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LAS MUJERES EN EL CAPITALISMO: CUERPOS Y EMOCIONES EN EL

ORDEN SEXISTA

Mgter. Gabriela Bard Wigdor

CIECS-CONICET-ARGENTINA

Lic. Laura Schapira

UNC-ARGENTINA

Resumen

El cuerpo ha sido históricamente controlado y performado para su sujeción, a


través de diferentes regulaciones como el género, la clase, la étnica, entre
otras. Atravesados por relaciones de poder, por una compleja trama de
significaciones y demandas económicas, religiosas, científicas, físicas y
políticas, se constituyen sujetos amaestrados/as en el arte de repetir las
lecciones de ser y sentir “normalmente”. Lecciones que se dirigen a mantener a
los grupos subalternos en su posición, siendo las mujeres, constituidas en
relaciones de dominación, subordinación y jerarquía a nivel productivo,
reproductivo y sexual. En ese sentido, se las sujeta a través de los estereotipos
de belleza, los espacios por donde pueden y no circular, las tareas a las cuales
deben abocarse para ser consideradas “femeninas”, desde una visión
heteronormativa de las relaciones sociales. Así, tener cuerpo de mujer, es ser
vulnerable a la violencia, al contacto y a la mirada de los/as otros/as. Es sobre
el sexo y los cuerpos de las mujeres, donde el sistema despliega con potencia,
la industria de comercialización y banalización de la vida cotidiana y del placer
de la vida. El cuerpo de las mujeres es un cuerpo-objeto, un cuerpo- no
deseante y deseado de modo permanente por otros. De ese modo, se crean
ejércitos de cuerpos a disposición de otros cuerpos, donde los sectores
dominantes, como grupos de varones blancos, burgueses y heterosexuales,
siembran su visión de mundo en la conciencia de sus propias víctimas, quienes
reproducen su propia esclavitud. Asimismo, como los cuerpos de los varones
no valen igual que los de las mujeres, el de algunos varones y mujeres, vale
más que el de otros y otras. La clase, la raza, se hacen presente como marca
de subordinación, como intersecciones que condicionan las oportunidades,
derechos y posibilidades de imaginación de los sectores populares, los/as
inmigrantes y aquellos cuerpos diversos, que desmienten los mandatos de
género dominante. Sin embargo, el cuerpo es también un territorio de
resistencia y rebelión. Existen cuerpos rebeldes que asumen su diferencia, que
habitan el mundo de un modo desafiante, que resignifican su imagen y
expresan así deseos que perturban el mundo de “los normales”. Cuerpos
deseantes, que construyen diferentes maneras de estar y ser con los/as
otros/as y que nos obligan a pensarnos. A partir estos presupuestos teóricos y
en base a trabajos de campo con diferentes comunidades populares,
especialmente mujeres de diferentes edades de Córdoba-Argentina, desde la
Teoría Fundamentada, nos proponemos reflexionar acerca del cuerpo, las
emociones y los condicionamientos que imponen el capitalismo y el orden
sexista. En ese sentido, reflexionamos en torno a estas problemáticas en
diferentes apartados que versan sobre: el cuerpo como estereotipo y sus
dispositivos de control; las mujeres como objetos de deseo y no deseantes; el
cuerpo y las intersecciones de clase, raza y género; y prácticas corporales de
resistencia.

Palabras claves: mujeres; regulaciones de género; cuerpos; emociones;


sexismo y capitalismo.

El cuerpo como estereotipo y sus dispositivos de control

Para entender las formas de sujeción de los cuerpos, es preciso


comprender que el cuerpo es el efecto de un conjunto de actos económicos,
políticos y culturalmente sostenidos. Este no pre-existe a tales actos como
sustancia a-histórica, pre-discursiva o pre-cultural.

Sin embargo, una de las estrategias del poder dominante es ontologizar


y naturalizar el cuerpo como categoría fija e invariable, generando una
morfología ideal a través de formas de exclusión-inclusión. En este sentido, en
el cuerpo femenino se configuran formas de sentir, de ser y verse legitimadas
y valoradas, mientras otras, son relegadas a lo abyecto, lo olvidado y lo no
nombrado (Cfr. Butler 2010). Ya el mismo lenguaje forcluye la variedad
genérica reducida a la gramática binaria del femenino ("valorada") y masculino
("valorado").

