Cy Deon Munonn
ml
—Nito, dale, vienen bajando grit Helena.
Su padre y los hermanos estaban a mis de doscientos me-
‘ros controlando las piletas de arvor,
—Las cafas ~grité més fuerte pero el ruido del motor le
tapaba la vor,
De lejos parecian manchas pero cuando los tuvo a pocos
‘metros Helena reconocié el primer cuerpo. Venfan flotando
en medio del ro, uno detris de otro formando una columna,
Helena se asustd y salid corriendo por el camino de las trin-
cheras hacia las piletas de arroz pero antes de darse cuenta ya
se habia frenado. Volvié a la orilla del rio. Eran ocho cucr-
pos. Los siete primeros estaban de espaldas y tenian las cabe
zas hundidas, El iltimo estaba acostado boca abajo sobre una
madera. A algunos les quedaba algo de ropa, un pantalon, un
vapato, restos de una camisa, Otros estaban desnudos. Fren-
tea la arrocerahabia un banco de arena. El agua arrastraba los
cuerpos a poca velocidad. Helena miré el banco y los cuerpos.
El primero, el que encabezaba la columna, llevaba solo una ca
‘isa celeste. El agua lo empujé un poco y subié al banco. Al
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rovar contra la arena quedé frenado. A Helena le parecié que
los pies hacfan fuerza para seguir. El pie desnudo de ese hom-
bre le impresiond, lo miré fijo unos segundos. Fuerza ~dijo en
vozalta y se sobresalté al ofr su propia vo2. Se acercé aun sau-
ce y corté una rama, Después se metié en el rio y con la caiia
improvisada enganché la camisa. Mientras forcejeaba, la rama
se le cayé al agua. Se zambullé para agarrarla pero el rio ya la
habia arrastrado lejos. El segundo cuerpo estaba ahi només.
Helena nadé hasta la orilla, Cuando se dio vuelta, el segundo
cuerpo habia esquivado el banco de arena. El tercero y el cuar-
to también. El quinto estaba completamente desnudo, El ban-
co de arena lo frend. El primero y el quinto se amontonaron,
uno encima de las piernas del otro. El sexto y el séptimo si-
guieron de largo, mis répido que los otros. Quedaba solo uno,
el que estaba encima de la madera. Lo tinico que tenia puesto
era un pantalén oscuro, El cuerpo ocupaba toda la madera, la
cabeza estaba de costado y los brazos le colgaban de cada lado.
Una ola chica lo acercé hacia la orilla. Helena pegé un salto
hacia atrés cuando la punta de la madera le ro74 el pie y se cla-
v6 en la arena. Todo fue muy répido pero le parecié que los
brazos del hombre sc habjan movido. Se qued6 parada al lado
suyo, al rato le corrié algunas algas que se le habian engancha-
do en el pantalén. Tenia la espalda lastimada. Helena apoyé la
mano. El hombre respiraba. Helena se asustd. Se dio vuelta y
buscé en la distancia a su padre y sus hermanos.
—Por favor, que no vengan ~suplicd en vor baja
Tenia nueve afios cuando escuché hablar por primera vez
de esos hombres, Faltaba poco para el mediodia, Estaba en la70 Deora Movant
galeria jugando con sus mufiecas cuando vio pasar al padre di-
recto para la cocina sin siquicra advertir que ella estaba ahi. Ni
hola llegé a decirle a su mujer, solo:
—Tienen prohibido andar por el camino de las trincheras,
‘Todos -aclaré.
Yella, que parecfa saber de que le hablaba, nada mis le pre-
‘guntd cudntos eran,
—Por ahora uno pero pueden ser més.
