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SOBRECOMPRENSIÓN DEL TEXTO “LA ESTRUCTURA, EL SIGNO Y EL JUEGO EN LAS CIENCIAS

HUMANAS” DE JAQUES DERRIDA

Con la ruptura y el redoblamiento del concepto estructura a partir del acontecimiento mencionado
en el texto, Derrida nos introduce en el centro, insatisfactorio e inevitable, de la paradoja que se
desarrolla dentro de las ciencias humanas posmodernas (cronológicamente hablando), esta
paradoja son los límites del lenguaje y los límites del ser en relación con el lenguaje. El signo, al ser
contingencia en el interior de cualquier estructura semiótica, es una consecuencia del fenómeno de
la diferencia que hace posible la infinitud de producción significante; ésta (la diferencia) es un
proceso interno transformativo que posibilita las funciones de contradicción, oposición y negación,
así como de semejanza, igualdad y complementariedad, determinando también el movimiento
dialectico de la creación implícito en la voluntad del ser, humanamente hablando. Este movimiento
permite que la diferencia sea tanto unidad como conjunto y al mismo tiempo segmentación y
síntesis imaginaria del infinito material significante que es la existencia (todo lo ente), ésta es pura
presencia, ese fuera de sí para la ausencia presente que es el ser, pues su falta en la otredad le
permite recrear, o representar, la presencia ausente (falta) en sí por medio de dicho movimiento
que es a la vez función en el conjunto de fenómenos que son la diferencia, la negación, la voluntad,
el deseo, la falta, la representación y por último la estructura que establece la cadena de signos;
estos fenómenos son uno visto en sus diferencias imaginarias y que podrían reducirse al siguiente
cuestionamiento puramente fenomenológico, ¿cómo nace la diferencia que crea la oposición
ausencia – presencia en el ser?, pues solo ésta puede establecer la falta y con ella el deseo –
voluntad; solo la estructura simbólica es un estadio bastante posterior pero a la vez una nueva
dimensión significante tal y como lo es el universo faltante o ausente, y es sobre este plano simbólico
donde nace el juego de la estructura condenada a la insatisfacción de eso imposible que llamamos
significado, es el juego de atraparlo con signos simbólicamente (metáfora – metonimia)
estructurados sobre la dimensión imaginaria del deseo que es la sensibilidad, la cual está
estructurada por signos de dualidad primaria o sea de ausencia – presencia. La diferencia entre esta
dimensión imaginaria y la simbólica está en que la primera concibe la falta como una ausencia
puramente estética (de espacio y tiempo), sensible, que conserva su huella en tanto es la marca de
una plena presencia que fue pero que falta y su única aspiración de completud es la repetición
(principio de repetición o constancia freudiano) de esta presencia faltante, ausente, la cual puede
desplazarse sobre la posibilidad de satisfacción que ofrece el mundo presente. La dimensión
simbólica que es donde nos sitúa Derrida, está fundamentada sobre la imposibilidad de completud
imaginaria, pues si esta era la simple falta de algo posible de volver a presentarse o suplirse en la
existencia, la dimensión simbólica es la negación tanto de la posible satisfacción aunque este
presente como de la falta misma que es motor de la aprehensión significante, y al igual que en el
mundo físico la materia no se crea ni se destruye, tampoco aquí la negación es algo creado
interiormente en el ser sino la transformación interna acaecida por una otredad imaginaria
(corporeizada) que en principio fue objeto para convertirme en sujeto pero luego invierte la relación
determinándome como objeto sujeto a los significantes amos que perturban mi relación con el
deseo del otro (represión freudiana), determinando así lo que llamamos cultura, por otro lado la
huella de la presencia primera, el deseo, no es destruido en su negación sino obligado a desplazarse
o transformarse sobre los objetos significantes que permite la cultura, vista como historia material
de la transformación física (escritura) que ejerce el hombre sobre la existencia en su insatisfacción
con la misma a partir de un inicio impensable. El desplazamiento y condensación del deseo sobre
los nuevos objetos nunca es total por lo que se instaura cierta ambivalencia fundamentada en la
coerción del deseo tras la imposibilidad de su satisfacción, desarrollándose así la angustia; ambos
son los símiles de lo posible y lo imposible del signo así instaurado. Así pues, la transformación del
deseo en angustia a partir de la imposibilidad es la esencia de la dimensión simbólica que instaura
el proceso cultural.

