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P A U L A L A R G H E R O [ V I R G I N I A D ’ A LTO [ H E R S I L I A F O N S E C A [ C E C I L I A J O N E S

Mantas
traperas
tradición textil en manos de mujeres
Foto: Silvia Andrada

Hersilia Fonseca Muñoz


Profesora de Historia. No he ejercido la
docencia, pero sí he investigado. Uno de los
frutos es el libro Montepintado sobre graffi-
tis en Montevideo (2008), que hice con mi
hijo Martín. En esta investigación colectiva
sobre las mantas traperas, despunto el in-
terés por la investigación, unido al gusto
por lo manual, que heredé de mi madre.

Cecilia Jones Somogyi


Aprendí a ser ingeniera agrónoma en la
universidad. Casi todo lo demás lo aprendí
en casa con mi madre, “labuela” y mi com-
pañero. Otro poco lo recogí en mis andan-
zas por ahí, como durante este viaje trape-
ro. Me apasiona hacer “cosas con las ma-
nos”. Cuando corto y recorto telas para co-
ser mis mantas no miro el reloj y eso es lo
bueno de la vida.
Mantas traperas
P A U L A L A R G H E R O [ V I R G I N I A D ’ A LTO [ H E R S I L I A F O N S E C A [ C E C I L I A J O N E S

Mantas traperas tradición textil en manos de mujeres

PROYECTO PREMIADO POR EL FONDO


CONCURSABLE PARA LA CULTURA – MEC
PROYECTO PREMIADO POR EL FONDO CONCURSABLE PARA LA CULTURA – MEC

© 2011, Paula Larghero, Virginia D'Alto,


Hersilia Fonseca, Cecilia Jones
E-mail: mantatrapera@gmail.com
Web: mantastraperas.blogspot.com

Doble clic • Editoras


Tel.: (598) 2480 8660
E-mail: doblecli@internet.com.uy
Web: doblecliceditoras.blogspot.com

Fotos: Silvia Andrada, Matías Bervejillo Jones,


Bruno Larghero, Paula Larghero, Cecilia Jones,
Virginia D'Alto, Hersilia Fonseca, Centro
Municipal de Fotografía (CMDF).

Foto de portada:
Matías Bervejillo Jones

ISBN 978-9974-670-73-0
1ª Edición, julio 2011.
Impreso en Uruguay.

Los textos y las fotos de este libro pueden ser


reproducidos con previa autorización de las
autoras.
Contenido

Prólogos 7
Introducción 11
Localidades de procedencia de las mantas traperas 13

1 [ Donde se cuenta acerca de su origen y de cómo


los inmigrantes nos legaron su tradición 15

2 [ Mujeres entre hilos y agujas 27

3 [ Cosiendo roto con roto 33

4 [ La costura como actividad individual 41

5 [ Mantas sin historias, historias sin mantas 79

6 [ La costura como actividad comunitaria 87

Glosario 115
Bibliografía 118
Prólogos

Con manos de mujeres

Cuando yo era niña, la mayoría de las mujeres adultas eran amas de casa;
pocas accedían a las profesiones universitarias y a las obreras se las miraba
con recelo; hasta se les había endilgado el despectivo mote de “fabriqueras”.
Las amas de casa se hacían cargo de todas las tareas domésticas. Sólo
después del almuerzo, y algunas veces de una siesta, se instalaban junto a
la radio, sintonizada en alguna radionovela, fondo sonoro de la hora de “las
labores” de aguja: tejido, costura, zurcido de la ropa de toda la familia, el
bordado de ajuares de casamiento de las solteras de la familia o de un bebé
que se anunciaba… Era otra tarea femenina no remunerada. Su respuesta en
censos y trámites resultaba muy clara: ama de casa.
Transcurrieron apenas dos décadas para que este escenario doméstico
urbano —y también el rural— se transformara drásticamente. El ingreso masivo
de las mujeres al mercado laboral y la emigración familiar del campo a la
ciudad revolucionaron de golpe la dinámica hogareña. La hora de las labores
se desdibujó, porque sus protagonistas, salvo las más viejas, ya no estaban
en la casa.
Así, la costura, el bordado o el tejido dejaron de ser un rubro de la
economía doméstica para transformarse en un hobby o en un recurso per-
sonal contra el estrés que representan las largas jornadas laborales que hoy
enfrentamos las mujeres. La artesanía con sello propio quedó casi sepultada
bajo montañas de prendas chinas o indias.