Todo régimen imperial y de dominación sostiene políticas sobre los


cuerpos. Las expansiones y consolidaciones imperiales parecen “necesitar” de
una estrategia respecto a la disponibilidad corporal de los/as sujetos/as. Por
ejemplo, en esta ponencia, analizaremos cómo el cuerpo femenino, ha
funcionado como territorio de conquista, ultrajado y cosificado por el capital y
como trofeo en las guerras (cuerpos violados, torturados, anexados al "botín"
del territorio a ganar).

Para el capitalismo y su aliado indiscutible, el patriarcado, el cuerpo ha


sido su fuerza de trabajo, fabricado en función de "cuerpo dócil" y disciplinado
para maximizar su fuerza útil y para minimizar con su obediencia su fuerza
política. Esto se acentúa en las mujeres que reproducen y reponen el ejército
de trabajadores/as que precisa el capital. Pero además, las lógicas del capital
en la sociedad de consumo encaminan a los cuerpos en cuanto al ámbito de
apropiación/ expropiación sensorial del mundo (empleo de las energías
corporales). Este orden político, cultural y económico performa las
sensibilidades de los/as sujetos y ocasiona malestares en sus diferentes
manifestaciones según las clases sociales. Desde el hambre, hasta las
adicciones, las enfermedades psicológicas como las anorexias, bulimias,
formas de procesar el malestar que algunos psicoanalistas las relacionan con
el imperativo propio de esta época: “goza y consume”. Así, vemos a través del
fetichismo de la mercancía el carácter fantasmagórico del capital, que se
impone que ordena, encuadra y jerarquiza el imaginario social. El dolor social
queda acallado y taponado en espera que suceda una fantasía, el presente se
pierde como posibilidad de actuar.
En tal sentido, el capitalismo como orden perverso genera una forma
particular de procesar las sensaciones y percepciones, a través de un goce
circular que no encuentra corte, ni estado de saciedad. La insatisfacción es un
proceso continuo, inacabado. Se compra algo y en el mismo instante ya se
desea otra cosa. La metonimia de mercancías, entre las que el cuerpo
femenino es una más, funciona como un espejismo que impide cuestionarse
los hábitos de vida y las apuestas transformadoras del presente.
Este escenario se complejiza, si analizamos la forma de distribución geo-
políticas de los cuerpos: cuerpos con rostros y cuerpos des-rostificados,
cuerpos que importan, que son llorados y cuerpos expuestos a la violencia,
pobreza y muerte (Cfr.Butler 2010). La clase se hace carne, se personifica a
través de sensaciones, la percepción de vergüenza que le genera al cartonero
“cirujear” por los barrios más ricos de Córdoba .La bronca, la impotencia de los
jóvenes cuando son detenidos de manera arbitraria por el mero hecho de
circular en la ciudad.

