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P eggy M orton
I s a b e l L a r g u ia
Las Mujeres
dicen Basta
E d ic io n e s NUEVA MUJER
Casilla de Correo 2825
Buenos Aires
Copyright Pedro Sire-
ra, Corrientes 1513
Buenos Aires.
11
Peggy Morton, de Toronto, plantea la evolución de
la familia a partir de la revolución industrial y sus pers
pectivas hacia el futuro.
Isabel Larguía, argentina, desarrolla, a partir de la
teoría de Marx, una explicación socio económica de las
causas de la inferiorización femenina que determinaron
su diferenciación caracterológica.
Creemos que estos trabajos resultarán útiles para
una toma de conciencia de la realidad de nuestra opre
sión. Pero al mismo tiempo que em realidad pue'de s]er
cambiada.
A nosotras corresponde realizar el cambio:
¡HAGAMOSLO!
12
MIRTA HENAULT
LA MUJER Y LOS
CAMBIOS SOCIALES
13
bre: su dependencia no és un acontecimiento, o un deve
nir, no es algo que ha llegado. La alteridad aparece aquí
como un absoluto, porque escapa al carácter accidental
del hecho histórico. Una situación que se ha creado a
través del tiempo puede deshacerse en un tiempo poste
rior; en cambio, parece que una condición natural desafía
el cambio. En verdad, la naturaleza no es un dato inmu
table del mismo modo que no lo es la realidad histórica.
Si la mujer se descubre como lo inesencial que nunca
vuelve a la esencia, es porque ella misma no opera esa
vuelta”.
Según Simone de Beauvoir, la situación de las mu
jeres se presenta como “algo dado por la naturaleza” y
no como un producto histórico.
Sin embargo, nosotras pensamos que, si las mujeres
se plantean como “lo otro” en relación al varón es por
que ellas mismas han sido condicionadas par exigencias
sociales, que determinaron sus características singulares,
que son el reflejo de su ubicación en la base económica
sobre la cual se sustentan esas relaciones sociales.
Las mujeres en los orígenes de la prehistoria no fue
ron inferiores a los varones y eso está perfectamente
probado por los estudios antropológicos. Entre las comu
nidades primitivas no se establecieron diferencias entre
los sexos.
Por otra parte si la mujer es “lo otro” en relación
con el varón: ¿Por qué es “lo otro” considerado inferior?
Los teóricos del socialismo: Marx, Engels y Bebel
prestaron atención repetidas veces a la situación de las
mujeres en una época durante la cual la naciente bur
guesía industrial utilizaba su fuerza de trabajo hasta su
aniquilamiento físico.
No obstante, al hacer un exhaustivo análisis de la
sociedad capitalista (sociedad regida por el cambio de
mercancías, dirigida y controlada por la actividad de los
14
hombres) ignoraron a la mitad de la humanidad, las mu
jeres, pues ellas no producían para el cambio .ni estaban
en la vida pública, pero sin embargo desde sus hogares
realizaban las tareas que hacían al sostén estructural de
la sociedad: la reproducción de la fuerza de trabajo.
En su análisis del régimen de producción de mercan
cías, Marx escribía: “El intercambio de mercancías co
mienza allí donde tei’mina la comunidad, allí donde ésta
entra en contacto con otras comunidades o con los miem
bros de otras comunidades. A partir de un determinado
momento, se consolida la separación entre la utilidad de
los objetos para las necesidades directas de quienes lo
producen y su utilidad para ser cambiados por otros. Su
valor de uso se divorcia de su valor de cambio".
Lo que Marx no dice —y sus continuadores tampo
co— es que en ese momento histórico en el cual las co
munidades comienzan a producir para el cambio se ve
rifica, al mismo tiempo, -la jerarquizaciójn del trabaja
destinado a producir mercancías para el cambio. Mientras
tanto el trabajo rutinario destinado a la subsistencia
(preparación de alimentos, cuidado y educación de los
niños, etc.) fue relegado a un rol secundario en relación
a la tarea, considerada fundamental, de producir para el
cambio.
En consecuencia quienes realizaban éstas últimas
tareas, los varones, adquirieron decisiva importancia
respecto de las mujeres quienes continuaron desempe
ñando los trabajos destinados a la subsistencia realizados
para cubrir las necesidades inmediatas más vitales.
Esa primera división del trabajo resultó dramática
para las mujeres.
Permanentemente ligadas a producir objetos que se
consumen, a una labor que no se materializa, ellas fueron
condenadas a permanecer al margen de la realización
histórica.
Por lo tanto un análisis científico de la problemática
femenina no puede arrancar de los resultados preesta
blecidos del proceso histórico sino de las causas que de
terminaron ese proceso histórico y sus consecuencias para
la evolución de la humanidad. La %nferiorización de las
mujeres no es un “hecho absoluto que escupa a la his
toria
EL DESARROLLO DESIGUAL
16
LA HISTORIA
18
blica, no son por ello liberadas de su trabajo en el hogar.
A las horas pasadas en fábricas y oficinas deben agre
garse las horas dedicadas a los trabajos domésticos.
Después de 8 horas de duro trabajo en sus tareas remu
neradas, vuelta a su “dulce hogar”, tienen que comenzar
de nuevo. Lavar, planchar, cocinar, cuidar a los niños...
en una incesante actividad que las lleva a desgastar to
das sus energías físicas, mentales y emocionales en un
círculo de hierro que no les ofrece alternativas.
En su totalidad se las ha condicionado para cumplir
el rol al que las condena su sexo. Desde niñas reciben la
educación adecuada para destruir en ellas toda aspiración
de libertad. No deberán ser seres autónomos sino pasi
vos y dependientes.
En los últimos años la implantación de la educación
general brindó a las mujeres la posibilidad de concurrir
a los centros de estudio igual que los varones; pero las
escasas oportunidades ofrecidas por las condiciones so
ciales para lograr un buen empleo, las trabas que en su
desarrollo imponen los prejuicios masculinos a su acti
vidad independiente, hace que sean pocas las que obten
gan un título universitario. Para la mayoría de las mu
jeres el matrimonio continúa siendo “la carrera más
importante”.
Durante el siglo pasado las feministas comenzaron
a luchar valerosamente por lograr el derecho al voto.
Después de largos años el voto fue concedido a las mu
jeres en todos los países civilizados del mundo.
Actualmente las mujeres tienen el derecho al voto.
¿Cuántas de ellas votan libremente? La mayoría tiene es
casa instrucción política (la política está dirigida y con
trolada por los varones). Sufren en cambio la presión de
la ideología familiar y de las normas impuestas por la re
ligión. El prestigio que ejercen sobre las mujeres las
instituciones establecidas y el “temor al cambio” las im
19
pulsan generalmente a votar a los candidatos más con
servadores.
En el terreno sexual, aunque no existe ninguna razón
biológica, fisiológica ni psicológica que lo determine, lo
cierto es que las mujeres se encontraron siempre en si
tuación de dependencia hacia los varones.
La moral burguesa, en resguardo de la propiedad pri
vada, les impuso castidad hasta el matrimonio y luego
la subordinación al marido, a quien, hasta no hace mucho,
no tenía siquiera oportunidad de elegir.
Por otra parte, la moderna sociedad de consumo uti
liza al sexo para obtener un nuevo tipo de explotación
femenina y el erotismo sirve como válvula de escape
para todos los problemas que agobian a la especie hu
mana.
La imagen de la mujer “sexy” y todo su fetichismo
es una mercancía que se vende muy bien en un mundo
dominado por las .apetencias ,masculinas.
En resumen, el desarrollo económico y .la necesidad
de contar con mayor cantidad de mano de obra, llevó a
la burguesía industrial a incorporar a las mujeres al tra
bajo productivo de las fábricas y aún a aceptarlas en las
profesiones liberales. Pero eso no determinó un cambio
en su situación.
En la actualidad ellas tienen una ubicación singular.
Es cierto que intervienen en la actividad productiva, tie
nen acceso a carreras universitarias, en casi todo el
mundo pueden votar e incluso gozan de cierta libertad
sexual que sus abuelas no se hubieran atrevido a soñar.
Sin embargo en la realidad de sus vidas el ingreso
a la actividad productiva no alteró su dependencia, su
colonización. Las formas de la opresión cambiaron, no la
opresión misma.
Antiguas tradiciones, viejos mitos sobreviven en la
era del capitalismo avanzado. Estas tradiciones y estos
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mitos enquistados son el reflejo en la conciencia social
del desarrollo desigual de la esfera pública y de la esféra
privada de las mujeres que el capitalismo lleva a las
últimas consecuencias.
21
Las obreras también son reticentes a intervenir como
miembros activos en los sindicatos. Su actuación se limi
ta, en la mayoría de los casos, a defender como delegadas
a sus compañeras en la sección de la fábrica. Muy pocas
llegan a ocupar puestos de dirección ni aún en gremios
donde la mayoría de los trabajadores son mujeres como
por ejemplo el gremio textil o del vestido, etc.
Las grandes organizaciones obreras, anquilosadas y
burocratizadas en el mundo, carecen de representación
femenina entre sus dirigentes. Ni siquiera los de orienta
ción comunista que reivindican, teóricamente, la inter
vención de las mujeres en los sindicatos.
Como contrapartida ellas demostraron, como los sec
tores más explotados, tener gran firmeza en la hora de
las huelgas o movilizaciones obreras.
Se ha tratado frecuentemente de explicar la razón
por la cual las mujeres se incorporan con entusiasmo a
los movimientos revolucionarios, a pesar de no estar po
litizadas en los tiempos de calma, por su naturaleza
emotiva.
Nosotras pensamos en cambio que si ellas abrazan
los movimientos revolucionarios, a pesar de no estar po
litizadas, es porque toda promesa de un mundo nuevo,
todo cuestionamiento de las relaciones tradicionales sig
nifican para ellas una esperanza de lograr la solución
para sus problemas vitales.
Terminado el fragor de la batalla no quedan más que
sindicatos y partidos. Toda una estructura burocratizada
en la cual las mujeres no tienen confianza, con toda ra
zón, pues jamás atienden a sus reivindicaciones específi
cas. En revancha, con justicia, vuelven a su apoliticismo.
22
LA UNION SOVIETICA:
PRIMERA REVOLUCION SOCIALISTA
23
varones que dominan la maquinaria del Estado y la vida
pública e impiden con su despotismo cambiar la situación
de explotación y opresión que vive el pueblo.
Una revolución no puede ser llamada como tal si no
transforma las formas tradicionales de la vida cotidiana
que involucran la esclavitud de las mujeres en el hogar
conservándolas en la servidumbre doméstica e impidien
do su desarrollo cultural como sujetos autónomos.
Sin embargo, como dijimos al principio, las mujeres
intervinieron en forma muy activa en los movimientos
revolucionarios que se gestaron en Rusia a partir del
siglo pasado.
En 1878 la revolucionaria Vera Zassulich ejecutó al
Jefe de la policía zarista y muchas mujeres participaron
en actos terroristas.
El 8 de marzo de 1917 (Día Internacional de la
Mujer) en una imponente manifestación las rusas exi
gían: Pan, Paz y el regreso de los varones a su hogar. La
insurrección de octubre, que derrocó al zar y al viejo
orden contó con el entusiasta apoyo de las mujeres. Entre
1918 y 1920 trabajaron duramente en el esfuerzo de la
guerra civil y muchas veces pelearon a la par de los
varones.
En las primeras horas del triunfo revolucionario, el
gobierno soviético consideró el cuestionamiento de la fa
milia tradicional como uno de los puntos fundamentales
de su programa de acción.
Entre el 19 y el 20 de diciembre de 1917 Lenin hizo
publicar importantes decretos al respecto:
El casamiento fue abolido.
La independencia total de las mujeres fue facilitada
por el divorcio.
El aborto fue autorizado.
Se difundieron los anticonceptivos.
Se encaró el inicio de cambios en las rutinarias cos
24
tumbres. En la comunidad de jóvenes, en los jardines de
infantes se esforzaban por “dar un contenido práctico a
la sexualidad infantil”. Se suprimió la ley que penaba la
homosexualidad.
Estas leyes entusiasmaron a todos los sectores pro
gresistas en el mundo.
Pero las leyes demostraron ser insuficientes para
cambiar una situación social elaborada por cientos de
años de opresión. La necesidad del cambio pasaba por
la cabeza de algunos revolucionarios que sin embargo
no lograban concretar sus aspiraciones.
El atraso histórico fue más fuerte que su firme vo
luntad por cambiar la vida. “Los conservadores fueron
consecuentes en los argumentos y pruebas. Los progre
sistas, los revolucionarios, sentían claramente que ellos
eran incapaces de expresar la novedad en palabras. Com
batieron valientemente, pero terminaron por cansarse y
fracasaron en las discusiones, en parte porque ellos
mismos eran prisioneros de las viejas nociones de las
cuales no llegaban a liberarse” (Reich: “La Revolución
Sexual”).
Las necesidades económicas de la acumulación re
forzaron las estructuras del pensamiento tradicional.
Entre la decisión de rechazar los antiguos moldes de la
familia y deshacerse de los hábitos familiares hay una
enorme distancia.
En los primeros tiempos era inevitable que la con
tradición se viviera como un verdadero caos porque no
estaba prevista ni preparada. La revolución cultural re
sultó ser mucho más difícil que la revolución política.
Por otra parte, a la no preparación cultural se aña
dían las dificultades materiales que surgían en un país
donde las fuerzas productivas tenían escaso desarrollo.
Los servicios colectivos que debían reemplazar los
trabajos domésticos funcionaban mal y eran de inferior
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calidad a los realizados en el hogar tanto en las cocinas
populares como en las lavanderías y en las guarderías.
Frente a todas esas dificultades materiales y cultu
rales para dirigir la marcha del Estado soviético, los su
cesores de Lenin optaron por el autoritarismo, por la dic
tadura, no del proletariado sino de una clase dirigente. .
Es una constante histórica que los regímenes auto
ritarios se asientan sobre la familia. Desde 1934 se volvió
a las medidas represivas:
Interdicción al aborto.
Restablecimiento de la ley que penaba la homose
xualidad.
La familia y con ella la opresión de las mujeres en el
hogar fue restablecida.
Comenzó en la U.R.S.S. la época del puritanismo más
retrógrado.
¿Cuál es en la actualidad la situación de las mujeres
en la Unión Soviética? ¿Han logrado la igualdad de po
sibilidades en el trabajo, en el estudio, en las condiciones
sociales?
Es cierto que ellas son alentadas a acceder a profe
siones reservadas tradicionalmente a los varones, como
las profesiones liberales.
Pero si la mayoría de los médicos son mujeres en la
U.R.S.S. es porque se trata de una ocupación mal pagada.
Además ellas pueden ser ingenieras o tener otro título
universitario, pero no son investigadoras, su trabajo es
de rutina y no de investigación (esto está reservado a
los ‘■'genios” masculinos).
La participación de las mujeres en la vida política es
más importante que antiguamente, sin embargo, hay una
sola ministra y ninguna en el Bureau Político.
En cuanto a las tareas domésticas y a la crianza de
los niños, la convicción de los varones rusos es de que
estas tareas son exclusividad de las mujeres. Los maridos
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soviéticos se sentirían muy disminuidos si tuvieran que
realizar los trabajos que, según ellos, corresponden a las
mujeres;
Es verdad que las rusas participan en la producción
social y trabajan igual que los hombres en fábricas u ofi
cinas pero eso no las libera de sus labores en el hogar. A
las horas de trabajo en fábricas u oficinas deben agregar
se las dedicadas a las rutinarias tareas del hogar en una
agotadora jornada que no se termina y que les resta tiem
po para el descanso, el estudio o el ■esparcimiento. En
resumen: la realización de las mujeres en sus posibili
dades vitales, la humanización de su vida cotidiana, fue
aplastada por una maquinaria que aseguraba una canti
dad de mano de obra no pagada en la producción do
méstica.
La participación de las mujeres rusas masivamente
en la productividad no determinó un cambio en sus vMxns
ni -en la relación con los hombres a los cuales continuó
subordinada.
Paradoja inesperada de la historia, el país de la pri
mera revolución social se ha transformado en un país
de costumbres retrógradas donde los tabúes sexuales, los
prejuicios más anquilosados destruyen la creatividad de
las mujeres y asfixian sus aspiraciones.
LA GRAN MARCHA
27
juicios feudales tornaban muy precaria la existencia de
las mujeres. Frecuentemente se las ahogaba al nacer.
Las que sobrevivían muchas veces eran vendidas como
esclavas. En el mejor de los casos, cuando no se las ma
taba o vendía, desde muy jóvenes se las destinaba al ma
trimonio. Permanecían bajo el control de los varones du
rante toda la vida.
Existía una costumbre llamada “las tres obedien
cias” que tenía fuerza de ley.
1? En una familia las niñas deben obedecer a su
padre.
2? Después del casamiento las mujeres deben obe
decer al marido.
39 Si él muere debe obedecer a su hijo.
Los casamientos eran concertados muchas veces
cuando las niñas tenían tres o cuatro años. Los futuros
esposos no podían verse hasta el día de la boda y desde
ese momento las mujeres eran las esclavas de sus mari
dos quienes podían castigarlas cuando quisieran. Ellas
nunca podían devolver el castigo.
Subsistía la “castidad unilateral” que determinaba la
prohibición a las viudas de volver a casarse mientras
que los varones si su mujer moría podían hacerlo.
A fines del siglo pasado, la penetración del capitalis
mo occidental produjo una cierta liberalización en las
costumbres, sin embargo, a la esclavitud feudal de
las mujeres siguió la opresión burguesa.
Se prohibió matar a las niñas, la costumbre bárbara
de vendarles los pies, tuvieron cierto acceso a la educa
ción y algunas libertades para el casamiento y el divor
cio. Fue abolida la ley de “castidad unilateral”.
