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PERSPECTIVAS

La ominosa trampa de la ideología


POR Wolfgang Gil Lugo

23/10/2018
“En la sociedad de la información, nadie piensa. Esperábamos desterrar el papel pero, en realidad,
desterramos el pensamiento”
Michael Crichton

El último nivel de la evolución civilizatoria es la sociedad de la


información. El primer nivel fue la etapa agraria, la segunda la industrial,
y la tercera es la posindustrial, la cual es otra forma de designar a la
sociedad de la información.
Los entusiastas de Internet anunciaban el advenimiento de una era de
mayor armonía social y de mayor control de los ciudadanos sobre sus
gobiernos. Es fácil hacer la siguiente proporción: a mayor información,
mayor transparencia, mayor libertad. Esto es verdad, pero no toda la
verdad. Lamentablemente puede que el optimismo nos impida ver las
amenazas ocultas. El novelista Tom Clancy nos advierte: “Si puedes
controlar la información, puedes controlar a la gente”.
Han existido mentes perspicaces que vaticinaron algunos de los
problemas que pueden emerger en esta nueva era. Una de ellas fue la de
Jean-François Revel (1924-2006). Revel fue un pensador que, al igual que
Raymond Aron, no tuvo temor de enfrentar al pensamiento dominante de
la intelectualidad francesa. Revel fue un hombre público, apasionado y
combativo, que dedicó su vida a denunciar la “tentación totalitaria”
(término que él mismo acuñó) en la cultura occidental.
Con premonición, en su libro El conocimiento inútil (1988), destacó la
importancia que tendría la información para constituir la civilización del
siglo XXI. Aunque coincidió con los optimistas en que esta nueva
con guración civilizatoria estaría caracterizada por la posibilidad de
mayor igualdad social, así como por una disminución de las formas de
dominación, también pudo prever que la utopía informática no sería una
panacea.
La tiranía de la información
Revel se pregunta si nuestra posición histórica es privilegiada para tomar
mejores decisiones, pues contamos con avances cientí cos que nos
permiten producir más conocimiento. Tenemos a nuestra disposición los
medios tecnológicos para difundirlos. Pero alega que la naturaleza
humana ha cambiado poco. En tal sentido, nuestra racionalidad y nuestra
honestidad no parecen haber aumentado de forma signi cativa respecto
a eras pasadas. Más bien parecen haber sufrido una merma. Esto parece
manifestarse en que el hombre actual sigue basando sus decisiones en
sus convicciones, y estas, a su vez, se basan en prejuicios.
La oferta se explica por la demanda, pero la demanda en materia
de información y de análisis emana de nuestras convicciones. ¿Y
cómo se forman estas? Un hecho no es real ni irreal, es deseable o
indeseable, es un cómplice o un conspirador… esta prelación de la
utilización posible sobre el saber demostrable a veces la erigimos
incluso en doctrina, la justi camos en su principio. (p. 9).
Hoy por hoy, la di cultad para ver claro y actuar de forma razonable no
es atribuible a la falta de información. Hay demasiada información
disponible. Más bien en exceso. Se puede decir que hay una tiranía de la
información en el mundo contemporáneo. Paradójicamente, la
información también es el sirviente de esta posmodernidad. La otra
paradoja es que el enemigo del hombre está dentro de sí mismo. Antes
era la ignorancia, ahora es la mentira. A esto le podemos agregar la
posverdad.
En sus comienzos una ideología es una hoguera de creencias que
aunque devastadora puede in amar noblemente los espíritus. A su
término se degrada en un sindicato de intereses. (p. 96).
Revel entiende por mentira no solo decir lo falso a sabiendas, también
incluye el conjunto de comportamientos de resistencia a la información,
es decir, nuestra tendencia a negar las evidencias. La necesidad de creer
es más fuerte que el deseo de saber.
Nos escondemos la verdad a nosotros mismos para estar más seguros
cuando la negamos frente a los demás. Nos repugna reconocer un error.
De esa forma creamos las condiciones para que nuestro espíritu sea
poseído por la ideología, la cual ofrece un conjunto de explicaciones
sistemáticas de lo real, especie de máquinas para escoger los hechos
favorables a nuestras convicciones y rechazar los otros.
El tabú izquierdista
¿Cuál es la relación entre la mentira ideológica y la política? Revel lo
resume: “La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo sin
la mentira” (p. 21).
Mientras los regímenes totalitarios para poder sobrevivir ocultan los
hechos por medio de un dispositivo de censura y represión, en
democracia, la verdad es condición de la existencia misma del régimen
de libertades. De todas formas, la verdad también sufre de censura en los
países democráticos. En este caso, la di cultad de la objetividad de
información son los prejuicios, los odios políticos, y los intelectuales que
se hacen cómplices de las ideologías totalitarias “progresistas”. Estas
ideologías se convierten en el tabú paralizante.
¿Cuál es el tabú más fuerte de nuestra época desde la segunda
Guerra mundial? Sin duda, a mi juicio, es el que prohíbe a todo
escritor, periodista, político mencionar un atentado contra los
