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La explicación monetarista de la stagflation: la tasa natural de paro y la teoría aceleracionista

de la inflación
En síntesis, la versión monetarista de la stagflation se basa en los conceptos de «tasa natural
de paro» y «teoría aceleracionista de la inflación». Ambos tienen un apoyo doctrinal en
principios neoclásicos.
Definiendo la tasa natural de paro como aquella que corresponde al salario real de
equilibrio, en principio, en la tasa natural sólo estaría incluido el desempleo friccional, esto
es, el provocado por el tiempo que necesitan para encontrar un empleo mejor los trabaja-
dores que lo han perdido voluntariamente, ya que para ese tipo de salario (el de equilibrio)
existe empleo para todos ellos.
El propio Friedman, M., reconoce, en su conferencia de recepción del Premio Nobel de
1976, que él mismo introdujo esta expresión inspirándose en la «tasa natural (o normal) de
interés» de Wicksell, K., y que no se trata de una constante, sino que depende de factores
reales y no monetarios, como, por ejemplo, la efectividad del mercado de trabajo, el grado
de competencia o monopolio existentes y las barreras o facilidades para el desplazamiento
de los asalariados a otros empleos.
La tasa natural de paro se denomina así, entonces, porque está provocada por ciertos
factores (ausencia de información perfecta en el mercado de trabajo, incertidumbre sobre
precios y salarios futuros y rigidez de los salarios, además de los ya citados) que hacen que
«de forma natural» aparezca una cierta tasa de desempleo en una economía en cada
período de tiempo considerado. Es decir, los determinantes básicos de esta tasa natural
son las circunstancias específicas en cada caso del mercado laboral, y, más concretamente,
los siguientes:
1. Los elementos condicionantes de la duración del paro: la propia organización del
mercado de trabajo (existencia y funcionamiento de oficinas de empleo, de ser
vicios de empleo juvenil...), la composición demográfica de la oferta de trabajo, el
interés de los parados por buscar un nuevo empleo y la disponibilidad y tipos de
trabajo.
2. Los factores influyentes sobre la frecuencia del desempleo: la variación de la de-
manda de trabajo de las distintas empresas, ya que en unas crece y en otras
disminuye, con distintos ritmos, además, y la tasa de incorporación de nuevos
efectivos a la oferta de empleo.
De manera generalizada, pues, los autores monetaristas identifican, por una parte, el pleno
empleo con la tasa natural de paro y, por otra, consideran compuesta e integrada esta última
por el paro «friccional» y el paro «estructural».
En cuanto a la denominada «Teoría aceleracionista de la inflación», es la teoría de
Friedman la que mantiene que el proceso inflacionista, y su aceleración se produce a con-
secuencia de los intentos de las autoridades por reducir la tasa de paro por debajo de su
nivel natural mediante la aplicación de políticas expansivas. La explicación corriente del
proceso se apoya en la existencia de trade-off a corto plazo entre inflación y desempleo.
Supongamos que partimos en la Figura 7.6. b) del punto A, correspondiente a la tasa
natural de paro, U*, con una inflación moderada ( P1), y que las autoridades intentan
reducir esa tasa de paro por considerarla excesiva. Para ello aplican una política de
expansión de la demanda agregada, que se traduce, en parte, en un alza de precios y, en
parte, en un aumento del grado de utilización de la capacidad productiva, de la renta real
y del empleo. Este segundo efecto tiene lugar como consecuencia de expectativas erróneas
sobre la inflación por parte de empresarios y trabajadores, como ahora veremos.
Los empresarios consideran, en principio, tan sólo el aumento de sus precios, con lo que
mejorarán sus expectativas de beneficios y estarán dispuestos a pagar salarios nominales
algo mayores con la intención de atraer más empleo. La demanda de este f actor aumenta.
Los trabajadores, por su parte, apreciarán de forma más rápida el crecimiento de los
salarios nominales que el aumento generalizado de los precios, con lo que, al creer que
suben sus salarios reales, aumentarán su oferta de empleo. De esta forma se produce, junto
a un crecimiento de los precios (la tasa de inflación pasa de P1 a P2), una reducción de la
tasa de paro por debajo de su nivel natural (U2 < U*), puesto que existe un nuevo punto
de equilibrio en el mercado de trabajo, a mayores niveles de oferta y demanda.
Pero los efectos de la política expansiva sobre el empleo son sólo transitorios. Una vez que
los agentes económicos revisen sus expectativas sobre la inflación, la tasa de paro retornará
a su nivel inicial (tasa natural), persistiendo una inflación mayor que la de partida.
En efecto, el crecimiento pasajero en el nivel de empleo se ha producido, como hemos
visto, por un descenso del salario real, no correctamente percibido por los trabajadores, al
no anticipar la inflación, pero, una vez que éstos se dan cuenta de que los precios han
crecido, incluso más que los salarios nominales, disminuirán su oferta de empleo y
presionarán para lograr un mayor crecimiento de dichos salarios nominales, con lo que el
sala- rio real volverá a su posición de equilibrio inicial, correspondiente a la tasa natural de
paro.