Estas reformas fueron alentadas por algunos varo
nes influenciados por la cultura occidental pero inmedia
tamente fueron las mismas mujeres quienes .desearon
avanzar en las conquistas logradas.
28
La pionera del movimiento de liberación de las mu
jeres fue Chin Jaén quien en 1905 publicó una revista
femenina en la que reclamaba: igualdad con los varones,
liberación de los pies de las niñas, libertad de las mujeres
para elegir maridos.
En 1907 Chin Jaén fue detenida y decapitada por la
dinastía Manchú. No tenía treinta y tres años.
A partir de 1916 el Movimiento de Liberación de las
Mujeres comenzó a adquirir importancia y empalmó con
las luchas sociales que comenzaron a agitar a todo el
país.
¿En qué forma se desarrolló el movimiento de las
mujeres durante el período revolucionario?
La acción de las mujeres tomó un carácter explosivo,
sobre todo en el campo, donde se conservaban costum
bres feudales.
Brigadas de activistas femeninas recorrían las aldeas
explicando a sus hermanas las causas de su opresión y las
instaban a unirse a luchar por sus reivindicaciones.
En las organizaciones campesinas las mujeres acu
saban a sus maridos de oprimirlas y se realizaban reunio
nes públicas en las cuales se juzgaba a los maridos que
pegaban a sus esposas. El castigo impuesto estaba acorde
con sus culpas.
La revolución en China comprometió la movilización
de los dos sectores más atrasados del país: las mujeres
y los campesinos.
El gobierno de Mao otorgó grandes ventajas a las
chinas y actualmente tienen:
Total igualdad ante la ley.
Igual salario a igual trabajo.
Derechos a la educación.
Participación en las fuerzas armadas.
Los comedores comunitarios, las lavanderías, las
guarderías, funcionan sobre todo en las ciudades. La po
29
breza del país no permite su extensión a las aldeas cam
pesinas.
Las mujeres están totalmente integradas a la pro
ducción social.
En 1950 se promulgó la ley que sancionaba el prin
cipio de igualdad de ambos sexos que aseguraba “pro
tección de los justos intereses de la mujer y los hijos”.
Se abolió la poligamia y el concubinato y la obliga
ción de los regalos y el precio de adquisición (dote).
A pesar de todos esos avances el espíritu patriarcal
sobrevive aún en las relaciones entre los sexos como usos
y costumbres del pasado y en la concepción burguesa
del matrimonio.
La familia burguesa sobrevive.
Las mujeres existen en función de madres, de espo
sas o de compañeras. “Las heroínas del trabajo son re
verenciadas en todo el país porque tienen un alto grado
de conciencia política”.
Pero ellas no han logrado ser seres humanos autóno
mos. Todavía conservan la dependencia patriarcal de la
cual no se han desprendido. Las diferencias en los roles
sexuales existen y serán las mismas mujeres chinas quie
nes deberán luchar por eliminarlos.
La revolución cultural tendrá que ser profundizada.
De ello depende el destino de la revolución.
30
victoriosa en ei mundo. Segundo, porque si bien extrajo
sus principios del leninismo en Rusia y muchas enseñan
zas de la guerra del pueblo chino, tiene sin embargo ca
racterísticas propias, determinadas por la situación del
país y el tiempo histórico en que se desarrolló. Y tercero,
porque Cuba está en Latinoamérica y como latinoameri
canas nos sentimos muy cerca de nuestras hermanas que
hablan español y participan de nuestras tradiciones y
costumbres.
Antes del triunfo revolucionario las mujeres cuba
nas definían su situación en los términos de su relación
con los hombres.
Eran valoradas en el matrimonio, en el núcleo fami
liar, en su castidad y fidelidad monogámica. En su hogar,
aisladas unas de las otras, sólo contaban con la condición
que “la naturaleza les determinaba”. En la otra cara de
la moneda existía una histórica tradición de prostitución,
organizada luego en gran escala por los norteamericanos.
La larga dependencia hacia España que duró hasta
1898 había suprimido el artesanado femenino desarrolla
do en otras regiones del continente (telares domésticos,
preparación de alimentos conservados). De esta forma
las mujeres no tenían las posibilidades de ganarse la vida
en forma independiente. “Las mujeres y la familia de
pendían íntegramente del escaso salario de los hombres.
Sobre todo en el campo, lo que explica el éxodo rural de
las mujeres. En 1953, sobre la población de más de 20
años, el 60 ,% de los varones y el 68 % de las mujeres
vivían en zonas urbanas”.
“La cifra de las mujeres en el trabajo pasó de 14 %
en 1907 a 17 % en 1953, con baja del porcentaje de mu
jeres en el servicio doméstico (de 64,5 % a 27,2 .%) y
altos porcentajes en las oficinas (de 1,4 % a 13,9 °/c)
y en el de institutrices (de 3,9 % a 12,9 %). Esta evolu
ción refleja el desarrollo técnico y cultural en el proce-
31
So de semi-proletarización de las capas inedias de la po
blación y su necesidad de recurrir al trabajo femenino
para conservar su status económico. En las clases hu
mildes* la evolución capitalista había comenzado a excluir
a .las mujeres del servicio doméstico, pero la participación
femenina en las fábricas estaba lejos de compensar la
tendencia hacia la desocupación” (Ann Z. Partisans).
El período revolucionario fue en Cuba ele corta du
ración como para permitir la incorporación de un gran
número de mujeres en la lucha armada (como en Yiet
Nam) y aunque la guerrilla contó con mujeres entre sus
filas (en la Sierra Maestra operó el batallón Mariana
Gi-rajales compuesto exclusivamente por mujeres) y Fidel
Castro las impulsó a integrarse al combate, esto no fue
suficiente para impulsar su avance ideológico. Masiva
mente, las mujeres no se incorporaron al desarrollo de las
operaciones militares, permanecieron al margen de ellas.
Sin embargo era necesaria su incorporación activa
en todo el proceso que siguió al triunfo de la revolución.
¿Qué lugar ocupan hoy las mujeres en la nueva so
ciedad cubana?
¿Qué ofrece hoy la nueva soáiedad cubana a las mu
jeres?
“Las mujeres han sido sin duda las principales be
neficiarías de la campaña de educación emprendida desde
1961, con la alfabetización sistemática. El 38 % de las
.mujeres campesinas de 15 años y más aprendieron a
leer. En medios urbanos, el 56 % de los alfabetizados
fueron las mujeres. A nivel de la escuela primaria, la
participación de las mujeres en la educación para adultos
es más reducida que la de los hombres: en la É. O. C.
(Educación Obrera y Campesina) las mujeres constitu
yeron el 32 % de los alumnos. La razón era que las
maestras del E. O. C. no podían librarse al trabajo que
hacían los alfabetizadores que iban de casa en casa. Sobre
32
los lugares de trabajo se hacía ía mayor propaganda para
los cursos de la noche. Esa propaganda no llegaba a las
amas de casa. En cuanto a las otras, la segunda jornada
de trabajo doméstico no les dejaba tiempo para su pro
moción personal. Sin embargo la educación adulta pri
maria para las mujeres es 35 veces más elevada que antes
de la revolución” (Ann Z. Partisans).
En las universidades y escuelas las mujeres pueden
estudiar para ser dentistas, maestras, ingenieras, mecá
nicas y técnicas. El 50 % de todos los estudiantes de me
dicina son mujeres y el 30 % de los de ingeniería. Las
mujeres son periodistas, editoras, cortan caña, manejan
tractores, son mecánicas de automóviles, arquitectas y
dentistas. Hay mujeres en la dirección de hospitales y de
escuelas.
Las milicias, ejército voluntario civil, han incorpora
do a un gran número de mujeres. El entrenamiento mi
litar es igualmente impartido a niños y niñas. Como re
sultado las mujeres están integradas en la defensa de su
país. Esto significa para ellas un avance ideológico muy
importante.
Intervienen en política. Las mujeres componen la
mitad de la Unión de Jóvenes Comunistas, dirigen im
portantes programas y frecuentemente dan la tónica en
los acontecimientos políticos.
Por otra parte, la nueva sociedad cubana descarga
a las mujeres de sus más tradicionales deberes: el cuida
do de los niños y adolescentes. El sistema de círculos in
fantiles y jardines de infantes, son una institución bási
ca de la revolución. Clementina Sierra, dirigente del
programa nacional, es también miembro del Comité
Central del Partido. Modernas y bien equipadas guarde
rías forman parte de cada nueva comunidad construida
en Cuba. En algunas ocasiones son construidas en las
mismas fábricas. Las guarderías son provistas también
en el campo. En esos lugares los niños reciben una com
prensiva atención. Hay programas de juegos y aprendi
zajes, una completa atención médica y dentista. Los pro
gramas para niños de 12 a 17 años combinan estudio, tra
bajo y forma comunal de vida.
La liberación de las mujeres cubanas alcanza tam
bién otras esferas. El divorcio es libre y de mutuo con
sentimiento. Los anticonceptivos son libres y sin res
tricciones. El aborto es legal.
En cierta forma aún sin un programa específico y
sin campaña propagandística, las pre condiciones para
la centralización del núcleo familiar se están dando
porque la estructura familiar refleja la situación general.
En los hechos el lugar de trabajo, la escuela, están su
plantando cada vez más al hogar como centro de activi
dad y esparcimiento. Se produce la gradual descentrali
zación del anquilosado núcleo hogareño.
Las conquistas logradas por las cubanas en el nuevo
orden son indiscutibles, y su situación evoluciona cons
tantemente. Sin embargo, las mujeres no han podido re
solver ciertas contradicciones que están en la forma de
vida que les fue impuesta, y todavía deben luchar contra
los resabios de macMsmo de los varones y con su inex
periencia propia de la condición de recién llegadas a la
historia.
“Tan importante como cambiar las condiciones eco
nómicas de la sociedad, es cambiar la ideología de
hombres y mujeres sobre la que pesan tradiciones fuer
temente arraigadas”. Como dice Edmundo Desnoes,'autor
cubano, “nosotros sabemos que no es bastante transfor
mar las relaciones de producción, pues en la ideología,
costumbres, en la superestructura, podemos ser burgue
ses y reaccionarios”.
Cuba es un país atrasado, con escasa productividad,
tiene grandes problemas económicos que resolver. La in-
34
Corporación de las mujeres én indispensable para el desa
rrollo de la economía cubana.
Círculo inevitable de todas las revoluciones realiza
das hasta el presente: la liberación de las mujeres está
sometida al grado de desarrollo económico y social.
Pero este desarrollo económico y social no es sufi
ciente para liberar a las mujeres de su opresión de siglos.
Es necesario elevar la conciencia de las mismas mu
jeres para adaptarlas al cambio producido en la nueva
sociedad.
“La revolución cubana está encaminada a realizar
las condiciones necesarias para la liberación de las mu
jeres, pero ella no se hará sola, por la sola varita mágica
del socialismo. Es necesario un estudio específico de las
condiciones particulares de esta liberación en el primer
.nivel transitorio, porque pesa en él la amenaza de un
estancamiento y de un retroceso que abre las vías al re-
formismo como en la TJ.R.S.S.
“La prueba está hecha, una vez más, que la libera
ción de las mujeres no es un corolario inevitable de la
dictadura del proletariado. Allí donde ella fracasa, la re
volución también ha fracasado. El socialismo cubano
continúa siendo una esperanza porque es original y
porque todavía es joven” (Ann. Z. Partisans).
35
cripción de la sociedad burguesa y enfatizaron la lucha
de clases con el objetivo de liquidar un régimen de pro
ducción construido en base a desigualdades sociales.
Atentos a la problemática de las mujeres no llegaron, sin
embargo, a elaborar una teoría de su liberación. De esta
forma, eliminaron de la historia a la mitad de la hu
manidad.
Los grandes revolucionarios que dirigieron la pri
mera revolución rusa, tuvieron plena conciencia de la
cuestión, pero tampoco la resolvieron.
Lenin planteaba: “Libertad e igualdad para el sexo
oprimido. Libertad e igualdad para el obrero, para el
campesino trabajador”, (Pravda, 1919), “la edificación
de la sociedad socialista no comenzará más que en el
momento en el cual obtengamos la igualdad de la mujer”
y además, “la igualdad ante la ley no es aún la igualdad
en la vida. Es necesario que la obrera obtenga la igual
dad no solamente ante la ley sino en la vida”.
El analizaba además la situación de la “esclava do
méstica que derrocha sus esfuerzos en una labor absur
damente improductiva, mezquina, enervante y embrute-
cedóra”. Atacaba además la mentalidad retrógrada de los
varones “entre nuestros camaradas”, decía: “hay todavía
muchos de los cuales se puede desgraciadamente decir:
rascad un poco al comunista y encontraréis al filisteo. Su
mentalidad en relación a la mujer es su lugar sensible.
Exigen para ellos el reposo y el confort. La vida domés
tica de la mujer es el sacrificio cotidiano de ella misma
en pequeñas nadas. La antigua dominación del marido
sobrevive bajo una forma latente..
Sin embargo él solamente consideraba los problemas
de las mujeres como “'parte de la cuestión social que era
la esencial”.
Lenin como otros revolucionarios de la época que se
ocuparon del problema no vislumbraron la esencia de la
36
problemática femenina ni los cambios en la vida cotidia
na que sobrevendrían a su auténtica liberación.
Los teóricos marxistas que le sucedieron mantuvie
ron la ignorancia y consideraron la división de los sexos
masculino-femenino como algo inmutable y subordinaron
la cuestión a los “problemas políticos” escamoteando una
realidad que prefirieron no ver.
Los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo
que combaten al imperialismo y al capitalismo, tampoco
se ocupan de las injusticias de que son víctimas las
mujeres.
La izquierda, en general, necesita del aporte revo
lucionario de las mujeres, pero escamotea sus reivindi
caciones hasta el extremo de que ninguna de las organi
zaciones tiene en sus programas ningún punto referido
a la solución de su problemática.
Es que la alienación más reciente y más sensible es
la alienación capitalista. Es la más fácil de combatir (los
obreros captan en seguida la necesidad de luchar contra
el patrón). La alienación que separa a los sexos es mile
naria y profunda, tan profunda que se la ha transforma
do en algo natural.
La vida cotidiana que representa la conciencia no
acumulativa, el sector estancado en el desarrollo de la
humanidad, será el último en ser cambiado. Aun cuando
haya triunfado la revolución social y libere a todos los
sectores explotados, quedará a los seres humanos la ta
rea de cambiarse a sí mismos.
;
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IJ..
•
CONCLUSION
39
El escaso desarrollo de las fuerzas productivas (aún
en los países de gran desarrollo industrial subsisten sec
tores artesanales), han impedido la colectivización de la
esfera privada.
Pero ese desarrollo de las fuerzas productivas que
contemple las necesidades de toda la humanidad, sola
mente podrá ser logrado con la liquidación del régimen
de propiedad privada de los medios de producción, que
transforma las metas de realización humanas en objeti
vos de ganancia, alienándola de sus propios fines.
En la dialéctica del devenir histórico el voluntarismo
de las mujeres por sí solo no producirá el cambio. Las
luchas femeninas comenzaron (desconocemos su acción
durante la prehistoria), cuando su ubicación en el con
texto económico-social (ingreso a la actividad produc
tiva) les permitió romper su aislamiento y tomar con
ciencia de su opresión, al mismo tiempo que les propor
cionó los medios objetivos para producir el cambio.
Pero este cambio no se producirá automáticamente.
El cambio de régimen social no ha modificado ni mo
dificará por sí solo las condiciones de vida de las muje
res. Tampoco será un genio salvador por muy lúcido que
sea, quien determinará el cambio.
La liberación de las mujeres deberá ser encarada por
ellas mismas en una lucha que arrastrará todos los vesti
gios anacrónicos de una vida cotidiana deshumanizada y
sin alicientes. La acción revolucionaria de las mujeres,
su ingreso a la historia, significará la “humanización de
la humanidad”, por eso es la revolución más profunda,
auténtica y necesaria para la realización de la especie
humana.
40
PEGGY MORTON
EL TRABAJO DE LA MUJER
NUNCA SE TERMINA
LA MUJER. EN LA FAMILIA
i■
' .
41
Ese trabajo teórico ha provisto de importantes acier
tos y conocimientos sobre las formas en que la familia
oprime a las mujeres y sus funciones para aliviar las ten
siones creadas dentro de la sociedad. Esto también ha
llevado a la Nueva Izquierda inglesa-canadiense a tratar
sobre las cuestiones de la opresión cultural, sexual y psi
cológica. Pero nosotras hemos descuidado el tratar a la
familia como una unidad económica y, como consecuen
cia, el problema de la mujer y la familia ha sido separado
de nuestro concepto del capitalismo avanzado y hemos
fracasado al desarrollar un entendimiento de la dialéctica
entre las funciones económicas y psicológicas de la fa
milia.
Las clases dominantes tratan de controlar al pueblo
mutilando sus identidades. Nuestra tarea como organi
zadoras no es decirles a las mujeres que están oprimidas,
sino entender primero las formas cómo la gente se rebela
todos los días contra su opresión; el mecanismo por el
cual esta rebelión nace en forma colectiva pero es re
primida; cómo la gente es separada para que sus opre
siones sean vistas como algo individual y no como opre
siones de sexo y de clase; y proveer teoría y práctica
revolucionaria que posibiliten nuevas formas de lucha
contra esa opresión.
El mayor obstáculo no es la “falsa conciencia” sino
el desconocer la forma de combatir al sistema familiar,
así como para los negros hace 20 años atrás el mayor
obstáculo era no saber cómo combatir al sistema racista.
Los movimientos revolucionarios nacen de la con
ciencia que el pueblo ya tiene de su opresión y la trans
formación de la inteligencia individual a través de la
acción colectiva la que produce un más alto nivel de
conciencia. El movimiento de las mujeres elevará esta
conciencia. Nuestro propio chauvinismo hacia otras mu
42
jeres nos impide entender lo mucho que las mujeres ya
saben sobre su propia opresión.
