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HISTORIA DE LA PENA DE MUERTE

La pena de muerte era aplicada en ocasiones en forma discrecional en los


pueblos de la antigüedad. Entre los egipcios aparejaba, a la vez que una
sanción jurídica, una de carácter religioso.
Entre los hebreos la pena de muerte era impuesta principalmente en los casos
de delitos de idolatría, homicidio, sodomía, incesto, etc. De un modo general se
aplicaban la de lapidación (apedreamiento) y la de decapitación.
En Esparta, la pena de muerte era utilizada para reprimir en principio los delitos
contra el orden público y la seguridad de los individuos, así las legislaciones de
Dracón y de Licurgo la instituían expresamente. Los reos eran generalmente
ejecutados por estrangulación o por horca, en sus celdas y de noche para
evitar las reacciones de compasión que pudiera originar la publicidad de la
ejecución. La legislación de Solón, en cambio, mucho más benévola, restringió
notablemente el catálogo de delitos sancionables con pena capital,
reduciéndolos a los de sacrilegio y profanación, atentados contra el orden
político y homicidio doloso, la ejecución tenía lugar por medio del hacha, la
cuerda, el despeñamiento o la aplicación de veneno.
El Derecho Romano instituyó también la pena de muerte. El delito de traición
contra el Estado (Perduellio) fue quizás el primero en ser objeto de aquella
sanción. Más tarde, al promulgarse la Ley de las XII tablas, se reglamentó la
pena capital, estableciéndola también con relación a los delitos de sedición,
concusión de árbitros o jueces, atentados contra la vida, profanación de
templos y murallas, deshonestidad de las vestales, desobediencia a los
mandatos de los augures, homicidio intencional, parricidio , falso testimonio,
incendio intencional, robo nocturno, etc. La aplicación de la pena de muerte fue
también reglamentada por leyes posteriores.
La pena de muerte adoptó, entre los romanos, diversas modalidades. Se
generalizó en un principio la de despeñamiento, que hizo famosa a la roca
Tarpeya, desde la cual se arrojaba a los reos. Más tarde se utilizó la
estrangulación, cual ejecución tenía lugar en los calabozos. En tiempos de la
república, los cónsules establecieron la decapitación que al principio, era
aplicable a todo condenado a muerte y, más tarde, solo a los militares. Además
de estas formas, se aplicaron ocasionalmente la pena de ahogamiento, que
consistía en encerrar en n saco al reo y arrojarlo al río, y la de azotes, que se
ejecuta flagelándolo al reo atado a un poste hasta que dejase de existir, Los
esclavos tenían, por lo general, una específica y conocida forma de morir
cuando eran condenados a la pena capital: La crucifixión. Era esta la sanción
más infamante por cierto. En ocasiones se fijaba al reo en la cruz, y se le
abandonaba hasta que muriese; en otras, se asfixiaba con humo al crucificado,
y en otras, los menos, algún soldado piadoso quitaba la vida al reo de un
lanzazo en el pecho. Por respeto a Jesucristo, quien también sufrió dicha
condena, el emperador Constantino abolió esta forma de pena capital.
Con la consolidación de los grupos étnicos germanos y esclavos, cuya invasión
a Europa central y meridional trajo como consecuencia la caída del imperio
romano de Occidente en el siglo V de nuestra era, se difundió y generalizó el
principio talional que era aplicado desde época inmemorial por casi todos los
pueblos de Oriente.
La ausencia de un poder político centralizador, como había sido el del imperio,
implicaba, en ese momento histórico, una necesidad descentralización
jurisdiccional e, incluso a veces, con el sistema personalista introducido por los
germanos, la disolución misma del poder jurisdiccional que quedaba, por así
decirlo, “delegado” a los propios individuos. Es así como la venganza de
sangre señala en Europa un periodo de retroceso en la evolución del Derecho
penal y, sobre todo, con relación a la calificación de los delitos, juzgamiento de
los mismos y la aplicación de las penas por parte de un órgano estatal. Es el
hijo quien vengará con su propia mano la muerte de su padre. Son los
derechohabientes o los allegados a una víctima de homicidio quienes
ejecutarán, a su vez, al homicida. La pena de muerte transformase, así, en una
institución jurídica de aplicación peligrosamente discrecional.
La organización del sistema feudal trajo aparejada, entre los germanos, la
institución de un régimen penal más estable. El principio de la personalidad de
la ley es sustituido por el de la territorialidad estricta de la misma.
En este sistema, la pena de muerte era considerada como la consecuencia
inevitable de un status jurídico muy especial: El que correspondía a la “pérdida
de la paz”.
El privado de la paz a causa de un delito cuya gravedad estaba determinada
por el orden jurídico de cada feudo, era propósito y considerado como enemigo
de todos. El ofendido o sus parientes ponían frecuentemente precio a la vida
del ofensor y cualquiera podía perseguirlo y matarlo a titulo sancionatorio,
excepto cuando el proscrito recibía el asilo de una iglesia.
Pero además de esta modalidad de venganza privada, la pena capital era
impuesta en la época también por el poder público. En este caso la
condenación se cumplía en las plazas centrales de las ciudades,
frecuentemente por decapitación u horca. Los traidores al Estado y los
convictos de cobardía en acciones bélicas solían ser ejecutados por inmersión
en lagunas y fangales.