7
Por eso, saludo con alegría la edición de este libro que revaloriza el
trabajo, ya casi olvidado y casi extinguido, de cientos de mujeres en todo el
país, que de manera rústica o refinada dieron cobijo a su familia y la arroparon
con mantas hechas con trapos viejos y usados. Será, seguramente, la mejor
manera de revertir el dicho de que “lo que no se recuerda, no existió”.

Cristina Canoura

Uruguayas y universales

Los uruguayos pueden sentirse muy orgullosos de estos objetos textiles tan
cuidadosamente relevados, documentados y presentados en este libro. Su
trabajo abarca desde lo rústico hasta lo muy elaborado; algunas telas son
cortadas y armadas en patrones geométricos mientras que otras son
emparchadas y remendadas usando formas abstractas. Algunas son más her-
mosas que otras. Pero cada una expresa una creatividad humana práctica,
que también exhiben algunos textiles caseros históricos que encontramos
en otros países. Lo que estas piezas tienen en común con el boro futon
japonés, las wagga australianas, los thrift quilt irlandeses, los britchy quilts
de Estados Unidos de Norteamérica, es que todas usan fragmentos de telas
recicladas como forma de sobrellevar períodos de pobreza y escasez.
Desde mediados del siglo XVIII en Europa y América del Norte la popula-
ridad del patchwork ha crecido sostenidamente y se combinó con el quilting,
agregando abrigo y durabilidad a las mantas en capas; por eso muchos de
estos objetos eran cobertores de cama. A medida que fue apareciendo la
producción en serie de telas estampadas, y más personas tuvieron tiempo
libre para realizar patrones más intrincados, las colchas de patchwork se
volvieron una labor doméstica extendida, estatus que conserva hasta hoy.
Los quilts actuales pueden parecer diferentes, y sin embargo contienen
en sí la esencia del arte popular, cuyas raíces profundas se encuentran en la
historia cultural europea y asiática.
Alison Schwabe
(traducido del inglés por las autoras)

8
Dedicamos este libro a nuestras familias y
amigos por el apoyo constante y entusiasta
durante este proyecto.
Agradecimientos

Queremos agradecer a todas las personas que entrevistamos, y a todas las


mujeres que realizan las mantas traperas en Uruguay. Tuvimos la suerte de
conocer a algunas de ellas y compartir su tiempo y su tarea, una parte de su
vida. Nos dejaron, como un tesoro, los mejores recuerdos:
Nelly Jourdan, Violeta Rostand, Myrtha Rosli, Eva Armand Ugón, Elsa Armand
Ugón, Myrtha Rosli, Selva Rodríguez, Dilma Gardiol, Graciela Martínez, Gladys
Courdin, Reina Felix, Violeta David, Isolina Ricca, Dielmira ‘Chicha’ Cham-
bón, Ernesta ‘Chona’ Chambón, Nybia Bonjour, Ofelia Bentancour, Ivelda
Montangie, Graciela Muniz, Violeta Franche, Ivonne Galliard, Nanci Ricca,
Blanca Inés Geymonat, Myriam Wibmer, María Bertalot, Graciela Celio, Lilia
Malan, Nelsy Bertinat, Gladys Zárate de Vique, Angélica Bernaschina, Cristi-
na Finozzi, Artemia Delgado, Marisa y Rosa, Juliana Bonilla, Sabina Velázquez,
Estela Rubianes, Rufina Gómez, Irma Rodríguez, Hortensia Nieto, Marta Gon-
zález Veiga, Beatriz Massiotti, María Emiliana Sena, Estela Acosta y Dayana,
Rocío Delia, Blanca Larrosa, Alba Aviaga César, María Concepción de los San-
tos, Graciela Oberti de Brasesco, Auristela Lima, Eliana, Silvia Pose, Nilda
Bella Díaz, Alda Inés Mernies Savio, Silvio Marzaroli, Teresa Almirón, María
del Carmen Fuse Veiga, Brenda y Yolanda Rivas Duarte.

