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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

(Universidad del Perú, DECANA de América)

ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES


ÁREA DE HUMANIDADES, CIENCIAS JURÍDICAS Y SOCIALES

“Resumen de La utopía republicana: ideales y realidades en la formación de la cultura


política peruana (1871-1919)”

PRESENTADO POR

AMBROSIO RAMIREZ, FAUSTINO ALEXIS (EA: FILOSOFÍA, CÓD. 18030200)

ANDRADE AQUINO, MIGUEL ÁNGEL (EA: BIBLIOTECOLOGÍA Y CC. II., CÓD. 18030117)

BARTOLO GÓMEZ, MELANNIE (EA: EDUCACIÓN SECUNDARIA, CÓD. 18060185)

HUAMÁN BOGATICH, AARÓN (EA: EDUCACIÓN SECUNDARIA, CÓD. 18060038)

LIMA GAMARRA, JOHNNY (EA: FILOSOFÍA, CÓD. 18030027)

PARA EL CURSO DE PROCESO HISTÓRICO CULTURAL DEL PERÚ

MAG. ROBERT SALAZAR QUISPE

LIMA – PERÚ

2018
Índice

Capítulo I ............................................................................................................................... 4
El legado castillista ................................................................................................................. 4
1.1. La espada, la cruz y el guano ................................................................................... 4
1.2. La “pax” amenazada ............................................................................................... 6
1.3. Recreando el modelo castillista ................................................................................ 9
Capítulo II ............................................................................................................................ 11
El ideal republicano.............................................................................................................. 11
2.1. Los aires renovadores ............................................................................................ 11
2.2. La herencia republicana y sus legítimos legatarios ................................................ 11
2.3. La convocatoria a los nuevos actores: buscando al ciudadano ............................... 12
2.4. La construcción de las redes políticas nacionales ................................................... 13
2.5. Una sociedad en crisis ............................................................................................ 14
2.5.1. El rostro urbano ............................................................................................. 15
2.5.2. El rostro rural ................................................................................................ 15
Capítulo III .......................................................................................................................... 16
La república práctica ........................................................................................................... 16
3.1. Ideales y tareas ...................................................................................................... 16
3.2. Construcción estatal y crisis fiscal.......................................................................... 16
3.3. Consolidación estatal y resistencias locales ............................................................ 17
3.4. Educando al ciudadano.......................................................................................... 19
Capítulo IV........................................................................................................................... 21
Marcha por el desierto ......................................................................................................... 21
4.1. El balance de una desastre ..................................................................................... 21
4.2. La dictadura organizadora .................................................................................... 22
4.3. El reciclaje ideológico ............................................................................................ 23
4.4. Los frutos de la reconstrucción .............................................................................. 24
Capítulo V ............................................................................................................................ 27
La coalición nacional ............................................................................................................ 27
5.1. La ruptura del “bloque constitucionalista” ............................................................ 27
5.2. Abajo el tirano ....................................................................................................... 28
5.3. Las montoneras en acción ...................................................................................... 28
5.4. La convergencia de las montoneras provincianas en la toma de Lima ................... 30
5.5. Un nuevo hogar para el Perú ................................................................................. 32
Capítulo VI........................................................................................................................... 34
Una familia dividida ............................................................................................................. 34
6.1. La revolución silenciosa ......................................................................................... 34
6.2. La privatización de la vida política ........................................................................ 38
6.3. Recreando la esfera pública ................................................................................... 39
6.4. Los mil rostros de la plebe ..................................................................................... 40
Conclusiones......................................................................................................................... 42
Bibliografía .......................................................................................................................... 43
Capítulo I

El legado castillista

1.1. La espada, la cruz y el guano

Ramón Castilla contribuyó a solidificar la precaria “institucionalidad criolla” que


precedió a los intentos de modernización política ensayados por el civilismo. Su primer
gobierno tuvo como base la “unión sagrada” de todos los peruanos y la “conjunción
nacional” de todas las voluntades. Fue posible debido a las múltiples clientelas que Castilla
logró acumular a lo largo de su intensa carrera política y militar. La ideología
cohesionadora sustentada por el sacerdote conservador Bartolomé Herrera sirvió para
recomponer temporalmente un cuerpo social seriamente dañado por las endémicas guerras
civiles que sucedieron a la independencia. Para Herrera, cada tiempo tenía su propia tarea y
la de Castilla había sido “crear y robustecer la paz pública”, anhelada luego de un largo
periodo de extenuantes guerras civiles. Esto pudo consolidarse debido a la aparición de un
recurso "providencial": el guano. La renta guanera posibilitó, en consecuencia, comprar la
tregua política, estableciendo un relativo periodo de paz en el territorio nacional.

Para Castilla, un buen accionar político estaba adjunto al complicado balance entre
respeto a la Constitución y preservación del orden; esto evidencia su cíclica y
contradictoria relación con liberales y conservadores. La prensa de la época, impresionada
por los malabares políticos del militar, lo veía como un “titiritero insigne de intereses y
pasiones”. Sin embargo, el congresista huantino José Félix Iguaín, no consideraba su
habilidad política como un don divino o una característica étnica, sino como el producto de
una vida azarosa en la cual hubo que apelar a múltiples y contradictorias alianzas para
poder sobrevivir.

Su complicada participación en varias batallas y en diferentes rangos, tomando


posición en diferentes bandos, llevó al Mariscal a un aprendizaje acelerado del complicado
ajedrez político peruano. Luego de la partida del “libertador” (1826), Castilla dio inicio a
su larga marcha por los tortuosos vericuetos del poder. En el difícil y violento periodo
post-bolivariano, el joven militar fue amigo y enemigo de los principales caudillos
peruanos. A los mismos ofreció, unas veces, sus servicios, y otras opuso tenaz resistencia.

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La participación de Castilla en la mayoría de los enfrentamientos que conmocionaron al
país luego de la independencia le permitió conocer “palmo a palmo” el territorio nacional.
En 1845, luego de derrocar al gobierno del Directorio, asumió, finalmente, la presidencia
de la República. Su primer gobierno, llamado de apaciguamiento nacional, logró aquietar
temporalmente a las facciones. Para lograrlo implementó una sinuosa y contradictoria
política de alianzas con liberales y conservadores.

Resultó fundamental el sustento ideológico que le proveyó el autoritario


cohesionador Bartolomé Herrera. Este había establecido vínculos con Castilla desde
antaño. El discurso ideológico herreriano señaló, en las exequias del militar Gamarra, que
la inestabilidad política peruana y el evidente fracaso del ejército nacional en Bolivia se
debían a la pérdida del sentido de obediencia cívica. Con la finalidad de reconstruir
elementos políticos necesarios para lograr la estabilidad y restablecer la paz en “los
corazones” rebeldes, el sacerdote subrayó que la fuente de la autoridad política provenía de
Dios y, por ello, quien la resistiera atentaba directamente contra la divinidad.

Herrera esbozó una idea alternativa a la soberanía popular: "la soberanía de la


inteligencia". Es decir, los derechos de gobernar y dictar leyes debían ser ejercidos por los
más capaces. Herrera propuso el establecimiento de una autoridad suprahumana a la cual
todos debían de someterse. El gobernante legítimo era investido por Dios; la soberanía o
derecho para gobernar era, luego, un derecho de origen divino. En pocas palabras, la
investidura divina determinaba que una vez designado el gobernante el pueblo debía
rendirle su total obediencia. Para ganarla, el mandatario debía procurar el bien común de la
comunidad que lo había llevado al poder. La única causa que ameritaba una rebelión contra
el gobernante era la ruptura de este pacto fundamental.

El discurso herreriano fue asimilado para la justificación y legitimación del “Estado


Castillista”. Si este, fertilizado por los ingentes recursos guaneros, era capaz de velar por el
“bien común” de todos los miembros de “la familia peruana”, la obediencia de los
gobernados quedaba asegurada. La ideología herreriana proveyó al castillismo de las armas
necesarias para cooptar, neutralizar o eliminar a los enemigos políticos de turno, ya que si
estos faccionalismos presentaban una inconformidad contra el gobierno castillista, serían
caracterizados como los promotores del caos y del divisionismo que ponían en peligro el
“bien común” de todos los peruanos.

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Todo esto posibilitó que la “pax castillista” (1845-1851) fuera la base de la
organización nacional de la década del 40. Manuel Ignacio Vivanco, furibundo enemigo de
aquella precaria institucionalidad, observaba cómo el castillismo se había organizado
alrededor de una “oligarquía parlamentario-gubernativa”, en la cual la fórmula era “yo te
delego mi poder, y tú me adjudicas sus rendimientos”. El inicio de la explotación guanera
permitió aceitar dicho sistema, pudiendose así comprar la lealtad de las burocracias militar
y civil.

En la sucesión presidencial de 1851, el mandatario encumbró en el poder al Gral.


José Rufino Echenique. Fue en esta campaña electoral donde Castilla exhibió con mayor
transparencia el diseño de su modelo autoritario y constitucional. En la lid electoral, se
pudo apreciar la disposición de las élites políticas para participar en un "verdadero"
proceso electoral; la movilización popular, el fraude y la decisión final del supremo árbitro
(el ejecutivo) establecieron las líneas maestras del modelo político que castilla intentó
institucionalizar.

El autoritarismo político, disfrazado con ropaje y ritual democráticos, posibilitó la


creación del escenario de legalidad requerido por el discurso herreriano. Los candidatos
que participaron en la contienda electoral organizada por Castilla fueron representativos de
los grupos económicos que se habían ido perfilando y consolidando durante su sexenio:
Domingo Elías, Miguel San Román, José Rufino Echenique y, finalmente, Manuel Ignacio
de Vivanco, enemigo acérrimo del castillismo.

Durante la campaña, la mayoría de los participantes mostró sus respectivas


maquinarias políticas. Castilla ejerció sus funciones de arbitraje. Cuando el juego electoral
se tornó violento y peligroso, el ejecutivo, con la amenaza de detenerlo, llamó a las partes
intervinientes a la cordura. Finalmente, el árbitro-presidente inclinó la balanza a su
candidato de fusión: Echenique. A los perdedores interesados se les gratificó con el premio
consuelo de participar con sus clientelas en la administración que se inauguraba.

1.2. La “pax” amenazada

Luego de las controversiales elecciones de 1851, pareció que la institucionalidad


política castillista había logrado consolidarse. El electo general Echenique era depositario
de un importante caudal de relaciones políticas y económicas; por ello, fue nominado
continuador del castillismo. Sin embargo, la intransigencia del heredero frente a las

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facciones (especialmente los vivanquistas), su gobierno frente al conflicto con Bolivia y
los escándalos de la consolidación hicieron que el continuismo durara poco. La “pax
castillista” se vio conmovida por las guerras civiles que ensangrentaron al país de 1854 en
adelante.