Paralelamente se difundió, también en la época feudal, el sistema
composicional, aplicable sólo a os delitos comunes de sangre. Los deudos de
una víctima de homicidio pactaban con el victimario un precio o composición
cuyo pago liberaba a este de su sanción y solo en el caso de no cumplirla el
reo era ejecutado.
La reaparición en Europa del Derecho Romano a partir del siglo XII, produjo
una sensible transformación en los sistemas penales de origen germano.
Paulatinamente la venganza privada fue cediendo lugar a la aplicación
exclusiva del poder sancionatorio por parte del Estado.
Con la generalización de las guerras religiosas, la pena de muerte afloró con un
doble carácter: Jurídico y religioso. El suplicio de la hoguera, tan difundido en la
época, tuvo simultáneamente un sentido jurisdiccional punitivo y, a la vez
expiatorio.
El fuero Juzgo español instituyó la pena capital tanto para “delitos enormes y
de consecuencias funestas”. El libro VII, título IV, ley 7ma del Fuero, prescribió
asimismo de modo expreso la publicidad de la ejecución.
En los fueros municipales existía gran diversidad de criterios sobre la
imposición de la pena de muerte, pues ciertos delitos que en unos municipios
eran sancionados con aquella, en otros quedaban impunes o eran materia de
composición.
Fueron variados en España los medios de ejecución. En general se usaba la
decapitación por hacha o la hoguera. Pero se caracterizaba Toledo por la
lapidación; Salamanca y Cáceres, por la horca, y Cuenca, por el
despeñamiento.
Las Siete Partidas que instituían también la pena de muerte para numerosos
delitos, unificaban la aplicación de medios. Según sus prescripciones el
condenado a muerte debía ser ejecutado por decapitación con cuchillo o
espada, o por horca u hoguera o por las fieras, pero no podía ser apedreado,
crucificado ni despeñado. La ejecución debía ser pública, en el lugar indicado
(por el rollo o piedra jurisdiccional) y el cadáver del reo era entregado a los
parientes o religiosos.
El mismo principio de las Partidas se aplicó, en general, a la legislación de
Indias. Pero los medios de ejecución utilizados por los españoles en America
excedieron en mucho el marco legal.
En las civilizaciones americanas precolombinas, la pena de muerte era
Institución eminentemente jurídico religiosa.
Entre los aztecas el rigor sancionatorio era de tal magnitud que superaba al
Código Draconiano. Las más leves faltas y la menor transgresión a ellas eran
penadas con la muerte, llegándose al extremo de ejecutar a los hombres que
vistiesen con ropas femeninas; a los tutores que falseaban su rendición de
cuentas; a los seductores de mujeres de otros; a los que cambiaban de sitio
mojones demarcatorios, etc,
Durante la Edad Moderna, la aplicación de la pena capital fue monopolio
exclusivo del Estado en los países europeos.
Dos estados se distinguían por su extraordinario rigor sancionatorio: Francia e
Inglaterra.
La primera llegó a instituir diferentes formas de ejecución, como: la
decapitación, generalmente aplicada a los nobles y militares, la hoguera,
comúnmente empleada para los delitos de herejía, la rueda, la horca, para los
delincuentes comunes y el descuartizamiento, para algunos delincuentes
políticos. Durante la revolución- confines piadosos-se puso en práctica la
guillotina a fin de acelerar las ejecuciones en masa. Con el tiempo esta última
forma fue la adoptada para todas las ejecuciones, excepto las relativas a
delitos políticos y militares.
En cuanto a Inglaterra, la pena capital fue generalizada a una serie de delitos
cuyo catálogo oscilaba en función de cada época. En los casos de delitos de
felonía, la pena capital (frecuentemente la horca) llevaba anexa a la
confiscación de todos los bienes del reo. En los casos de delitos de traición, el
reo, después de ser ahorcado, era descuartizado y se le aplicaba, además, la
pena accesoria de infamia o envilecimiento de la sangre. Para los delitos
comunes la sanción capital consistía en la horca. Y desde la Reforma, los
delitos de herejía, sacrilegio y brujería eran penados con la hoguera.
Después cuando Samuel Ronully y Roberto Peel se abocaron a la reforma del
derecho penal inglés, la pena de muerte fue suprimida con relación a un
número original de aproximadamente doscientos delitos, siendo mantenida
únicamente para los de traición homicidio y su tentativa, rapto, incendio,
estrago, piratería y asalto con violencia.
La época contemporánea, con una concepción más humanista y notablemente
influenciada por las ideas de Beccaria y sus continuadores, señala el comienzo
de la gran polémica doctrinaria en torno a la necesidad y congruencia social de
la institución de la pena de muerte. Y la polémica, llevada a la esfera legislativa,
produjo como consecuencia notables movimientos de revisión de los supuestos
filosóficos y políticos en que se fundamenta esa institución.
Como resultado de este proceso muchos estados contemporáneos han abolido
la pena de muerte de su legislación penal ordinaria, conservándola solo con la
relación a algunos delitos de orden político o militar.
Entre los países abolicionistas figuran Italia, Portugal, Rumania, Grecia, Suiza,
Bélgica, Holanda, Noruega, Rusia, Alemania, Luxemburgo, Brasil, Mónaco,
Venezuela, Costa Rica, Argentina, Uruguay y, recientemente, Inglaterra.
Entre los no abolicionistas se cuentan la mayoría de países asiáticos, algunos
africanos, Francia, España, Estados Unidos de América del Norte, Canadá,
México, Guatemala, Turquía, Chile, Perú, Haití, etc.

