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La huella de los

maestros
La falta de concentración nos envuelve con el uso abusivo
de las tecnologías y las redes sociales - A mis alumnos les
mueve más la practicidad y lo inmediato que hacer un
proceso lento de aprendizaje
Galo Sánchez Profesor De La Escuela De
Magisterio 25.10.2018 | 00:16

La huella de los maestros

lo largo de mi experiencia docente


que me permite repasar más de
treinta años, hay un detalle que
siempre me ha llamado la atención
y tiene que ver con la huella que
deja el maestro en su viaje
educador de largo recorrido. Por
suerte, creo que la mayor parte de
los seres humanos tenemos algún
maestro de referencia que nos dejó
un recuerdo positivo de su quehacer
docente. Quizá sea precisamente
esa la razón que lleva a mis
alumnos universitarios de Magisterio
a valorar ese aspecto como un
premio emocionante para el lejano
fin de su futura trayectoria
profesional que, en algunos casos,
justifica una parte del interés por
hacerse maestros.

Mentiría si no reconociera que me emociona encontrarme con antiguos alumnos


que me recuerdan con alegría. Y puede que, efectivamente, tras el final del
recorrido profesional, ese sea uno de los mejores legados que queden en la
memoria de maestros y profesores. Y como no creo que nadie supedite su acción
docente a ese único objetivo a tan largo plazo, quiero pensar que ese mérito se
logra lentamente y solo con algunos alumnos, porque solo a algunos se puede
llegar con mayor intensidad. Afortunadamente, los profesores corrientes tenemos
un reconocimiento mayor de unos estudiantes y menor de otros. Y eso es así
porque la educación es un punto de partida hacia la mejora personal que se da en
unas circunstancias colectivas, y donde se ven afectados muchos factores, no
todos ellos fáciles de controlar.

Generalmente, el aprecio hacia algunos de nuestros maestros se hace consciente


con el paso del tiempo, con las experiencias vividas que nos acercan a una mayor
empatía con los profesores, a la valoración de acciones personales de maestros
puntuales que han ido más allá de su función ordinaria y han logrado dejar oír su
voz en el corazón de sus estudiantes.

En una sociedad donde la mayor disfunción tiene que ver con el despiste y la falta
de concentración que nos envuelve con el uso abusivo de las tecnologías y las
redes sociales, no será fácil mantener la huella de los maestros, que tendrán que
esforzarse doblemente si quieren asomar su voz por encima de la voz hegemónica
del ruido ambiental mediático y llegar al corazón de sus alumnos.

Detecto con cierta tristeza que mis alumnos de hoy no tienen esa impronta que
otrora tenían. Que les mueve más la practicidad y lo inmediato que hacer un
proceso lento de verdadero aprendizaje que les ofrezca un sedimento fuerte y
protector. Que pierden la atención en beneficio de lo que sale de sus dispositivos
móviles y no sé si me siguen con la presteza mental que hace algunos años. Las
clases se llenan de momentos-laguna que me hacen dudar de si navegamos o
estamos varados.

Cuando los profesores entendemos que cada curso es un nuevo viaje donde la
aventura se comparte entre todos, donde todos tenemos que poner el arrojo
necesario para sacar el máximo de la experiencia vivida, a veces tienes la
sensación de que no estamos al cien por cien de nuestra capacidad, porque la
emoción de lo que sucede naufraga numerosas veces con la necesidad imperiosa
de estar atentos a nuestra versión más digital.
Reconozco que sí, que echo un poco de menos el tiempo en que los seres
humanos solo teníamos una versión, que era la de la relación cara a cara, la de los
afectos y las emociones que suponía para todos la aventura del nuevo viaje hacia
el conocimiento y la comunicación.

No pierdo la esperanza, claro que no, de pensar que siempre habrá maestros de
vida que se queden en el corazón de sus alumnos.

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