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LENGUA Y LITERATURA 1

DOCENTE: KATHERINE CIFUENTES


PROF. DIFERENCIAL: CLAUDIA ALARCÓN
II MEDIO

Ejercicios 6. La focalización del texto corresponde a

Lea los siguientes fragmentos y marque la A. Focalización Interna


alternativa correcta B. Focalización Cero
C. Focalización Externa
Jonathan se preguntaba qué aspecto tendría aquel nuevo D. Focalización Objetiva
planeta. Se llamaba Anderson 2 y era el último planeta
conquistado por seres humanos. Estos habían establecido 7. El tipo de narrador que es posible visualizar es
su nuevo territorio en una pequeña zona del planeta, donde
cultivaban plantas terrestres. A. Omnisciente
Isaac Asimov B. Testigo
C. Protagonista
D. Objetivo

1. El fragmento anterior corresponde a 8. ¿Qué características de un microcuento se presentan en


el texto?
A. Un microcuento
B. Un mito I. Brevedad
C. Un relato de ciencia ficción II. Descripción detallada
D. Un cuento fantástico III. Poca alusión a los personajes
IV. Narrador omnisciente
2. ¿Qué tipo de narrador es posible visualizar en el fragmento
anterior? A. solo I
B. I, II y III
A. Personaje C. I, III y IV
B. Protagonista D. I y III
C. Omnisciente
D. Testigo "Es también como un hombre que al marcharse de su tierra
llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno le dio
cinco talentos, a otro dos y a otro uno solo: a cada uno según su
3. La focalización del fragmento es capacidad; y se marchó. El que había recibido cinco talentos fue
inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar
A. Interna otros cinco. Del mismo modo, el que había recibido dos ganó
B. Externa otros dos. Pero el que había recibido uno fue, cavó en la tierra y
C. Cero escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo,
D. Parcial regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos.
Llegado el que había recibido los cinco talentos, presentó otros
4. El espacio físico al que se alude en el texto es cinco diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste, he aquí otros
cinco que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien, siervo
bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré
A. El planeta tierra
lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegado también el que
B. Una nave espacial había recibido los dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me
C. Una zona de cultivo planetaria entregaste, he aquí otros dos que he ganado.
D. Un nuevo planeta Le respondió su amo: Muy bien siervo bueno y fiel; puesto que
has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo
EL PARAÍSO IMPERFECTO de tu señor. Llegado por fin el que había recibido un talento, dijo:
—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la Señor, sé que eres hombre duro, que cosechas donde no
vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella sembraste y recoges donde no esparciste; por eso tuve miedo,
noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo tuyo. Le respondió
algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el su amo, diciendo: Siervo malo y perezoso, sabías que cosecho
donde no he sembrado y recojo de donde no he esparcido; por eso
cielo no se ve. mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir
yo, hubiera recibido lo mío junto con los intereses. Por lo tanto,
quitadle el talento y dádselo al que tiene los
5. El estilo narrativo presente en el texto anterior es diez.
Porque a todo el que tenga se le dará y abundará; pero a quien no
tiene, aun lo que tiene se le quitará.
A. Directo
En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí
B. Indirecto será el llanto y el rechinar de dientes"
C. Indirecto libre
D. Narrativizado
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9. El texto anterior corresponde a 13. ¿Qué función tiene el último párrafo del texto?

A. Un cuento A. Anunciar el castigo del perezoso


B. El fragmento de una novela B. Explicar la enseñanza de la historia
C. Una fábula C. Explicar las causas de la pobreza
D. Una parábola D. Promover el trabajo

10. La disposición del relato es 14. Es correcto señalar sobre el fragmento subrayado
que
A. In Media Res I. El narrador es omnisciente
B. In Extrema Res II. El narrador es homodiegético
C. Ad Ovo III. La focalización es interna
D. Anacrónica IV. El estilo narrativo es directo

11. Es posible clasificar al Señor como un A. I, II y IV


personaje B. II, III y IV
C. II y IV
I. Plano III y IV
II. Redondo
III. Dinámico
IV. Estático

A. II y III
B. II y IV
C. I yIII
D. I y IV

12. El siervo perezoso fue castigado porque

A. fue temeroso de su Señor


B. no invirtió los talentos
C. sus compañeros ganaron más que él
D. el Señor era malvado

 Determina qué tipo de narrador presentan los siguientes fragmentos:

“La idea de que Leonor amase a su nuevo amigo, infundió a Rivas cierta reserva para con éste, a pesar de la viva
simpatía que hacia él le arrastraba. Durante varios días trató en vano de aclarar sus sospechas en sus conversaciones
con Rafael San Luis. Las confidencias no vinieron jamás a satisfacerle” (Martín Rivas, Alberto Blest Gana).

