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Marcos Daniel Sánchez Martínez HSI02

Ecología humana de Robert Park


Los naturalistas del siglo pasado estaban intrigados por la observación de las
interrelaciones y coordinaciones entre las numerosas, especies en el reino de la
naturaleza animada. Sus sucesores, los actuales botánicos y zoólogos, han
orientado su atención hacia investigaciones más específicas y el “reino de la
naturaleza”, como concepto de evolución, ha venido a ser para ellos una noción tan
remota como especulativa. La “trama de la vida” en la que todos los organismos
vivos, plantas y animales, se encuentran ligados en un vasto sistema de vidas
intervinculadas e interdependendientes.
Ejemplo de Darwin sobre los gatos y el trébol es una ilustración clásica de esta
interdependencia. Según lo explica, Darwin encontró que los abejorros eran casi
indispensables para la fertilización de las trinitarias, pues otros tipos de abeja no
visitan esta flor. Lo mismo sucede con algunos otros tipos de trébol. Sólo los
abejorros acuden al trébol rojo ya que otras abejas no pueden extraer su néctar. La
conclusión es que si el abejorro empezara a extinguirse o a escasear en Inglaterra,
el pensamiento y el trébol rojo empezarían a ser muy raros o incluso llegarían a
desaparecer por completo.
Darwin y los naturalistas de su tiempo estaban particularmente interesados en la
observación y en la recopilación de estos curiosos ejemplos de adaptación mutua y
de correlación entre plantas y animales, pues parecían esclarecer el origen de las
especies. Dentro de un hábitat común, tanto estas especies como su
interdependencia mutua parecían ser el producto de la misma lucha por la existencia
darwiniana.
El principio activo en la ordenación y regulación de la vida dentro del reino de la
naturaleza animada es, tal como Darwin lo describió, «la lucha por la existencia).
El número de organismos vivos está regulado por esta lucha, su distribución es
controlada y se mantiene el equilibrio de la naturaleza. Por último, esa forma
elemental de competencia explica que las especies existentes, los supervivientes
de, esta lucha, encuentren su nicho en el medio físico y en la correlación o división
del trabajo existente entre las diferentes especies. Estas manifestaciones de un
orden viviente, mutable pero persistente entre organismos competidores
organismos que presentan intereses conflictivos pero relacionados que
proporcionan al parecer la base para una concepción del orden social que
transciende la especie particular, y de una sociedad fundada sobre una base biótica
más que sobre una base cultural, una concepción desarrollada más tarde por la
ecología vegetal y animal.
Marcos Daniel Sánchez Martínez HSI02

Naturalmente la interrelación y la interdependencia entre las especies resultan más


obvias y estrechas dentro de un hábitat común que fuera de él. Además, a medida
que la correlación se multiplica y la competencia decrece, como resultado de las
adaptaciones mutuas entre especies competidoras, el hábitat y los habitantes han
tendido a asumir el carácter de un sistema más o menos completamente cerrado.
Dentro de los límites de este sistema las unidades individuales de población están
implicadas en un proceso de cooperación competitiva que ha proporcionado a sus
interrelaciones el carácter de una economía natural. A este tipo de hábitat y a sus
habitantes -sean plantas, animales u hombres- los ecólogos han aplicado el término
“comunidad”.
Las características esenciales de una comunidad así definida son las siguientes:
1) una población territorialmente organizada,
2) más o menos arraigada completamente al suelo que ocupa,
3) cuyas unidades individuales mantienen relaciones de interdependencia
mutua cuya naturaleza es simbiótica antes que social, en el sentido en que
ese término se aplica a los seres humanos.

Estas sociedades simbióticas no constituyen sólo un agregado desorganizado de


plantas y animales que viven juntas en el mismo hábitat. Por el contrario, están
interrelacionados del modo más complejo. Toda comunidad posee ciertos rasgos
de unidad orgánica: tiene una estructura más o menos definida así como “una
historia vital en la que puede observarse las fases de juventud, de madurez y de
senectud”? Si se trata de un organismo, se integra como órgano de otro organismo.
Por usar un término de Spencer, se trata de un “superorganismo”.
Lo que proporciona a la comunidad simbiótica, más que cualquier otra cosa,
características de organismo es el hecho de que posee un mecanismo (la
competición) para (1) regular el número de sus miembros, y (2) preservar el
equilibrio entre las especies competidoras que la integran. Mediante el
mantenimiento de ese equilibrio biótico la comunidad preserva su identidad y su
integridad como unidad individual a través de los cambios y vicisitudes a los que se
ve sometida en el curso de su evolución, desde la primera hasta la última fase de
su existencia.
El equilibrio de la naturaleza, tal como los ecólogos vegetales y animales lo han
concebido, parece ser sobre todo una cuestión de números. Cuando la presión de
la población sobre los recursos naturales del hábitat alcanza un cierto grado de
intensidad, invariablemente algo sucede. En ciertos casos la población puede
dispersarse, emigrar y aliviar así la presión demográfica. En otros casos, cuando el
desequilibrio entre población y recursos naturales deriva de algún cambio, súbito o
gradual, de las condiciones de vida, la correlación preexistente entre las especies
puede quedar totalmente destruida.
Marcos Daniel Sánchez Martínez HSI02

