Вы находитесь на странице: 1из 4

2/8/2017 El retroceso «nacional-estalinista» | Nueva Sociedad

© 2017 Nueva Sociedad. Todos los derechos reservados. www.nuso.org

OPINIÓN

El retroceso «nacional-estalinista»
El nacional-estalinismo es una especie de populismo de minorías que gobierna como si
estuviera resistiendo en la oposición.

Por Pablo Stefanoni


Agosto 2017

Tras un viaje en 1920 a la Rusia revolucionaria, junto con un grupo de sindicalistas laboristas, el pensador
británico Bertrand Russell escribió un pequeño libro –Teoría y práctica del bolchev mo- en el que plasmaba sus
impresiones sobre la reciente revolución bolchevique. Allí planteó con simpleza, y visión anticipatoria, algunos
problemas sobre la acumulación del poder y los riesgos de construir una nueva religión de Estado. En un texto
fuertemente empático hacia la tarea titánica que llevaban a cabo los bolcheviques planteó que el precio de sus
métodos era muy alto y que, incluso pagando ese precio, el resultado era incierto. En este sencillo razonamiento
residen muchos de las dificultades del socialismo soviético y su devenir posterior durante el siglo XX.

A cien años de esa gesta libertaria, no está mal volver sobre estos problemas. Sobre todo porque la tensión entre
democracia y revolución sigue vigente. Aunque, por lo general, la vigencia se manifiesta a menudo más como
farsa que como tragedia, sobre todo si leemos algunos análisis sobre la actual coyuntura latinoamericana. El caso
venezolano es el más dramático, ya que se trata de la primera experiencia autodenominada socialista triunfante
luego de la Revolución Sandinista de 1979. Solo por eso ya amerita prestarle atención. Pero, además, su derrota
es posible que tenga consecuencias similares o peores que la derrota electoral sandinista de 1990. No obstante,

http://nuso.org/articulo/el-retroceso-nacional-estalinista/imprimir/ 1/4
2/8/2017 El retroceso «nacional-estalinista» | Nueva Sociedad

los análisis escasean y son habitualmente reemplazados por discursos panfletarios que solo son el espejo
invertido de los de la derecha regional.

La convocatoria a una incierta Asamblea Constituyente parece una fuga hacia delante de un gobierno, el de
Nicolás Maduro, que fue perdiendo apoyo popular, tanto en las urnas como en las calles. Es cierto que las
protestas tienen más intensidad algunos territorios que en otros, pero la afirmación de que son solo los ricos de
Altamira o del Este de Caracas quienes se oponen al gobierno es desmentida por la aplastante derrota del
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en las elecciones parlamentarias de 2015. Por eso después ya no
hubo elecciones regionales (ni sindicales en el caso de la estratégica petrolera PDVSA). Y por eso, la
Constituyente fue diseñada de tal forma que el voto ciudadano se combinó con el territorial y el corporativo en
una viveza criolla revestida de principismo revolucionario. Que este domingo hayan ido a votar (lo que
equivalía a votar por el oficialismo) más electores que en los mejores momentos de la Revolución Bolivariana
habría sido, en efecto, un «milagro», como lo denominó Nicolás Maduro, incluso considerando la enorme
presión estatal sobre los empleados públicos y quienes reciben diversos bienes sociales mediante el Carné de la
patria.

Si el populismo tiene un irreductible núcleo democrático pese que suele tensar las instituciones, este refiere a un
apoyo plebiscitario del electorado. Sin eso el poder depende cada vez más del aparato militar, como ocurre hoy
en Venezuela (si Maduro tuviera la mayoría podría convocar a un revocatorio, ganarlo, y cerrar al menos
transitoriamente la crisis política, como lo hicieron en su momento Hugo Chávez y Evo Morales). En Venezuela,
el agravante del poder militarizado es que los militares forman parte de esquemas de corrupción
institucionalizados que incluyen acceso a dólares al tipo de cambio oficial (para luego cambiarlos en el mercado
paralelo con gigantescas ganancias) o el contrabando de gasolina o de otros bienes lícitos y posiblemente ilícitos.
Y para peor, la gestión del Estado devino en un autoritarismo caótico, con desabastecimiento, cortes de luz,
violencia urbana descontrolada y degradación moral del proceso bolivariano. Atribuir todo a la «guerra
económica» resulta absurdo. Nunca puede explicarse por qué Bolivia o Ecuador pudieron manejar sus
economías razonablemente bien.