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“Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis
necesidades, y sin embargo no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo
ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos” (El extraño, Howard P. Lovecraft).

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“Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclipsa y
domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial
ésa, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada” (Escándalo en
Bohemia, Arthur Conan Doyle)

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“Yo estaba sentado en mi oficina, mi contrato de alquiler había vencido y McKelvey estaba empezando los trámites
para desahuciarme. Aquel día hacía un calor del demonio y el aire acondicionado se había roto. Una mosca se paseaba
lentamente por encima de mi escritorio. Extendí el brazo con la palma de la mano abierta y la puse fuera de juego. Me
estaba frotando la mano con la pernera derecha del pantalón cuando sonó el teléfono” (Pulp, Charles Bukowski).

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Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama
convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón. Sus muchas
patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó (La metamorfosis, Franz Kafka).

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Repentinamente se despertó sobresaltado, y se dio cuenta de que no sabía quién era, ni qué estaba haciendo aquí, en
una fábrica de municiones. No podía recordar su nombre ni que había estado haciendo. No podía recordar nada. La
fábrica era enorme, con líneas de ensamblaje, y cintas transportadoras, y con el sonido de las partes que estaban siendo
ensambladas (El asesino, Stephen King).

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Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había
echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. « ¿Y de qué sirve
un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia. Así pues, estaba pensando si el placer de tejer una guirnalda
de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un
Conejo Blanco de ojos rosados (Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carrol).

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 Indica qué tipo de tiempo (en el relato) tienen los siguientes fragmentos:

“En cuanto se apagó la luz en el dormitorio, comenzó el alboroto en toda la granja. Durante el día se corrió la voz de
que el Viejo Mayor, el cerdo premiado, había tenido un sueño extraño durante la noche anterior y deseaba
comunicárselo a los demás animales. Habían acordado reunirse todos en el granero principal para que el señor Jones
no pudiera molestarles” (Rebelión en la granja, George Orwell).

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“La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo. Era una mesa, veía la pata de una mesa, veía las piernas de la
gente, y una parte del mantel colgando. Estaba oscuro allí debajo, me gustaba estar ahí. Debió haber sido en Alemania,
yo debía tener entre uno y dos años de edad. Era en 1922. Me sentía bien bajo la mesa” (La senda del perdedor,
Charles Bukowski)

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Lea los siguientes textos y realice las actividades que se indican

Texto I

Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la
extensión del cielo.
Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos,
árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.
No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.
No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de
existencia.
Solamente había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz,
los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les
llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también
el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la obscuridad, en la noche, y hablaron entre sí
Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y
su pensamiento.
Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre.
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Texto II
Cuando los Selk’nam habitaban Tierra de Fuego se agrupaban en diversas tribus, dos de ellas se encontraban en gran
conflicto, los jefes de ambas comunidades se odiaban hasta la muerte. Uno de ellos tenía un joven hijo, que gustaba de
recorrer los campos. En una ocasión se encontró con una bella niña de ojos negros intensos y se enamoró de ella.
Lamentablemente, era la hija del enemigo de su padre, la única manera de verse era a escondidas, pero el brujo de la
tribu de la niña los descubrió. Vio sin embargo, que no podría separarlos y condenó a la niña, transformándola en una
planta que conservó toda la belleza de sus ojos negros, pero con espinas, para que el joven enamorado no pudiera
tocarla. Pero el amor era tan fuerte que el joven nunca se separó de esta planta y murió a su lado.
Por eso cada quien que logre comer el fruto de este arbusto estará destinado a regresar a la Patagonia, pues uno no
puede separarse del poder de amor que hay en el calafate, nos atrae a él y no nos permite que nos marchemos por
mucho tiempo.

Complete el siguiente cuadro comparativo

Textos Texto I Texto II


Criterios
Personajes ¿quiénes son?
¿Cuáles son sus características?

