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Elementos

ELEMENTA

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Al empezar el estudio de la lengua latina, como con cualquier otra lengua, lo primero
que tenemos que aprender son sus elementa, es decir sus sonidos, y las letras usadas
para representarlos en la escritura. Los términos que se usan para describir esos sonidos
y letras son los siguientes.

Elementum, elemento.

1. sonus, sonido.

2. littera, letra.

2.1. vócális, vocal.

2.1.1. correpta, breve.

2.1.2. próducta, larga.

2.2. cónsonáns, consonante.

2.2.1. múta, oclusiva (p/b, t/d, c.k.q/g).

2.2.2. násális, nasal (m, n).

2.2.3. liqvida, líquida (l, r).

2.2.4. fricátíva, fricativa (f, s).

2.2.5. duplex (-plicis), doble (x, z).

Diphthongus (f.), diptongo.

Syllaba, sílaba.

1. brevis, breve.

2. longa, larga.

2.1. nátúrá, por naturaleza.

2.2. positióne, por posición.

Accentus (-ús), acento.


Continúa ahora aprendiendo más cosas sobre las letras y sonidos del latín.
Letras
LITTERÆ

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El alfabeto utilizado por los romanos de época clásica constaba de las siguientes letras:

ABCDEFGHIKLMNOPQRSTVXYZ

Es básicamente el mismo alfabeto que usan todavía hoy la mayoría de lenguas del
mundo. Los antiguos romanos ya observaban una diferencia funcional entre la I normal
y una alternativa más alargada, que más tarde se convertiría en J, pero no concebían una
diferencia significativa entre V y U, como se estableció posteriormente, ni usaban otras
variantes del tipo de Ç, Ñ o W.

Los romanos de época clásica tenían varios estilos a la hora de escribir las letras de más
arriba, dependiendo en gran medida de los materiales utilizados para escribir. Como se
verifica en la mayoría de los sistemas de escritura, sin embargo, estos estilos pueden
agruparse en dos claramente diferenciados.

Hay uno formal, que ahora llamamos letra capitális, que se usaba en monumentos,
documentos legales, anuncios públicos, libros para la venta, joyería, y, en general,
siempre que el texto estaba concebido para perdurar y podía incluso tener algún tipo de
valor ornamental. Lo podemos ver más abajo utilizado en piedra, bronce, paredes
enlucidas, papiro o, más tarde, pergamino, y en muchas otras superficies y objetos.
l·cornelio·l·f / svllae·feljcj / dictatori / vicvs·laci·fvnd

Base de estatua en honor de L. Cornelio Sila C. I. L. vi 1297 (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia
<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

d·m / ti·clavdivs·evtychvs / clavdiae·memnonidi· / conivgi·bene·merenti·et·sibi / liberisqve·svis·fecit·libertis /


libertabvsqve·posterisqve· / eorvm·itvambitvm·h·m·h·n·s· / infronte·p·xv·inagro·p·xv·

Epitafio de Ti. Claudio Eutico (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia


<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)
l·aimilivs·l·f·inpeirator·decreivit / vtei·qvei·hastensivm·servei / in·tvrri·lascvtana·habitarent /
leiberei·essent·agrvm·oppidvmqv / qvod·ea·tempestate·posedisent / item·possidere·habereqve /
iovsit·dvm·popvlvs·senatvsqve / romanvs·vellet·act·incastreis / ad·xii·k·febr

Bronce de Lascuta, con un decreto de L. Emilio Paulo como proconsul de España Ulterior (-189) C. I. L. ii 5041 (fotografía de la
Universidad de Navarra, Departamento de Historia <http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)
apollini / avg / sempronivsca/rvs silvini f / lvcretivsmarti/alis lvcreti f / aediles / d s p f c

Bronce de Andelos (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia


<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

Cartel electoral (de Pompeii and Herculaneum Syllabus, Classics 36


<http://www.amherst.edu/~classics/class36/pompeii/topography.html>)
Anuncio de un espectáculo (de Pompeii and Herculaneum Syllabus, Classics 36
<http://www.amherst.edu/~classics/class36/pompeii/topography.html>)

idaliaelvcos’vbim[ollis’amaracvs’illvm] / floribvs’etdvlciad[spirans’complectitvrvmbra] /
iamq·ibatdictopar[ens’etdonacvpido] (Verg. A. 1,693ff.)

Manuscrito de los siglos IV al V (de Alfabeto Romano <http://www.proel.org/alfabetos/romano.html>)


volvitvraterodortectis·tv[mmvrmvrecaeco] / intvssaxasonantvacvas[·itfvmvs·ad avras·] /
accidithaecfessiset[iamfortvnalatinis·] (Verg. A. 12,591ff.)

Códice del siglo IV (de Alfabeto Romano <http://www.proel.org/alfabetos/romano.html>)

vinari / letari

Tabla lusoria de La Olmeda (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia


<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

Había un segundo estilo, el informal, que ahora llamamos letra cursíva, que se usaba
para transacciones cotidianas sin valor ornamental. Éste es menos conocido de la
mayoría de la gente, a causa de la naturaleza precaria de los materiales sobre los que se
usaba y el menor valor artístico de los objetos en que lo encontramos; pero era, de
hecho, el principal estilo que la mayoría de los romanos habría usado en su vida
práctica. Lo podemos ver más abajo en tablillas enceradas o de madera, graffitis
parietales o hueso, y se usaba en muchas superficies similares.
cn pompeio grospho grospho / pompeio gaviano II vir jvr dic / vi idvs jvlias / privatvs colonorvm coloniae /
veneriae corneliae pompej/anorvm ser scripsi me / accepisse ab l caecilio jvcvndo / sestertios mille
sescentos

Tablilla encerada pompeyana del año 59, documento no. cxliii de los editados, en 1898, por el Prof. Zangemeister como
suplemento al C. I. L. iv. (de J.E. Sandys, A Companion to Latin Studies, Cambridge, University Press, 1910, pp. 767f.).
cl · seuerá · lepidinae [suae] / [salu]tem / jiijdusseptemb[res]sororaddie[m] /
sollemnemn[a]talemmeumrogo / libenter[f]aciásutuenias / adnosi[u]cundioremmihi

[diem]jnteruentútuofacturásj / [...] / cerial[emtu]umsalutáaeliusmeus / <ó?> etfiliol[u]ssalutant /


sperabotesoror / ualesoro[r]anima / meaitau[al]eam / karissimaethaue

Invitación a una fiesta de cumpleaños escrita en torno al año 100 en una tablilla para escribir de madera hallada en el fuerte de
Vindolanda en la frontera septentrional de la Britania romana, dirigida a Sulpicia Lepidina, la esposa del comandante de la
guarnición, por Claudia Severa, cuyo saludo al final de la carta es el texto latino más antiguo documentado de mano de una mujer
(de Chris Scarre, The Penguin Historical Atlas of Ancient Rome, Avon, The Bath Press, 1995, p. 78).

6. littera theorianis semperdictvra salvtem / nominenvnc · dextri tempvs inomnemanet (Anon.)

7. svrda · sit · orantitva janva · laxaferentj / avdiat · exclvsi · verba · receptvs · [a]man[s] (Ov. Am. 1,8,77)

janitor · addantjs · vigilet · si · pvlsat · jnanis / svrdvs · in · obdvctam · somniet · vsq[ve ·] seram (Prop.
4[5],5,47)

Graffitis pompeyanos, con dos citas de los poetas (C. I. L. iv 1891-93-94), más de 1/3 (de J.E. Sandys, A Companion to Latin
Studies, Cambridge, University Press, 1910, pp. 738f.).

Con el tiempo se desarrolló un tercer estilo de letra, la unciális, que es simplemente una
versión más pequeña de la capitális con influencias relativamente fuertes de la cursíva.
quibonanec/putarenecap/pellaresoleat (Cic. Rep. 1,27)

Códice del siglo I (de Alfabeto Romano <http://www.proel.org/alfabetos/romano.html>)

suamanubonu[mnobilemocciderat] / alanatonecen[soresenatumotusest] / uastaitaporcia[facta] /


mclaudiomarcello[qfabiolabeonecos] / plicinicrassipo[ntificismaximi] / ludisfuneribus[...]

Papiro de Oxirinco del siglo III en estado fragmentario con parte de un epítome de Livio, New Pal. Soc. 53; Oxyrhynchus Papyri,
iv, 1904, p. 97; cf. Liv. 39,42-46 (de J.E. Sandys, A Companion to Latin Studies, Cambridge, University Press, 1910, p. 771).