La estructura que se ha expuesto corresponde realmente a una visión fenomenológica de la


metapsicología freudiana reelaborada por Lacan y estructurada en el famoso esquema de lo real,
en este caso la existencia en su pura presencia, lo imaginario y lo simbólico, si bien puede parecer
bastante lejano al proceder deconstructivo implícito en Derrida, es la mejor manera de estructurar
la desestructuración con que Derrida aplica el juego en su exposición, pues creo bastante justificado
decir que ambos discursos intentan aprehender la misma falta significante que llamamos significado
y que siempre nos lleva a reemprender el camino por el que se busca, es este el redoblamiento del
acontecimiento, el final en la fuente, el cual consiste en que se podría seguir el juego infinito de la
sustitución significante porque en realidad o más bien dentro de lo que puede concebirse como real
(ateniéndonos a la estructura expuesta), es una función o un fenómeno bastante finito pues la
imposibilidad del símbolo ya nos plantea un espacio dónde limitar su función, y es precisamente la
razón de ser del bricoleur o el bricolaje que menciona Derrida sobre Strauss, pues en el fondo poco
interesa al estructuralismo antropológico la particularidad del mito y del símbolo junto con la cultura
en que se desarrollan cuando el continuum del lenguaje va más allá de lo meramente tópico o
nominal, cuando la descripción de los fenómenos es solo el diccionario de un lenguaje a otro, el
transformarlos en visión positiva descriptiva no hace más que intentar compartir la falta simbólica
de unos en la falta de otros, razón por la cual la mejor manera de mantener ese significado, esa
falta, es manteniendo sus relaciones nominales que mantienen la estructura lingüística y semiótica
del mito, en caso de ser éste el que se pretenda describir; el bricoleur es una elección de material
afín al propósito de la reelaboración del símbolo tomado por objeto, de algo que ya representa, por
esta razón si el mito es una estructura que, vista textualmente desde el mito mismo de la ciencia
estructural, es un texto en el cual predomina como tópico la metáfora ontogénica antropomorfa y
se estructura principalmente a partir de adjetivaciones y nominalizaciones derivables de los verbos
iniciales, entonces solo estructurándose con la misma organización y función gramatical podrá llegar
al ideal de representación; el dilema es que mientras mayor semejanza mayor imposibilidad de
cumplir la pretensión descriptiva, pues hay que transformar y en su proceso también negar para
poder significar, pues solo creamos significado diferenciando y simbólicamente concebida la
diferencia, negando. Cojamos por ejemplo una lengua X, en esta no existen las diferencias de
oposición que determinan lo que llamamos antropo-morf-o cuando lo oponemos a zoo-morf-o y a
las demás palabras derivadas y flexionadas que morfológicamente hablando tendrían oposición en
una o varias partes de la palabra en nuestra lengua (raíz-inf-suf), tampoco su orden sintáctico es
SVO sino cualquier otro; cuando intentamos traducir a nuestra lengua un texto de la otra tendremos
muchos problemas pues estamos aún muy lejos de saber qué efecto psíquico tiene o condiciona la
diferencia SVO de OVS por ejemplo, mucho menos sabemos si es consecuencia de una experiencia
particular que posibilita tal organización, tampoco sabemos nada de esto sobre la elección
morfológica y fonológica, en esencia nada nos dice qué determina la estructura formal y a la vez
esta qué determina, así que simplemente podemos abstraer totalmente su función específica en
cuanto a su forma y ver más bien el juego diferencial que establece cualquier forma, solo así se
puede superar el formalismo estructural cuando no sirve de nada para captar el sentido de su
función o bien esta estructura solo nos dice que siempre hay una tendencia del signo a estructurarse
a partir de la diferencia. Strauss peca en que no sabe diferenciar entre lo universal y lo genérico
como expone Lacan en su segundo seminario sobre lo simbólico, es por eso que su diferencia entre
naturaleza y cultura siempre presenta el mayor problema de su obra, así en relación a la prohibición
del incesto no sabe si es instintivo, un logro cultural o incluso ambas pues no sabe determinar hasta
que punto el universo simbólico es propio de la naturaleza humana, genérico de ella. La cosa es que
si bien el símbolo es genérico y propiamente humano, dista mucho de ser una naturaleza en el
sentido existente como la acogen las ciencias naturales, pues parte de una ontología humana es la
diferencia entre signo natural y símbolo humano, innegablemente en la naturaleza hay signos y bajo
la estructura expuesta al principio de esta exposición también hay una dimensión imaginaria natural
sobre la cual reposa la incisión simbólica, pero qué es esta incisión, definitivamente es una herencia
pero no en el sentido biológico de la palabra sino en el material que bien puede depender de una
naturaleza particular del imaginario humano, pero dimensión simbólica e imaginaria son diferentes.

Derrida nos expone el augurio de superación de una determinada manera de concebir la episteme
en las ciencias humanas, la paradójica, sus dos maneras de interpretación de las interpretaciones,
una es concebir el juego de la sustitución significante como única reconstrucción abierta en su
estructura pues la evita nominalmente hablando, y aún así se tiene que estructurar en el sentido
con la esencia misma de lo que el es símbolo y el universo del lenguaje que este abre para nosotros,
la otra es es de como la m. En resumen si Dios existe solo puede ser nada para nosotros pues
insistimos en que es algo y lo es todo, pero todo nuestro algo son símbolos, el símbolo es lo
imposible.

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