Las mujeres como objetos y no agentes de deseo

La violencia hacia las mujeres y hacia quienes no son varones blancos,


heterosexuales y burgueses es estructural, es una propiedad inherente del
sistema capitalista y patriarcal. Se la ejerce para controlar la vida de los/as
sujetos y someterlos/as a la demanda de productividad y control de su
sexualidad.
En ese sentido, las mujeres han sido las principales víctimas de las
guerras, invasiones, saqueos y genocidios. El cuerpo de las mujeres es y ha
sido territorio de conquista por parte del ejército vencedor. Es en sus cuerpos
donde se inscriben la violencia, como “un tapiz” sobre el cual escribir un
mensaje claro de dominio que discipline al resto de las mujeres y sujetos
subalternos (Cfr. Segato, 2013).
En el mundo se cometen infinidad de atrocidades contra el cuerpo de las
mujeres, miles de niñas mueren en la India, en Pakistán, por el solo hecho de
ser mujeres. Se las asesina al nacer porque son consideradas una carga para
familia y un ser inútil. Quienes deben asesinarlas son sus propias madres,
generalmente presionadas por sus maridos y la comunidad, que sólo esperan
varones para el trabajo. Son las mujeres quienes abortan, quienes asesinan y
a quienes asesinan.
Por eso, para las mujeres, nacer en tal o cual lugar, acceder a recursos
económicos, culturales, etc. puede significar la oportunidad de vivir o la muerte.
Si bien todas las culturas se encuentran atravesadas por el patriarcado y las
desigualdades, hay lugares donde la religión y el fanatismo se expresan de una
modo radical, generalmente acompañadas del apoyo anónimo de los grupos
dominantes en el mundo, que se benefician económicamente del dominio de
estas expresiones religiosas sobre pueblos periféricos.
Incluso la tecnología se utiliza en contra de las mujeres como es el caso
de los feticidios en Asia. Allí, faltan 100 millones de mujeres debido a
infanticidio y feticidio, una práctica que se realiza en nombre de la cultura, la
tradición o las creencias, y que se justifica por la pobreza. En África, Europa,
Asia, Australia y algunos países americanos, la práctica de la ablación que
consiste en cortarles el clítoris a las niñas para convertirlas simbólicamente en
mujeres, sinónimo de quien no debe sentir placer, es aún una costumbre. En
países donde domina el fundamentalismo islámico, las niñas son forzadas a
casarse a los 8 y 9 años.
En occidente, particularmente en Argentina, la extrema expresión del
masculinismo dominante que considera a las mujeres como objeto es el
feminicidio. La Asociación Civil La Casa del Encuentro produjo el primer
informe de Femicidios en Argentina. Basado en datos recopilados de las
Agencias informativas tales como Télam, DyN y 120 diarios de distribución
nacional y/o provincial, como por el seguimiento de cada caso en los medios. El
relevamiento destacó que en el año 2013 se cometieron 295 feminicidios
vinculados a mujeres y niñas, en el territorio argentino. Los victimarios en todos
los casos, eran varones del círculo familiar de la víctima, especialmente parejas
o ex parejas.
En los países dominantes en el mapa geopolítico, las mujeres reales
dejaron de existir ante la mirada pública, aparecen en cambio, cuerpos
estirados, rellanados, operados hasta reducirse a rostros de mujeres que
simulan máscaras inexpresivas. Construidas a través de la mirada del varón,
las mujeres se muestran y son miradas a través de ellos, renegando de la
propia experiencia personal expresada en el cuerpo. Los cuerpos de las
mujeres están al servicio del varón y del consumo, y de los valores de los
hombres de nuestro entorno. Estrategia de control que nos llevan a la pérdida
de salud física y psíquica.
Las mujeres como cuerpo-objeto son consumidas diariamente en los
programas de televisión, en las publicidades, desde donde se impone un
modelo de belleza como modelo universal de cómo debieran lucir las mujeres,
y al que deben parecerse todas sin importar los costos, y donde se les asigna
un lugar social: el de ser deseadas por otros. Anulan el potencial crítico y
creativo, la capacidad de deseo. Así, las mujeres de sectores con gran poder
adquisitivo consumen "belleza", cirugías estéticas, horas de gimnasio para
performar su cuerpo a gusto del capital. Mientras “las otras”, las que no pueden
acceder a recursos económicos, simplemente sufren, se desprecian a sí
mismas y se anulan como mujeres deseantes.
Queremos destacar el mandato de belleza según un estereotipo de
mujer occidental y blanca, ya que opera incluso en aquellas que se encuentran
atravesadas por las discusiones de género, que en otros ámbitos dan la disputa
por transformar la desigualdad. En ese sentido, el modelo de belleza dominante
opera de manera capilar para controlar a las mujeres. El mandato de juventud
eterna, delgadez y belleza se han hecho cuerpo en todas las mujeres y asfixia
la diversidad y la existencia, el ser. En consecuencia, el actual patriarcado
funciona porque no sólo somete a las mujeres a la reclusión doméstica y a la
reproducción, sino que sexualiza el cuerpo desde niñas, donde ser bella y
femenina se constituye en un modelo de éxito social: la mujer es un objeto-
mercancía desde que nace.
En tal sentido, en todo el mundo, las mujeres son acosadas
sexualmente en el trabajo, objeto sexual en las publicidades donde
mercantilizan su cuerpo, víctimas del tráfico de mujeres y niñas, de la
prostitución forzada y de la pornografía. Mueren por abortos clandestinos, por
la violencia expresada en la lesbofobia, por la economía masculinizada.
El capitalismo precisa del control y explotación de nuestro cuerpo para
reproducirse, porque son las mujeres quienes garantizan el ejército de
trabajadores para las nuevas generaciones. Por eso, el patriarcado pretende
imponer que las mujeres sólo deben dedicarse a las tareas de reproducción y
ser máquinas, propiedades de los varones. Quienes se rebelan ante esa
definición de mujer, sufren violencia, ya sea directa desde un victimario varón,
o a través de los múltiples padecimientos que afectan a las mujeres.