Un segundo problema, que tiene mucho del análisis
psicológico y económico de la opresión de la mujer, ha
surgido a menudo de la necesidad de justificar la impor
tancia de la liberación de la mujer, más que de un serio
intento de sentar las bases para una comprensión de la
relación de las mujeres con el sistema capitalista y una
base para la estrategia. En su artículo en “Radical Amé
rica”, Dixon menciona a los “participantes invisibles”
(movimiento de los varones), y está en lo cierto, pero el
problema es mucho más profundo. Aún las mujeres so
cialistas en la Liberación de las Mujeres, no ven todavía
el análisis como una herramienta para el desarrollo de
una estrategia, sino sólo como una herramienta para in
crementar el conocimiento individual y colectivo de nues
tra opresión. Esto fomenta un liberalismo real entre
nosotras acerca del modo como miramos la opresión de
las mujeres, porque la falta de estrategia significa no te
ner que actuar y por lo tanto el “análisis” sirve solamente
para centrarnos en nuestras vidas individuales y la es
peranza de cambiarlas.
43
jo de las mujeres en la casa no está basado en la produc
ción de mercancías (que es el único tipo de producción
que la sociedad capitalista considera como un trabajo
real), sino en la producción de valores de uso sin valores
de cambio O), su trabajo no está considerado como tra
bajo real y verdadero.
Por lo tanto, se define a las mujeres como inferiores
a los varones.
Benston considera a la familia, y al papel productivo
de la mujer dentro de ella, como la base material para
la opresión de la mujer. Este argumento es significativo
110 sólo porque rechaza la idea que la familia es primor
dialmente una unidad de consumo, sino porque pone en
en tela de juicio la opinión de que la única base econó
mica para la opresión de la mujer es la superexplotación
de la mujer en el mercado de trabajo. Aquellos que sos
tienen que la opresión económica de las mujeres existe
únicamente en el lugar de trabajo, concluyen que, por lo
tanto, las mujeres no necesitan organizarse separada o
diferentemente de los varones, y que no hay necesidad
de un movimiento autónomo de mujeres. Y aún las mu
jeres liberacionistas marxistas, con frecuencia, conside
ran la organización de mujeres trabajadoras en los mis
mos términos que si estuvieran organizando a varones,
usando el mismo análisis y la misma estrategia.
Benston sitúa correctamente la opresión de la mujer
en su papel dentro de la familia y correctamente arguye
que las verdaderas contradicciones existen para la mu
jer, como mujer, y no solamente sobre la base de clase.
Sin embargo, hay problemas muy serios con respec
to a la estructura del argumento de la autora. El proble
ma principal es que no proporciona base alguna sobre la
(i) por “valor de uso” entendemos cosas producidas para
ser usadas por la gente; por “valor de cambio” entendemos co
sas que tienen un valor en el mercado.
44
cual se pueda apoyar una estrategia para un movimiento
femenino. ¿Quiere decir esto que las mujeres tienen una
relación única con los medios de producción y por lo
tanto son una clase? Sabemos que a pesar de esta rela
lación común con la producción en el hogar, las mujeres
son sin embargo objetiva, social, cultural y económica
mente definidas, y subjetivamente se definen ellas mis
mas a través de la posición social de sus maridos o de
su familia y/o de la posición de clase que se deriva del
trabajo de ellos fuera del hogar. Sabemos que las muje
res de clase alta obtienen verdaderos privilegios de su
pertenencia a una clase social que sobrepasan la opresión
que experimentan como mujeres.
En segundo lugar, definir a las mujeres por su tra
bajo como trabajadoras del hogar sin sueldo no nos ayuda
a saber como organizarías. La conclusión lógica sería que
las mujeres debieran estar organizadas en torno a su
relación con la producción, es decir, organizadas en torno
a su trabajo en el hogar.
Sin embargo, el aislamiento de las amas de casa que
es un aspecto importante de su opresión es, asimismo, un
gran obstáculo para su organización. Históricamente las
mujeres han comenzado a organizarse, no cuando esta
ban atadas al hogar, sino cuando entraron en el merca
do de trabajo.
Hay varios campos en donde el análisis de Benston
da frutos. La demanda de socializar el cuidado de los
niños por medio de guarderías, claramente debe ser par
te de nuestra estrategia. Otro aspecto es la demanda de
un tipo de alojamiento que no aísle a la gente en unida-
dades familiares, sino que prevea espacio para que la
gente viva de otra manera, con facilidades de guarderías,
espacio para que los niños jueguen, lugares comunes
para que las mujeres, que son forzadas a vivir como en
la prisión de la “reclusión” de sus hogares puedan co~
45
municarse, y facilitar comedores comunes para relevar
a la mujer de la tarea de preparar comida diariamente
para su familia. Pero en una sociedad capitalista a menos
que estas demandas estén relacionadas con un ataque a
la propiedad privada de los medios de producción, la so
lución lógica sería la capitalización y no la socialización
del trabajo de la casa. Y probablemente se contratarían
mujeres por salarios bajos para que llevasen a cabo estas
tareas. Necesitamos integrar la demanda de socialización
del trabajo de la casa con la demanda de socialización del
trabajo fuera de ella.
Un tercer problema con el análisis de Benston es
que no nos proporciona el marco para comprender la na
turaleza cambiante de la familia como institución econó
mica. Las mujeres no desempeñan un papel periférico en
la fuerza de trabajo, y el número de mujeres que trabaja
fuera de la casa está creciendo significativamente. El sen
tido en el cual el papel de la mujer en el trabajo es peri
férico tiene que ver con la posición de la mujer en la
familia que es utilizada para facilitar el uso de las muje
res como un ejército de reserva de trabajo, para pagarles
la mitad de lo que ganan los varones, pero el trabajo de
las mujeres en la fuerza de trabajo no es periférico ni
para las vidas de ellas ni para la clase capitalista.
46
terior del movimiento femenino y nuestro deseo de pro
barnos a nosotras mismas y a los varones que somos
marxistas, que contamos con un análisis económico, etc.
Ahora debemos comenzar a examinar el material especí
fico y las condiciones históricas de las cuales ha emana
do el movimiento de liberación femenina actual, y las
contradicciones experimentadas por las mujeres que es
tán en proceso de concientización.
La esencia de la posición que quiero sostener en este
trabajo es la siguiente;
a) Que como Benston dice, la base material primaria
de la opresión de las mujeres descansa en el sistema fa
miliar; b) Que están sucediendo cambios estructurales
muy particulares en el capitalismo que afectan y cambian
el papel de la familia, que están causando una crisis en
el sistema familiar, y que están acrecentando la concien
cia de opresión en las mujeres; c) Que la clave para en
tender estos cambios es considerar a la familia como una
unidad cuya función es el mantenimiento y la reproduc
ción de la fuerza de trabajo, es decir que la estructura de
la familia está determinada por las necesidades del sis
tema económico, en cualquier tiempo dado, para una
cierta clase de trabajadores; d) Que esta concepción de
la familia nos permite considerar el papel público de las
mujeres (en la fuerza de trabajo) y el papel privado (en
la familia) en una forma integral. La posición de las
mujeres en la fuerza de trabajo estaría determinada por
1) las necesidades del sistema familiar, es decir aquello
que la familia necesita para llevar a cabo las funciones
que de ella se requieren, y 2) por las necesidades gene
rales de la economía para clases específicas de trabaja
dores; e) Que la estrategia se debe basar en la compren
sión de las contradicciones dentro de la familia, contra
dicciones que son creadas por las necesidades que la fa
milia tiene que satisfacer; de las contradicciones dentro
47
cíe las fuerzas de trabajo (contradicciones entre la natu
raleza social de la producción y la organización capita
lista del trabajo), y las contradicciones creadas por los
papeles duales del trabajo de las mujeres en la casa y su
trabajo en la producción capitalista. Este estudio tratará
de analizar las contradicciones dentro de la familia, y las
contradicciones entre los papeles públicos y privados.
Hemos aprendido a visualizar a la familia como una
institución sacrosanta, como la piedra fundamental de la
sociedad y como constante y nunca cambiante. Pero como
dice Juliet Mitchel: “Como la misma mujer, la familia
aparece como un objeto natural, pero en realidad es una
creación cultural. No hay nada inevitable sobre la forma
o el papel de la familia como no lo hay sobre el carácter
o el papel de las mujeres. Es función de la ideología
presentar estos tipos sociales dados, como aspectos de la
naturaleza misma”.
Particularmente en tiempos de disturbio social, la
familia es enaltecida como el mayor bien. Ya sea el Kin
der, Eirche, Küche de los nazis o el acercamiento fami
liar predicado en América.
Debido a que la familia es tan claramente importan
te en el mantenimiento de la estabilidad social, muchas
mujeres liberacionistas la consideran como el punto dé
bil del sistema capitalista, y consideran la “destrucción
de la familia” como su primera tarea. El problema con
este punto de vista es que tiende a ser totalmente idea
lista, declara la guerra a la ideología del sistema familiar
y no a su substancia. Eli vez de esto, nuestra tarea es
formular la estrategia partiendo del conocimiento de las
contradicciones del sistema familiar. Para esto debemos
conocer el desarrollo de la familia en las diferentes eta
pas del capitalismo según vaya cambiando los requisitos
para el mantenimiento y la reproducción de la fuerza
laboral. Desde este ángulo podemos examinar el tamaño
de las familias que se recomienda, la socialización de los
niños en casa y en las instituciones educativas; si las
mujeres trabajan o se quedan en casa, el papel de la
esposa como proveedora de sostén psicológico y como “re
guladora de tensiones” de su marido. En suma, podemos
estudiar de una manera integral las funciones económi
cas, sociales, ideológicas y psicológicas de la familia.
Por “reproducción de la fuerza de trabajo” queremos
decir simplemente que el deber de la familia es mante
ner la fuerza de trabajo actual y proveer la siguiente ge
neración de trabajadores, equipados con las habilidades
y valores necesarios para que sean productivos miembros
de la fuerza de trabajo. Cuando hablamos acerca de la
evolución de la familia en el capitalismo, tenemos que
comprender tanto los cambios en la familia dentro del
proletariado, como los cambios que se derivan de la cre
ciente proletarización de la fuerza de trabajo, y de la
urbanización de la sociedad.
La familia pre-capitalista funcionaba como una uni
dad económica integrada, varones, mujeres y niños par
ticipaban en el trabajo productivo en los campos, en las
industrias caseras y en la producción para el autoconsu-
mo de la familia. Había división del trabajo entre varo
nes y mujeres, pero en esencia toda la producción se
llevaba a cabo dentro de la familia.
49
un flujo constante de trabajadores que podían tener poco
o nada de experiencia aprendiendo lo necesario en el
trabajo mismo, y que eran fácilmente reemplazables. El
número de trabajadores era de importancia primordial y
las condiciones bajo las cuales vivía el pueblo eran irre
levantes a las necesidades del capital. La labor de las
mujeres y de los niños adquiría una nueva importancia.
Como consecuencia, en Inglaterra hubo un incremen
to violento de la explotación de la mano de obra del
niño en el período 1780-1840. Aún los pequeños trabaja
ban de 12 a 18 horas diarias, era común la muerte por
exceso de trabajo, y a pesar de una serie de convenios de
fábricas donde se hacían previsiones para la educación de
los niños obreros, ésta fue casi siempre un mito. Las
mujeres trabajaban hasta la última semana del embarazo
y debían retornar a las fábricas poco después de haber
dado a luz por temor a perder sus empleos; los niños eran
dejados en compañía de quienes eran demasiado jóvenes
o demasiado viejos para trabajar y se les suministraban
narcóticos para tranquilizarlos. Generalmente morían por
la mala nutrición resultante de la ausencia de la madre
y de la falta de alimentación adecuada.
“¿Sobre qué está basada la familia actual?, ¿la fami
lia burguesa? Sobre el capital o la ganancia privada. En
su forma completamente desarrollada, esta familia sólo
existe en la burguesía. Pero este estado de cosas encuen
tra su complemento en la ausencia práctica de la familia
entre el proletariado y en la prostitución pública..
“La ostentación de los burgueses sobre la familia y
la educación, sobre la sagrada relación de padres e hijos,
llega a ser repugnante; aún más: por la acción de 'la in
dustria moderna, todos los vínculos familiares entre los
proletarios son deshechos y sus niños transformados en
simples artículos de comercio e instrumentos de trabajo”
(Manifiesto comunista).
50
En la etapa primitiva de ía acumulación del capital,
con un flujo continuo de mano de obra barata e inexper
ta, se determinó la estructura de la familia adaptándola
a las necesidades del capitalismo.
Por el contrario, la ideología predominante fue usa
da a su vez para preparar a la clase trabajadora para la
nueva esclavitud. La represiva moral victoriana (fue lle
vada a la clase trabajadora a través de las sectas Wesle-
yan) se impuso aún con más fuerza sobre la libertad de
las mujeres, y perpetuó la ideología del trabajo duro y
la disciplina.
El concepto Victoriano de la familia fue al mismo
tiempo una reflexión de la familia burguesa, basada en
la propiedad privada y un ideal representando un status
al cual el proletariado desearía ascender.
Inicialmente en Norteamérica las condiciones eran
las mismas que en la Europa pre-capitalista. La coloni
zación del continente demandó una estructura familiar,
al principio más fuerte aún que en Europa, debido a la
ausencia de otras instituciones desarrolladas para respon
der a las necesidades sociales y psicológicas. En las tem
pranas etapas del desarrollo del capitalismo los trabaja
dores industriales experimentaban una condición similar
a la de los europeos. Pero, como en Europa, la evolución
del capitalismo demandó una restructuración de la fa
milia.
Dentro del capitalismo avanzado surge un modelo
parecido para los grupos que sirven como ejército de re
serva de la fuerza de trabajo inexperta. Durante la escla
vitud, la familia negra era sistemáticamente quebrantada
y destruida, y en muchos casos nunca fue reparada. Dado
que el pueblo negro fue usado como ejército de reserva
de mano de obra no calificada, no hubo necesidad de una
estructura familiar que asegurara a los niños enseñanza
y capacitación; la opresión y represión directa (racismo)
51
'eliminaba la necesidad dé un control social más sutil a
través del proceso de socialización de la familia.
Generalmente las mujeres eran las únicas que en
contraban trabajo y ganaban el pan, pero si se advertía
la presencia del varón, esto se tornaba más difícil y de
esa forma disminuía el bienestar de la familia.
A medida que el proceso de producción se hacía más
complejo se requería un nuevo tipo de trabajadores —tra
bajadores que podían leer instrucciones y planos— pro
vistos de habilidades que exigían una considerable ex
periencia. i . ■ I , ;;
Mientras la necesidad de mano de obra capacitada
aumentaba, la mano de obra de las mujeres y de los niños
tendía a ser reemplazada por la de los varones; los tra
bajadores implicaban una inversión de capital y, por lo
tanto, tenía más sentido emplear a quienes pudieran tra
bajar continuamente a lo largo de sus vidas.
Al mismo tiempo, el crecimiento de las organizacio
nes obreras y el incremento de la conciencia revoluciona
ria de la clase trabajadora forzaba a la clase gobernante
a satisfacer algunas de sus demandas o afrontar una
rebelión en gran escala. El ascenso de los niveles mate
riales de vida propició tanto la necesidad de restringir
la militancia, como proveer un modo de vida que permi
tiera la educación de los niños para hacer trabajos cali
ficados, como la necesidad de consumidores para los nue
vos bienes producidos.
La abolición de la mano de obra de los niños y la
introducción de la educación obligatoria fueron determi
nadas por la necesidad de una mano de obra especializada.
52
LA REPRODUCCION DE LA FUERZA DE,
TRABAJO EN EL CAPITALISMO AVANZADO
53
las mujeres casadas eran sólo el 8,9.% de la fuerza de
trabajo; en 1965, el 18,5 % de todos los trabajadores eran
mujeres casadas. En contraste hubo una disminución en
el número de menores solteros ocupados. De un 20,7 %
en 1951, a un 17,2 % en 1965. Debido a la tendencia cada
vez mayor de los jóvenes de no vivir en el hogar paterno
una vez que comienzan a ganar dinero, cada día son me
nos las familias que cuentan con las entradas de los hijos
mayores para equilibrar el presupuesto. Y además de no
contar con estos salarios extra, la familia frecuentemente
debe pagar los colegios de los otros hijos.
El poder contar con un sueldo complementario con
frecuencia marca la diferencia entre la pobreza y la po
sibilidad de mantenerse a flote económicamente.
Un estudio de los datos del censo de 1961 señala que
sólo el 43 % de las familias no campesinas tenían un solo
ingreso. En el 37 % de éstas, las esposas tenían ingresos,
y un 20 % eran contribuidos por los jóvenes. Como el
porcentaje de las mujeres trabajadoras ha crecido de un
28,7 % en 1961, a un 34,4 % en 1968, ha aumentado el
promedio de familias que cuentan con ingresos de las
esposas.
Gran parte de la “abundancia” de la clase trabajadora,
y aún muchas de las familias de “clase media” dependen
de los salarios de las mujeres.
En esta situación, las mujeres son indispensables pa
ra el mantenimiento de la familia donde los niños son
obligados a permanecer en la escuela, solventados por sus
padres o propensos al desempleo si dejaron la escuela a
edad temprana. Aunque, en otro sentido, las mujeres es
tán de más en el hogar ya que los niños, a los que se
supone deben cuidar, son ya lo suficientemente mayores
para valerse por sí mismos, rechazan la autoridad de los
padres y se rebelan en contra del sistema de control sobre
sus vidas.
54
Los cambios que se necesitan en el tipo de trabajo
son también reflejados en la disminución del tamaño de
las familias. Para una familia rural, los hijos significan
manos para trabajar y bocas que alimentar: como casa
y comida no representan tanto gasto en una granja como
en la ciudad, las familias numerosas no son una carga
sino que son valoradas por el sentimiento de seguridad y
la compañía que proveen. En las primeras etapas del ca
pitalismo eran necesarios grandes cantidades de trabaja
dores por lo que no se trataba de limitar el número de
hijos. Aunque tener muchos hijos significaba pasar pe
nurias para las familias urbanas de clase trabajadora, los
viejos patrones sociales cambiaban lentamente.