HISTORIA DE LA PENA DE MUERTE EN EL PERÚ

EPOCA PRE-INCAICA

Nace en tiempos remotos y que termina al fundarse y extenderse el Imperio


Incaico, en el siglo XI. Se conoce que antes de florecer el Imperio Incaico
existieron en la región notables culturas autóctonas, siendo las principales:
Chavín, Tiahuanaco, Mochica, Chimú y Nazca.
Antes de ser conquistados por los Incas había innumerables regiones
independientes.
Sus respectivas poblaciones llevaban una existencia que giraba alrededor de
una Célula denominada "ayllu", de singular importancia. Su arraigo fue tan
tenaz que su importancia continuó en la época incaica. Aún hoy sigue
poseyendo un enorme valor entre el elemento indígena.
Es imprescindible dar a conocer la realidad socio-económica y política de esta
época, por cuanto las normas jurídicas no se elaboran en el vacío. La única
manera de comprender el sistema penal es que se conozca la situación que
entonces prevalecía. Definiendo que el ayllu estaba integrado por familias que
habitaban un territorio delimitado llamado "marca". Esta comunidad poseía
tierras y, además, su centro era una aldea en donde vivían sus habitantes, los
que generalmente no pasaban de cien. Todo pertenecía a la comunidad. Como
norma, no existía propiedad privada.
Dentro del ayllu, el curaca ejercía las funciones judiciales y ejecutivas. Sin
embargo, sus poderes no eran omnímodos, pues se hallaban limitados
mediante la intervención de los campesinos de mayor edad y por los guerreros
más experimentados.