En 1854, la guerra civil organizada por las facciones derrotadas durante las
elecciones de 1851, en la que Castilla inteligentemente se montó, tiró por la borda la
precaria estabilidad política tan hábilmente construida a lo largo de varios años. A pesar
que Castilla volvió a asumir el control de la situación, los faccionalismos que emergieron
en el proceso electoral de 1851 y en las revoluciones de 1854 y 1856 se exacerbaron, y las
finanzas públicas, que actuaban como elemento cohesionador en el tejido de las redes de
patronazgo y clientela política, comenzaron a mostrar síntomas de crisis. Todo el diverso
contingente resultó fundamental para derrocar a Echenique y obtener el poder.

Castilla, en la década del 40, comenzó a ser cuestionado durante las dos fases de su
segundo gobierno. Era obvio que lo que Castilla pretendía era dar "formas legales" a una
"torpe dictadura". La crítica al castillismo inició en la década de los 50 mediante el
discurso liberal. Esto evidenció cómo el modelo elitista y autoritario, defendido por
Herrera, comenzó a ser cuestionado por sectores urbanos que opinaban que la soberanía
popular debía ser el eje central de la República. Los ataques contra Herrera y su ideología
unitaria se manifestaron en el parlamento, en la prensa y en las publicaciones liberales.

A nivel político, la Convención (1855-1856) fue el núcleo central de las agudas


críticas contra el régimen castillista. El Congreso intentó, sin éxito, crear una base de poder
alternativa al cada vez más incontrolable autoritarismo del ejecutivo y al sutil poder de la
Iglesia. Congresistas convencionalistas representaron a la nueva opción política
provinciana que confrontó abiertamente al castillismo.

La necesidad de establecer una nueva constitución más acorde con los tiempos fue
la meta principal de los convencionalistas. El 2 de noviembre de 1857 el capitán Pablo
Arguedas, bajo órdenes del presidente, clausuró la Convención, echando a la calle a sus
miembros.

Las permanentes críticas en torno al manejo de las finanzas públicas (debido a la


crisis guanera), unidas a los reclamos de los liberales por el cierre brutal del Congreso,

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fueron creando un ambiente desfavorable para el régimen castillista. Durante su segunda
etapa, el castillismo alejó a los resentidos liberales y antiguos e importantes aliados.

En la década de 1860 la inestabilidad política peruana era inocultable; se hizo


evidente, también, la intensa actividad de las maquinarias políticas provincianas. Estas
actuaban con autonomía plegándose a los diversos bandos en pugna.

A pesar de contar con cierto apoyo de Gamio, Echenique también tuvo sus propios
adeptos. Resulta probable pensar que debido al manejo adecuado de sus relaciones y
clientelas provincianas, Echenique pudo hacerse de la presidencia en 1851. La revolución
de 1854 no logró distanciarlo totalmente del poder. Luego, Echenique logró llevar a cabo
un importante acuerdo político con Castilla, realizado durante el gobierno de otro aliado
militar, Pezet; Castilla ejerció la presidencia de la Cámara de Senadores; Echenique, la de
Diputados. Lo anterior permitió no sólo la distribución del poder entre los antiguos
enemigos; posibilitó que se retome el esquema continuista y apaciguador del pasado. Sin
embargo, a pesar del acuerdo entre los rivales, la ruralización en las relaciones políticas
entre Lima y las provincias del interior era inevitable. Las maquinarias políticas locales
comenzaron a adquirir una mayor autonomía y a ejercer una gravitación cada vez más
importante sobre la deteriorada política nacional. Durante la Revolución de 1868, que puso
fin al gobierno de Mariano Ignacio Prado, las fuerzas disidentes se apoyaron en dos
maquinarias políticas provincianas: el conglomerado político-militar del norte, comandado
por el coronel José Balta, y el del sur, jefaturado por el general Pedro diez Canseco.

El coronel José Balta, subprefecto de Chiclayo (entre 1864 y 1865), era un antiguo
echeniquista que había logrado construir un importante bastión político en los
departamentos del norte. En su gestión en el gobierno chiclayano, Balta se ganó el aprecio
popular a través de la realización de obras públicas, principalmente de regadío. Así logró
establecer buenas relaciones con las autoridades políticas y vecinos de la provincia
liberteña.

En 1867, Balta volvió a participar en los vaivenes de la política nacional. En dicha


oportunidad, fue durante el derrocamiento de su antiguo aliado, el también militar,
Mariano Ignacio Prado. Su nombramiento de Jefe Político Militar del Norte durante la
reacción conservadora, que derrocó al gobierno de la Dictadura, muestra el poder que Balta
logró acumular en pocos años.

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Sus aliados iban desde intelectuales, como su secretario personal, Ricardo Palma,
hasta congresistas, como el diputado Simón Barrantes, y militares, como los tristemente
célebres hermanos Gutiérrez.

Las clientelas (populares) le permitieron al futuro presidente contar en 1867 con


fuerzas sumamente leales. El estilo "populista" del coronel, unido al cumplimiento de sus
compromisos, le posibilitó el tejido de importantes redes de clientela local.

1.3. Recreando el modelo castillista

Cuando José Balta asumió finalmente la presidencia de la república, intentó


reconstruir el Antiguo esquema de apaciguamiento nacional diseñado por Castilla. Para
“comprar la tregua”, el caudillo norteño implementó una política de alianzas y acuerdos, e
incluso organizó, en el más puro estilo castillista, un gabinete de conciliación nacional.

Echenique fue su más cercano aliado y colaborador. La firma del contrato Dreyfus,
realizada por Nicolás de Piérola, le permitió al audaz presidente contar con el dinero
suficiente para aceitar el oxidado sistema de patronazgo estatal. En las elecciones de 1872,
pretendió erigirse como árbitro de las mismas e incluso elegir como su sucesor a su fiel
amigo y consejero, Echenique.

Sin embargo, los tiempos habían cambiado y ni Balta poseía el arraigo nacional y la
astucia política de Castilla, ni la caja fiscal daba para nuevas aventuras.

A medida que la crisis económica se profundizó, no sólo internamente sino a nivel


de los mercados internacionales de capital, el deteriorado edificio "institucional castillista",
cimentado a través de una cada vez más inmanejable política de patronazgo, hizo evidente
sus hondas grietas y precarios cimientos. Para 1871, muchos de los núcleos de poder
provinciano, que se habían aliado a Balta, comenzaron a tomar distancia. La maquinaria
política puneña de Miguel San Román, por ejemplo, que había jugado un papel importante
en la caída del gobierno de la Dictadura, se alejó de sus compromisos con la
administración baltista y se acercó a las fuerzas civilistas comandadas por Manuel Pardo.
Burocracias civiles y militares conspiraban, buscaban otras alianzas o acrecentaban la
cuota de extorsión a sus subordinados.

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La presencia del Estado fue debilitándose irreversiblemente, y la soberanía nacional
comenzó a peligrar. El derrumbe estrepitoso del modelo institucional castillista creó,
además de delicados problemas geopolíticos, profundos problemas sociales.

La difícil e inmanejable situación de fragmentación política y social se debió


básicamente a la crisis, por ausencia de fondos, de la política de patronazgo estatal
implementada a raíz del auge guanero. Ante la carencia del elemento cohesionador, dinero
de la caja fiscal, el país se fue convirtiendo en un conglomerado de archipiélagos políticos
aislados y sin mayor contacto con el Estado central.

En 1871, en plena campaña electoral, el agonizante régimen baltista intento


oxigenarse a través de nuevos empréstitos internacionales. Sin embargo, a pesar de los
intentos de poner en funcionamiento la vieja táctica patrimonialista, resultaba obvio que las
maquinarias provincianas eran cada vez más autónomas y jugaban su propio juego de
poder.

Es por lo anterior que, entre el 22 y el 27 de julio de 1872, no fue sorpresa que el


"Estado Patrimonial Castillista" se derrumbara estrepitosamente ante la mirada horrorizada
de propios y extraños. La caída no se debió tan sólo a la vehemencia autodestructiva de los
militares encargados de preservarlo, sino a que los elementos que lo sustentaban, que
favorecía al sostenimiento de dicho sistema, habían desaparecido. Así empezó a perfilarse
un diseño político alternativo. Durante la campaña electoral presidencial (1871-1872), que
culminó con el derrumbe del modelo patrimonial castillista, se empezaron a dar los
primeros trazos de un modelo político innovador.

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Capítulo II

El ideal republicano

2.1. Los aires renovadores

Corría el año 1871 cuando, en medio de un ambiente festivo y de celebración


causado por la inauguración de las nuevas vías ferroviarias durante el gobierno de José
Balta, Manuel Pardo era nominado como candidato a la presidencia del Perú gracias al
partido político llamado Sociedad Independencia Electoral que posteriormente se
convertiría en el conocido Partido Civil. En su discurso de aceptación a su nominación,
Pardo puso énfasis en la construcción de una República, construcción que había sido
esquiva e inconclusa debido a las diversas discusiones teóricas y luchas por el poder de los
primeros gobiernos militares que aparecieron después de proclamada la independencia del
Perú.

Es por esto que en este capítulo se analizan los principios políticos de la Sociedad
Independencia Electoral, base política del Partido Civil de Manuel Pardo, que persigue un
discurso republicano de corte nacionalista que busca la formación de ciudadanos. Este
nuevo discurso político reunía una sociedad heterogénea conformada por ricos propietarios
hacendados de Lima y provincias, diversos intelectuales, universitarios, periodistas,
profesores, artesanos y pequeño agricultores. Todos ellos serían la base de la clase media
que aparecería años después en el siglo XX.

2.2. La herencia republicana y sus legítimos legatarios

El principal discurso que tenía la Sociedad Independencia Electoral era cristalizar,


concretar y consolidar una República. Para esto, era necesario un nuevo rostro político
alejado de los cansados y aburridos debates ideológicos infructíferos que proliferaban en la
política peruana que sucedió a la independencia. Esta idea de hacer resurgir un ideal de la
República fue el principal motivo que se persiguió al inicio de proclamada la
independencia; sin embargo, este ideal se perdió debido a las constantes luchas militares
por el poder. Lo que la nueva agrupación política, encabezada por Manuel Pardo, buscaba
era recrear y concretar una República, es decir, hacerla real.