También queremos agradecer a otras personas e instituciones que de una


forma u otra colaboraron para que pudiéramos llevar a cabo este proyecto:
Cristina Canoura, Lacy Duarte, Margaret Whyte, Alison Schwabe, Soledad
Bervejillo (por su corrección del primer borrador), Elba Sarazola, Graciela
Broggi, Silvia Latapie, Rodrigo de León, Cecilia Marzaroli, Gianni Pece y Da-
niel Sosa (CMDF), Sandra Chelentano (UTU) y Rossana Scaglia (UTU), Carol
Guilleminot (El Telégrafo), Marcelo Rodríguez (Centros MEC), Sabat Bravo,
Fernando Alonso, Marcela Azambuja, Alicia Deanessi, Pablo Zouain, Silvia
Andrada, Jorgelina Oroquieta, Verónica Lema, Ana María Bello, Carmen
Anderson, Virginia Brown, Ana María Brum, Yolanda Troche, Annabela Amari-
llo, Graciela Aznárez, Alianza Francesa de San José, Alianza Francesa de Mer-
cedes, Alianza Francesa de Montevideo, Intendencia de Salto, Intendencia
de San José, Intendencia de Soriano, Intendencia de Colonia.

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Introducción

Este libro trata de mantas traperas y de las personas que las hacen.
A las cuatro mujeres que realizamos esta investigación nos une, junto a
un grupo más amplio de mujeres, el gusto por coser, por hacer cosas con las
manos. Si bien cada una tiene otra actividad, todas hacemos quilts.
Cuando descubrimos que no teníamos que mirar muy lejos para encon-
trar mantas similares a las que nosotras hacíamos, sino que cerca nuestro ya
existía una tradición, nos dominó una suerte de entusiasmo por empezar a
rastrearlas.
De ese primer descubrimiento, surgió una exhibición de mantas traperas
realizada en 2009 para el Día del Patrimonio, dedicado a tradiciones rurales.
Esta muestra se realizó en la Alianza Francesa de Montevideo y fue sólo el
inicio de varias más, que tuvieron lugar en Mercedes, en Salto, en San José…
A partir de ahí, el objetivo fue continuar con la investigación ya iniciada
y valorizar esta actividad. Fue así que armamos un proyecto y nos presenta-
mos a los Fondos Concursables, edición 2010, del Ministerio de Educación y
Cultura. El resultado es este libro, en el cual queda plasmado, en tinta
sobre papel y en imágenes, el fruto de este “viaje”.
Con esta publicación pretendemos dirigir un foco de luz sobre esta rica
expresión creativa, que lentamente va en proceso de desaparición. Sería gra-
tificante que nuestro aporte logre entusiasmar y motivar a otras mujeres en
su práctica.

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No podemos, sin traicionar el sentimiento que nos acompañó durante el
año que duró el proyecto, dejar de trasmitir algo de lo que fue el encuentro
con las mujeres que, solas o en grupo, se dedican a hacer traperas en todo
el país, en el campo, en pueblos o ciudades. Cada contacto, cada salida y
entrevista dieron lugar a experiencias nuevas, de sorpresa a veces, de agra-
decimiento mutuo siempre, al compartir los saberes de cada una. Así fuimos
armando este libro-manta, estas páginas-retazos, a partir del don de la
creatividad que estuvo presente en todos los encuentros.
Esta investigación ha sido presentada por Virginia D’Alto en el I Encuen-
tro Iberoamericano de la Red Textilia —Costa Rica, 2010— y en el Congreso
Internacional "Consideraciones entre el textil y la sociedad: una recapitula-
ción" —Universidad Veracruzana, Xalapa, México 2011—, en el marco de la VI
Bienal Internacional de Arte Textil.

