malo ocupa su lugar? ¿Cómo va a emerger el espíritu autén-
tico si el aliento original de la vida está bloqueado por la importan-
cia que nos damos a nosotros mismos? Ahora que sabéis esto,
¿cómo intentaréis disolver el egoísmo? ¿Intentaréis domesticar
vuestros pensamientos desbocados? La mente no debe ser conmo-
vida por las ataduras. Sólo en la ausencia de ataduras puede culti-
varse la quietud. En la quietud, el espíritu yang crecerá y las impu-
rezas del cuerpo se reducirán. Es mediante la quietud como los
bodhísattvas y los inmortales taoístas alcanzan su iluminación.
De nuevo Ch'iu Ch'u-chi fue incapaz de controlar su reacción,
y sus exclamaciones en voz alta detuvieron la lección del maestro.
Esta vez, Wang Ch'ung-yang pidió al culpable que entrara en el
salón. Cuando Wang Ch'ung-yang vio quién era, se volvió hacia
Ma Tan-yang y le dijo colérico.

102
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Te advertí que te ocuparas de que regresara a su casa. ¿Por


qué sigue aquí?
Liu Ch'ang-sheng, Hao T'ai-ku, Wang Yü-yang y T'an Ch'ang-
chen suplicaron todos en nombre de Ch'iu Ch'u-chi, diciendo:
—Ch'iu Ch'u-chi llegó con sinceridad para buscar el Tao; te
rogamos que le dejes quedarse.
—Dije que se fuera porque temo que no sea capaz de sopor-
tar los sufrimientos que encontrará en la búsqueda de la ilumina-
ción —contestó Wang Ch'ung-yang—. No quiero que abandone
el camino lamentándose cuando las cosas se pongan difíciles. Re-
cibiría con ello penas kármicas.
Liu Ch'ang-sheng volvió a suplicar. Entonces, habló de nue-
vo Wang Ch'ung-yang.
—De acuerdo, le aceptaré como discípulo —afirmó, y añadió
después volviéndose hacia Ma Tan-yang y los demás—. Te lo con-
fío. Cuida de él y procura que no se meta en problemas.
Wang Ch'ung-yang dio entonces a Ch'iu Ch'u-chi el nombre
taoísta de Ch'iu Ch'ang-ch'un, que significa «primavera eterna».
Tras una breve ceremonia de iniciación, Ch'iu Ch'ang-ch'un se
unió oficialmente a la hermandad de los discípulos Wang
Ch'ung-yang.
Unos meses más tarde, Wang Ch'ung-yang habló con Ma
Tan-yang.
—Reúne a todos los estudiantes fuera del salón de medita-
ción y levanta un altar. Deseo hablarles a todos allí.
Los estudiantes se reunieron y permanecieron respetuosa-
mente en sus filas. Wang Ch'ung-yang tomó asiento delante del
altar y habló.
—Hoy expondré el significado de la quietud. Si entendéis el
significado de la quietud, no sólo entenderéis el Tao, sino que po-
dréis administrar una familia y gobernar un reino. Hay un signifi-
cado oculto profundo en la palabra «quietud». Muchos hablan de
ella, pero pocos entienden realmente lo que es. Para llegar a la raíz
de la quietud, hay que ver el mundo como un vacío. Se entra en la
quietud cortando las ataduras con todo lo que la interrumpe.

103
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

Wang Ch'ung-yang deshace el retiro monacal y viaja con sus


discípulos.

104
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Cuando estáis en estado de quietud, necesitáis manteneros alerta y


disolver los pensamientos errantes antes de que la contaminen.
Así, las distracciones desaparecerán antes de que surjan. ¿A qué
nos referimos cuando hablamos de mantener la quietud? Quietud
auténtica es cuando una montaña cae delante de ti y no te atemori-
zas. Es cuando una hermosa mujer o un hermoso hombre están
delante de ti y tus deseos no se despiertan. En la quietud, un padre
puede enseñar pacientemente a un hijo travieso. En la quietud, un
hermano mayor puede instruir al joven. En la quietud, el esposo y
la esposa pueden vivir en armonía. En la quietud, los amigos pue-
den abrir mutuamente sus mentes. En la quietud, el gobernante
puede atender al bienestar del gobernado. Así, la quietud es el cen-
tro de la actividad, pero en la actividad hay quietud. Los budistas
dicen: «Limpia la mente y mira la naturaleza original». Sólo en la
quietud puede limpiarse la mente y contemplarse la naturaleza ori-
ginal. Los confucianos dicen: « Conoce las profundidades de tu na-
turaleza mediante la razón». Sólo en la quietud puede la razón al-
canzar las profundidades de tu naturaleza. Los taoístas dicen:
«Cultiva tu naturaleza auténtica y domestica tu corazón». Sólo en
la quietud puede ser domesticado el corazón y cultivarse la natura-
leza auténtica. Por tanto, el cultivo de la quietud es el fundamento
de las tres religiones (confucianismo, budismo, taoísmo). Así
como el movimiento de la primavera es precedido por la quietud
del agua, es en la quietud donde nace la acción espontánea.
Cuando Wang Ch'ung-yang terminó de hablar y miró a sus
estudiantes, supo que sólo seis de ellos alcanzarían finalmente el
Tao. Eran Ch'iu Ch'ang-ch'un, Liu Ch'ang-sheng, Wang Yü-yang,
T'an Ch'ang-chen, Ma Tan-yang y Hao T'ai-ku. Los demás estu-
diantes abandonarían antes o después el camino. En algunos de
ellos, el entusiasmo se desgastaría. Otros no tendrían la discipli-
na. Y en la mayoría de los casos, el atractivo del mundo material
sería más fuerte que su motivación para cultivar el Tao. Dio a sus
seguidores la lección de la quietud para que incluso los que aban-
donaran la instrucción taoísta pudieran beneficiarse de las ense-
ñanzas y llevar una vida virtuosa.

105
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Apenas el maestro había terminado de hablar, Ch'iu Ch'ang-


ch'un no pudo contenerse y empezó a dialogar en voz alta con al-
gunos de los estudiantes acerca de lo que él pensaba que eran las
implicaciones de la lección de Wang Ch'ung-yang. Éste miró ha-
cia Ch'iu Ch'ang-ch'un y dijo con voz rigurosa:
—Habéis escuchado las enseñanzas del Tao pero todavía no
habéis alterado vuestros malos hábitos. Habéis sido instruidos en
los principios del cultivo del corazón, pero todavía no habéis en-
tendido. Pensáis que sois inteligentes, pero mostráis una ignoran-
cia total de todo lo que os he enseñado. Os lanzáis a extraer con-
clusiones sin siquiera haberlas pensado. Jugáis con las ideas, pero
nunca las ponéis en práctica. Habéis roto las normas de la ins-
trucción una y otra vez. No quiero que me molestéis más. Maña-
na iré al sur a visitar a unos amigos. Liu Ch'ang-sheng, Wang Yü-
yang, T'an Ch'ang-chen y Hao T'ai-ku me acompañarán. Ma
Tan-yang permanecerá en la mansión y se ocupará de las cosas
mientras estoy fuera. Los demás estudiantes podéis quedaros o
iros. Regresaré dentro de un año.
Aquella noche, casi todos los estudiantes reunieron sus per-
tenencias y planearon el regreso a casa. Muchos pensaban con
nostalgia en su casa y querían ver a sus padres, esposa e hijo. Al
amanecer, casi todos se habían ido. Ma Tan-yang preparó cinco
conjuntos de túnicas taoístas, sombreros de paja y sandalias para
su maestro y sus cuatro discípulos. Vestidos como monjes taoístas
mendicantes y errantes, los miembros del grupo abandonaron la
mansión Ma. Ma Tan-yang siguió a su maestro un breve trecho y
se despidió en los límites de la ciudad. Al regresar, vio a Ch'iu
Ch'ang-ch'un.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Ma Tan-yang.
—Sigo al maestro —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—¿No oíste que el maestro decidió irse porque le había
molestado tu conducta? Si insistes en ir con él, eso te hará in-
feliz.
—Sé que el maestro no está realmente enfadado. Me reprendió
porque quería que aprendiera. Si no le sigo, seré un desagradecido.

106
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—No puedes irte así, no vas vestido con las túnicas taoístas.
Causarás muchos problemas al maestro y a los demás si vistes de
forma diferente. Regresemos a la mansión y te conseguiré las
prendas apropiadas.
Ch'iu Ch'ang-ch'un dio las gracias a Ma Tan-yang. Poco des-
pués, vestido con las ropas taoístas, se apresuró por el camino y al
poco tiempo vio a Wang Ch'ung-yang y a los demás.

107
14

uando Ch'iu Ch'ang-ch'un llegó junto al grupo de Wang


Ch'ung-yang empezaba a anochecer. Habían caminado el día en-
tero sin detenerse para comer. Ahora que estaban cerca de un
pueblo, Ch'iu Ch'ang-ch'un pensó que podía mendigar un poco
de arroz y verduras para su maestro. No sabía cómo se mendigaba
siendo monje, pero decidió intentarlo. Tímidamente, llamó a una
puerta. Los perros ladraron y un campesino la abrió. Cuando vio
la prenda de monje de Ch'iu Ch'ang-ch'un, desapareció en el inte-
rior y regresó pronto con un cuenco de arroz. Ch'iu Ch'ang-ch'un
mendigó en varias casas y tuvo comida más que suficiente para su
maestro. Se apresuró y encontró a Wang Ch'ung-yang y a los de-
más debajo de un árbol. Al acercarse, vio que su maestro hablaba
con Liu Ch'ang-sheng y con Hao T'ai-ku.
—Es de noche y hemos caminado todo el día. ¿Trajisteis di-
nero suficiente para comprar comida?
—Señor —respondió Liu Ch'ang-sheng—, teníamos prisa y
nos olvidamos de preparar dinero para el viaje.
—Si no tenemos dinero, debéis ir todos al pueblo a mendigar
comida. Os aguardaré aquí.
Cuando Wang Ch'ung-yang se quedó solo, Ch'iu Ch'ang-ch'un
se adelantó y ofreció a su maestro el arroz y las verduras que había
mendigado a tres aldeanos de corazón bondadoso. Wang Ch'ung-
yang miró a Ch'iu Ch'ang-ch'un colérico y exclamó:
—No quiero que me molestes. Llévate tu comida.
Ch'iu Ch'ang-ch'un intentó presentar de nuevo la comida a
su maestro, pero éste se dio la vuelta y se fue. En ese momento re-

108
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

gresaron los cuatro discípulos. Cada uno había conseguido un


poco de arroz y cereales. Liu Ch'ang-sheng presentó su parte a
Wang Ch'ung-yang. El maestro se sentó, comió un poco y se lo
devolvió al discípulo. Los discípulos tomaron una comida frugal
y siguieron el viaje. De noche ya cerrada, llegaron a un santuario
abandonado. Liu Ch'ang-sheng y los otros discípulos limpiaron
una esquina y colocaron allí la colchoneta de meditación del maes-
tro. Wang Ch'ung-yang meditó toda la noche mientras los demás
dormían. Al día siguiente, se despertaron pronto y prosiguieron el
viaje.
Todo el tiempo, Ch'iu Ch'ang-ch'un les seguía detrás. Llega-
ron a otro pueblo, y cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un caminaba junto a
un arrozal, un campesino le llamó.
—Joven maestro, detente en mi casa y tendremos el honor de
cenar con un monje taoísta.
—Mi maestro y hermanos mayores van por delante —contes-
tó Ch'iu Ch'ang-ch'un dándole las gracias por su amabilidad—,
pero todavía no se han detenido para la cena. ¿Cómo voy a comer
contigo ignorando a mi maestro?
—Eso no es problema —contestó el campesino—. Come con
mi familia y cocinaremos algo más para que se lo lleves a tu maes-
tro y hermanos.
Ch'iu Ch'ang-ch'un tomó una comida completa en la casa del
campesino y empaquetó cinco raciones de arroz y verduras para
Wang Ch'ung-yang y los demás. Al poco tiempo, les alcanzó.
Wang Ch'ung-yang acababa de decir a los discípulos que mendi-
garan en las casas cercanas. Respetuosamente, Ch'iu Ch'ang-
ch'un ofreció a su maestro el arroz y las verduras preparadas por
el generoso campesino.
—Esto procede de una familia —contestó Wang Ch'ung-yang
mirando el paquete de comida—. No quiero comerlo. ¿No cono-
ces las reglas de la mendicidad? La comida debe proceder de mu-
chas casas, no sólo de una.
Se dio la vuelta y se marchó. Ch'iu Ch'ang-ch'un no sabía qué
hacer. Su maestro no comería lo que él había mendigado. Devol-

109
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Ch'ung-yang pone a prueba a Ch'iu Ch'ang-ch'un.

110
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

ver la comida a la amable familia haría que estos se sintieran re-


chazados. En cualquier caso, había un largo camino de regreso
hasta allí y si su maestro y los demás se iban, no podría alcanzar-
les. Se quedó ahí en pie, temblando y sudando, durante largo
tiempo. Estaba empezando a desesperarse cuando vio que regre-
saban sus hermanos mayores. Habían tenido poca suerte reunien-
do comida y dieron la bienvenida a las raciones de arroz y verdu-
ras de Ch'iu Ch'ang-ch'un. Los cuencos se vaciaron pronto; la
noche estaba cayendo cuando emprendieron de nuevo el viaje.
Ch'iu Ch'ang-ch'un pensó para sí mismo: «Mi maestro proce-
de de la provincia de Shensi. No le gusta el arroz. Mañana trataré
de mendigar un poco de pan y tallarines». Al día siguiente, Ch'iu
Ch'ang-ch'un consiguió algo de pan al pasar por una pequeña po-
blación. Le presentó la hogaza a Wang Ch'ung-yang.
—Te dije que no comería lo que mendigaras, así que fuera de
mi vista.
Se dio la vuelta y se marchó con paso vigoroso. ¿Por qué
Wang Ch'ung-yang se comportaba con tanta dureza con Ch'iu
Ch'ang-ch'un e ignoraba su buena voluntad? Wang Ch'ung-yang
tenía sus motivos. Ch'iu Ch'ang-ch'un era el más joven de todos
sus discípulos. A diferencia de Ma Tan-yang, Liu Ch'ang-sheng y
los otros, Ch'iu Ch'ang-ch'un no tenía experiencia suficiente de la
vida para haber templado su corazón mediante la dificultad. Así,
Ch'iu Ch'ang-ch'un necesitaba verse expuesto a la dureza de la
vida y poner a prueba su temperamento una y otra vez hasta que
Wang Ch'ung-yang estuviera convencido de que su estudiante es-
taba hecho del calibre necesario de aquel que quiere alcanzar el
Tao. Pero Ch'iu Ch'ang-ch'un era una persona extraordinaria.
Aunque joven, tenía fuertes cimientos y no sucumbía a las prue-
bas q u e su maestro le planteaba. No sólo no provocaban en él có-
lera y resentimiento, sino que soportaba la dureza con respeto y
consideración continuas hacia su maestro y hacia sus hermanos
mayores.
Pasaron dos meses y llegó el invierno. El clima se hizo frío.
Comenzó a nevar. Un anochecer, los discípulos recogieron algo

111
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

de leña y encendieron una pequeña hoguera en el salón principal


de un templo abandonado. Ansiosamente, cada uno de ellos ca-
lentó el cuenco de comida junto al fuego. Cuando Wang Ch'ung-
yang vio esto, arrojó todas las ramas secas al fuego. Las llamas
brotaron y el humo llenó la habitación. Tosiendo, los discípulos
salieron corriendo hasta el patio del templo. Rápidamente, Wang
Ch'ung-yang cerró la puerta y pasó el pestillo. Los discípulos
quedaron fuera, con el frío. Intentaron abrir la puerta, pero sin
conseguirlo. Temerosos de turbar la meditación del maestro, se
apretujaron unos contra otros, temblando. Liu Ch'ang-sheng re-
cordó de pronto que su maestro les había enseñado a poner en
circulación su energía interna para mantener el calor y sugirió a
los otros que lo intentarán para ver si esa técnica surtía efecto.
Tras poner en circulación durante un tiempo la energía interna,
los discípulos comenzaron a sentir el calor dentro de su cuerpo.
Permanecieron sentados en el patio del templo hasta el amanecer.
Cuando se levantó el Sol, Wang Ch'ung-yang abrió la puerta
del templo. Los estudiantes entraron en el salón principal y Wang
Ch'ung-yang les dijo con gesto severo:
—No podéis soportar el calor y el humo, y tenéis miedo del
frío. Queréis mantener el calor de la forma fácil, calentando vues-
tra comida y sentándoos cerca de un fuego, sin saber que el fuego
auténtico está dentro de vosotros. Sois perezosos, blandos e indis-
ciplinados. Si no podéis soportar la dureza, si no deseáis practicar
lo que os he enseñado, ¿cómo esperáis alcanzar el Tao? —pre-
guntó el maestro dirigiéndose entonces hacia Wang Yü-yang—.
Tráeme la vara disciplinaria. Por vuestra conducta de la última
noche, todos merecéis veinte azotes.
Los discípulos quedaron en pie en silencio y aguardaron su
castigo. Ch'iu Ch'ang-ch'un se arrodilló delante de su maestro y
suplicó:
—Señor, hacer un fuego y calentar la comida fueron ideas
mías. Todo fue falta mía. Deseo recibir todo el castigo.
—Si deseas recibir el castigo de ellos —contestó Wang
Ch'ung-yang mirándole fijamente—, recibirás entonces un total

112
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

de cien golpes, veinte por cada uno de los cuatro y veinte por ti
mismo.
Al oír el comentario del maestro, Liu Ch'ang-sheng, Hao T'ai-
ku, Wang Yü-yang y T'an Ch'ang-chen suplicaron a Wang
Ch'ung-yang que le perdonara. Todos se arrodillaron delante del
maestro y le suplicaron ser golpeados en lugar del joven.
—Tenéis un amor fraternal los unos por los otros —respon-
dió Wang Ch'ung-yang, mirándoles y suspirando—. Por esta vez,
os perdonaré a todos. Pero acordaos de no repetir vuestros errores
—y volviéndose hacia Liu Ch'ang-sheng, añadió—: he perdido el
entusiasmo por el viaje. No proseguiremos hacia el sur. Regrese-
mos ahora a Shantung.
Los discípulos recogieron sus pertenencias, se despidieron
del cuidador del templo en ruinas y reemprendieron el viaje de
vuelta al condado de Ning-hai. Ch'iu Ch'ang-ch'un se adelantó
hacia la mansión Ma para informar a Ma Tan-yang del regreso del
maestro.

113
15

uando se supo que Wang Ch'ung-yang había regresado a


la mansión Ma, quienes se habían ido empezaron a retornar. A los
pocos días, la mansión Ma era un hervidero de actividad. Aunque
pareció renovarse el antiguo entusiasmo de todos, Wang Ch'ung-
yang se dio cuenta de que casi todos los que estaban allí eran o
poco sinceros o no tenían la disciplina suficiente para buscar el
Tao. Pensó para sí mismo: «Estos están aquí porque su interés se
despertó en un momento, o porque tienen miedo de la muerte, o
porque siguen a la multitud. Ninguno de ellos tiene la disciplina
y la sinceridad para cultivar el Tao. Si permanecen aquí, distrae-
rán a los que son sinceros. He de encontrar una manera de que se
vayan.» Unos momentos después, encontró su plan. Inmedia-
tamente, comenzó a toser violentamente, emitiendo un fuerte
gorgoteo. Cuando los discípulos llegaron corriendo a su habita-
ción, Wang Ch'ung-yang habló.
—No fui cuidadoso en el camino y he debido de contraer una
extraña infección.
Abriendo su túnica reveló llagas y forúnculos en todo el cuer-
po. Ma Tan-yang, Liu Ch'ang-sheng y Ch'iu Ch'ang-ch'un acudie-
ron inmediatamente a buscar un doctor. Wang Ch'ung-yang tomó
la medicina que le recetaron, pero las erupciones y forúnculos
empeoraron. De las erupciones fluía la pus y eran pocos los que
podían soportar ese olor.
Muchos de los estudiantes comenzaron a murmurar entre
ellos: «Vinimos para aprender de un inmortal. Wang Ch'ung-
yang está tan enfermo que ni siquiera puede salvarse a sí mismo.

114
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

¿Cómo nos va a ayudar a nosotros? Quizá debiéramos ir a casa o


buscar otro maestro. Aquí estamos perdiendo el tiempo.»
Así, de uno en uno, los estudiantes comenzaron a marcharse.
Dos días después, todos lo habían hecho excepto Ma Tan-yang,
Ch'iu Ch'ang-ch'un, Liu Ch'ang-sheng, Hao T'ai-ku, T'an Ch'ang-
chen y Wang Yü-yang. Wang Ch'ung-yang les citó a todos en la
sala y habló con ellos.
—Mañana, a las once del medio día, moriré. Desde mi llega-
da a la casa de Ma Tan-yang, he gastado su riqueza en ayudar a
los pobres y construir un retiro. Casi todo el dinero ha desapare-
cido ya. Un funeral elaborado cuesta dinero y no debéis vender
propiedades para cubrir esos gastos. Por tanto, no dispondréis ce-
remonias funerales ni canto de monjes para mí. Ni siquiera debéis
guardarme luto. Conseguid un ataúd y poned mi cuerpo en él.
Ch'iu Ch'ang-ch'un, T'an Ch'ang-chen, Hao T'ai-ku y Wang Yü-
yang llevarán el ataúd. Liu Ch'ang-sheng conducirá el grupo has-
ta el monte Chung-nan, en la provincia de Shensi. En el lugar en
donde las cuerdas se rompan, deberé ser enterrado. Si no hacéis
lo que os digo, no descansaré en paz.
A la mañana siguiente, Wang Ch'ung-yang volvió a reunir a
sus seis discípulos en el salón de meditación para hablarles.
—El cultivo dual de la vida y de la naturaleza original (la
mente) es la esencia de mis enseñanzas. Si sólo cultiváis la vida,
vuestras virtudes serán incompletas. Si sólo cultiváis la mente,
vuestro cuerpo será impuro. Por tanto, debéis equilibrar vuestro
entrenamiento externo e interno. Externamente, debéis ser cuida-
dosos con todos vuestros actos. Tened cuidado de lo que decís, de
lo que pensáis, de lo que hacéis y de cómo os sentís. Vigilad vues-
tras intenciones. Vuestra mente debe haberse vaciado de deseos.
Internamente, debéis disolver todas las ideas de la forma. Las téc-
nicas de cultivar lo interior no pueden captarse mediante la for-
ma. Si retenéis incluso una mota de la forma, vuestros fuegos no
serán auténticamente yang y vuestro cuerpo no será puro. Los
obstáculos al entrenamiento son la pereza, la impaciencia y el de-
seo de resultados. Por eso la gente se estanca en su desarrollo, o

115
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Ch'ung-yang abandona su envoltura mortal y el reino de los


mortales. Los discípulos llevan el ataúd del maestro a Shensi para
enterrarlo.