El sistema penal de los ayllus correspondía a normas simples. Como en todos


los pueblos primitivos, prevaleció el Derecho penal al civil. En verdad, no
existía diferencia entre la responsabilidad' civil y la penal. Se juzgaba la
responsabilidad de acuerdo a los actos realizados por lo que la simple tentativa
no fue castigada.
Generalmente las penas eran crueles y la pena capital era empleada para
sancionar casi todos los delitos.
Para lograr la confesión del acusado se aplicaba el tormento. Eran
responsables los menores, los débiles mentales y hasta los animales y objetos.
Hemos dicho que la justicia era impartida por los curacas. Casas ha escrito:
"Los jefes de aldea prestaban especial atención a que nadie perjudicase al
prójimo o que procediese contra él injustamente, castigándose con rigor
especial el robo de mujeres, la violación y el adulterio"6. Por su parte, señala
Trimborn7: "Podemos considerar como seguro que la ejecución del derecho, es
decir, de las normas usuales para la protección de la vida, propiedad y orden
político, así como la pronunciación de la sentencia correspondían a los curacas
locales o tribunales".
Sin embargo, cuando algún problema afectaba a dos o más ayllus (controversia
acerca de linderos, usos de bosques, pastos, campos, etc.) la competencia
pasaba al jefe tribal. Aunque muchas veces daba lugar a un estado de guerra.
Fue éste el sistema penal que existió antes de la fundación del Imperio Incaico.

EPOCA INCAICA

Fundado en el siglo XI, perduró hasta el siglo XVI, al ser conquistado por los
españoles.
El sistema penal de los Incas se caracterizó por su crueldad. Acosta dice: "Los
delitos eran castigados rigurosamente". Garcilaso señala: "Y el castigo era
riguroso, porque la mayor parte era de muerte, por liviano que fuese el delito".
Lógicamente, la función de castigar correspondió al Estado y se cumplió
buscándose apoyar los intereses de los conquistadores. El mismo Garcilaso
escribió: "El delincuente no era castigado por el delito mismo, sino por haber
quebrantado el mandamiento y roto la palabra del Inca". Durante el incanato
desapareció la venganza personal o colectiva. Como indica Basadre: "La pena
fue monopolio estatal". Ni siquiera era permitido matar a la mujer adúltera
sorprendida infraganti, no obstante que el adulterio se sancionaba con la pena
capital. El ofendido no podía hacerse justicia por sí mismo. Era obligatorio
concurrir ante los organismos judiciales. El delito se estimaba como un acto
dañino para la víctima, pero principalmente como un atentado contra un
mandato del Inca, que era lo esencial.
La persecución del delincuente llegó a extremos tales que en muchas
oportunidades el castigo alcanzó a los antepasados ya fallecidos del criminal,
pues, como dice Basadre: "...se violaron las tumbas, fueron deshechas las
momias y esparcidas sus cenizas". La mujer y los hijos del delincuente sufrían
terribles castigos generalmente. En el mejor de los casos, quedaban
deshonrados. En ocasiones se extendía la responsabilidad a todo el ayllu al
que pertenecía el criminal, mandándose matar a todos sus componentes y
destruir la aldea.
Pero las normas penales no sólo eran inhumanas, sino injustas y aplicadas
desigualmente. Los curacas y los demás funcionarios no estaban sometidos al
fuero común. Eran juzgados por un delegado especial o por el mismo Inca, los
que eran miembros del grupo superior. Como señala Trimborn: "La nobleza
incaica gozaba de una situación privilegiada". El clero tenía su propia
jurisdicción. El Supremo Sacerdote (Huillac-Umu) era el juez superior en
materia eclesiástica. Controlaba y juzgaba a los sacerdotes, vírgenes del Sol,
etc. Su jurisdicción se extendía a todos los templos, lugares de adoración y
personal. Las sanciones siempre fueron más benignas cuando se trataba de un
miembro de las clases sociales superiores

La pena capital se aplicaba en formas diversas. La más vil se consideró la


muerte en la hoguera, ya que desaparecían todas las partes importantes del
cuerpo del delincuente por la acción del fuego. La menos indigna fue la
decapitación, reservada especialmente a los nobles. Se usaron también: la
horca, el flechamiento, el apedreamiento, el despeñamiento, el
emparedamiento, el descuartizamiento etc.