Lo que los incontables y cansinos debates entre Liberales y Conservadores habían


logrado no era más que unas propuestas de República al aire, es decir, solo se quedaban en

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la teoría, y no iban hacia la práctica. Es por eso que el eslogan de campaña de Pardo era
"República Práctica-República de la Verdad", que no era otra cosa que querer legitimar y
concretar el discurso de consolidar una República, es decir, "llevarla a la práctica". Y para
esto, una de las primeras medidas fue llevar a cabo una reunión (1871) en el Club Militar 2
de Mayo con varios de los veteranos que participaron activamente en las guerras de la
independencia. Esta idea genial de unir la simbología del pasado glorioso con lo nuevo, en
busca de resolver una idea inconclusa de República, fue fascinante para una sociedad
cansada de los militares belicosos como Castilla, Gamarra, Echenique, etc.

Es por eso que en su discurso de aceptación, Manuel Pardo expresó su "empresa


gloriosa" de querer terminar con la penosa tradición política que sumergió a la sociedad
peruana en un desconcierto, y proyectarse hacia una República junto al lado de las "viejas
glorias de la independencia" en las que se encontraban los ya mencionados héroes que
participaron en pro de una República: los "connotados ciudadanos".

2.3. La convocatoria a los nuevos actores: buscando al ciudadano

Aparte de los llamados "connotados ciudadanos" de los que se habló en el capítulo


anterior, Pardo también buscaba nuevos rostros que participen en su nueva visión de querer
consolidar una República. Para esto, se basó en el ideal político de José Faustino Sánchez
Carrión, ideólogo del movimiento independentista. Para Sánchez Carrión, el Estado o
República, conformado tanto por criollos como por indígenas, constituye una unidad
indivisible que se funda en la realización de un fin moral supremo: el bien común.
Además, para una República debería de darse una convergencia, unión y conciliación entre
poder y sociedad.

Pero José Balta era el primer escollo que debían superar, ya que era el heredero
político de Ramón Castilla; es por eso que la primera tarea de la Sociedad Independencia
Electoral fue atacar y derrocar los núcleos de poder castillistas que estaban regados por
todo el Perú; ello se logró gracias a un sistema novedoso organizado con propagandas,
durante la campaña electoral, a la presidencia de Manuel Pardo, incitando al medio urbano,
portador de un nuevo discurso político a irrumpir en los departamentos, en las ciudades de
provincias, en las villas y en los mercados regionales. Esto deja claro el papel fundamental
del ciudadano, no solo en la capital, sino también en las provincias.

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2.4. La construcción de las redes políticas nacionales

Habían tres causas por las cuales no se logró una República: primero, las intensas
discusiones ideológicas no llevaban a nada; segundo, no había un movimiento que haga
partícipe a todos los peruanos; tercero, las infructíferas alianzas políticas con los militares.
Es por eso que Pardo instituyó una jefatura civil con sólidas convicciones republicanas,
además de una convocatoria a todos los ciudadanos con la finalidad de colaborar con la
causa Republicana. Para lograr construir esta causa soñada, se instauraron bases de apoyo
por todo el Perú con el fin de conectar a todos los departamentos, proporcionar una prensa
y propaganda para lograr captar la atención de todos los pobladores en todo el Perú y
posibilitar una articulación política. Todo con el fin de evidenciar una "nueva vida
política".

José Tejeda (abogado arequipeño), Manuel Costa (lanero puneño), Pedro


Casafranca (diputado andahuaylino) y demás personajes connotados de todo el país
aparecieron como los principales articuladores de una política de atracción de la Sociedad
Independencia Electoral, atracción que fue no solo con la finalidad de atraer gente nueva,
sino también de atraer diputados del gobierno de Balta.

Similar suerte (como la de simpatizantes, inversionistas, voceros de Pardo en las


provincias, etc.) corrieron algunos diputados miembros del Congreso Constituyente (de
1860 y 1867) que simpatizaban con la política de la Sociedad Independencia Electoral.

El ya antes mencionado José Tejeda, que también tenía inclinaciones liberales y


que atestiguó los fracasos de militares como Castilla y Prado, fue una pieza fundamental en
la campaña de Pardo. Por otra parte, los clubes políticos (como lugares de convergencia y
acuerdos dirigenciales), los clubes universitarios y los de artesanos fueron reorganizados
para, como se dijo antes, atraer a los ciudadanos a la vida política del país. Sin embargo,
algunos periodistas de la época criticaban los clubes políticos por convertir al pueblo en
"instrumento" de los políticos para ganar votos.

Todas estas formas de captar la atención del pueblo por parte del partido de Pardo
no era más que (según el propio Pardo) "restablecer la República" sobre su verdadero eje
de gravedad".

Todos estos clubes políticos diseminados por todo el país eran conformados por
grupos de amigos que eran afines al pensamiento de Pardo. También fue importante la
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práctica de rituales cívicos (escarapela en pecho, canto del himno nacional, desfiles, etc.)
dentro de estos clubes, todo con participación del propio Pardo en persona. Esto, con la
finalidad de estrechar los lazos del futuro presidente con todo el Perú.

Todo el despliegue político de Pardo durante la campaña lo obligó a contar con


coordinadores políticos por todo el país que estuviesen encargados de la organización,
propaganda, proselitismo, etc. Todo por hacer llegar el mensaje político a todos los
rincones del país y hacer saber a los opositores la fuerza con la que contaban sus electores.

La esfera pública, que era manipulada por los militares hasta con la compra de
votos, ahora tenía un papel activo dentro de la vida política en calles, plazas, parques,
quintas y zonas de reunión popular; además, se les concedió espacios para que generen
ideas como periódicos y folletos con el fin de hacer escuchar su voz y formar una opinión
propia.

El correo y el telégrafo también fueron fundamentales para la campaña como


medios para propagar una integración intelectual entre los partidarios de la capital con los
de departamentos y provincias del país. Esta comunicación también fue gracias a la ayuda
de periodistas comprometidos con la causa Republicana.

En catorce meses de intensa campaña, Pardo había formado una sólida asociación
parlamentaria de partidarios, prensa, etc. Así fue como este nuevo partido político se
convirtió en un poderoso rival para los partidos oficialistas.

2.5. Una sociedad en crisis

Desde 1860, el Perú se vio azotado por diversas guerras civiles entre militares;
luego, en 1869, vinieron la desgracia guanera, la guerra contra España, el terremoto de
Ancash, Moquegua y Arica, la fiebre amarilla, etc. Todo esto era un indicador de que algo
no funcionaba bien. La crisis del castillismo impuso la búsqueda de soluciones para la
nación: las circunstancias motivaban al cambio.

Las grandes cantidades de dinero que había dejado el guano de isla,


paradójicamente, enriquecieron a la Sociedad Independencia Electoral, causando graves
desequilibrios económicos en el país.

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2.5.1. El rostro urbano

En los años 60, Lima había cambiado su rostro gracias a la recordada "prosperidad
falaz". Se edificaron muchas obras públicas, todo iba de las mil maravillas; sin embargo, se
dio la aparición de la población marginal que trajo consigo la delincuencia y la vagancia.

Hubo una relación directa entre el desbalance económico y la implementación del


modelo guanero. La compra excesiva de productos extranjeros baratos y el ingreso masivo
de productos importados produjeron un estancamiento de la producción interna del país.

2.5.2. El rostro rural

En el censo de 1876 se mostró que Lima ya empezaba a ser parte de un mosaico


étnico: el 20% de la población era indígena. Esto, debido a que, en épocas de guerra civil,
los militares traían gente de provincias a la capital para luchar por su "causa".

Entre 1865 y 1871 se dio un auge en la exportación de lana, cascarilla y minerales


por todo el sur del Perú. Fue entonces que se elaboró un programa de defensa de las
mayorías indígenas, "Sociedad Amigos de los Indios", gracias a los futuros miembros de la
Sociedad Independencia Electoral. Dicha sociedad fue cuestionada por los gamonales y
autoridades locales. De esta Sociedad de Indios dependía el proyecto liberal integrador de
Pardo. Con esto se rompía los vínculos tributarios entre Lima y las provincias.

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Capítulo III

La república práctica

3.1. Ideales y tareas

La inauguración civilista de 1872 representó la culminación del sueño republicano.


Con Manuel Pardo como presidente, los antiguos ideales de libertad, igualdad y justicia
constituyeron la promesa que haría frente a las crisis social, política, económica e
ideológica que los gobiernos predecesores heredaron a la administración civil. Para este
capítulo, Carmen Mc Evoy realiza un estudio de los años de la “República Práctica” o
Primer Civilismo (1872-1876). Este estudio analiza dos aspectos importantes: el proceso
de construcción del Estado-nación y los condicionamientos de las circunstancias históricas
que aquel afrontó. El primero comprende la descripción y explicación de las reformas
liberales (estabilización económica, fiscalidad, consolidación estatal) y democratizadoras
(educación) que la administración de Pardo intento promocionar y aplicar para resolver
tanto los conflictos internos como la dependencia externa que desestabilizaban
multilateralmente a la nación; el segundo, por otra parte, contextualiza el proyecto civilista
en el marco de la crisis del modelo guanero y las resistencias locales.

3.2. Construcción estatal y crisis fiscal

¿Cuál fue la causa de las crisis heredadas? En la década de 1840, el descubrimiento


del guano y la revolución agrícola europea insertaron al Perú en el sistema capitalista
mundial. Durante este periodo, la explotación y comercialización del fertilizante estuvieron
a cargo del Estado. Posteriormente (periodo 1850-1878), ambas tareas fueron adscritas a
los consignatarios. Antes de 1862, gran parte de los ingresos de las exportaciones
cubrieron tres destinos: la implementación de una burocracia nacional cívico-militar
(Castilla, 1845-1851), la consolidación de la deuda interna (Echenique, 1851-1854) y las
guerras civiles (1854-1862); posterior a este año, la insuficiencia de las ganancias del
guano para el presupuesto nacional replanteó la función del consignatario: de mediador se
convirtió en prestamista del Estado. Los sucesivos préstamos iniciaron, sin embargo, un
proceso de endeudamiento. Esta situación obligó a la administración baltista (1868-1872) a
entregar a Augusto Dreyfus el monopolio del guano; aun así, la deuda se volvió
inmanejable. Ante este panorama, el proyecto civilista se puso en marcha.

16
Antes de su asunción como presidente, Manuel Pardo, mientras (1865-1866) fue
director de la Secretaria de Hacienda durante el gobierno Prado, esbozó una política
estabilizadora para la reversión de la dependencia fiscal: implementar una agresiva política
tributaria que independizara al Estado de los recursos generados por el guano; revisar
totalmente los contratos con los consignatario; reorganizar la burocracia económica y
descentralizar la economía. La intensa reacción antirreformista, sin embargo, desactivó la
iniciativa pardista.

La Prosperidad Falaz, no obstante de ser causa de la crisis financiera nacional,


afectó positivamente a otros sectores productivos del país: la ganadería, las producciones
azucarera y algodonera, la industria lanera y la actividad bancaria nativa. La emergente
vanguardia económica, empero, fue vulnerable frente a los estragos de las guerras civiles y
la dependencia económica del modelo guanero. En este sentido, su apoyo a la candidatura
de Pardo fue una alternativa para construir un Estado autónomo.