116
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

intenta practicar técnicas que están más allá de su capacidad, o


están demasiado unidos al progreso. No sólo no pueden alcanzar
el Tao, sino que corren riesgo y dañan el cuerpo.
Wang Ch'ung-yang regaló entonces un libro a Ma Tan-yang y
dijo:
—Este libro contiene mis enseñanzas. Muestra las maneras
de cultivar el Tao. Los seis deberéis consultarlo a menudo. Os ad-
vertirá lo que debéis hacer cuando encontréis problemas. La teo-
ría que hay tras las técnicas es fácil de entender. La dificultad de
estos métodos está en la práctica. No tenéis que preocuparos por
vuestra amiga Sun Pu-erh. Ella está a punto de convertirse en in-
mortal. Ya no tengo que preocuparme de ella. Pero todos los que
estáis aquí encontraréis obstáculos en vuestro entrenamiento. Liu
Ch'ang-sheng, no has vaciado tu mente de las formas y la atrac-
ción sexual. Hao T'ai-ku, debes errar hacia el este y el oeste, pero
no alcanzarás el Tao hasta que hayas escalado las montañas llenas
de riscos. T'an Ch'ang-chen, tu encuentro con quien se llama Ku
te mostrará que todavía sigues aferrado a lo preconcebido. Wang
Yü-yang, tus poderes no madurarán hasta que te encuentres con
alguien llamado Yao. Ch'iu Ch'ang-ch'un, la dureza de tu vida no
terminará hasta que llegues al río que fluye sobre muchos cantos.
Tras pronunciar esas palabras, Wang Ch'ung-yang dejó de res-
pirar. Los discípulos siguieron las instrucciones de Wang Ch'ung-
yang y pusieron su cuerpo en un ataúd. Lo ataron con cuerdas y, a la
mañana siguiente, conducidos por Liu Ch'ang-sheng, Ch'iu Ch'ang-
ch'un, Hao T'ai-ku, T'an Ch'ang-chen y Wang Yü-yang, lo levanta-
ron y empezaron su largo viaje hacia Shensi.
Por el camino, los discípulos se encontraron con muchas
gentes que deseaban presentar sus últimos respetos al maestro.
Algunos eran antiguos estudiantes de Wang Ch'ung-yang, los
mismos que le habían abandonado cuando descubrieron su do-
lencia. Otros habían oído hablar de la fama de Wang Ch'ung-yang
y simplemente eran curiosos. Sin embargo, durante toda su vida
Wang Ch'ung-yang había detestado siempre a las personas con
intereses que no eran sinceros. Cuando esas personas se acerca-

117
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

ban al féretro, del ataúd salía un olor apestoso. La multitud se dis-


persó pronto. Desde entonces, siempre que las multitudes de cu-
riosos se reunían alrededor del féretro, salía del ataúd un olor in-
soportable que les hacía alejarse.
A medida que los discípulos viajaban hacia el oeste, iban des-
cubriendo que siempre había personas de buenos deseos dispuestas
a proporcionarles comida diaria. Incluso cuando estaban lejos de
los asentamientos humanos, alguien se les acercaba en el camino y
les ofrecía arroz y verduras. Además, todas las noches encontraban
un santuario o una casa abandonada a modo de abrigo.
Una noche, cuando llevaban dos meses en el camino, Ch'iu
Ch'ang-ch'un empezó a pensar que algo extraño sucedía, y dijo
para sí: «En Shantung, el maestro tenía muchos admiradores, por
lo que no era extraño que hubiera gentes de buen corazón que
nos proporcionara comida todos los días, pero ahora nos encon-
tramos en regiones en las que el maestro no era bien conocido.
¿Cómo es que seguimos encontrándonos en el camino con esas
gentes de buen corazón? Algo extraño debe de estar sucediendo.»
Hacia el mediodía siguiente, los discípulos vieron que se
acercaba alguien con dos cestas de comida. Mientras Liu Ch'ang-
sheng le daba las gracias y los otros discípulos empezaban a co-
mer, Ch'iu Ch'ang-ch'un preguntó a su benefactor:
—¿Cómo sabías que estábamos aquí? ¿Por qué nos traes co-
mida?
—Esta mañana, un monje taoísta vestido con túnica amarilla
vino a mi casa y me pidió que llevará comida suficiente para cin-
co monjes taoístas que acarreaban un ataúd. También me dijo que
hacia el mediodía estarían en el camino a unos quince kilómetros
de mi casa y que si realizaba esa buena acción los dioses me re-
compensarían.
A la mañana siguiente, temprano, cuando los discípulos iban
a partir, Ch'iu Ch'ang-ch'un se acercó a Liu Ch'ang-sheng para
hablarle.
—Hermano, tengo un fuerte dolor de estómago y necesito
apresurarme a la siguiente ciudad para conseguir alguna medici-

118
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

na. ¿Puedes llevar el féretro del maestro por mí mientras yo me


adelanto?
Liu Ch'ang-sheng, amable como siempre, nada sospechó, y
consintió la petición de Ch'iu Ch'ang-ch'un. Mientras los demás
avanzaban lentamente, Ch'iu Ch'ang-ch'un corrió hasta la ciudad
más próxima. Al acercarse a la plaza del mercado, vio a un monje
taoísta vestido con túnicas amarillas. Tras seguirle un rato, reco-
noció que la voz y la forma de andar del monje se parecían a las
de su maestro. Ch'iu Ch'ang-ch'un ya no pudo soportarlo más. Se
plantó delante del monje y le habló.
—Maestro, tu estudiante está aquí para servirte.
—¡Estúpido! —respondió Wang Ch'ung-yang dándose la
vuelta—. No entiendes la importancia de mantener los secretos
del cielo. Ahora lo has echado todo a perder. Ya has preparado
más obstáculos para ti en tu búsqueda del Tao.
Tras decir aquello, Wang Ch'ung-yang desapareció. Ch'iu
Ch'ang-ch'un se arrepintió de su locura, pero era demasiado tar-
de. Desde entonces, nadie se encontró con los discípulos y les
proporcionó comida, y los habitáculos abandonados fueron difí-
ciles de encontrar. Los discípulos se vieron obligados a gastar la
pequeña cantidad de dinero que Ma Tan-yang les había dado. Ha-
bía pasado medio mes cuando llegaron a la ciudad de Changan, y
habían gastado casi todo el dinero. Por suerte, estaban cerca de su
destino, pues el monte Chung-nan no estaba lejos.
Un día, al acercarse a una zona de agradables colinas y pen-
dientes arboladas, las cuerdas con las que sujetaban el ataúd se
rompieron. Mientras los discípulos dejaban cuidadosamente el
ataúd en el suelo, se adelantó hacia ellos un anciano y les dijo:
—¿Sois los que han caminado desde la provincia de Shan-
tung con este ataúd?
—Sí, somos nosotros —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Anoche tuve un sueño en el que mi amigo Wang T'ieh-
hsin me dijo que había muerto y que sus discípulos llegarían con
su cuerpo al día siguiente. Me pidió entonces que le diera un tro-
zo de mi tierra para que lo enterraran allí. Wang T'ieh-hsin y yo

119
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

fuimos buenos amigos. Estudiamos juntos en la escuela y después


fuimos a pasar los exámenes imperiales. Le dije que me sentiría
honrado de cumplir su último deseo. Le pregunté entonces cuán-
do llegarían sus discípulos y me dijo que estarían aquí al medio-
día. El sueño fue tan vivo que al despertar decidí venir aquí y es-
peraros.
Ch'iu Ch'ang-ch'un relató entonces al anciano el deseo de
Wang Ch'ung-yang de ser enterrado en el monte Chung-nan, en
el lugar en donde se rompieran las cuerdas.
—El ataúd de vuestro maestro descansa ahora en tierras de
mi propiedad. Honremos el último deseo del maestro y enterré-
moslo aquí.
Hizo una señal a sus criados y les dijo que cavaran un aguje-
ro funerario. Los discípulos administraron los últimos ritos a
Wang Ch'ung-yang y el ataúd fue descendido lentamente a tierra.
Se levantó un montículo de enterramiento y cuando los discípu-
los se preparaban para irse, el anciano les pidió que fueran a su
casa a cenar. Los discípulos aceptaron la invitación del anciano;
después de la cena, Ch'iu Ch'ang-ch'un y Liu Ch'ang-sheng pre-
guntaron la dirección del pueblo natal de Wang Ch'ung-yang,
pues les parecía adecuado notificar su defunción a sus parientes.

120
16

h'iu Ch'ang-ch'un y los otros discípulos llegaron al pue-


blo de Ta-wei. En lugar de una ciudad próspera, vieron edificios
en ruinas y granjas abandonadas. Los campos en otro tiempo fér-
tiles estaban ahora cubiertos de malas hierbas. Caminaron hasta
el centro de la población, buscando residentes que pudieran co-
nocer a los familiares de su maestro. La plaza del mercado, en
otro tiempo repleta, estaba desértica. Las tiendas estaban cerradas
con tablas e incluso los árboles parecían marchitos. En una esqui-
na de la plaza del mercado, los discípulos vieron a tres ancianos
sentados en las escaleras de un pequeño santuario.
—Señores —preguntó Ch'iu Ch'ang-ch'un acercándose a
ellos e inclinándose cortésmente—, ¿sabéis qué casa pertenecía a
Wang T'ieh-hsin?
—¿Quién eres y por qué preguntas por Wang T'ieh-hsin?
—Somos discípulos de Wang Ch'ung-yang, quien era cono-
cido en su pueblo natal como Wang T'ieh-hsin. Nuestro maes-
tro ascendió a la esfera inmortal en Shantung. Llevamos su
cuerpo hasta Shensi para enterrarlo en el monte Chung-nan de
acuerdo con sus deseos. Venimos a notificárselo a su familia y pa-
rientes.
—Tu maestro fue primo mío —contestó el anciano suspiran-
do—. Muchas cosas han pasado desde que se fue de aquí, hace ya
mucho tiempo. No mucho después de que desapareciera miste-
riosamente, su esposa murió de pena. Su hijo se fue a vivir al pue-
blo de su suegro y sólo vuelve para visitarnos de vez en cuando.
Ahora no hay nadie que viva en la mansión Wang.

121
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Desde que el maestro Wang se fue del pueblo, todo se ha


destruido —añadió el segundo anciano—. El maestro Wang era
un hombre responsable. Ayudaba a los pobres, vigilaba las obras
públicas y actuaba como juez cuando había querellas. Cuando se
fue, nadie de aquí se cuidó de esas cosas. La gente sólo se preocu-
paba de sus propios intereses. Por ejemplo, sólo barrían la nieve
que había caído delante de su casa. Por tanto, las presas no se re-
paraban, nadie atendía los diques de irrigación, los campos que-
daron en barbecho y la gente se fue. Después, algunos empezaron
a culpar al maestro Wang, diciendo que se había ido y se había
convertido en inmortal llevándose el espíritu del pueblo con él.
—¿Cómo sabías que nuestro maestro se había convertido en
inmortal?
—¿Ves este santuario? —preguntó el anciano que era primo
de Wang Ch'ung-yang—. Está dedicado al maestro Wang. Es re-
verenciado en toda la zona por los actos que ha llevado a cabo.
Entra en el santuario y lee las placas dedicadas a su memoria.
Los discípulos entraron en el santuario y vieron una estatua
que se parecía a su maestro. Delante había ofrendas de alimento e
incienso. A pesar de que el pueblo pareciera desolado, el santua-
rio había sido atendido constantemente. Junto a la estatua, había
dos placas. Ch'iu Ch'ang-ch'un leyó en voz alta lo que ponía: «El
inmortal mostró sus poderes taoístas en la ciudad de Han-yang.
Salvó una ciudad del fuego con una copa de vino. No ha olvidado
a su pueblo ancestral, pues sus talismanes salvaron nuestro pue-
blo de la peste.»
Liu Ch'ang-sheng preguntó al anciano a qué se referían aque-
llos escritos.
—Hace muchos años —contestó éste—, una peste recorrió la
zona. Temíamos que acabara con el pueblo entero. Un día vimos a
un monje taoísta vestido con túnica amarilla que ponía talisma-
nes en las puertas de las casas. Los que estaban enfermos de peste
curaron, y los que estaban bien no fueron tocados por la temible
enfermedad cuando recorrió esta zona. Hemos oído también que
en la ciudad de Han-yang un incendio amenazaba con quemar

122
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Los discípulos muestran el santuario de Wang Ch'ung-yang en el


pueblo de Ta-wei. Mientras meditaba bajo un puente, Hao T'ai-hu
recibe las enseñanzas de un hombre extraño.

123
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

gran parte de la ciudad. De pronto, apareció un monje taoísta con


túnica amarilla. Tomó un sorbo de vino de una botella y lo escu-
pió en el fuego. Las rugientes llamas decrecieron enseguida y la
ciudad fue salvada del desastre. Cuando la gente fue a darle las
gracias y le preguntó su nombre, el monje dijo que su nombre es-
taba compuesto de tres trazos horizontales y uno vertical. Como
sabéis, ésa es la palabra «Wang». Además, en nuestro pueblo,
cuando la gente de buen corazón va a morir, todos ven al maestro
Wang que viene para conducirles al cielo. Por eso sabemos que el
maestro Wang se ha convertido en inmortal. Y por eso hemos le-
vantado aquí este santuario en su honor y memoria.
—Nuestro maestro tiene poderes que están más allá de nues-
tra comprensión —exclamó Liu Ch'ang-sheng después de emitir
un suspiro.
El anciano que era primo de Wang Ch'ung-yang habló enton-
ces a los discípulos.
—Habéis recorrido un largo camino desde Shantung llevan-
do a vuestro maestro hasta su lugar de enterramiento, y os damos
las gracias por venir a informarnos de ello. No tenemos mucho
que ofreceros, salvo algunos tallarines, arroz y verduras. Cenad
con nosotros antes de volver a vuestra casa.
Los discípulos le dieron las gracias al anciano y comieron con
él aquella noche. A la mañana siguiente, se extendió la noticia de
que los discípulos del inmortal estaban en el pueblo. Uno a uno,
los aldeanos trajeron comida a la casa del anciano para los discípu-
los. Viendo que habían despertado la atención, los discípulos deci-
dieron que había llegado el momento de irse. Liu Ch'ang-sheng
consultó con los otros y decidieron dejar al anciano el dinero que
quedaba de lo que les había dado Ma Tan-yang, como fondo para
que mantuviera el santuario de su maestro. Cuando todo estuvo
arreglado, se despidieron de él y abandonaron el pueblo.
Habían caminado algo más de quince kilómetros cuando se
sentaron a descansar bajo un árbol.
—Hemos cumplido el último deseo de nuestro maestro —dijo
T'an Ch'ang-chen—. Podríamos volver todos a Shantung, pero no

124
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

sé con qué fin. Sólo gastaríamos el dinero de nuestro hermano y


nos convertiríamos en una carga económica para él. Se ha dicho
que todo lo que se reúne debe dispersarse. En el Tao, no debe haber
ataduras. Si permanecemos juntos como un grupo de monjes
errantes, la gente sospechará de nosotros y no nos dará paz. Sugie-
ro que desde aquí nos separemos y vayamos por caminos distintos,
pues cada uno tiene el suyo.
—Tienes razón, hermano —añadió Hao T'ai-ku—. Cada uno
debe seguir su camino para encontrarnos de nuevo en la esfera de
los inmortales.
Así, Liu Ch'ang-sheng se dirigió al sudeste, Wang Yü-yang
fue al sudoeste, T'an Ch'ang-chen fue al sur y Hao T'ai-ku fue al
este. Ch'iu Ch'ang-ch'un vio que sus hermanos habían tomado
todas las direcciones posibles del camino principal. Decidió por
tanto quedarse en Shensi y seleccionó esa región como el lugar en
donde proseguiría su entrenamiento taoísta.

Caminando hacia el este, Hao T'ai-ku pasó por un puente


con siete arcos. Los cimientos del puente se fundían en un grupo
de formaciones rocosas que parecían punteadas por cuevas pe-
queñas y de poca profundidad. El río que corría bajo el puente
era tranquilo y claro. «Éste es el lugar perfecto para que me quede
a meditar», pensó. Entró en una de las cuevas y se sentó. Al prin-
cipio, nadie le prestó atención, pero conforme pasó el tiempo, al-
gunos refugiados que huían del hambre de las regiones del norte
se resguardaron en las cuevas y empezaron a hablar de un sabio
que meditaba bajo el puente. Los curiosos de los pueblos cerca-
nos acudieron a ver a ese sabio, llevándole comida. Al poco tiem-
po, Hao T'ai-ku estaba rodeado por cuencos de arroz y tallarines y
por hogazas de pan. No podía comer todos los alimentos que sus
adeptos le llevaban, por lo que los pájaros y los animales visita-
ban con frecuencia su cueva para comer. También los niños de las
familias pobres empezaron a visitar la cueva de Hao T'ai-ku para
obtener comida. Pronto la cueva se convirtió en una zona de jue-
gos para los niños. Supusieron que era un Buda y construyeron

125
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

un pequeño recinto de piedras alrededor de él. Se inclinaban ante


él, charlaban con él y jugaban en la cueva. Para entonces, los fun-
damentos del entrenamiento taoísta ya se habían fortalecido mu-
cho en Hao T'ai-ku. Por eso no le importaban las risas de los ni-
ños ni el alboroto que producían. Buscaba el silencio en medio
del ruido.
Un día los niños no dieron señales de su presencia. En uno
de los pueblos cercanos se celebraba una fiesta budista en honor
de Kuan-yin y los niños habían acudido allí. Hao T'ai-ku salió de
la cueva para disfrutar de la paz y quietud de los alrededores. Vio
a un hombre sentado bajo uno de los arcos del puente. Estaba pu-
liendo una piedra. De vez en cuando levantaba la piedra pulida y
se quedaba mirándola un rato, antes de reanudar la tarea. Pulía la
piedra hasta que se volvía tan delgada que se desintegraba; des-
pués, cogía otra e iniciaba de nuevo el proceso. Pensando Hao
T'ai-ku que esa conducta era extraña, decidió preguntarle el obje-
to de esa actividad.
—Señor, parece que pules piedras para nada. Tu actividad no
parece aportarte logro alguno. ¿Qué estás intentando hacer? Qui-
zás pueda ayudarte.
—Intento hacer un espejo puliendo esta piedra —contestó el
hombre.
—Los espejos se hacen puliendo bronce, no piedras —dijo
Hao T'ai-ku—. Si sigues puliendo piedras, no conseguirás nunca
lo que quieres.
—¡Tú me dices que si sigo aquí puliendo tenazmente mis
piedras nunca lograré un espejo! ¿Y qué me dices de ti? ¿Piensas
que quedándote sentado aquí tenazmente en la cueva te converti-
rás en inmortal?
Hao T'ai-ku comprendió lo que el hombre intentaba enseñar-
le con sus actos. Pero cuando iba a pedir a ese extraño hombre
más instrucciones, desapareció de pronto. Hao T'ai-ku pensó para
sí mismo: «El sabio tiene razón. Quedarse aquí sentado tenaz-
mente todo el tiempo es inútil». Volvió a entrar en la cueva, reco-
gió sus pertenencias y se fue de la zona.

126
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Tras despedirse de los otros discípulos, T'an Ch'ang-chen


tomó el camino del sur. Una noche, cerca de una ciudad, no pudo
encontrar ninguna casa o santuario abandonado en donde refu-
giarse. Mirando a su alrededor, vio de pronto una gran mansión
con muchos edificios dentro de sus murallas. Llamó a la puerta
principal para pedir refugio. El amo de la mansión era un hombre
llamado Ku Tsu-ting. En su juventud se había interesado por las
enseñanzas del Tao, pero infortunadamente se habían aprovecha-
do de él muchos que decían ser maestros taoístas, pero que en rea-
lidad no eran sino simples estafadores. En consecuencia, había
desarrollado una aversión hacia cualquier tipo de enseñanza reli-
giosa y huía de la compañía de los monjes así como de cualquiera
que tuviera la menor inclinación hacia la espiritualidad. Cuando
Ku Tsu-ting abrió la puerta y vio un monje taoísta, le dijo con voz
terminante a T'an Ch'ang-chen:
—Mi relación con el taoísmo ha terminado. En mi casa no
hay lugar para monjes budistas y taoístas. Vete de aquí.
T'an Ch'ang-chen vio que Ku Tsu-ting era un hombre hones-
to y sincero y que las ilusiones que había construido a su alrede-
dor podían disolverse. Decidió hablar con él y llevarle de regreso
al camino del Tao.

127
17

'an Ch'ang-chen iba a explicarle a Ku Tsu-ting que no to-


dos los que se consideran taoístas son personas deshonestas,
cuando éste exclamó:
—Monje taoísta, no tienes nada qué decir. He oído todo lo
que decís, y he sido engañado. Todos sois unos hipócritas.
Le cerró la puerta a T'an Ch'ang-chen en la cara. Éste no se
desanimó. Quería mostrar al maestro de la casa que hay personas
que buscan sinceramente el Tao. Viendo que ya estaba entrada la
noche, decidió sentarse delante de la mansión Ku a meditar. A
medianoche se abrió la puerta y los criados de Ku Tsu-ting derra-
maron sobre él un cubo de agua fría. T'an Ch'ang-chen se fue a
una zona al otro lado del camino. La noche se volvió fría y co-
menzó a nevar. La tormenta se hizo más intensa y al amanecer ha-
bía unos treinta centímetros de nieve en el suelo, salvo en la pe-
queña zona que rodeaba a T'an Ch'ang-chen.
Cuando los criados de Ku Tsu-ting abrieron la puerta y vie-
ron la nieve fundida alrededor de T'an Ch'ang-chen quedaron
asombrados e informaron a su amo de lo que habían visto. Éste
salió y caminó hasta donde estaba sentado T'an Ch'ang-chen. No
sólo se había fundido la nieve alrededor del monje taoísta, sino
que un intenso calor irradiaba de su cuerpo. Ku Tsu-ting com-
prendió que T'an Ch'ang-chen no era un fraude, por lo que se in-
clinó respetuosamente ante él y le habló.
—Señor, eres un maestro taoísta auténtico. Perdóname mi ru-
deza de la noche anterior. Es que he conocido a tantos practican-
tes fraudulentos del taoísmo que estoy desilusionado. Las perso-

128
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

nas como tú sois raras. Me sentiría honrado si te quedaras en mi


casa y fueras mi maestro. Si lo deseas, mañana me iniciaré como
tu discípulo.
T'an Ch'ang-chen había querido devolver a Ku Tsu-ting al ca-
mino del Tao y vio que era una oportunidad excelente.
—Muy bien —respondió por tanto—. Te aceptaré como estu-
diante.
Aquel mismo día, Ku Tsu-ting ordenó a los criados que lim-
piaran una habitación tranquila de la mansión para T'an Ch'ang-
chen. También le asignó un criado que atendiera sus necesidades.
Cuando T'an Ch'ang-chen se instaló en la mansión Ku, descubrió
que Ku Tsu-ting no estaba dispuesto a adoptar el riguroso entre-
namiento que exigía la práctica taoísta. Se contentaba simple-
mente con servir a su maestro, sabiendo que cosecharía las re-
compensas de realizar una buena acción. Tras permanecer un mes
en la mansión Ku, T'an Ch'ang-chen decidió irse. Pero una y otra
vez, Ku Tsu-ting le suplicaba que se quedara.
Viendo que irse de la mansión Ku iba a resultar difícil, T'an
Ch'ang-chen pensó otro plan. A la mañana siguiente, cuando la
criada le trajo el desayuno a su habitación, pretendió flirtear con
ella. Asustada, la criada informó a su amo acerca de la conducta
de T'an Ch'ang-chen. Éste no sólo no la creyó, sino que la repren-
dió por mentir.
—El maestro T'an es un hombre honorable. No haría esas
cosas.
Unos días más tarde, Ku Tsu-ting estaba en el salón cuando
oyó ruidos en el pasillo. Cuando salió a investigar lo que estaba su-
cediendo, vio a T'an Ch'ang-chen proponiendo planes audaces a la
criada. Ku Tsu-ting no sabía cómo reaccionar. Había invitado a T'an
Ch'ang-chen a vivir en su casa, e incluso cuando el monje taoísta
quería irse le había suplicado que se quedara. Además, había sido
iniciado formalmente como discípulo de T'an Ch'ang-chen; la cor-
tesía y el decoro le impedían ordenar a su maestro que se fuera. Por
eso, dejó una nota a T'an Ch'ang-chen aludiendo a su malos actos y
dijo a los criados que no le detuvieran si decidía irse.

129
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

T'an Ch'ang-chen simula flirtear con una criada como plan para
escapar de la mansión Ku.

130
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Cuando T'an Ch'ang-chen leyó la nota de Ku Tsu-ting, escri-


bió una respuesta, diciendo a su estudiante que esa conducta ha-
cia la criada había sido un plan para escapar de la mansión Ku.
Ese día, cuando T'an Ch'ang-chen salió por la puerta principal de
la mansión Ku, nadie le detuvo. Cuando Ku Tsu-ting encontró la
nota de T'an Ch'ang-chen y comprendió la verdad que había tras
las acciones de su maestro, ya era demasiado tarde. Para enton-
ces, T'an Ch'ang-chen se había desvanecido.

Tras despedirse de sus hermanos, Wang Yü-yang viajó por el


camino del sudoeste y llegó a una pequeña ciudad que se encon-
traba en la región rural del condado de Fang. En esa ciudad vivía
un hombre rico que se había retirado del servicio al gobierno tras
sentirse decepcionado por la política y el poder. Se llamaba Yao
Chung-kao y se había construido una cómoda casa en aquel en-
torno rústico. Complacido con la vida simple, pasaba una gran
parte de su tiempo atendiendo los jardines de flores y leyendo es-
crituras budistas y taoístas. También buscaba activamente perso-
nas con intereses espirituales y mantenía a muchos monjes erran-
tes budistas y taoístas. En esa misma ciudad había un pequeño
templo taoísta llamado Lugar de Encuentro de los Inmortales. El
abad del templo era un sacerdote taoísta que tenía más habilidad
para entretener a los visitantes que para interpretar las escrituras.
Como muchos monjes errantes buscaban abrigo en el templo,
Yao Chung-kao pidió al abad que le notificara sobre cualquier
monje interesante que pasara por allí. Unas semanas antes de la
llegada de Wang Yü-yang, apareció en las puertas del templo un
hombre de aspecto extraño. No era budista ni taoísta, pero afir-
maba tener poderes extraordinarios. Decía tener noventa y seis
años. Afirmaba haber aprendido del maestro taoísta Chang San-
feng y haberse comunicado con el inmortal Lü Tung-pin. Tam-
bién dijo que Bodhidharma le había transmitido enseñanzas en
un sueño. Cuando el abad le preguntó su nombre, contestó que
se llamaba el inmortal Hun Yüan, que significa «el original indife-
renciado». Cuando el abad habló a Yao Chung-kao acerca de este

131
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

extraño visitante, Yao Chung-kao invitó enseguida a ese inmortal


Hun Yüan a su casa.
—Los budistas son maníacos y tan reprimidos como ham-
brientos de sexo —fue lo primero que dijo Hun Yüan a Yao
Chung-kao—. Los taoístas son ladrones de la energía interior. Si
vas a cualquiera de estas filosofías, no podrás alcanzar la ilumina-
ción. Mi camino, en cambio, es el camino correcto hacia la ilumi-
nación. Mírame. He logrado la iluminación. Yo soy el que puede
enseñarte. Los budistas y los taoístas son un fraude.
Yao Chung-kao quedó sorprendido por la extraña apariencia y
la energía audaz de Hun Yüan. Le pidió que fuera su maestro y le in-
vitó a que se quedara en su casa. Conforme pasaba el tiempo, Hun
Yüan hablaba cada vez más contra el budismo y el taoísmo. Atraía a
multitudes a la plaza del mercado y daba discursos delante del tem-
plo denunciando el taoísmo. El abad y los monjes que allí residían
se sentían molestos con sus diatribas, pero ninguno de ellos tenía el
conocimiento o la habilidad necesarios para rebatirle. Como si el
cielo mismo hubiera arreglado esos acontecimientos, Wang Yü-yang
llegó al templo pidiendo refugio y comida.
Cuando el abad vio a Wang Yü-yang, supo enseguida que se
trataba de una persona con conocimientos taoístas avanzados. En
contraste con la tez amarillenta del «inmortal» Hun Yüan, las me-
jillas de Wang Yü-yang eran sonrosadas y su apariencia robusta.
Su compostura era tranquila y los ojos reflejaban un brillo inu-
sual. El abad supo que si había alguien capaz de poner al descu-
bierto la falsedad de Hun Yüan, sería ese hombre. En varias oca-
siones, el abad pensó en pedir a Wang Yü-yang que discutiera con
Hun Yüan, pero tenía miedo de que se negara. Finalmente, urdió
un plan para arreglar un encuentro entre los dos hombres.
—Maestro —le dijo el abad a Wang Yü-yang a la mañana si-
guiente de que éste llegara—. Hay una persona de grandes cono-
cimientos y poder que vive en la mansión Yao y el maestro de la
casa gusta de reunir a los monjes taoístas. Quizás te interese en-
contrarte con ambos.
Ignorando la estratagema, Wang Yü-yang aceptó. Llegaron a

132
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

la mansión Yao y se anunciaron, y un criado les condujo a la sala


de estar. Yao Chung-kao les dio la bienvenida, e iba a iniciar una
conversación con Wang Yü-yang cuando entró Hun Yüan en la
sala. Éste caminó hasta delante de Yao Chung-kao, pasó ruda-
mente junto a Wang Yü-yang y se sentó en el asiento de honor re-
servado para las personas de alto rango.
—Éste es el hombre de conocimientos y poder del que te ha-
blé, le dijo el abad a Wang Yü-yang.
Wang Yü-yang fue hasta Hun Yüan y le ofreció sus saludos
respetuosamente.
—Tú, monje —respondió con voz altanera Hun Yüan a la vez
que hacía un gesto de saludo—. ¿Estás casado o no?
—Lo estuve, pero he abandonado a mi familia.
—Ignorante —añadió Hun Yüan echándose a reír—. Te lla-
mas monje taoísta y ni siquiera sabes el significado de mi pregun-
ta. Déjame pues que te instruya. Cuando te pregunté si estabas o
no casado, en la terminología taoísta eso significa si has equilibra-
do tus energías yin y yang. Si ni siquiera sabes eso, ¿cómo vas a
entender conceptos más complejos, como el de los «diez meses
de embarazo»?
Wang Yü-yang no se sintió afectado por los comentarios de
Hun Yüan, sino que tranquilamente le respondió:
—Señor, hablas de equilibrar las energías yin y yang. ¿Qué
significa eso? Hablas también de los «diez meses de embarazo».
¿Qué es lo que se ha concebido en el útero?
Hun Yüan quedó sorprendido por esas preguntas. Como no
conocía las respuestas, espetó:
—El misterio de los cielos no puede ser revelado. No contes-
taré a tus preguntas.
Viendo que Hun Yüan había dado una respuesta forzada para
ocultar su ignorancia, el abad se dirigió a Wang Yü-yang.
—Amigo, ¿por qué no le explicas tus preguntas? Parece que
no entiende lo que estás diciendo.