Se aplicaba la pena capital en los casos siguientes:

1. Al que asesinaba al Inca o a algún miembro de su familia. Moría


arrastrándosele, descuartizándosele y haciéndosele pedazos. Lo mismo
acontecía con todos los parientes del delincuente y con los pobladores
de su ayllu. La aldea era destruida.
2. Se ahorcaba y se Ordenaba la muerte de sus familiares y habitantes de
su pueblo a quien tenía relaciones sexuales con aluna mujer reservada
al Inca;
3. Al que hablaba mal del soberano;
4. Moría quien hurtase algo al Inca, aunque el hurto fuera mínimo;
5. El traidor era descuartizado y con él morían los moradores de su ayllu y
parientes, asolándose la aldea;
6. Se exterminaba a todos los habitantes de un ayllu o tribu que se
levantase contra el poder central;
7. Se hacía cuartos a quien mataba a un superior;
8. Era condenado a morir el recaudador que cometía defraudación;
9. El que tuviese relaciones sexuales con una virgen del Sol, moría, al igual
que sus parientes y los miembros de su ayllu;
10. La virgen del Sol que atentaba contra su virginidad era enterrada viva;
11. Todo hurto de objetos de los templos, por pequeño que fuese, era
castigado con la pena capital
12. El asesino de su padre, madre, abuelos o hijos se le descuartizaba;
13. Se le castigaba despeñándolo o apedreándolo hasta que muriese al que
mataba a un niño.
14. Lo colgaban de los pies, hasta que muriese, dentro de la misma casa al
que escalaba el lugar de recogimiento de las “mamaconas” que eran
mujeres que gozaban de muchos privilegios y respeto”.
15. La “mamacona” que dejase entrar en su casa a algún hombre merecía
igual penal.
16. El sodomita era ahorcada o arrastrada. Sus vestidos y el cadáver eran
quemados.
17. El que facilite o encubriese incestos debía morir.
18. Se condenaba a muerte, con gran publicidad, junto con todos sus
familiares para que no quedase ninguno que supiese el oficio, al que
asesinase usando hechizos.
19. Al que corrompía a una mujer virgen, si era hija de nobles, moría. Pero si
la víctima era plebeya; se le daba tormento. En caso de reincidencia se
aplicaba la pena capital;
20. Al mentiroso o perjuro incorregible se le daba muerte. La misma suerte
corría los chismosos crónicos, los vagabundos incorregibles y los
ladrones reincidentes.

La pena de muerte y las demás se aplicaban al arbitrio del juez, salvo en


determinados delitos, los cometidos por nobles y por personas de importancia.