Tiempo en el que ocurren los hechos

Hechos que se relatan

Tipo de texto narrativo

Texto I Texto II
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón Un guerrero indio se encontró un huevo de águila,
empezó a juguetear encima de su cuerpo. el cual recogió del suelo y colocó más tarde en
el nido de una gallina. El resultado fue que el
Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; aguilucho se crió junto a los polluelos.
y a punto de ser devorado, le pidió éste que le
perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente Así, creyéndose ella misma gallina, el águila se
llegado el momento oportuno. El león echó a reir pasó la vida actuando como éstas. Rascaba la
y lo dejó marchar. tierra en busca de semillas e insectos con los
Pocos días después unos cazadores apresaron al cuales alimentarse. Cacareaba y cloqueaba. Al
rey de la selva y le ataron con una cuerda a un volar, batía levemente las alas y agitaba
frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien escasamente su plumaje, de modo que apenas se
al oír los lamentos del león, corrió al lugar y royó elevaba un metro sobre el suelo. No le parecía
la cuerda, dejándolo libre. anormal; así era como volaban las demás
gallinas.

Complete el siguiente cuadro

Textos Texto I Texto II


Criterios
Personajes ¿quiénes son?
¿Cuáles son sus características?

Conflicto

Moraleja

Narrador, focalización

Modo narrativo
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* Lea el siguiente texto y complete la ficha de análisis que viene a continuación.

LA NOCHE BOCA ARRIBA


(Julio Cortázar)

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida.


A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón
donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con
tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir
pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento
fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora
entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y
amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído,
pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas
empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la
esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con
la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse
de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía
gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo
derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su
único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando
de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la
causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la
máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien y alguien con guardapolvo
dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto.
Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba.
El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios
para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la
motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él.
"Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena
suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo,
pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato
en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le
movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por
las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una
lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado se le acercó y se puso a mirar la radiografía.
Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó
otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado
atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que
a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en
cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan
natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más
denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que
no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el
puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando.
Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin
estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo
teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba
como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese
incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas,
agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr,
pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del
olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de
tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi
físicamente de la última a visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed,
como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un
buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto,
entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio
llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y
le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino
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con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba
arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la
vez ligeramente repugnantes, como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor, y
quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que
todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían
suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul
oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios
resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas.
Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que
el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía
dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la
oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra
vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él, aferraba el mango del puñal, subió como un
escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la
plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero
sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del
chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres
noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas,
quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no
contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su
número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio
antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al
cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres.
Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. -Es la fiebre -dijo el de la cama de al
lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba
en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era
grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se
puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de
agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta
camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un
recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba
de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar.
Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al
mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más
bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal
contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban
del suelo.
Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al
día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo
el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba
apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a
humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar
en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos.
Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frió le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con
el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido,
ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales
de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las
tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó
en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo
sofocadamente, casi no podía abrir la boca tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran
lentamente, con un esfuerzo interminable.
El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se
le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio
abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la
ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos
sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el
bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los
portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los
acólitos debían agachar la cabeza.
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Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se
iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata
incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire
libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no
quería, pero como impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de su vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía
haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen
traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes
que seguían pegados a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba
aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer,
con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la
modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no
llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con
súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como
una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no
querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso
protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la
cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la
piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando
por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo
creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y
cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la
mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el
sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas
avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal
que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le
había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las
hogueras.
Análisis Narrativo

Complete la siguiente ficha de análisis con los elementos que son posibles reconocer en el texto.

Título:
Autor:
Narrador
Focalización
Estilo o modo
Tiempo del relato Tiempo de la historia

Disposición de los acontecimientos


Alteraciones temporales Ejemplos
Blash-back

Racconto

Flash- forward

Premonición

Espacio
Físico
LENGUA Y LITERATURA 8
DOCENTE: KATHERINE CIFUENTES
PROF. DIFERENCIAL: CLAUDIA ALARCÓN
II MEDIO
Psicológico

Social

Personajes
Nombre Clasificación (principal, secundario, Descripción (prosopográfica, etopéyica)
plano, redondo, estático o dinámico)

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