En 1911 sólo el 40 % de la población canadiense vi
vía en aldeas y ciudades; en 1961 casi el 70 % de la po
blación era urbana. El alto costo de la casa, comida, ropa
y educación y el fácil acceso para el control de la natali
dad han producido en su conjunto una tendencia hacia
las familias reducidas. Y puesto que la urbanización, un
fenómeno bastante reciente, es la brecha entre los valores
culturales y las necesidades económicas, la tendencia a
las familias reducidas es relativamente nueva.
Las demandas que actualmente las mujeres están ha
ciendo sobre el control de la natalidad y el aborto, serán
eventualmente concedidas, ya que no amenazan las nece
sidades básicas del sistema. Pero debemos ver esto no
como la prueba de que estas demandas son “reformistas”,
concluir que no debemos organizamos en torno a ellas
sino considerarlas como nuestra primera victoria. La re
sistencia general de la clase gobernante para concederlas,
debe hacernos concientes de su naturaleza de doble
filo. Por una parte, la propia familia podría funcionar
mejor si el control de la natalidad y el aborto a solicitud
estuvieran al alcance de todas las clases. Por la otra, la
existencia de la familia como tal se ve amenazada por
55
existencia de la familia como tal se ve amenazada por
zarán y harán posible el sexo fuera del matrimonio.
A medida que las mujeres tengan menos niños, de
finirse primordialmente por la maternidad tendrá menos
y menos sentido y con esto puede resultar como si se
abriera una caja de Pandora. Parte del razonamiento pa
ra la exclusión de mujeres de tantos trabajos que requie
ren entrenamiento, desaparecerá cuando las mujeres sean
capaces de decidir cuando quieren tener hijos.
La tendencia a familias reducidas es tanto una con
sideración de la necesidad del salario de la mujer en la
familia, como una causa ulterior del incremento en el
número de mujeres trabajadoras. Las familias reducidas
posibilitan más a las mujeres el permanecer fuera de la
fuerza de trabajo en tanto los niños son pequeños, y re
tomarlo cuando ellos están ya en la escuela. Este es pre
cisamente el modelo que se está desarrollando.
Para los mismos jóvenes, los cambios en el tipo de
trabajo requerido tiene también efecto para la formación
de familias, en cuanto a los que se casan tengan o no
hijos si las esposas jóvenes trabajan. La prolongación de
la escolaridad ha reducido el porcentaje de los varones
jóvenes que trabajan. En 1953 el 51,7 % de varones de
14 a 19 años estaba en la fuerza de trabajo, en 1968 sólo
un 39,1 %.
En forma similar, sólo un 84,3 '% de varones de 20
a 24 años estaban en la fuerza de trabajo en 1968 en
comparación con el 92,9 '% de 1953.
Para los que abandonan la escuela, el cuadro es fre
cuentemente triste. En proporción los varones desocupa
dos de 14 a 19 años doblan el promedio de desocupación
de todos los varones. Y también es mucho más probable
que los varones de 20 a 24 años estén más desocupados
que los trabajadores mayores.
Para quienes están trabajando, hay una brecha que
56
va aumentando entre los salarios pagados a los trabaja
dores jóvenes y a los trabajadores mayores. Los traba
jadores jóvenes masculinos y femeninos, están más con
centrados en los sectores en los cuales el empleo declina
(especialmente donde la labor no especializada está sien
do suplantada por el incremento de la automatización),
y en los sectores de bajos salarios como el trabajo de ven
dedores al por menor y el de oficinista.
Esta situación es comparable con el auge de los na
cimientos producidos después de la Segunda Guerra
Mundial. La causa de esto fue el incremento de mujeres
casadas y no que ellas tuviesen un mayor número de
hijos. Una de las razones del incremento del número de
mujeres casadas se debió al hecho de ser despedidas de los
trabajos obtenidos durante la guerra en sectores normal
mente ocupados por los varones.
La economía estaba en un período de auge y expan
sión debido a la guerra y al desarrollo del imperialismo.
El bajo promedio de nacimientos durante la depresión
tuvo como resultado que hubiera en esos momentos poca
cantidad de trabajadores jóvenes. En la industria pesada
había abundante trabajo y por lo tanto el promedio de los
salarios de éstos estaba casi a la par de los mayores. La
demanda de mano de obra incrementaba la inmigración
en gran escala y atraía a mucha juventud rural hacia las
ciudades. Muchos de esos jóvenes estaban solos en la ciu
dad, desarraigados de sus comunidades y de sus familias,
y al faltar cierta cultura juvenil que actualmente provee
algunas alternativas al casamiento, existían razones natu
rales para que la juventud se casara y formara su propia
familia.
Por el contrario en el 70 se nota un período de des
empleo en aumento, de salarios congelados, coherción
para que la juventud permanezca en el colegio y el incre
57
mentó de las distancias entre los salarios de los trabaja
dores jóvenes y los mayores.
A dólar constante 1961, el promedio de las ganan
cias de los varones asalariados de 35 a 44 años era de
u$s 1.481 entre 1951 y 1961; mientras que para los de 20
a 24 años era de u$s 520 y para los de 14 a 19 de u$s 20.
Por lo tanto, no solamente la situación cultural sino tam
bién la situación económica hace de la familia estable
del 50 un modelo diferente de la del 70. Los jóvenes que
se casan, necesitan desesperadamente los ingresos de sus
esposas, el 58 % de las mujeres de 20 a 24 años trabajan
en 1968, esto representa un incremento del 10 % con
respecto a 1960.
En las familias donde el jefe era menor de 25 años
(si hay un varón en la familia es considerado el jefe, sea
o no el sostén de la misma), las mujeres contribuían en
1965 con un cuarto del total de los ingresos de ella. Como
los salarios pagados a las mujeres son bajos, esto indica
un alto número de esposas empleadas. Ha disminuido la
tendencia a los casamientos tempranos y la proporción
de los nacimientos ha alcanzado su mínima expresión.
Una mayor libertad sexual fuera del matrimonio, el
acceso al control de la natalidad, y la situación económi
ca, significarán probablemente que la tendencia a bajos
promedios de natalidad mantenido desde 1959 continuará.
59
zación y automatización, inversiones enormes en plantas
y equipo, etc.) .no tienen una necesidad absoluta de
controlar los salarios. El interés de estos sectores no es
sólo mantener los salarios bajos, sino prevenir la inter
vención >de los sindicatos, y de esa manera evitar huelgas,
etc., además en los sectores productores de bienes de las
industrias altamente monopolizadas, los salarios altos
son pagados por el consumidor mediante el aumento de
precios, de tal forma que no afectan las ganancias.
En contraste, el tipo de industrias en donde están
concentradas las mujeres tienden a ser intensivas en el
trabajo antes que intensivas en el capital, y los salarios
ocupan un porcentaje relativamente alto de los costos
totales. Las mujeres constituyen el 75 % del total de
trabajadores de indumentaria, el 65 % del total de tra
bajadores de fábricas de punto, y el 51 % en productos
de cuero (alrededor del 70 % de todas las mujeres tra
bajadoras están en textiles, indumentaria y en industrias
relacionadas; en alimentos y bebidas o en aparatos eléc
tricos y provisiones). El promedio de los jornales sema
nales y los salarios para la indumentaria y las industrias
relacionadas eran, para setiembre de 1969, u$s 78 en in
dumentaria y fábricas de punto, y u$s 81 en productos
de cuero, comparado con u$s 139 en la industria química,
y u$s 133 en la de productos metalúrgicos, donde las mu
jeres eran el 22 % y el 11 % del total de trabajadores,
respectivamente.
Estás son también las industrias de menor automa
tización. Los bajos salarios femeninos en estos sectores
(al igual que los bajos salarios de los trabajadores mas
culinos) no son simplemente la forma en que el capita
lista obtiene grandes ganancias por emplear mujeres pa
gándoles bajos salarios. Iguales salarios en este sector
no sólo significaría menos ganancia para el capitalista,
sino una transformación en la industria. (En los textiles
60
podría forzar la automatización, o podría significar que
la industria no sobreviviría a la competencia con la in
dustria textil del Tercer Mundo).
Aún más, en las industrias que emplean a muchas
mujeres en donde el salario promedio es alto (como los
prouctos eléctricos, donde las mujeres' son el 31 % del
total de trabajadores, y el promedio de los jornales y sa
larios son de u$s 132 por semana), generalmente las mu
jeres trabajan jornadas intensivas en el armado y em-
balaj, tipo de trabajo en el cual los bajos salarios son
importantes para mantener los costos bajos y las ganan
cias altas.
La mayoría de las mujeres no son empleadas en la
manufactura, sino en el sector de servicios. El empleo
de un gran número de mujeres en el sector de servicio
industrializado forma parte de una tendencia general a
acelerar al máximo el crecimiento del empleo en este
sector.
No sólo crece el sector de servicios, sino que los em
pleos dentro de éste están industrializándose cada vez más
y por lo tanto pueden ser organizados con más facilidad.
El crecimiento en este sector significa la creación de:
a) más empleos profesionales y técnicos o empleos para
la nueva clase trabajadora, los cuales están razonable
mente bien pagados, son potencialmente creativos y
que requieren un grado considerable de entrenamien
to y educación (maestros, técnicos, enfermeras, inge
nieros), algunos de los cuales son de carácter proleta
rio, y b) un sector entero de empleos, que requieren
muy poca preparación, que están mal pagados, que no
son creativos ni dan recompensa (aunque algunas veces
son potencialmente creativos) y en donde las condicio
nes de trabajo son pésimas —empleadas de negocios, tra
61
bajadoras de hospitales, camareras, empleadas de go
bierno, etc.—.
Un número creciente de esas tareas está en el
sector estatal. A causa de las necesidades económicas
del Estado y la creciente presión sobre las finanzas gu
bernamentales, hay una apreciable y permanente di
ferencia entre los salarios de los empleados públicos y
los privados, que genera la disconformidad y los inten
tos de agremiación entre los trabajadores del gobierno.
Un gran número de mujeres trabajan como empleadas
públicas y puede esperarse que sean afectadas por este
desarrollo.
Está claro que, cuando decimos que se utiliza a las
mujeres como un “ejército de reserva para el traba
jo” (como, por ejemplo, el pueblo negro en los EE. UU.
es usado también como un ejército de reserva de la
mano de obra), no nos estamos refiriendo a un grupo
de trabajadores que son periféricos a la economía, sino
a un grupo que ocupa un lugar central en el manteni
miento de tareas intensivas de manufactura y de los
sectores de servicio y del estado donde los bajos salarios
constituyen una prioridad.
Unas pocas comparaciones de jornales básicos in
dicarán claramente la importancia de las diferencias de
jornales sobre la base del sexo.
El término medio de ganancias para los trabajado
res durante todo el año 1961, DBS i1) (han sido exclui
das las categorías donde trabajan pocas o ninguna
mujer).
63
que podemos derrocar el sistema sólo con solicitar sa
larios y comenzar a trabajar por la unificación de las
trabajadoras, como estrategia para un movimiento de
masas. Nuestra potencialidad revolucionaria descansa en
el hecho de que la mayor parte de las mujeres están
oprimidas como mujeres y explotadas como trabajado
ras, y nuestra estrategia debe reflejar esta dualidad. Las
demandas de las mujeres sacuden tanto una institución
que es fundamental en el sistema —la familia— como a
sectores de la economía que no son capaces de satisfacer
ni siquiera demandas más tradicionales del movimiento
laboral. Debido a que los organizadores del pasado rehu
saron organizar a las mujeres como mujeres, se les ha con
siderado “inorganizables”, dando las razones de que no
tienen tiempo, trabajan en sectores difíciles de organizar y
a su constante entrar y salir de la fuerza de trabajo. Por
ejemplo, todas las razones estructurales que hacen a la
industria textil la más capaz de ser explotadora, también
la hacen muy difícil de organizar, pues los trabajadores
pueden ser reemplazados fácilmente, la baja inversión
en la planta y en el equipo significa que los patrones
pueden resistir durante largo tiempo en caso de huelgas,
(las plantas son pequeñas), etc. Similarmente, muchas
mujeres en el sector de servicios son difíciles de orga
nizar, en el sentido tradicional, porque trabajan en es
tablecimientos muy pequeños: camareras, empleadas de
comercio, etcétera. Un plan de acción para organizar
el lugar de trabajo por sí solo no puede solucionar es
tos problemas, pero cuando vayamos desarrollando un
análisis de la opresión de la mujer podemos convertir
estos factores en una base de organización y en una
parte integral de nuestra estrategia. He sostenido que la
importancia de la familia como unidad económica, la im
portancia del trabajo barato que proporcionan las mu
te
jeres significa que el sistema debe luchar por mantener
el sistema familiar. El colapso de la familia, además de
significar que las mujeres pedirán trabajos que no exis
ten, lucharan por la igualdad de oportunidades de tra
bajo, igual paga, guarderías, licencias por maternidad,
seguridad de trabajo, etc., en forma mucho más militante.
Actualmente una de cada diez familias tiene a una mujer
como su único sostén. Ni el Estado ni los sectores en
donde las mujeres trabajan podrían ser fácilmente capa
ces de satisfacer las necesidades de estas mujeres que
tienen que sostenerse ellas mismas y, por lo general, a
sus niños.
Sin embargo, mucha gente, especialmente en la clase
trabajadora, siguen considerando a la familia como el
único lugar en donde las necesidades básicas emociona
les de amor, apoyo, compañía, pueden ser satisfechas;
ya que no hay alternativas, según están hoy día las
cosas, la mayor parte de las mujeres no pueden y no
quieren permanecer solas. Si nuestro grito es “destruye
la familia” el movimiento femenino se concretizará al
pequeño sector de mujeres profesionales y jóvenes sin
familia. Las grandes masas no se relacionaran al Mo
vimiento porque no se apega a sus necesidades. En vez
de esto, lo que debemos hacer, es comenzar a organizar-
nos en torno a las solicitudes que proveen las condi
ciones previas para la autonomía de las mujeres: su in
dependencia económica. En realidad esta lucha elevará
las contradicciones en el sistema familiar.
Al mismo tiempo, no debemos ser presas del chau
vinismo y de la arrogancia de presumir que la clase tra
bajadora femenina es capaz de organizarse solamente en
torno a asuntos “económicos”, y que ellas no tienen
conciencia de su opresión como mujeres, o inquietudes
y anhelos de libertad e independencia.
65
Asuntos como el control de la natalidad satisfacen
necesidades directas de las mujeres y al mismo tiempo
nos permiten hablar de sexualidad reprimida y sus fun
ciones en la sociedad capitalista. Las guarderías atacan
la privatización del individuo dentro de la familia y
proveen una forma ejemplar del cuidado comunitario de
los niños y también otras formas comunales, al mismo
tiempo que satisfacen una necesidad directa de las mu
jeres. Los requerimientos materiales proporcionan la po
sibilidad de independencia económica. La evidente do
minación masculina en los sindicatos actuales nos
facilitan hablar de grupos de encuentros femeninos o
nuevos sindicatos para sustituir los que están controla
dos por líderes masculinos vendidos. Las leyes contra el
aborto, el trato opresivo de las mujeres en los hospita
les, y la carestía de los servicios médicos, nos permiten
hablar de medicina socializada, y solicitar que se insta
len clínicas controladas por la comunidad. Muchas mu
jeres trabajan no sólo por el dinero sino por escapar del
aislamiento de sus hogares, y porque quieren tener una
identidad basada en lo que hacen; de manera que cuando
toman el empleo y encuentran que el trabajo no es crea
tivo, la decepción es verdadera y amarga. Al organizar
los lugares de trabajo podemos responder a esta forma
ción de conciencia hablando de la potencialidad del tra
bajo creativo en una sociedad que no esté dirigida a la
obtención de ganancias, y solicitar el control de los
obreros.
Estos asuntos que hemos venido considerando desde
hace mucho tiempo, ahora pueden ser formulados como
solicitudes públicas por el movimiento femenino, y de
bemos pensar estratégicamente como deben ser expues
tos. Por ejemplo, muchos grupos de mujeres del movi
miento de liberación han organizado guarderías, que nos
han servido para teoría y práctica en la educación anti
66
autoritaria de los niños por lo que son muy importantes,
pero que sólo han resuelto las necesidades de unas pocas
mujeres. Debemos comenzar una campaña pública en
favor de las guarderías, pero es necesario pensar de una
manera concreta, como pueden nuestras solicitudes servir
mejor a las mujeres y la mejor forma de plantearlas para
ver su necesidad. ¿Qué significa, por ejemplo, solicitar
guarderías en el lugar de trabajo de las madres? Las
guarderías deberían ser responsabilidad de la sociedad,
y no de uno u otro de los padres, individualmente, (es
decir, si fueran gratis) y si la solicitud incluyera que la
gente en el lugar de trabajo controlara la guardería, esto
podría provocar nuevas demandas acerca del control
sobre el trabajo y el proceso del mismo. Por otra parte,
la guardería 'en el lugar de trabajo podría reforzar la
idea de que es la madre, y no ambos padres, quien tiene
la responsabilidad de cuidar a los niños, y significaría
que las madres tendrían que llevarse los niños al tra
bajo, y estar con los niños cuando están más cansadas
al salir del trabajo, sin tener un momento libre para
ellas mismas.
Estas cuestiones serán académicas hasta que el mo
vimiento de liberación femenina comience a considerar
seriamente el hecho de que es un producto de condicio
nes objetivas que está llevando a todas las mujeres hacia
una mayor conciencia de opresión, y se aboque seria
mente a organizar las masas femeninas. Lo que hay que
resaltar no es que deberíamos saber todas las respuestas
antes de comenzar, pero sólo analizando la situación
femenina como un todo, sólo si formulamos estrategias
basadas en las necesidades reales de las mujeres y en
las verdaderas contradicciones existentes, podemos es
perar construir un movimiento revolucionario femeni
no. Hagámoslo.