EPOCA COLONIAL

Durante la Colonia, y conforme a la concepción entonces predominante, el


delincuente no solo violaba, mediante la comisión de la infracción, la ley; sino
que causaba un daño y, sobre todo, atentaba contra quien hacía cumplir la ley.
El delito era concebido como una agresión contra la víctima inmediata y contra
el soberano. Foucault dice al respecto que «la intervención del soberano no es
un arbitraje entre dos adversarios. Se trata más bien de una acción destinada a
hacer respetar los derechos de cada uno. Es una réplica directa contra quien lo
ha ofendido». De modo que el soberano no solo busca restaurar el desorden
producido y destruir el mal ejemplo dado mediante la infracción; sino, también,
persigue castigar el vejamen causado a su persona. El poder punitivo del
soberano se manifiesta en penas severas (muerte, galeras, suplicios, exilio,
etc.) y en su ejecución pública y ceremoniosa. En la pena de muerte y los
suplicios se revela mejor este mecanismo, y se muestra, descarnadamente, el
enfrentamiento brutal y sangriento en qué consistía, generalmente, la
represión penal. Este mecanismo se inserta en un sistema punitivo en el que el
soberano exige, decide y hace ejecutar, directa o indirectamente, las
sanciones, en la medida en que ha sido afectado por el delito.
La legislación hispana, implantada en nuestro país por los conquistadores
españoles durante la época colonial (Las Siete Partidas, la Nueva
Recopilación, la Novísima Recopilación, el Fuero Real, etc.), contenía normas
para aplicar la pena de muerte y los suplicios para diversos casos. Se acentuó
esta tendencia con la implantación de la Santa Inquisición en América. La
aparatosidad y formalidad de la ejecución de estas penas eran las mismas que
las existentes en la Metrópoli.
Como ejemplo, basta señalar que en relación con un caso de homicidio, la Real
Sala del Crimen condenó, el 7 de enero de 1632, a un delincuente «a ser
llevado por las calles de esta ciudad y a cortarle la mano derecha, en frente a
la casa donde cometió el delito y después a ser ahorcado».

La dureza de este sistema punitivo tuvo ecos posteriores durante la época


republicana.
Primero, señalemos el proyecto de Código penal de Lorenzo de Vidaurre
(1828). El señalaba por ejemplo, la pena de muerte para el parricida, y
ordenaba: «póngasele una gorra que anuncie su crimen y al pecho colgado el
retrato de la persona que asesinó». Luego, recordemos que el Código penal de
Santa Cruz, vigente brevemente en el Estado Norperuano de la Confederación
Perú-boliviana, estatuía que la pena de muerte sería infligida fusilando al reo
sin mortificación previa de su persona (artículo 51) y remitía al Código de
procedimientos judiciales respecto a su ejecución. El reo debía ser conducido
al suplicio atadas las manos, vestido de túnica blanca y una soga de esparto al
cuello (artículo 920). Si se trataba de un asesino, parricida o traidor llevaría,
además, los pies descalzos, la cabeza descubierta y sin cabellos. Los dos
primeros vestirían túnica blanca con mangas encarnadas y el último llevaría en
la espalda un cartel en que con grandes letras se anuncie su delito de traidor
(artículo 921).

La multiplicidad y desorden del conjunto de normas legales vigentes durante la


Colonia hacen difícil determinar los muchos crímenes reprimidos con la pena
de muerte y con los suplicios. Pero la existencia de ese arsenal legislativo no
debe llevarnos al equívoco de minimizar el alejamiento que existía entre la
realidad y el sistema normativo. Dichas sanciones no eran las más frecuentes.
Lo mismo sucedía en Europa. Sin embargo, las penas que las substituían
estaban acompañadas de medidas que se aproximaban mucho al suplicio:
exposición, marca, picota, etcétera. En relación con el derecho español,
Jiménez de Asúa afirma, correctamente, que «justo es reconocer, de una parte,
que este vigoroso sistema se fue templando gradualmente y que no era
patrimonio exclusivo de los españoles».

Un caso de pena de muerte dentro de esta etapa es la ejecución que se hizo a


Tupác Amaru II, es decir, José Gabriel Condorcanqui a quién se le aplicó el
descuartizamiento judicial en vivo.

En la persona de Túpac Amaru, el descuartizamiento, no obstante ser el


personaje principal de la rebelión no pasa de ser puramente defensivo sobre el
cuerpo del muerto. Así decía la sentencia:

“Que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado de la cola de una bestia
de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de
pregonero que manifieste su delito, siendo conducido de esta forma por las calles
públicas, acostumbradas al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca, estará
dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a la vista del público,
sea atenazado, y después colgado por el pescuezo y ahorcado, hasta que muera
naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la
misma pena, siendo después descuartizado su cuerpo, su cabeza llevada al pueblo de
Tungasuca, un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya, una pierna a
Pancartambo, otra a
Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino del Caja del
Agua de esta ciudad”
(Véase el libro de Boleslao Lewin: Tupac Amaru, elRebelde, Buenos Aires, 1943).