La administración de Pardo coincidió con la fase inicial de la gran depresión


europea (1873-1876) y con la fase final del derrumbamiento del modelo guanero; por otra
parte, el tradicional financiamiento estatal vía empréstitos entró una fase de retracción.
Inicialmente, la negociación de la deuda externa fue una respuesta frente a la crisis
económica; para tal empresa, Manuel Pardo nombró a Carlos Gonzales de Candamo como
comisionado especial en París, y le asignó dos misiones: negociar la deuda externa y
buscar un agente financiero que sustituyera a Augusto Dreyfus; ambas, sin embargo,
fracasaron. Las subsiguientes alternativas comprendieron una política de intervencionismo
estatal (apoyo de la banca nativa; estatización del salitre) y la cesación de pagos de la
deuda externa. En consecuencia, el replanteamiento del modelo de acumulación de las
élites económicas sin interferencia del capital extranjero fue un acicate para el proyecto
estatal civilista.

3.3. Consolidación estatal y resistencias locales

La consolidación estatal inició con la Sociedad Electoral Independiente durante la


campaña presidencial de 1871, con la canalización de antiguas (excheniquistas,
excastillistas, etc.) y nuevas (vanguardias económicas) energías políticas desarrolladas
durante las décadas de 1850 y/o 1860. El esquema político civilista, luego, planteó la
reformulación y nueva distribución del poder entre Lima y las élites provincianas
(marginadas en administraciones anteriores); esta propuesta incluyó a los sectores más
17
productivos del país, y no a antiguos jefes militares. En fortalecimiento estatal, en este
sentido, consistió en la cooptación de las vanguardias económicas urbanas y los sectores
terratenientes.

La organización política nacional fue importante para la consolidación estatal, ya


que era necesario un mecanismo comunicativo que vinculara al gobierno central con los
departamentos y provincias periféricos. Esta tarea fue asumida por una red de prefectos y
subprefectos. La función de estos sujetos fue el mantenimiento del orden y la seguridad
pública departamental o provincial, como también la construcción de un principio de
autoridad frente a la tradición conspirativa (de militares y jefes políticos “caídos”). Estos
problemas, a su vez, condujeron a la creación, por ley del 31 de diciembre de 1873, de un
organismo policial conformado por celadores (para las ciudades) y gendarmes (para las
zonas rurales). La función de estos hombres fue enfrentarse a los sectores descontentos con
la nueva administración e imponer el respeto por la ley del gobierno.

No obstante las medidas anteriores, la pugna entre los faccionalismo y el partido


civil fue constante. La razón de los enfrentamientos fue que la nueva administración no
admitía la tradicional costumbre de consolidar la paz multipartidaria mediante la cesación
de poder político, pues tal estratagema implicaría la claudicación de los principios de la
campaña electoral, como la repartición de un motín inexistente. En consecuencia, el
concepto de “Estado-Nación Civilista” solo incluyó a los grupos adherentes al nuevo
modelo político que la administración civilista intentaba imponer.

La marginación de los caudillos regionales de los goces del poder obligó a su


representante, Nicolás de Piérola, a desencadenar la revolución que “con más elementos
materiales” hubo contado el país, ya que costó cinco millones de pesos al erario nacional.
El objetivo del grupo rebelde fue principiar la insurrección de la tradicional “ciudad
revolucionaria” (Arequipa), capaz de irradiar sus efectos a todos los departamentos del
Perú y, en última instancia, desestabilizar al régimen civilista. La revolución pierolista
comenzó entre fines de octubre e inicios de noviembre de 1874 con el ingreso, por el sur,
de la nave mercante “El Talismán” a aguas peruanas, y terminó entre el 7 y 8 de diciembre
del mismo año con el enfrentamiento de Los Ángeles, Arequipa. Por otro lado, la
participación de Manuel Pardo en esta batalla tuvo una finalidad simbólica, a saber, la
demostración del triunfo de los “hijos de la República” (cuerpos militares, civiles limeños,
aliados sureños) frente a los “enemigos de la Patria” (revolucionarios).

18
3.4. Educando al ciudadano

La coalición entre elite económica, sector intelectual y núcleos artesanales que


sostuvo al proyecto civilista fue consecuencia una intensa labor de difusión ideológica. El
ideal de “ciudadano republicano”, en este sentido, fue un instrumento para la creación de
una identidad colectiva policlasista. Luego, el mecanismo para la consolidación ideológica
fue la educación. Los ámbitos de circulación de la ideología civilista fueron cuatro:
escuela, Guardia Nacional, municipalidades y Ejército.

La consolidación ideológica comprendió cuatro tópicos: sociedad cívica, república,


comportamiento cívico y patria; fueron definidos en el Catecismo Civil de los Deberes y
Derechos del Ciudadano (1874); tuvieron por metas la justificación del gobierno civil y
una identidad colectiva cohesionadora. Por el primero se entendió la organización social
por excelencia, única capaz de lograr “seguridad, civilización y felicidad común”. El
subsiguiente concepto fue definido como “la inteligencia dirigiendo al gobierno”. Como
comportamiento cívico fueron considerados la asociación y la discusión, y no la
revolución. El último tópico significaba que los individuos de un país están vinculados por
un parentesco especial, son gobernados por una misma ley y administración, y comparten
obligaciones tales como respeto a la autoridad, deberes de defensa y contribución material.

La principal institución de adoctrinamiento civilista fue la escuela; el maestro, el


transmisor. La participación del magisterio en la consolidación ideológica fue la respuesta
al problema de la instrumentalización política (o promesa) de la instrucción pública.
Durante el cogobierno de Castilla y la Convención se aprobó la Ley de Instrucción de
1855, que dictaminaba la profesionalización de la tarea educativa y la institucionalización
del patronazgo estatal; administraciones ulteriores, sin embargo, ignoraron ambas
iniciativas; con la República Práctica, no obstante, fueron revitalizadas en el Reglamento
de Instrucción de 1876.

La reforma educativa propiciada por la administración ejemplificó sus propuestas


con dos hechos: su asociación con el intelectual José Arnaldo Márquez y la fundación de la
Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de San Marcos. Por una
parte, la dirección por el primero del periódico El Educador Popular permitió la difusión de
contenidos y métodos para la instrucción popular. En cuanto al segundo, su
funcionamiento fue la respuesta a dos necesidades: la profesionalización de la burocracia
estatal y la reproducción y perpetuación del régimen civilista. La competencia por
19
establecer lo culturalmente legítimo y la división del trabajo entre actividades manuales e
intelectuales, sin embargo, configuró una realidad jerarquizada y diferenciada entre las
múltiples esferas del campo intelectual. La promoción masiva de la educación, en este
sentido, recreó la tradicional distribución del capital cultural en lugar de alterarla.

La participación política, esto es, el compromiso de todo ciudadano con la


preservación y el desarrollo de la República, de los sectores económico, intelectual y
artesanal fue parte del diseño de la consolidación ideológica. En este sentido, la
refundación de la Guardia Nacional y la reactivación de las municipalidades fueron tareas
esenciales para la administración. Por un lado, y a diferencia de gobiernos de antaño, la
“nueva” Guardia Nacional integró a individuos pertenecientes a los sectores sociales ya
mencionados, pero prohibió, mediante la Ley Orgánica de Municipalidades, la inserción de
grupos militares; su función fue conservar el orden público. Por el otro, la reorganización
municipal fue fundamental para el fortalecimiento del Estado, por dos razones promisorias:
la emancipación de los pueblos de la tutela administrativa centralista del pasado y la
liberación del gobierno de una serie de obligaciones ajenas a la administración general.

El alejamiento del Ejército de las esferas de poder no evitó que fuera un problema
para la administración civil, ya que su fragmentación, levantamiento y relativa
independización inviabilizaban la hegemonía civilista. Su cooptación y domesticación, o
“educación”, luego, fue una tarea articulada a la consolidación ideológica. Por lo tanto, la
unificación y el control de los grupos armados se fundamentaron en la creación de una
identidad militar que definía al “militar de honor” como activo defensor de las
instituciones ciudadanas.

La coalición policlasista resultante de la consolidación ideológica no fue ajena a


conflictos internos. La encubierta política clasista, de control social y represión ejercida
por la Guardia Nacional evidenció que el monopolio de la violencia no fue suprimido, sino
arrogado por la nueva institución. El mantenimiento de la autonomía artesanal frente a la
autoridad oficial fue, en consecuencia, un mecanismo defensivo ante tal escenario. Por otra
parte, la resistencia clerical frente a los avances ideológicos del Estado evidenció la
vigencia de la política tradicional castillista, contraponiendo conceptos como “bien
común”, “conciliación nacional” y “familia peruana” con los de la ideología civilista, esto
es, “individualidad”, “autonomía”, “crítica” y “competitividad”.

20
Capítulo IV

Marcha por el desierto

4.1. El balance de una desastre

Claro está que la derrota frente a Chile fue el peor revés que pudo tener el país. Las
bases económicas, políticas e ideológicas del sueño republicano fueron erradicadas debido
a la guerra. El acelerado proceso de desintegración de los vínculos al interior de la
sociedad peruana fue consecuencia directa del empobrecimiento en que se hallaba el Perú.

La fragmentación de las élites políticas civiles se vio notablemente aumentada. Una


de las causas principales de la pérdida de preeminencia de la clase política civil fue que los
intereses creados por los partidos habían desaparecido. A esto hay que añadirle que la
destrucción de haciendas contribuyó al colapso del sistema administrativo civilista y de la
banca limeña. Es probable pensar que los estragos de la guerra mutilaron las incipientes
industrias que habían venido desarrollándose a la sombra de la “prosperidad falaz”.

Podemos mencionar que una de estas consecuencias fue la desaparición del respeto
y de la autoridad moral (base para el encumbramiento del Partido Civil). La ineficiencia
del Gobierno provisorio de la Magdalena también contribuyó al repudio hacia el proyecto
político civil.

La opinión que comenzó a circular fue que el estado de postración que vivía el país
se debía a los faccionalismos que habían prevalecido en el Perú desde tiempos de la
independencia. Estos eran los culpables directos de la agudización de los conflictos
sociales y étnicos.

Este periodo revivió los argumentos ideológicos unitaristas y anti-partidistas del


pasado. Esto justificó el requerimiento de la figura simbólica y cohesionadora de un héroe.
A Cáceres le tocó el papel de articular un sentimiento nacional que intentaba reconstruirse.
Este intentó restablecer el concepto de patria común. La coalición constitucional,
conformada por civiles y militares, que levantó como presidente al general Cáceres (quien
era respetado por la sociedad peruana), ejerció un gobierno “parlamentarista-autoritario”.