133
18

un Yüan se estaba irritando. El abad pensaba con placer


para sí mismo: «Ahora vas a tomar una dosis de tu propia medi-
cina».
—Señor —dijo entonces Wang Yü-yang a Hun Yüan—. No
me has respondido si crees que tus respuestas pueden encolerizar
a los dioses del cielo. Si lo permites, trataré de explicarte la res-
puesta y la gente podrá juzgar si tengo o no razón. Las verdaderas
energías yin y yang residen en los órganos internos de nuestro
cuerpo. El verdadero yang está almacenado en el hígado y el au-
téntico yin en los pulmones. El hígado pertenece al elemento ma-
dera. Es el lugar donde habita el espíritu. Los pulmones pertene-
cen al elemento metal. Es el lugar donde habita el alma. Se dice
que el metal es hijo de Tui («lago»), la casa occidental del pa-kua.
Se dice que la madera es el hijo de Chen («trueno»), la casa
oriental del pa-kua. Por eso se dice que la madera prospera en el
Este y el metal cobra vida en el Oeste. Tal es el significado del
simbolismo del matrimonio entre el hijo del Este y la hija del
Oeste. Cuando la pareja está unida, el alma y el espíritu no se se-
paran el uno del otro. Cuando el maestro Hun Yüan me preguntó
si estaba casado o no, me estaba preguntando si la mujer amarilla,
la intermediaria, había introducido las energías yin y yang en una
y otra. La copulación de las energías yin y yang produce la semilla
que es transportada en el útero durante diez meses. La semilla es
la pildora dorada formada por la energía vital purificada en el
cuerpo. El término «diez meses de embarazo» se utiliza para des-
cribir el estado del cuerpo mientras el espíritu se está formando.

134
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

Así, se dice que el espíritu es el hijo de la energía vital y que la


energía vital es la madre del espíritu. Cuando el espíritu está ple-
namente formado, emerge del cuerpo como un niño recién naci-
do. El trabajo alquímico se ha completado y uno puede envejecer
con el Sol y la Luna y fundirse con el cielo y la tierra.
Yao Chung-kao aplaudió y alabó los conocimientos de Wang
Yü-yang. Hun Yüan empezó a temer ahora que Yao Chung-kao
pudiera abandonarle y buscar el consejo de Wang Yü-yang. Por
eso habló.
—Wang Yü-yang, quizás sepas hablar elocuentemente, pero
la prueba real está en los propios actos. Si te atreves a ello, compi-
tamos para ver quién puede sentarse y meditar más tiempo. Pue-
do pasar sentado tres días con la espalda erguida sin tocar alimen-
to ni agua. Veamos si tú también puedes hacerlo.
—Mis fundamentos son superficiales —replicó Wang Yü-
yang sonriendo—. No puedo sentarme mucho tiempo. Pero si es
una cuestión de sólo dos o tres días, creo que podré hacerlo.
Hun Yüan y Wang Yü-yang se sentaron cada uno en su cojín de
meditación en la sala de estar de Yao Chung-kao. Permanecieron
sentados el primer día sin moverse, pero al segundo día Hun Yüan
se sentía incómodo. Para empezar, su mente estaba ya llena de cóle-
ra e irritación. La competición se había convertido en un asunto de
vida y muerte para él, y deseaba con gran fuerza derrotar a Wang
Yü-yang. En consecuencia, su mente estaba errante y no podía man-
tenerse inmóvil. Empezó a sentir sed y hambre y descubrió que no
podía mantenerse despierto. A mitad del segundo día, Hun Yüan no
podía quedarse más tiempo sentado. Se levantó, comió y bebió algo
y cayó dormido. Wang Yü-yang siguió sentado durante todo el ter-
cer día y a la puesta de Sol descruzó lentamente las piernas y se le-
vantó. Se sentía vigorizado y lleno de energía. Yao Chung-kao y el
abad alababan sin límites a Wang Yü-yang. Incluso Hun Yüan admi-
tió que las habilidades de Wang Yü-yang le superaban en mucho.
—Los fundamentos del maestro Hun Yüan no son débiles
—contestó Wang Yü-yang humildemente—. Por causa de su ve-
jez, su cuerpo no tiene la fuerza para mantenerse en la misma

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LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Wang Yü-yang gana al impostor Hun Yüan. Liu Ch'ang-sheng


visita el palacio de la Emperatriz del Cielo y cae en la tentación.

136
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

postura durante un largo período de tiempo. Gané porque soy


más joven y mi cuerpo es más flexible.
—Maestro —dijo Hun Yüan sintiéndose avergonzado al oír
esas palabras—. Eres un ser verdaderamente iluminado. Creí ha-
ber alcanzado la iluminación, pero estaba equivocado. Ahora sé
que hay mucho que aprender.
Viendo la sinceridad de Hun Yüan, Wang Yü-yang le dio al-
gunas instrucciones básicas sobre la postura de la meditación.
Wang Yü-yang permaneció en la mansión Yao durante dos días.
Al día tercero, dijo a Yao Chung-kao que tenía unas cosas que ha-
cer en el centro de la ciudad, pero tras partir de la casa de Yao, no
regresó. Cuando el abad le dijo a Yao Chung-kao que Wang Yü-
yang se había ido de la ciudad, éste suspiró y dijo:
—Quizá no me haya llegado el tiempo de recibir las enseñan-
zas del Tao de un maestro.

Liu Ch'ang-sheng viajó hacia el sur y luego al este. Llegó a


T'ai Shan, un grupo de montañas de la costa este, y vivió allí
como eremita durante tres años. Un día sintió que su cultivo de la
pildora dorada se había completado, por lo que hizo un viaje as-
tral hasta el palacio de la emperatriz del cielo. La emperatriz y las
damas de su corte estaban sentadas bajo un dosel rodeadas por
nubes de muchos colores. Cuando Liu Ch'ang-sheng vio la belle-
za de las damas no pudo resistir mirarlas con el rabillo del ojo. Su
conducta fue observada por la emperatriz.
—Liu Ch'ang-sheng, ¿por qué miras a quienes me atienden?
Liu Ch'ang-sheng agachó el rostro. Temblando, solicitó el
perdón de la emperatriz.
—Su majestad, vi la belleza de las damas y no pude ocultar
mí admiración. No tenía otras intenciones.
—Todavía tienes en ti un rastro de deseo sexual. No sabes
que incluso aunque tu pildora dorada esté plenamente desarrolla-
da, si no puedes vaciar la mente de deseo sexual nunca podrás as-
cender a los cielos más altos. Como tu mente no es pura, debes
regresar a la esfera terrenal y seguir cultivándote.

137
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

La emperatriz ordenó entonces a los guardianes de las puer-


tas del cielo que sacaran a Liu Ch'ang-sheng del palacio. En la
puerta del palacio los guardias dieron a Liu Ch'ang-sheng un em-
pujón y éste volvió a caer en la esfera terrenal. Despertó con la caí-
da y comprendió que su visita al palacio de la emperatriz del cielo
había sido un sueño. «Agradezco que sólo fuera un sueño. Mi
maestro me había advertido que mis deseos sexuales no estaban
totalmente disueltos. Ahora los presagios han venido para que me
enfrente a ese problema. He de dejar las montañas y encontrar a
alguien que me instruya.
Liu Ch'ang-sheng dejó a T'ai Shan. Tras viajar tres días se en-
contró con T'an Ch'ang-chen en el camino. Los dos hermanos se
saludaron y se contaron el uno al otro lo que habían experimenta-
do. Cuando T'an Ch'ang-chen oyó la descripción que le hizo Liu
Ch'ang-sheng de su sueño y supo de la búsqueda de un maestro
que le aconsejara, le dijo:
—Déjame que te cuente una historia —esperó a que se sentaran
bajo un árbol y continuó hablando—. Una vez, había un hombre
llamado Hu Hsiang-yang. En su juventud era un arquero habilidoso
y disfrutaba con la caza. Un día, su flecha traspaso a un cervato. El
cervato escapó con la flecha alojada en el cuerpo. Hu Hsiang-yang
reunió a sus criados y rastreo su pista hasta un valle oculto. Allí vio
al cervato, tumbado en la tierra mientras la madre estaba de pie jun-
to a él, lamiéndole la herida. Cuando los hombres se aproximaron,
la cierva no salió corriendo, sino que se quedó delante de la cría. Al
final, ambos fueron capturados. El cervato murió por causa de sus
heridas cuando regresaban al pueblo de Hu Hsiang-yang. La madre
murió aquella noche, en cautividad. Cuando los animales fueron
despellejados para preparar la carne, Hu Hsiang-yang descubrió que
los órganos internos de la cierva se habían abierto. Al ver que la
pena de la madre por su hijo producía unas consecuencias tan trau-
máticas, Hu Hsiang-yang se conmovió. Ese mismo día rompió su
arco y sus flechas e hizo el juramento de que no volvería a matar un
ser vivo durante el resto de su vida. Salió de su casa, se encontró con
un sabio taoísta y se fue con él a las montañas.

138
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Años después, cuando Hu Hsiang-yang había alcanzado la


iluminación, volvió para enseñar y tuvo más de cien estudiantes.
Un día que les preguntó si habían cortado sus ataduras con los
deseos terrenales, todos ellos asintieron. Hu Hsiang-yang les dijo
entonces:
—Os haré una prueba. Si la pasáis, os daré instrucciones
avanzadas en alquimia interior. Ésta es la prueba: cada uno de vo-
sotros debe coger una plancha de madera que mida sesenta por
ciento veinte centímetros. Ponedla sobre la cama esta noche y
dormid debajo. Traed la plancha con vosotros cuando vengáis a
informarme.
Los estudiantes se fueron pensando que todos pasarían con
facilidad una prueba tan sencilla. Aquella noche, todos los estu-
diantes durmieron bajo una plancha de madera. En mitad de la
noche, al moverse debajo de la plancha, sintieron algo cálido y
suave. Al sujetarlo, sintieron el cuerpo de una mujer desnuda.
Los deseos sexuales de los estudiantes se despertaron en seguida
y la energía generadora agotó sus cuerpos. El corazón de cada
uno se llenó de deseo por el cuerpo que tenía a su lado, e incluso
dormido lo abrazó.
Al despertar a la mañana siguiente, los estudiantes vieron que
estaban abrazados a las planchas de madera. Se sentaron desconcer-
tados, pero fuera del dormitorio se escuchaba la campana del maes-
tro, que les llamaba a la sala de instrucción. Rápidamente los estu-
diantes fueron a la sala con sus planchas. Hu Hsiang-yang ordenó a
cada uno que le enseñara la plancha. El primer estudiante de la fila
era un hombre de setenta y seis años. Hu Hsiang-yang le miró y le
dijo:
—A tu edad, ¿continúas todavía aferrado a los deseos se-
xuales?
—Señor —respondió el anciano—, ¿cómo sabes que no he
cortado mis vínculos con el deseo sexual?
—Mira tu plancha. Hay en ella manchas de semen. Tus deseos
sexuales despertaron cuando sentiste un cuerpo desnudo a tu
lado y así agotaste tu fuerza generadora.

139
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

El hombre agachó la cabeza avergonzado y salió de la sala.


Hu Hsiang-yang dijo entonces:
—Si hay alguien cuya plancha no tiene manchas de líquido
seminal, que se ponga en pie. Hubo un largo silencio. Los estu-
diantes no se atrevían a hacerlo, pues al examinar su plancha des-
cubrieron que estaba manchada con sus emisiones involuntarias.
Sólo una persona del centro de la fila se adelantó para presen-
tar su plancha al maestro. Hu Hsiang-yang le dijo:
—El deseo de sexo es fuerte en la persona normal. Pareces
haber domesticado ese deseo. ¿Cómo lo conseguiste?
—Señor, aprendí la abstinencia por exponerme en exceso al
deseo.
Hu Hsiang-yang volvió a preguntar:
—¿Cómo es eso?
—Casi todos saben que los deseos acaban produciéndote
daño. Sin embargo, no reconocen el peligro hasta que lo han pro-
bado. Cuando alguien ha experimentado las consecuencias ad-
versas del deseo sexual, entonces lo evitará como si fuera una pla-
ga. Con el tiempo, el cuerpo se fortalece con la abstinencia, y el
deseo se detiene mucho después de que el miedo se ha ido. De
adolescente, no podía controlar mi deseo sexual. Frecuentaba los
burdeles y yacía con una mujer cada noche. En consecuencia, a
los pocos años mi cuerpo estaba sin energía y a mi mente le falta-
ba claridad. Casi muero por no poder resistir la tentación del
sexo. Después, aprendí mi lección. Pensé en mis experiencias del
pasado y vi que realmente no había sido feliz cuando estaba en
los burdeles. Las mujeres venían y se iban. Les hacía el amor, pero
no sabía quiénes eran y a ellas no les importaba quién era yo. Así
sucedía continuamente, como el día sigue a la noche, y empecé a
ver la vaciedad del deseo sexual. Señor, ya no estoy unido al de-
seo sexual porque lo he experimentado, he sufrido las consecuen-
cias de mi indulgencia y he visto la vaciedad de la repetición in-
terminable del acto amoroso.
—Eres el único estudiante que está preparado para recibir las
enseñanzas avanzadas. Los demás necesitan trabajar más para

140
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

preparar sus cimientos —después de decir eso, el estudiante reci-


bió la transmisión de las enseñanzas del Tao de Hu Hsiang-yang y
finalmente alcanzó la ilustración. T'an Ch'ang-chen terminó su
historia—. Así, los sabios han dicho que para disolver un deseo
hay que ver su vaciedad.
Liu Ch'ang-sheng dijo:
—Hermano, tu historia me ha inspirado. Los burdeles serán
el lugar de mi entrenamiento. Buscaré en esas actividades hasta
que vea el vacío que hay en ellas.
—Estamos acercándonos al lugar de nacimiento de Lao-tzu
—respondió T'an Ch'ang-chen—. Primero visitemos el santuario
y después cada uno seguirá su camino.
Liu Ch'ang-sheng estuvo de acuerdo. No se habían alejado
mucho cuando se encontraron con Wang Yü-yang. Éste les salu-
dó y les contó sus experiencias en la mansión Yao. Liu Ch'ang-
sheng comentó:
—Parece que ese impostor de Hun Yüan obtuvo instruccio-
nes para nada.
— H u n Yüan se apartó del Tao —dijo Wang Yü-yang—. Si no
me hubiera comprometido en una competición de meditación
con él, todavía seguiría haciendo discursos contra el taoísmo.
—Hermano —añadió T'an Ch'ang-chen—, no nos entrena-
mos para competir. Y lo que hemos aprendido no debe ser utiliza-
do para mostrárselo a los demás.
Los tres discípulos siguieron hablando mientras caminaban.
De pronto escucharon desde atrás una voz que les llamaba, por lo
que se detuvieron y aguardaron. Al volver la cabeza, vieron a Hao
T'ai-ku, que corría por el camino hacia ellos.

141
19

os cuatro discípulos llegaron al lugar de nacimiento de


Lao-tzu. Vieron allí un pequeño santuario con un receptáculo oc-
togonal rodeado por nuevo pozos. Dentro del santuario había una
piedra en la que estaba escrita la leyenda concerniente al naci-
miento de Lao-tzu. Según la leyenda, durante la época de la di-
nastía Shang (1766-1121 a. C.) había un pueblo en el condado de
Fu cuyos habitantes eran maestros en las artes de la adivinación.
Llevaban la vida simple de los reclusos y no buscaban fama y for-
tuna en actos políticos o militares. Había entre ellos una mujer de
diecinueve años famosa por su inteligencia y sabiduría. Un día de
verano, descansaba bajo un árbol que aquel año había dado unos
frutos rojos inusualmente grandes. El día era caluroso, por lo que
la joven comió una fruta para apagar su sed. La fruta que tomó
era brillante y no parecía ordinaria. Pocos días después de comer-
la, descubrió que estaba embarazada. Cuando los aldeanos con-
sultaron los oráculos, se les reveló que un gran sabio iba a nacer
en la región. Sin embargo, el oráculo también decía que escogie-
ran el año, el mes, el día y la hora de ese nacimiento, pues era im-
portante que los cuerpos celestes estuvieran en la posición más
favorable para el momento de la anunciación. Los aldeanos calcu-
laron una y otra vez las posiciones de las estrellas en los cielos
pero no pudieron encontrar una fecha apropiada hasta ochenta y
un años después de que la joven hubiera concebido. Para enton-
ces la mujer tenía ciento y un años, pero durante el tiempo que
llevó el feto fue inmune al calor y al frío, no sintió hambre ni sed,
ni se vio afectada por la enfermedad.

142
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Se dice que en el día designado Lao-tzu salió del vientre de su


madre terrenal y que, en cuanto tocó el suelo, un trueno recorrió
el cielo. Su cabello era blanco, y podía hablar y caminar desde el
momento en que nació. Dio siete pasos, retrocedió tres y dijo en
voz alta:
—El cielo y la tierra me reconocerán como el Antiguo.
Enseguida se escuchó música que procedía de los cielos, y flo-
res fragantes inundaron con su olor el aire. Las hadas bailaron so-
bre nubes con los colores del arco iris y nueve dragones bañaron a
Lao-tzu con agua. Se dice que cuando las aguas de los dragones
llegaron al suelo, brotaron nueve pozos y que el agua de esos nue-
ve pozos no se ha secado nunca, ni siquiera en tiempos de sequía.
Lao-tzu tomó el nombre familiar de Li porque había sacado la vida
de la fruta del árbol li. Como había nacido con el cabello blanco,
se le conoció como Lao-tzu, que significa «el sabio anciano».
Conmovidos por la belleza de lo que les rodeaba y por la le-
yenda del nacimiento de Lao-tzu, los discípulos se dijeron entre
sí: «Hemos cultivado el Tao todos estos años y debemos nuestras
enseñanzas al Antiguo. Pronunciemos algunos versos en honor
de Lao-tzu y revelemos lo que hemos aprendido.» Hao T'ai-ku
fue el primero en recitar sus versos.
—La espada de la sabiduría pende entre las estrellas del frío
norte. Las manos de los monstruos de la ilusión están atadas. So-
bre el cojín de meditación, en la hora de la media noche, el dra-
gón y el tigre copulan cuando la pildora da la vuelta nueve veces
para retornar a la fuente.
Después, fue Wang Yü-yang el que recitó.
—Viendo los caminos antiguos del reino inmortal, el calor y
el frío se reúnen. En las horas críticas del proceso alquímico,
cuando el cuervo de oro y el conejo de Jade se encuentren, el dra-
gón y el tigre rugirán.
Después le tocó el turno de recitar a T'an Ch'ang-chen.
—Los caminos del Tao no tienen límites. Son frías las manos
de los monstruos y los fantasmas cuando las estrechas. Si quieres
trascender lo mortal para ser inmortal, debes romper las barreras

143
LOS SIETE MAESTROS TAOI'STAS

Los discípulos visitan el lugar de nacimiento de Lao Tzu. Hao T'ai-


ku excava grutas en los riscos de Hua Shan.

144
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

de la ilusión con un puño de hierro. Entonces se escuchará en el


hogar y el caldero el rugido del dragón y del tigre.
Finalmente, Liu Ch'ang-sheng recitó.
—Lo que se habla congela el corazón. Los inteligentes son
engañados por la inteligencia y se vuelven estúpidos. ¿Para qué
hablar del dragón y el tigre inmortales?
Después de que los discípulos hubieran revelado así a los
otros su comprensión del Tao, Wang Yü-yang le dijo a Liu
Ch'ang-sheng:
—Hermano, los tres hablamos de progreso y éxito inmanente
en el trabajo alquímico. Sólo tú aludiste al fracaso. ¿Por qué dejas
que las actitudes negativas dominen tu pensamiento?
—Hay sabiduría en entender lo que enfría el corazón y en cono-
cer los errores de la inteligencia —respondió T'an Ch'ang-chen—.
Aunque el misterio del Tao no está explícitamente escrito, ese mis-
terio está integrado en el significado de las palabras. Las referencias
al éxito y al fracaso están en tu mente y no en sus palabras.
—Hermano —le dijo Hao T'ai-ku a T'an Ch'ang-chen—, no
lo has revelado todo.
—Tienes razón —respondió T'an Ch'ang-chen echándose a
reír—. El hermano Liu Ch'ang-sheng tuvo un sueño en el que co-
nocía a la emperatriz del cielo. No podía controlar su admiración
por la belleza de las damas de la corte y las observó con el rabillo
del ojo. La emperatriz se enfadó con él y le dijo que regresara a la
esfera terrenal para disolver lo que quedaba de sus deseos. Conté
una historia sobre el sabio Hu Hsiang-yang, y Liu Ch'ang-sheng
tuvo la idea de irse a los burdeles para cultivar su corazón y va-
ciarlo de los deseos sexuales.
—¿Por qué necesita ir a los burdeles? —preguntó Wang Yü-
yang—. ¿No hay bastante en cultivar la actitud que no busca mal
y no escucha el mal?
—Perdónate a ti mismo, perdona a los demás y todos los de-
seos desaparecerán —añadió Hao T'ai-ku.
— H e r m a n o s —dijo Liu Ch'ang-sheng—. Ofrecéis buenos
consejos, pero los métodos para cultivar aquello de lo que habláis

145
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

son sólo apropiados para los que tienen fuertes cimientos. Me


temo que no sería capaz de cambiar mi actitud mediante la volun-
tad. Necesito exponerme a las actividades de los burdeles para
que pueda ver a través de la ilusión del deseo y la atracción se-
xual.
—Muchas personas han buscado maneras de disolver el de-
seo sexual —dijeron conjuntamente Wang Yü-yang y Hao T'ai-
ku—, pero jamás habíamos oído que ir a los burdeles fuera un
método.
—Los métodos son inventos de la gente —contestó T'an
Ch'ang-chen—. El inteligente encontrará la manera que mejor
funcione para él. El terco se aferrará a los métodos existentes
aunque sean inapropiados. No discutamos más este asunto. El
hermano Liu Ch'ang-sheng ha tomado una decisión. Descansare-
mos aquí esta noche y mañana cada uno de nosotros proseguirá
su camino.
Al día siguiente, los discípulos se despidieron los unos de los
otros y se marcharon. Hao T'ai-ku siguió su camino hacia el Oes-
te, a Shensi. Vio las cumbres majestuosas del Hua Shan, el juego
de la luz y las sombras en los riscos y dijo:
—Cuando llevaba el ataúd del maestro, mi espalda iba incli-
nada y no pude ver la maravilla de las montañas. Ahora sé el mo-
tivo por el que generaciones de taoístas alcanzaron la inmortali-
dad en esas cumbres.
Cuando Hao T'ai-ku exploró las montañas de Hua Shan se
sintió especialmente conmovido por una roca vertical que subía a
los cielos como la palma de una mano. Se acordó entonces de las
últimas palabras que le dijo Wang Ch'ung-yang: «Hao T'ai-ku,
irás hacia el Este y el Oeste pero no alcanzarás el Tao hasta que
hayas llegado a la cumbre de las escarpadas montañas». Hao T'ai-
ku subió a la cima de la montaña en forma de palma y decidió ca-
var una cueva donde pudiera meditar en paz. Empleó mucho
tiempo y esfuerzo en hacer un agujero lo bastante grande para
que una persona estuviera sentada con las piernas cruzadas, pero
el día que terminó llegó un eremita taoísta y le pidió a Hao T'ai-

146
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

ku que le dejara la cueva. Antes de que pudiera responder, aquel


hombre se metió en el agujero y se sentó. Como Hao T'ai-ku era
por naturaleza una persona amable y generosa, recogió sus perte-
nencias y se fue a otra región aislada para excavar otra cueva.
Apenas había terminado, cuando llegó otro eremita taoísta y le
dijo:
—Hermano en el Tao, ¿puedes dejarme la cueva para que
medite en paz? Soy anciano y no tengo mucho tiempo.
—Quédate la cueva —contestó Hao T'ai-ku—, y que alcances
pronto la iluminación.
En los diez años siguientes, Hao T'ai-ku excavó setenta y dos
cuevas entre los riscos del Hua Shan. Cada vez que iba a sentarse
dentro de su cueva, llegaba alguien que se la pedía, y por setenta
y dos veces Hao T'ai-ku cedió lo que había excavado con duro es-
fuerzo. Finalmente, Hao T'ai-ku vio un saliente a medio camino
de un peligroso risco. Se dijo a sí mismo: «Si desciendo hasta el
saliente y excavo parte del muro que hay detrás, podré meditar
allí sin que nadie me encuentre.» Así que fue al pueblo más cerca-
no y compró unas cuerdas. En el camino de regreso al Hua Shan,
encontró un hombre que le suplicó le aceptara como discípulo.
Viendo la sinceridad de éste, Hao T'ai-ku le pidió que le siguiera
hasta el Hua Shan. Maestro y discípulo llegaron al risco en donde
estaba el saliente. Hao T'ai-ku ató un extremo de la cuerda a un
árbol y descendió. Una vez en el saliente, empezó a excavar una
pequeña cueva, lo suficiente para que una persona estuviera den-
tro sentada. El discípulo le preparaba la comida una vez al día, y
se la bajaba mediante una cesta. Hao T'ai-ku descendía hasta el
saliente a primera hora de la mañana y volvía a subir con la pues-
ta de Sol. Así siguieron durante meses. Cuando el discípulo vio
que su maestro no hacía otra cosa que excavar, se impacientó y
dijo para sí: «Me convertí en su discípulo para aprender el arte
del Tao y ser inmortal. Hace meses que le sigo y no he aprendido
nada. Lo único que hago es preparar comida y reunir leña. Nunca
voy a recibir instrucciones de mi maestro. Simplemente me quie-
re para que cocine y atienda sus necesidades.»