No obstante, una parte de la izquierda regional defiende al madurismo en nombre de la revolución y de la lucha
de clases. El análisis empírico desapareció y es reemplazado por apelaciones genéricas al pueblo, el
antiimperialismo y a la derecha golpista. Retomando a Russell, pongamos que estamos dispuestos a pagar el
precio de los métodos represivos de Maduro, ¿qué resultado esperamos?, ¿qué esperan quienes desde posiciones
altisonantes anuncian que el domingo 30 de julio fue un día histórico en el que triunfó el pueblo contra la
contrarrevolución?, ¿qué cielo queremos tomar por asalto? Resulta sintomático que la Constituyente no esté
acompañada de un horizonte mínimo de reformas y se limite a ser justificada en nombre de la paz, lo que deja
en evidencia que se trata de una maniobra y no de una necesidad de la «revolución».

Resulta difícil creer que, luego del acaso o la marginalidad de las diferentes experiencias «anticapitalstas»
ensayadas desde 2004 (cuando Chávez abrazó el socialismo del siglo XXI), pueda emprenderse hoy algún tipo
de horizonte nuevo de cambio social. No es la primera vez, ni será la última, que en nombre de la superación de
la «democracia liberal» se anula la democracia junto con el liberalismo. No es casual tampoco que gran parte de
la izquierda que sale a festejar la madre de todas las batallas venezolana sea admiradora de Kadafi y su Libro
verde. En Libia, el «líder espiritual» llevó al extremo el reemplazo de la democracia liberal por un Estado de
masas (Yamahiriya) basado en su poder personal –aunque no tenía cargos formales–y en una eficaz policía
secreta que resolvía el problema de la disidencia.

Se trata de una izquierda que podríamos denominar «nacional-estalinista». Un tipo ideal que permite captar un
más o menos difuso espacio que junta un poco de populismo latinoamericano y otro de nostalgia estaliniana
(cosas que en el pasado se conjugaban mal). De esa mezcla sale una especie de «estructura de sentimiento» que
http://nuso.org/articulo/el-retroceso-nacional-estalinista/imprimir/ 2/4
2/8/2017 El retroceso «nacional-estalinista» | Nueva Sociedad

combina retórica inflada, escasísimo análisis político y social, un binarismo empobrecedor y una especie neo-
arielismo ente al imperio (más que análisis marxistas del imperialismo hay a menudo cierta moralina que lleva
a entusiasmarse con las bondades de nuevas potencias como China o con el regreso de Rusia, por no hablar de
simpatías con Bashar al-Assad y otros próceres del antiimperialismo). En la medida que la marea rosada
latinoamericana se debilita, el populismo democrático que explicó la ola de izquierda en la región pierde fuerza
y esta sensibilidad nacional-estalinista», que tiene a algunos intelectuales en sus filas -varios de los cuales
encontraron un refugio en la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad- gana terreno en el
espacio público. El nacional-estalinismo es una especie de populismo de minorías que gobierna como si
estuviera resistiendo en la oposición. Por eso gobierna mal.

Hoy es habitual que se compare a la Venezuela de 2017 con el Chile de 1973. Claro que los gobiernos
democrático-populares en entan reacciones antidemocráticas de las derechas conservadoras muchas veces
apoyadas por Estados Unidos y es necesario en entarlas, lo que puede incluir estados puntuales de excepción.
Pero la comparación pasa por alto algunos «detalles». Primero, Salvador Allende se en entó a unas fuerzas
armadas supuestamente institucionales pero hostiles, de las que salió Augusto Pinochet. En Venezuela, pese a la
existencia de sectores antidemocráticos en la oposición (hay que recordar el golpe fallido de 2002) las fuerzas de
seguridad están hasta hoy del lado del gobierno. Y su capacidad de fuego sigue intacta.