Descuartizamiento en vivo y, por tanto, ofensivo, verdaderamente penal, es el


ordenado para Julián Apara, llamado Túpac Catari, lugarteniente de Túpac
Amaru.
El fallo contra este, dictado el 13 de noviembre de 1781, en el Santuario de las
Peñas, dispone con relación a su persona lo que sigue:

“Y que, asido por unas cuerdas robustas, sea descuartizado por cuatro caballos, que
gobernarán los de su provincia del Tucurnán, hasta que naturalmente muera; y fecho
sea transferida su cabeza a la ciudad de la Paz, para que, fijada sobre la horca de la
Plaza Mayor, y puerto de Quilquilli, donde tuvo la audacia de fijar la suya y sitiar los
pedreros, para batirla, bajo la correspondiente custodia, se queme después de tiempo,
y arrojen las cenizas al aire. La mano derecha en una picota y con un rótulo
correspondiente a un pueblo de Ayoaio; después al de Ficasica, donde se practique lo
mismo; la siniestra al pueblo capital de Albacadri, en igual conformidad para lo mismo;
la pierna derecha a los Tungas y Cabezas de Chuhuamani; y la otra, al de Caquialiri
de la de Dacajes, para lo propio…”

La mujer de Tupac Amaru, Marcela Castro, fue asimismo, descuartizada, luego


de ahorcada y su cabeza se mandó que la colocaran en una picota en el
camino de la ciudad en que está fechada la sentencia para San Sebastián.
La esposa de Tupac Catari, llamada Bartolina Sisa, fue ahorcada, y su cabeza
y manos quedaron expuestas en palos, con sendos letreros, en los lugares de
Grazpata, Altos de San Pedro y Pampasaxi.

EPOCA REPUBLICANA

En el Perú la pena de muerte casi siempre ha imperado en situaciones


coyunturales, dejando de lado las razones legales. Las tres primeras
constituciones del país (1823,1826 y 1828) establecían la aplicación de la pena
capital “solo en los casos que exclusivamente lo merezcan”, lo cual permitía
que las autoridades cometan abusos a discreción en muchos casos.
Ramón Castilla con una mirada progresista estableció la abolición de la pena
de muerte, declarando la inviolabilidad de la vida humana en la Constitución de
1856. Sin embargo, este acto fue invalidado por la Asamblea Constituyente de
1860, la que restableció la pena de muerte, aunque estuvo restringida a los
delitos de homicidio calificado y por traición a la patria. Siete años más tarde se
volvió a abolir la pena de muerte pero dicha abolición solo duro un año. Desde
1868 la pena de muerte no fue abolida en el Perú; las Constituciones de 1920,
1933, 1979 y 1979 la mantuvieron con algunas variantes.
En el siglo XX la pena de muerte se aplicó a discreción en la mayoría de las
sociedades americanas; sin embargo, la prevalencia del casi cargo político, el
ejercicio indiscriminado del poder por los dictadores que se encuentran al
servicio de las oligarquías nacionales y de ciertas potencias extranjeras, que
vieron en esta situación oportunidades para justificar y consolidar sus
pretensiones imperiales sobre países a dominar, es decir abuso de esta
sanción, motivado por la injusticia social, trajo como consecuencia la confusión
entre criterios humanistas radicales que pugnan por la necesidad ya no de
disminuir su aplicabilidad, sino de lograr su abolición, desconociendo de esta
forma su supuesta utilidad y justificación; y los que reclaman su aplicabilidad.
En enero de 1969 la junta militar presidida entonces por Juan Velasco Alvarado
emitió un Decreto Ley que añadía al Código Penal el artículo 197º, el cual
sostenía que si la víctima era menor de 10 años y moría como consecuencia
del asalto sexual se aplicaba al autor la pena de muerte. El general Velasco
también había leído las encuestas de entonces que mostraban la preocupación
social de la población por tales delitos.