147
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Una mañana, el discípulo siguió a Hao T'ai-ku hasta el borde


del risco. Como de costumbre, Hao T'ai-ku ató un extremo de la
cuerda a un árbol y bajó hasta el saliente. El discípulo tomó su
hacha justo en el momento en que su maestro estaba colgando de
la cuerda, y la golpeó hasta romperla. Esperaba que Hao T'ai-ku
se matase al caer cientos de metros monte abajo.
Al día siguiente, el discípulo empaquetó sus pertenencias y
bajó la montaña. A medio camino de la pendiente vio a un hom-
bre que subía ágilmente por el sendero. Se parecía a su maestro.
Cuando estuvieron a una distancia en la que podían hablarse, la
boca del discípulo se abrió de asombro. Aquel hombre era cierta-
mente su maestro, Hao T'ai-ku.
—Señor —dijo tartamudeando—, ¿dónde has estado?
—Esta mañana —contestó Hao T'ai-ku echándose a reír con
buen humor—, descubrí que tenía que afilar alguna de mis herra-
mientas de excavar, por lo que me fui al pueblo más cercano para
pedirle al herrero que lo hiciera por mí. Y tú, ¿por qué estás
aquí?, se suponía que tenías que aguardarme junto al risco.
—Señor —tartamudeó el discípulo—, te esperé toda la maña-
na hasta el mediodía. Cuando no pude encontrarte, decidí bajar
la montaña para buscarte.
—Fuiste muy amable. Me alegro mucho de encontrarte aquí.
Ya ves que el Sol se está poniendo. Hoy no podríamos subir al ris-
co. Es una suerte que hayas traído los utensilios de cocinar. ¡Qué
considerado eres! Acampemos aquí para pasar la noche y haga-
mos la cena.
Aquella noche, mientras trataba de dormir, el discípulo pen-
só: «Es realmente extraño. Hao T'ai-ku debió caer cientos de me-
tros cuando se rompió la cuerda. Ningún mortal podría haber so-
brevivido a esa caída. Además, ayer estaba en la cumbre de la
montaña, y ahora, sólo un día más tarde, después de estar en el
pueblo había subido ya la mitad de la montaña. Debe de haber
sabido que alguien cortó la cuerda, aunque actuó como si nada hu-
biera sucedido. Seguramente este hombre es un inmortal. Si le
abandono, perderé mi posibilidad de convertirme yo en inmortal.»

148
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

A la mañana siguiente, Hao T'ai-ku y su discípulo siguieron


subiendo la montaña y llegaron al risco, donde la cuerda cortada
estaba todavía atada al árbol. El discípulo se aventuró a decir:
—Señor, la cuerda está rota. ¿Cómo bajarás al saliente?
—Eso no es problema; si no hay cuerda, bajaré de un salto.
Y dicho eso, Hao T'ai-ku saltó sobre el borde del risco y desa-
pareció.

149
20

iu Ch'ang-sheng llegó a la región de Su-hang, una zona


del sur de China. Esta región era conocida por sus hermosas mu-
jeres y en sus burdeles había cortesanas que no sólo eran hermo-
sas, sino que también tenían talento en la música, en la pintura y
en la poesía. De camino a la ciudad, Liu Ch'ang-sheng recogió al-
gunas piedras y las convirtió en piezas de oro. Cambió su vesti-
menta de monje por hermosos vestidos de mercader rico y entró
en uno de los burdeles más exquisitos de la ciudad. Buscó a la
propietaria y habló con ella.
—Mi nombre es Ch'ang Sheng-tzu. Soy un comerciante en
joyas del norte. He oído que en tu casa están las damas más her-
mosas de la zona. Quisiera tener la compañía de una que toque el
laúd, haga poesía y tenga una conversación inteligente.
La propietaria, al enterarse de que Liu Ch'ang-sheng era co-
merciante en joyas, se apresuró a contestar:
—Señor, eso no será difícil. Te presentaré a Madame Yü. Es
excelente en la danza, la música, la poesía, la pintura y el ajedrez,
y además es hermosa y amable.
Condujo a Liu Ch'ang-sheng hasta la habitación de Madame
Yü y dijo:
—Señor, eres bienvenido y puedes quedarte aquí todo el
tiempo que desees. Si necesitas algo, haz sonar la campanilla para
que venga la criada.
Madame Yü miró a Liu Ch'ang-sheng y vio que no sólo era
bello, sino que tenía un porte regio que le diferenciaba de sus
otros clientes. Mientras que éstos deseaban su cuerpo y a menudo

150
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

se le acercaban con violentas insinuaciones, este hombre la respe-


taba y le hablaba con amabilidad, tratándola no como un objeto
sexual sino como a una amiga. Liu Ch'ang-sheng se conducía de
acuerdo con lo que Wang Ch'ung-yang le había enseñado: «Con-
templa con calma todo lo que hay ante ti. La verdadera quietud se
da cuando puede producirse ante ti un corrimiento de tierras sin
que ello te turbe.» Por ello, Liu Ch'ang-sheng trataba a la hermo-
sa mujer que tenía delante como si fuera una forma vacía. Su co-
razón no se conmovía, por lo que su cuerpo no la deseaba. Como
sus intenciones eran puras, sus sentidos no se aferraban a los
«atractivos» que tenía delante. Liu Ch'ang-sheng y Madame Yü
disfrutaron de su mutua compañía como amigos. Comían juntos,
interpretaban música juntos e incluso dormían juntos en la mis-
ma cama, pero en lo que concernía a Liu Ch'ang-sheng era como
si durmiera j u n t o a una plancha de madera. Durante todo ese
tiempo, Liu Ch'ang-sheng le decía a sus ojos que miraran pero no
vieran la belleza de Madame Yü, y a sus oídos que oyeran pero no
escucharan su voz seductora. Cualquiera que les viera diría que
eran dos personas jugando como niños.
Cuando las otras damas del burdel se enteraron de la extraña
relación de Liu Ch'ang-sheng con Madame Yü, sintieron curiosi-
dad y pidieron que se les permitiera atender también a Liu
Ch'ang-sheng. La propietaria, que se sentía feliz con el suministro
aparentemente interminable de oro de Liu Ch'ang-sheng, deseaba
complacer a su rico cliente preocupándose de la poco convencio-
nal conducta sexual de Liu Ch'ang-sheng. Así, Liu Ch'ang-sheng
era acompañado a menudo por cinco o seis damas que se divertían
por su falta de interés sexual hacia ellas, y por la manera amistosa
y comprensiva con que las trataba; no como objetos de placer
sino como seres humanos inteligentes.
Un día, las damas habían llevado unas ñores a Liu Ch'ang-
sheng y le persuadieron para que se vistiera de mujer. Liu Ch'ang-
sheng se echó a reír y consintió. Cuando las damas empezaban a
vestirle con ropa de mujer y ponerle flores en el cabello, se abrió la
puerta de la habitación y entró un monje barbudo de largos cabe-

151
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Liu Ch'ang-shen controla sus deseos sexuales viviendo en un


burdel.

152
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

llos. El monje tenía cejas pobladas y la tez y los rasgos del que viene
de tierras que están muy al oeste, más allá de las grandes montañas.
Aquel monje no era otro que Bodhidharma, el gran patriarca del bu-
dismo, que recorría toda China visitando los monasterios budistas.
Había pasado por la región de Su-hang, donde vio una nube morada
suspendida sobre el burdel en donde estaba Liu Ch'ang-sheng. Sa-
biendo que el morado podía significar la presencia de un inmortal,
Bodhidharma decidió buscar a esa persona iluminada.
Cuando Bodhidharma irrumpió en la habitación, las damas
se sorprendieron de su apariencia extraña y se ocultaron rápida-
mente detrás de Liu Ch'ang-sheng, buscando protección. En
cuanto éste vio a Bodhidharma, supo que se trataba de una perso-
na iluminada. Un bodhisattva que había roto todas sus ataduras
con el ansia y el deseo. Se levantó de su asiento y pidió respetuo-
samente a Bodhidharma que tomara el té con él. No había agua
caliente para hacer té, por lo que Liu Ch'ang-sheng tomó un reci-
piente con agua fría y lo apretó contra su tan-t'ien inferior. En un
momento, el agua del recipiente comenzó a hervir. Liu Ch'ang-
sheng puso algunas hojas de té en el agua caliente y le entregó la
infusión a Bodhidharma. Las damas que se ocultaban detrás de
Liu Ch'ang-sheng quedaron asombradas. Nunca habían visto a
nadie que calentara el agua con su cuerpo. Viendo su asombro,
Liu Ch'ang-sheng les habló:
—Calentar el agua con mi vientre no es nada extraordinario.
Ved, mi vientre también puede hornear tortas.
Liu Ch'ang-sheng tomó unas tortas y las apretó contra su tan-
t'ien. Hizo brotar fuego de su cuerpo y a los pocos segundos las tor-
tas estaban horneadas. Aunque las damas se maravillaran, Bodhid-
harma actuaba como si no hubiera sucedido nada fuera de lo
ordinario, ya que se trataba de un ser iluminado. No se sintió desa-
fiado por el taoísta, ni sintió la necesidad de demostrar algunas de
sus habilidades. Al contrario, Bodhidharma dijo con buen humor:
— ¡Tu método de cocinar es maravilloso! Quizás algún día
nos juntemos y puedas enseñarme. —Bodhidharma terminó el té
y se despidió de Liu Ch'ang-sheng. Cuando iba a salir de la habi-

153
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

tación, dijo— Tú que conoces el camino del Este del que proce-
des, ¿por qué no tomas el del Oeste y te vas? Antes de que tu na-
turaleza original se contamine, debes regresar velozmente a casa.
—En el vacío no hay dirección y no hay ir y venir —respon-
dió Liu Ch'ang-sheng—. ¿Cómo una naturaleza original que es
pura puede contaminarse? Mi cuerpo no tiene un maestro. ¿Dón-
de iba a encontrar su hogar?
Al escuchar esas palabras, Bodhidharma supo que sólo podía
haberlas pronunciado un hombre iluminado. Se inclinó respetuo-
samente ante Liu Ch'ang-sheng y se marchó.

Liu Ch'ang-sheng llevaba en el burdel más de un año cuando


Wang Yü-yang cruzó la región de Su-hang de camino al sur. Deseo-
so de saber cómo le iba a su hermano, Wang Yü-yang decidió
buscarle. Cuando llegó al burdel en donde estaba Liu Ch'ang-
sheng, las damas le dieron la bienvenida y le dijeron:
—Señor, ¿estás buscando al hombre que puede cocinar tortas
en su vientre?
—Así es —respondió Wang Yü-yang echándose a reír—,
¿pero cómo lo sabéis?
—Hace un tiempo, un monje budista visitó a nuestro hués-
ped. Como tú también eres monje debes de estar buscando tam-
bién a Ch'ang Sheng-tzu.
Condujeron a Wang Yü-yang a la sala de huéspedes donde se
encontraba Liu Ch'ang-sheng. Aquel escuchó unas risas y bromas
en una de las habitaciones y en una de las voces reconoció a su
hermano. Se dirigió despacio hacia una ventana abierta y utilizó
la energía interior para avivar las llamas de las velas, iluminando
la habitación como si las llamas se hubieran convertido en una
tormenta. Las damas gritaron horrorizadas, pero Liu Ch'ang-
sheng se echó a reír y dijo:
—No tengáis miedo. Es sólo que los monstruos están jugan-
do conmigo.
—No —dijo Wang Yü-yang abriendo la puerta y sonriendo—,
soy yo el que estoy jugando con los monstruos.

154
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Si dices que soy un monstruo, no discutiré contigo —res-


pondió Liu Ch'ang-sheng—. Sin embargo, es monstruoso utilizar
el fuego para dañar a la gente. —Wang Yü-yang iba a formular
una respuesta, cuando Liu Ch'ang-sheng añadió— Hermano, de-
bes apresurarte. Debes ir inmediatamente al sur. Hay alguien
aguardándote para que le acompañes a la esfera inmortal.
Al darse la vuelta para irse, Wang Yü-yang le dijo a Liu
Ch'ang-sheng:
—Hermano, ¿cuándo piensas abandonar este lugar?
—Me iré cuando me vaya.
Wang Yü-yang asintió, se inclinó y se fue. De camino al sur,
se encontró con T'an Chang-chen. Juntos decidieron ir a las mon-
tañas del sudoeste para pasar algún tiempo en soledad y medita-
ción. Se dice que en las cumbres cubiertas de nubes de la región
del sudoeste de China, Wang Yü-yang y T'an Chang-chen alcan-
zaron el Tao y se hicieron inmortales. En cuanto a Liu Ch'ang-
sheng, abandonó el burdel poco después de la visita de Wang Yü-
yang. Sus deseos sexuales estaban completamente disueltos y ya
estaba listo para abandonar la esfera mortal. Liu Ch'ang-sheng se
retiró a las montañas cercanas a la costa oriental y, tras tres años
de meditación, se volvió inmortal y ascendió a los cielos. Hao
T'ai-ku alcanzó la inmortalidad en los riscos de Hua Shan,
abandonando su cuerpo mortal cuando saltó del risco de la mon-
taña en forma de mano.

155
21

un Pu-erh vivió en la ciudad de Loyang durante doce años.


Alcanzó el Tao y adquirió capacidades mágicas poderosas. Un día,
se dijo a sí misma: «He vivido en Loyang durante mucho tiempo.
Ahora que he alcanzado el Tao, debería mostrar los poderes del
Tao a la gente.»
Sun Pu-erh tomó dos ramas marchitas y sopló sobre ellas sua-
vemente. Al instante, las dos ramas se convirtieron en un hombre
y una mujer. La mujer se parecía a Sun Pu-erh y el hombre pare-
cía tener treinta años y era hermoso. La pareja fue a las abarrota-
das calles de la ciudad y empezaron a reír, abrazándose y gastán-
dose bromas uno a otro. En aquellos días Loyang era el centro del
aprendizaje y la cultura, y esa conducta vergonzosa en público en-
tre un hombre y una mujer no se toleraba. Pero a pesar de las re-
primendas de los funcionarios de la ciudad y de los maestros de la
comunidad, la pareja continuaba con sus juegos un día tras otro.
Incluso cuando los guardias les expulsaron de la ciudad, regresa-
ron a las abarrotadas calles al siguiente día.
Cuando los miembros influyentes de la comunidad vieron
que sus esfuerzos por expulsar a la pareja de la ciudad eran va-
nos, celebraron un consejo entre ellos y fueron a ver al alcalde,
hablándole así:
—Hace muchos años, una loca se refugió en una casa abando-
nada en el límite de la ciudad. Nos apiadamos de ella y le dimos co-
mida cuando mendigaba. Ahora no sólo olvida nuestra amabilidad
hacia ella, sino que se ha convertido en una molestia para la decen-
cia y la paz públicas. Queríamos pedirte que arrestaras a esa pareja

156
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

desvergonzada y los quemaras en público. Hemos llegado a esta úl-


tima solución porque han ignorado nuestras súplicas y amenazas.
—Señor —añadió uno de los jefes más poderosos de la co-
munidad—, como jefe de esta ciudad eres el responsable de la
buena conducta de nuestros ciudadanos. Debemos hacer algo con
esa pareja desvergonzada.
Como no quería ofender a los ciudadanos poderosos de la co-
munidad, el alcalde redactó un decreto e hizo que lo pusieran por
toda la ciudad. Decía así: «La locura es el resultado de la pérdida de
la razón. Sin la razón, todos los actos se vuelven irracionales. Que
un hombre y una mujer se abracen y acaricien en público es romper
las normas del decoro. Si muestran esa conducta desvergonzada du-
rante el día, no hay nada que no puedan hacer durante la noche. Las
calles de la ciudad no son lugar para bromas. Mostrar esa conducta
ofensiva en público es abominable. Les hemos pedido que se vayan,
pero se han negado. Les hemos expulsado de la ciudad, pero han re-
gresado. Sólo nos queda una cosa por hacer. Les arrestaremos y les
quemaremos en público. Así nos liberaremos de esos malvados.»
Junto con los guardias de la ciudad, los jefes de la comunidad
y una gran multitud, el alcalde fue a la casa abandonada de las
afueras de la ciudad donde se decía que estaban el hombre y la
mujer locos. Al acercarse a la casa, habló el alcalde:
—Que todo el mundo tome algunas ramas y madera seca. La
apilaremos alrededor de la casa y quemaremos el abominable lu-
gar junto con la mujer loca y el hombre desvergonzado.
Los integrantes de la multitud apilaron ramas secas alrededor
del edificio y las prendieron fuego. El edificio se ocultó tras las
llamas y el humo. De pronto, el humo gris se convirtió en una ne-
blina de múltiples colores y se vio a la mujer loca sentada sobre
un dosel de nubes, rodeada por el hombre y la mujer a quienes la
gente había visto bromeando en las calles. Sun Pu-erh habló a la
multitud que estaba abajo.
—Soy la buscadora del Tao. Mi casa está en la provincia de
Shantung y mi nombre es Sun Pu-erh. Hace diez años llegué a Lo-
yang, me disfracé de loca para poder seguir en paz el camino del

157
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

Sun Pu-erh demuestra los poderes del Tao a los residentes de


Loyang y asciende al cíelo en una nube de humo.

158
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

Tao. Finalmente he alcanzado el Tao y hoy seré conducida a los


cielos por el fuego y el humo. Transformé dos ramas en un hom-
bre y una mujer para que las circunstancias os trajeran hasta aquí
para presenciar el misterio y los poderes del Tao. A cambio de
vuestra amabilidad y hospitalidad para conmigo durante esos
años, os daré a esta pareja. Serán vuestros guardianes y yo provee-
ré de que vuestras cosechas sean abundantes y de que la ciudad
esté protegida de las pestes y desastres naturales.
Sun Pu-erh empujó al hombre y a la mujer, quienes cayeron
entre la multitud que había abajo. Al instante, la pareja se trans-
formó en su forma original. La multitud recogió las dos ramas,
pero cuando volvieron a mirar al cielo sólo vieron una figura pe-
queña y negra que se iba haciendo más y más pequeña mientras
se elevaba. La figura se convirtió en un punto negro y finalmente
desapareció. La multitud inclinó la cabeza con respeto y se dis-
persó. Durante los cinco años siguientes, Loyang disfrutó de una
prosperidad sin igual en ninguna otra ciudad de China. El cam-
po daba abundantes cosechas y el ganado era saludable y nume-
roso. La lluvia llegaba en el momento adecuado y la ciudad y su
región circundante parecían inmunes a los desastres naturales.
Como gratitud a Sun Pu-erh, los ciudadanos le erigieron un san-
tuario. En él había una estatua que se le parecía, y a su lado esta-
ban las estatuas del hombre y la mujer que ella había creado a
partir de dos ramas. Dieron al santuario el nombre de El Santua-
rio de los Tres Inmortales. Se dice que quienes llevaban allí
ofrendas con sinceridad recibían bendiciones de los tres inmor-
tales.
Después de que Sun Pu-erh ascendiera a los cielos, regresó a
la esfera terrenal. Quería conocer el progreso de Ma Tan-yang y
ofrecerle ayuda si la necesitaba.
Cuando Sun Pu-erh apareció en la mansión Ma, los criados
no podían creer que la dama de la mansión hubiera regresado.
Fueron corriendo a decírselo a Ma Tan-yang y éste se apresuró a
saludar a su esposa. Le dio la bienvenida al hogar y dijo:
—Amiga en el Tao, debes haber sufrido mucho estos años.

159
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

—Quienes cultivan el Tao deben afrontar cualquier dificultad


que les acose —respondió Sun Pu-erh—. De otra manera, no po-
dríamos alcanzar el Tao.
Aquella noche Ma Tan-yang invitó a Sun Pu-erh a meditar
con él. Sun Pu-erh mantuvo la postura de meditación toda la no-
che, pero Ma Tan-yang no pudo hacerlo. A la mañana siguiente,
habló con ella.
—Amiga en el Tao, tu habilidad en la meditación es mucho
más avanzada que la mía.
—Hermano, puedo ver que tus poderes mágicos no parecen
tan fuertes como debieran.
—Te equivocas, mis poderes mágicos son fuertes. Puedo trans-
formar las piedras en piezas de plata; déjame que te lo muestre.
—Yo puedo transformar las piedras en oro, pero no deseo ha-
cerlo, pues el oro y la plata son cosas materiales que debemos de-
jar atrás. Por tanto, no es importante que puedan convertirse en
plata o en oro. Déjame que te cuente una historia.
Sun Pu-erh relató entonces a Ma Tan-yang una historia acer-
ca de los inmortales Lü Tung-pin y Chung-li Ch'üan. Cuando el
inmortal Lü Tung-pin estaba estudiando con su maestro Chung-li
Ch'üan, éste le dio un saco grande y pesado para que lo transpor-
tara. El inmortal Lü transportó el sacó durante tres años sin que-
jas ni resentimientos. Al cabo de tres años, Chung-li Ch'üan le
dijo al inmortal Lü que abriera el saco.
—Durante estos años con el saco a cuestas, ¿no sabías lo que
había dentro?
—Sí —contestó el inmortal Lü—, sabía que el saco estaba lle-
no de piedras.
—¿Sabes que las piedras que has estado llevando todos estos
años pueden convertirse en oro? Como has mostrado sinceridad
y humildad, y nunca has pronunciado una palabra de queja, te
enseñaré a convertir estas piedras en oro si así lo deseas.
—Cuando estas piedras se hayan transformado en oro —pregun-
tó el inmortal Lü a Chung-li Ch'üan—, ¿serán idénticas al oro real?
—No —contestó Chung-li Ch'üan—, el oro que ha sido

160
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

transformado a partir de piedras o de otros objetos sólo durará


quinientos años. Después, volverá a su forma original.
—Entonces no deseo aprender la técnica para convertir las
piedras en oro. Si el oro no es permanente, lo que yo haga ahora
tendrá efectos perjudiciales dentro de quinientos años. Prefiero
ignorar una técnica que podría hacer daño a la gente.
—Tus fundamentos son más fuertes que los míos —dijo
Chung-li Ch'üan—.Tu nivel de iluminación será superior al mío.
Como me has iluminado, ahora comprendo que esta técnica de
convertir las piedras en oro, plata o gemas preciosas no merece la
pena aprenderse ni enseñarse.
Al escuchar la historia de Sun Pu-erh, Ma Tan-yang se sintió
avergonzado y no dijo nada más. Al día siguiente, Sun Pu-erh in-
vitó a Ma Tan-yang a tomar un baño de agua hirviente. Ma Tan-
yang miró el agua burbujeante, la probó con el dedo y exclamó:
—Esta agua está tan caliente que casi me quemo el dedo.
¿Cómo voy a sentarme en ella y tomar un baño?
Sun Pu-erh entró en la bañera de agua hirviente como si sim-
plemente estuviera tibia. Se volvió hacia Ma Tan-yang y dijo:
—Hermano, después de todos estos años deberías haber cul-
tivado un cuerpo al que nada afectasen el calor y el frío. ¿Cómo
es que no has progresado más en tu entrenamiento?
—No lo sé. Recibimos las mismas instrucciones del mismo
maestro. ¿Cómo es que tu capacidad para la meditación, tus po-
deres mágicos y tu desarrollo físico superan en tanto los míos?
Sun Pu-erh se secó, se puso ropa limpia y se lo explicó a Ma
Tan-yang.
—Estos doce años he llevado una vida dura. Hice mi entrena-
miento en las condiciones más adversas. Además, como tenía que
mendigar y vivir en el más austero de los alojamientos, mi cuerpo
y mi mente no se veían distraídos ni estorbados por la vida cómo-
da. En cambio tú has vivido en una casa cómoda, con criados que
atendían tus necesidades, y no te enfrentaste a la vida dura. Por
eso tus sentidos, tu mente y tu cuerpo se han hecho perezosos y
no te entrenaste con tanta dureza como yo.

161
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Tienes razón —le dijo Ma Tan-yang a Sun Pu-erh—. Deja-


ré este lugar y viajaré. Buscaré el Tao en mis viajes.
Aquella noche, Ma Tan-yang se puso la túnica taoísta y se fue
de su mansión. Al día siguiente, Sun Pu-erh reunió a los criados y
les dijo que vendieran la propiedad y distribuyeran el dinero y los
bienes de la casa entre los necesitados, pues sabía que Ma Tan-
yang nunca regresaría a su mansión y sus tierras.
Ma Tan-yang abandonó el condado de Ning-hai y viajó hacia
el Oeste hasta Shensi, donde deseaba visitar la tumba de su maes-
tro antes de iniciar los viajes. Cuando se acercaba al monte
Chung-nan, vio una figura arrodillada junto a la tumba de su maes-
tro. Al acercarse, reconoció a su hermano Ch'iu Ch'ang-ch'un.
Corrió hacia él, le saludó y le dijo:
—Hermano, ¿cómo te ha ido?
—Cuando el maestro se fue, decidí quedarme en esta zona y
he atendido su tumba —replicó Ch'iu Ch'ang-ch'un—. Pero no
he olvidado las enseñanzas del maestro. Durante todo este tiempo
he intentado domesticar mi corazón y cultivar mi naturaleza ori-
ginal.
—Nuestro maestro alcanzó el Tao y consiguió la inmortali-
dad —añadió Ma Tan-yang—. Si todavía sigues unido al capara-
zón que él dejó atrás, has perdido el tiempo y el esfuerzo que em-
pleó él en enseñarte. Su «muerte» fue una manera de liberarse de
su caparazón para que su espíritu pudiera ascender al reino de la
inmortalidad. Recuerda lo que dijo nuestro maestro. La naturale-
za original se cultiva externamente mediante actos virtuosos, e
internamente mediante la ruptura del compromiso con las cosas.
Si no puedes romper tu atadura con las formas, nunca domestica-
rás tu mente.
—Hermano —dijo Ch'iu Ch'ang-ch'un comprendiendo su ig-
norancia y dando las gracias a Ma Tan-yang—, si no fuera por ti
me habría muerto aquí en la ignorancia.
—El maestro dijo que encontrarías más dificultades que el
resto de nosotros y necesitarías más tiempo y entrenamiento an-
tes de poder alcanzar el Tao. Pero debes ser paciente. Humilla tu

162
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

inteligencia, deja a un lado tu orgullo y yo te enseñaré lo que el


maestro me enseñó.
Ch'iu Ch'ang-ch'un dio las gracias a Ma Tan-yang y dijo:
—Recordaré tus palabras y me mostraré digno de tus ense-
ñanzas.
Ese mismo día, más tarde, Ch'iu Ch'ang-ch'un condujo a Ma
Tan-yang al santuario levantado por los aldeanos de Ta-wei en
memoria de Wang Ch'ung-yang. Los dos discípulos presentaron
sus respetos al maestro y viajaron un tiempo entre las colinas de
Chung-nan. Ch'iu Ch'ang-ch'un guardaba las palabras de su her-
mano mayor en la mente y en todos los aspectos se comportaba
con humildad, no permitiendo que su mente perversa dominara
sus pensamientos. Viendo la sinceridad y la motivación para
aprender de Ch'iu Ch'ang-ch'un, Ma Tan-yang finalmente le trans-
mitió todo lo que había aprendido de Wang Ch'ung-yang. Aquél
practicó con diligencia y consiguió progresar todos los días.
—El invierno estará pronto aquí —le dijo un día Ma Tan-
yang—. Ha llegado el momento de que viajemos hacia el sur.
Recogieron lo que tenían y siguieron el camino del sur. Nin-
guno de los discípulos tenía muchas pertenencias. Ch'iu Ch'ang-
ch'un tenía lo que había llevado con él cuando acompañó el ataúd
del maestro hasta Shensi. Ma Tan-yang se había ido apresurada-
mente de Ning-hai y ni siquiera se había llevado su cojín de me-
ditación. Los dos discípulos sólo tenían un cojín y se sentaban es-
palda con espalda cuando meditaban.
De camino al sur, llegó el invierno. Una noche que descansa-
ban en las ruinas de un santuario, nevó mucho. A la mañana si-
guiente se había acumulado un metro de nieve en el suelo. Ch'iu
Ch'ang-ch'un salió, esperando encontrar alguna casa cerca en la
que pudieran mendigar comida. Pero estaban en una región des-
habitada, un alto valle rodeado de altas montañas. La nieve seguía
cayendo y era difícil caminar debido a las fuertes ráfagas de vien-
to. Los dos discípulos decidieron aguardar a que pasara la tor-
menta y se quedaron en el santuario abandonado durante tres
días con sus noches.

