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“La Revolución Francesa”

I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la


política. Entre 1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon
ardorosamente en pro o en contra de los principios e 1789 o los más radicales
de 1793. Proporcionó los programas de los partidos liberales, radicales y
democráticos de la mayor parte del globo.
Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones
democráticas, en EE.UU. Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más
consecuencias tuvo. Fue la única verdadera revolución de masas y radical
(tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron luego
moderados en Francia). Al contrario que la Revolución americana, la francesa
influyó en ámbitos geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue el
primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que produjo
efecto sobre el mundo islámico.
En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses
de antiguo régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era
peligrosamente agudo. Una monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no
aceptaría pequeñas dosis reformistas como las propuestas de Turgot. Hacía
falta un gran cambio. La monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por
iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos en la alta
aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los
tribunales.
La nobleza se ganó numerosos enemigos: no sólo ocupaba los puestos
más importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a
apoderarse de la administración central y provincial. La mayoría de la gente
eran gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada
por el atraso técnico reinante. La miseria general se intensificaba por el
aumento de la población. Diezmos y gabelas también contribuían a ello.
La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el
precio fue demasiado alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha
echado la culpa de la crisis a las extravagancias de Versalles, hay que decir que
los gastos de la corte sólo suponían el 6% del presupuesto total en 1788. La
guerra, la escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la deuda existente un
50%. Guerra y deuda –la guerra norteamericana y su deuda- rompieron el
espinazo de la monarquía.
La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la
convocatoria a Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento
aristocrático de retomar el control, pero fue un error subestimar al “tercer
estado” con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un lado en los
órganos representativos. La Declaración de derechos del hombre y del
ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero
no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la
conformación de una asamblea representativa (podía haber intermediarios.
Pero eso sí: la soberanía residiría en la “Nación” (vocablo importante). Esta
identificación iba más allá del programa burgués, tenía un acento mucho más
radical y peligroso para el orden social. La crisis del trigo, que el pan duplicara
su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de la Asamblea “del juego
de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar. La
contrarrevolución hico a las masas de París una potencia efectiva de choque.
La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo Régimen en Francia:
14-7-1789.
La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue
liberal-radical. Por momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente
quebró. Algunos burgueses dieron un paso más hacia el conservadurismo, al
ver que los “jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para sus ideales.
El tercer estado no quería una sociedad burguesa, que progresivamente
adquiría tintes aristocráticos. De los jacobinos, sólo los sans-culottes tenían
cierta iniciativa política. El resto, desarrapados y hambrientos eran incultos y
seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert defendían los interesas de la
gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la seguridad del pobre:
igualdad, y libertad directa. Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de la
desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria queda unida al
jacobinismo, del que no siempre fue partidario.
II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas
fueron las más duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas
de la Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su política
respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo
a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de
los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero,
sino de alejarlo del absolutismo romano.
El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con
una intervención desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena
situación del resto de países. Pero Europa se dio cuenta de que corría peligro
su derecho al trono y se pusieron en marcha. La Asamblea Legislativa
pronosticaba la guerra y así fue desde 4-1792. Sin embargo, fueron derrotados
y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron encarcelados, incluido el
rey y la República fue instaurada.
La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o
eran eliminados del tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se
había hecho: economía de guerra, reclutamiento en masa, racionamiento, y
abolición virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por último, reclamaba
sus fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y
conseguir más territorios con los que hacer la guerra económica a Gran
Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo.
Esto derivó en la toma de poder por los sans-culottes el 2-6-1793.
III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el
gigante Danton, el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud
Pública –Comité de guerra-, el tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo
17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se dice, fue mucho
menor que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo
XX. Pero el caso es que, tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba
desintegrando por los ataques extranjeros en todos los frentes. El resultado:
la contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una
moneda más estable (ya casi toda en papel) y un gobierno estable (aunque con
otro color) que iba a comenzar una racha de casi veinte años de victorias
militares ininterrumpidas.
El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande
nation-, las levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio
universal, alimento, trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien
común con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba el fin
total de todo lo concerniente al sistema y los privilegios feudales).
El rígido Robespierre venció a Danton, que acaudilló a numerosos
delincuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y
amorales de la sociedad. La guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los
procesos de descristianización disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la
victoria en Fleurus y la ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución
termidoriana que terminó con los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios.
Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron
ejecutados.
IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media
francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período
revolucionario (1794-1799). Tenían que conseguir una estabilidad política y un
progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-
1791. Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio,
monarquía borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e
Imperio de Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una
sociedad burguesa intermedia entre dos sistemas antagónicos: la república
democrática jacobina y del antiguo régimen.
El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se
esperaba. Precariamente, los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda
y tenían que hacer uso frecuente del ejército tanto contra los agentes
exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto, es normal
que Napoleón brotara en este clima de ambigüedad en el que los militares
tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el ejército fue
abandonando su carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército
tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de
mando. La rigidez castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con
un abundante armamento, respaldado por una industria pesada efectiva.
Contaba más la efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó
Europa, no solo porque pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo
tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a Emperador, estableció un código
civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de
la revolución liberal un régimen liberal asentado.
Napoleón fue mito y realidad: hombre civilizado del siglo XVIII, pero lo
suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico
del XIX. Si bien construyó las estructuras de la universidad, la legislación, el
gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la libertad, igualdad y
fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión. Este
mito revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.

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