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REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY

Localidades de procedencia
de las mantas traperas

Arapey

Salto

Paysandú

Paraje Las Cañas

Barriga Negra
Rincón de Aparicio
Colonia Miguelete San José Castillos
Aiguá
Barra de Valizas
Colonia La Paz
Colonia Valdense
Cabo Polonio
Pan de Azúcar

Montevideo

13
Donde se cuenta
acerca de su
origen y de cómo
los inmigrantes
nos legaron su
tradición
En el siglo XIX y hasta mediados del XX, Uruguay recibió a gran cantidad de
inmigrantes de muy diverso origen, pero principalmente españoles e italia-
nos, anglosajones y alemanes. Estas migraciones en aluvión formaron la
población del país, junto a un porcentaje importante de afrodescendientes
(9%), y a una proporción menor de mestizos e indígenas.
Los inmigrantes que llegaban a Montevideo por mar —en bergantines,
corbetas o vapores— o por tierra desde Brasil, para luego desparramarse por
todo el territorio, dejaban atrás su patria, su rincón en el mundo, su familia
y, unida al dolor de abandonar sus raíces, la esperanza los animaba hacia un
nuevo hogar. Junto a estos sentimientos, eran portadores de una cultura y
de sus costumbres. Y, no menos importante, traían consigo sus implementos
de trabajo, ya fueran agricultores, comerciantes o artesanos, conscientes
de que les esperaban tiempos difíciles: herramientas de labranza, semillas,
recetas culinarias y abrigos formaban parte de esas escasas y preciadas po-
sesiones. Entre ellas, no faltaban los enseres de costura: agujas, tijeras,
alfileres e hilos… indispensables para esas labores domésticas.
Estas costumbres, unidas a las necesidades que imponía la nueva reali-
dad, fueron la masa con la cual se formaron nuevos modos de vivir, de hablar,
de cocinar, de darse abrigo, de cobijarse… El aislamiento geográfico en que
muchos rehicieron sus vidas fue un factor que facilitó la continuidad cultural.

17
18
Se estima que la cantidad de españoles, por tomar un caso, que cruza-
ron el Atlántico hacia América entre fines del siglo XIX y principios del XX, es
de unos tres millones:
Su partida afectó de modo gradual, aunque persistente, a la sociedad

Origen y tradición
española y, del otro lado del mar, a la de las naciones receptoras… El
éxodo en masa de España hacia América constituye una de las facetas más
singulares de la historia social contemporánea del país. (Sánchez Albor-
noz, 1988)
Y los países que no perdieron una masa tan importante de gente, a veces sí
la perdieron en sitios y regiones concretos que quedaron completamente
despoblados.
De esa enorme cantidad de personas que tuvieron que emigrar de Espa-
ña, quizá un porcentaje muy bajo se estableció en Uruguay, pero para un
territorio relativamente pequeño se trató de un impacto significativo.
El Uruguay de 1830 apenas contaba con 70.000 habitantes. El de 1875 po-
seía ya 450.000 y el de 1900 un millón. El espectacular crecimiento —la
población se multiplicó por 14 en 70 años— no tenía parangón en ningún país
americano. La alta tasa de natalidad dominante hasta 1890 […] se había
unido a una relativamente baja tasa de mortalidad […] para ambientar este
hecho, pero el factor crucial de la revolución demográfica fue la inmigra-
ción europea. (Barrán, 1995)

Antecedentes históricos de las mantas traperas

Al investigar los orígenes de estas mantas, el camino nos fue guiando hacia
América del Norte. En Estados Unidos y Canadá el quilting fue introducido
por inmigrantes ingleses y holandeses llegados a esos territorios entre fines
del siglo XVIII y fines del XIX. Esta técnica ha tenido un desarrollo explosivo
desde 1970 en adelante, revalorizándose como expresión textil.
El derrotero nos lleva a desandar el camino de los inmigrantes y a cruzar
el Atlántico hacia Europa. Al rastrear en el pasado, se pueden encontrar las