Si volvemos sobre la Figura 7.6. b) y razonamos en los términos en que lo hacen los autores
de la teoría aceleracionista, tendríamos que una política de expansión de la demanda, a la
vez que reduciría el paro de U* a U , provocaría un aumento de los precios. Esto sucedería
en una primera fase, que se corresponde con la trayectoria AB de la figura. En una segunda
fase, la revisión de las expectativas sobre la inflación provocaría un crecimiento de los
salarios nominales para recuperar los ni veles perdidos de salarios reales. Como
consecuencia de ello —continúa afirmando la teoría— tiene lugar una caída de la demanda
de empleo y, por consiguiente, un desplazamiento del paro hacia su nivel anterior, U*.
Esta segunda fase se indica mediante la trayectoria BC.
Puede observarse en el análisis anterior que, para los defensores de esta teoría
aceleracionista, el trade-off U – P, de Phillips, se cumple, pero sólo a corto plazo [paso de
A a B, de C a D, etc., en la Figura 7.6. b)], y como consecuencia de una inflación no
anticipada. A medio plazo se vuelve siempre a la tasa natural, U*, compatible con cualquier
tasa de inflación, dibujando una evolución en forma de dientes de sierra de intensidad
decreciente hasta que, a largo plazo, la relación U – P se convierte en una línea vertical,
perpendicular al eje de abscisas en U*.
Analíticamente, si observamos la curva de Phillips ampliada con las expectativas, tal como
la presenta Lucas, E. Robert, tenemos:

de donde

o, lo que es lo mismo,

esto es, la tasa de paro sólo podrá permanecer por debajo de su nivel natural en la medida
en que la tasa de inflación se autoacelere, es decir, se mantenga por encima de la tasa de
inflación esperada ( P > P ).
Según esta explicación monetarista, si las autoridades ponen su empeño en mantener la
tasa de paro por debajo de su nivel natural, se lanzarán por el camino, sin salida, de una
expansión continua que, a la larga, sólo provocará una aceleración de la inflación.
Ahora bien, en cualquier caso, y siempre dentro del esquema monetarista, esta política
expansiva sólo es posible a través de una aceleración continua de la tasa de crecimiento de
la oferta de dinero, con lo que la inflación es siempre, en último extremo, un fenómeno
monetario cuya manifestación final dependerá de la velocidad de ajuste de las expectativas.
Ante estas explicaciones de la stagflation, las proposiciones monetaristas para combatirla
no pueden ser más claras: fijar una tasa de crecimiento monetario, cada vez más reducida,
hasta hacerla compatible con la tasa de crecimiento de la renta real sin inflación. Para
reducir la tasa natural de paro, la única vía a largo plazo, como ya dijimos con anterioridad,
es la flexibilización y transparencia de los mercados de trabajo, que se conseguirá, ante
todo, con una menor intervención del sector público en la economía y con una
recuperación de la institución básica del mercado como mecanismo autorregulador.
Si apelamos a la realidad o a esquemas alternativos, como sería el keynesiano, en el que el
mercado de trabajo no es walrasiano, y no se consigue mediante el ajuste de sus precios
(salarios) garantizar de hecho la igualdad de la oferta y la demanda, resulta fácil una crítica
demoledora del enfoque monetarista. Nos remitimos, en este sentido, a trabajos ya clásicos
y sobradamente conocidos, como algunos de Modigliani, en los que se cuestiona el
carácter perfectamente competitivo del mercado de trabajo, de modo que la tasa del salario
real se iguala de manera continua al producto marginal del trabajo, así como el tratamiento
del trabajo como un bien homogéneo que se presta a ser subastado. Igualmente se resalta
en estos estudios críticos lo que la evidencia empírica avala, en el sentido de que los salarios
monetarios están determinados no por fuerzas de mercado, sino por negociaciones
institucionales en las que el principal objetivo consiste, por ambas partes, en mejorar las
ganancias reales netas.
La perspectiva neokeynesiana de la inflación con paro
Existen diversas explicaciones del fenómeno de la stagflation desde una perspectiva neo-
keynesiana, pero, si quisiéramos sintetizar sus principales argumentos, tendríamos que
admitir que, en general, consideran que el origen de la inflación se encuentra en los shocks
padecidos por el lado de la oferta y de los costes, y que el incremento de la tasa de paro
es una consecuencia de la caída en el ritmo de actividad económica, provocada, en buena
parte, por las políticas antiinflacionistas de signo restrictivo practicadas por los gobiernos
durante la crisis. «La inflación de costes conduce directamente a la stagflation, si se frena
a través de una reducción de la expansión de la oferta monetaria».
Se admite, respecto a la stagflation de los años setenta, que quizá una buena parte de la
inflación en los Estados Unidos, al final de los sesenta, fuera originada por causas
monetarias, al recurrir el Gobierno a la Reserva Federal con el f in de financiar el déficit
público creciente originado por la escalada de la guerra del Vietnam. Pero, tanto en el resto
de los países industrializados de Occidente como en la propia economía norteamericana,
los acontecimientos de los años setenta y ochenta, respecto a la aceleración de la inflación,
difícilmente pueden ser explicados si no se considera la incidencia sobre la misma del
crecimiento espectacular de los precios de las materias primas y la energía y de los
crecimientos previos, especialmente en Europa, de los salarios nominales a un ritmo
superior a la tasa de inflación, como consecuencia de los movimientos reivindicativos de
los sindicatos, en busca de una redistribución de la renta a favor de los trabajadores.
Un modelo que sintetizaría bien este proceso es el de la visión neokeynesiana de la inflación
de costes, desarrollado en el Apartado 7.4.2, donde el crecimiento de costes y precios es
compatible con cualquier tasa de paro.
En cuanto a ésta, su crecimiento espectacular, durante la década de los setenta y primeros
años ochenta, hace insostenible la proposición de que todo desempleo es voluntario y de
que la tasa de paro se encuentra en su nivel natural, existiendo, por el contrario, un
importante volumen de desempleo involuntario, originado por la depresión económica y
la infrautilización de la capacidad productiva. Ello posibilita la aplicación de políticas
expansivas no inflacionistas, aunque una parte del paro se debe a la existencia de factores
estructurales que han contribuido al crecimiento de la denominada NAIRU (Non-
Accelerating Inflation Rate of Unemployment ).
Pero, además, se acusa a las políticas monetarias restrictivas de ser, en buena medida, las
causantes del aumento de la tasa de paro experimentado por la economía occidental
durante la crisis.
En suma, los modelos neokeynesianos siguen atribuyendo un papel esencial en la de-
terminación de la demanda de empleo al nivel de output final, determinado, a su vez, por
la demanda agregada. La oferta laboral cambia lentamente y se encuentra influenciada por
la dinámica de la población, por su distribución por sexos y edades y por f actores de tipo
institucional y sociológico, tales como los hábitos respecto al trabajo de la mujer casada o
el período de escolarización juvenil, por lo que el paro depende básicamente de los
cambios en el empleo.
Sin embargo, los importantes cambios de tipo estructural e institucional experimentados
durante la crisis, por la mayoría de los países de economía mixta, condujeron a la existencia
de relaciones menos fiables y directas entre crecimiento de la demanda agregada y
reducción de la tasa de paro que las que reflejaban los modelos tradicionales. En este
sentido se ha argumentado, acertadamente, que «el crecimiento de la demanda no arrastra
necesariamente el de la producción, que el aumento de la producción no implica
forzosamente la creación de empleo y que la creación de empleo no significa siempre una
variación igual y de sentido opuesto del número de parados».
Así pues, las políticas de estímulo de la demanda, aunque siguen siendo imprescindibles
para luchar contra la depresión y el paro, no pueden ser, en principio, tan globales y
agregadas como en las décadas de los cincuenta y los sesenta, sino más selectivas y
desagregadas y, a su vez, complementadas con políticas de estímulo por el lado de la oferta
y políticas de ajuste estructural.
Para luchar contra la inflación, y teniendo en cuenta los graves efectos sobre el empleo de
las políticas restrictivas, se confía fundamentalmente en las políticas de rentas,
particularmente las basadas en acuerdos de empresarios y sindicatos sobre bases
permanentes y continuas. Se estima, además, que ésta es la única vía para hacer más
compatibles el pleno empleo y la estabilidad de los precios.
La nueva macroeconomía clásica
La hipótesis de las expectativas racionales y la del equilibrio continuo de los mercados son
los dos pilares esenciales de la corriente denominada «Nueva Macroeconomía Clásica» o
«Monetarismo II», según la expresión de Tobin.
De acuerdo con la primera de estas hipótesis, los agentes económicos forman sus
expectativas teniendo en cuenta toda la información relevante disponible (teórica y
empírica) sobre el pasado y el presente de la economía, lo que les permite, incluso,
anticipar las medidas que adoptará el Gobierno. La consecuencia es que no se producirán
desviaciones sistemáticas entre la tasa de inflación efectiva y la esperada (las expectativas
sobre los precios son correctas), con lo que la tasa de paro no puede ser reducida, ni
siquiera a corto plazo, por debajo de su nivel natural.
Expectativas racionales no significa, en todo caso, predicciones necesariamente acertadas,
sino que caben errores, pero han de ser aleatorios, no pueden estar correlacionados con
algo que pudo haberse conocido a tiempo.
Utilizando como estimador de la variable de expectativas la esperanza matemática de dicha
variable, condicionada a la información disponible, para el caso de expectativas de
inflación, tenemos,
[6]
La tasa de inflación efectiva podemos expresarla como
[7]
esto es, influida por la tasa de inflación del período precedente, por el comportamiento de
las autoridades monetarias y por f actores aleatorios no predecibles ( Yt, es, lo mismo que
Et, una variable aleatoria de media cero y varianza finita).
Ahora bien, si volvemos a [6],
es decir,