El cuerpo y las intersecciones de clase, raza y género


El cuerpo de las mujeres no se encuentra igualmente valorado ni es
víctima de las mismas sujeciones. Hay cuerpos que son más importantes que
otros y muchos que sólo son una cifra más. Las mujeres de sectores populares,
representan un sector que sólo importan al capital al momento de la
reproducción. Sus derechos y necesidades no son atendidos, y la falta de
acceso a instituciones como la salud, se evidencia en el deterioro mayor del
cuerpo y el envejecimiento prematuro, si lo comparamos con las características
que asume el cuerpo en los sectores medios y altos. Esto se debe al inacceso
a derechos humanos básicos, como son las condiciones de vivienda digna,
alimentos saludables; a la demanda excesiva de trabajo (generalmente
empleadas domésticas), el cuidado de la familia muchas veces numerosa, que
implica consumo de energía para responder a las demandas de las múltiples
tareas hogareñas.
En tal sentido, como observamos en las comunidades donde
intervenimos, las mujeres jóvenes parecen adultas, sufren de problemáticas
como la obesidad acompañada de la anemia o la extrema delgadez a causa de
su postergación al momento de decidir a quién se alimenta correctamente en
sus hogares; padecen la caída temprana de la dentadura por la alimentación y
por la ausencia de políticas de salud en su zona, el día se consume en las
tareas domésticas y de cuidado de otros, privándose de estudiar, disfrutar de
horas de ocio o descanso. El cuerpo de estas mujeres habla sobre las
desigualdades de género y de clase.
Como plantea Paredes (2008), el colonialismo interno en nuestros
países, cosmovisión donde prima el varón blanco y burgués, ha impuesto
estilos de vida, subjetividades y modelos de belleza racistas. A partir de lo cual,
existe un imaginario corporal donde las mujeres blancas y de sectores medios-
altos, son bellas, limpias y educadas. Mientras las mujeres de sectores
populares e indígenas, son feas, sucias e ignorantes. En este esquema, no
solo los varones se benefician de las relaciones coloniales y de una injusta
distribución del trabajo, las mujeres también se subordinan entre sí. Así, los
cuerpos de las mujeres de sectores populares son quienes se ocupan de la
limpieza y crianza de muchos de los/as hijos/as de las mujeres de sectores
altos. La división del trabajo corporal, supone una división implícita del trabajo
intelectual, del tiempo para pensar y soñar. En el capitalismo, el trabajo
corporal, es un tiempo al que se le impone despojarse de su sensibilidad.
En consecuencia, en las culturas patriarcales y androcéntricas como las
nuestras, el cuerpo femenino se debate en una polaridad: por un lado, puede
inspirar rechazo, desprecio y deseo de explotación. Por otro lado, un culto a la
belleza “esencial de las mujeres” y veneración del mismo (Cfr. Aguilar, 2004).