163
22

h'iu Ch'ang-ch'un miró el suelo cubierto de nieve y pen-


só para sí: «Mi hermano procede de una familia rica. No está ha-
bituado a la dureza de la vida, como el hambre y el frío. Debo sa-
lir para ver si puedo encontrar algo caliente para que coma». Así,
mientras Ma Tan-yang meditaba, Ch'iu Ch'ang-ch'un salió del
santuario. Se habían acumulado montones de nieve de más de
metro y medio de altura por todas partes. El camino que habían
seguido hasta allí se había ocultado. No sólo Ch'iu Ch'ang-ch'un
no podía avanzar por camino alguno, sino que de vez en cuando
había avalanchas de nieve en las pendientes. Con tristeza, Ch'iu
Ch'ang-ch'un regresó al santuario abandonado. No había nada
que hacer sino esperar a que la nieve se fundiera.
Ch'iu Ch'ang-ch'un decidió pasar el tiempo en meditación.
Se sentó sobre el cojín, de espaldas a Ma Tan-yang, pero por mu-
cho que lo intentó no pudo detener sus pensamientos, no podía
expulsar de su mente la idea de conseguir comida para Ma Tan-
yang. Tan potentes eran sus pensamientos que llegaron a los oí-
dos del dios terrenal del santuario. Viendo la difícil situación de
los dos monjes taoístas, el dios terrenal se apresuró a visitar a un
amable anciano que vivía en una cabaña de un valle cercano.
Presentándose al anciano en un sueño, le dijo: «En mi santuario
hay dos monjes taoístas que llevan tres días sin comida ni agua.
Levántate y prepárales una comida caliente.» El anciano despertó,
levantó a su esposa y le relató su sueño. La piadosa mujer creía mu-
cho en los dioses y en los espíritus por lo que inmediatamente fue
a la cocina y preparó unos cuencos con arroz y verduras. El aje-

164
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

treo de la casa despertó a su hijo y su nuera. Cuando fueron in-


formados del sueño del padre, dijeron:
—Madre, con mucho gusto llevaremos la comida al santuario.
La pareja encontró el santuario y ofreció la comida a Ma Tan-
yang y Ch'iu Ch'ang-ch'un. Aquél pensó que la pareja estaba for-
mada por lugareños que se habían enterado de que ellos habían
quedado atrapados en el santuario. Les dio las gracias por su ama-
bilidad y comió el arroz y las verduras que les llevaron. Ma Tan-
yang iba a volver a su cojín de meditación cuando le interrumpió
Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Hermano, los caminos del Tao son misteriosos. La última
noche pensé en conseguir comida para ti mientras trataba de me-
ditar y hoy alguien nos trae comida.
—Los que buscan el Tao se olvidan del hambre —respondió
colérico Ma Tan-yang—. ¡Sólo puedes pensar en comida! ¿Cuán-
do vas a aprender? ¡Ya me he cansado de ti! Hoy nos separaremos
y no volveremos a encontrarnos.
Con un movimiento rápido de su cuchillo, Ma Tan-yang cor-
tó en dos su cojín de meditación. Tomó una mitad y le entregó la
otra a Ch'iu Ch'ang-ch'un, diciendo:
—Hermano, trabaja duro y disciplínate para no arruinar tu
futuro.
Después se fue rápidamente del santuario. Ch'iu Ch'ang-
ch'un corrió detrás de él, pero Ma Tan-yang había desaparecido.
Bajó corriendo por la pendiente de la montaña llamando a su her-
mano mayor, pero no encontró respuesta. Al llegar la noche,
Ch'iu Ch'ang-ch'un vio una figura a la lo lejos. Pensando que era
Ma Tan-yang, corrió hacia allí pero encontró a un leñador que re-
gresaba a casa con su carga de leña. Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un
preguntó al leñador si se había cruzado con un monje taoísta, éste
respondió:
—Maestro, llevo todo el día cortando leña en esta zona y no
he visto a nadie. Pero está oscureciendo, señor, y los animales sal-
vajes saldrán pronto. Ven a mi choza a pasar la noche. Mañana
por la mañana podrás seguir buscando a tu amigo.

165
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un se encuentra con un adivinador que le dice


que morirá de hambre.

166

A
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Debo seguir mi camino —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un


dándole las gracias—. Si me quedo aquí a pasar la noche, nunca
le encontraré. Pero ten la amabilidad de subirte a un árbol y gritar
con fuerza a mi amigo que me espere. Te quedaré agradecido el
resto de mi vida.
—Maestro taoísta —gritó el leñador tras subirse a un árbol—.
Quédate y aguarda, por favor quédate y aguarda.
El eco repitió su voz en las montañas, pero no obtuvo res-
puesta. En cuanto a Ma Tan-yang, al abandonar el santuario utili-
zó sus poderes mágicos para viajar por el subsuelo. En poco tiem-
po había abandonado las montañas del sudoeste de China
y llegado a los montes Kao de la provincia de Honan, en el área
central de China. Allí alcanzó el Tao y abandonó la esfera te-
rrenal.
Ch'iu Ch'ang-ch'un sabía que con la partida de Ma Tan-yang
era el único de los siete discípulos de Wang Ch'ung-yang que
quedaba. Ya no podía confiar en que los otros le ayudaran. Recor-
dando las palabras de Ma Tan-yang, decidió cultivar el vacío en
su pensamiento, sus sentimiento y sus sensaciones. Para recor-
darse a sí mismo su objetivo, compuso un poema:

Que mi mente se olvide de comer y beber.


Si pienso en comodidad y riquezas, que mis huesos y tendo-
nes se marchiten.
Si pienso en comida y agua, que mi boca se llene de llagas.
Que mi cuerpo sea un receptáculo vacío en el que nada pue-
da almacenarse.

Escribió el poema en un trozo de madera y lo colocó ante él.


Todos los días meditaba delante de esas palabras.
Un día, cuando pasaba junto a una pequeña ciudad vio una
gran mansión junto al camino principal. Fue hasta la puerta, lla-
mó y gritó a los residentes que fuera había un monje mendigando
comida. Se abrió la puerta y una joven criada le entregó un cuen-
co de arroz y verduras. Ch'iu Ch'ang-ch'un se había sentado en el

167
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

umbral e iba a comer cuando salió un anciano y le quitó el cuen-


co. Ch'iu Ch'ang-ch'un se inclinó ante el hombre y dijo:
—Señor, si te he ofendido, hazme saber en qué para que pue-
da excusarme. Y si no te he ofendido, ¿por qué me quitas la comi-
da? ¿Es porque no soy digno de recibir tu amabilidad o porque no
te gustan los que son como yo?
—Monje —respondió el anciano echándose a reír—, no soy
yo quien no desea ayudar. Eres tú el que está destinado a no reci-
bir la ayuda.
—Explícate, señor. ¿Por qué no estoy destinado a recibir co-
mida de ti?
—He estudiado la adivinación desde que era niño —contestó
el anciano—. Puedo decirte por tu mirada que estás destinado a
morir de hambre. Además, cada trozo de comida que tomes te
pondrá las cosas más difíciles. Si esa es la voluntad del cielo, ¿por
qué no cumplirla?
—Señor, puesto que eres un hombre que puede predecir el
futuro, ¿puedes decirme si alcanzaré el Tao en esta vida?
El anciano examinó de cerca a Ch'iu Ch'ang-ch'un, sacudió la
cabeza y dijo:
—En tu rostro está escrito que no podrás cumplir tu tarea
mientras vivas.
—Señor, ¿no hay otro resultado?
—Lo que está escrito por el destino debe suceder, por increí-
ble que pueda parecer cuando se predice. Permíteme que te dé al-
gunos ejemplos y quizás lo entiendas.
»En los tiempos de los Estados Combatientes [475-221 a.
C ] , del gobernante del reino de Chu se dijo que moriría de ham-
bre. Se echó a reír y dijo que era imposible que un rey muriera de
hambre. Años más tarde, sus dos hijos lucharon el uno contra el
otro por el derecho a la herencia de su padre. El anciano rey que-
dó cautivo en el palacio por el príncipe, que tenía miedo de que el
padre pudiera favorecer a uno u otro. La pelea por la sucesión im-
plicó a todos los que habitaban el palacio. Incluso los criados y
cocineros fueron atraídos a la lucha por un príncipe o por el otro.

168
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

El anciano rey quedó encerrado en su cámara y se le privó de co-


mida durante siete días. Al octavo día, el rey descubrió que un
ave había puesto varios huevos en un nido que colgaba de las vi-
gas del techo. Subió a las vigas, y cuando se disponía a tomar los
huevos, el ave regresó al nido. Lo defendió furiosa. Tratando de
alcanzarlo con la mano, el rey golpeó el nido que había sobre la
viga, los huevos cayeron al suelo y antes de que el rey pudiera lle-
gar a ellos se los había comido una rata. En el noveno día, el an-
ciano rey murió de hambre.
»Hay otra historia acerca de un noble llamado T'ang que
vivió durante la dinastía Han [206 a. C.-219 d. C.]. Un día, el se-
ñor T'ang se encontró con un adivino que le dijo que se moriría
de hambre. T'ang era un hombre supersticioso y las palabras del
adivino le molestaron. Acudió al emperador para decirle: "Señor,
un adivino me dijo que moriría de hambre. Toda mi vida he servi-
do al país. Nunca he tomado más de lo que se me asignó. He dado
en abundancia a los pobres, y en consecuencia nunca he podido
acumular riqueza. Tengo miedo de que cuando me retire del ser-
vicio al gobierno mi familia y yo perezcamos de hambre." El em-
perador del contestó: "Eres un hombre educado, ¿por qué crees
las palabras de un adivino? Además, le creas o no, no necesitas
preocuparte. Me has servido bien y te recompensaré. Te daré unas
tierras en las que hay un mina rica en hierro. Ni a ti ni a tus des-
cendientes os faltará riqueza y prosperidad."
»A los diez años los ingresos anuales del señor T'ang pasaron
de mil piezas de oro a un millón. Se convirtió en el motivo de
conversación de la capital y la envidia de la nobleza. Quizás te
preguntes cómo un hombre tan rico iba a morir de hambre. Sin
embargo, doce años más tarde el emperador murió de una enfer-
medad incurable y su hijo ascendió al trono. Muchos nobles pen-
saron que era la oportunidad de acabar con la riqueza y el poder
del señor T'ang. Abordaron al joven emperador y le dijeron que el
señor T'ang estaba usando su riqueza para comprar armas y for-
mar un gran ejército y que tramaba reivindicar el trono para sí.
Influido por los consejeros de su corte, el emperador ordenó que

169
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

el señor T'ang fuera arrestado y encarcelado. Los adversarios so-


bornaron a los guardias de la prisión y el señor T'ang no recibió
comida ni agua durante siete días. En el día octavo, un carcelero
amable que no tenía corazón para dejar que el anciano muriera de
hambre, le entregó un cuenco de sopa. Pero antes de que el señor
T'ang pudiera tomar la sopa, el capitán de la guardia le quitó de
un golpe el cuenco de las manos. Así, el señor T'ang murió de
hambre en prisión. También está la historia de dos eremitas, Po I
y Shu Ch'i, que sabían que su destino era morir de hambre. Los
dos rechazaron la orden de caballeros que les ofrecía el empera-
dor y se dejaron morir de hambre en las montañas. Por eso, si el
destino prescribe que uno va a morir de hambre, no hay escapa-
toria.»
Después de escuchar las historias del anciano, Ch'iu Ch'ang-
ch'un abandonó la mansión sumido en sus pensamientos. Deci-
dió seguir el destino del cielo y el ejemplo de los dos eremitas que
vivieron su corta vida de acuerdo con lo que los dioses habían
planeado para ellos. Fue, así, al Oeste, hacia las montañas donde
Po I y Shu Ch'i habían muerto de hambre. Vio allí una profunda
garganta abierta por un torrente. Los cantos rodados revestían la
orilla, y grandes salientes de roca aparecían en la cuenca del río,
estorbando el camino de las blancas y furiosas aguas. Ch'iu
Ch'ang-ch'un bajó a la garganta, en las profundidades del cañón.
Durante nueve días con sus noches estuvo sentado sobre un can-
to rodado junto al río, esperando morir de hambre y sed. La ma-
yoría de las personas habría muerto en esas circunstancias, pero
Ch'iu Ch'ang-ch'un tenía fuertes fundamentos en el entrenamien-
to taoísta. Nueve días sin comida ni agua no le debilitaron, y el
ayuno simplemente aclaró su mente y afiló sus sentidos. En el dé-
cimo día, una tormenta en la parte superior del curso del río pro-
dujo una inundación en el cañón. El río se elevó varios metros,
produciendo un gran estruendo en la garganta por su fuerza. Las
aguas se precipitaron a donde estaba sentado Ch'iu Ch'ang-ch'un,
pero éste no se movió. Estaba decidido a perecer en la inundación
si no moría de hambre. Según oía como las aguas se acercaban,

170
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

observó un rama que flotaba próxima a él. Cuando ésta se detu-


vo, vio que de ella colgaba un melocotón rojo y grande. «Qué ex-
traño», pensó. «La rama parece venir de ninguna parte, pero fue
traída por las olas de estas enfurecidas aguas para detenerse de-
lante de mí. Me pregunto si no significará que debo comerlo.»
Mordió un poco y el melocotón era tan delicioso que se lo tragó
de un bocado. De pronto su cuerpo se llenó de energía. Al mismo
tiempo, las aguas retrocedieron y el sol brilló. Ch'iu Ch'ang-ch'un
lo tomó como un presagio de los dioses de que no debía morir
junto al río. Se levantó y fue hasta el sendero que le sacaría fuera
del cañón.

171
20

h'iu Ch'ang-ch'un salió de la garganta del río y se fue al


Este, hacia las montañas llamadas T'ai Shan. Subió por el sendero
y encontró en la montaña un santuario oculto en unas cumbres
solitarias. Allí se sentó j u n t o al altar y cerró los ojos. Durante
nueve días y nueve noches no tocó alimento ni agua. Al décimo
día escuchó voces fuera del santuario. Las voces, inicialmente
apagadas, se fueron haciendo cada vez más intensas, y poco des-
pués escuchó unos pasos. Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un se volvió
hacia la puerta, vio un hombre fornido que entraba en el patio del
santuario diciendo que iba a limpiar un poco aquel lugar para co-
cinar allí la cena. El hombre miró a Ch'iu Ch'ang-ch'un y, sin sa-
ber qué hacer con un monje q u e se moría de hambre en un san-
tuario remoto, salió para recoger leña. Entre tanto se escucharon
otras voces en el patio y llegaron más hombres, trayendo con
ellos utensilios de cocina y caza. Los hombres se quedaron en el
patio y comenzaron a cocinar. El olor a la comida llegó a Ch'iu
Ch'ang-ch'un, pero mantuvo su vigilia junto al altar. Podía oír a
los hombres hablando y bromeando sobre la cena.
—Hermanos —dijo uno de ellos—, bebamos y celebrémoslo.
No habíamos conseguido un botín tan grande en mucho tiempo.
Creo que todos estaremos satisfechos con nuestra parte.
El hombre que hablaba se llamaba Chao Pi; era el jefe del
grupo. Con los demás formaban una banda de asaltantes que oca-
sionalmente utilizaban ese santuario de montaña como escondite.
Aquel día habían conseguido asaltar una caravana de comercian-
tes y ahora estaban pensando en dividir el botín tras celebrar su

172
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

éxito. Chao Pi y sus amigos se habían convertido en ladrones tras


haber sido expulsados de su casa por funcionarios corruptos en
una serie de injustos juicios. Al principio se habían dedicado al
robo porque no tenían dinero para llevar una vida honesta. Pero
ahora, acostumbrados a vivir fuera de la ley, ya no deseaban regre-
sar a un modo de vida más honrado.
Después de varios brindis, uno de ellos, el hombre fornido
que sí había visto a Ch'iu Ch'ang-ch'un, le dijo a Chao Pi:
—Hermano, hemos hecho muchas cosas contra la voluntad del
cielo. No dudo de que seremos castigados tras la muerte. Realice-
mos una buena acción para que nuestro castigo sea menor. Hay un
monje taoísta muriéndose de hambre en el santuario. Démosle un
poco de nuestra comida y salvémosle la vida, pues se dice que ayu-
dar a un hombre santo es una buena acción que el cielo no olvidará.
—Es una buena idea —respondió Chao Pi—. Alimentemos a
ese monje. Quizá pueda rezar a los dioses por nosotros y reducir
nuestro castigo kármico.
Chao Pi y sus hombres fueron a donde estaba Ch'iu Ch'ang-
ch'un y le ofrecieron un cuenco de arroz con tallarines, pero éste
se negó a comer. Viendo que el monje estaba decidido a no co-
mer, Chao Pi cogió la comida y abrió la boca de Ch'iu Ch'ang-
ch'un. Éste tragó un poco involuntariamente; después escupió el
resto y dijo:
—¿Por qué me atormentáis? Cada bocado que trague aumen-
tará mi desgracia. Si queréis ayudarme, dejadme solo.
—¡Monje desagradecido! Estamos tratando de ayudarte y no
aceptas nuestra amabilidad. Bueno, si te empeñas en eso, te mata-
remos y satisfaremos tu deseo de morir.
Sacó un cuchillo y señaló con él la garganta de Ch'iu Ch'ang-
ch'un.
—Si deseas matarme, mete tu cuchillo en mi vientre. Me
obligaste a aceptar la comida que no quería. Ahora puedes abrir
mi estómago y sacarla.
El ladrón iba a acuchillar a Ch'iu Ch'ang-ch'un cuando Chao
Pi le arrebató el cuchillo de la mano.

173
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un se encuentra con los ladrones fuera de un


santuario de montaña en T'ai Shan.

174
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

—Hermanos —dijo a sus hombres—, no mataremos a este


monje. Es un hombre valiente y el karma que acumularíamos por
matar a un hombre santo acosaría a nuestras familias durante ge-
neraciones. Monje taoísta —añadió dirigiéndose a Ch'iu Ch'ang-
ch'un—, parece que estás decidido a morir. ¿Puedes decirnos al
menos por qué deseas la muerte?
—Conocí a un adivino que me dijo que estaba destinado a
morir de hambre; y a lo que está escrito por el destino no se le
debe oponer la acción del hombre. Por tanto, como los sabios Po
Li y Shu Ch'i, estoy decidido a dejarme morir de hambre.
—Maestro, ¿realmente crees en las palabras vacías de un adivi-
no? Deja de buscar la muerte. Busca un santuario remoto. Consigue
un discípulo. Te daremos algo de dinero para que puedas vivir en un
santuario y meditar para la alegría de tu corazón.
Chao Pi tomó unas monedas de plata y las puso en un peque-
ño saco que entregó a Ch'iu Ch'ang-ch'un, pero éste sacudió la
cabeza y dijo:
—Aprecio tu amabilidad, pero hice el juramento de no acep-
tar las pertenencias o el dinero de otras personas.
Adelantó la pequeña placa de madera y se la mostró a los
bandidos. Años atrás, cuando se separó de Ma Tan-yang elaboró
la placa y escribió en ella las palabras que le recordarían el objeti-
vo de su entrenamiento: vaciarse de deseo y pensamientos.
—Te damos dinero porque así lo queremos —dijeron los la-
drones tras mirar lo que estaba escrito—. No tiene nada que ver
con que tú quieras lo que tenemos. ¿Por qué no aceptar nuestro
regalo?
—No merezco vuestro regalo porque en mi vida pasada no
fui generoso con los que tenían necesidad. Por eso en esta vida he
de pagar las deudas que debo de mis vidas anteriores. Si recibo
algo de vosotros, sólo conseguiré aumentar mi castigo kármico.
La ley del karma dice que lo que haces debes pagarlo. Si le quitas
algo a alguien, debes devolverlo. Si ayudas a alguien, recibirás la
recompensa por ello.
—Señor —dijo Chao Pi al escuchar esto—, si es así, entonces

175
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

todos nosotros recibiremos un grave castigo kármico en nuestra


vida futura, puesto que hemos robado en ésta.
—Sois ladrones ahora porque en vuestra vida anterior fuisteis
robados e injustamente tratados —contestó Ch'iu Ch'ang-ch'un—.
Los que os trataron así en su vida anterior lo están pagando aho-
ra. Sin embargo, si continuáis robando a otros después de haber-
les hecho pagar plenamente sus malos actos, recogeréis el castigo
kármico para vosotros y vuestras familias.
—Hemos recuperado plenamente lo que se nos debía de vidas
anteriores —dijo Chao Pi—. Si seguimos robando, tendremos que
pagar por nuestros actos en nuestra vida futura. Es el momento de
dejarlo. —Y volviéndose hacia Ch'iu Ch'ang-ch'un añadió— Maes-
tro, te damos las gracias por tu consejo. Si no nos hubiéramos en-
contrado contigo, habríamos acumulado un grave castigo para no-
sotros y nuestras familias. Hermanos —añadió en tono autoritario
y levantándose—, tenemos que dejar de ser ladrones. En los años
en los que hemos vivido fuera de la ley hemos conseguido acumu-
lar algunas riquezas. Pongamos nuestro dinero en una empresa y
llevemos una vida honesta a partir de ahora.
Los hombres asintieron. Cuando los ladrones se preparaban
para marcharse, Chao Pi se despidió de Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Maestro, te estaré agradecido el resto de mi vida. Quizás en
otra vida volvamos a encontrarnos y me convierta en tu discípulo.
Ch'iu Ch'ang-ch'un descendió la pendiente solo y abatido.
Por dos veces había querido morir de hambre, pero por dos veces
se lo habían impedido. En los meses siguientes, mendigó algunas
monedas en las ciudades cercanas. Después, se compró una cade-
na de hierro. Fue con ella a una región muy boscosa de Tai Shan y
encontró un lugar en donde los árboles eran altos y las ramas es-
pesas. Subió a un árbol y ató un extremo de la cadena en una
gruesa rama y el otro en su cuello. «Esta vez seguro que moriré,
pues no hay nadie aquí para detenerme», pensó. Pero mientras
Ch'iu Ch'ang-ch'un planeaba su autoinmolación, el señor de la
estrella T'ai-pai fue alertado por el dios de la Tierra'. El señor ce-
lestial asumió inmediatamente la forma de un recolector de hier-

176
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

bas y se presentó bajo el árbol en el que Ch'iu Ch'ang-ch'un iba a


dejarse la vida. Estaba tan absorto en los preparativos que no re-
paró en la figura que tenía debajo. El recolector de hierbas llamó
a Ch'iu Ch'ang-ch'un:
—¿Por qué intentas poner fin a tu vida? ¿Qué has hecho para
merecer este fin?
—Lo que he hecho no es de tu incumbencia —respondió
molesto Ch'iu Ch'ang-ch'un mirando hacia abajo.
—Soy un seguidor del Tao —dijo el recolector—, y la vida y
la muerte de los seres es de mi incumbencia. El Tao valora la vida
por encima de todas las cosas. ¿Por qué no me dices la razón de
que desees quitarte la tuya?
—De acuerdo, te diré por qué necesito morir. Hace algún
tiempo conocí a un adivino que me dijo que estaba destinado a
morir de hambre y que nunca alcanzaría la iluminación en esta
vida. Mis dos intentos de morir de hambre han fracasado. Por eso
vine aquí a ahorcarme. Deseo poner fin a mi vida ahora, antes de
que nadie pueda interferir.
—Así que quisiste morir tras escuchar las palabras de un
hombre. Quizás las palabras de otro te devuelvan el sentido. Tu
mente está invadida por monstruos y tu sabiduría está nublada.
Tu locura no sólo te quita casi la vida, sino que ha estado a punto
de arruinar tus posibilidades de convertirte en inmortal en esta
vida. Escucha lo que tengo que decirte y los monstruos que han
capturado tu mente te dejarán libre —dijo el recolector de hier-
bas sentándose e indicando a Ch'iu Ch'ang-ch'un que se sentara
junto a él—. Las líneas escritas en tu rostro no son verdaderos in-
dicadores de tu destino, pues el rostro verdadero no es el físico,
sino el de tu mente. Y es en éste donde está escrito el auténtico
destino. Por eso, cuando los adivinos dicen que una persona tiene
una disposición amable o cruel escrita en el rostro, se están refi-
riendo simplemente a un determinante menor del destino. El
determinante importante está en el corazón. Si un corazón cruel
es domesticado, o un corazón amable se vuelve cruel, los rasgos
externos cambiarán. Por tanto, el aspecto facial es simplemente

177
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

un indicador del destino escrito en el rostro interior, que es tu co-


razón. Nuestro destino está determinado por nuestros actos. Per-
sonas que inicialmente estaban destinadas a morir pacíficamente
pueden terminar su vida con violencia si realizan malos actos.
Personas que inicialmente estaban destinadas a una muerte vio-
lenta pueden morir pacíficamente si realizan buenos actos. Nues-
tro destino está en nuestras manos. Los que no podían escapar a
la muerte por hambre eran personas que habían acumulado ce-
reales, que habían robado almacenes o se habían negado a aliviar
el hambre de otros. No podían escapar al castigo. Pero en cuanto
a ti, se supone que has sido entrenado en el camino del Tao. Y sin
embargo sigues apresado por las formas externas y dejas que tu
atadura a las apariencias te arruine. Como adepto taoísta, debe-
rías saber que la inmortalidad está al alcance de todos y que es
con nuestros esfuerzos como podemos hacerla realidad. Deberías
saber que no es el destino escrito en tu rostro lo que determina si
conseguirás la iluminación, sino el esfuerzo que hagas.
Las palabras del recolector de hierbas golpearon a Ch'iu
Ch'ang-ch'un como si fueran agua fría. Sintió como si le hubieran
sacado bruscamente de una pesadilla. Ahora todo tenía sentido.
Pensó para sí: «¡Qué estúpido he sido! ¿Cómo pude estar tan cie-
go? Desde ahora me liberaré de mi preocupación por la muerte.
Completaré mi formación y alcanzaré el Tao.»