por ser

con lo que, volviendo a la ecuación de Lucas del Apartado 7.7.3,

y sustituyendo pt y pt por sus valores en [7] y [9] llegamos a

[11]
es decir, la tasa efectiva de paro se desviará sólo aleatoriamente de su tasa natural, y, ya que
las autoridades económicas no pueden controlar sistemáticamente dichas perturbaciones
aleatorias, la política para reducir el nivel de paro resultará totalmente ineficaz, incluso a
corto plazo, traduciéndose sólo en un incremento acelerado de la tasa de inflación.
Dicho de otra forma, la economía, en ausencia de perturbaciones aleatorias que afecten a
la previsión de los agentes económicos, se mantendrá en la tasa natural de paro. Ello
equivale a admitir la incapacidad o impotencia de la política económica, que no podría
alejar o desplazar a la economía de esa situación.
Esto es lo que suele denominarse el Teorema de la «neutralidad estricta» (Strong Neutrality
Theorem), o Teorema de la Ineficacia de la Política Económica, en el que se establece que
las medidas sistemáticas de política monetaria y de política fiscal no permiten incidir sobre
( pt – pe) bajo expectativas racionales y, por ello, provocar desviaciones de la tasas naturales.
Dicho de otra manera, el Teorema implica obviamente la ineficiencia de la política eco-
nómica (de ahí su segunda denominación). Ahora bien, la evidencia empírica no apoya la
tesis de que ésta sea necesariamente ineficaz. Hay numerosos ejemplos históricos concretos
en que una política económica prevista ha causado efectos reales, lo que puede deberse a
varias causas, entre otras:
• Que los agentes económicos no usen toda la información relevante disponible
para formar sus expectativas, es decir, éstas no son racionales en sentido estricto.
• Que estos agentes no puedan adaptarse rápidamente a sus nuevas expectativas,
debido a que los precios y salarios son rígidos a corto plazo (por ejemplo, por
la existencia de contratos a largo plazo).
• Que el Gobierno dispone de información privilegiada sobre lo que ocurre en
la economía.
En cualquier caso, y como apuntamos en el Capítulo 2 de este Manual, la hipótesis de
expectativas racionales (y las dudas que arroja sobre la eficacia de la política económica)
nos obliga a preocuparnos más por el papel de las expectativas y de la credibilidad de la
política económica, sobre el que volveremos al estudiar la eficacia de las políticas monetaria
y fiscal y a revisar el enfoque tradicional de la política económica.
La hipótesis de equilibrio continúo de los mercados, vertiente extrema del equilibrio
tendencial walrasiano, supone, por su parte, que todos los mercados de bienes, trabajo y
capital, se encuentran siempre en equilibrio. De esta forma, la tasa de paro permanece
siempre en su nivel natural, y la curva de Phillips se hace vertical, incluso a corto plazo.
En efecto, las conclusiones radicales de política económica extraídas del pensamiento de
esta Escuela descansan, asimismo, en este supuesto, claramente recogido en el modelo de
Lucas, de que los mercados de productos y de trabajo se equilibran siempre a los precios
y salarios vigentes, no existiendo un exceso de oferta que pueda reducirse mediante
medidas que aumenten la demanda agregada. Esta idea de los nuevos economistas clásicos
se corresponde plenamente con la antigua hipótesis clásica de la flexibilidad de precios, de
la que se derivan conclusiones bien conocidas.
Pero el supuesto de equilibrio continuo de mercado no resiste tampoco en la verificación
empírica, dándose, por el contrario, como situación normal la existencia de mercados
racionados, lo que supone, a su vez, que las decisiones de los agentes estarán basadas en
consideraciones no sólo de precios, sino también de cantidades.

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