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infancia, durante la cual las pulsiones sexuales buscarán una descarga rápida e
inmediata tal como lo exige el principio del placer. Al principio el niño tiene un
cierto éxito, cuando puede descargar sus impulsos por medio de una realización
alucinatoria. Este recurso sin embargo dura poco, ya que el niño comprueba que
el objeto alucinado (por ejemplo el pecho) no es real. Sin embargo aún cuando el
niño pueda encontrar un objeto externo por medio del cual satisfacer sus
pulsiones, la inminencia de la descarga pulsional generará angustia (sea porque
teme no encontrar el objeto satisfactor, según experiencias pasadas de
frustración, sea porque hay una instancia moral).
Esta represión primaria no recae sobre la pulsión como tal, sino sobre sus signos,
sus ‘representantes’ (ideas, imágenes, etc.), que no llegan a la conciencia y a los
cuales queda fijada la pulsión. Se crea así un primer núcleo inconsciente que
funciona como polo de atracción respecto de los elementos a reprimir. Estas
representaciones inconscientes son lo que anteriormente habíamos calificado
como representaciones de cosa.
Esto último es lo que aquí nos interesa especialmente por cuanto Freudintentará
explicar la constitución del inconsciente por el proceso de la represión primaria
(Laplanche, 433). En 1915, Freud considera a las representaciones no sólo
como los contenidos del inconsciente, sino como constitutivos de éste: en un solo
y mismo acto, la represión primaria, la pulsión en lugar de descargarse se fija a
una representación que ve rehusado su acceso a la conciencia, y se constituye el
inconsciente.