Las formas del estilo de letra capitális son prácticamente idénticas a las de nuestras
actuales mayúsculas, mientras que la cursíva puede haber influido en la evolución de la
anterior hacia la unciális, una versión más pequeña que es a su vez la predecesora de
nuestras minúsculas; pero es importante comprender que, en tiempos romanos, la
diferencia entre la capitális y la cursíva, o incluso la posterior unciális, no era en
absoluto comparable a la diferencia que ahora establecemos entre mayúsculas y
minúsculas cuando usamos las primeras al principio de algunas palabras, o para títulos,
en textos por lo demás escritos en minúscula.

ABCDEFGHIJKLMNOPQRSTUVWXYZ
abcdefghijklmnopqrstuvwxyz
Eran simplemente distintos estilos de escribir un mismo alfabeto de caracteres únicos, y
eran equivalentes más bien a la dualidad que existe entre nuestros caracteres de
imprenta y la caligrafía manual. Por supuesto, no se habrían mezclado en un mismo
trozo de texto, de la misma manera que nosotros no escribiríamos unas letras a máquina
y otras a mano en un mismo escrito, por no hablar de una misma palabra.

ABCDEFGHIKLMNOPQRSTVXYZ
ABCDEFGHJKLMNOPQRSTUXYZ

Exactamente igual que los árabes o los japoneses, por lo tanto, a pesar de una cierta
variedad de estilos de escritura, los romanos tampoco tenían el equivalente de nuestra
alternancia significativa entre mayúsculas y minúsculas dentro de un mismo trozo de
texto en ninguno de ellos, ni escribían de forma diferente la primera letra de una frase o
nombre propio y el resto.

Ligaduras

Los romanos, con el fin de ahorrar espacio, dado el alto costo de la mayoría de los
materiales en que escribían, usaban las llamadas ligátúræ, es decir agrupaciones de
letras escritas juntas mediante el uso compartido de un trazo común. Había muchas de
ellas: AE podía encontrarse como Æ, y, de manera similar, AN, TR, VM y muchas otras
podían aparecer fundidas en grupos de dos, tres o incluso más letras.

clavdia · attica / attici · avc · lib · a · rationib / in · sacrario · cereris · antiatinae / deos · sva · impensa ·
posvit / sacerdote · ivlia · procvla / imp · caesar · domitiano / avg · germanic · XI · cos

(nótese la ligadura de NIB al final de la segunda línea, NT y NAE hacia el final de la tercera, y AN al final
de la sexta, con una pequeña o dentro de la N)
Inscripción a Ceres (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia
<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

l·cornelio·l·f / svllae·feljcj / dictatori / vicvs·laci·fvnd

(nótese la ligadura de ND al final de la última línea)

Base de estatua en honor de L. Cornelio Sila C. I. L. vi 1297 (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia
<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

Diacríticos

Los romanos sólo tenían dos diacríticos, y no utilizaban ninguno de los dos con ninguna
regularidad.

Punto

Los romanos escribían a menudo sin separar siquiera las palabras con espacios, como
hemos visto más arriba en varios casos. Además, lo que está claro es que nunca
distinguían oraciones o frases usando la coma, el punto y coma, los dos puntos o el
punto, ni conocían tampoco el signo de interrogación o de exclamación, los paréntesis,
las comillas o ningún otro de los diacríticos a que estamos acostumbrados. De hecho, el
único signo que usaban, y sólo en los escritos más elegantes, como los monumentales,
era un punto que utilizaban no como punto final, sino para separar las palabras unas de
otras. También hemos visto esto en las inscripciones de más arriba. Este punto podía a
veces asumir formas más sofisticadas, como una hoja de parra, por ejemplo, como se ve
más abajo.
v·f / t·sallvstivs·t·l·pvsio / tonsor / assia·l·l·catvlla / sibi·et / gavio·c·l·lalo·filio / in·fronte·p·xii /
in·agrvm·p·xii

(nótese la hoja de parra entre la V y la F en la parte superior, y en el centro de las dos últimas líneas —
puntos normales en el resto de los casos)

Estela de T. Salustio Pusión (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia


<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

Ápice

Los romanos del periodo más sofisticado de la cultura clásica utilizaban, tanto en la
escritura monumental como en textos más domésticos, un signo llamado apex, idéntico
a lo que hoy en día conocemos como acento agudo ( ´ ). Este signo, sin embargo, no se
utilizaba para indicar el acento de la palabra, como en un reducido número de modernos
vernáculos, sino para marcar las vocales largas (ver el archivo sobre pronunciación),
como se hace todavía hoy en lenguas como el islandés, húngaro, checo y muchas otras.
augustó · sacr · / a · a · lúcij · a · filij · men · / proculus · et · iúliánus · / p · s · / dédicátióne · decuriónibus ·
et · / augustálibus · cénam · dedérunt

Inscripción a Augusto (fotografía de la Universidad de Navarra, Departamento de Historia


<http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/epigrafia/matep.html>)

uobis · ujdetur · p · c · decernám[us · ut · etiam] / prólátis · rebus ijs · júdicibus · n[ecessitas · judicandi] /
jmponátur quj · jntrá rerum [· agendárum · dies] / jncoháta · judicia · non · per[egerint · nec] / defuturas ·
ignoro · fraudes · m[onstrósa · agentibus] / multas · aduersus · quas · exc[ogitáuimus] / ...

Fragmento papiráceo de Berlín con trozos de discursos pronunciados en el Senado, adscrito a la época de Claudio, año 41 al 54,
facsímil en F. Steffens, Lateinische Palaeographie, taf. 101, ed. 1906 (de J.E. Sandys, A Companion to Latin Studies, Cambridge,
University Press, 1910, p. 768).

La ortografía latina en la actualidad

Es evidente que los usos gráficos de los romanos de época clásica eran bastante
primitivos en comparación con los de nuestros días. Hay gente que cree por esa razón
que nuestros hábitos de escritura son vernáculos, y por lo tanto, de alguna manera,
espurios y artificialmente impuestos al latín a posteriori. Olvidan que la mayoría de
nuestros usos ortográficos son evolución natural de prácticas romanas y fueron
orgánicamente desarrollados a través de la historia por personas que hablaban y
escribían en latín, con el objeto de alcanzar mayor claridad y distinción al leer y escribir
el propio latín, no las lenguas vernáculas; y esos usos pasaron del latín a los vernáculos,
y no alrevés.

La antigua diferencia de forma entre una I más corta o más alargada (i/j), la última de
las cuales, ya en la antigüedad, se usaba frecuentemente en la cursiva en posición inicial
de palabra, correspondiendo a menudo al sonido consonántico, como puede verse en las
ilustraciones de más arriba, se formalizó en tiempos posteriores para esta útil función
específicamente, permitiendo así plena transparencia en cuanto a la diferencia de
pronunciación entre el primer sonido de janua y de iambus, o de significado entre
formas como perjerat y perierat. La diferencia, no significativa previamente, entre la
puntiaguda V de la capitalis y la redondeada u de algunas formas de cursiva o de la
uncialis se puso igualmente al servicio de una ortografía más transparente. Era así
finalmente posible distinguir debidamente vocales de consonantes. Otras variantes a las
que no se podía asignar valor fonético distintivo, como una T más o menos alta o una S
más o menos estirada, fueron o bien mantenidas por motivos meramente estéticos o bien
finalmente eliminadas como funcionalmente improductivas. Algunas ligaduras, como æ
u œ fueron igualmente preservadas para ayudar a distinguir los correspondientes
diptongos de los hiatos ae y oe, mientras que muchas otras se abandonaron. La
separación de palabras mediante espacios resultó un expediente tan útil que pocos
contemporáneos serían capaces de leer sin él; y la rica variedad de signos de puntuación
introducida también en periodos posteriores de la historia del latín facilitó la lectura con
las pausas necesarias, y nos permitió distinguir las partes componentes de las oraciones,
o determinar más allá de toda duda si nos encontramos ante un enunciado, una
exclamación o una pregunta. Finalmente, la distinción entre mayúsculas y minúsculas
conllevó no sólo una cierta elegancia, sino también algo de claridad adicional a la
gramática (realzando los nombres propios) y a la estructura del discurso (marcando el
principio de las oraciones).