19
huellas del uso de mantas hechas con retazos de tela en el Norte de África,
Turkestán, Persia, Siria, la India y China.
Fue en el siglo XI cuando los Cruzados introdujeron estas técnicas a Europa.
Dichas técnicas se utilizaron para confeccionar prendas de vestir y colchas.
Mantas traperas

[…] para el siglo XVII el quilting, tal como lo conocemos hoy día, […] se
encontraba en todo tipo de prendas, tanto para exteriores como ropa inte-
rior y de cama. (www.quiltingmania.com)
En cada región, la técnica se adaptó a los medios y necesidades de cada socie-
dad: en Italia se la llamó trapunto, que une dos capas de tela pero sin relleno.
En Francia, el piqué de Marseille y el boutis surgen en el siglo XV; en Marsella,
hacia 1680, unas 6.000 mujeres trabajaban en el ramo y producían unas 45.000
piezas por año, que luego exportaban a Holanda, Inglaterra, Portugal y Espa-
ña, llegando su influencia, a las colonias americanas.
En Japón, las mantas traperas se llaman boro, en Australia wagga y en
España almazuela. Es sorprendente la similitud de estas mantas en tan di-
versos lugares del mundo. En Uruguay también se da esta tradición. Quizá
sin demasiado afán estético pero con sentido utilitario. En todos estos luga-
res las mantas hechas con retazos de viejas prendas crean una estética
propia e inconfundible.

¿Almozala o almazuela?

En el diccionario de la Real Academia Española, la palabra almocela (deriva-


da de almozala o almozalla) significa ‘saco de lona o de arpillera que, relle-
no de paja u hojas de maíz, sirve de colchón a los jornaleros del campo’,
pero al buscar almozala, encontramos que este vocablo es de origen árabe
y designa tanto un tapiz de plegaria, como una alfombrilla de oración, co-
bertor de cama, o tapiz o paño ornamental:
Con la reconquista cristiana [en España], aquellos tapices abandonados se
utilizaron para coserlos en mantas y cobertores para las camas que en el
siglo X se denominaban almozalas en Castilla y finalmente aquellas labores
artesanas, que comenzaron por pobreza de medios reutilizando retazos de

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tela, derivaron hasta denominarse almazuelas. Existe constancia documen-
tal del uso del término en textos castellanos del siglo XVII. (www.laborbata.
blogspot.com)
Desde esos tiempos en que el Reino de Castilla expulsa a los moros de su

Origen y tradición
territorio, estas alfombras o tapices de oración fueron adaptando su uso por
pura necesidad, hasta convertirse en las almazuelas que tienen en la actua-
lidad su mayor expresión en la zona de La Rioja en España.

El Uruguay que los recibió

Si bien, desde los inicios de la


colonización, Uruguay fue un país
netamente receptor de inmigran-
tes, es entre 1860 y 1920 que se
produjo el mayor aluvión de per-
sonas, especialmente italianos y
españoles, aunque también vas-
cos franceses, ingleses, suizos,
alemanes, rusos y judíos de diver-
sas nacionalidades. Un nueva
oleada, ya no tan significativa, se produjo como consecuencia de la Segunda
Guerra Mundial, en especial procedente de Europa central y del este.
Llegaban a un país que ofrecía todavía tierra para trabajar, en un medio
rural que aún no había entrado en la modernización. La influencia de los
propios inmigrantes fue decisiva en el proceso de modernización que se
inició a partir de 1870, fecha en que comenzó una nueva etapa de la revolu-
ción industrial en Europa.
La vida en el campo era dura y era violenta, se vivía en aislamiento y las
guerras aún tardaron en cesar. Fue en este entorno que los inmigrantes debie-
ron insertarse y trabajar para vivir. Muy diversas razones los impulsaron a dejar
su tierra, pero la económica fue quizá la más generalizada. Muchos de estos
inmigrantes venían de una situación de pobreza e incluso miseria, y la cultura
de guardar, de no tirar nada, de aprovechar todo, fue natural e inevitable que

21
se desarrollara en las nuevas condiciones. Una cultura en la que a todo material
desechado se le daba un nuevo uso y adquiría nueva vida. Las telas también
eran parte de esos materiales que se conservaban y reutilizaban.
La tarea de reciclar, de reutilizar toda prenda en desuso era también
Mantas traperas

una manera de socializar y de entretenimiento.