67
“La división ¡del trabajo. . . descama a su vez en la
división natural del trabajo en la familia y en la divi
sión de la sociedad en diversas familias contrapues
tas; se da al mismo tiem p o ... la distribución desi
g u a l... del trabajo y sus productos, es decir, la
propiedad... cuya forma inicial se contiene ya en
la familia, donde la m ujer y los hijos son los esclavos
del marido. La esclavitud latente en la familia, es la
primera forma de propiedad, que. .. corresponde per
fectamente a la definición de los modernos economis
tas según la \cual es el derecho a disponer de la fuer
za de trabajo de .otros."
C arlos M a rx - F ed erico E ngels:
“La Ideología Alemana”.
Sí
|:;
'1
ISABEL LARGUÍA
LA MUJER
CAPITULO I
71
b) Educación y cuidado de los hijos, enfermos y an
cianos.
c) Reproducción de la fuerza de trabajo consumi
da diariamente.
Cuando se superponen estos tres aspectos, se con
funde sistemáticamente la reproducción biológica, con la
reproducción privada de la fuerza del trabajo, tanto
la que gastan los hombres y las mujeres en el proceso
de la producción social, como la temprana formación de
la nueva generación de trabajadores.
Tales confusiones son la base de las nociones seudo-
científicas enarboladas en la sociedad moderna para
justificar la división del trabajo entre el hombre y la
mujer. El factor biológico no pudo determinar los cam
bios ocurridos en la familia desde la comunidad primiti
va hasta nuestros días —ya que permanece idéntico a
través de toda la existencia de la especie— ni explica
tampoco el rol de la mujer en el trabajo y consecuente
mente, su posición social. Por otra parte, la reproduc
ción afecta tanto al hombre como a la mujer, excepción
hecha del período de la lactancia (y en algunas socieda
des en los últimos meses de la gestación).
No es por “naturaleza” que la mujer realiza las
tareas domésticas. Los estudios etnológicos de los pue
blos preclasistas han dado al traste con la imagen cos
tumbrista del siglo XIX según la cual las mujeres desde
las etapas más tempranas se habrían dedicado espontá
neamente a hilar y a cocinar, mientras los hombres se
alejaban hacia cultivos remotos, entablando épicas ba
tallas contra la naturaleza indómita.
Por ejemplo, Scoresby y Routledge en W üh a Pre-
historiic People señalan que en el grupo estudiado los
hombres eran incapaces de levantar pesos mayores a las
sesenta libras, mientras las mujeres cargaban cien libras
74
o más. “Cuando un hombre dice —refieren los autores—
ésta es una tarea muy pesada para mí, corresponde que
venga una mujer a realizarla, sólo está constatando un
hecho real”.
En el ensayo Historia de la U.R.S.S., de Briusov y
otros, podemos leer: “En las metrópolis neolíticas del
Transbaikal, se han encontrado armas de caza —arcos
y flechas— tanto en las sepulturas de hombres como de
mujeres, lo que es característico del régimen ma
triarcal”.
Si preferimos prescindir de la etnología y de los
hallazgos arqueológicos, la prensa cotidiana trae amplia
información de la lucha de las mujeres vietnamitas, que
en la ofensiva del Tet, por ejemplo, tomaron las armas
en número de dos millones.
75
V'?
'.'i,
'•i:
i';' .
i;.::
í::;
i;.
* * Este ensayo se redactó inicialmente y se circuló
en los primeros meses de 1969 bajo el título “Por un
feminismo científico". Desde entonces ha aparecido
el trabajo de Margaret Benston, 'The political econo.
m y of women's liberation” (Monthly Review, sep
tiembre 1969) que requiere un breve comentario aquí
como el único intento serio que conocemos de ex
plorar las implicaciones económicas del trabajo del
ama de casa en el capitalismo. Aunque estamos en
general de acuerdo, insistimos que sin ir más allá de
los conceptos de la economía política clásica, en par
ticular a las nociones de fuerza de. trabajo y plus
valía tal como Marx los emplea, es imposible poner
al descubierto en papel de ama de casa en la sociedad
de clases, con todas sus implicaciones políticas.
CAPITULO II
79
La mujer, expulsada del universo económico, creador
del plusproducto, cumplió no obstante una función eco
nómica fundamental. La división del trabajo le asignó
la tarea de reponer la mayor parte de la fuerza de tra
bajo que mueve la economía, transformando materias
primas en valores de uso para su consumo directo. Pro
vee de este modo a la alimentación, al vestido, al man
tenimiento de la vivienda, así como a la educación de
los hijos.
Los economistas entienden corrientemente que para
reemplazar los medios de producción y vida (máquinas,
alimentos, vestidos, etc.), sometidos a continuo consu
mo, los hombres han de producir nuevos bienes materia
les. A este proceso de renovación constante de la pro
ducción le llaman reproducción, ia cual tendría lugar
sociedad en su conjunto. Pero lo que se omite es que
lo mismo dentro de cada empresa que en cuanto a la
esta reproducción económica simple se realiza a dos ni
veles distintos, correspondientes a la división del tra
bajo que hemos señalado. Uno de éstos es la forma más
primitiva de empresa: la casa. Si bien los hombres y las
mujeres obreros, reproducen fuerza de trabajo por me
dio de la creación de mercancías para el intercambio y
por lo tanto para su consumo indirecto, las amas de
casa reponen diariamente gran parte de la fuerza de tra
bajo ée toda la clase trabajadora. Sólo la existencia de
una enajenante ideología milenaria del sexo, impide
percibir con claridad la importancia económica de esta
forma de reposición directa y privada de la fuerza de
trabajo.
Muy burdamente podría señalarse que si el prole
tariado no contara con este tipo de trabajo femenino que
le proporciona alimentos, vestidos, etc., en un mundo
donde no existen los servicios necesarios para que esta
reposición sé colectivice, las horas de plustrabajo serían
significativamente menores.
Al evaluar la economía de un país y sus posibilida
des de desarrollo, es insuficiente comparar el plustra-
bajo socialmente aprovechable con la parte del trabajo
de los obreros cuyo valor se les paga para su sosteni
miento y el de su familia. El obrero y su familia no se
sostienen sólo con lo que compran con su salario, sino
que el ama de casa y demás familiares deben invertir
muchas horas en el trabajo doméstico y otras labores
de subsistencia. Para tener una idea del aporte de las
amas de casa, supongamos que dediquen sólo una hora
diaria al mantenimiento de cada uno de los seres huma
nes que hay sobre la tierra (cifra absolutamente conser
vadora) : llegaríamos a una cantidad muy superior a tres
mil millones de horas de trabajo invisible reaMzadas dia
riamente. En las condiciones actuales, sólo contando con
estas horas de trabajo invisible puede el proletariado
producir plusvalía en la economía social. Por lo tanto,
puede decirse que el trabajo femenino en el seno del
hogar, se expresa transitivamente en la creación de plus
valía, a través de la fuerza de trabajo asalariada.
Hay que pensar en términos del fondo total de tra
bajo, el conjunto de la fuerza de trabajo de todo tipo que
mantiene una economía y la desarrolla. Sólo se puede
conocer la magnitud relativa del excedente económico
creado cuando se le compara con el total de trabajo rea
lizado, tanto para el mercado como para el consumo di
recto.
Esta segunda proporción no suele tomarse en cuenta,
hecho que refleja la limitación de los economistas a las
categorías de la producción mercantil, que son las del
capitalismo.
Los capitalistas no tienen relación directa con el
81
trabajo de subsistencia aunque lo explotan indirecta
mente; la realización de una enorme masa de trabajo de
subsistencia —especialmente en los países no industria
lizados— sumado al bajo nivel de vida, les permite pagar
salarios ínfimos y extraer jugosas ganancias aún con una
productividad relativamente baja. La omisión de los
economistas refleja la discriminación de la mujer y la
confusión de reproducción biológica con reproducción
privada de la fuerza de trabajo.
La división del trabajo especializó a los hombres,
concentrando en sus manos la creación del plusproducto.
Por medio de esta especialización se vieron liberados de
una parte importante de la reposición de su propia fuer
za de trabajo, permitiéndoles dedicar todas sus fuerzas
a la producción social y a la actividad pública. Así el
trabajo del hombre cristalizó en objetos y mercancías eco
nómica y socialmente visibles. El trabajo femenino en el
seno de la familia no producía directamente un pluspro
ducto ni mercancía visible: se la marginó de la esfera
del intercambio, donde todos los valores giraban en
torno a lá acumulación de riquezas. El trabajo de la
mujer quedó oculto tras la fachada de la familia mono-
gámica, permaneciendo invisible hasta nuestros días. Pa
recía diluirse mágicamente en el aire, por cuanto no
arrojaba un producto económicamente visible como el
del hombre. Por lo tanto este tipo de trabajo, aun cuando
consume muchas horas de rudo desgaste, no ha sido
considerado como valor. La que lo ejerció fue marginada
por este hecho de la economía, de la sociedad y de la
historia.
El producto invisible del ama de casa es la fuerza de
trabajo. Es sólo en el capitalismo que la fuerza de tra
bajo adquiere categoría de mercancía al crearse la clase
obrera. El capitalismo vincula a la mujer más directa
82
mente a la economía monetaria, ya que produce en
cierto sentido para el mercado —el mercado laboral.
Pero no es ella la propietaria de la fuerza de trabajo
que produce, sino que ésta pertenece a su esposo e hijos
y son ellos quienes la venden. Por otra parte la concep
ción burguesa dominante no reconoce la naturaleza de
esta nueva mercancía, considerando que el capitalista
compra “trabajo” en lugar de fuerza de trabajo. De
modo que la labor del ama de casa continúa siendo tan
invisible como antes. La superposición conceptual de la
reproducción biológica y la reposición de la fuerza de
trabajo hace que esta última adquiera para la concien
cia social un tinte fisiológico por el que el trabajo do
méstico se considera como una característica sexual
secundaria en lugar de destacarse como categoría eco
nómica.
Así el ama de casa no vende su fuerza de trabajo
ni sus productos. Simplemente por medio del contrato
jurídico matrimonial, que confisca su fuerza de trabajo
invisible, acepta la obligación de cuidar de la familia,
de hacer las compras, procesar y servir, a cambio de su
manutención y de la adquisición de un status social de
terminado por la posición del marido. Será “proletaria”
en tanto el esposo pertenezca a la clase obrería, o “cam
pesina” si es pequeño agricultor. Al ser invisible su tra
bajo específico, su aporte al desarrollo de las fuerzas
productivas permanece en la clandestinidad. Hay en la
división del trabajo entre los sexos, en esta relación in
terna de la familia, la suficiente flexibilidad para adap
tarse a cualquier forma de la sociedad de clases, ya sea
feudal, capitalista u otra.
Puede sugerirse inclusive que en esta relación se de
finen con un status peculiar, de subclase, las amas de
casa de los sectores trabajadores (no se incluyen aquí a
83
las “señoras” de las clases ociosas). Las amas de casa no
tienen relaciones de intercambio entre ellas como pro
ductoras, ni con otra clase (al igual que los esclavos),,
sin llegar a agruparse por medio .del trabajo colectivo.
No forman parte del desfile público de señores, siervos,
esclavos, capitalistas y demás clases. No participan en las
relaciones públicas de propiedad mediante las cuales se
materializa y es apropiado el excedente de producción.
Su situación (realmente única aunque similar en algu
nos rasgos a la esclavitud patriarcal y en otros al .cam
pesinado de subsistencia) es la de aportar a ese proceso
de forma satelizada, a través de la reposición directa de
la fuerza laboral de los demás trabajadores.
84
“División del trabajo y propiedad privada son tér
minos idénticos: uno de ellos dice referido a la es-
ctavitud, lo mismo que el otro, referido al producto
de ésta.”
C arlos M a rx - F ed erico Engcls*.
“La Ideología Alemana”,
trabajo die subsistencia aunque lo -explotan indirecta
mente; la realización de una enorme masa de trabajo dé
subsistencia —especialmente en los países no industria
lizados— sumado al bajo nivel de vida, les permite pagar
salarios ínfimos y extraer jugosas ganancias aún con una
productividad relativamente baja. La omisión de los
economistas refleja la discriminación de la mujer y la
confusión de reproducción biológica con reproducción
privada de la fuerza de trabajo.
La división del trabajo especializó a los hombres,
concentrando en sus manos la creación del plusproducto.
Por medio de esta especialización se vieron liberados de
una parte importante de la reposición de su propia fuer
za de trabajo, permitiéndoles dedicar todas sus fuerzas
a la producción social y a la actividad pública. Así el
trabajo del hombre cristalizó en objetos y mercancías eco
nómica y socialmente visibles. El trabajo femenino en el
seno de la familia no producía directamente un pluspro
ducto ni mercancía visible: se la marginó de la esfera
del intercambio, donde todos los valores giraban en
torno a lá acumulación de riquezas. El trabajo de la
mujer quedó oculto tras la fachada de la familia mono-
gámica, permaneciendo invisible hasta nuestros días. Pa
recía diluirse mágicamente en el aire, por cuanto no
arrojaba un producto económicamente visible como el
del hombre. Por lo tanto este tipo de trabajo, aun cuando
consume muchas horas de rudo desgaste, no ha sido
considerado como valor. La que lo ejerció fue marginada
por este hecho de la economía, de la sociedad y de la
historia.
El producto invisible del ama de casa es la fuerza de
trabajo. Es sólo en el capitalismo que la fuerza de tra
bajo adquiere categoría de mercancía al crearse la clase
obrera. El capitalismo vincula a la mujer más directa
82
mente a la economía monetaria, ya que produce en
cierto sentido para el mercado —el mercado laboral.
Pero no es ella la propietaria de la fuerza de trabajo
que produce, sino que ésta pertenece a su esposo e hijos
y son ellos quienes la venden. Por otra parte la concep
ción burguesa dominante no reconoce la naturaleza de
esta nueva mercancía, considerando que el capitalista
compra “trabajo” en lugar de fuerza de trabajo. De
modo que la labor del ama de casa continúa siendo tan
invisible como antes. La superposición conceptual de la
reproducción biológica y la reposición de la fuerza de
trabajo hace que esta última adquiera para la concien
cia social un tinte fisiológico por el que el trabajo do
méstico se considera como una característica, sexm l
secundaria en lugar de destacarse como categoría eco
nómica.
Así el ama de casa no vende su fuerza de ..trabajo,
ni sus productos. Simplemente por medio del contrato
jurídico matrimonial, que confisca su fuerza de trabajo
invisible, acepta la obligación de cuidar de la familia,
de hacer las compras, procesar y servir, a cambio de su
manutención y de la adquisición de un status social de
terminado por la posición del marido. Será “proletaria”
en tanto el esposo pertenezca a la clase obrera, o “cam
pesina” si es pequeño agricultor. Al ser invisible su tra
bajo específico, su aporte al desarrollo de las fuerzas
productivas permanece en la clandestinidad. Hay en la
división del trabajo entre los sexos, en esta relación in
terna de la familia, 1a. suficiente flexibilidad para adap
tarse a cualquier forma de la sociedad de clases, ya sea
feudal, capitalista u otra.
Puede sugerirse inclusive que en esta relación se de
finen con un status peculiar, de subclase, las amas de
casa de los sectores trabajadores (no se incluyen aquí a
las “señoras” de las clases ociosas). Las amas de casa no
tienen relaciones de intercambio entre ellas como pro
ductoras, ni con otra clase (al igual que los esclavos),
sin llegar a agruparse por medio del trabajo colectivo.
No forman parte del desfile público de señores, siervos,
esclavos, capitalistas y demás clases. No participan en las
relaciones públicas de propiedad mediante las cuales se
materializa y es apropiado el excedente de producción.
Su situación (realmente única aunque similar en algu
nos rasgos a la esclavitud, patriarcal y en otros al cam
pesinado de subsistencia) es la de aportar a ese proceso
de forma satelizada,.a través de la reposición directa de
la fuerza laboral de los demás trabajadores.
“División del trabajo y propiedad privada son tér
minos idénticos: uno de ellos dice referido a la es
clavitud, lo mismo que el otro, referido al producto
de ésta”
Carlos Marx - F ed erico EJngels:
"Lo Ideología Alemana”,
M
TI
CAPITULO III
87
to y lo que debe caracterizarlas desde su más tierna
infancia”.
P. J. Moebius:
“Si las capacidades femeninas se desarrollasen en el
mismo grado que las del varón, sus órganos maternales
sufrirían y tendríamos un híbrido repulsivo e inútil”.
Juan XXIII:
“Dios y la Naturaleza dieron a la mujer diversas la
bores que perfeccionan y complementan la obra encarga
da a los hombres”.
A continuación, la ciencia burguesa produjo nume
rosas teorías destinadas a probar la inferioridad biológica
de la mujer. Del mismo modo en que la esclavitud, el im
perialismo y el fascismo dieron lugar a la elucubración
de innumerables teorías seudocientíficas tendientes a de
mostrar la inferioridad de los pueblos oprimidos y a justi
ficar su genocidio psicoanalistas, biólogos, médicos, soció
logos y antropólogos elaboraron un número impresionante
de teorías destinadas a .mantener a la mujer “en su
lugar”.
Las tipologías sexuales radicalmente opuestas que
conocemos hoy son el producto de la división del trabajo.
Si bien se asientan en diferencias biológicas obvias, sobre
las mismas se ha erigido, en el curso de la historia, una
vasta superestructura cultural por la cual se fomenta el
desarrollo en la mujer y en el hombre no sólo de tipos
físicos sino de rasgos de temperamento, carácter, inclina
ciones, gustos y talentos que se suponen biológicamente
inherentes a cada sexo. Se consideran como característi
cas sexuales secundarias: innamovibles, fatales y ahistó-
ricas.