De la manera más desafortunada, sin embargo, y por las razones menos sensatas, ha
surgido una moda de fundamentalismo ortográfico que, abandonando una más que
razonable tradición de siglos de escritura latina, pretende volver a los usos gráficos de
los antiguos romanos. Esto es tan absurdo como querer renunciar al uso del papel o al
libro moderno, y alegar que algo no es latín clásico a no ser que esté escrito en rollos de
papiro. Debería resultar evidente a cualquiera que podemos ser completamente
respetuosos de la cultura antigua y cultivar la más pura forma de latinidad clásica a la
vez que seguimos usando métodos de escritura más desarrollados que los que nuestros
ancestros tenían a su disposición y que son además resultado de siglos de tradición
latina. Por supuesto, dado que los fundamentalistas rara vez se guían por la razón, la
vuelta a los usos antiguos no sigue ningún criterio más allá de su propio capricho
arbitrario, y a veces son puristas y otras no, según les apetece. Así, algunos se han
propuesto eliminar la diferencia entre i y j como no romana, pero se sienten la mar de
satisfechos, contra toda lógica, de mantenerla entre v y u. Otros consideran que el uso
de las mayúsculas debería eliminarse, y usan minúsculas al principio de las oraciones,
pero luego siguen arbitrariamente usando las mayúsculas en los nombres propios e
incluso en adjetivos. Por supuesto, ninguno de esos puristas se ha atrevido a admitir el
hecho de que una vuelta al uso antiguo requeriría escribir todo en mayúsculas en vez de
en minúsculas, y que tendrían de hecho que dejar de usar ningún tipo de puntuación.

El aspecto más triste del moderno caos ortográfico es que no tiene nada que ver con el
latín. Tiene su origen en intentos de reforma ortográfica que parecían tener perfecto
sentido en un vernáculo como el italiano, pero que algunas personas sintieron la
necesidad de imponer por la fuerza también al latín, con deplorables consecuencias.
Mientras que la mayoría de lenguas europeas, incluido el latín, se sentían cómodas con
el uso secular de i y j, y v y u, puesto que todas esas letras representaban sonidos
claramente diferentes o aparecían en contextos silábicos claramente diferenciados, en
italiano el uso de i y j se había hecho tan complicado a causa de prácticas arbitrarias, en
conflicto entre sí y sin demasiada relación con ninguna realidad fonética, que la gente
tenía verdaderas dificultades para determinar cuándo una palabra tenía que escribirse
con i y cuándo con j. Dado que el italiano es una lengua con principios ortográficos muy
sencillos en el resto de los casos, surgió por tanto presión por abandonar el uso de la j.
Ahora bien, esta medida absolutamente sensata en el caso del italiano se aplicó
innecesariamente también al latín por gente que estaba convencida de que el latín tenía
que escribirse como el italiano moderno. Evidentemente, nunca podrían haber
convencido a la comunidad internacional de usuarios del latín con semejante
razonamiento, así que empezaron a idear falaces justificaciones: que el sonido de la
vocal y de la semivocal eran suficientemente similares (por más que sea exactamente la
misma diferencia que i y j tienen en alemán y muchas otras lenguas que nunca han
considerado renunciar a la distinciá ortográfica), que acercaba la ortografía latina a los
usos antiguos (aunque cuando, como hemos explicado, la distinción entre i y j tiene de
hecho una historia mucho más antigua que la de u y v), etc. Por supuesto, nunca
mencionaron que cada una de esas razones se aplica con exactamente la misma fuerza al
par latino i/j (donde [i] difiere de [j]) y al par u/v (donde [u] difiere tanto de [w] como
de [v], lo pronunciemos como lo pronunciemos), que los italianos no tenían ninguna
intención de simplificar porque en italiano tenía sentido continuar usando ambas letras
en este caso. Conforme la comunidad internacional empezó a abandonar el uso de la j en
una carrera hacia la antigua pureza, fue quedando cada vez más claro para todos los que
no habían renunciado a la capacidad humana de razonar, que no tenía ningún sentido en
absoluto en latín abandonar la j sin eliminar también la v; así que, habiendo asimilado
genuinamente las falaces excusas de los italianos para acercar la ortografía latina a la de
tiempos romanos, los mejores filólogos del mundo sintieron la absoluta necesidad de
renunciar también a la v, y muchas ediciones críticas de textos clásicos se publican
ahora de esa forma. Tenemos así un sistema tradicional i/j/u/v, que ha sido
insensatamente socavado y convertido en tan sólo i/u/v de acuerdo con las reformas
ortográficas de algún vernáculo, pero en un paso que ha traído consigo la inevitable
pero no menos desafortunada consecuencia (ciertamente inesperada por quienes
promovían el uso de i/u/v) de un feo sistema i/u como el único resultado
razonablemente aceptable. No sólo eso; sino que, siguiendo la misma línea perversa de
pensamiento, muchos ahora sienten la necesidad de abandonar también el uso de las
mayúsculas en los textos latinos. Adónde llevará la ortografía latina este absurdo
sinsentido es difícil de prever, pero no podemos sino lamentar que la caprichosa
estrechez de miras de una nación con la más arrogante actitud hacia la lengua de nuestra
común civilización haya conseguido traer el caos absoluto a una elegante y sensata
tradición ortográfica de siglos.

Nosotros consideramos que nuestros usos ortográficos se desarrollaron durante milenios


de acuerdo con criterios de utilidad y claridad, a los que es tan absurdo como
innecesario renunciar. Aunque algunos espíritus ciertamente rudos pudieran considerar
el abandono de evoluciones estéticas como la distinción entre mayúsculas y minúsculas,
parece absolutamente fuera de lugar eliminar usos que reflejan mejor la pronunciación
de la lengua y ayudan a la lectura.

Efectivamente, debemos evitar como no transparentes las prácticas ortográficas que,


con el especioso pretexto de ser más fieles a las prácticas antiguas o siguiendo
consideraciones vernáculas, desprecian siglos de legítima tradición ortográfica latina y
prefieren obstaculizar el aprendizaje de la lengua latina negándose a representar
transparentemente sus diferentes sonidos. Utilizar la misma letra i para representar tanto
la vocal [i] como la consonante [j] puede que signifique ser fiel a las prácticas más
antiguas, pero es tan lamentable como innecesariamente no transparente porque no
permite distinguir cuál es cuál en palabras como "iam" (donde la i representa una
semivocal, pronunciada como la y inglesa de yes) e "iambus" (donde la i representa una
vocal, pronunciada como la i inglesa de it), etc. La ortografía no transparente hace que
cada vez más gente hoy en día no aprenda la lengua correctamente ya que se les
mantiene absurdamente en la oscuridad en cuanto a los sonidos que contienen en
realidad las palabras que leen y escriben (hemos oído a más de un catedrático, y por
supuesto estudiantes, pronunciar "iam" con i vocálica y "iambus" con i consonántica,
cuando es alrevés). Usar i para la vocal y j para la semivocal supone por el contrario una
ortografía mucho más transparente, que está justificada por siglos de tradición
ortográfica latina y que nos permite ver inmediatamente cuál es cuál escribiendo "jam"
pero "iambus", etc. Igualmente usar la misma combinación ae tanto para el diptongo de
"aereus" (donde ae representa un diptongo, pronunciado en una sílaba, casi como el
español hay) como para el hiato de "aerius" (donde ae representa un hiato, pronunciado
en dos sílabas, más o menos como en el español traer), etc. es lamentablemente no
transparente (y lleva a error a otros tantos). Usar æ para el diptongo y ae para el hiato, o
al menos ae para el diptongo pero aë para el hiato, es una ortografía mucho más
transparente y nos permite ver de inmediato cuál es cuál escribiendo "æreus" pero
"aerius" (o "aereus" pero "aërius"), etc.

Como ortografía incoherente debemos evitar prácticas ortográficas que optan por ser
transparentes en algunos casos pero no en otros sin razón alguna fonética o
históricamente legítima para hacerlo en un caso y no en el otro en absoluto, como
cuando alguna gente elige distinguir la vocal [u] de la semivocal [w] escribiendo la
primera como u y la segunda como v, que es una práctica pulcramente transparente, en
vez de escribir ambas como u, que no sería transparente, y no les importa en este caso
no estar siendo fieles a las prácticas antiguas; pero luego, sin razón fonética o histórica
para hacerlo, eligen no distinguir la vocal [i] de la semivocal [j] escribiendo la primera
como i y la segunda como j, que sería una práctica pulcramente transparente, en vez de
escribir ambas como i, que no es transparente. Igualmente optar por distinguir el
diptongo æ del hiato ae de forma útilmente transparente, en vez de escribir ambos como
ae, pero no distinguiendo el diptongo al mismo tiempo el diptongo œ del hiato oe y
escribir ambos no transparentemente como oe, sería también incoherente.