Frente al hombre, Helena recordaba aquel dia. Pocas ve-
ces habia visto asi a sus padres, Nerviosos. Enojados, Durante
aiios creyo que era una penitencia. Se habian quedado sin el
rio. Qué habjan hecho, pensaba y no podia sacarse esa imagen
del padre, Nunca lo habia visto fumar. Primero sacé un ciga-
rrillo del bolsillo de la camisa. Lo aceroé a la hornalla y encen-
did la punta. El fuego quemaba el papel y el tabaco mientras
su padre soplaba sobre la pequefia lama, Después le dio una
pitada profunda y el humo le quedé en la boca. Unos segun-
dos pero Helena sintié que era una eternidad. Después sond
su nombre.
—Cuidado con Helena.
Y el humo salié de la boca de su padre
—Los estan reventado, ..Y siguen subiendo al Alto Parané
le dijo antes de irse.
Eto a
Vv
Cuando el hombre se despert6, lo primero que vio fue la
cara de Helena, El pelo le caia sobre los hombros y Ie tapaba
un poco los ojos. Estaba arrodillada frente a la madera. El te-
nia un brazo de cada lado y miraba de costado hacia el camino
de las trincheras. Helena, de cara hacia el rio, no podia dejar
de observarlo. El hombre pas6 un brazo para el otro lado. Se
estiré un poco mas allé de la madera hasta acercar su mano a
los pies de ella, No Hlegé a tocarla, La mird, Helena ensegui-
da bajé la cabeza, después volvié a mirarlo a los ojos y le pare-
ci6 que no era mucho mas grande que su hermano Nito. Eso
le dio confianza. Le sonrié, El la miré sin hacer ningiin ges-
to, Helena bajé la vista otra ver y se detuva on Ia espalda, Fra
‘mis ancha a la altura de los hombros y se angostaba a medida
que se acercaba a la cintura. Tenia los misculos marcados y
los huesos casi ni se le notaban. Estaba quemado por el sol y
tenia varias heridas rojas que le cruzaban la espalda, Algunas
eran profuundas y estaban infectadas, tenfan alrededor una It
nea blanca. Una de las heridas supuraba. El sol estaba fuerte y
hacia mucho calor. Traté de incorporarse, levanté el pecho €m2 Denon Munoans
hizo fuerza con los brazos pero apenas apoyé las rodillas sobre
la madera grito de dolor y se tiré de nuevo. Helena se endere-
26 y lo miré desde arriba. El seguia mirando de costado hacia
el camino de las trincheras. Se arrodillé otra vez y le acaricié
la espalda, La piel ardia. Apoyé el dedo en la herida infectada
yelhombre se quejé. Después se levantd y él la perdio de vis-
ta, Estaba a pocos metros, junto a un érbol, un poco inclinada
sobre unas plantas que crecian a la orilla del rio, Llevaba una
pollera que le dejaban ver las rodillas y una camisa suelta sin
mangas. En puntas de pie estiré el brazo hasta alcanzar unas
hojas y las arrancd de un tirén. Deseché algunas y volvié a
arrodillarse junto al hombre, después apoy6 una hoja sobre la
herida mas profunda. El volvié a quejarse. Helena no le presto
atencién, fue cubriendo una a una las heridas. Cuando termi-
16, le tocb la cabeza. Ardia. Se acercé a la orillay sin que él la
viera se sacé la camisa y la metid en el agua, Volvié con la ca-
‘isa empapada y la escurrié encima suyo. Cuando se la puso,
se le pegé al cuerpo.
Los dos estaban en silencio. Solo se ofa el murmullo del
rio y alo lejos el motor de una chata, Helena se sento sobre la
arena mojada detrés suyo. El abria y cerraba los ojos cada tan-
to, Estaba cansado pero hacia un esfuerzo por no dormirse.
Habia pasado mis de una hora cuando intent6 levantarse otra
vez. Repitié los mismos movimientos, apoyé las manos sobre
la madera, hizo fuerza con los brazos y se arrodill}, Aunque le
dolia todo el cuerpo, pudo mantenerse en esa posicién, Miré
a Helena.
— Gracias ~