178
24

1 recolector de hierbas ayudó a Ch'iu Ch'ang-ch'un a qui-


tarse la cadena del cuello. Ch'iu Ch'ang-ch'un le dio las gracias y
dijo:
—Señor, de no ser por ti seguiría cautivo de los monstruos de
mi mente. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí.
—No tienes que darme las gracias. No te di dinero ni comida.
Sólo pronuncié algunas palabras. De ti dependía creerlas o no. Te
liberaste de los monstruos de la mente al comprender que era tu
locura la que te había atrapado en tu preocupación por la muerte.
Tras decir aquellas palabras, el recolector de hierbas desapa-
reció. Ch'iu Ch'ang-ch'un miró a su alrededor y lo vio todo bajo
una luz nueva. El bosque danzaba bajo la luz del Sol y el aire era
puro y fragante. Era como si se hubiera levantado la niebla y ante
él se extendiera ahora una vista ilimitada. Desde ese momento
Ch'iu Ch'ang-ch'un abandonó sus macabros pensamientos y em-
pezó de nuevo su entrenamiento, con vigor y fuerza renovados.
Como muestran las experiencias de Ch'iu Ch'ang-ch'un, los
monstruos de la mente nos hacen peligrosas trampas a través de
nuestros pensamientos. Si no se corta la raíz del mal, ni siquiera
un ejército celestial podrá derrotarlos. No importa hacia donde
corra uno, pues los monstruos le seguirán. Pero por suerte para
Ch'iu Ch'ang-ch'un, el señor de la estrella T'ai-pai le ayudó a libe-
rarse de la raíz del mal y Ch'iu Ch'ang-ch'un pudo liberarse de las
ilusiones que el mal es capaz de tejer.
Abandonó los bosques de T'ai Shan y se dirigió al sur. Un día,
en mitad de un caluroso verano, llegó a un río cuya orilla estaba

179
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

cubierta de pequeñas piedras. El río era ancho y tranquilo, pero


era difícil calcular, por su aspecto, la profundidad de las aguas.
Ch'iu Ch'ang-ch'un caminó mucho tiempo por la orilla y se
asombró de que no hubiera puentes ni barcas para cruzarlo. Al
tiempo que se preguntaba cómo hacerlo, pudo ver que unos hom-
bres se le acercaban. Ch'iu Ch'ang-ch'un se dirigió hacia ellos y
les habló con respeto.
—Señores, estoy tratando de cruzar el río. ¿Podéis decirme
dónde puedo encontrar un puente o una barca?
—Maestro taoísta —respondieron los hombres dibujando
una sonrisa cómplice—. Debes de ser extranjero en esta zona. El
río es muy poco profundo en algunos lugares. Lo puedes vadear
fácilmente. Nunca hemos tenido necesidad de puentes ni de bar-
cas. Ven, te enseñaremos el lugar en que las aguas son poco pro-
fundas.
Tal y como le habían dicho los hombres, había una parte del
río en la que el agua sólo llegaba hasta la cintura. Ch'iu Ch'ang-
ch'un lo cruzó y se sentó en las rocas. De repente, tuvo una idea:
«Si las aguas poco profundas sólo las conocen las gentes del lu-
gar, puede suponer un problema para los extranjeros encontrar
una manera de cruzar el río. Además, a los ancianos y los débiles
les será difícil vadearlo. Puedo ser útil a los demás facilitándoles
el traslado.
Así, Ch'iu Ch'ang-ch'un construyó una pequeña choza junto
al vado y comenzó a cruzar a la gente diariamente. Se ganaba la
vida mendigando en los pueblos cercanos y con las pequeñas mo-
nedas que los viajeros agradecidos le daban por transportarlos.
Pero Ch'iu Ch'ang-ch'un nunca pedía que le pagaran. Aceptaba lo
que le dieran. Incluso aunque no recibiera nada a cambio, seguía
haciendo su trabajo alegremente. Durante los seis años que Ch'iu
Ch'ang-ch'un estuvo transportando gente por el río, ni el viento,
ni la lluvia, ni la nieve pudieron detenerle. Su fama se extendió y
muchas personas le consideraron un inmortal. Un día, mientras
meditaba, su espíritu se liberó y recorrió una gran distancia antes
de regresar. Ahora sí pudo entender las palabras de Wang Ch'ung-

180
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un transporta a los tres capitanes a través del río.


Ch'iu Ch'ang-ch'un es visitado por los monstruos de las ataduras.

181
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

yang: «La dureza de tu vida no terminará hasta que hayas llegado


al río que corre sobre muchas piedras». Al lado de un río que de-
jaba muchas piedras en sus orillas, Ch'iu Ch'ang-ch'un alcanzó la
iluminación.
Un día fue excepcionalmente tormentoso. El viento azotaba
el río creando una espuma feroz. Ch'iu Ch'ang-ch'un miró por la
ventana de su choza y pensó: «Nadie viajará en un día como
éste». Apenas había pensado eso, cuando oyó que alguien llama-
ba. Abrió la puerta y vio a tres hombres ataviados con el uniforme
de capitán de policía.
—Quisiéramos que nos ayudaras a cruzar el río —dijo uno
de ellos—. Estamos cumpliendo una misión y necesitamos llegar
mañana a la corte del magistrado.
—Hemos matado al bandido más famoso de esta zona y lle-
vamos su cabeza para mostrarla en la corte —dijo el segundo de
los hombres.
El tercero levantó un ato sangriento para enseñárselo a Ch'iu
Ch'ang-ch'un.
—Muy bien —dijo Ch'iu Ch'ang-ch'un—, os ayudaré.
Al llegar al vado, el río había crecido mucho y cubría muy
por encima de la cintura. Cruzó a los dos primeros capitanes con
el agua al cuello. El tercer capitán se subió sobre su espalda, y
cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un iba a meterse en el río, aquél gritó
con horror:
—Sufro de pánico al agua y tengo miedo de ahogarme. Ten
cuidado, por favor.
—No te preocupes —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un—. Cóge-
te con los brazos a mi cuello y sujétate fuerte.
Mientras caminaba, Ch'iu Ch'ang-ch'un pudo sentir cómo el
hombre que llevaba a la espalda temblaba de miedo. A mitad del
río, el capitán se soltó y cayó al agua. Ch'iu Ch'ang-ch'un le arras-
tró rápidamente hacia la orilla y lo puso boca arriba.
—Tranquilízate y no tengas miedo —le dijo Ch'iu Ch'ang-
ch'un.
—De momento has salvado mi vida —contestó el hombre—,

182
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

pero el ato con la cabeza del bandido lo perdí al caer. Si no pre-


sento al magistrado la prueba de que el bandido ha muerto, me
decapitarán.
Ch'iu Ch'ang-ch'un respondió con firmeza:
—Necesitas una cabeza para salvarte de ser castigado. Corta
la mía. Úntala con sangre y llévasela al magistrado.
—Te agradezco tu amabilidad. Pero no mataré a un hombre
inocente, y menos a aquel que me ha salvado la vida.
—Si no puedes cortar mi cabeza, yo lo haré por ti.
Tras sacar de la vaina la espada del capitán, se dispuso a cor-
tarse el cuello, momento en que oyó una voz procedente del cie-
lo: «Ch'iu Ch'ang-ch'un, no te mates. Devuélvenos la espada».
Ch'iu Ch'ang-ch'un miró hacia arriba y vio una nube con los co-
lores del arco iris. En ella estaban los tres capitanes a los que ha-
bía cruzado el río.
—Ch'iu Ch'ang-ch'un —le dijeron—. Somos los señores de
las tres estaciones y los mantenedores de las esferas del cielo, la
tierra y el agua. Tu sacrificio personal ha conmovido a los señores
del cielo. Cambiarán tu cuerpo mortal por otro inmortal y tu es-
píritu mortal por uno inmortal. Dentro de siete años ascenderás
al palacio de la emperatriz del cielo.
Ch'iu Ch'ang-ch'un dio un paso y descubrió que había sido
transportado inmediatamente al palacio de los señores celestiales.
Se inclinó ante los señores de las tres estaciones y les devolvió la
espada.
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un regresó al reino terrenal, pensó para
sí: «Ahora que finalmente he alcanzado un cuerpo inmortal, quisiera
encontrarme de nuevo al adivino para ver que puede decirme. Hace
unos años estaba seguro de que moriría de hambre.»
Así, Ch'iu Ch'ang-ch'un viajó al pueblo donde se había en-
contrado con el adivino. Llamó a la puerta y apareció un hombre
joven. No era otro que el muchacho que le había dado alimento
cuando él mendigó en la misma puerta años atrás. El joven se sor-
prendió de ver a Ch'iu Ch'ang-ch'un y le saludó.
—Me alegro de que sigas vivo.

183
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—¿Puedes llevarme junto a tu maestro? Hay unas cosas que


me gustaría aclarar con él.
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un vio al adivino, le dijo:
—Señor, ¿me recuerdas?
—Estoy perdiendo memoria —-contestó el adivino—. Me re-
cuerdas algo, pero no sé exactamente quién eres.
—Señor, hace unos años pasé por este pueblo y mendigué co-
mida en tu puerta. Me miraste al rostro y me dijiste que estaba
destinado a morir de hambre.
—Ah, sí, eres el monje taoísta.
—Señor, te equivocaste en tu adivinación. No sólo no he
muerto, sino que he alcanzado la iluminación.
—Maestro taoísta —dijo el adivino riendo—, no me equi-
voqué entonces. Hace unos años tu rostro tenía las características
que te señalaban como quien iba a morir de hambre, pero ahora
esas características han desaparecido. En realidad, tu rostro me
indica que estás destinado a convertirte en un inmortal y que re-
cibirás un gran monasterio del emperador y tus discípulos lleva-
rán tus enseñanzas a todos los confines del mundo.
Ch'iu Ch'ang-ch'un se sintió de pronto avergonzado, ya que
había ido con la intención maliciosa de demostrarle al adivino
que se había equivocado. Ahora entendía lo que el recolector de
hierbas quería decir cuando habló de que el corazón determina
los rasgos del rostro, y que si el corazón cambia, también lo hacen
esos rasgos. El destino y el karma no están determinados por el
cielo, sino creados por las acciones humanas.
Ch'iu Ch'ang-ch'un abandonó la mansión del adivino y se re-
fugió aquella noche en un santuario abandonado. Mientras medi-
taba, una fuerte ráfaga de viento entró por la ventana y la niebla
le envolvió. Como había albergado un rastro de intención mali-
ciosa hacia el adivino, los monstruos de la mente volvieron a aco-
sarle. Un tigre feroz apareció frente a Ch'iu Ch'ang-ch'un y rugió.
Recordando las enseñanzas de Wang Ch'ung-yang, siguió medi-
tando como si nada hubiera sucedido. Desapareció el tigre y un
joven aprendiz taoísta apareció en la puerta del santuario.

184
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Mi maestro Ma Tan-yang viene de camino hacia aquí.


¿Quieres levantarte para encontrarte con él fuera?
El muchacho desapareció y Ch'iu Ch'ang-ch'un vio la figura co-
nocida de Ma Tan-yang que caminaba por un sendero de montaña.
Ch'iu Ch'ang-ch'un dijo en voz alta: «En el Tao no hay ataduras. Si
viene, que venga. Si se va, que se vaya.» La imagen de Ma Tan-yang
desapareció y en su lugar surgió una gran multitud de gente, hom-
bres y mujeres, jóvenes y ancianos. Le dijeron: «Maestro taoísta, tú
nos transportaste a través del río bajo el sol y la lluvia. Hemos reuni-
do una carreta de arroz y un saco de oro. Ven a por tu recompensa y
tendrás suficiente para valerte durante el resto de tu vida.»
Ch'iu Ch'ang-ch'un les ignoró y siguió meditando. La imagen de
la multitud se disolvió y apareció una joven ante él. Iba vestida de ha-
rapos y tenía los brazos y las piernas cubiertas de magulladuras.
Ch'iu Ch'ang-ch'un le oyó decir: «Amable señor, acompáñame por
favor a la casa de mi tío. Mi suegra me ha golpeado y me ha arrojado
de casa. Si me ayudas, mi tío te recompensará bien.» Ch'iu Ch'ang-
ch'un actuó como si nada hubiera sucedido. Desapareció la imagen
de la joven y apareció su cuñada diciendo: «Tu hermano mayor ha
muerto de una enfermedad desconocida y tu tío se ha quedado con
la propiedad de tu padre. Nos ha dado tres días para irnos. Mis hijos
y yo no tenemos a donde ir. Vuelve pronto y arregla las cosas.» Al
mismo tiempo, aparecieron los sobrinos y sobrinas de Ch'iu Ch'ang-
ch'un, quienes tirándole de las mangas decían: «Tío, por favor, ven a
casa. Nuestro padre ha muerto. Nos convertiremos en mendigos si
no nos ayudas.» Ch'iu Ch'ang-ch'un siguió meditando. La imagen de
los niños y su cuñada desapareció. Poco después, se levantó la nie-
bla. Sólo se podía escuchar el crujido ocasional de las hojas secas. En
la quietud de la noche, Ch'iu Ch'ang-ch'un escuchó de pronto un
trueno. Miró hacia el cielo y vio abiertas sus puertas. Aparecieron dos
niños que se montaron en los lomos de una cigüeña. La cigüeña voló
hasta donde estaba sentado Ch'iu Ch'ang-ch'un y los niños le invita-
ron a ascender con ellos hacia las puertas del cielo.

185
25

h'iu Ch'ang-ch'un pensó para sí mismo: «Los señores


del cielo, de la tierra y el agua me dijeron que necesito cultivarme
durante siete años más antes de alcanzar la inmortalidad. La ci-
güeña y los niños inmortales deben de ser una ilusión. Los mons-
truos de la mente me están volviendo a hacer trampa.» La visión
se disolvió de pronto y Ch'iu Ch'ang-ch'un se encontró sentado a
solas en el santuario abandonado. Miró al exterior y vio la Luna y
las estrellas en un cielo oscuro. Se dijo a sí mismo: «Porque alber-
gué una intención de desafiar al adivino, mi mente es constante-
mente atacada por terribles visiones. Si no encuentro una manera
de disolver estos monstruos, las energías yin permanecerán en mi
cuerpo y nunca alcanzaré un cuerpo de pureza.»
Ch'iu Ch'ang-ch'un estuvo pensando durante mucho tiempo
y finalmente trazó un plan. Encontró una pequeña colina y cons-
truyó una choza de hierba al pie de una pendiente. Junto a la cho-
za colocó una roca grande. Siempre que aparecían las falsas visio-
nes, empujaba la roca colina arriba para después hacerla
descender por la pendiente. Entonces regresaba a su choza y me-
ditaba. Durante tres años, Ch'iu Ch'ang-ch'un estuvo meditando
y empujando la roca colina arriba cuando su mente era invadida
por las visiones. Finalmente acabó por disolver el último rastro
de ego que quedaba en su mente.
Una noche en la que Ch'iu Ch'ang-ch'un se encontraba medi-
tando, sintió que le ordenaban que fuera a un pueblo a advertir a
una persona acerca de un desastre inminente. Siguiendo su intui-
ción, llegó a un pueblo situado a orillas de un río. Vivía en él un

186
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

hombre rico llamado Wang Yün. Era el dueño de la mayor parte


de la tierra que rodeaba el pueblo y recogía las rentas de los cam-
pesinos que le arrendaban la tierra. Era el hombre más rico del
pueblo, pero también era avariento y cruel. Cuando los arrenda-
tarios no le pagaban a tiempo, les obligaba a vender el ganado y el
cereal. Prestaba dinero con un alto interés y muchos aldeanos se
vieron obligados a vender a sus hijos porque no pudieron devol-
verlo a tiempo. Sabiendo que su amo controlaba la vida del pue-
blo, los criados de Wang Yün se envalentonaban con campesinos
y comerciantes, saqueaban almacenes y graneros, violaban a las
jóvenes, y robaban a las mujeres y a los ancianos indefensos.
La mansión de Wang Yün se levantaba cerca de la rivera del
río. El río y los sauces de la orilla proporcionaban un paisaje que
enmarcaba maravillosamente los pabellones y las montañas en
miniatura que formaban el jardín principal de la mansión Wang.
Alejada del río, en los límites de la finca de Wang, había una coli-
na. Allí, uno de los antepasados de Wang Yün había levantado un
santuario a Kuan-yin. En las generaciones anteriores, el santuario
había sido visitado con frecuencia por miembros de la familia
Wang, pero en la época de Wang Yün había quedado abandona-
do, pues éste despreciaba los modos del budismo y el taoísmo.
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un llegó al pueblo, se asentó en el san-
tuario abandonado. Todos los días iba a la mansión Wang a men-
digar comida. Todos los días era expulsado por los criados de
Wang Yün. A los doce días, cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un llamó a la
puerta, apareció una criada joven llamada Ch'un-Hua. Miró a su
alrededor para asegurarse de que nadie la veía antes de dar a
Ch'iu Ch'ang-ch'un unos bollos cocidos.
—Maestro taoísta —le dijo en voz baja—, acepta esta comida y
hazme el favor de irte antes de que mi amo descubra que estás aquí.
Dicho esto, retrocedió y desapareció en el interior de la mansión.
En los dos días siguientes, Ch'un-Hua llevó a Ch'iu Ch'ang-
ch'un arroz, tallarines y panecillos cocidos. Al tercer día, cuando
Ch'iu Ch'ang-ch'un iba a llamar a la puerta, apareció Wang Yün
rodeado de criados.

187
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un recibe estiércol de caballo cuando mendiga en


la casa de Wang Yün.

188
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

—El ansia de fama y fortuna arruinará tu vida —dijo Ch'iu


Ch'ang-ch'un a Wang Yün nada más verle—. Si eres capaz de
apartarte de los bienes materiales, tu mente quedará libre de an-
siedad. No podrás llevarte el oro y la plata cuando mueras. Te irás
solo con el rastro de lágrimas en tus ojos.
Al decirle aquello, Ch'iu Ch'ang-ch'un había intentado adver-
tir a Wang Yün que si seguía con sus malos hábitos el desastre se-
ría inminente. Pero en lugar de reconocer sus errores, Wang Yün
miró colérico a Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Monje sin vergüenza —le dijo—. ¿De qué hablas? No
quiero tratos con budistas ni taoístas. Será mejor que te vayas an-
tes de que te lance los perros.
—Señor —replicó tranquilo Ch'iu Ch'ang-ch'un—, pasaba
por tu pueblo y lo único que pido es un poco de comida.
—Oye —dijo Wang Yün riendo y bromeando—, este monje
quiere comida y vamos a dársela.
Wang Yün le susurró algo a un criado y éste tomó una pala,
fue a los establos y regresó con un montón de estiércol de caballo.
Wang Yün tomó la pala y arrojó su contenido sobre Ch'iu Ch'ang-
ch'un.
—Aquí tienes la cena.
—No gastes bromas a un monje anciano y pobre —replicó
Ch'iu Ch'ang-ch'un.
Wang Yün y sus criados rieron y volvieron a entrar en la
mansión.
Durante todo ese tiempo, Ch'un-Hua había permanecido
oculta detrás de una columna. No podía soportar la conducta
cruel de su amo y los criados. Cuando aquél se hubo ido, se acer-
có a Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Maestro taoísta, aquí tienes unas tortas de arroz. Llévatelas
para no pasar hambre esta noche.
—Hoy no vine para mendigar comida. Vine para advertir a tu
amo que si no se arrepiente de sus malos actos, el desastre vendrá
a su casa. Como no escuchó, el karma se ocupará de que no esca-
pe a lo que va a suceder. Como tú no has participado en los actos

189
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

crueles de los miembros de su casa, a ti dirijo mi advertencia.


—Ch'iu Ch'ang-ch'un llevó entonces a Ch'un-Hua detrás de unos
árboles y prosiguió en voz baja— Si ves que los ojos de los leones
de piedra de la parte principal de la mansión enrojecen, ve co-
rriendo al santuario de Kuan-yin y quédate allí en la colina du-
rante dos horas. Pase lo que pase, no vuelvas a la mansión de tu
amo durante ese tiempo.
Dicho aquello, Ch'iu Ch'ang-ch'un desapareció. Ch'un-Hua
regresó a la mansión de su amo. Exteriormente, actuaba como si
nada hubiera sucedido, pero por dentro recordaba las palabras de
Ch'iu Ch'ang-ch'un. Todas las mañanas iba a la puerta principal
de la mansión y examinaba los ojos de los dos leones de piedra
que defendían la entrada. Así lo hizo durante dos meses. Un día,
cuando iba a comprobar los ojos de los leones, un pastor de vacas
la detuvo para interrogarla.
—Joven, todas las mañanas, cuando saco las vacas al campo,
te veo mirar fijamente esos leones de piedra. Lo has hecho así du-
rante los últimos dos meses. ¿Puedes decirme qué interés tienen
los leones?
—Hermanito —contestó Ch'un-Hua—, hace algún tiempo
vino un monje taoísta a mendigar comida en la mansión de mi
amo y me dijo que si los ojos de los leones se volvían rojos debía
correr al santuario de Kuan-yin y quedarme allí durante dos ho-
ras. Por eso compruebo los ojos de los leones todas las mañanas.
Cuando el pastor escuchó las palabras de Ch'un-Hua, pensó
para sí mismo: «voy a gastarle una broma». Aquella misma noche
cogió un poco de pintura roja y untó con ella los ojos de los leo-
nes de piedra. Se ocultó tras un árbol aguardando a que Ch'un-
Hua apareciera a la mañana siguiente. Pero aquella misma noche,
cuando Ch'un-Hua iba a quedarse dormida, su corazón empezó a
latir con fuerza. Se levantó y notó que tenía la frente cubierta de
sudor. De pronto le vino un pensamiento, «¡ve a comprobar los
ojos de los leones!» Saltó de la cama y fue corriendo a la puerta
principal. Cuando vio que los ojos de los leones estaban rojos, co-
rrió al santuario de Kuan-yin en la colina. El pastor, que quería

190
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

saber lo que sucedía, corrió tras ella. Cuando los dos llegaron al
santuario, resonó un fuerte trueno. La lluvia empezó a caer y la
tierra tembló. Ch'un-Hua y el pastor se refugiaron bajo la mesa
del altar abrazándose el uno al otro. En la distancia podían oír
que los edificios se venían abajo y que los árboles caían al suelo.
No se atrevieron a salir del santuario hasta que el Sol apareció a la
mañana siguiente. Conmocionados, regresaron al pueblo. Al acer-
carse vieron que la mansión de Wang Yün había desaparecido de
la faz de la tierra. Aquí y allá había árboles desenraizados, pero no
se veía signo de vida alguno. Un grupo de aldeanos se había reu-
nido en el lugar en donde había estado la mansión Wang.
—Los señores del cielo deben de haber ordenado a los dio-
ses del río que barran la mansión maldita —dijo un anciano—.
El karma ha apresado por fin al amo Wang y a sus arrogantes
siervos.
Los sollozos de Ch'un-Hua atrajeron sobre ella la atención de
los aldeanos.
—Ch'un-Hua —le dijo un anciano campesino—, tu amo y
sus criados han desaparecido todos en la inundación causada por
el terremoto. ¿Cómo es que has sobrevivido?
Cuando Ch'un-Hua explicó a los aldeanos que le había ad-
vertido un monje taoísta, la gente asintió y dijo: «El monje taoísta
debe de ser un inmortal enviado por los señores del cielo. Los que
son de buen corazón reciben una advertencia sobre la inminencia
de los desastres.»
—Ahora no tienes hogar —le dijo una mujer a Ch'un-Hua—.
¿Qué piensas hacer?
—El santuario a Kuan-yin fue levantado por los antepasados
de mi amo —respondió Ch'un-Hua—. Reuniré algo de dinero
para repararlo. Después viviré en él el resto de mi vida. He perdi-
do todo interés por la riqueza y los bienes materiales.
Los aldeanos le ayudaron a reunir un dinero y después de la
cosecha del otoño trajeron paja nueva y piedras de cantera para
reparar el santuario abandonado. Fiel a su promesa, Ch'un-Hua
dedicó su vida a atender el santuario. Se dice que años más tarde,

191
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un estaba meditando en las cuevas de la


garganta de la Puerta del Dragón, su espíritu se comunicó con el
de ella y vio que se había dedicado al cultivo del Tao. El espíritu
del monje la visitaba y le daba instrucciones para alcanzar la ilu-
minación. Ch'un-Hua practicó a conciencia y se dice que final-
mente alcanzó el Tao y se convirtió en inmortal.
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un desapareció de la vista de Ch'un-
Hua, se dirigió hacia el oeste y llegó a una región del Huang Ho
donde el río se precipitaba por una serie de magníficas gargantas.
La garganta serpenteaba por las montañas como un dragón y se
veía a las carpas nadando corriente arriba remontando las tem-
pestuosas aguas. Aquella garganta se conocía con el nombre de
Puerta del Dragón y cuenta la leyenda que si una carpa conseguía
saltar por encima de ella, emergería al otro lado como un dragón.
Inspirado por ese paisaje magnífico, Ch'iu Ch'ang-ch'un decidió
que lo convertiría en su retiro para la meditación.
Pasaron dos años. Un día, Ch'iu Ch'ang-ch'un tuvo una vi-
sión que le indicaba que una sequía amenazaba el modo de vida
de los campesinos de los pueblos cercanos. Los funcionarios del
Gobierno habían pedido a los sacerdotes que rezaran pidiendo la
llegada de la lluvia, pero la sequía se intensificó. Ch'iu Ch'ang-
ch'un abandonó la cueva y fue a ver a los pobres aldeanos. Al lle-
gar a la oficina del gobernador, anunció que rezaría para que vi-
niera la lluvia. El gobernador quedó complacido y enseguida
ordenó a los guardias que construyeran un altar según se lo indi-
cara Ch'iu Ch'ang-ch'un. Cuando todo estuvo listo, Ch'iu Ch'ang-
ch un subió a la plataforma, se postró en el suelo y pidió al empe-
rador de Jade que concediera lluvia a la región. Antes de terminar
la petición, aparecieron unas nubes oscuras en el cielo. Se levantó
el viento y se vieron relámpagos. Enseguida llovió; siguió arre-
ciando durante tres días y tres noches. La cosecha del año estaba
salvada y la gente de los pueblos hablaba de un inmortal que te-
nía el poder de mandar sobre el viento y la lluvia.