Carlos Marx, glosando a Adam Smith, escribió: “Las
diferencias entre un portero y un filósofo son menores
que entre un galpo y un perro policía; la brecha entre
88
ellos existe por medio de la división del trabajo”. Y, “La
diferencia de talentos naturales entre distintos individuos
no es tanto la cama como el efecto de la división del tra
bajo”.
Si por un momento fuéramos capaces de liberarnos
de todos los prejuicios y de la experiencia personal dis
torsionada que ha configurado nuestra ideología del sexo,
advertiríamos que las tipologías contrapuestas que hoy
conocemos no se deben tanto a las diferencias biológicas
básicas como a la obra milenaria de la división del tra
bajo. A través de la historia de la sociedad de clases, la
tarea fundamental de la mujer fue la producción de la
fuerza de trabajo. En este largo proceso se desarrollaron
e implantaron las estructuras jurídicas y los rasgos cul
turales que mejor convenían a esta situación. La moral,
la legislación y la cultura, consolidan y apuntalan las ti
pologías opuestas: masculinas y femeninas.
Se hizo a la mujer responsable de la continuidad de
la especie, pasando por alto la coparticipación del hom
bre. Correlativamente surgió la creencia en la incapaci
dad de la mujer para realizar tareas “pesadas”, “peligro
sas” o “de responsabilidad”.
Mientras en la tipología femenina clásica la condona-
ta reproductora es determinante, en la masculina aparece
como principal el trabajo para el intercambio y la defensa
jurídica y militar de los bienes creados.
Los cánones de conducta cristalizados a través de
milenios predeterminan de manera absoluta la formación
educacional y el destino social del nuevo ser humano se
gún nazca varón o mujer. La formación de la niña, espe
cialmente en las sociedades subdesarrolladas y entre las
clases explotadas, la inhibe de realizar juegos y compe
tencias violentos, perjudicando su desarrollo físico y ca-
racteriológico. Toda curiosidad por la mecánica, por los
instrumentos de trabajo, le es prohibida.
Circunscripta a los estrechos límites del hogar, el pri
mer e inevitable regalo que recibe una niña es la tradi
cional y bobalicona muñeca (¿por qué no se le regala una
subametralladora o un juego de carpintero?) con su habi
tual ajuar de cacerolitas, sillitas, eseobitas, costureritos,
cepillitos y espejitos. Junto con estos tempranos objetos
de juego, recibe un largo decálogo de prohibiciones ten
diente a crearle temor a la investigación, al mundo exte
rior a la familia.
Se insiste igualmente en transformarla en un ele
mento decorativo, bonito, “femenino”, creando en ella des
de temprano la convicción de que ha nacido para agradar
por medio del sexo y no para actuar por medio del tra
bajo. Estos hechos condicionan todas sus fuerzas creati
vas hacia la reproducción de la especie y la reproducción
privada dé la fuerza de trabajo.
De niños, tanto el hombre como la mujer reciben, en
miniatura,, los instrumentos que utilizarán de grandes.
Su ejercicio permanente les conforma y condiciona en
uno u otro sentido, tanto física como psíquicamente. De
este modo la secreta división del trabajo queda asegura
da; el cimiento de la sociedad de clases inalterado, por el
reclutamiento temprano de fuerza de trabajo invisible.
La cultura de clases —la poesía, la novela, la música
popular, los medios de comunicación masivos, los hábitos
y costumbres— proseguirá la obra minuciosa y desvasta
dora del primer ámbito infantil. Prisionera de un patrón
antropológico asfixiante, la mujer verá desviar inevita
blemente sus mejores energías creadoras hacia una hiper
trofiada cultura del amor y la reproducción. Al llegar a
la edad adulta la mujer será objetivamente un ser atro
fiado, que se considera a sí misma como un suproducto
humano. La escala de valores de la que ha sido provista
y a la que se adhiere desesperadamente en un mundo que
es hostil a su desarrollo pleno, la convence de que su
90
promoción social sólo puede provenir del empleo de sus
características y rasgos sexuales. De la mujer clásica se
requiere la mansedumbre, la pasividad, la abnegación y
el terror patológico a la independencia. Nuestro mundo
occidental y cristiano sabe asfixiar con lazos de seda. No
hace falta achicarles los pies a nuestras niñas. Basta con
crearles inhibiciones monstruosas, basta con provocar la
muerte de la audacia, la energía y la curiosidad que con
duce a la investigación.
Se crean así las cadenas internas que definen a la
mujer como conservadora, como insegura, como cobarde
para iniciar una lucha franca por su plena liberación.
A.ún rechazando la mística tradicional femenina y el far
do de la cultura de clases, aun cuando asuma la lucha
revolucionaria, tenderá siempre a buscar la aprobación
de una autoridad masculina superior. Este cúmulo de
“virtudes” que le enajenan a la mujer su condición hu
mana y que se agrupan bajo el seudónimo social de femi
neidad, son las que mejor convienen a la reposición pri
vada de la fuerza de trabajo.
Del hombre joven se espera exactamente lo contra
rio. En el futuro trabajador visible se estimula al máximo
el desarrollo de la fuerza física, desarrollo éste que en la
mujer se reprime, de la inteligencia y de la audacia para
el combate, características éstas que se agrupan bajo el
desgastado slogan de “virilidad”.
Un lastimoso ejemplo del contraste provocado por la
división del trabajo, son las figuras públicas con las cua
les en el capitalismo se bombardea a los hombres y a las
mujeres para su emulación e identificación respectiva: el
Sr. Presidente y Marilyn Monroe. La existencia de una
moral dualista sanciona en las relaciones cotidianas la
opresión del hombre sobre la mujer. Esta moral requie
re: del hombre, la demostración de una agresividad se
xual que en algunas sociedades deviene obsesiva, y de la
91
mujer, la correspondiente provocación masoquista. La
ideología nacida de la oposición macho-hembra, encuen
tra su expresión costumbrista en la falsa galantería y en
los piropos callejeros, destinados a inculcarle a la mujer
la convicción de que no es más que el objeto de la apro
piación masculina.
Lo que la mujer corriente no alcanza a concientizar
es que esta apropiación no se ejerce sólo sobre su “belle
za”, sobre su “ser poético e ideal”, sino que esta apropia
ción tiene como fin último la confiscación de su fuerza
de trabajo invisible mediante el contrato matrimonial.
El romanticismo se constituyó en la más formidable
cortina de humo que pudo segregar la historia para ocul
tar la explotación de la fuerza de trabajo esclava. El
regordete Cupido que revoloteaba en torno de nuestras
abuelas, fue en realidad el más efectivo gendarme al ser
vicio de la propiedad privada.
92
liado, donde sustentaron en algunas zonas formas pa
triarcales.
La industrialización requiere un aumento del nivel
cultural de las clases explotadas.
La burguesía impulsó la enseñanza básica masiva, lo
que significó la intervención obligatoria del Estado en la
formación de la nueva generación de trabajadores, com
partiéndola con la familia. Se abrió una perspectiva para
la extensión de este proceso, el cual sólo puede realizarse
a. plenitud en el socialismo. Pero éste tampoco modificó
la división del trabajo entre los sexos.
El capitalismo cambió de manera importante el sta
tus jurídico de la mujer en el matrimonio, otorgándole
una personalidad —teórica al menos— que antes no po
seía. “Al transformar todas las cosas en mercancías —se
ñala Engels— la producción capitalista. .. reemplazó las
costumbres heredadas y los derechos históricos, por la
compraventa, por el libre contrato”. “Para contratar se
necesitan gentes que puedan disponer libremente de su
persona, de sus acciones y de sus bienes, y que gocen de
los mismos derechos. Crear estas personas “libres” e
“iguales”, fue una de las principales tareas de la pro
ducción capitalista”. Finalmente este principio se exten
dió al contrato matrimonial. “En el papel... quedaba
proclamado como un derecho del ser humano, el matri
monio por amor; y no sólo como derecho del hombre
(droit de l'homme) sino también y por excepción como
un derecho de la mujer (droit de la femme)”. No obstan
te, el ejercicio de este derecho, al igual que el de todos
los demás derechos liberales, quedó subordinado a las
realidades de la división del trabajo.
La Revolución Industrial requirió la incorporación
masiva de la mujer a la producción fabril. Se creó un
proletariado femenino, fuerza nueva en la historia que
tuvo un peso enorme en el desarrollo de la sociedad. A
93
través de ia enseñanza básica masiva se concedió por pri
mera vez a las niñas la oportunidad de invadir el mundo
exterior, compartiéndolo con los varones.
A pesar de las relativas modificaciones que este cam-
dlo imprimió a los tradicionales modelos sexuales, los
mismos siguen influyendo poderosamente en la selección
de las ocupaciones abiertas para la mujer.
Si las luchas de las f eministas de la clase media y la
relativa seguridad que les confería su posición social les
permitió imponerse como arquitectos, ingenieros, etc., no
se acepta en cambio la existencia de una obrera soldado
ra, tornera o albañil.
La división del trabajo que se produce entre hom
bres y mujeres en el seno del proletariado no es otra cosa
que el reflejo fiel de la división secreta del trabajo que
liberó al hombre para la actividad pública mientras re
cluía a la mayoría del sexo femenino dentro de los límites
asfixiantes de la reposición privada de la fuerza de tra
bajo.
No es por casualidad que las mujeres son llevadas a
incorporarse a la industria textil y sus derivados, a la
industria alimenticia y farmacéutica, y a los servicios
como maestras, enfermeras, secretarias, ascensoristas,
telefonistas y sirvientas. Estas actividades no son más
que la 'proyección en la esfera pública de las íáreos que
cumple la mujer en el seno de la familia.
Con excepción de los períodos de guerra, en los que
la necesidad obliga a la incorporación de la mujer a la
industria pesada, tiende a ser sistemáticamente margma-
éa de todas las ramas de mayor desarrollo de las fuerzas
productivas. En algunos países capitalistas, la burguesía
en el poder tiende a encubrir esta discriminación salvaje
con la pudorosa piel de cordero de la protección e higiene
del trabajo. Así se graba en la conciencia social proleta
94
f ria la idea de qué ia mujer sólo puede realizar tareas
auxiliares.
Los ideales de belleza de la clase dominante tienden
al mismo tiempo (difundidos a través de los mass media)
a erearle a la mujer temor al sano desarrollo de su fuer
za física.
Por medio de esta división del trabajo en el seno del
proletariado se contribuye a consolidar los viejos prejui
cios sobre los sexos en el terreno laboral. La existencia
de estos prejuicios persigue dos fines:
a) Justificar el pago de salarios más bajos que los
del hombre (generalmente un 45 %) a la mujer
trabajadora, para un puesto equivalente, y una
misma calificación.
Para ilustrar cómo la discriminación de la mujer se
relaciona con la discriminación racial en los EE. UU.,
pueden compararse las siguientes cifras del ingreso anual
medio en relación al de los hombres blancos:
Hombres blancos ................... 100 %
Hombres negros ..................... 63 %
Mujeres blancas ..................... 59 %
Mujeres negras ...................... 42 %
(Estadísticas del Departamento de Trabajo de los
Estados Unidos, 1965).
b) Justificar, al asignársele a la mujer en la produc
ción tareas calificadas de “livianas”, la obligación
de la obrera de continuar reponiendo fuerza de
trabajo en el hogar al retornar de la fábrica.
95
Ü
SEGUNDA JORNADA DE TRABAJO
96
1959, extraída de la obra La Mujer en la Sociedad. Su
Imagen en Diferentes Ambientes Sociales, de Chombart
de Lauwe y otros:
H O R A S T R A B A JA B A S S E M A N A L M E N T E PO R L A M U J E R
0 50 27 77 54
1 45 39 84 71
2 37 47 84 76
y más 34 50 84 78
97
esto? Interviene un factor psicológico muy marcado, el
impulso del ama de casa a ocuparse obsesivamente del
hogar, sóbreprotegiendo a los hijos, descargando sobre
ellos todas las fuerzas reprimidas por la división del tra
bajo, impulso que la lleva a prescindir de otras activida
des (culturales, recreativas y políticas). En las palabras
de Betty Friedan: “El amacasismo se expande hasta lle
nar todo el tiempo disponible”.
Es un hecho también que la mujer trabajadora dis
pone de un salario que le permite socializar parte de la
segunda jornada, costeando lavanderías, comedores, ni
ñeras y otros servicios.
Las fuerzas políticas conservadoras de Francia y de
otros países altamente inustrializados, al admitir que la
mujer trabaja más de 84 horas semanales, proponen co
mo solución la reaccionaria medida del trabajo a medio
tiempo.
La aplicación de esta medida tiende a defender la
tradicional división del trabajo, impidiendo la colectivi
zación de la segunda jomada y el crecimiento del salario
social.
Dado que la reposición de la fuerza de trabajo sigue
siendo considerada como una característica sexual se
cundaria, en lugar de diferenciarse como una función
específicamente económica, el hombre considera degra
dante participar de la misma. El obrero agitador y acti
vista en su centro de trabajo, no advierte que el patrón
le arranca a su mujer, por su intermedio (en esto cumple
funciones de capataz delegado) parte de la plusvalía que
capitaliza.
98
EL AUTORITARISMO MASCULINO
99
tectores, paternos, apelará a la higiene del trabajo y a la
integridad de la familia para “cuidarme”.
“Cuando sea vencido por el razonamiento, se reple
gará (siempre momentáneamente) adoptando un aireci-
11o de docta ironía autosuficiente.
“Lo conozco bien, sé cuál es su ideología y su razón
de ser. Como el eunuco que guardaba las llaves del serra
llo, está situado en la conciencia social para garantizar
una mano de obra semiesclava, para la reposición priva
da de la fuerza de trabajo. Está ahí, al servicio de las
clases dominantes para confundir al pueblo, para impe
dirnos tomar plena conciencia de nuestra capacidad crea
dora, que si fuera masivamente volcada en la producción
social provocaría un fabuloso salto adelante. Está ahí
porque si todas mis hermanas comprendieran hasta qué
punto son deformadas, hasta qué punto son explotadas,
los cimientos de la sociedad de clases podrían resquebra
jarse antes de tiempo”.
LA MUJER PRISIONERA DE LA
SOCIEDAD DE CONSUMO
100
donde el liberalismo sigue desarrollándose activamente.
Cuenta además, con una reserva ideológica inmensa en la
completa e inconsciente aceptación popular de las tipo
logías sexuales opuestas. Los primeros decenios de nues
tro siglo vieron desarrollar una poderosa cultura del sexo
que tuvo su máximo ideólogo en Sigmund Freud. Las
vanguardias artísticas, y posteriormente los medios de
comunicación masivos incorporaron a la conciencia so
cial de los países altamente desarrollados nociones como
“represión sexual” y su contrapartida la “desinhibición”.
La teoría de que la cultura es el producto de la subli
mación del instinto sexual recibió una escandalizada,
pero no por ello menos cálida acogida entre los ideólogos
de las clases dominantes, que no tardaron en in 9orporarla
al sistema de pensamiento burgués. La teoría de que el
sexo se hallaba en la base de toda cultura, así como la
terapéutica por medio de la desinhibición, formulada por
algunos psicoanalistas, fueron rápidamente comercializa
das por la cultura de clases y los medios de comunicación
masivos. El puritanismo sexual que originalmente carac
terizaba a la moral burguesa fue sustituido por un lla
mamiento embozado a la “desinhibición de los instintos”
a la “herejía” contra las normas instauradas.
El sexo, utilizado hábilmente a través de la publici
dad, el cine, la televisión y la prensa, impregnó la con
ciencia social de los países altamente desarrollados. Cons
tituye el último refugio en el que aún tienen vida los
mitos de la iniciativa y la soberanía individuales, que pa
radójicamente habían nacido de himeneo puritano. La
nueva libertad de la mujer cumplió una función ideoló
gica como válvula de escape para el neocapitalismo.
El desarrollo del neocapitalismo ha impulsado esta
enajenación también por necesidad económica. El pro
blema característico de la economía capitalista actual no
es ya el de crear las condiciones necesarias para la pro-
101
ducovón de mercancías sino las condiciones nécesarías
para la venta de las mismas, cuya circulación amenaza
constantemente con estancarse, impidiendo la realización
de la ganancia.
La solución neocapitalista es la llamada sociedad de
consumo, en la que la publicidad se convierte en el motor
de la continuada expansión económica y la industria li
gera, dirigida al consumo final, en su sector más dinámi
co. La demanda ya no “existe” sino que se “hace”. La
demanda pasa a ser el producto último de la radio, la te
levisión y las publicaciones masivas que impulsan a la
creación continua de nuevas necesidades garantizando un
estado de permanente insatisfacción de las apetencias
materiales.
La carrera del prestigio es una de las características
de esta sociedadd. El prestigio se asocia a la compra y al
disfrute de los bienes de consumo, estableciendo pautas
sociales cada vez más distanciadas de la vida de las clases
explotadas y del Tercer Mundo. La competencia entre fa
milias e individuos se incentiva al máximo para garanti
zar las ventas del neocapitalismo.
A la vez que las relaciones mercantiles penetran en
todos los rincones de la vida social, los hombres y muje
res se ven cada vez más sujetos al mundo de las cosas,
es decir, a sus propios productos.
La nueva función económica de la mujer en la so
ciedad de consumo enfatiza sus responsabilidades como
propietaria de su sexo y copartícipe del prestigio de la
familia. Tiene de manera creciente la función de com
pradora. A ella se dirige gran parte de la publicidad,
“dignificándola” en función del hombre, estimulándola
para la compra de mercancías que crean una mística es
fera de atracción y usufructo masculino. De modo que
continúa subordinada al hombre al igual que antes, sólo
que de una manera más sutil, menos bárbara.