Por último, indicar la duración de las vocales en la escritura era algo que los antiguos
romanos no necesitaban hacer porque simplemente sabían cuál era cuál, ya sea porque
eran hablantes nativos o porque podían aprender a pronunciar las palabras escuchando a
hablantes nativos. El uso del ápice en las inscripciones o manuscritos antiguos es, por lo
tanto, bastante irregular. Para nosotros, por otro lado, usar una ortografía de tipo más
riguroso, marcando coherentemente todas las vocales largas, es mucho más
urgentemente necesario si aspiramos a aprender jamás a pronunciar las palabras
correctamente. Había un caso, sin embargo, en que incluso los antiguos hablantes
nativos defendían que el uso del ápice es de hecho necesario (cf. Quint. Inst. 1,7,2s), y
es cuando una diferencia de longitud en una vocal puede dar lugar a un significado
distinto en una palabra, como en "malus" y "málus" o "liber" y "líber" o "rosa" y "rosá"
o "loqueris" y "loquéris". Ciertamente esos ápices necesarios no debemos omitirlos
nunca.

Es absolutamente innecesario renunciar a todo este acervo ortográfico, bajo ningún


concepto; y propugnamos el completo restablecimiento de nuestra centenaria y sensata
tradición ortográfica, en aras de la transparencia, la coherencia, y el rigor.
SONÍ - SONIDOS

English | Español

Si bien cualquier alumno pude comprender que conozcamos con exactitud los usos
gráficos de los romanos, al igual que los de los usuarios del latín de cualesquier otras
épocas posteriores, es causa de mayor confusión y aun escepticismo la afirmación de
que también conocemos con gran precisión la pronunciación del latín en los diferentes
estadios de su larga historia, y en particular en el periodo clásico.

Sería demasiado largo de explicar aquí cómo hemos llegado a conocer la pronunciación
del latín en periodos de los que no tenemos registro sonoro; pero es una cuestión en la
que han trabajado muchos especialistas, y el principiante tiene que ejercer un cierto
grado de confianza en el maestro. Mencionaremos aquí, sin embargo, los principales
instrumentos que nos permiten saber cómo se pronunciaba una lengua como el latín en
el pasado.

1. En primer lugar, tenemos la filolgía histórica y comparada. Si una palabra latina


como máter, por ejemplo, ha evolucionado hasta el italiano y español madre, catalán
mare, francés mère, portugués mãe y en todas esas lenguas sin excepción la letra m se
pronuncia de la misma manera, podemos acaso dudar de la pronunciación de las otras
letras de la palabra; pero no tenemos en principio ninguna razón para pensar que la m se
pronunciara de ninguna otra forma en latín de como se pronuncia en todas esas lenguas
que derivan de ella. Si comparamos luego el latín no con sus lenguas hijas que
evolucionaron a partir de ella en tiempos posteriores, sino con las lenguas hermanas que
están relacionadas con ella porque comparten un origen común aún más antiguo, las
llamadas lenguas indo-europeas, y observamos que la letra m ha mantenido exactamente
la misma pronunciación, independientemente del latín, hasta el griego moderno μητερα
[mi.'tɛ.ra], alemán Mutter ['mʊ.tʰɐ] e hindi माता ['mɑ:.tɑ:], todos los cuales corresponden
al latín máter, entonces encontramos razones una vez más para estar bastante seguros de
la forma en que se pronunciaba la m latina. Analogías similares pueden establecerse
para todas las demás letras. La filología histórica y comparada puede explicar también
los casos en que observamos diferencias en las lenguas relacionadas, como la presencia
de una è en francés o una u en alemán donde tenemos á en latín, y podemos así tener
una idea de la forma en que el latín se pronunciaba o dejaba de pronunciar.

2. Tenemos también el testimonio escrito de los gramáticos latinos, que describieron


cómo se articulaban los sonidos, o los escritores latinos en general que hicieron
comentarios sobre muchos aspectos de la pronunciación.

3. Los errores ortográficos que encontramos en inscripciones también nos iluminan


acerca de la pronunciación de la época. Si durante un cierto siglo todo el mundo escribe
æquus cuando quieren decir ‘justo’, y equus cuando quieren decir ‘caballo’, y no
encontramos, ni aun en los escritos de los menos educados, a nadie que confunda las
dos palabras, pero en el siglo siguiente mucha gente, incluso los mejor educados,
empiezan a dudar y escriben a veces equus para decir ‘justo’ y æquus para ‘caballo’,
podemos deducir dos cosas: primero, que en el siglo posterior la pronunciación de æ y e
era lo suficientemente similar para que incluso la gente educada cometiera errores
cuando escribían esas palabras que no tienen ninguna otra conexión; y, segundo, que en
el siglo anterior, por el contrario, la pronunciación de æ y e era todavía lo
suficientemente distinta para que ni siquiera la gente sin educación confundiera las dos
palabras al escribir.

4. Finalmente, la poesía nos ofrece un montón de indicios sobre la pronunciación, dado


que un poema debe cumplir ciertas reglas de sonoridad que nos dicen cómo debían
pronunciarse las palabras para crear el ritmo adecuado.

Con todas estas herramientas y la cantidad de documentos que han llegado hasta
nosotros desde la antigüedad, podemos estar seguros de que sabemos con bastante
exactitud —siempre hay, por supuesto, algunas áreas obscuras de importancia menor—
cómo se pronunciaba el latín durante el periodo clásico. Se invita a los alumnos
interesados a que se remitan a W. Sidney Allen, Vox Latina, The Pronunciation of
Classical Latin, Cambridge University Press 1992 [1965], donde se encontrará un
tratamiento mucho más detallado de todos estos temas.

Pero antes de proceder con la pronunciación clásica del latín, tenemos que intentar
aclarar la tremenda confusión reinante con respecto a la así llamada pronunciación
'eclesiástica'. Como es natural, tras la caída del imperio romano, el latín, que sobrevivió
como lengua docta, pasó a pronunciarse en cada país de acuerdo con las convenciones
de los respectivos vernáculos; así, la palabra latina lætitia [laɛ̯ .'tɪ.tɪ.ʲa] recibió en Italia la
pronunciación [le.'ti.tsja] como el nombre italiano Letizia, en España [le.'ti.θja] como el
nombre Leticia, en Inglaterra [lə.'tʰɪʃ.ə], etc. (cf. Op. cit., "Appendix B: The
pronunciation of Latin in England", pp. 102-110). Estas pronunciaciones tradicionales,
que cambiaban de un país a otro, estaban vigentes en cada país en todas las áreas del
latín, tanto en contextos académicos como en los eclesiásticos, por supuesto de manera
indistinta dado que nunca hubo conciencia de que debiera haber una división entre los
dos. Es incorrecto pensar, por lo tanto, como a no pocos en nuestros días se les ha
inducido erróneamente a creer, que existiera históricamente una pronunciación del latín
específicamente eclesiástica o que la pronunciación italiana hubiera sido usada jamás
por los no italianos. Contra estas diferentes pronunciaciones tradicionales, es cierto,
había habido a lo largo de la historia distintas iniciativas eruditas para promover una
pronunciación unificada del latín; sin embargo, éstas no se basaban en el vernáculo
italiano, sino más bien en el testimonio de las fuentes antiguas, que normalmente se
entendía que apoyaban el principio de "una letra un sonido" independientemente del
contexto ortográfico, como parecían sugerir descripciones fonéticas de las letras del
alfabeto como la que proporciona, por ejemplo, Marciano Capela en su Dé nuptiís.
Estas tendencias unificadoras eruditas, por supuesto, afectaban al latín usado tanto
dentro como fuera de la iglesia de manera indistinta, dado que durante siglos
académicos y eclesiásticos fueron las mismas personas. De hecho, ese tipo de
pronunciación todavía estaba vigente en la corte del papa León XIII, como puede
percibir fácilmente cualquiera que escuche las grabaciones de 1902 del castrato italiano
Profesor Alessandro Moreschi (dice [pon.'ti.fi.kem], ['e.ti.am], etc.). Sin embargo, esos
esfuerzos eruditos fracasaron durante siglos en el intento de desplazar las varias
pronunciaciones nacionales que tradicionalmente prevalecían en los diferentes países,
tanto dentro como fuera de la iglesia.