192
26

1 año siguiente, hubo una sequía en las llanuras del nor-


te. Los granjeros que habitaban los alrededores de la capital se
veían amenazados con la pérdida de la cosecha de todo el año. El
emperador hizo ofrendas a los señores del cielo y rezó pidiendo
lluvia, pero la sequía se intensificaba. Desesperado, el emperador
reunió a sus ministros.
—Si las lluvias no vienen en esta estación, habrá hambre en
la capital y muchos morirán. He hecho todo lo que he podido.
¿Hay alguien entre vosotros que tenga alguna idea acerca de
cómo pedir la lluvia a los señores del cielo?
—Señor —dijo un anciano ministro—, he oído que hay per-
sonas que tienen un poder tremendo. Pueden invocar a la lluvia y
controlar los elementos. Pidamos a los gobernadores de cada pro-
vincia que busquen a esas personas y las traigan con nosotros.
Al siguiente día se envió un edicto imperial a todos los go-
bernadores. El gobernador de la provincia donde Ch'iu Ch'ang-
ch'un había rezado con éxito pidiendo la lluvia, mandó buscar al
monje taoísta. Cuando el gobernador le explicó a Ch'iu Ch'ang-
ch'un el edicto del emperador, éste aceptó enseguida acompañar-
le a palacio.
En cuanto el emperador vio a Ch'iu Ch'ang-ch'un, reconoció
que el monje taoísta era un hombre de poder. Por eso le habló
respetuosamente.
—Maestro taoísta, me honra recibirte como huésped en la ca-
pital. Si hay algo que necesites, no dudes en hacérselo saber a mis
ministros.

193
LOS SIETE MAESTROS TAOISTAS

—Señor, eres ciertamente un gran gobernante, pues pones el


bienestar del cuerpo por encima de todo lo demás. No retrasemos
el asunto. Mañana rezaré para que llueva. Necesitaré una plata-
forma, sobre la que se deberá colocar un altar. Haré las peticiones
al emperador de Jade y a los tres días las lluvias vendrán.
A la mañana siguiente, temprano, Ch'iu Ch'ang-ch'un y el
emperador subieron al altar. El emperador ofreció incienso, regre-
só a su asiento bajo el dosel y aguardó. Ch'iu Ch'ang-ch'un se
postró delante del altar, pronunció unos encantamientos y rezó
durante tres días bajo el sol ardiente. Al mediodía del tercero,
cuando el Sol estaba en lo alto, apareció una pequeña nube negra.
El tamaño de la nube fue creciendo hasta cubrir completamente
el cielo. Se levantaron fuertes vientos y se vieron relámpagos. De
repente, con el sonido del trueno, las lluvias empezaron a arre-
ciar y no dejaron de hacerlo hasta el día siguiente. Los cultivos
del campo circundante se habían salvado, y el hambre se había
evitado.
El emperador estaba tan impresionado por los poderes de
Ch'iu Ch'ang-ch'un que convirtió al monje taoísta en su conseje-
ro religioso. Le dio una residencia dentro del palacio imperial, y a
menudo el emperador buscaba su compañía para pedirle consejo
sobre asuntos espirituales. Un día en el que el emperador y Ch'iu
Ch'ang-ch'un estaban sentados en un pabellón desde el que se
podía ver un lago lleno de ñores de loto, y mientras disfrutaban
de la serenidad del entorno, se produjo un silencio.
—Desearía poder retirarme de los asuntos del gobierno para
estudiar las enseñanzas del Tao —dijo de pronto el emperador
después de lanzar un suspiro—. Pero me temo que mis deseos no
puedan cumplirse. No tengo hijos. No hay un heredero al que le
pueda traspasar mis responsabilidades.
—Señor —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un sonriendo—. Si no
me equivoco, creo que la emperatriz está embarazada.
—Iluminado maestro —replicó el emperador sin poder ocul-
tar su excitación—, ¿será un niño o una niña?
—Tendrás un hijo varón —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un.

194
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un reza, por petición del emperador, para que


llueva en la capital.

195
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Aquella noche, el emperador relató su conversación con


Ch'iu Ch'ang-ch'un a la emperatriz.
—El destino de tu imperio está en el nacimiento de nuestro
hijo —contestó la emperatriz—. Quizá debiéramos consultar otra
fuente, para estar seguros de que las predicciones del maestro taoís-
ta están bien fundamentadas. Conozco a un monje budista que
tiene grandes poderes de adivinación. Es un maestro zen llamado
Pai-yün. Es el abad del Monasterio de la Nube Blanca.
—Entonces llamemos a Pai-yün y veamos lo que tiene que
decir —añadió el emperador asintiendo para mostrar su acuerdo.
Al día siguiente, Pai-yün se presentó ante el emperador.
—Maestro zen —le dijo el emperador al monje budista—,
dime, ¿la emperatriz tendrá un niño o una niña?
—Según mi adivinación —contestó el maestro zen Pai-yün—,
la emperatriz tendrá una niña.
—Maestro —dijo el emperador a quien no le gustaba lo que
había oído, mirando fijamente a Pai-yün—, ¿estás seguro? Ayer el
maestro taoísta Ch'iu Ch'ang-ch'un me dijo que tendría un heredero.
—Señor, estoy absolutamente seguro.
—¿Qué dices tú con respecto a esto? —añadió el emperador
dirigiéndose a Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Será un varón —contestó Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Creo que esta vez te equivocas —replicó Pai-yün echándo-
se a reír—. Mi adivinación nunca falla.
—Quizás sea porque la emperatriz concibió originalmente
una niña —dijo a su vez Ch'iu Ch'ang-ch'un—. Pero como el em-
perador rezó para que viniera la lluvia para salvar a su pueblo de
hambre, los señores del cielo pueden recompensar a su majestad
por sus actos virtuosos y transformar el feto de la niña en el de un
niño.
—Nunca he oído nada tan ridículo —dijo Pai-yün—. Pero si
tienes tanta confianza en que el emperador tendrá un hijo varón,
hagamos una apuesta. Si la emperatriz tiene un niño, te daré el
Monasterio de la Nube Blanca. Pero ¿qué harás tú si la emperatriz
tiene una niña?

196
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Te regalaré mi cabeza —respondió sin vacilar Ch'iu


Ch'ang-ch'un.
La apuesta quedó escrita y firmada en presencia del empera-
dor. Aquella noche, Pai-yün volvió a practicar las artes adivinato-
rias. Le inquietaba la confianza de Ch'iu Ch'ang-ch'un y quería
estar seguro de que sus adivinaciones eran exactas. Una y otra
vez, el oráculo le decía que la emperatriz llevaba dentro una niña.
Satisfecho, se dijo a sí mismo: «Estoy seguro de que ganaré esta
apuesta. Ch'iu Ch'ang-ch'un no me culpará cuando pierdas la ca-
beza.»
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un volvió a su casa aquella noche,
preparó un talismán que envió al palacio de la emperatriz del cie-
lo. El talismán invocaba a un hada poderosa que era capaz de
cambiar las formas. La noche en que la emperatriz iba a tener el
hijo, el hada apareció ante Ch'iu Ch'ang-ch'un.
—Maestro —le dijo el hada—. Me llamaste pidiendo ayuda.
¿Qué quieres que haga?
—Ve a la cámara de la emperatriz. Cuando nazca el niño,
quiero que abras tu calabaza, captures el espíritu del bebé niña y
lo sustituyas por un niño.
—Maestro, así se hará.
Aquella noche, la emperatriz parió. La partera que había ayu-
dado en el nacimiento envió un mensaje al emperador que decía:
«Su majestad, la nación ha sido bendecida con la presencia de
una princesa.»
El emperador examinó el mensaje durante mucho tiempo y
dijo para sí suspirando: «Así que era una niña.»
Al siguiente día, la corte del emperador se había llenado de
quienes querían expresar sus buenos deseos. El maestro zen Pai-
yün y Ch'iu Ch'ang-ch'un estaban también presentes. El empera-
dor subió al trono y anunció en voz alta:
—Anoche la emperatriz tuvo una princesa.
—He ganado mi apuesta —dijo enseguida Pai-yün adelantán-
dose—. Los asuntos entre Ch'iu Ch'ang-ch'un y yo deben quedar
zanjados.

197
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

El emperador no quería que Ch'iu Ch'ang-ch'un perdiera la


vida, por lo que de forma serena pronunció las siguientes pala-
bras:
—Hoy es un día de celebración y no quiero que en él se de-
rrame sangre. Permíteme que proponga que en lugar de perder la
cabeza, Ch'iu Ch'ang-ch'un pague diez mil piezas de oro para la
renovación del Monasterio de la Nube Blanca. Y además, como
Ch'iu Ch'ang-ch'un salvó a mi pueblo del hambre haciendo que
lloviera, le recompensaré con diez mil piezas de oro.
El emperador pensaba que si concedía una gran dotación al
Monasterio de la Nube Blanca, el abad Pai-yün no exigiría la ca-
beza de Ch'iu Ch'ang-ch'un; pero se equivocaba.
—Su majestad —dijo Pai-yün—, la apuesta está escrita con
toda claridad y vos mismo fuisteis testigo de la firma del acuerdo.
No podemos deshacer lo que se había sellado.
—No he perdido —dijo sonriendo Ch'iu Ch'ang-ch'un antes de
que el emperador pudiera responder—. Examinemos juntos al re-
cién nacido. Quizás la partera estaba tan excitada que se equivocó.
Los oficiales de la corte m u r m u r a r o n y se mostraron de
acuerdo, pidiendo que el recién nacido fuera llevado allí para que
todos lo vieran por sí mismos. El propio emperador empezaba a
dudar. Ordenó de inmediato a sus asistentes personales que tra-
jeran al recién nacido.
Lo llevaron junto al emperador y un rumor se extendió entre
la multitud mientras éste lo examinaba.
—¡He tenido un hijo! —exclamó el emperador levantando
en alto al niño.
Los nobles y los funcionarios de la corte le rodearon y exami-
naron al recién nacido. Satisfechos de que fuera un niño, cumpli-
mentaron a Ch'iu Ch'ang-ch'un. Pai-yün no podía ocultar su
asombro y excitación. Como si no pudiera creerlo, examinaba al
niño una y otra vez. No podía entender cómo se había equivoca-
do en su adivinación. Difícilmente podía saber él que, tras el naci-
miento, el hada había capturado el espíritu de una niña sustitu-
yéndolo por el de un niño.

198
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—En cualquier momento pueden producirse errores —dijo


el emperador a Pai-yün—. Tú te equivocaste en la adivinación y
la partera en su informe. Arreglemos el asunto entre tú y Ch'iu
Ch'ang-ch'un. Prepárate a firmar lo papeles que transfieren la
propiedad del Monasterio de la Nube Blanca a Ch'iu Ch'ang-
ch'un.
Pai-yün no tenía nada que decir. Confuso, abandonó el pala-
cio imperial y regresó a su monasterio. Esa misma noche, mien-
tras recorría los terrenos del monasterio sintió vergüenza por ha-
ber provocado la transferencia de un próspero monasterio a un
monje taoísta. Su inquietud fue observada por uno de los ancia-
nos del monasterio, que le dijo:
—Abad, tengo un plan. Mañana, cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un
venga a requerir el monasterio, podemos decirle que a menos que
encuentre suficientes monjes taoístas para que igualen en número
a los monjes budistas que hay, no podrá pretenderlo. Y le diremos
al emperador que sin un número suficiente de monjes viviendo
en el monasterio, los campos quedarían desatendidos. Nadie que-
rrá ver que un monasterio próspero cae en el olvido y la ruina.
—Mañana veremos si el monje taoísta sube con un número
de personas que coincida con el de los monjes que tenemos aquí
—respondió Pai-yün echándose a reír.

199
27

primera hora de la mañana siguiente, el maestro zen


Pai-yün y sus monjes se sentaron en el salón principal del monas-
terio aguardando la llegada de Ch'iu Ch'ang-ch'un. Cuando éste
apareció, Pai-yün empezó a hablar.
—Maestro taoísta, temo que a menos que puedas encontrar
suficientes monjes taoístas para que igualen en número a los
monjes budistas que hay en este monasterio, no podrás hacerte
cargo del monasterio de manera honorable. El Monasterio de la
Nube Blanca es próspero y famoso como centro de aprendizaje. Si
no hay monjes suficientes para atender los locales, el monasterio
caerá en la ruina y el olvido. Seguramente no querrás que tal cosa
suceda.
—Eso no es problema —contestó Ch'iu Ch'ang-ch'un—.
Tengo un grupo de monjes aguardándome al pie de la colina. In-
tercambiemos los monjes uno por uno.
Ch'iu Ch'ang-ch'un salió del monasterio y sacó su escobeta
de la manga. La sopló suavemente y empezó a levantarse el vien-
to, que movió algunas hojas secas y las hizo bajar por la colina.
Volvió al monasterio y habló con Pai-yün.
—Mis monjes están listos. Por cada uno de tus monjes que
baje la colina, uno de los míos la subirá. De esta manera estare-
mos seguros de que el número de los míos coincide con el de los
tuyos.
¿Cómo pensáis que Ch'iu Ch'ang-ch'un consiguió un núme-
ro grande de monjes taoístas en tan poco tiempo? Las hojas secas
que el viento había desprendido y hecho descender de la colina se

200
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

transformaron en monjes. Por orden de Ch'iu Ch'ang-ch'un co-


braron vida durante un breve tiempo y ocuparon el Monasterio
de la Nube Blanca hasta que el intercambio de monjes budistas y
taoístas se completó y Pai-yün y sus seguidores se habían marcha-
do. ¿Por qué quería Ch'iu Ch'ang-ch'un tomar posesión del Mo-
nasterio de la Nube Blanca? Ch'iu Ch'ang-ch'un no sólo tenía po-
der sobre los elementos, sino que también veía en el pasado y en
el futuro. Veía que el maestro zen Pai-yün había llevado una vida
de comodidad en un monasterio grande y rico. Se había vuelto
orgulloso y altivo, olvidándose de la dureza a la que se había en-
frentado en sus humildes orígenes. Si Pai-yün no hubiera sido ex-
pulsado de su monasterio para volver a experimentar esa vida de
privación, muchas de las buenas obras que había acumulado se
convertirían en nada. Además, los monjes budistas del Monaste-
' rio de la Nube Blanca poseían grandes conocimientos, pero se ha-
bían contentado con vivir de manera aislada estudiando las escri-
turas budistas. Ahora que habían sido dispersados se verían
obligados a levantar nuevos templos y monasterios, y llevarían su
aprendizaje lejos de la capital.
En cuanto Ch'iu Ch'ang-ch'un se hizo cargo del Monasterio
de la Nube Blanca, envió mensajes a los alrededores anunciando
que el monasterio aceptaría novicios y monjes taoístas experi-
mentados. La reputación de Ch'iu Ch'ang-ch'un había crecido
mucho desde que había hecho venir la lluvia para salvar las tie-
rras y cultivos. Los monjes aparecían en grupos de cinco y de
diez, y muy pronto el Monasterio de la Nube Blanca estaba reple-
to de cocineros, jardineros, canteros y estudiosos.
Conforme más monjes se unían a la comunidad de la Nube
Blanca, Ch'iu Ch'ang-ch'un comprendió que necesitaba recordar
a sus monjes el propósito de vivir en un monasterio taoísta. Por
eso les reunió en el salón principal y habló con ellos.
—Quisiera hablar acerca del significado de ser monje. Como
sabéis, los monjes son personas que han abandonado a su familia
y las costumbres del mundo. Cuando abandonáis el mundo, de-
béis hacerlo con la actitud correcta. Debéis romper las ataduras,

201
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Ch'iu Ch'ang-ch'un y su compañía de monjes taoístas saludan al


maestro zen Pai-yün.

202
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

porque eso es lo correcto y lo natural para vosotros. Algunas per-


sonas se hacen monjes porque no quieren tratar las dificultades
de la vida cotidiana. Eso es escapismo; no es cultivar el Tao. Otros
se hacen monjes porque son pobres y al ser pobres tienen la segu-
ridad de que no tendrán que preocuparse de dónde vendrá su si-
guiente comida. Eso es pereza; no es cultivar el Tao. Otros llegan
al monasterio porque han perdido la familia y buscan un lugar
donde cuiden de ellos. Si entráis en el monasterio con una de esas
actitudes, sólo veis la comunidad taoísta como un medio de lo-
grar un objetivo a corto plazo. Así el objetivo de alcanzar el Tao
nunca se logrará.
»Todos habéis elegido formar parte de esta comunidad taoís-
ta. Os acepto y no os rechazo. No importa que vengáis o no con la
intención auténtica de cultivar el Tao. Sin embargo, si habéis ve-
n i d o con una intención equivocada, deberéis trabajar para corre-
girla. Habéis llegado a la Tierra de los Tres Tesoros. De una u otra
manera, vuestro karma os ha traído aquí. Algunos de vosotros
sois ricos. Debéis entender que cuando hayáis completado vues-
tro tiempo aquí, nada poseeréis. Hay tres maneras de entrar en el
Tao. Los que caminan por el sendero más elevado meditan y cul-
tivan la energía interna. Los que caminan por el sendero medio
cantan devotamente las escrituras. Los que recorren el sendero
interior hacen buenos actos atendiendo las tareas diarias del mo-
nasterio. Realizad aquello que a otros les resulte difícil. Sed capa-
ces de vivir con lo que a otros les resulta escaso. Dejad que se di-
suelvan vuestras emociones. Haced aquello que pensáis que es
imposible. De esa manera la mente se vaciará y los monstruos de
la ilusión no podrán capturaros. Si vuestra mente se ha vaciado
de pensamientos, ¿cómo podrá existir el ego? Que no haya duali-
dad entre vosotros y los demás: no hay ego vuestro, y en vuestra
mente no hay ego de los demás.
» Debéis buscar el Tao con naturalidad. No os forcéis. Haced lo
que podáis. No intentéis alcanzar en cada momento lo que está más
allá de vosotros. Algunos están destinados a recorrer el sendero su-
perior, otros el medio y otros el inferior. Aceptad vuestro camino y

203
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

recorredlo con diligencia. Los que recorren los senderos inferiores


no deben envidiar a los que caminan por el superior, pues si inten-
táis obtener lo que no es vuestro, perderéis los frutos que os estaban
destinados. No todos os haréis inmortales en esta vida. Lo impor-
tante es que cumpláis lo que en esta vida os corresponde. Aunque
no alcancéis la inmortalidad, habréis sido buenas personas.
»La cabeza rapada de un budista y el moño de un taoísta no
hacen al monje. Si vuestra mente sigue atada a las formas, si no
habéis disuelto las ataduras con el yo y el otro, con el pasado y el
futuro, aunque podáis llevar el atuendo de un monje, vuestro co-
razón seguirá siendo el de un animal salvaje. Si todavía albergáis
codicia, envidia, deseo de fama y riquezas, no habéis abandonado
realmente el mundo. Muchos de los que llevan el atuendo del
monje se complacen en la seguridad de su estilo de vida. Creen
haber encontrado una vida confortable. Si tenéis esas actitudes,
será mejor que volváis al mundo, pues acabaréis acumulando un
karma negativo.»
Mientras Ch'iu Ch'ang-ch'un hablaba a sus monjes, una multi-
tud de hombres se había reunido delante del monasterio. Se trataba
de hombres altos y fuertes que parecían habilidosos en las artes de la
lucha. Eran dirigidos por un hombre que parecía ser respetado por
todos, pues cuando llegaron a las puertas del monasterio el jefe les
indicó que se detuvieran y se arreglaran la ropa antes de entrar.
—Debemos mostrarnos respetuosos ante el maestro —dijo
aquel hombre, que no era otro que Chao Pi, el jefe de los bandi-
dos de Tai Shan, quien había alimentado a Ch'iu Ch'ang-ch'un e
impedido que muriera de hambre.
Tras separarse de Ch'iu Ch'ang-ch'un, Chao Pi y sus seguido-
res habían dejado de vivir fuera de la ley. Con el dinero que habían
acumulado en su época de bandidos, se asentaron en ciudades y
pueblos y llevaron una vida honesta con comerciantes o campesi-
nos. Habían pasado diez años, y un día Chao Pi oyó que un mon-
je taoísta llamado Ch'iu Ch'ang-ch'un estaba invitando a los bus-
cadores del Tao a que se unieran al Monasterio de la Nube Blanca.
Chao Pi reunió a sus amigos y les dijo:

204
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—¿Os acordáis de que hace diez años, en T'ai Shan, nos en-
contramos con un monje taoísta que se moría de hambre? Gra-
cias a sus consejos, ahora llevamos una vida recta y honesta. He
oído que ese maestro taoísta está al cargo de un gran monasterio
de la capital e invita a quienes se interesan por el entrenamiento
taoísta a que vivan allí. Todos estos años he aguardado la posibili-
dad de convertirme en un monje taoísta. Creo que ha llegado mi
oportunidad. Pienso ir al Monasterio de la Nube Blanca y pedirle
al maestro Ch'iu Ch'ang-ch'un que me acoja. Si vosotros estáis in-
teresados, podemos hacer el viaje juntos.
—Hermano —dijeron los otros asintiendo—, también noso-
tros hemos aguardado esa oportunidad. Partamos de inmediato.
Ya no tenemos ataduras en este mundo.
Cuando Chao Pi y sus amigos entraron en el salón principal
del monasterio, se encontraron con un monje taoísta que les salu-
dó amistosamente.
—Bien hallados, amigos míos, ¿cómo os ha ido desde que
nos despedimos?
Chao Pi y sus amigos estaban asombrados, se rascaban la bar-
billa y murmuraban entre ellos: «¿Quién es este monje? Nunca le
habíamos visto. ¿Por qué actúa como si nos conociera?
—Maestro taoísta —dijo Chao Pi en voz alta, tartamudean-
do—, excúsame, pues lo he olvidado. ¿Nos hemos conocido? He-
mos venido a pedirle al maestro Ch'iu Ch'ang-ch'un que nos reci-
ba como discípulos. Podéis llevarnos junto a él.
—Yo soy Ch'iu Ch'ang-ch'un. Hace diez años, en T'ai Shan,
me salvasteis de morir de hambre.
—Maestro —dijo Chao Pi cayendo de rodillas lo mismo que sus
amigos—, perdónanos por no haberte reconocido. Esperábamos que
fueras mucho más viejo, pero pareces más joven que cuando nos
despedimos hace diez años. En cambio, nosotros hemos envejecido.
—Maestro —dijo otro hombre—, hemos oído que invitabas a
los buscadores del Tao al Monasterio de la Nube Blanca. Desearía-
mos convertirnos en tus discípulos y vivir como monjes en el mo-
nasterio. Señor, te rogamos nos aceptes como tus alumnos.

205
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Os agradezco a todos que me salvarais la vida en T'ai Shan.