21
4.2. La dictadura organizadora

El 12 de junio de 1886, Andrés A. Cáceres asumió el gobierno de la República.


Este resultó siendo una coalición entre las fuerzas políticas civiles sobrevivientes de la
guerra (civilistas, demócratas y liberales) y los núcleos militares (comandados por Cáceres)
que decidieron politizarse.

El establecimiento de un parlamento proveyó al gobierno del héroe de La Breña el


aspecto legal para llegar a cabo las tareas de la “Reconstrucción Nacional”. Además,
Cáceres se ubicó estratégicamente al margen de los grupos que lo habían llevado al poder.
La autora opina que un estudio detenido de la relación Cáceres-civilismo puede mostrar la
rica y compleja simbiosis político-cultural entre las fuerzas civiles y militares.

Una pieza fundamental para la alianza cívico-militar fue Elías Mujica, uno de los
miembros fundadores del Partido Civil y, más adelante, ministro de Guerra de Cáceres. Es
probable que durante la represión a la revolución pierolista se establecieran importantes
contactos entre los civiles (entre ellos Mujica) y Andrés Avelino Cáceres. Lo anterior
permite afirmar que los lazos entre el héroe de La Breña y los políticos civilistas se
fortalecieron durante la guerra del Pacífico; de la misma forma, resulta factible que en el
periodo posterior a la guerra se reviviera esa alianza.

Como ya sabemos, la tarea fundamental del gobierno cívico-militar fue devolver al


país las bases económica, política y de estabilidad social luego de la guerra con Chile. Las
medidas más importantes tomadas por la administración cacerista fueron dos: el retiro del
papel moneda depreciado y la firma del Contrato Grace. La cancelación de la deuda
externa y la atracción del inversionista extranjero constituyeron dos caras de la moneda del
controversial contrato. Sin embargo, la firma de este contrato mostró lo contradictorio de
los intereses en la plataforma autoritario-constitucional.

En el Contrato Grace, a manera de compensación para posibilitar la cancelación a


las demandas de los tenedores de bonos, estos obtuvieron el control del sistema ferroviario,
el negocio del guano y otras concesiones. La firma del mismo no solo estuvo rodeada por
un ambiente de desconfianza y recelo entre importantes sectores políticos, económicos e
intelectuales del país, sino que revivió mucha de la prédica nacionalista que había sido
lugar común en las discusiones políticas previas a la guerra.

22
Entre 1890 y 1892, el Congreso fue escenario de las ardientes luchas entre sectores
autoritarios y los rezagos de los débiles núcleos liberales que apoyaron al civilismo. El
tema central de las discusiones fue la abolición del sufragio universal; para esto, era
requisito indispensable saber leer y escribir. Esto se debió por la necesidad de hegemonizar
un proceso electoral y el urgente deseo de arrancarles el poder político a las autoridades
provincianas. Finalmente, la ley que restringió el universo electoral indígena triunfó.

4.3. El reciclaje ideológico

En los años de postguerra, el discurso democratizante de corte liberal recibió


intensos ataques desde diferentes frentes. Así, autoritarismo y clericalismo conservador
volvieron a tener una suerte de alianza estratégica. El autoritarismo constitucional encontró
su fuerza de apoyo en la ideología positivista que comenzó a tomar fuerza en los círculos
intelectuales urbanos peruanos &en paralelo al intento de alejamiento de las utopías
democratizantes del pasado.

El Ateneo de Lima fue el centro difusor de muchos de los nuevos planteamientos


ideológicos y políticos que surgieron en el régimen cacerista. Aquel propició la más amplia
tolerancia y espíritu de conciliación nacional. En El Ateneo, la ciencia histórica fue
percibida como un medio de gran utilidad en la solución de los problemas políticos
peruanos.

Uno de los planteamientos que mejor retrató al nuevo clima intelectual fue el que
sostuvo José Antonio Ribeyro, quien fue uno de los ideólogos más importantes del Partido
Civil. Este planteó que resultaba imprescindible un estudio detenido de los fenómenos
sociales a través de la Ciencia Estadística. La misma proveería de las bases necesarias para
el desarrollo de las Ciencias Sociales. También no dejó de mencionar los peligros que
encerraba todo modelo autoritario.

A pesar de que el modelo cívico-militar del periodo de la postguerra recibió críticas


disimuladas, la tradición republicana democratizante nunca se recuperó de los duros
ataques ideológicos que recibió por parte de los defensores del nuevo “orden republicano-
positivista” que se venía formando en El Ateneo. Más adelante, Jorge Polar, en su discurso
ideológico de la élite intelectual, señaló tajantemente el desdén de la ciencia positiva hacia
los ideales y ensueños del pasado por ser “quiméricos y vanos”. El ataque más frontal fue
hacia las estrategias políticas. Aseguraba que fomentar la igualdad, la libertad y la

23
fraternidad propiciaba el absurdo de canalizar las energías hacia los demás sin un
conocimiento pragmático y suficiente de la realidad del país.

Lo que Polar intentaba hacer evidente era lo negativo que resultaba para la
estabilidad y buena marcha del país la aplicación de utópicas teorías políticas ajenas a la
realidad. De esta manera, intentó neutralizar a las vertientes ideológicas que aún luchaban
por imponer un modelo político incorporador.

4.4. Los frutos de la reconstrucción

La “pax cacerista” (una compleja y difícil relación entre el Congreso civil y militar
y un republicanismo autoritario), que estuvo cimentada en la economía exportadora,
contribuyó al renacer económico del país.

Las bases para la reconstrucción económica se encontraban en la agricultura y en la


minería. El rápido crecimiento económico estuvo dado por la expansión de las
exportaciones de productos agrícolas. El modelo cacerista ayudó a consolidar, mediante su
política de exoneración tributaria a las exportaciones y de incentivo a las inversiones
extranjeras, los cimientos de la economía exportadora. De esta manera, la reconstrucción
fue posible gracias a inversiones extranjeras y por la fusión y monopolización interna de
los recursos productivos de tierras y minerales.

La industria del azúcar fue la que empezó a mostrar mayor liderazgo en la


reconstrucción. Este éxito se obtuvo gracias al aumento de sus rendimientos y disminución
de sus costos por medio de innovaciones técnicas. Aquí, la mecanización jugó un papel
muy importante como la introducción de arados a vapor y ferrocarriles livianos para llevar
la caña.

Los aportes más importantes de la industria azucarera fueron el avance tecnológico


y la formación de capital. Los azucareros nacionales se convirtieron en directores y
accionistas de empresas urbanas, suministrando depósitos de los nuevos bancos. Uno de
sus mayores representantes fue Antero Aspíllaga, quien canceló la deuda externa,
celebrando con los acreedores el contrato Aspíllaga-Donoughmore, En conclusión,
Aspíllaga creo las condiciones necesarias no solo para que el Perú se reinsertara en la
economía internacional, sino para que afluyeran al país las inversiones extranjeras que el
grupo exportador interesó captar.

24
Otro sector importante fue la minería. El descubrimiento de nuevos yacimientos, la
implementación de una moderna tecnología y la presencia de ingenieros de minas. Atrajo
miradas de inversionistas extranjeros. La minería ayudó tanto a empleados peruanos de
rango medio como a pequeños comerciantes y transportistas provincianos.

No podía faltar la aparición de gremios laborales como la Confederación de


Artesanos Unión Universal. Un par de años después, con la asistencia de artesanos y
obreros, se inauguró el Consejo Central de dicha entidad. Es probable sostener que de la
aparición de gremios debió renacer el republicanismo democratizante de los años del
civilismo. Este hecho se debe a la tendencia del asociacionismo, que se basa en la
fundación de gremios laborales e intelectuales como El Ateneo, por ejemplo.

La educación no estuvo ajena en los frutos de la reconstrucción. Dentro de este


contexto, fue el centro de atención de los núcleos civiles. Los órganos del régimen dieron
mayor importancia a la educación profesional y secundaria pero también a la artesanal.

La profesionalización del oficial y del soldado fue una de las principales metas, es
decir, “culturizar al soldado”. La carrera militar se constituyó en un poderoso auxiliar de
“civilización” e integración nacional: en cada cuartel debía enseñarse la disciplina
castrense y el amor a la patria en el sentido del deber “con la familia y con dios”. La
misión del ejército buscó ser colocada al mismo nivel político que las actividades ejercidas
por los civiles. De esta manera, permitía a los miembros del ejército recapturar el respeto
nacional. Para poder nuclear a los miembros del ejército nació en 1888 “El Centro Militar
del Perú” que tuvo como propósito fundamental defender a la institución de los ataques de
los sectores anti-militares; para lograr esto, se fomentó la participación de los socios
capitalinos y provincianos.

Como ya es sabido, hubo ciertos choques entre las partes de la coalición. Esto se
dio debido a que las discusiones giraban en torno a quién hegemonizaría ciertos programas.
Esta situación evidenció cómo los fortalecidos militares buscaron cooptar y hegemonizar a
los cuerpos. Por ello, cabe destacar la intensa resistencia que opusieron las fuerzas
parlamentarias. Para fines de 1880, los civiles buscaban neutralizar el poder que ellos
indirectamente habían ayudado a fortalecer.

En las elecciones presidenciales de 1890 se evidenciaron las fisuras dentro de la


coalición que emergió en el periodo ya mencionado. La aparición de dos candidatos al

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interior del Partido Constitucional, uno civil (Francisco Rosas) y otro militar (Remigio
Morales Bermúdez), mostró que el bloque político se había quebrado. Remigio Morales
Bermúdez fue, con el soporte político del Partido Constitucional profundamente
militarizado, proclamado presidente de la República el 2 de agosto de 1890.

26
Capítulo V

La coalición nacional

5.1. La ruptura del “bloque constitucionalista”

El distanciamiento entre civiles y militares comandado por Cáceres inicia con la


sucesión presidencial de 1890. El “pacto de sucesión” favoreció a otro miembro del
Ejército, Remigio Morales Bermúdez. En consecuencia, Morales llega a ser el nuevo
presidente del Perú, dejándose al margen al civilismo representado por Francisco Rosas.

Ya en este gobierno de “Los parques del Estado”, donde se sacaban y distribuían


armas, se hallan bajo el control de los militares. Esta militarización presionó contra el
Partido Demócrata y con la prensa adversa. Esto determinó que los aliados civiles inicien
un proceso de toma en contra del régimen y aboguen la amnistía de un antiguo enemigo
político, Nicolás de Piérola. Así comenzaron a diferenciarse del constitucionalismo,
acercándose más al círculo parlamentario de Mariano Nicolás Valcárcel.