102
El romanticismo enfatizó los derechos de la mujer
sobre su sexo (extendiendo una cortina de humo más
densa aún que en el pasado sobre la confiscación dé su
fuerza de trabajo) en el contexto de su entrega volunta
ria en el matrimonio, ya no como propiedad, pero sí en
usufructo permanente. Se le reconoció a la mujer el de
recho de disponer de sí misma, haciéndola propietaria
de su sexo. Pero como toda propiedad en el capitalismo,
tiene carácter mercantil e implica la búsqueda permanen
te de un comprador: la mujer para establecer el contrato
matrimonial (para venderse) debe hacerse foco perma
nente de atracción sexual. Mientras la fuerza de trabajo
deí hombre es la mercancía que vende y con la cual com
pite, el valor socialmente reconocido de la mujer es su
sexo y todos los rasgos de la mística que encubre al
mismo. La competencia en el sexo es a la mujer, lo que
la competencia en el trabajo es al hombre. Si el hombre
se promueve socialmente alcanzando determinado status
en la estructura de clases por medio del trabajo, la mujer
lo hace por medio del sutil empleo del sexo. Aun cuando
la mujer se incorpore al mercado laboral, utilizará las
viejas armas del “encanto”, la “belleza”, la “femineidad”,
para promoverse económica y socialmente.
Uno de los productos de la competencia sexual (y
uno de sus barómetros) es una moda fluctuante de acep
tación masiva. La moda no es más que una expresión
normativa del mercado sexual, análoga a la bolsa de va
lores en la economía. Los cambios cada día más acelera
dos de la misma, la standardización y la producción en
serie, permiten la expansión creciente de la industria
ligera.
Los cánones básicos de belleza que rigen en el mer
cado sexual están muy lejos de ser expresiones de una
cultura popular espontánea. Tienen un marcado carác
ter de clase y no sólo la función de aumentar el ritmo
103
de producción en la industria liviana, sino fundamental
mente la de infiltrar en la conciencia de las clases ex
plotadas los valores estéticos y morales de la clase domi
nante. La mujer ideal propuesta por los medios de
comunicación masivos, por la literatura y las canciones
comerciales de la sociedad burguesa, pertenece inconfun
diblemente a las clases dominantes: esbelta, de cutis
aterciopelado y miembros finos, carentes de toda defini
ción muscular. La oposición entre las tipologías femenina
y masculina provocada por la división original del tra
bajo es exagerada hasta extremos risibles. Un exceso de
desarrollo físico causado por las tareas productivas o el
deporte, la presencia saludable de musculatura en los
brazos, manos anchas y fuertes de trabajadora, o una
frente contraida por el estudio, son sistemáticamente ex
cluidas de la cultura de clase, y por lo tanto, desaconse
jadas para la mujer que se prepara desde su más tierna
infancia para la competencia sexual.
No sólo la necesidad de evitar el estancamiento de la
circulación de mercancías sino fundamentalmente la ne
cesidad de crear una “tierra de nadie” donde puedan so
brevivir los ideales del individualismo y del libre cam
bio, que consituyen la base originaria de la concepción
del mundo del burgués, conducen a la creación de una
desaforada cultura del sexo que se convierte en el as
pecto obsesivo de la ideología popular neocapitalista. La
publicidad tiende a hipertrofiar las características y las
funciones sexuales hasta un grado de exasperación. En
esta vertiginosa carrera del sexo y de la ganancia las mu
jeres se convierten en atractivas mercancías-objetos para
el consumo de una población masculina ávida de nuevas
experiencias. Aun cuando la mujer intente “liberarse”,
resulta muy difícil escapar de las reglas del juego ideo
lógico. Al tomar conciencia de que es objeto (es decir,
que su esencia humana le ha sido enajenada por un poder
104
dominante e incontrolable) tiende a revertir esta condi
ción sobre los hombres. La mujer “emancipada” comien
za a considerarlos a ellos, a su vez, como instrumentos
de placer y de juego. Se entabla una trágica guerra en la
cual los sexos se conquistan el uno al otro, escapando así
de la tremenda presión de la sociedad monopolista. La
mujer moderna no le encuentra una explicación racional
a su situación histórica. Incapaz de comprender que su
opresión proviene de la división del trabajo, tomará ac
titudes revanchistas contra el sexo masculino.
La cultura de la sociedad le inculcó a la mujer que
su condición humana se realizaba dentro de los estrechos
límites del sexo; no comprende aún que el desarrollo de
sus verdaderas capacidades puede provenir sólo del tra
bajo. Verá por lo tanto las razones de la opresión que
sufre en las relaciones de reproducción biológica, en
lugar de verla en las relaciones de producción social.
Tenderá a rebelarse espontáneamente contra los patro
nes tradicionales de conducta sexual. Trocará al marido
tradicional por mil relaciones amorosas transitorias. De
objeto, intentará devenir sujeto sexual, usurpando acti
tudes autoritarias, viviendo una imaginaria independen
cia que es incapaz de restituirle su condición humana.
Su preocupación permanente por el hombre será siempre
la misma. Girará en torno a todo el sexo masculino, del
mismo modo que sus abuelas giraban en torno a un
hombre único. Preocupada exclusivamente por estable
cer su dominio revanchista en el interior de la relación
amorosa, postergará su integración a las luchas que tien
den a destruir el sistema que la aprisiona.
Cansada al fin de los altos y bajos de esta guerrita
crónica, caerá prisionera del hogar individual, donde pro
cederá mansamente a reponer la fuerza de trabajo del
conquistador definitivo.
La sociedad de consumo saca pingües provechos de
esta nueva etapa de su vida; glorificando el papel del
ama de casa, a través de los medios de comunicación ma
sivos, la incentivará para la compra de televisores, re
frigeradores, batidoras y otros adminículos.
En los últimos años la publicidad ha impulsado la
convergencia de dos ideales: la mujer bella, a la moda
(Señora... sea hermosa... Retenga a su marido!!!) y la
buena ama de casa firmemente anclada en la cocina. Esta
mujer sufre de una contradicción que sólo puede resol
verse por la compra de aparatos de uso doméstico, pues
debe proveer a un alto nivel de consumo en el hogar, sin
adquirir jamás la apariencia de una trabajadora. La obli
gación de trabajar y a la vez de parecerse a Jacqueline
Kennedy, el conflicto entre la esclava y la señora, se re
suelve en beneficio de la industria ligera. La mujer pro
letaria no puede adquirir los objetos de consumo ofreci
dos por la industria ligera, no es menos prisionera de los
medios de comunicación masivos que la mujer de clase
media. EriTla sociedad de consumo no existe ningún tipo
de trinchera ni refugio que proteja a los seres humanos
del persistente bombardeo ideológico. Si bien su carácter
proletario frenará su total desarrollo, no podrá escapar
sin daño a la enorme presión publicitaria.
El neocapitalismo, que encadena a la mujer a su con
dición de objeto sexual, le ofrece válvulas de escape que
encauzan su potencial rebeldía (mientras la supremacía
masculina adopta formas menos brutales, más sutiles),
le imprime rasgos ideológicos bien definidos que arras
trará consigo aun cuando pase a militar activamente por
los derechos femeninos y el socialismo.
Los movimientos de izquierda del mundo occidental
han pasado por alto el estudio de estos rasgos ideológicos
específicos. Su análisis es, sin embargo, muy necesario
por cuanto su sobrevivencia en el socialismo puede frenar
grandemente el desarrollo de una conciencia proletaria.
Estos rasgos ideológicos sectoriales se manifies
tan en:
a) El liberalismo sexual
Como vimos anteriormente, sirvió de último reducto
para la sobrevivencia de los valores característicos del
liberalismo. Este rasgo es una proyección ideológica mo
derna de la división social del trabajo entre esfera do
méstica y esfera pública. Sostiene así el derecho a la
existencia de una moral privada como opuesta a la for
mación de una moral colectiva. Preconiza la destrucción
de la familia, sin tener en cuenta que ésta sigue siendo
“la célula económica de la sociedad” y que por lo tanto
su eventual superación no podrá tener lugar antes de la
desaparición de la sociedad de clases.
En la vida política plantea como principal “la libera
ción sexual de la mujer”, desenfatizando la lucha de
clases. Se manifiesta con extremada fuerza en una parte
de los movimientos feministas y de la nueva izquierda,
inspirándose en ideólogos como Wilhelm Reich que si
túan la problemática humana en las formas autoritarias
de relación sexual y no en la opresión de clases que les
da origen.
El liberalismo sexual como ideología femenina suele
surgir entre estudiantes, profesionales y mujeres de la.
clase media. Es menos frecuente en la clase obrera y cam
pesina. Cuando sobrevive en el socialismo es vector del
individualismo pequeñoburgués y pariente pobre del neo-
colonialismo cultural.
b) El economismo femenino
En la sociedad de consumo se tiende a conformar la.
mujer para comprar y no para producir. La mujer, fun
damentalmente las amas de casa, realiza la compra del
75 % de los bienes de consumo. Este fenómeno obliga a
la elaboración de toda una política, de una, ideología de;
107
la venta, inseparable de los valores de la clase dominante.
Como señalamos anteriormente, los fundamentos de esta
política publicitaria tienden a enfatizar la división del
trabajo original, los roles sexuales emergidos de la misma,
y se basan en la hipertrófica valoración de la belleza, de
la función maternal del ama de casa, de la competencia
entre familias por alcanzar un status social aceptado. La
existencia social del ama de casa, dtélada en su táller
doméstico productor de fuerza de trabajo, la determina
como fundamentalmente individualista.
Tomando como ejemplo a los Estados Unidos, la pu
blicidad en 1890 insumía anualmente 360 millones de
dólares y en 1966 había aumentado hasta la cifra de
16.500 millones.
La competencia entre amas de casa tiene sus símbo
los concretos. Para alcanzar el status social aconsejado
como meta anual por los medios de comunicación masiva,
es necesario adquirir determinados objetos, mercancías.
El fetichismo del objeto de consumo se transforma en
una religión cuyo culto permite acortar el ciclo de circu
lación de la mercancía. La multiplicación de los ciclos de
circulación depende estrechamente de la creación de una
conciencia social específica de los sectores femeninos,
por la que se obligan a consumir objetos totalmente inne
cesarios para la continuidad de la especie y cuya variada
gama se extiende desde las pestañas postizas, las medias
de seda, y los efectos eléctricos (que no resuelven la se
gunda jornada de trabajo) hasta bienes ideológico-cultu-
rales como revistas femeninas y filmes que tienen por
objeto el reencadenarla a la formidable mitología del
sexo.
Cuando esta forma ideológica, el economismo feme
nino, sobrevive a las luchas de liberación nacional puede
transformarse en un enemigo invisible de la conciencia
proletaria. En el terreno económico, presionará constan
108
temente sobre la planificación socialista, requiriendo la
hipertrofia de la industria ligera, sometiéndola al ca
pricho colectivo, obligándola a producir medias de seda
en verano, pestañas postizas incompatibles con el trabajo
productivo, cosméticos y pomadas dignos de la corte de
Luis XV, modas y literatura que emulan malamente con
la sociedad de consumo. Presionará igualmente en el sen
tido de perpetuar al hogar individual como célula econó
mica de la sociedad.
Si para el neocapitalismo la creación de una concien
cia social femenina es una condición de sobrevivencia, en
el socialismo su radical extinción es una necesidad ina
plazable para el desarrollo de la economía y de la ideo
logía proletaria.
109
“Si las mujeres creen que su situación dentro de
ca sociedad es una situación óptim a... si las mujeres
creen que la misión revolucionaria, su junción rev&
lucionaria dentro de. la sociedad se ha cumplido, esta
rían cometiendo un grave error. A nosotros nos pa
rece que las mujeres tienen que reforzarse mucho
para llegar a alcanzar el lugar que realmente les
corresponde ocupar dentro de la sociedad.”
Com andante F id e l Castro L u z
D iciem b re 1966,
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CAPITULO IV
113
obtenidas en el proceso capitalista. Por primera vez en
la historia la mujer obtiene la completa igualdad jurídica.
Se suprime la discriminación salarial. Se suprime la dis
criminación en la educación. Se suprime la prostitución
y la dualidad moral entre los sexos. Se facilita el control
de la natalidad. Se lucha incesantemente por multiplicar
los servicios sociales e incorporar la mujer a la produc
ción. Tomando como ejemplos a la URSS y los Estados
Unidos, en este país las mujeres son sólo el 7 % de los
médicos, el 1 ,% de los ingenieros y el 3 % de los aboga
dos, mientras en la Unión Soviética las mujeres constitu
yen respectivamente el 79 t%, el 32 %, y el 37 % de estas
mismas profesiones.
La mujer comienza a ser considerada como un ser
humano por primera vez en la historia. Es a partir de
este momento que masivamente, y no ya en grupos ais
lados, las mujeres emprenden el largo camino que las
conduce a su liberación total. Engels previo que tales
circunstancias darían lugar a una intensa toma de con
ciencia del antagonismo de sexos existente en la sociedad
de clases. Se desencadena en el período de transición una
violenta lucha ideológica en el seno de las masas de los
países subdesarrollados, donde la supremacía masculina
ha sido más brutal y donde, salvo en excepciones como
la de Viet Nam, no ha existido una integración masiva
de la mujer al movimiento de liberación, a la lucha ar
mada, y a la dirección política de la misma.
La familia se hace campo de fuertes tensiones.
El fundamento de este conflicto y el camino de su
solución fueron señalados por Engels en 1884: “Camina
mos en estos momentos hacia una revolución social en
que las bases económicas actuales de la monogamia desa
parecerán tan seguramente como los de la prostitución,
complemento de aquélla... se modificará mucho la po
sición de los hombres pero también sufrirá cambios pro
114
fundos ía de la mujer, ta de todas ellas. En cuanto ios
medios de producción pasen a ser propiedad común, la
familia individual dejará de ser la unidad económica de
la sociedad. La economía doméstica se convertirá en asun
to social, el cuidado de los hijos también.”
Las futuras generaciones, continúa diciendo, que no
han conocido el temor y las obligaciones económicas que
siempre han caracterizado la vida familiar, decidirán
independientemente de nuestros criterios y de los que po
demos anticipar, la forma de normalizar las relaciones
entre los sexos.
La práctica socialista demuestra en nuestros días que
el matrimonio igualitario recién se hace posible a la toma
del poder por el proletariado. Continuará siendo una nece
sidad social intensa mientras no desaparezcan el indivi
dualismo competitivo heredado de formaciones históricas
anteriores. Su consecución efectiva es uno de los más
bellos ideales del hombre y la mujer socialistas que luchan
juntos por el comunismo.
Lenin en 1919 confirmó él análisis de Engels, seña
lando que. las primeras conquistas del socialismo dejan al
descubierto la verdadera naturaleza de la explotación eco
nómica de la mujer:
“No hemos dejado, en el verdadero sentido de la
palabra, piedra sobre piedra de las vergonzosas leyes que
establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que po
nían obstáculos al divorcio, de los odiosos requisitos que
existía para él, de la ilegitimidad de los hijos naturales,
de la investigación de la paternidad, etc. En todos los
países civilizados subsisten vestigios de estas leyes, para
vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Tenemos
mil veces razón para estar orgullosos de lo que hemos
realizado en este sentido. Pero cuanto más nos deshace
mos del fárrago de viejas leyes e instituciones burgue
sas, tanto más claro vamos viendo que sólo se ha deses
115
combrado el terreno para la construcción, pero no se ha
comenzado la construcción misma.
“La mujer continúa siendo esclava del hogar, a pesar
de todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, opri
mida, embrutecida, humillada por los pequeños quehace
res domésticos, que la convierten en cocinera y en ni
ñera, que malgastan su actividad en un trabajo absurda
mente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor
y fastidioso.
“La verdadera emancipación de la mujer y el verda
dero comunismo no comenzarán sino en el país y en el
momento en que empiece la lucha de masa (dirigida por
el proletariado dueño del Poder del Estado) contra esa
pequeña economía doméstica, cuando empiece su trans
formación en masa, en una gran economía socialista.”
(Del artículo Una gran iniciativa, julio de 1919).
Infortunadamente, la teoría revolucionaria sobre la
mujer y su situación en la estructura de la familia tuvo
escaso desarrollo ulterior. La insistencia de Engels y de
Lenin sobre el papel de la familia en la sociedad de
clases fue poco atendida. Esta inercia teórica permitió
que resurgieran en los movimientos de izquierda, por una
parte, una concepción romántica de la familia tradicional
como elemento positivo en la construcción del socialismo
y, por otra, su negación total, y una pretendida teoría de
la abolición de la familia. Estas conclusiones conservado
ras y utópicas provienen de la falta de análisis de la ac
tividad que tiene lugar tras la fachada de la familia mo-
nogámica, a saber:
a) Reproducción biológica.
b) Educación y cuidado de los niños, enfermos y
ancianos.
c) Reposición de la fuerza de trabajo consumida dia
riamente.
116
Actualmente se olvida que la familia individual,
mientras no se colectivicen sus funciones económicas,
continúa siendo “la unidad económica de la sociedad” y
que como tal no es más que un miserable tallercito pri
vado para la produdcción lde fuerza de trabajo. Esta uni
dad económica privada entra en conflicto con la economía
social transformada por la Revolución, en la que no rigen
ya la propiedad privada y las relaciones mercantiles.
Esta contradicción no sólo es económica sino también
ideológica.
No es la relación solidaria de la pareja humana con
sus positivos aspectos psicológicos, lo que entra en con
tradicción con la construcción de una sociedad sin clases,
sino su aspecto de economía privada, de tallercito mise
rable a través del que se confisca la fuerza de trabajo
femenina.
Puede decirse que esta contradicción en las relacio
nes de producción es uno ded los rasgos característicos
del período de transición.
Las raíces de la opresión ejercida sobre la mujer
pueden encontrarse en:
a) La necesidad originaria de reponer privadamente
la fuerza de trabajo.
b) La división del trabajo entre los sexos, que obli
ga a la mujer a responsabilizarse con el trabajo
invisible.
c) El 'desarrollo consecuente de toda una ideolo-
logía clandestina del sexo que deforma nuestra
concepción de lo que debiera ser la vida de los
hombres y mujeres, en una sociedad sin explo
tación.