derechos del hombre, un abuso de poder cualquiera, un trivial
fracaso económico, en suma, dar una información sobre un hecho
que se sitúa en una sociedad convencionalmente de izquierdas sin
señalar inmediatamente una imperfección equivalente en una
dictadura de derechas o en una sociedad capitalista democrática.
(p. 22).
Las democracias se han encontrado entre dos enemigos totalitarios
extremos: el nazismo y el comunismo. Las democracias pudieron vencer
al nazismo en la Segunda Guerra Mundial. El comunismo ha logrado
sobrevivir hasta hoy. Cierta izquierda ha logrado construir un insidioso
mito dualista: el fascismo todavía existe y la única alternativa válida es el
comunismo. El comunismo es el campeón de la justicia social, la
tolerancia y el pluralismo. Quien no es un verdadero socialista, no puede
ser un demócrata cabal. Quien critique al comunismo, es un fascista. Eso
explica la razón por la que aplican el cali cativo de fascista hasta a los
socialdemócratas paci stas que se atreven a denunciar sus crímenes.
La responsabilidad del intelectual
La convicción de Revel es que la “sociedad liberal” es aquella que ha
ganado en la batalla de la civilización. Ha logrado establecer las formas
más humanas de la vida asociada, o por lo menos las menos inhumanas:
libertades, racionalidad, tolerancia y legalidad. Si esta sociedad se
derrumba, los pocos países que han hecho suyos estos ideales se
hundirán en la pobreza, el oscurantismo y el despotismo, es decir, la
lamentable condición en que ha vivido la mayor parte de la humanidad
en la historia. De suceder esto, habrá responsables. En primer lugar,
estarán las vanguardias culturales y políticas por haberse dejado seducir
por los cantos de las sirenas totalitarias. En segundo lugar, estarán los
ciudadanos libres por dejarse llevar a este suicidio colectivo.
Si los hombres del saber tienen una mayor responsabilidad que los
demás en el fracaso de la cultura, es decir, en la negativa a hacer
servir para el análisis y la toma de decisión las informaciones de
que disponen, no es menos cierto que este fracaso ha sido posible
en última instancia a causa de la pasividad de todos los demás
hombres, cuyo miedo a saber llevaba al deseo de ser engañados.
(p. 218).
Por eso es importante que los intelectuales descubran el veneno
ideológico que se encuentra en la invitación de Marx a los lósofos, en la
tesis 11 de Feuerbach, de dejar de contemplar el mundo y comenzar a
transformarlo. Esa es la manzana del paraíso.
¿Cuándo los intelectuales abandonarán por n la ilusión perversa
de que están llamados a gobernar el mundo y no a iluminarlo, a
construir o incluso a destruir el hombre y no a instruirlo? En el
seno de la multitud, una creencia se extiende no por persuasión
sino por contagio. La misión de los intelectuales sería
teóricamente aminorar esos mecanismos irracionales: en la
práctica los aceleran. (p. 221).
Al igual que Julian Benda, en su libro La traición de los intelectuales,
Revel estima que la función política del intelectual es educar a la
república en el sentido más radical, es decir, denunciar las amenazas a la
moral pública y advertir de los peligros tiránicos. No en convertirse en
ideólogo y activista del radicalismo político.
La preservación de la democracia
Revel nos aconseja que tengamos cuidado y establezcamos instituciones
que impidan a cualquier ideología del futuro tomar el poder absoluto
como lo han hecho las ideologías del siglo XX. Consideramos interpretar
su pensamiento apropiadamente, al a rmar que existen tres requisitos
para que sobreviva la democracia en la era de la información.
El primero es cognitivo. Consiste en poder distinguir entre los discursos
ideológicos totalitarios y los realmente democráticos. Para eso, debemos
fortalecer las exigencias del pensamiento crítico: establecer la verdad de
las evidencias y la validez de los razonamientos. Agreguemos: estar en
guardia contra la posverdad. El novelista Michael Crichton lo traduce de
la siguiente manera: “La gran paradoja de la era de la información es que
ha concedido nueva respetabilidad a la opinión desinformada”.
El segundo requisito es moral. El pensamiento crítico debe estar
orientado por los principios éticos. Esto implica el evitar el odio político
que conduce a la negación de la humanidad de nuestros semejantes y a la
doctrina del ‘‘vale todo’’.
El tercero es político. Consiste en la convicción profunda de que
cualquier solución estatal debe darse en el marco de la separación de
poderes, de la libertad de información y del pluralismo. Estos son los
únicos frenos al totalitarismo.
En conclusión, el único remedio para la civilización, ya sea del presente o
del futuro, es la democracia. Para defender la democracia, en la era de la
información, necesitamos claridad mental y, además, ilustrarnos con
libros como El conocimiento inútil, el cual es, en palabras de Mario
Vargas Llosa, “uno de esos libros que, por la profundidad de su re exión,
su valentía moral y lo ambicioso de su designio, constituyen –como lo
fueron, en su momento, 1984, de Orwell, y El cero y el in nito, de
Koestler– el revulsivo de una época” (Las batallas de Jean-François Revel,
2007).

WOLFGANG GIL LUGO


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