Y sé que desde que nos separamos habéis llevado una vida recta y
honesta. Ahora que habéis visto las ilusiones del mundo material
y habéis decidido convertiros en monjes, es el momento de cele-
brarlo. Pero convertirse en monje no es un asunto simple. Habéis
llegado hasta aquí porque en vuestras vidas pasadas acumulasteis
algunas buenas obras y en vuestra vida actual habéis sido capaces
de corregir vuestros errores. Desde ahora sois miembros de la co-
munidad taoísta. Debéis obedecer las reglas de la disciplina del
monasterio. Debéis desarrollar la compasión en el corazón y con-
trolar vuestro mal temperamento. No dejéis que vuestro mal ge-
nio turbe la serenidad de los campos monásticos. Respetad a todos
los seres sensibles. Tened piedad de aquellos cuya inteligencia e
intuición son inferiores a las vuestras. Su progreso es lento por-
que su momento no ha llegado todavía. No sintáis envidia por
aquellos que están más avanzados que vosotros en su entrena-
miento. Su progreso es rápido porque sus fundamentos son fuer-
tes. El Tao no discrimina entre ricos y pobres. Para aquellos que
valoran la virtud y el aprendizaje, el Tao es como una piedra pre-
ciosa. Para los que no ven valor en la virtud y el aprendizaje, el
Tao es como ramas secas. Cortad vuestras ataduras con las rique-
zas, pues, en el Tao, la corrección y el sacrifico son más valiosos
que la riqueza. Por eso se ha dicho que en el Tao no ha diferencia
ente un rey y un pobre.
«Cuando era joven, comprendí que no deseaba vivir en el
mundo material. Por eso viajé hasta muy lejos para encontrar un
maestro taoísta del que poder aprender. Mi maestro, Wang
Ch'ung-yang, me instruyó en las enseñanzas del Tao. Mi hermano
Ma Tan-yang me ayudó cuando perdí la esperanza. He llevado
una vida muy dura. He pasado hambre setenta y dos veces. En
cada una de ellas, estuve a punto de perder la vida. Pero no aban-
doné. Seguí atemperando mi corazón y trabajé duramente para
superar los obstáculos de mi camino. Durante seis años, con llu-
via o con sol, transporté gente a través de un río. Finalmente lla-
mé la atención del emperador porque recé a los señores del cielo

206
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

para que aliviaran una sequía en una provincia remota. No he al-


canzado el Tao, pero incluso para dar pequeños pasos por el ca-
mino hace falta perseverancia y disciplina. Si prestáis el juramen-
te de un monje, debéis estar dispuestos a enfrentaros a las
dificultades que se os opongan en vuestro intento de cultivar el
Tao. Si superáis diez obstáculos, habréis eliminado diez mons-
truos de vuestra mente. Si superáis cien obstáculos, habréis deste-
rrado cien monstruos de vuestra mente.
—Ojalá seamos dignos de las enseñanzas del maestro —dijo
Chao Pi inclinándose de nuevo con sus amigos.
Ch'iu Ch'ang-ch'un les dio la bienvenida al monasterio y, en
un feliz día, Chao Pi y sus amigos prestaron el juramento del
monje y se convirtieron en sus discípulos.
Desde el nacimiento de su heredero, el emperador estaba con-
vencido de que Ch'iu Ch'ang-ch'un era un inmortal. Todos los
días, en cuanto se había ocupado de sus asuntos administrativos,
buscaba el consejo espiritual de Ch'iu Ch'ang-ch'un. A menudo, el
emperador se quedaba despierto hasta altas horas de la noche dis-
cutiendo las escrituras taoístas con Ch'iu Ch'ang-ch'un. Sin em-
bargo, la emperatriz se sentía infeliz. No podía dejar de pensar
para sí: «Estoy segura de que parí una niña. ¿Cómo cambió el sexo
del recién nacido cuando fue llevado ante el emperador? Además,
ese incidente fue la causa de que mi maestro Pai-yün perdiera su
monasterio. Debo llegar hasta el fondo de este asunto.»
Una noche, mientras el emperador estaba con Ch'iu Ch'ang-
ch'un, la emperatriz envió buscar a Pai-yün. Éste llegó a la resi-
dencia de la emperatriz y dijo:
—Señora, veo que sois infeliz. ¿Qué os preocupa?
—Maestro. Me he sentido culpable desde que perdisteis el
monasterio para dárselo a ese monje taoísta. Creo que mi hijo es
la causa de todos los problemas. No puedo entender cómo cam-
bió de niña a niño.
—Estoy seguro de que Ch'iu Ch'ang-ch'un se halla en el fon-
do de todo eso. Debió de ordenar a un espíritu maligno que roba-
ra el alma de vuestra hija y la cambiara por la de un chico. Creo

207
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

que aquí hay alguna fuerza maligna. Deberíais advertir enseguida


al emperador.
—El emperador no me escuchará nunca. Para él, Ch'iu
Ch'ang-ch'un es un inmortal. Además, quería un heredero. Si le
dijera que el hijo que tenemos es obra de una fuerza maligna,
temo que me acusara de traición.
—Tengo un plan. ¿Recordáis esa historia de la dinastía T'ang
en la que el emperador hizo una prueba para descubrir si el maes-
tro taoísta Chang Kuo-lao era inmortal? Chang Kuo-lao era con-
siderado inmortal por muchos de los funcionarios y nobles de la
corte. El emperador T'ang no lo creía y para probar la credibilidad
del maestro taoísta preparó un fuerte veneno y lo mezcló con un
vino aromático. Chang Kuo-lao fue invitado al palacio imperial.
En presencia de la nobleza y de los funcionarios de la corte, el
emperador ofreció a Chang Kuo-lao el vino envenenado. Éste se
bebió tres tazas y exclamó que era un vino muy bueno. Unos se-
gundos después cayó de bruces con la boca abierta. Sus dientes se
volvieron negros y estuvo tumbado allí media hora. Todos pensa-
ban que Chang Kuo-lao estaba muerto. Pero luego se levantó, es-
cupió los dientes ennegrecidos y cerró la boca. Cuando volvió a
abrirla, le habían crecido dientes blancos nuevos. Así se conven-
ció el emperador T'ang de que Chang Kuo-lao era inmortal. Su al-
teza —siguió hablando Pai-yün después de una pausa—, podría
hacerle la misma prueba a Ch'iu Ch'ang-ch'un. Invitadle a cenar y
servidle vino envenenado. Si verdaderamente es un inmortal, el
veneno no debería afectarle. Pero si es un fraude, nos habremos
librado de ese monje maligno.
—Es una buena idea —respondió la emperatriz asintiendo.
Poco después envió un mensajero al Monasterio de la Nube
Blanca para invitar a Ch'iu Ch'ang-ch'un a cenar la noche siguien-
te en la residencia de la emperatriz.

208
28

uando llegó un emisario imperial al Monasterio de la


Nube Blanca para entregar la invitación a Ch'iu Ch'ang-ch'un,
éste ya conocía las intenciones de la emperatriz. Aceptó la invita-
ción e instruyó a sus discípulos para que llenaran veinticuatro ba-
ñeras con agua fría.
—Aseguraos de que estén listas. Las necesitaré cuando regre-
se. Mi vida y mi muerte dependen de ello.
Después, Ch'iu Ch'ang-ch'un acudió al palacio imperial. La
emperatriz le habló nada más verle:
—Maestro taoísta, tus poderes de adivinación son realmente
impresionantes. Predijiste que tendría un hijo y el país tiene aho-
ra un príncipe coronado. Deja que te exprese mi gratitud y admi-
ración ofreciéndote tres tazas de vino. Este vino se prepara espe-
cialmente y se reserva para el emperador y para mí.
La emperatriz ordenó a su criada que le ofreciera una gran
copa de vino a Ch'iu Ch'ang-ch'un. Éste tomó la copa y la vació
de una vez. Dos veces más llenaron la copa y Ch'iu Ch'ang-ch'un
las bebió.
Tras la audiencia con la emperatriz, Ch'iu Ch'ang-ch'un re-
gresó al monasterio y se lanzó inmediatamente a la primera bañe-
ra de agua fría. Cuando el agua se puso caliente, salió y entró en
la siguiente. Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un había entrado en la ba-
ñera veinticuatro, descubrió que el agua sólo le llegaba hasta el
pecho. Los discípulos no la habían llenado hasta el borde. Como
sólo estaba medio sumergido en el agua fría, el veneno que per-
manecía en la parte superior de su cuerpo no podía ser neutrali-

209
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

zado. Se elevó hasta la parte superior de la cabeza y le quemó par-


te del pelo, dejándole una calva.
Cuando la emperatriz se enteró de que Ch'iu Ch'ang-ch'un
no había muerto al beber el vino envenenado, llamó al maestro
zen Pai-yün y le dijo:
—Ahora ya no dudo de que Ch'iu Ch'ang-ch'un es un inmor-
tal. No murió al beber mi vino envenenado.
—Su majestad —replicó Pai-yün—, quizás el veneno no fue-
ra lo bastante fuerte. Tengo un plan mejor para determinar si
Ch'iu Ch'ang-ch'un es o no un fraude. Se dice que los inmortales
taoístas pueden cambiar la forma de los metales, sobre todo del
oro y la plata. Pueden hacer un amasijo con un trozo cuadrado,
redondo o plano de oro. Le ofreceremos a Ch'iu Ch'ang-ch'un
una barra de oro y le pediremos que lo doble alrededor de su ca-
beza. Si puede aplanar el oro para convertirlo en una cinta para la
cabeza, es que es un inmortal. Si no, se sentirá tan turbado que irá
a ocultarse y nunca volverá a la ciudad.
De nuevo invitó la emperatriz a Ch'iu Ch'ang-ch'un a palacio.
Cuando éste se presentó ante ella, vio que tenía una calva grande
en el centro de la cabeza. Le preguntó qué le había sucedido y
Ch'iu Ch'ang-ch'un le respondió con calma:
—La última noche la emperatriz me ofreció el vino de la in-
mortalidad. Era tan fuerte que la puerta del cielo que hay encima
de mi cabeza se abrió, permitiendo que mi espíritu ascendiera al
palacio de los inmortales.
La emperatriz se sintió avergonzada porque sabía a qué se re-
fería Ch'iu Ch'ang-ch'un. No obstante, había prometido al maes-
tro zen Pai-yün poner a prueba una vez más a Ch'iu Ch'ang-
ch'un.
—Maestro taoísta, sois realmente un inmortal. Recibe de mí
una cinta de oro. Cuando la lleves puesta, la gente sabrá que eres
el maestro espiritual del emperador y la emperatriz.
Una criada llevó a Ch'iu Ch'ang-ch'un una barra de oro.
Ch'iu Ch'ang-ch'un la tomó y sopló sobre ella suavemente. Cuan-
do los fuegos de su energía interna llegaron al oro, la barra se vol-

210
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

La emperatriz da vino envenenado a Ch'iu Ch'ang-ch'un.

211
LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

vio tan blanda como si fuera de barro. Ch'iu Ch'ang-ch'un tomó


el oro ablandado, lo convirtió en una cinta para la cabeza y se la
puso en la cabeza. Se dice que desde entonces los monjes taoístas
llevan cintas amarillas en las fiestas.
La emperatriz se sintió sorprendida y avergonzada. Se puso
en pie y exclamó excusándose:
—Maestro, cometí el error de dudar de tu credibilidad. Espe-
ro que perdones mi ignorancia y locura.
—Majestad —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un inclinándose—.
La falta no es suya. Hay obstáculos que necesito superar antes de
completar mi entrenamiento.
Cuando Pai-yün escuchó esas palabras, entró en la sala. Incli-
nándose ante Ch'iu Ch'ang-ch'un, dijo:
—Maestro, la falta es toda mía. Los monstruos de la ilusión
han capturado mis pensamientos. Yo fui quien pidió a la empera-
triz que te pusiera a prueba.
—Fui yo quien dio pie a todo lo sucedido. Maestro, tú has al-
canzado la paz del vacío total. ¿Cómo van a entrar los monstruos
en tu mente?
Pai-yün pensó para sí: «He intentado dañarle. Sin embargo,
no alberga ninguna queja contra mí». Entonces dijo en voz alta:
—El pasado es pasado. Ganar o perder no importa.
La emperatriz quedó encantada de que Ch'iu Ch'ang-ch'un y
Pai-yün se hubieran reconciliado pacíficamente. Ordenó a sus
criadas que trajeran vino para celebrar la ocasión. Entonces los
guardias de la puerta anunciaron que había llegado el emperador.
Al ver que la emperatriz estaba celebrando algo con los dos mon-
jes, dijo:
—Los mensajeros me han dicho que los dos maestros han re-
suelto sus diferencias. Me interesó tanto que he venido inmedia-
tamente para poder formar parte de esa ocasión feliz.
La emperatriz describió entonces lo que había pasado, y el
emperador añadió:
—Ahora que el maestro Ch'iu Ch'ang-ch'un y el maestro Pai-
yün son amigos, no podría sentirme más feliz. Siempre he creído

212
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

que el budismo, el confucianismo y el taoísmo siguen principios


similares. —Entonces se volvió hacia Ch'iu Ch'ang-ch'un y Pai-
yün— Decretaré que se levante un nuevo monasterio budista en
la capital. Cuando la construcción se haya completado, las reli-
quias e iconos budistas del Monasterio de la Nube Blanca serán
llevados a su nueva casa. Se levantará una estatua nueva de Lao-
tzu en el Monasterio de la Nube Blanca para honrar al patriarca
fundador del taoísmo. Así, los taoístas y los budistas tendrán un
templo en la capital. Que la fragancia de su incienso no se desva-
nezca nunca en los próximos mil años.
Pai-yün y Ch'iu Ch'ang-ch'un se inclinaron y dieron las gra-
cias al emperador.
Aunque Pai-yün había resuelto su conflicto con Ch'iu Ch'ang-
ch'un, algunos monjes budistas todavía conservaban el rencor hacia
el taoísta que ocupaba el monasterio. Esa facción era dirigida por un
monje joven y de temperamento ardiente que había reunido a un
pequeño grupo de seguidores. Les convocó a todos y les dijo:
—Ch'iu Ch'ang-ch'un y los taoístas piensan que podrán ocu-
par para siempre el Monasterio de la Nube Blanca. Vamos a crear-
les dificultades. Propongo levantar un monasterio budista detrás
del Monasterio de la Nube Blanca. Nuestro monasterio se llamará
El Viento del Oeste, pues como dice el refrán, «el viento del oeste
sopla y se lleva las nubes blancas». Predigo que cuando nuestro
monasterio se haya levantado, a Ch'iu Ch'ang-ch'un y a sus mon-
jes taoístas les sobrevendrá la mala suerte y el Monasterio de la
Nube Blanca caerá en ruina.
Los monjes se alegraron. Pusieron el plan en un papel y se lo
entregaron a Pai-yün. Cuando Pai-yün vio la propuesta, dijo:
—¿De quién fue esta idea? ¿Y por qué la proponéis?
—Fue idea de este joven bodhisattva —respondió un monje
anciano dando un paso adelante.
El monje joven de temperamento ardiente se levantó y se co-
locó frente al maestro Pai-yün. Éste le interrogó.
—¿Por qué quieres construir el Monasterio del Viento del
Oeste detrás del Monasterio de la Nube Blanca?

213
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Maestro, nos quitaron nuestra propiedad. Deseo vengar la


vergüenza y la incomodidad que nos han traído.
—En el budismo no hay lugar para la venganza —contestó
Pai-yün—. En nuestro corazón sólo está el vacío. Si albergas pen-
samientos de vergüenza, venganza e incomodidad, tu corazón no
está limpio de las manchas del polvo del mundo material. Cuando
el Buda fue torturado por el rey bárbaro y le cortaron la carne del
cuerpo, el señor Buda no albergó pensamientos de venganza. En
cualquier caso, Ch'iu Ch'ang-ch'un y los taoístas no ocupan injus-
tamente el Monasterio de la Nube Blanca. La apuesta fue docu-
mentada delante del emperador. Yo la perdí, y con ella el monaste-
rio. Los taoístas no ocuparon el monasterio por la fuerza. El otro
día, el emperador anunció que nos levantarían un monasterio bu-
dista. Si causas problemas con tus ideas, el emperador nos puede
retirar su favor. Además, tus planes ridiculizan los deseos del em-
perador. No los apoyaré. Si quieres construir un Monasterio del
Viento del Oeste, estás solo. No quiero formar parte de ello.
Los monjes permanecieron mucho tiempo sentados en silen-
cio. Empezaron a entender las razones de Pai-yün y uno a uno se
fueron disolviendo los pensamientos de que el viento del oeste
barriera la nube blanca, salvo en la mente del monje joven. Se fue
dejando a Pai-yün y a los otros monjes mientras se decía a sí mis-
mo: «¡Qué montón de estúpidos! No necesito su ayuda. Yo mis-
mo reuniré el dinero.»
El monje se acercó a las familias ricas de la capital diciéndo-
les que los budistas necesitaban demostrar que eran más fuertes
que los taoístas y que el Monasterio del Viento del Oeste haría
que cayera en ruinas el monasterio taoísta de la Nube Blanca.
Fueron muy pocos los que escucharon al monje, pero cuando al-
gunos de los monjes taoístas del Monasterio de la Nube Blanca
oyeron hablar del Monasterio del Viento del Oeste, se rieron para
sí diciendo: «Si el Monasterio del Viento del Oeste está situado
detrás de nosotros, lo único que necesitamos hacer es construir
un gran muro para que el viento del oeste rebote y derribe el de
ellos.»

214
LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

Así seguían bromeando hasta que uno dijo:


—Cuando el viento vuelva al Monasterio del Viento del Oes-
te, arrojaremos sobre él algunas llamas. Con un poco de magia,
seguro que el Monasterio del Viento del Oeste arderá.
Los rumores circulaban por la capital. Lo que se había pre-
tendido como una broma, se convirtió en historia. Y con los años,
los niños contaban la historia de cómo en un duelo de magia bu-
dista y taoísta, el Monasterio del Viento del Oeste (que en reali-
dad nunca existió) se quemó.

215
29

ras su reconciliación con el maestro zen Pai-yün, Ch'iu


Ch'ang-ch'un dejó los asuntos administrativos diarios del Monas-
terio de la Nube Blanca a sus discípulos aventajados y se retiró en
soledad preparándose para abandonar la esfera mortal. Basándose
en su experiencia de los obstáculos que se había encontrado du-
rante su entrenamiento, Ch'iu Ch'ang-ch'un escribió un libro
llamado Viaje al oeste. En él analizaba los inconvenientes que habían
obstaculizado su camino hacia la iluminación. Describió las emo-
ciones y deseos que el buscador del Tao tendría que superar.
Comparó los monstruos de la mente con caballos salvajes. Advir-
tió contra la pereza y la codicia y comparó la inteligencia sin cul-
tivar con un mono malévolo. Cuando el libro estuvo acabado,
Ch'iu Ch'ang-ch'un buscó a su amigo Pai-yün y se lo entregó. Pai-
yün era una persona ilustrada y cuando leyó el libro de Ch'iu
Ch'ang-ch'un reconoció inmediatamente que éste describía los
cambios internos que se producen en la mente y el cuerpo con-
forme avanza el trabajo de la alquimia interior. Inspirado por la
obra de Ch'iu Ch'ang-ch'un, Pai-yün escribió también un libro
que documentaba las experiencias y visiones que se producen en
el camino a la iluminación. Se tituló Leyendas de los Dioses. Jun-
tos, estos dos libros guían a aquellos que buscan la iluminación.
Se dice que Ch'iu Ch'ang-ch'un logró la iluminación poco des-
pués y que ascendió al palacio del cielo. Fue recibido por muchos
inmortales y señores celestes. Cuando llegó ante el emperador de
Jade, el inmortal Lü y los señores del cielo, la tierra y el agua, vio a
los otros seis discípulos de Wang Ch'ung-yang. Todos habían ai-

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LOS SIETE MAESTROS TAOlSTAS

canzado el Tao y aguardaban a que la emperatriz del cielo y el em-


perador de Jade les concedieran el estado de inmortalidad.
Los señores del cielo, la tierra y el agua abrieron un papel y
leyeron en voz alta los logros de cada uno de los siete discípulos.
Ch'iu Ch'ang-ch'un era el primero de la lista. Alabaron su fe in-
quebrantable y su resistencia en el entrenamiento y en la búsque-
da del Tao. El segundo de la lista era Liu Ch'ang-sheng; se le
alababa por su comprensión intuitiva de los caminos misteriosos
del Tao. Después venía T a n Ch'ang-chen, alabado por su estabili-
dad de actitud y conducta. El cuarto de la lista era Ma Tan-yang.
Fue alabado por su tranquilidad y disposición calma y por su en-
foque simple y directo del Tao. El quinto de la lista era Hao T'ai-
ku. Durante todo su entrenamiento su actitud no se vio mancha-
da por el interés personal y material. El sexto era Wang Yü-yang,
alabado por la firmeza con la que mantuvo la tranquilidad en me-
dio de la confusión y el conflicto. Tras mencionar los seis nom-
bres, los señores del cielo, la tierra y el agua añadieron: «Sun-Pu-erh
fue quien primero abrazó el Tao. Al conseguirlo, superó con mu-
cho al resto. Por su inteligencia y sabiduría el resto del grupo se
inició en el Tao. Por eso ella dirigió la iniciación al Tao, y ella
completará su logro. Será colocada la séptima, pues el último lu-
gar está reservado para quien consigue la iluminación superior.»
Después de que los logros de los siete maestros taoístas fue-
ran leídos ante un público de inmortales y señores celestiales, el
emperador de Jade indicó a los siete que se pusieran ante él para
recibir el estado de inmortalidad. Ma Tan-yang, T'an Ch'ang-
chen, Liu Ch'ang-sheng, Sun Pu-erh, Hao T'ai-ku y Wang Yü-
yang dieron un paso adelante y se arrodillaron ante el emperador
de Jade. Sólo Ch'iu Ch'ang-ch'un permaneció tranquilamente al
lado. Viendo que Ch'iu Ch'ang-ch'un se negaba a reconocer el re-
galo del emperador de Jade, el señor del cielo le dijo con voz au-
toritaria:
—Ch'iu Ch'ang-ch'un, ¿por qué eres irrespetuoso con el re-
galo del emperador?
—No es que sea irrespetuoso —respondió Ch'iu Ch'ang-ch'un

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LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

La emperatriz del Cielo recibe a los siete maestros taoístas.

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postrándose ante el emperador de Jade—, sino que creo que el re-


galo que se me ofrece debería darse a todos los que buscan el Tao.
Mi camino a la iluminación se fraguó con la dureza y los obstácu-
los. La dureza apartaría a muchos que no podrán soportar los sufri-
mientos que he experimentado. Me gustaría aligerar la carga de los
que buscan el Tao pero no tienen disposición para soportar el sufri-
miento del frío, el hambre y la humillación. Por eso le pido al em-
perador que considere el darme el don de la inmortalidad para que
pueda ser usado para ayudar a más personas a alcanzar el Tao en
una sola vida.
Se produjo un largo silencio. De pronto se levantó una ráfaga
de viento y una figura de rostro rojo y barba roja se materializó en
el centro de la reunión celestial. Era el señor del trueno. Extermi-
nador de monstruos y guardián de los principios taoístas, era el
responsable de dar las recompensas y castigos a los mortales. El
señor del trueno se inclinó ante el emperador de Jade y, volvién-
dose a la audiencia celestial, dijo:
—Ch'iu Ch'ang-ch'un no tiene que preocuparse por el bie-
nestar de los que busquen el Tao. Pido ser el guardián de todos
los que recorren el sendero de la iluminación. Mi ayuda se dará
de acuerdo con el esfuerzo del buscador. Los que sólo empleen
un esfuerzo pequeño, recibirán menos ayuda. Los que se esfuer-
cen duramente en su búsqueda, pueden contar con mi apoyo in-
condicional. Yo me ocuparé de que quienes tengan buenas inten-
ciones no sufran hambre ni frío.
Cuando Ch'iu Ch'ang-ch'un oyó las palabras del señor del
trueno, se inclinó finalmente ante el emperador de Jade para reci-
bir el estado de inmortalidad.
Tras la audiencia con el emperador de Jade, los siete maestros
taoístas fueron conducidos a otras cámaras del palacio del cielo y
presentados a los diversos dioses inmortales que residían en la es-
fera celestial. Después llegó el día en que el melocotón inmortal
maduró y todos los dioses inmortales fueron invitados por la em-
peratriz del cielo a compartir su sabor. Cuando los huéspedes es-
taban ante el dosel de la emperatriz, ésta les dijo:

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LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

—Sólo quienes han completado el cultivo del Tao pueden sa-


borear el melocotón. Un bocado de él extenderá vuestra vida mil
años. Que los mortales aprendan bien el ejemplo de los siete maes-
tros taoístas para que también un día puedan probar el melocotón
de la inmortalidad.

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LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

tención verdadera. La intención que calcula y planea es falsa. Un


sentimiento que se origina en el corazón auténtico es verdadero.
Sentir que se tiene importancia es falso. ¿Cuál es el corazón au-
téntico? El corazón auténtico es la naturaleza original. El corazón
auténtico tiende hacia la bondad. El sentimiento y la intención se
originan en el corazón. Si el corazón es auténtico, el sentimiento
y la intención serán verdaderos. Cultivar el corazón auténtico es
cultivar la naturaleza original. La naturaleza original es la mani-
festación del modo natural del cielo. Muchos de los que dicen
cultivar el Tao siguen poseyendo pensamientos egoístas. Donde
hay ego, el corazón auténtico no puede emerger. Sólo en la quie-
tud y en la ausencia de deseo puede cultivarse la naturaleza origi-
nal. Los que buscan el Tao deben empezar por conocer la diferen-
cia entre el sentimiento auténtico y el falso, entre la intención
auténtica y la falsa. Si conoces la diferencia, conocerás el corazón
auténtico. La intención y el sentimiento pueden ser conocidos
observando la conducta en tu vida diaria. Si tus acciones no son
sinceras, el sentimiento auténtico está ausente. Si tus palabras
son falsas, la intención auténtica está ausente. Si quieres cultivar
el Tao debes eliminar las ataduras que llevan a la perdición a la
intención auténtica y al sentimiento auténtico. Deja que tus ac-
ciones las guíe la naturaleza original en lugar de tu ego. No vaci-
les en tu búsqueda de la bondad. Entonces, tu corazón auténtico,
tu sentimiento auténtico y tu intuición auténtica emergerán y no
estarás lejos del Tao. Éstas son las enseñanzas de la verdad real.
El inmortal Lü enseñó entonces a Wang los métodos de «le-
vantar los cimientos», «colocar el caldero y el hogar», «atender el
fue go» y «reunir las hierbas y sellar el recipiente». Wang hizo una
profunda reverencia y dio las gracias repetidamente a los inmor-
tales. Entonces, el inmortal Lü le dijo:
—Cuando hayas alcanzado el Tao, debes ir a la provincia de
Shantung y reunir a los siete discípulos destinados a ser guiados
por ti hasta el Tao. Recuerda las siete flores doradas de loto que te
confiamos.
Los dos inmortales se transformaron en un haz de luz brillante

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LOS SIETE MAESTROS TAOÍSTAS

y desaparecieron. Wang permaneció sumido en sus pensamientos


durante mucho tiempo, hasta que oyó unos pasos detrás de él. Al
volverse vio a dos de sus siervos, que corrían hacia él y le decían:
—Cuando la ama descubrió que te habías ido todo el día, nos
envió a buscarte. Tenía miedo de que pudieras verte envuelto en
algún peligro. Por favor, amo, ven a casa ahora con nosotros para
que la ama deje de preocuparse.
Wang siguió a los siervos hasta su casa, meditando las pala-
bras e instrucciones de los dos inmortales. Al llegar a la mansión,
Wang se dirigió inmediatamente a su estudio y cerró la puerta. Su
esposa, al enterarse de que había regresado, fue a buscarle y lo en-
contró sentado en silencio, sumido en sus pensamientos.
—Esposo —le dijo ella con suavidad—, estuviste fuera todo
el día, deambulando sin rumbo. Si tu extraña conducta es obser-
vada por las gentes del pueblo, perderás tu reputación y serás el
hazmerreír de todos. ¿Qué puedo hacer?
Durante todo ese tiempo, Wang estuvo pensando en las ins-
trucciones del inmortal Lü con respecto a la alquimia interior. No
tuvo conciencia de la presencia de su esposa hasta que le oyó pre-
guntarle qué podía hacer. Sobresaltado, Wang miró fijamente a su
esposa y murmuró:
—¿Qué puedo a hacer? ¿Qué puedo a hacer?
Viendo que Wang estaba confuso y que no parecía él mismo,
la esposa salió en silencio de la habitación. Cuando Wang se que-
dó a solas, pensó para sí: «Si todo el tiempo me van a estar inte-
rrumpiendo así, ¿cómo encontraré el tiempo y la concentración
necesarios para practicar la alquimia interior? Necesito establecer
un plan para aislarme de los asuntos del mundo».
Estuvo pensando mucho tiempo hasta que, finalmente, ideó
un plan. Simulando haber sufrido un ataque, actuó como si hu-
biera perdido la memoria y el habla. Pronunciaba sonidos sin sen-
tido y gruñía con frecuencia, como si tuviera dolores. Con fre-
cuencia, se quedaba simplemente tumbado en la cama, mirando
sin fijar la vista. Al ver el estado en que Wang se encontraba, su
esposa se iba sintiendo cada vez más preocupada e inquieta. Pidió

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