El 7 de mayo de 1892 Cáceres retornó al Perú y mostró sus intenciones políticas:


reorganizar y reestimular al “Partido Constitucional”. Debido a esto, el 14 de octubre de
1892, un grupo importante de parlamentarios se unieron en un nuevo frente político, “La
Unión Cívica”, y el 27 de noviembre de 1892 se oficializó su fundación. Esta organización
poco a poco se fortaleció para hacerle frente al autoritarismo militar.

Ya en 1894, la crisis causada por Morales Bermúdez en el Perú se volvió


inocultable. Esto originó que el 30 de marzo de 1894 se firme el “Pacto de Coalición”,
firmado por los civilistas, el Circulo Parlamentario y el Partido Demócrata (representados
por Francisco Rosas, Valcárcel y Piérola, respectivamente); en aquel, propusieron
mantener la libertad electoral y el respeto del voto de los ciudadanos. Dentro de una hábil
jugada política, solicitaron al gobierno el nombramiento de un ministerio compuesto por
los representantes de los tres partidos, una ley de registro cívico y de elecciones directas, y
el aplazamiento de las elecciones hasta diciembre.

El acercamiento de la “Unión Cívica” al Partido Demócrata fue decisivo para la


consolidación de la opción cívica opuesta al régimen militar. Debido a una amplia
experiencia, Piérola fue nombrado jefe de la “Coalición” con el título de “Delegado
Nacional y Defensor de la Constitución del Estado y de la Verdadera Democracia”.

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La situación de abierta pugna entre la Coalición Cívico-Democrática y el aparato
militar cacerista llegó el 1 de abril de 1894, día previsto para la ronda inicial de las
elecciones, en el cual terminó dándose la muerte del presidente Morales Bermúdez. Esto
fue aprovechado por Cáceres: en un acto anticonstitucional, presiona para que el coronel
Justiniano Borgoño pase de manera temporal al poder ejecutivo. Esta decisión, claramente
autoritaria, por mantener la maquinaria militar fue una ventaja frente a sus adversarios. El
11 de agosto de 1894, luego de unas violentas elecciones, Cáceres fue elegido presidente
por segunda.

5.2. Abajo el tirano

Cáceres, en su desesperación por asegurar el militarismo, proveyó a sus opositores


los elementos de legitimidad simbólica para liderar un movimiento contra la “tiranía” de su
régimen.

Por ello, Piérola envió una carta credencial el 15 de mayo de 1894 a su abogado
Augusto Durand nombrándolo Jefe Político Militar de Huánuco y, a su vez, dándole el
poder de organizar batallones. Esto nos da a entender que la “coalición de papel” cambió
las palabras por los hechos.

El 18 de agosto de 1894, Durand se levantó en armas apoyando a la “Coalición”; su


discurso tuvo eco en diferentes regiones del país. Los meses posteriores a la muerte de
Morales Bermúdez fueron de gran actividad política. Sin embargo, la maquinaria militar
entró en un proceso claramente ofensivo contra los núcleos congresales y la prensa. Por
ello, la “Coalición” tuvo como propósito derrotar a las maquinarias gobiernistas
provincianas, ocupar Lima y desalojar del poder a Cáceres. El 18 de setiembre de 1893 se
señalaron con preocupación los movimientos peligrosos de un grupo armado simpatizante
de Piérola. No obstante, fue recién en el segundo trimestre de 1894 cuando las
movilizaciones adquirieron las características de una “epidemia social”.

5.3. Las montoneras en acción

El 23 de abril de 1894, tras el fallecimiento de Morales Bermúdez, el prefecto


cacerista de Tacana, Rufino López-Torres, solicitó armas al gobierno central. Tres semanas
después fue atacado por el coronel Pedro Collazos, en un acto de claro desacato en contra
de la autoridad. Es por eso que una semana después nuevamente pidió refuerzos; al llegar

28
estos también llegó su relevo, el militar breñero Manuel Bedoya, quien tenía como familiar
al prefecto de Junín, Augusto Bedoya. Se buscaba con esto militarizar la zona y detener a
los rebeldes montoneros.

Una importa ciudad de Cáceres del que tempranamente perdió el control fue
Huánuco. El 20 de agosto de 1894, montoneros dirigidos por Durand lograron derrocar al
prefecto Ruperto Delfín. Luego del control de Huánuco procedieron con el nombramiento
de autoridades, y avanzaron hacia Junín.

Algunos meses antes del ataque coalicionista, Huánuco ya presentaba una crisis
económica y política que fue expuesta por Samuel Palacios Mendiburu, aludiendo dentro
de ello a la lamentable situación en que se encontraba las fuerzas represivas bajo su
comando. Dicha crisis facilitó la ocupación rebelde de un importante espacio regional;
este desmoronamiento se sintió en muchas ciudades del país.

La militarización adquirió niveles alarmantes. A medida que los ataques


montoneros del país se incrementaban, las más importantes prefecturas fueron ocupadas
por militares. En Piura, donde los montoneros lograron éxitos, el nombramiento del
prefecto Fernando Seminario aumentó el odio y encendió las pasiones. El ex militar poseía
experiencia en los gobiernos local y nacional. Puesta en marcha la represión, él enajenó a
gran parte de los piuranos. Su cerrada actitud defensiva lo llevó a cometer actos de extrema
crueldad.

La meta principal de los montoneros fue derrocar a la maquinaria cacerista. Por un


informe del año 1894, se concluye que sus características fueron la violencia y la
capacidad de sorprender al enemigo.

En Chiclayo, los montoneros comandados por Teodoro Seminario y José María


Salcedo encontraron una ciudad desamparada, las cárceles fueron abiertas y Durand
buscaba convencerlos para que se unieran a sus filas.

La prolongación del ataque y el número de atacantes guardaban una relación con la


capacidad de la resistencia del bastión gobiernista. Algunos se resolvieron en pocas horas;
otros, en mucho más. El número de componentes de una montonera variaba con la
capacidad de reclutamiento que tenían los rivales: mientras que en unos se reporta el
ataque de 600 montoneros, en otros de 150, de 120, etc. El armamento era infinitamente

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inferior, dado que su método de aprovisionamiento fue por la captura de armas, alimentos
y caballos.

Más allá de los conceptos unificadores, fue la diversidad lo que primó en estas
potentes y destructivas maquinarias políticas, compuestas por empleados públicos
provincianos, peones de las haciendas, militares, presos e incluso chilenos que habían sido
enganchados a esta columna de rebeldes. A los provincianos se les encargó una intensa
propaganda en Casma en contra del subprefecto, con la finalidad de azuzar la resistencia
contra la autoridad gubernativa.

Entre abril y noviembre los coalicionistas ocuparon temporalmente ciudades


importantes como Huánuco, La Libertad, Cajamarca y finalmente Arequipa; esto significó
una humillación pública para el tirano líder. Sin embargo, a pesar de los importantes
golpes, para noviembre de 1894 la Coalición aún no cumplía su objetivo, por lo que quedó
en redefinirse las estrategias. El objetivo fue tomar la capital y convertirlo en eje de
convergencia para las fuerzas rebeldes del norte, centro y sur del país.

5.4. La convergencia de las montoneras provincianas en la toma de


Lima

En Chincha, el 4 de noviembre de 1894, Piérola se mostró preocupado por la


espontaneidad del movimiento coalicionista, ya que, además de prolongar
innecesariamente la lucha, privó de una personalidad y un accionar común. Después de
analizar la situación del Perú en 1894: persecución de los ciudadanos, el incremento
geométrico de la población en las cárceles, el terror a la prensa, el bloqueo en las
comunicaciones, etc.; el militarismo de Cáceres era patente. En la decisiva conflagración
de 1894 existían dos bloques: de un lado “la nación entera”; del otro, un soldado que nada
respetaba.

Esta nación luchaba sin distinción, pero no contaba con una autoridad que la
representara, y fue cuando Piérola creyó que era su deber ponerse a la cabeza, proveerla de
una autoridad adecuada y guiarla a una “vida nueva”. La promesa de regeneración y de
vida escondió un enmascarado proyecto político, aquel que si no era controlado a tiempo,
amenazaba no solo el liderazgo del Congreso y de los partidos políticos, sino la
sobrevivencia de las clases propietarias.

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En noviembre de 1894, la guerra civil dio un saldo de 2000 muertos. La guerra
significó un duro golpe a la economía. Así, en setiembre, el gobierno se vio obligado a
congelar los pagos de la deuda interna, provocando con ello una inflación en el país.

En los primeros meses de 1895, “la toma de Lima” fue el próximo paso de los
rebeldes. Iniciaron con la ocupación el 16 de marzo. Se movilizaron desde Cieneguilla
2000 hombres organizados en tres cuerpos: el de vanguardia (comandando por Durand), el
del centro (comandado por Piérola) y el de la retaguardia (comandado por Felipe Oré). Su
destino final fue Cocharcas.

La toma de Lima no fue nada fácil. El combate del 17 y 18 de marzo entre 4000
soldados gobiernistas y 2000 coalicionistas, además de mostrar la desigualdad numérica y
de armamento, exhibió altos niveles de mortandad. Ya el 19 de marzo Lima ofreció un
espectáculo tétrico: cadáveres, caballos muertos, madres y esposas desamparadas, civiles
damnificados; fue sin duda el panorama más desolador. El pánico generalizado se debió a
la ausencia de autoridades. A pesar de que un grupo de vecinos formaron una guardia
urbana y contrarrestaron el peligroso desborde social, aquella entidad no logró aminorar la
proliferación de robos, pero un sector civilista, “Los Amigos de la Paz”, intentaron
neutralizar los peligros. Ellos trataron de retomar el camino conciliador, estableciendo una
estrategia política. El problema a resolver de “Los Amigos de las Paz”, comandado por
Carlos Elías, era el de capturar el poder evitando que se favoreciera las agendas políticas
de los Durand, los Seminarios o los Del Solar, es decir, evitando que Lima perdiera su
poder.

El discurso conciliador llegó a las provincias del interior, en Chota. Se organizó un


frente político, el “Club Demócrata Restaurador”, que buscaba propiciar la destrucción de
todo germen. En un documento, el prefecto Ravines comunicó al nuevo gobierno civil que
estaba presto a dar importantes servicios a su provincia, eliminando toda discordia y
favoreciendo la unión de sus ciudadanos.

La Junta de Gobierno, presidida por Manuel Candamo y nombrada luego de que


Cáceres fuera derrocado, propuso proveer al país un marco constitucional y legalista en
donde se efectúe la participación de todos los ciudadanos, y convocar a elecciones. El 14
de abril de 1895, solo existió un candidato, el cual se hizo de la presidencia: Nicolás de
Piérola.