La falta de análisis profundo de estos factores ha
conducido a dejar algunas cosas sin hacer, y por otra
parte, a intentar la aplicación de algunas medidas utó
117
picas, con sus consecuentes fracasos parciales, en la ar
dua lucha contra las secuelas del pasado.
En los países subdesarrollados los recursos econó
micos no alcanzan para socializar todo el trabajo domés
tico en gran escala. Pero esto no impide la creación de
una moral por la que el hombre lo comparta, facilitando
que su compañera se integre a la producción social. Exis
ten además, infinidad de posibles soluciones parciales
basadas en la cooperación entre vecinos, que no requie
ren grandes inversiones estatales. Pero la aplicación de
estas soluciones requiere un cambio radical en el sentido
común de la gente, que ha sido profundamente impreg
nado por el individualismo y la supremacía masculina.
Uno de los problemas fundamentales que confronta
la liberación de la mujer en esta época es la resistencia
que ofrecen no sólo los hombres, sino las mujeres mismas,
a los cambios revolucionarios en su situación. Todavía en
cadenadas a una cultura formada a través de milenios de
discriminación, se aferran inconscientemente a los “va
lores femeninos tradicionales”, o sea, a la ideología clan
destina del sexo.
En estas condiciones, de no mediar la vigorosa acción
del Partido, la primera toma de conciencia de la mujer
derivará hacia formas parciales de liberación que por su
estrechez presentan el peligro de cristalización y rever
sión hacia una ideología sectorial de contenido reac
cionario.
La sobrevaloración de la libertad sexual como único
objetivo de la rebeldía femenina surge del mismo pro
ceso de crecimiento de la sociedad de consumo y arrastra
consigo fuertes tensiones individualistas. En la práctica,
distrae la atención de la mujer de problemas tan funda
mentales como la lucha por colectivizar la segunda jor
nada de trabajo, por suprimir la división del trabajo por
sexos, por lograr el ingreso pleno de la mujer a las es
tructuras del poder proletario y el ejército.
Aparece con frecuencia entre intelectuales y estu
diantes que alcanzan una posición de prestigio relativo y
no enfrentan problemas domésticos. Aparece con gran
fuerza en los medios culturales en los que aún subsisten
algunos rasgos individualistas. Preconizando una moral
privada, se opone a la necesaria homogeneización de los
valores sociales que debe tener lugar bajo el signo de la
moral proletaria. Paradójicamente las mujeres que pre
sentan este rasgo ideológico, al tiempo que reivindican los
derechos de la mujer, en la práctica alimentan los restos
de poligamia heredados de formaciones históricas an
teriores.
El economismo femenino destaca la importancia de
la función de compradora del ama de casa y la sobrepro-
tección maternal. Como proceso inicial en la lucha contra
el atraso colonial, como reivindicación de la importancia
económica del trabajo doméstico, como respuesta a la
discriminación más brutal, suele presentar rasgos positi
vos al igual que el liberalismo sexual. Pero no hay que
olvidar que ambas corrientes ideológicas fueron desenca
denadas por el neocolonialismo en su empeño por des
pertar necesidades artificiales.
El resurgimiento del economismo femenino en el so
cialismo tiende a reforzar la tradicional división del tra
bajo por sexos, a perpetuar el hogar como célula econó
mica de la sociedad, y presenta fuertes analogías con el
artesanado privado por su influencia individualizante en
la conciencia social. El economismo femenino sigue afe
rrado a los símbolos de status tradicionales, presionando
formidablemente sobre la industria ligera para la pro
ducción de objetos innecesarios. Alimenta en períodos de
escasez al mercado negro y constituye una magnífica vía
de infiltración de los valores imperialistas en la concien-
119
cía social al absorber con avidez todos los ecos de la moda
y de las formas de vida de la clase media emitidas a
través del cine, publicaciones, literatura y otros sectores
de la sociedad de consumo. Santifica el eterno femenino
(belleza, cánones de conducta) como un concepto que se
encuentra juera de las clases sociales en lugar de señalar
que es precisamente el prpducto de la división del tra
bajo y de los intereses de clase. Crea así un limbo into
cable, una especie de santuario cuya profanación traería
a la humanidad males inacabables, y en el que precisa
mente sobreviven, pululan y se multiplican los gérmenes
de la propiedad privada y del individualismo compe
titivo.
Cuando el economismo femenino se reinstaura, a
pesar del avance de la cultura proletaria, la mujer apro
vecha el aumento del poder de compra y los servicios re
cientemente creados, no para transformarse revoluciona
riamente trabajando a plenitud y militando políticamente,
sino para obtener un status social similar al de un ama
de casa de la sociedad de consumo. Tiende a usufructuar
los servicios para beneficio individual, reiniciando la ca-
rrerita del consumo.
La sobreprotección maternal, otro rasgo conocido del
economismo femenino, resulta sumamente perjudicial
para el desarrollo sano de la juventud.
La conciencia que requiere el proceso revolucionario
de las mujeres, y especialmente de las mujeres dirigen
tes, es similar a la planteada por el dirigente guineano
Amilcar Cabral para la pequeña burguesía (que en Africa
parece destinada a encabezar la lucha independentista):
debe suicidarse como clase a través de la lucha incorpo
rándose al proletariado.
Los pequeños productores, incluyendo las amas de
casa, son clases marginales, secundarias, que carecen de
la autoridad necesaria para dirigir el país. Un proceso re
120
volucionario requiere su asimilación a las clases traba
jadoras principales, que son las únicas que poseen las
condiciones necesarias para oponerse al imperialismo.
El suicidio de clase del ama de casa, su transforma
ción en proletaria, requiere la destrucción de todos los
rasgos que caracterizaban su conciencia social en el ca
pitalismo.
El hecho de que todos los sectores femeninos se in
corporen a la producción no implica su total liberación.
Según el ama de casa se transforme en proletaria
completa, o perpetúe en parte los rasgos ideológicos ca
racterísticos de la sociedad de clases, asistiremos a la
aparición de una corriente revolucionaria en la concien
cia social femenina o de una corriente reformista que se
constituye en el mejor caldo de cultivo para el revisio
nismo económico y político.
El socialismo es una etapa de transición entre el ca
pitalismo y una sociedad sin clases. Tal sociedad no podrá
construirse antes de haber resuelto definitivamente la
contradicción existente entre la necesidad del trabajo in
visible y la necesidad de incorporar a la mitad postergada
de la humanidad al trabajo productivo y a la vida po
lítica.
La reposición privada de la fuerza de trabajo en el
socialismo continúa siendo una necesidad cruel e insos
layable. El reconocimiento oficial de la existencia tangi
ble de la segunda jornada de trabajo es un paso impor
tante, pero su socialización a través de la expansión de
los servicios, el crecimiento del salario social, no depen
de de la política gubernamental tanto como del desarrollo
económico.
Mientras persista el trabajo invisible, mientras no se
combata ferozmente la ideología del sexo, sobrevivirán
los prejuicios tradicionales: las tipologías sexuales opues
tas, pasivas y autoritarias; el economismo femenino y las
121
teorías biologistas destinadas a justificar la división del
trabajo en el terreno laboral.
No es fácil distinguir las ideas reformistas de las
ideas revolucionarias sobre la cuestión femenina, entre
otras cosas porque carecen de una formulación sistemá
tica. Tanta más razón para hacer el intento. Hay algo que
parece muy claro: las ideas reformistas reflejan la ten
dencia a perpetuar el trabajo invisible y las ideas revo
lucionarias reflejan la necesidad de incorporar a la mujer
plena y definitivamente a la construcción de una socie
dad sin clases.
IDEAS REFORMISTAS
122
vimos surgir en el capitalismo como proyección de las
actividades serviles que desempeñan en el hogar.
Hacen su aparición concepciones pseudocientíficas
que prohíben para la mujer las tareas consideradas tra
dicionalmente como masculinas.
Esta tendencia tiene su sustentación práctica en la
segunda jornada de trabajo. Resulta difícil para una
mujer que realiza en la producción un trabajo duro y
agotador, cumplir con las horas de trabajo invisible que
la esperan en el hogar.
Las ideas reformistas aparecen cuando se hacen con
cesiones ideológicas al avance de la división del trabajo
por sexos y a la jornada invisible; se tiende a aceptar al
segundo turno, considerándolo como un fenómeno nece
sario a largo plazo.
Así surge la idea de reducir la jornada laboral de las
mujeres casadas. El contenido antieconómico de esta
medida salta a la vista. El contenido ideológico reaccio
nario es menos evidente pero se puede señalar que condu
ciría a:
1) Fortalecer el salario individual en detrimento del
crecimiento del salario social.
2) Debilitar la posición igualitaria alcanzada por la
mujer a través de la revolución, confiriéndole un
status legal diferente al del hombre, que sanciona
el carácter de “fatalidad biológica” por el que la
mujer debe continuar como una sierva reponien
do la fuerza de trabajo.
3) Tender a cimentar el individualismo pequeño-
burgués. Si la familia individual fue la célula eco
nómica de la sociedad de clases, todo retorno a la
misma en el sentido de la consolidación del tra
bajo invisible, conducirá fatalmente a fortalecer
123
las Secuelas de la propiedad privada en la con
ciencia social.
Lia mujer segregada del cumplimiento de las tareas
pesadas o peligrosas, enajenada de sus posibilidades crea
doras por la división del trabajo, que retorna progresiva
mente al trabajo invisible, no se transforma a cabalidad.
Se detiene y cristaliza en patrones transicionales que
contienen elementos del pasado y elementos del futuro.
Su integración al proletariado no se completa, aun
cuando de hecho trabaje como tornera en una fábrica. Es
bien conocido que en las capas de pequeños productores
privados se generan incesantemente elementos capitalis
tas aun en el seno de la sociedad socialista. Es fácil ima
ginar el poder corruptor que tiene la existencia de estas
artesanas invisibles, semiproletarias y semisiervas, cuya
existencia social les impide transformarse ideológicamen
te, les impide proletarizarse a cabalidad.
Mientras la fuerza de trabajo siga produciéndose en
millones de tallercitos domésticos, no podrá erradicarse
de la conciencia social la influencia de la propiedad pri
vada y necesariamente resultarán incompletos los esfuer
zos por construir una sociedad sin clases y un hombre
nuevo.
En este contexto se hace aún más evidente la juste-
za de la sentencia de Lenin: El proletariado no puede al
canzar su plena liberación sin conquistar la liberación
completa de la mujer.
IDEAS REVOLUCIONARIAS
124
ción de la propiedad privada, la incorporación de la
mujer al trabajo social y la creación de servicios, si bien
constituyen condiciones imprescindibles para su libera
ción, no bastan para determinarla mecánicamente. La
suerte de la mujer está intrínsecamente ligada a la lucha
de clases que libra el Partido para arrasar definitivamen
te con los vicios y la cultura de la propiedad privada,
La acción revolucionaria de las masas femeninas
parece haberse abierto paso más fácilmente en aquellas
condiciones donde la obra social del capitalismo estaba
incompleta, particularmente en vastas regiones campe
sinas de Asia, donde la esclavitud patriarcal era tan
brutal, que todavía la mujer se compraba y vendía como
una red. No se le reconocían “derechos iguales”; no pros
peraba el matrimonio por amor ni los valores de la so
ciedad de consumo. Por otra parte el individualismo no
había alcanzado ese refinamiento sutil que impregna la
conciencia social de los países desarrollados; persistían
algunos rasgos colectivistas. Las dirigencias marxistas
comprobaron la imposibilidad de una solución reformista.
Para incorporar las mujeres a la producción y a la de
fensa, se vieron obligados a intentar la destrucción com
pleta de la superestructura ideológica patriarcal.
La mujer es el producto humano más deformado de
la sociedad de clases. Si bien las masas femeninas de los
países subdesarrollados alcanzan un grado de abnegación
y heroísmo ilimitado en sus luchas internas destinadas a
transformar su condición servil, ■deben sobreponerse a
una cobardía ideológica profundamente inculcada.
La tarea de los partidos revolucionarios resulta su
mamente delicada en el combate contra los complejos de
inferioridad de las mujeres porque, cuando ellas rompen
espontáneamente con su falta de seguridad tradicional,
se encuentran sujetas al peligro de desviaciones radica-
listas similares a las que plagaron antiguamente a las
125
rebeliones de esclavos y de campesinos. Es por ello de
fundamental importancia que las organizaciones revolu
cionarias tomen la dirección de la rebeldía femenina,
provocándola y encauzándola, en lugar de sofocarla o per
mitir que conduzca al revanchismo femenino.
Ejemplos exitosos pueden encontrarse cuando bajo
consignas como “la mujer se autoinferioriza” o “la mujer
debe luchar contra su autoinferiorización” se logra la in
corporación de los sectores más atrasados de la población
femenina, y lo que parecía ser una fuerte proletarización
ideológica.
Las ideas revolucionarias reconocen que no hay
condición fatal que imponga una inferioridad física a la
mujer, sino que ésta es el resultado histórico de la divi
sión del trabajo. Se lucha por incorporar a la mujer a las
tareas consideradas tradicionalmente como “masculinas”,
comprendiendo que éstas, lejos de perjudicar su salud, la
desarrollan física y caracteriológicamente. Se denuncia la
esclavitud doméstica y se crea una moral social por la
que el marido comparte las tareas del hogar. Estas tareas
se colectivizan en la medida de lo posible. En la práctica,
las ideas revolucionarias destruyen los reflejos condicio
nados inhibitorios de las mujeres explotadas. Compren
diendo que se vive una paz condicional, se busca prepa
rar a toda la masa femenina para la defensa. Se las atrae
a las Fuerzas Armadas.
Se tiende a imponer una conducta rígida en las rela
ciones sexuales, cuya validez a largo plazo puede ser dis
cutida, pero que se dirige a suprimir la dualidad moral
por la que antes se incentivaba en el hombre, lo que se
reprimía bestialmente en la mujer. Se destruye toda la
simbología femenina de la cosificación sexual, los patro
nes de belleza clasistas, desarraigando de los medios de
comunicación masivos la imagen de la mujer-mercancía,
126
La valoración de la mujer se ajusta a sus cualidades de
obrera, dirigente política o combatiente.
La incorporación masiva de la mujer a la Guerra del
Pueblo, es uno de los logros más importantes de la ideo
logía revolucionaria y también su medida más efectiva
para la total proletarización de la mujer, con todo lo que
significa para la destrucción de los tradicionales tabúes
femeninos.
Su ejemplo más alto ha sido dado por Viet Nam del
Sur donde la división del trabajo por sexos, para la pro
ducción y para la guerra, parece haberse limitado al mí
nimo. La alta incorporación femenina a la Guerra del
Pueblo que tiene lugar en Viet Nam no hubiera podido
alcanzarse de no mediar la actividad del Frente, que lleva
a cabo una lucha frontal y resuelta contra la discrimina
ción de la mujer en su patria y en el mundo.
Si el ejército es el brazo armado de la dase en el
poder, toda exclusión del mismo en base al sexo tiene
implicaciones represivas para la conciencia social de las
mujeres.
Un caso excepcional lo constituye Cuba, donde se
observa una progresiva apertura de las escuelas de ofi
ciales y de cuadros de mando del ejército para la mujer,
sin que una situación de guerra lo haga necesario. Este
hecho ayuda a destruir las secuelas combinadas de la
supremacía masculina española, de la esclavitud de plan
tación y del neocolonialismo norteamericano. Constituye
así un ejemplo de la lucha frontal contra la discrimina
ción de la mujer en los primeros años de transformación
revolucionaria.
Sería idealista esperar, en lo que va del período de
transición, la completa proletarización ideológica de las
mujeres. Este proceso sólo podrá llevarse a cabo a través
de una lucha prolongada y consciente. Es precisamente
por esto que resulta alarmante la falta de interés por el
127
análisis de la cuestión de la mujer. La inexistencia de
una teoría científica de la liberación femenina en la eta
pa actual, dada su importancia primordial para la cons
trucción de una sociedad sin clases, deja abierto el ca
mino para un renacimiento del reformismo. Si la situa
ción de la mujer permanece ignorada podría, en circuns
tancias adversas, determinar el estancamiento de una
ideología revolucionaria.
128
I N D I C E
PÁG.
Prólogo ................................................................................................. 11
M irta H e n a u lt
L A M U J E R Y LO S C A M B IO S S O C IA L E S .......................... 13
L a m u je r como producto de la h is to ria .............................. 13
E l d esarrollo desigual ................................................................... 16
L a H is to ria ......................................................................................... 17
L a M oderna Sociedad In d u s tria l ............................................... 18
Las m ujeres en las luchas sociales ............................................ 21
L a U n ió n 'Soviética: p rim e ra revolución socialista _______ 23
L a G ran M archa ............................................................................... 27
L a nueva m u je r cubana ................................................................. 30
Las m ujeres y los “revolucionarios” ..................................... 35
Conclusión ........................................................................................... 39
Peggy M o rto n
E L T R A B A JO D E L A M U J E R N U N C A S E T E R M IN A .. 41
L a m u je r en la fa m ilia ................................................................. 41
¿Qué d efin e a las m ujeres? ....................................................... 43
U na, dos, tres, m uchas contradicciones ..................... 46
L a fa m ilia en las p rim eras etapas d el capitalism o .......... 49
Reproducción del poder de la m ano de obra en el capita
lism o avanzado ......................................................................... 53
Las m ujeres como productoras .................................................. 58
¡H erm anas: consigám oslo juntas! ................................ : ............ 63
Isab el l a r guía
L A M U J E R ......................................................................................... 71
129
/
INDICE
P¿G.
C ap ítu lo l?
C ap ítu lo 29
C ap ítu lo 49
C apítulo 59
130