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Con la ruptura y el redoblamiento del concepto estructura a partir del acontecimiento mencionado
en el texto, Derrida nos introduce en el centro, insatisfactorio e inevitable, de la paradoja que se
desarrolla dentro de las ciencias humanas posmodernas (cronológicamente hablando), esta
paradoja son los límites del lenguaje y los límites del ser en relación con el lenguaje. El signo, al ser
contingencia en el interior de cualquier estructura semiótica, es una consecuencia del fenómeno de
la diferencia que hace posible la infinitud de producción significante; ésta (la diferencia) es un
proceso interno transformativo que posibilita las funciones de contradicción, oposición y negación,
así como de semejanza, igualdad y complementariedad, determinando también el movimiento
dialectico de la creación implícito en la voluntad del ser, humanamente hablando. Este movimiento
permite que la diferencia sea tanto unidad como conjunto y al mismo tiempo segmentación y
síntesis imaginaria del infinito material significante que es la existencia (todo lo ente), ésta es pura
presencia, ese fuera de sí para la ausencia presente que es el ser, pues su falta en la otredad le
permite recrear, o representar, la presencia ausente (falta) en sí por medio de dicho movimiento
que es a la vez función en el conjunto de fenómenos que son la diferencia, la negación, la voluntad,
el deseo, la falta, la representación y por último la estructura que establece la cadena de signos;
estos fenómenos son uno visto en sus diferencias imaginarias y que podrían reducirse al siguiente
cuestionamiento puramente fenomenológico, ¿cómo nace la diferencia que crea la oposición
ausencia – presencia en el ser?, pues solo ésta puede establecer la falta y con ella el deseo –
voluntad; solo la estructura simbólica es un estadio bastante posterior pero a la vez una nueva
dimensión significante tal y como lo es el universo faltante o ausente, y es sobre este plano simbólico
donde nace el juego de la estructura condenada a la insatisfacción de eso imposible que llamamos
significado, es el juego de atraparlo con signos simbólicamente (metáfora – metonimia)
estructurados sobre la dimensión imaginaria del deseo que es la sensibilidad, la cual está
estructurada por signos de dualidad primaria o sea de ausencia – presencia. La diferencia entre esta
dimensión imaginaria y la simbólica está en que la primera concibe la falta como una ausencia
puramente estética (de espacio y tiempo), sensible, que conserva su huella en tanto es la marca de
una plena presencia que fue pero que falta y su única aspiración de completud es la repetición
(principio de repetición o constancia freudiano) de esta presencia faltante, ausente, la cual puede
desplazarse sobre la posibilidad de satisfacción que ofrece el mundo presente. La dimensión
simbólica que es donde nos sitúa Derrida, está fundamentada sobre la imposibilidad de completud
imaginaria, pues si esta era la simple falta de algo posible de volver a presentarse o suplirse en la
existencia, la dimensión simbólica es la negación tanto de la posible satisfacción aunque este
presente como de la falta misma que es motor de la aprehensión significante, y al igual que en el
mundo físico la materia no se crea ni se destruye, tampoco aquí la negación es algo creado
interiormente en el ser sino la transformación interna acaecida por una otredad imaginaria
(corporeizada) que en principio fue objeto para convertirme en sujeto pero luego invierte la relación
determinándome como objeto sujeto a los significantes amos que perturban mi relación con el
deseo del otro (represión freudiana), determinando así lo que llamamos cultura, por otro lado la
huella de la presencia primera, el deseo, no es destruido en su negación sino obligado a desplazarse
o transformarse sobre los objetos significantes que permite la cultura, vista como historia material
de la transformación física (escritura) que ejerce el hombre sobre la existencia en su insatisfacción
con la misma a partir de un inicio impensable. El desplazamiento y condensación del deseo sobre
los nuevos objetos nunca es total por lo que se instaura cierta ambivalencia fundamentada en la
coerción del deseo tras la imposibilidad de su satisfacción, desarrollándose así la angustia; ambos
son los símiles de lo posible y lo imposible del signo así instaurado. Así pues, la transformación del
deseo en angustia a partir de la imposibilidad es la esencia de la dimensión simbólica que instaura
el proceso cultural.
Derrida nos expone el augurio de superación de una determinada manera de concebir la episteme
en las ciencias humanas, la paradójica, sus dos maneras de interpretación de las interpretaciones,
una es concebir el juego de la sustitución significante como única reconstrucción abierta en su
estructura pues la evita nominalmente hablando, y aún así se tiene que estructurar en el sentido
con la esencia misma de lo que el es símbolo y el universo del lenguaje que este abre para nosotros,
la otra es es de como la m. En resumen si Dios existe solo puede ser nada para nosotros pues
insistimos en que es algo y lo es todo, pero todo nuestro algo son símbolos, el símbolo es lo
imposible.