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EPOCA PRE-INCAICA
EPOCA INCAICA
Fundado en el siglo XI, perduró hasta el siglo XVI, al ser conquistado por los
españoles.
El sistema penal de los Incas se caracterizó por su crueldad. Acosta dice: "Los
delitos eran castigados rigurosamente". Garcilaso señala: "Y el castigo era
riguroso, porque la mayor parte era de muerte, por liviano que fuese el delito".
Lógicamente, la función de castigar correspondió al Estado y se cumplió
buscándose apoyar los intereses de los conquistadores. El mismo Garcilaso
escribió: "El delincuente no era castigado por el delito mismo, sino por haber
quebrantado el mandamiento y roto la palabra del Inca". Durante el incanato
desapareció la venganza personal o colectiva. Como indica Basadre: "La pena
fue monopolio estatal". Ni siquiera era permitido matar a la mujer adúltera
sorprendida infraganti, no obstante que el adulterio se sancionaba con la pena
capital. El ofendido no podía hacerse justicia por sí mismo. Era obligatorio
concurrir ante los organismos judiciales. El delito se estimaba como un acto
dañino para la víctima, pero principalmente como un atentado contra un
mandato del Inca, que era lo esencial.
La persecución del delincuente llegó a extremos tales que en muchas
oportunidades el castigo alcanzó a los antepasados ya fallecidos del criminal,
pues, como dice Basadre: "...se violaron las tumbas, fueron deshechas las
momias y esparcidas sus cenizas". La mujer y los hijos del delincuente sufrían
terribles castigos generalmente. En el mejor de los casos, quedaban
deshonrados. En ocasiones se extendía la responsabilidad a todo el ayllu al
que pertenecía el criminal, mandándose matar a todos sus componentes y
destruir la aldea.
Pero las normas penales no sólo eran inhumanas, sino injustas y aplicadas
desigualmente. Los curacas y los demás funcionarios no estaban sometidos al
fuero común. Eran juzgados por un delegado especial o por el mismo Inca, los
que eran miembros del grupo superior. Como señala Trimborn: "La nobleza
incaica gozaba de una situación privilegiada". El clero tenía su propia
jurisdicción. El Supremo Sacerdote (Huillac-Umu) era el juez superior en
materia eclesiástica. Controlaba y juzgaba a los sacerdotes, vírgenes del Sol,
etc. Su jurisdicción se extendía a todos los templos, lugares de adoración y
personal. Las sanciones siempre fueron más benignas cuando se trataba de un
miembro de las clases sociales superiores
EPOCA COLONIAL
“Que sea sacado de la cárcel donde se halla preso, arrastrado de la cola de una bestia
de albarda, llevando soga de esparto al pescuezo, atados pies y manos, con voz de
pregonero que manifieste su delito, siendo conducido de esta forma por las calles
públicas, acostumbradas al lugar del suplicio, en el que, junto a la horca, estará
dispuesta una hoguera con sus grandes tenazas, para que allí, a la vista del público,
sea atenazado, y después colgado por el pescuezo y ahorcado, hasta que muera
naturalmente, sin que de allí le quite persona alguna sin nuestra licencia, bajo la
misma pena, siendo después descuartizado su cuerpo, su cabeza llevada al pueblo de
Tungasuca, un brazo a Lauramarca, el otro al pueblo de Carabaya, una pierna a
Pancartambo, otra a
Calca, y el resto del cuerpo puesto en una picota en el camino del Caja del
Agua de esta ciudad”
(Véase el libro de Boleslao Lewin: Tupac Amaru, elRebelde, Buenos Aires, 1943).
“Y que, asido por unas cuerdas robustas, sea descuartizado por cuatro caballos, que
gobernarán los de su provincia del Tucurnán, hasta que naturalmente muera; y fecho
sea transferida su cabeza a la ciudad de la Paz, para que, fijada sobre la horca de la
Plaza Mayor, y puerto de Quilquilli, donde tuvo la audacia de fijar la suya y sitiar los
pedreros, para batirla, bajo la correspondiente custodia, se queme después de tiempo,
y arrojen las cenizas al aire. La mano derecha en una picota y con un rótulo
correspondiente a un pueblo de Ayoaio; después al de Ficasica, donde se practique lo
mismo; la siniestra al pueblo capital de Albacadri, en igual conformidad para lo mismo;
la pierna derecha a los Tungas y Cabezas de Chuhuamani; y la otra, al de Caquialiri
de la de Dacajes, para lo propio…”
EPOCA REPUBLICANA
El primero en pasar por el patíbulo dentro del margen de esa ley fue Ubilberto
Vásquez Bautista, quien fue ejecutado en 1970 por la violación y asesinato de
una pastorcita de 11 años de edad. Esa ejecución, aplicada por decreto de un
gobierno inconstitucional, se dio, sin embargo, dentro del marco de la
Constitución de ese entonces, la de 1933, que no sólo imponía la pena de
muerte por los delitos de traición a la patria y homicidio calificado, sino también
por “todos aquellos que señale la ley”.
Sin embargo, pese a tener carta blanca para ejecutar a condenados por delitos
comunes, el gobierno de Velasco “paró la mano” en diciembre de 1973, con el
fusilamiento del homicida José Murillo Andrade, ‘Patita de Cuy’. Ese mismo año
otros nueve convictos se encontraban en la cuerda floja y el régimen militar dio
marcha atrás por temor a un exceso de paredón.