Conforme la erudición se fue haciendo cada vez más sofisticada, el simple principio de
"una letra un sonido" se refinó mediante la ulterior inspección de las fuentes antiguas,
notablemente por Erasmo y sus sucesores, y la tendencia a acercar la pronunciación del
latín cada vez más a la que tenía en época clásica se convirtió en el objetivo de los
mejor educados, que estaban también cada vez más desconectados de los medios
eclesiásticos. Tras el fascinante avance que la ciencia de la filología experimentó en los
últimos cien años —la filología comparada científica no empezó realmente hasta el
siglo XIX, con el desarrollo del interés por el sánscrito que llegó de la mano de la
colonización europea de la India—, fue finalmente posible recuperar la pronunciación
clásica del latín con notable precisión. El esplendor de esta hazaña intelectual de la
ciencia filológica hizo que en un muy breve espacio de tiempo la pronunciación erudita
unificada del latín finalmente desplazara las diversas pronunciaciones vernáculas
tradicionales de todas las áreas educativas de todo el mundo (excepto, parcialmente, en
Italia); pero dado que la erudición y la iglesia iban ya entonces por caminos
completamente divergentes, las distintas pronunciaciones tradicionales prevalecieron en
el contexto eclesiástico. Este siglo vio, por tanto, por vez primera en la historia, una
división entre la pronunciación del latín dentro y fuera de la iglesia, y el nacimiento de
la etiqueta de 'eclesiástico' para lo que no eran sino las pronunciaciones tradicionales
vernáculas del latín. Como había sido el caso tradicionalmente, esas pronunciaciones
vernáculas eran todavía diferentes en los distintos países, y como respuesta a la eficaz
internacionalización de la pronunciación erudita, las autoridades eclesiásticas
comenzaron una batalla por la unificación también del latín eclesiástico; pero, en vez de
hacerlo mediante la finalmente próspera pronuciación de los eruditos, que era en origen
no menos eclesiástica que las vernáculas, decidieron intentar propagar la pronunciación
tradicional de un solo país, Italia, al resto del mundo. El papa Pío X expresó este deseo
en una carta al arzobispo de Bourges en 1912 (cf. Op. cit., p. 108) y la anhistórica
identificación del latín eclesiástico con la pronunciación vernácula del italiano moderno
se ha estado difundiendo desde entonces. Aun con todo, todavía en los 80, los últimos
sacerdotes españoles a los que oí usar el latín seguían aferrándose firmemente a la
pronunciación española, y sé muy bien que la pronunciación alemana del latín es
todavía la norma en ese país. En cualquier caso, la desaparición del uso del latín en la
iglesia parece estar haciendo irrelevantes tanto las pronunciaciones tradicionales locales
en general como la italiana en particular.

Dejando por tanto atrás el babel eclesiástico, procederemos ahora a describir la


pronunciación clásica del latín —a la que a veces se da el nombre de prónúntiátió
restitúta—, como la única norma auténtica de validez internacional, y la única
realmente floreciente. Como se ha dicho antes, el filólogo tiene a su disposición libros
en los que encontrar explicaciones más prolijas; pero la mayoría de alumnos deberían
tener bastante con lo que sigue.

Vocales

El latín tiene seis letras vocales, la última de las cuales sólo aparece en palabras de
origen griego:

aeiouy

El latín tiene doce sonidos vocálicos principales, ya que cada una de las letras vocales
puede representar uno de dos sonidos, uno que llamamos breve y otro que llamamos
largo. El sonido largo puede indicarse en la escritura por medio del apex, aunque,
desgraciadamente, en la mayoría de los textos este signo extremadamente beneficioso
no se usa (en otros se substituye por la raya de larga métrica, con la consecuente
confusión entre cantidad vocálica y cantidad silábica):
Breve: aeiouy
Larga: áéíóúý

Generalmente hablando podemos decir que el sonido largo se obtiene alargando


ligeramente la pronunciación del sonido breve; aunque este alargamiento viene
acompañado de un mayor esfuerzo de los órganos articulatorios, que modifica
ligeramente no sólo la duración (cantidad), sino también el timbre (calidad) del sonido
de la vocal.

Ninguna de las lenguas autóctonas de la península ibérica distinguen unas vocales de


otras por su duración: las vocales de las lenguas ibéricas son todas breves; o, si se
quiere, indeterminadas en cuanto a su duración. Entre las lenguas romances de otras
zonas observamos fenómenos parcialmente cuantitativos en ciertas variedades de
francés y en el italiano, pero tenemos que remitirnos a lenguas no romances para
observar el fenómeno de la cantidad vocálica en pleno rendimiento; del inglés al
finlandés, del alemán al húngaro, del árabe al hindi, son muchas las lenguas que
distinguen vocales largas de vocales breves. Como hemos dicho, las vocales largas se
pronuncian con un mayor esfuerzo de los órganos articulatorios que las hace
prolongarse un poco en comparación con las breves. Piénsese en cómo los italianos
alargan las vocales acentuadas de palabras como amore u onore en comparación con la
seca sílaba tónica del español amor y honor; de forma muy similar a estos ejemplos
italianos suenan los ablativos latinos amóre y, añadiendo la h aspirada, honóre. No es
difícil pronunciar estos alargamientos, aunque a no pocos pueda parecerles ridículo; y es
que hablar una lengua distinta a la propia requiere siempre cierta capacidad de
desinhibición. Como hemos dicho, son más numerosas las lenguas con diferencias
cuantitativas que las que no las tienen; así que es un fenómeno con el que conviene
familiarizarse.

Vista la duración (cantidad), centrémonos ahora en el timbre (cualidad) de las vocales.


Para empezar, el español y el vasco comparten uno de los sistemas vocálicos más
pobres que existen, con sólo cinco sonidos [a e i o u]. Una pequeña tragedia si los
comparamos con los doce del latín [a ɛ ɪ ɔ ʊ ʏ ɑ: e: i: o: u: y:]. Las vocales del español o el
vasco tienen un sonido o timbre (cualidad) similar al de las largas latinas, aunque la
duración (cantidad) sea, como hemos indicado más arriba, comparable a la de las breves
(excepto la a, que es prácticamente equivalente a la a breve latina no sólo en la
duración, sino también en el timbre [a]).

Una variedad de sonidos vocálicos más parecidos a los latinos los presentan el catalán o
el portugués. En estas lenguas, los sonidos vocálicos varían dependiendo de si aparecen
en una sílaba acentuada o no; concentrándonos, por tanto, en las sílabas tónicas, es
sabido que el catalán, como el italiano, conoce no cinco, sino siete sonidos vocálicos, ya
que para las letras e y o tiene una variante abierta (soc [sɔk] y net [nɛt]), y otra cerrada
(sóc [sok] y nét [net]). Pues bien, el sonido de la variante abierta se corresponde
exactamente con el de las e [ɛ] y o [ɔ] breves latinas, mientras que el sonido de la
variante cerrada, aparte del alargamiento adicional que necesitan estas vocales en latín,
se corresponde exactamente al de las é [o:] y ó [e:] largas latinas.

El portugués, como el francés, nos permite acercarnos todavía un poquito más a la


pronunciación de las vocales latinas; ya que, aparte de lo dicho más arriba, ambas
lenguas conocen también varios sonidos para la vocal a. El timbre de la a tónica
portuguesa, como en el resto de lenguas autóctonas de la península ibérica, es como el
de la a breve latina; sin embargo, aunque sin verdadero valor fonológicamente
distintivo, la a del portugués ante l (o ante u) en palabras como mal [mɑɫ], suena, de
nuevo sin el alargamiento, como la á [ɑ:] larga latina. Más clara es la diferencia en
francés, donde los dos tipos de a tienen valor fonológicamente distintivo, siendo el
sonido de la a breve latina como el de la a del francés pate, y el de la á larga latina como
el de la del francés pâte.

También presenta el portugués, esta vez sin paralelo en el resto de las lenguas
autóctonas de la península, ni en la mayoría de lenguas del entorno romance, varios
sonidos vocálicos para la i; y, nuevamente sin verdadero valor fonológicamente
distintivo, la i del portugués ante l (o ante u) en palabras como mil [mɪɫ], suena, en este
caso, como la i [ɪ] breve latina. De entre las lenguas de nuestro entorno más próximo,
sólo el inglés o el alemán presentan sonidos vocálicos que reproduzcan la diferencia
entre la i o la u breves [ɪ ʊ] y la í o la ú largas latinas [i: u:].

Finalmente, la y latina, aparte del aranés, no tiene equivalente en las lenguas autóctonas
de la península. Se pronuncia como la u del francés; es decir, redondeando los labios
como para decir u, pero diciendo i en su lugar. No es difícil, aunque a no pocos pueda
parecerles ridículo; y es que hablar una lengua distinta a la propia requiere siempre,
como decíamos, cierta capacidad de desinhibición. También esta vocal, por supuesto,
tiene en latín una variante breve [ʏ] y otra larga [y:].