Prácticas corporales de resistencia


El cuerpo como categoría en construcción puede ser interpretado como
escenario de resistencias, contradicciones, vacilaciones a las diversas formas
de sujeción. Es así que el cuerpo puede ser visto como un locus de conflicto,
como reflejo de las vivencias y errores de una sociedad conflictiva.
El capitalismo y el patriarcado moldean un cuerpo femenino atomizado,
individualizado, cosificado, domesticado, donde la explotación de las “energías
corporales” (sexual, política, laboral) es una práctica legítima. Entonces el
discurso del individualismo y la fragmentación social niegan la
interdependencia que existen entre los cuerpos. La fragilidad del cuerpo lo
hace dependiente del cuidado de Otro, ya sea de los progenitores, cuidadores,
soportes materiales y afectivos desde la gestación pasando por la dependencia
de políticas públicas, de un ambiente libre de contaminación, de redes de
apoyo barriales etc. Entonces reflexionamos sobre las formas de resistir, y
consideramos que es vital visibilizar y potenciar estas redes de
interdependencia de los cuerpos como acción colectiva.
Consideramos que las formas de resistencia que se generan en
espacios colectivos pueden analizarse desde una triple mirada. En primer lugar
la relación del cuerpo con el espacio: las mujeres al encontrarse con otros/as,
por ejemplo, en un taller de carpintería (que llevamos a cabo en Campo de La
Rivera, en un ex centro clandestino de detención de la época de la dictadura de
1976 transformado en espacio de memoria durante el gobierno kichnerista)
donde se vuelve posible una apropiación colectiva del espacio en clave de
rédito económico, a diferencia del doméstico en soledad. En segundo lugar, la
relación del cuerpo con el Estado: las mujeres se organizan en talleres de
costura, en cooperativas y devienen agentes políticos, reclaman por los
servicios públicos que les son negados. Por ejemplo, en los barrios donde
trabajamos reclamaron contra un basural a cielo abierto. Decían que si el
Estado Municipal no lo erradicaba, se les debía pagar a los vecinos para
hacerlo. En tercer lugar, el cuerpo en relación al deseo: en estos espacios
colectivos las mujeres se permiten experimentar otros roles, otras
perfomances, tanto de valor político como festivos, recreativos etc, donde el
cuerpo se desenjaula y se corre de su natural disciplinamiento doméstico. En
los espacios de los talleres circulan afectos potenciadores como la risa, el
chiste, la alegría y un posicionamiento auto-reflexivo y personal. El placer
aparece como una forma de rebeldía ante la sujeción normalizadora de la
sexualidad. Se relativiza la asociación maternidad-dolor-sacrificio y de
simbiosis madre-hijo, en aras de un mayor crecimiento y autonomía.
Otro ejemplo de resistencia: las mujeres en contra de la ablación
resisten, desde su cultura y con las herramientas de las que disponen. Así,
generan espacios de formación donde las niñas de sus comunidades reciben
información acerca de conceptos básicos como la anatomía, fisiología, higiene,
salud sexual y normas sociales. Tras los siete días de clases, el programa y la
comunidad, consideran que las niñas son merecedoras de una especie de
certificado que las reconoce como mujeres adultas sin tener que pasar por la
ablación. A través de esta alternativa que cuenta con consenso en sus
comunidades, las mujeres pueden comenzar a erradicar la práctica de la
circuncisión femenina que causa daños irreparables y que incluso podría
acarrear la muerte de la niña. Son propuestas que manteniendo y respetando
las costumbres y las creencias de las diferentes comunidades, consiguen
establecer alternativas a la práctica de la ablación del clítoris en las mujeres.
Podemos concluir diciendo que el cuerpo puede ser campo de lucha y
de acción y es lo último que pueden expropiarnos. De ello da cuenta el episodio
que Osvaldo Bayer narra en La Patagonia rebelde, donde en la provincia de
Santa Cruz, en el puerto San Julián, se decide premiar a los soldados que
habiendo fusilado a 1500 obreros enviándolos por tandas al prostíbulo del
pueblo conocido como La catalana. Allí la Madama les dice que las pupilas se
niegan a recibirlos y que ella no puede obligarlas. Los soldados intentan entrar
por la fuerza y es entonces cuando las prostitutas armadas con palos y
escobas los expulsan al grito de: "¡Con asesinos no nos acostamos!". Han
cerrado sus piernas como gesto de resistencia.
Bibliografía

Butler, J. (2010). Marcos de guerra, las vidas lloradas, Argentina: Paidos.

María del Carmen García Aguilar, tomado de Letra S número 90, enero de
2004

FEMENÍAS M.L y Souza Rossi. (2009). Poder y violencia sobre el cuerpo de


las mujeres. En Sociologías, Porto Alegre, año 11, nº 21, jan./jun. 2009, p. 42-
65.

Documental “La maldición de ser niña», emitido por La noche temá-tica, en


La2, el 8 de diciembre de 2007. La fecha original de realización del documental
es 2006, dirigido por Manon Loizeau y Alexis Marant, con la productora Capa
TV, Arte Franc

Documental “El Cuerpo de las mujeres” (2009) es un realizado Lorella Zanardo


y Marco Malfi Chindem. Documental Italiano:
https://www.youtube.com/watch?v=1teAJZE1ark

SEGATO R. (2013) La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en


ciudad juárez. Argentina: Tinta de Limón.

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