El primero en pasar por el patíbulo dentro del margen de esa ley fue Ubilberto
Vásquez Bautista, quien fue ejecutado en 1970 por la violación y asesinato de
una pastorcita de 11 años de edad. Esa ejecución, aplicada por decreto de un
gobierno inconstitucional, se dio, sin embargo, dentro del marco de la
Constitución de ese entonces, la de 1933, que no sólo imponía la pena de
muerte por los delitos de traición a la patria y homicidio calificado, sino también
por “todos aquellos que señale la ley”.
Sin embargo, pese a tener carta blanca para ejecutar a condenados por delitos
comunes, el gobierno de Velasco “paró la mano” en diciembre de 1973, con el
fusilamiento del homicida José Murillo Andrade, ‘Patita de Cuy’. Ese mismo año
otros nueve convictos se encontraban en la cuerda floja y el régimen militar dio
marcha atrás por temor a un exceso de paredón.

También, en 1966, Guillermo Lavalle Vásquez, alias “Pichuzo”, fue condenado


a la pena de muerte por abusar y decapitar a un niño.
Después, la Constitución de 1979 limitó las causales de ejecución a traición a
la patria durante guerra exterior. Es en este contexto que el Perú aceptó la
competencia contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en
1981 y firmo el Pacto de San José.

Durante un siglo, hasta 1979 en que fue restringida, la pena de muerte se


aplicó en el Perú, a los criminales que violaban y asesinaban. En aplicación de
la norma, en 1957 fue ejecutado Jorge Villanueva Torres, alias “El monstruo de
Armendáriz”, por violar y asesinar a un niño de tres años, este fue juzgado por
la Constitución de 1933, aprobada en el gobierno de Sánchez Cerro, quien hizo
más extensiva la lista de los delitos que determinaban la pena de muerte
aplicándose para los delitos de : homicidio calificado, traición a la patria,
espionaje, violación de menores de siete años, asesinato por lucro,
envenenamiento, fuego o explosión, robo con muerte de la víctima.
En el caso peruano, la pena de muerte muestra restricciones y limitaciones con
respecto a su ampliación y ejecución, debido a los tratados de carácter
internacional, en los que el Perú se encuentra inscrito como son la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos.
Asimismo, el Perú aplica en su legislación la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, los cuales llevan al Perú en una posición abolicionista,
cuyo objetivo es suprimirla.
EJECUTADOS POR LA PENA DE MUERTE EN EL PERÚ ENTRE 1957 –
1979.

JORGE VILLANUEVA TORRES (a) 'El monstruo de Armendáriz',


Delito: Violación y Asesinato de menor de edad.
Ejecución: 1959.

GUILLERMO LAVALLE VASQUEZ. (a) 'Pichuzo'


Delito: Violación y Asesinato de menor de edad.
Ejecución: 1966.

ALEJANDRO LASTRA VILLAVICENCIO.


Delito: Robo a un Banco y Asesinato de un Policía y un empleado.
Ejecución: 19/11/1973.

GERARDO PINTO SULCAHUAMAN.


Delito: Asalto a un Banco y Asesinato de un Policía y un empleado.
Ejecución: 19/11/1973.

JOSE MURILLO ANDRADE (21).


Delito: Asesinato a un Policía de investigaciones.
Ejecución: 18/12/1976.

JUAN MACHARE ZAPATA.


Delito: Asesinato a un Policía.
Ejecución: 19/6/1974.

MIGUEL SALAZAR VALDIVIA (25).


Delito: Asesinato a un Policía durante el asalto de una tienda.
Ejecución: 23/1/1976.

ALFREDO BENITEZ CALDAS (25).


Delito: Asalto a un Banco y Asesinato a un Policía.
Ejecución: 4/2/1976.

LUIS USCUVILCA PATIÑO.


Delito: Asalto a un Banco y Asesinato a un Policía.
Ejecución: 4/2/1976.

JULIO VARGAS GARAY.


Espionaje.
Ejecución: 20/1/1979.

Las ejecuciones de pena de muerte aumentaron durante la dictadura de los


general EP Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez (1968-
1980), aumentaron las ejecuciones, en especial contra los que mataban
a miembros de las fuerzas del orden.

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