Ahora indicamos la pronunciación de cada vocal siempre mediante los símbolos del
Alfabeto Fonético Internacional, y facilitamos algunos ejemplos que pueden escucharse
haciendo click en cada uno de ellos:

a [a] ad, casa á [ɑ:] á, lána


e [ɛ] et, senex é [e:] é, hérés
i [ɪ] id, sitis í [i:] vís, fínis
o [ɔ] ob, honor ó [o:] mós, nótor
u [ʊ] ut, nurus ú [u:] tú, lúdus
y [ʏ] typus ý [y:] gýrus

Además de los doce de más arriba, el latín tiene cuatro sonidos vocálicos nasales
breves, que aparecen sólo en posición final de palabra y se indican en la escritura con
una –m que se llama m cadúca y se pronuncia como consonante sólo cuando va seguida
de una palabra que no empieza por vocal o h1:

–am [ã] tam


–em [ɛ̃ ] ídem
–im [ɪ̃] sim
–im [ʊ̃ ] tum
De entre las lenguas autóctonas de la península ibérica, sólo el portugués tiene vocales
nasales. La única otra lengua romance que las tiene es el francés. El timbre de las
nasales portuguesas o francesas no es necesariamente el mismo que le de las latinas,
pero se parece bastante, y nos sirve, en cualquier caso, para hacernos idea de qué
significa la nasalización.

-------
1
Si sigue una palabra que empieza por consonante distinta de h, la m cadúca cambia de pronunciación de
acuerdo con el punto de articulación de la consonante siguiente, convirtiéndose en labial ante una labial
(tam pulcher [tam.'pʊɫ.kɛɾ]), dental ante una dental (tam turpis [tan.'tʊr.pɪs]), y velar ante una velar (tam
castus [taŋ.'kas.tʊs]).

Diptongos

El latín tiene seis diptongos, es decir parejas de vocales que pertenecen a una misma
sílaba. Sólo los tres primeros diptongos son realmente frecuentes, mientras que los tres
segundos aparecen sólo en un muy reducido número de palabras. Esas combinaciones
de vocales pueden aparecer también como hiato, o sea pertenecer a sílabas distintas. En
el caso de las primeras tres parejas, el hiato tendrá lugar principalmente en palabras de
origen extranjero. No se ha llegado a diseñar ningún modo ideal y consistente de
distinguir los diptongos de los hiatos en la escritura. El que yo sigo se describe más
abajo. Es ambiguo sólo en el caso de eu. La mayoría de la gente y los editores modernos
de textos latinos no intentan siquiera distinguir diptongos de hiatos en la escritura en
absoluto, y se espera que uno sepa a priori qué caso es cuál.

Diptongo Hiato
æ [aɛ̯ ] æs ae áe aé áé áér
œ [oe̯ ] pœna oe óe oé óé poéta
au [ɑʊ̯ ] aurum aü áu aú áú Œnomaüs
eu [ɛʊ̯ ] heus eu éu eú éú meus
ej [ɛj] hej ei éi eí éí meí
uj [ʊj] cuj ui úi uí úí tuí

Para decirlo de otra manera, los diptongos son grupos vocálicos que, dentro de una y la
misma sílaba, empiezan con un sonido vocálico y acaban con otro. Una mirada a la
ortografía latina debería dejar absolutamente claro cómo pronunciar cada uno. En
realidad, sólo hay dos que realmente supongan algún problema para los hablantes de las
lenguas autóctonas de la península ibérica. Los demás no tienen dificultad: el diptongo
au es como en el español causa, el portugués mau o el catalán blau; eu es como el
español Europa o el portugués y el catalán meu; ei como el español rey, el catalán llei, o
la pronunciación de direita en el portugués de Brasil; ui como en ciertas
pronunciaciones del español muy (es decir [ʊɪ̯], no [wɪ]) o en el portugués fui. Los
problemáticos son æ y œ, ya que la tendencia es a pronunciarlos en hiato. Así, mucha
gente dice rosæ en tres sílabas (ro-sa-e) y con el acento en sa, cuando la pronunciación
debe ser en dos sílabas, ro-sae (casi como ro-say), con el acento en ro. Lo mismo con
palabras como pœna, que no es po-e-na, sino que se pronuncia casi como boina.
Consonantes

El latín tiene diecinueve letras consonantes, la última de las cuales sólo aparece en
palabras de origen griego:

bcdfghjklmnpqrstvxz

Como se ha dicho más arriba, las letras j y v son sólo variantes gráficas de i y u, y los
antiguos no otorgaban a la diferencia valor distintivo preciso; sin embargo, la
pronunciación de las consonantes difiere de la de las vocales y consideramos que la
distinción escrita posteriormente establecida es ventajosa a la hora de marcar esa
diferencia, y por lo tanto que merece la pena observarse. Por supuesto, no tiene ningún
sentido observarla en un caso y no en el otro.

Las letras c, k y q representan exactamente el mismo sonido. La letra k es simplemente


un arcaísmo, que aparece sólo en unas pocas palabras ante a (e.gr. kalendæ) y q sólo se
usa ante una u semivocálica seguida de una vocal (e.gr. qvis).

El latín tiene veinticuatro sonidos consonánticos, que ahora indicamos mediante los
símbolos del Alfabeto Fonético Internacional, y facilitamos algunos ejemplos que
pueden escucharse haciendo click en cada uno de ellos:

b [b] bonus p [p] pater ph [pʰ] physica m [m] máter


d [d] diés t [t] télum th [tʰ] theátrum n [n] nómen
g [g] genus c [k] céna ch [kʰ] chorus n [ŋ] angor
gv [gw] sangvis qv [kw] qvis

f [f] fínis
z [z] zóna s [s] satis r [ɾ] rosa
sv [sw] svádeó
h [h] homó

j [j] jam l [l] límes


v [w] vís l [ɫ] lúna

Oclusivas sordas: p, t, c

Se pronuncian exactamente igual que en español y el resto de lenguas autóctonas de la


península ibérica. Sólo hay que recordar que la 'c' tiene siempre el sonido del español,
portugués o catalán casa, es decir, el de la k vasca (nunca el del español, portugués o
catalán cena).

Oclusivas sonoras: b, d, g
Estos sonidos, excepto cuando aparecen tras nasal m/n (como en el español y portugués
ambos, andar o angustia, catalán ambre, andana o angoixa) o, en el caso de la d, tras l
(como en el español y catalán aldea, portugués aldeia), o en posición inicial absoluta
(como en el español, portugués y catalán boca, dominar, grande/gran), se pronuncian
en todas las lenguas autóctonas de la península ibérica de manera que el paso del aire
nunca se obstruye del todo como sucede con las oclusivas sordas; así, al pronunciar la b,
los labios no llegan realmente a tocarse (cf. español y portugués tabaco, catalán tabac),
y en el caso de la d o la g la lengua no se pega a los dientes o al velo del paladar como
lo hace con la t o la c (español, catalán y portugués seda; español y portugués magro,
catalán magre). Debe ponerse sumo cuidado en evitar en Latín esta pronunciación
relajada. Estos tres sonidos deben hacerse realmente oclusivos en todas las posiciones,
como lo son en italiano, francés o inglés. Hay que recordar, además, que que la 'g' tiene
siempre el sonido del español y portugués gato, catalán gat (nunca el del español y
portugués gente, catalán gent).

Oclusivas aspiradas: ph, th, ch

Ninguna de nuestras lenguas tiene estos sonidos que el latín tomó del griego. Son muy
similares a las fuertemente aspiradas consonantes p, t, k iniciales del inglés o el alemán,
que parece que escupen cuando hablan. Básicamente, al pronunciar estos sonidos hay
que hacerlo con una cierta explosión de aire (idealmente sin saliva), de forma que al
pronunciar 'cha', 'tha' y sobre todo 'pha' delante de una vela encendida la vela
prácticamente se apague. El grupo 'ch' nunca suena en latín como el español y portugués
chocolate.