Tampoco el gobierno chileno estaba atravesado por la ineficacia y la corrupción interna en los niveles del
chavismo actual, que hoy son estructurales. Con Nicaragua quizás la comparación puede ser más enriquecedora:
allá sí la injerencia imperial fue sangrienta y criminal, y erosionó muy fuertemente el poder sandinista. ¿Es
comparable con esa ofensiva criminal una sanción económica a Maduro, quien, sospechamos, no tiene cuentas
en EEUU o la estrategia de los «golpes de cuarta generación» que consistirían en la aplicación de un libro del
casi nonagenario Gene Sharp que se puede descargar de internet? El imperio conspira en todos lados pero en
otros países del ALBA más o menos bien administrados no faltan los alimentos en los mercados y, por ejemplo,
en el caso de Bolivia, muestran ci as macroeconómicas elogiadas por el FMI y el Banco Mundial. Mientras los
gobiernos mantienen las mayorías, el populismo democrático mantiene a raya a los nacional-estalinistas porque
conserva los reflejos hegemónicos y democráticos activos y resiste el atrincheramiento autoritario.

Lo que sí permite trazar puentes entre el sandinismo tardío y el neochavismo actual es la corrupción como
mecanismo de erosión interno y degradación moral, que en el caso nicaragüense terminó primero en derrota y
luego en un retorno -contra la mayoría de la vieja guardia sandinista- del matrimonio Ortega-Murillo, hoy
atornillado en el poder tras su conversión al catolicismo provida y a una nueva y estrambótica religiosidad
estatal combinada con un pragmatismo sorprendente para hacer negocios, públicos y privados, que en
Nicaragua cada vez se imbrican más. ¿El precio a pagar en Venezuela sería para tener una especie de orteguismo
con petróleo? ¿En favor de eso algunos intelectuales le reclaman a Maduro mano dura contra la oposición?

Claro que para la izquierda es importante diferenciarse del antipopulismo –con sus aristas antipopulares,
revanchistas, clasistas y también autoritarias- pero despreciar la perspectiva de la radicalización democrática,
acusando de liberales a quienes observan los déficits democráticos efectivos y operando en favor de formas de
neoautoritarismo decadente, solo favorece nuevas derechas regionales. En lugar de dar una disputa por el
sentido de la democracia contra las visiones que la reducen a la libertad de mercado, la pospopilítica o un
republicanismo conservador, los nacional-estalinistas la abandonan y se atrincheran en una «resistencia»
incapaz de regenerar la hegemonía que la izquierda conquistó en la «década ganada». Lo que se argumentaba en
nombre de un «socialismo del siglo XXI» acaba en una parodia setentista.

Articular socialismo y democracia sigue siendo una agenda pendiente para la izquierda: el riesgo contrario, que
ya vivimos, es la defensa de la democracia sin contenidos igualitarios ni proyectos reformistas capaces de
erosionar los procesos actuales de desdemocratización. Por eso, en relación a Venezuela, parte de la
http://nuso.org/articulo/el-retroceso-nacional-estalinista/imprimir/ 3/4
2/8/2017 El retroceso «nacional-estalinista» | Nueva Sociedad

socialdemocracia latinoamericana tampoco puede decir algo que vaya más allá de su apoyo a la oposición
nucleada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Una salida pactada en Venezuela no puede basarse
únicamente en la normalización de la democracia política: debe incluir también una defensa de los derechos
económicos populares (una agenda de democracia económica) ente a quienes, desde la oposición, buscan una
salida tipo Temer en Brasil.

Pero ente a los peligros de «temerización» de Venezuela, los nacional-estalinistas pueden resultar
contraproducentes: el creciente desprestigio del socialismo, gracias al desgobierno de Maduro y la vuelta de la
asociación entre socialismo, escasez y colas, hace que las salidas promercado ganen terreno y apoyo social. No
obstante, la tentación de construir el socialismo a palos –«si no es con los votos, será con las armas», Maduro
dixit o «con el mazo dando», como Diosdado Cabello bautizó a su programa de televisión –en nombre de un
pueblo abstracto o contra un pueblo manipulado, sigue captando la imaginación y el entusiasmo de parte de la
izquierda militante continental. Para colmo no hay ningún socialismo. Pero los «filtros burbuja» de las redes
sociales confirman convicciones y posverdades, de manera bastante parecida a como operan los (violentos)
espacios de sociabilidad antipopulistas.

Lamentablemente, sin una izquierda más activa y creativa respecto de Venezuela, la iniciativa regional queda en
manos de las derechas. Analicemos estos procesos con sentido crítico y hagamos todo lo posible para que
Caracas no sea nuestro muro de Berlín del siglo XXI.

http://nuso.org/articulo/el-retroceso-nacional-estalinista/imprimir/ 4/4

Вам также может понравиться