En circunstancias normales, esas fluctuaciones menores en d equilibrio biótico, a


medida que ocurren, están mediatizadas y son absorbidas sin alteraciones
profundas en el equilibrio existente y en el curso normal de la vida. Cuando, por otro
lado, algún cambio repentino y catastrófico tiene lugar puede ser una guerra, una
hambruna, una epidemia de peste el equilibrio biótico se altera, se rompe “la costra
de costumbre” y se liberan las energías que estaban hasta entonces contenidas.
Una serie de cambios rápidos e incluso violentos puede sobrevenir alterando
profundamente la organización existente de la vida comunitaria, reorientando el
curso futuro de los acontecimientos.
Existen otras formas menos obvias mediante las cuales la competencia ejerce un
control sobre las relaciones de individuos y especies dentro de un hábitat
comunitario. Los dos principios ecológicos, dominio y sucesión, que operan para
establecer y mantener el orden de la comunidad tal como aquí se ha descrito son
funciones de la competencia, de la que dependen. En cada comunidad hay siempre
una o más especies dominantes. Entre la comunidad vegetal esta dominación, por
lo común, es el resultado de una lucha por la luz entre especies diferentes. En un
clima que permite bosques, las especies dominantes serán invariablemente los
árboles; en cambio, en las praderas y en las estepas dominarán las hierbas.
Pero el principio de dominación opera en la comunidad humana del mismo modo
que en las comunidades vegetales y animales. Las denominadas áreas naturales o
funcionales de la comunidad metropolitana por ejemplo el barrio bajo, el área
residencial, el sector comercial y el centro financiero deben su existencia
directamente al factor de la dominación, e indirectamente a la competencia. La lucha
de las industrias y de los establecimientos comerciales para obtener una
localización estratégica determina a la larga los rasgos principales de la comunidad
urbana. La distribución de población así como la localización y los límites de las
áreas residenciales que ocupan están determinados por un sistema de fuerzas
similar aunque subordinado.
El área de dominación en cualquier comunidad es por lo general el sector donde los
valores del suelo son más altos. Normalmente, en cada gran ciudad hay dos
posiciones donde el valor del suelo es más elevado una en el distrito comercial
central, la otra en el área central financiera. Desde estos puntos los valores del suelo
declinan, al principio rápidamente y después de forma gradual, a medida que se
sale hacia la periferia de la comunidad urbana. Los valores del suelo determinan la
localización de las instituciones sociales y de las empresas comerciales. Sin
embargo, tanto unas como otras están atrapadas en una especie de complejo
territorial donde son a un mismo tiempo unidades competidoras e
interdependientes.
Marcos Daniel Sánchez Martínez HSI02

A medida que la comunidad metropolitana expande a los suburbios la presión de


los profesionales, de las empresas comerciales y de instituciones sociales de
distintas clases destinadas a servir al conjunto de la región metropolitana, se
incrementa la demanda de espacio en el centro urbano. De ahí, pues, no sólo el
crecimiento del área suburbana sino también el cambio en el modo de transporte,
que hace más accesible el centro comercial de la ciudad, tiende a incrementar la
presión sobre el centro. Esta presión se transmite y se difunde desde ahí al resto de
la ciudad, como evidencia el perfil de los valores del suelo.
Si la presión demográfica, de un lado, coopera con los cambios de las condiciones
locales y ambientales para alterar al mismo tiempo el equilibrio biótico y el equilibrio
social, tiende a la vez a intensificar la competencia. Actuando así, indirectamente
ocasiona una nueva división del trabajo, más minuciosa y, al mismo tiempo,
territorialmente más extensa. Bajo la influencia de una acrecentada competencia, y
del aumento de la actividad que implica ésta, toda especie y todo individuo tienden
a descubrir en el medio físico vivo el nicho particular en el que pueden sobrevivir y
prosperar con la mayor expansibilidad y consistencia posibles, en dependencia
necesaria de sus vecinos.
El hombre no es tan inmediatamente dependiente de su ambiente físico como otros
animales. Como resultado de la existencia de una división mundial del trabajo, la
relación del hombre con su entorno físico ha sido mediatizada por la intervención de
otros hombres. El intercambio de bienes y servicios ha contribuido a emanciparle
de la dependencia con respecto a su hábitat local.

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