Labiovelares: gu [gw], qu [kw], su [sw]

Sin problemas para los nativos de las lenguas que estamos tratando. Básicamente, lo que
hay que recordar es que en estas combinaciones la 'u' se pronuncia siempre: 'sanguis'
['saŋ.gwɪs], 'quis' [kwɪs]. Lo único que sucede es que, en algunas posiciones, la 'u' de
estos grupos tiene función semivocálica (o, para entendernos, forma diptongo con la
vocal siguiente), como en el español gua.ca.mo.le, cua.tro, sua.ve, mientras que en otras
la 'u' tiene plena función vocálica (forma hiato con la vocal siguiente). Es la diferencia
que hay, al menos en el español de Europa, entre la u de e.va.cua.mos y la u de
a.cen.tu.a.mos. La primera es una semivocal (forma diptongo con la a, es decir se
pronuncia en la misma sílaba que la a que sigue), mientras que la segunda es una vocal
propiamente dicha (forma hiato con la a, es decir se pronuncia en una sílaba distinta que
la a que sigue). La combinacón 'gu' en latín sólo es labiovelar tras n, como en el bisílabo
'san.guis'; en el resto de los casos la 'u' es vocal plena y forma hiato con la vocal que
sigue, como en 'e.xi.gu.i.tás'. La combinación 'qu' siempre es labiovelar (la 'u' forma
siempre diptongo con la vocal que sigue), como en 'quantum' ['kwan.tʊ̃ ]. En la
combinación 'su' la 'u' es semivocal sólo en unas pocas palabras como 'suá.de.ó' o
'Sué.tó.ni.us'; en el resto de los casos la 'u' es vocal plena y forma hiato con la vocal que
sigue, como en 'su.a'. Algunos editores solían escribir las labiovelares como 'gv'
(sangvis), 'qv' (qvis), 'sv' (svadeo) en el pasado. Tiene mucho sentido hacerlo así.

Nasales: m, n

Se pronuncian como en español o en catalán, excepto en dos casos. Una 'n' ante s o f
hace alargarse a la vocal precedente (cf. 'cónsul', 'ínfimus'). Posiblemente la vocal
quedaba además nasalizada y la n desaparecía por completo de la pronunciación como
consonante propiamente dicha; si esto es así, la pronunciación sería casi idéntica (aparte
del alargamiento) a la que presenta el portugués en la primera sílaba de las palabras
'cônsul' o 'ínfimo', bastante similar también, aunque no tanto, a la primera del francés
'consul' y, ya bastante menos similar, a la de 'infime'. Hay que recordar, sin embargo,
que en latín la 'n' se pronuncia como tal (sin alargamiento vocálico, nasalización ni
desaparición) ante todas las demás consonantes, diferenciándose así del portugués o del
francés. Como se ha dicho en la sección dedicada a las vocales, la '-m' final había
desaparecido completamente de la pronunciación como consonante en época clásica
(excepto ante consonante inicial en la palabra siguiente) e indicaba solamente una mera
nasalización de la vocal anterior, que sin embargo permanecía breve. De nuevo, de entre
las lenguas autóctonas de la península, sólo el portugués presenta un fenómeno
parecido. Así, la última sílaba de una palabra latina como 'alam', se pronuncia de forma
muy similar al portugués lã; la última sílaba de 'autem' suena casi como têm; el latín
'sim' suena prácticamente idéntico al portugués sim; y la palabra 'tum' suena
prácticamente idéntica a la última sílaba del portugués atum.

Líquidas: r, rh, l

La 'r' se pronuncia como en italiano; es decir, como en español, vasco o catalán, pero
recordando que la inicial de palabra suena suave, no fuerte (no ['rɔ.sa], sino ['ɾɔ.sa],
como en italiano).

La 'rh', que aparece en algunas palabras de origen griego, es igual que la r descrita más
arriba, pero con una aspiración (h inglesa) pronunciada de forma simultánea.

Aunque mucha gente lo ignora, la 'l' tenía en latín dos (acaso tres) sonidos distintos.
Parece que, en la mayoría de los casos, tenía un sonido que llamaremos obscuro,
mientras que ante la 'i', como en 'límes', o en posición doble, como en 'ille', tenía un
sonido que llamaremos claro. Es sabido que el sonido obscuro en tiempos arcaicos era
similar al de la l velar catalana, aunque seguramente no tan fuertemente velar como la l
final de sílaba del portugués mal, que casi se convierte en u. Este sonido fue
evolucionando hasta hacerse progresivamente más alveolar, como el de la l del español
o del vasco. Por otro lado, el sonido claro empezó con una articulación relativamente
alveolar, pero fue evolucionando hasta hacerse progresivamente más palatal, como el de
la ll catalana o la lh portuguesa. No es posible determinar cuándo se produjeron estos
cambios, aunque es de suponer que se verificaron en paralelo; así que, aunque es difícil
saber cuál era el estado de cosas en el periodo clásico en particular, lo que sí es cierto es
que durante toda la historia de la lengua latina hubo una diferencia en la pronunciación
de ambas eles. El hablante moderno que aspira a reproducir una pronunciación auténtica
tiene por lo tanto dos opciones: o bien pronunciar una 'l' marcadamente velar en la
mayoría de los casos, pero neutra (alveolar) ante i o en posición doble; o bien
pronunciar una 'l' neutra (alveolar) en la mayoría de los casos, pero marcadamente
palatal ante i o en posición doble. De una u otra manera, sin embargo, lo importante es
que diferencia resulte audible. Tanto la velarización como la palatalización deben ser
ligeras. La velarización, más como la catalana que como la portuguesa; la palatarización
más como la de ciertas variedades de griego moderno en palabras como λιμανι que
como la ll catalana o lh portuguesa propiamente dichas.

Fricativas: f, s
La 'f' es como en nuestras lenguas.

La 's' es como la del español casa. Hablantes de catalán o portugués deben recordar que
es siempre sorda (como el catalán o portugués sol, nunca como en catalán o portugués
casa).

Aspiración: h

La 'h' se pronuncia como en inglés o en alemán. Es como el sonido de la j del español


pero pronunciado con suavidad, como hacen en Andalucía.

Consonantes dobles: x, z

La 'x' representa [ks], como en español. Hablantes de catalán o portugués deben recordar
que es siempre sorda (como en catalán y portugués taxi, nunca como en catalán examen
o portugués exame; mucho menos como en catalán o portugués caixa, o portugués
próximo).

El sonido de la 'z' es dudoso. Tenía o bien un sonido [z] como en catalán y portugués
zero (no como en portugués feliz); o un sonido [dz], como el del italiano zero (no como
en italiano zio). Pudo haber sido como el de la z vasca. Era, en cualquier caso, una letra
griega, de origen extranjero, así que los no educados en la cultura helénica seguramente
tendrían problemas para pronunciarla adecuadamente y la adaptarían de diversas
maneras, principalmente como una mera 's', como se observa en el término 'mássa', del
griego μαζα. Entre vocales, la 'z' se pronuncia doble, como atestigua la propia
adaptación latina 'mássa', pero nunca se escribe duplicada como otras consonantes: una
palabra como 'gaza' se pronuncia por tanto ['gaz.za] o ['gadz.dza] (como el italiano gazza).

Semivocales: j, v

La 'j' (que mucha gente escribe ahora como mera 'i', siguiendo consideraciones y
convenciones ortográficas ajenas al latín) suena como la 'y' inglesa en yet o la francesa
en yeux. La 'y' del español es muy fricativa (en posición enfática incluso africada, como
la 'j' del inglés jet), y esto debe evitarse. Entre vocales, esta consonante se pronuncia
doble, pero nunca se escribe duplicada como otras consonantes: una palabra como 'ejus'
se pronuncia por tanto ['ɛj.jʊs].

La 'v' (que la gente arriba mencionada escribe normalmente 'v', siguiendo de nuevo
consideraciones y convenciones ortográficas ajenas al latín, y que sólo un reducido
número de los que abogan por el fin de la 'j' son al menos suficientemente consecuentes
como para substituirla por la 'u') suena como la 'w' inglesa en wet (más probablemente
como la व del hindi). Los hablantes de español en particular deben esforzarse por no
pronunciarla como [gw]. Es probablemente mejor (ciertamente más justificado desde el
punto de vista histórico) pronunciar 'vís' como 'bis' (con nuestra suave [β] fricativa) que
pronunciarla [gwɪs] por querer decir [wɪs] y no poder.

Consonantes geminadas:

La mayoría de las consonantes pueden aparecer duplicadas en la escritura (e.gr.


appónere, accipere, terra, commúnis, etc.) y deben pronunciarse también como dobles
([ap.'po:.nɛ.ɾɛ], [ak.'kɪ.pɛ.ɾɛ], ['tɛr.ra], [kɔm.'mu:.nɪs]). Esto es algo que en nuestras lenguas
no se conoce, pero que ha sobrevivido en el italiano. Hay que hacer un esfuerzo por
hacer sonar las dos consonantes claramente. Aparte de esto, lo único que hay que
recordar es que las consonantes 'j' y 'z' nunca se escriben dobles, pero entre vocales
siempre se pronuncian dobles (cf. ejus ejus ['ɛj.jʊs], gaza ['gaz.za] o ['gadz.dza]).