31
5.5. Un nuevo hogar para el Perú

En el discurso inaugural, Piérola señaló que el deber fundamental de su gobierno


era construir un nuevo hogar. La guerra civil fue sumamente negativa para la economía
nacional. La agricultura de exportación y la minería fueron los sectores productivos que
más sufrieron. El problema se unió a la incapacidad de movilizar los productos debido al
bloqueo de las comunicaciones. Millares de hombres quedaron sin trabajo y cayeron en un
deplorable estado de miseria.

El 27 de setiembre de 1895, el prefecto ancashino Villena comunicó a Piérola el


caótico estado económico en el que se encontraba el departamento de Ancash, y observaba
con preocupación la negativa de pagar la contribución personal. Meses después de ser
sustituido, Pedro Cisneros reafirmó lo dicho.

El 20 de noviembre de 1896, el Congreso aprobó la nueva Ley Electoral, en la cual


se restringió el universo electoral a los ciudadanos que no supieran leer y escribir. Con la
finalidad de unir el aparato electoral se creó la célebre Junta Electoral Nacional. Esta ley
tuvo el mérito de anular la dispersión del poder electoral, suprimir la participación popular
en los procesos electorales y hacer innecesaria la movilización popular como estrategia
política.

A medida que la Junta se fortaleció, degeneró en agente de la corrupción de la vida


electoral, provocando, por lo mismo, innumerables denuncias y acusaciones. Resulta
probable pensar que las acusaciones no eran del todo equivocadas. Paralelamente, en 1897,
se produjo la primera escisión dentro del bloque gobiernista. Durand se separó del partido
Demócrata y fundó el Círculo Independiente. Ya en 1899 abandonó el lenguaje formal y se
lanzó a la guerra civil. La reaparición del discurso cívico estuvo unida a la puesta en
funcionamiento de las viejas estrategias movilizadoras.

Luego que la coalición se hizo del poder, un importante sector de políticos limeños
dio inicio a un sutil y eficiente proceso de centralización política. Así, paradójicamente, los
antiguos aliados, además de ser excluidos del poder político, fueron privados de las
autonomías locales. Si bien es cierto que la hegemonización pierolista, en noviembre de
1894, colaboró en derrocar al cacerismo, puede verse cómo el primer acto de la
eliminación de la contribución personal y el debilitamiento de las Juntas Departamentales

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comenzaron a desgarrar un proyecto político nacional que había nacido con el mejor de los
auspicios.

33
Capítulo VI

Una familia dividida

6.1. La revolución silenciosa

En marzo de 1903, a escasos meses de las elecciones presidenciales que volvieron a


encumbrar, después de casi treinta años, al Partido Civil en el poder, unos interesantes
volantes políticos circularon profusamente por las calles de Lima. Así, en los volantes
dirigidos al "Pueblo de Lima", su autor se encargó de recordar a los desmemoriados
habitantes de la capital cómo el partido político que pretendía hacerse de la presidencia de
la Republica era culpable de todas las desgracias por las que había atravesado el país. El
candidato civilista Manuel Candamo se hizo con la presidencia. Con esto puso fin a la
revolución política. El civilismo no solo logró renacer cual "ave fénix" de sus cenizas, sino
que consiguió monopolizar aquel poder político que por muchas décadas debió de
compartir con sus opositores.

El 10 de mayo de 1896, en plena gestión coalicionista, se efectuó la primera


reunión reorganizadora del civilismo en el Convenio de Santo Domingo. En ese importante
acontecimiento se dieron cita los fundadores del civilismo histórico junto con una nueva
generación de partidarios jóvenes. El congresista y miembro fundador del partido, Manuel
Candamo, reveló la necesidad de mantener viva la tradición civilista. Para lograrlo era
necesario destruir todas las imputaciones y prejuicios que habían fragmentado al partido y
que lo habían aislado del pueblo. En 1897, el conflicto intraélite, institucionalizado en el
congreso, retrató el tumultuoso ambiente político y la pugna por el poder que se vivía al
interior de las cámaras. El equilibrio de fuerzas políticas de civilistas y demócratas, los
primeros predominando en senadores y los segundos en diputados, hizo más intensa la
pugna.

Por otro lado, los ataques a los gabinetes ministeriales, por parte del escindido
grupo demócrata radical liderado por Augusto Durand, complico aún más la situación. La
tensa situación política que se vivía en el país y la presencia en partes territorial de partidas
de montoneras hicieron que Piérola propusiera un pacto de sucesión presidencial. Así, el
sistema bipartidista propiciado por Piérola y apoyado, en cierta medida, por el civilismo,
consolidaría su alianza eligiendo dentro del "orden y la ley" al nuevo Presidente de la
Republica. Su propuesta, sin embargo, no tuvo éxito. Para muchos demócratas, aceptarla

34
podía convertirse en una suerte de "suicidio moral". Para el partido gobernante, su
planteamiento se centró en buscar expandir el bloque de gobierno a otras fuerzas políticas
minoritarias.

Las tendencia de expandir incorporando a fuerzas de izquierda, como las


representadas por Augusto Durand, y de derecha, comandadas por el general Cáceres, no
prosperaron. Como producto del acuerdo sucesorio, el civilismo sacrificó la posibilidad
inmediata de obtener el control del ejecutivo, pero logró, en su lugar, desplazar fuera a los
elementos extremistas, tanto de derecha como de izquierda.

El arequipeño Eduardo López de Romaña (1899-1903) calzó perfectamente con el


ideal de gobernante con el que el civilismo buscó emparentarse. El civilismo volvía a
ensayar el fracasado modelo de republicanismo conservador que Cáceres había impedido
consolidar. Era por la evidente resurrección del modelo político autoritario que no
sorprendió la aparición de Cáceres en el escenario político nacional. Fue una pieza
fundamental en el desplazamiento de los demócratas del poder y en el rediseño de la
política nacional.

El arma de combate político de los demócratas fue el ataque sistemático contra el


gabinete ministerial de López de Romaña. Este fue una pieza de ajedrez político
continuista ideado por Piérola, que evidenció una autonomía que los demócratas no
previeron. Se desató una caída, entre 1900 y 1901, por las participaciones de los
demócratas en del ejecutivo: los demócratas comenzaron a ser desplazados de las
diferentes esferas de poder de las que se habían posesionado.

La humillante derrota de los demócratas en las elecciones municipales de 1900,


donde el civilismo se hizo de la alcaldía de Lima; la perdida de la hegemonía demócrata
en el Senado y la ratificación, en setiembre de ese mismo año, de la influencia civilista en
el gabinete de Cesáreo Chacaltana constituyeron, junto con el fracaso en las gestiones por
articular un nuevo gabinete de Coalición, el primer acto del ocaso demócrata. Así, en
vísperas de las elecciones presidenciales de 1903, el civilismo no solo gozó de los favores
del gobierno de López de Romaña, del control sobre el gabinete Larrabure Unanue y de la
hegemonía en la todopoderosa Junta Electoral Nacional, sino que había logrado minar la
cohesion interna de sus aliados. A pesar de la vigorosa oposición de ciertos núcleos
parlamentarios demócratas, en la cual pedían a los contribuyentes que no pagaran los

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impuestos al gobierno de López de Romaña, la consolidación del civilismo en las
diferentes esferas de poder fue irreversible.

Para el otoño del decisivo 1903, después de ser irreversiblemente neutralizado el


congreso de diputados demócratas, era un secreto a voces que el candidato civilista,
Manuel Candamo, sería el próximo presidente de la república.

El 10 de julio de 1902, después de siete años de ausencia, el general Cáceres


regreso al Perú con la finalidad de incorporarse a sus tareas políticas. Básicamente, para
colaborar en el funcionamiento de los gobiernos civiles, pretendía convertir a su partido en
un elemento político importante dentro de las coaliciones electorales que marcarían el
temprano s. XX. Señaló cómo la "virtud ciudadana" consistía en rodear a los gobiernos que
tenían la intención de cumplir con su deber.

La llegada de Cáceres al Perú colaboró en el proceso de reorganización del Partido


Constitucional, y en la forja de un nuevo bloque de poder. Así, desde la ciudad costeña de
chincha hasta el pueblo serrano de Cangallo, se pusieron de pie con la finalidad de
defender los fines patrióticos de antes.

Antes de la que Cáceres lograra un control absoluto sobre su dividida asociación, y


un pacto político con el civilismo pudiera consumarse, las tendencias federalistas y
anticivilistas debieron de ser neutralizadas. En efecto, para el mismo la alianza con los
civiles traería solo la “humillación” a un partido que había sabido exhibir su fuerza, poder
y prestigio a lo largo de toda la República.

El pacto político entre el Partido Constitucional y el Partido Civil posibilitó el


encubrimiento en la Presidencia de la Republica de Manuel Candamo .En efecto, la
flamante administración cívico-constitucional, que exhibió las características políticas y el
discurso republicano-conservador del periodo de la Reconstrucción, significo el
fortalecimiento de los grupos sociales que buscaban imponer la estabilidad y el orden a lo
largo del país. Así, debajo de la incruenta revolución política, que determinó la
hegemonización civilista, una profunda y subterránea revolución socioeconómica fue
gestándose y tomando cuerpo en el país.

Desde 1900, Lima había comenzado su transformación casi revolucionaria en una


metrópoli moderna. A partir de 1895, la economía peruana dio inicio a un acelerado
proceso de reactivación. En 1895, año de instauración del gobierno coalicionista, los

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limeños fueron testigos de la inauguración de la primera planta generadora de energía
eléctrica para abastecer a la industria. Así, Lima, durante la primera década del siglo XX,
fue la única capital latinoamericana que conto con empresas y servicios públicos de
propiedad nacional. El equipo económico que rodeó al gobierno de Piérola colaboró en la
puesta en marcha de importantes reformas que constituyeron la subestructura del futuro
crecimiento económico peruano. Dentro del clima renovador anteriormente evidenciado, se
multiplicaron los bancos, las compañías de seguro, las casas de importación-exportación, y
se consolidó el modelo económico exportador que ya había sido reactivado durante la
administración de Cáceres.

Cabe anotar, asimismo, que a partir de fines de siglo un nuevo cultivo, el algodón,
empezó a tener un lugar importante entren los productos de exportación peruana. Para
1900, 7.000 toneladas de la producción algodonera costeña había sido colocada en los
mercados internacionales.

La expansión económica experimentada en el tardío s. XIX y temprano s. XX


estuvo íntimamente relacionada con la entrada de capital extranjero, fundamentalmente
norteamericano. A partir de 1901, las inversiones norteamericanas en actividades
productivas, minería, agricultura e industrial textil no solo lograron desplazar al capital
inglés del escenario económico local, sino que estuvieron en posición de capturar y
monopolizar las áreas económicas vinculadas a las principales exportaciones nacionales.
En 1901, mediante la formación de la Cerro de Pasco Corporation, capitales
norteamericanos obtuvieron el control del cobre. En 1903, la compañía Grace irrumpió en
la fabricación de textiles, y en 1907 se constituyó, con el objeto de explotar vanadio, la
American Vanadium Company. Dentro del contexto anterior, Estados Unidos se constituyó
en el principal mercado para las exportaciones e importaciones peruanas. En general, y
como consecuencia de la expansión del capitalismo internacional, las diferentes empresas
que operaban en el país transformaron sus estrategias económicas. Así, las actividades
mercantiles pasaron a actividades directamente productivas. El proceso de expansión
económica que marcó el temprano s. XX estuvo rodeado por altas dosis de optimismo.
Ciertos sectores académicos peruanos no dudaron en señalar los efectos beneficiosos que
las ingentes entradas de capital extranjero traerían al país. Un catedrático. Alberto
Salomón, buscó convencer a sus oyentes de las bondades de la inversión extranjera y
concluía que el aumento de las capacidades económicas del país guardaba estrecha relación
con la llegada al país de capitales de afuera. Por eso debían de centrarse en ofrecer "las

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mayores facilidades posibles" para que los inversionistas extranjeros colaboraran con un
esfuerzo económico que aún no era posible de manera autónoma

6.2. La privatización de la vida política

El 6 de setiembre de 1903 asumió la presidencia de la república Manuel Candamo.


El flamante presidente, quien logró obtener para el civilismo la primera magistratura de la
Republica, luego de veintisiete años de dificultosa espera, nació en Lima. Su padre, un
financista Internacional, ligado a los negocios del guano, Pedro Gonzales de Candamo, fue
considerado en su época como uno de los hombres más ricos del Perú. Manuel Candamo,
en el año de 1865, formó parte de la juventud universitaria que bajo el comando del líder
liberal, José Gálvez, participó en el derrocamiento del gobierno militar de José Antonio de
Pezet.

En los primeros años de la década de los setenta el futuro gobernante civilista fue
presidente del "Banco del Perú". Durante los difíciles años de la guerra con Chile,
Candamo, junto con otros civilistas, apoyó al frágil gobierno de Francisco García Calderón
y fue elemento fundamental en la organización de la "Junta Patriótica" que conectó a los
civiles con la Residencia serrana de Cáceres.

Candamo fue el principal artífice del acercamiento del civilismo al Circulo


Parlamentario que desembocó en la Unión Cívica en 1893. En 1895, luego del triunfo de la
revolución coalicionista que derrocó a Cáceres, Candamo fue nombrado Presidente de la
Junta de Gobierno Provisoria. Entregó en setiembre de ese mismo año el mando de la
República a Nicolás de Piérola.

Entre 1901 y 1903, Candamo jefaturó al grupo congresal que se enfrentó en


tumultuosas jornadas parlamentarias a los aliados demócratas de antaño. Candamo
sintetizó la esencia del modelo humano y político que el republicanismo conservador del
temprano s. XX intentó construir para el país.

Si bien es cierto que el segundo presidente civil de la "Republica Aristocracia", el


arequipeño Eduardo López de Romaña, inauguró la tendencia anticaudillista, moderada,
austera en el gasto fiscal y antidemagógica que se buscó institucionalizar, fue con
Candamo que la misma llegó a su esplendor y ocaso. Candamo y el grupo que representó,
además de experimentar la humillante derrota peruana frente a Chile, fueron testigos

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impotentes de la desmembración del territorio nacional y del saqueo de la capital de la
Republica.

Mantener los asuntos políticos dentro de la esfera privada no fue del todo aceptado
por sectores sociales que sentían cada vez con mayor intensidad la marginación política de
la que eran objeto. En 1900, durante el gobierno de López Romaña, el caso de Belaunde,
en el cual los negocios públicos y privados se entremezclaron de manera inadecuada, fue
confrontado violentamente por movilizaciones populares en Lima. Dentro del contexto
anterior, se fundó el diario "La Prensa". Este diario fue en contra de la campaña del
candidato presidencial José Pardo. Su menta fundamental no solo fue proveer de una voz y
de una tribuna política a los sectores sociales desplazados de las esferas de poder, sino
despertar al adormecido espíritu cívico nacional.

6.3. Recreando la esfera pública

Los demócratas, junto con otros grupos sociales descontentos, decidieron erigir una
esfera política alternativa desde donde desafiar al poder oficial. Los diarios "La Prensa" y
"El Tiempo" se fusionaron en 1905. Esto constituyó uno de los pasos iniciales en la forja
de un espacio capaz de confrontación mediante la discusión pública, el comportamiento y
la legitimidad del gobierno civilista. Así, un grupo de periodistas limeños y provincianos,
jefaturados por el combativo Alberto Ulloa, fueron los responsables no solo de promover
dos revoluciones, sino de renacer el discurso cívico-republicano del pasado.

La existencia de un público lector significativo colaboró en el florecimiento de una


cultura escrita. El aumento de la escolaridad y, por ende, del alfabetismo fue fundamental
para el fortalecimiento de la prensa limeña.

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos resultó siendo, en consecuencia,


una suerte de "Santo Grial" para muchos estudiantes limeños y provincianos. Los
trujillanos César Vallejo y Víctor Raúl Haya de la Torre, por ejemplo, fueron atraídos a la
capital de la Republica por el brillo intelectual que la vieja universidad fue capaz de
irradiar al interior del país.

La centralización y burocratización del aparato estatal llevada a cabo por Leguía


recibió la respuesta disidente de la rama más liberal del civilismo. El civilismo incorporó a
importantes profesionales que habían asumido una defensa activa de los aspectos
democráticos y sociales de la política nacional. José Matías Manzanilla, uno de los líderes
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del "bloque" anti-Leguía, grupo congresal que aglutinó a los sectores más liberales de los
partidos históricos, fue un importante teórico de las reformas sociales, principalmente de la
jornada de 8 horas.

6.4. Los mil rostros de la plebe

En las elecciones presidenciales de 1912, una situación sin precedentes aconteció


en el Perú. En efecto, en un movimiento popular espontáneo que adquirió dimensiones
nacionales, un sector importante de artesanos y trabajadores, limeño y provincianos,
ejercieron una intensa presión sobre el Congreso para que el candidato de sus preferencias,
el ex-alcalde limeño Guillermo Billinghurst, fuera elegido Presidente de la República. El
movimiento "aluvial ", que llevo a Billinghurst al poder y que tuvo como características
fundamentales la "toma de las calles" y la reactivación de una política popular de corte
radical, estuvo conectado a la aguda crisis del sistema político hegemónico.

Guillermo Billinghurst, encabezó la reacción nacional contra el modelo político,


elitista y cerrado, que se había venido reproduciendo en el país a lo largo de dos décadas.
El provinciano Billinghurst, reactivador de los traicionados ideales republicanos, quien
tenía un negocio de salitreros en el sur y su actuación en la alcaldía de Lima vivencio los
agudos problemas de la clase trabajadora peruana, sintió también en carne propia los
efectos del sistema político restrictivo que intento transformar.

El campo donde las clases trabajadoras limeñas desarrollaron una mayor conciencia
grupal fue en sus propias luchas reivindicatorias. En la primera década del siglo veinte,
unas asociaciones de trabajadores como la "Confederación de Artesanos Unión Universal",
entre otras, pretendieron organizar a los trabajadores, representar sus intereses y negociar
con el gobierno la expedición de leyes que reglamentaran las desiguales relaciones
laborales existentes. En el congreso obrero de 1901 exigieron lo siguiente: disminución de
la jornada de trabajo, un salario justo, protección al artesanado, fundación de hospicios,
abaratamiento de las subsistencias, etc.

Los mismos actuaron como potentes catalizadores en el reforzamiento de la


identidad y del poder de acción de las clases trabajadoras limeñas. El pase en 1911 de la
legislación relacionada con el riesgo profesional, que proveía de indemnizaciones a los
trabajadores que se accidentaban mientras trabajaban, y la primera huelga general en la
historia de Lima, propiciada por los obreros textiles de Vitarte, probaron no solo que la voz

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del pueblo era escuchada por "los de arriba", sino que la ciudad entera podía ser
movilizada exitosamente en defensa de los interés populares.

Fue necesario, como ocurrió finalmente en 1919, que una nueva construcción
ideológica sustituyera al viejo y devaluado republicanismo del pasado. Así, "La Patria
Nueva", creación político-ideológica que permitió paradójicamente la sobrevivencia del
sistema que en apariencia confronto, fue la solución que finalmente prevaleció.

Para 1919, era cada vez más evidente que ante el agotamiento del discurso
republicano, el cual ya no convencía ni a propios ni a extraños, resultaba imprescindible
crear un nuevo proyecto político-ideológico. Así, un civilista renegado, Augusto B. Leguía,
del brazo de la figura tutelar de un viejo compañero de ruta, el General Andrés A. Cáceres,
recreo la alianza cívico-militar del pasado y, con el apoyo de las clases medias y de los
capitales extranjeros, llevó al país por los abruptos senderos de una nueva utopía: la “Patria
Nueva”.

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Conclusiones

1. El Perú es un país con mucho potencial económico, pero en lo que respecta a la


formación de ciudadanos aún no ha madurado. Fruto de esto es que siempre gobiernen
los mismos políticos con el mismo discurso. Es por ello que los out siders recurren a la
forma patrimonial de “República”. Como nos menciona Carmen Mc Evoy, siempre
retornan al discurso de renovación teórica, y no a una renovación práctica.

2. El Primer Civilismo fundamento su proyecto en el ideal de ciudadano. Pardo y sus


partidarios entendieron como miembro de la patria todo hombre, comerciante,
intelectual o artesano, a favor de sus intereses. La crisis multilateral en que se
desarrolló su gobierno, no obstante, patentó la imposibilidad de reconstruir una nación
mediante la renovación ideológica. Por el contrario, demostró que hegemonizar a un
país socialmente diferenciado solo aumenta las diferencias y los conflictos internos.

3. La “pax” cacerista tuvo como meta fundamental reconstruir el aparato estatal y las
élites económicas. La firma de Contrato Grace ayudó a fortaleces las inversiones y la
industria nacional. Esto fue reforzado ideológicamente con la aparición del
positivismo. Si bien es cierto que el modelo cívico-militar cacerista hizo evidentes sus
contradicciones, no fue hasta las elecciones cuando se mostró claramente la rivalidad.
De esta manera, la maquinaria militar cacerista buscó perpetuarse en el poder y
militarizar al Perú.

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Bibliografía

Mc Evoy, C. (2017). La utopía republicana: ideales y realidades en la formación de la


cultura política peruana (1871-1919). Perú, Lima: Fondo Editorial PUCP.

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