Sílabas

Para saber dónde poner el acento en una palabra latina, y también entender la estructura
de la métrica latina, necesitamos primero saber cómo dividir una palabra latina en
sílabas. Los principios son prácticamente los mismos que rigen en español.

1. Vocales

1a. Cada sílaba tiene una vocal como núcleo (ninguna consonante puede constituir una
sílaba por sí sola sin una vocal).

1b. Habrá normalmente tantas sílabas en una palabra como haya vocales, una vocal por
sílaba. Así que las vocales que aparezcan juntas perteneceran regularmente a sílabas
diferentes:

me-us, su-us, a-vi-a, ó-ti-um

1c. Excepción: los grupos vistos más arriba (æ, œ, au; y, menos frecuentement, eu, ei,
ui) no se suelen dividir, sino que se pronuncian en la misma sílaba, y los llamamos
diptongos; en raras ocasiones (normalmente palabras extranjeras, pero no siempre) esos
grupos de vocales sí que pertenecen a sílabas distintas, un fenómeno que llamamos
hiato. Los casos de hiato tienen que aprenderse específicamente.

Diptongo æ: æ-ri-us
Hiato de a y e: a-é-ne-us

1d. Nota: Es una tendencia muy común oír cosas como una pronunciación bisílaba de
'tertia' ['tɛr.tja]. Esto es incorrecto y debe evitarse cuidadosamente. La combinación 'ia'
no es un diptongo, así que la i y la a pertenecen a sílabas diferentes y la palabra es
trisílaba y debe leerse 'ter-ti-a'. De hecho, en combinaciones de i+vocal, un sonido de
transición del tipo de una [j] (como la 'y' inglesa) aparece entre las dos para dar lugar a
['tɛr.tɪ.ʲa]. Lo mismo vale para u+vocal, donde aparece un sonido [w]; así 'quattuor' suena
['kwat.tʊ.ʷɔɾ] (no como bisílabo ['kwat.twɔɾ]).

2. Consonantes

2a. Una consonante entre dos vocales forma sílaba con la vocal siguiente, no con la que
precede. La estructura silábica más simple de una palabra latina es por lo tanto v-cv-cv-
cv…, o, por supuesto (cf. el punto 1 más arriba), cv-cv-…-cv-cvc:

a-ni-ma, é-la-bó-ró
ro-sa, pœ-na, mo-ní-le, lú-cá-ni-ca
di-gi-tus, o-cu-lus
2b. Todo grupo de consonantes entre dos vocales se separa; la última consonante del
grupo formará sílaba con la vocal siguiente y el resto pertenecerán a la sílaba
precedente: cvc-cv…, cvcc-cv…, etc.:

gut-ta, gut-tur, cel-la, com-mú-ni-tás


com-pá-gó, len-tís-cus, trán-si-tus, cón-sul
tráns-ma-rí-nus, cóns-pec-tus

2c. Excepción 1: las combinaciones ch, ph, th, qu (qv [kw]), y en algunos casos gu (gv
[gw]) y su (sv [sw]) ante vocales, representan fonemas simples y no pueden dividirse;
por otro lado, la letra x representa dos fonemas [ks] que pueden pertenecer a sílabas
distintas:

pul-cher, sym-phó-ni-a, syn-the-sis, e-qvus


san-gvis, cón-své-tú-dó

exitus = ec-si-tus, expertus = ecs-per-tus

2d. Excepción 2: un grupo consonántico de múta cum liquidá (una oclusiva con una
líquida) no puede dividirse. Mútæ son b/p/ph, d/t/th, g/c/ch, pero también consideramos
f a efectos de esta regla; liquidæ son l y r:

com-pró-mis-sum, cóns-truc-ti-ó, íns-críp-ti-ó


com-plu-vi-um, con-clá-ve
ín-flá-ti-ó, án-frác-tus

Todas las sílabas en latín, tanto si son tónicas o acentuadas como si no, deben recibir
una cantidad relativamente regular de energía y han de pronunciarse con igual claridad,
no como en otras lenguas como el portugués o el inglés en que apenas se hace hincapié
en la mayoría de sílabas átonas o no acentuadas.

3. Cantidad silábica

Es muy importante distinguir entre cantidad vocálica (vocales breves y largas) y


cantidad silábica (sílabas breves y largas). Se dice que una sílaba es breve si tiene:

a) una vocal breve no seguida de ninguna consonante que pertenezca a la misma sílaba:
a-ni-ma, ca-ve-a

Se dice que una sílaba es larga si tiene:

a) una vocal larga: dú-có, Ró-má-ní


b) un diptongo: præ-dæ, pœ-næ
c) cualquier vocal (breve o larga o diptongo) seguida de una o más consonantes que
pertenezcan a la misma sílaba: for-tis, jús-tís, mæs-tus.

Acento
Ahora que sabemos identificar las sílabas latinas y su cantidad, podemos fácilmente
averiguar la posición del acento en una palabra latina. Simplemente tenemos que prestar
atención a la penúltima sílaba de esa palabra, y seguir esta regla:

Si la penúltima sílaba es larga, el acento recae en ella:

má-tró-na (ama de casa), ac-cen-tus

Si la penúltima sílaba es breve, el acento retrocede una sílaba y recae en la


antepenúltima (si la palabra tiene más de dos sílabas, por supuesto):

Má-tro-na (el río Marne), fa-mi-li-a

Cabe señalar a este respecto que una vocal ante otra vocal será regularmente breve (e.gr.
la i en per-vi-us); aunque hay algunas excepciones, sobre todo en palabras extranjeras
(e.gr. la é en Mú-sé-um).

Sólo unas pocas palabras tienen excepcionalmente un acento en la última sólaba por
razones históricas, como il-líc o Ar-pí-nás. Tendrán que aprenderse
independientemente.

Sinalefa

Lo último que tenemos que aprender sobre la pronunciación del latín es un fenómeno
que llamamos synalœpha que tiene lugar cuando las palabras quedan unas junto a otras
en el discurso. Cuando una palabra que termina por vocal (incluidas las vocales nasales,
o sea las que van seguidas de m cadúca) o diptongo, precede a otra palabra que empieza
por vocal o diptongo (incluidas las aspiradas, o sea las que van precedidas de h), la
última sílaba de la palabra que precede y la primera de la que sigue se fusionan,
combinándose en una sílaba única, en la que la vocal de la palabra precedente se
convierte en un simple sonido de transición semivocálico:

sí mé obsecret [si:.'me̯ ɔp.sɛ.kɾɛt]

cum arcessor [kʊ̯̃ ar.'kɛs.sɔɾ]

siquidem hercle possís [sɪ.'kwɪ.'dɛ̯̃ ɛ̥r.kɫɛ.'pɔs.si:s]

Aunque la sinalefa es un fenómeno connatural al español no menos que al latín, una


pronunciación demasiado reflexiva y poco espontánea de esta lengua hace que a
menudo no se realicen las sinalefas, especialmente cuando las vocales afectadas son
nasales (seguidas de m cadúca), aspiradas (precedidas de h) o largas. Esto rompe el fluir
de la lengua y hace que el latín suene muy poco natural. Debe evitarse.

A pesar de tratarse de un error muy difundido, debe notarse que la sinalefa no es ni


elisión ni diptongo. La elisión significaría la completa desaparición de la pronunciación
de la vocal final de la palabra precedente, como si pronunciáramos sí mé obsecret como
[si:.'mɔp.sɛ.kɾɛt]. La elisión sucede en muchos vernáculos (cf. el italiano l’università, el
catalán m’agrada, el francés j’accuse), pero los escritores romanos claramente indican
que éste no es el caso en latín. También el diptongo es diferente de la sinalefa, en tanto
en cuanto en el diptongo la vocal que actúa como semivocal es la que sigue, mientras
que en la sinalefa es la que precede. Esto tiene importantes consecuencias en poesía,
porque un diptongo hace siempre larga la sílaba (la semivocal cierra la sílaba y la hace
larga por posición), mientras que el resultado de una sinalefa puede ser breve o largo
dependiendo de la cantidad de la primera sílaba de la palabra siguiente (la semivocal
precede a la vocal, y no cierra la sílaba). Pronunciamos ita ut æquum fuerat como
['ɪ.ta̯ ʊ.'taɛ̯ .kʊ̃ .'fʊ.ʷɛ.ɾat], donde la sílaba con la sinalefa [ta̯ ʊ] sigue siendo tan breve como si
se hubiera tratado de [tʊ] o [tɾʊ], mientras que un diptongo [taʊ̯ ] la habría hecho tan
larga como digamos [taɛ̯ ] o [tar].

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