Los cambios en el mundo llegan al Río de la Plata

La primera revolución industrial trajo cambios en la maquinaria utilizada en


la industria textil y se dio principalmente en Gran Bretaña. Es en la segunda
revolución industrial cuando los cambios llegaron al resto de Europa, y se
inició un proceso que determinará consecuencias importantes en la econo-
mía mundial. Se aceleraron los tiempos de producción en serie, lo que con-
dujo a una mayor cantidad de productos a precios más bajos, desencade-
nando un aumento del comercio a escala mundial. Lo manual y artesanal dio
paso a la máquina y la industria; el taller dio paso a la fábrica y el artesano,
al obrero.
En este marco, hacia 1860, apareció en el mercado la máquina de coser
a pedal producida en serie por Singer, que ya en 1863 estaba a la venta en
Montevideo.
… la revolución para la confección de la vestimenta fue la invención de la
máquina de coser, aparato de fácil manejo que permitió confeccionar ropa-
jes de varias telas y bajo costo para hombres y mujeres. La ventaja fue el
ahorro, con retazos diferentes se podían remozar los vestidos de anteriores
temporadas, aprovechar partes bien conservadas de otros. Así, la modista
casera ejerció el oficio de transformación y adaptación de prendas ajadas,
desgastadas, en trajes a la moda. (Mariani, 2007)
En Uruguay, la historia de la industria textil tuvo altibajos desde sus comien-
zos, a mediados del siglo XIX, dependiendo de los avatares mundiales, como
las dos grandes guerras y la crisis de 1929. Internamente, influyeron otras
variables como la producción lanera nacional, la importación de algodón y
las políticas proteccionistas del Estado.

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23
… las piezas de tela importadas al Río de la Plata no eran de buena calidad,
sino burdas, ordinarias, baratas. Se usaban para la confección de ponchos,
jergas de merino, cobertores de lana espesa fabricados en Yorkshire, zara-
zas, bayetas de dos frisas y listadas, lienzos de color, en especial azules,
Mantas traperas

cotines y brines blancos. Con la avidez del consumismo y el crecimiento


fabril en Europa comenzaron a llegar en mayor cantidad algunas telas de
mejor calidad, como satines, lustrinas, muselinas, pañuelos de seda y algo-
dón, puestos a disposición de modistas y sastres que día a día fueron insta-
lando sus negocios al público en el aletargado espacio urbano de Montevi-
deo y Buenos Aires. (Mariani, 2007)
En los primeros años del siglo XX, se fundaron las empresas textiles más
importantes de Uruguay, como Campomar y Soulas y La Aurora, que concen-
traron gran cantidad de mano de obra y valor agregado a la cadena. En el
modelo de sustitución de importaciones que se plasmó hacia 1935, el mer-
cado interno jugó un rol vital:
La crisis de los ‘30 obligó al país a replegarse hacia adentro y lo hizo ponien-
do el acento sobre nuevos puntos de apoyo: comenzó el proceso de sustitu-
ción de importaciones […] la política proteccionista del Estado […] la fuerte
demanda del gobierno y la distribución del ingreso… (CIDE, 1963)
Hacia mediados de la década de los cincuenta, aparecieron los primeros
signos de estancamiento del modelo. El debilitamiento de la protección
estatal al sector, unido a la recesión económica de 1980 a 1982, y a la rebaja
de los aranceles para el sector textil, lleva a que el sector entre en crisis.
Mientras tanto en la industria textil mundial surgieron nuevas fibras y
tejidos que provocaron cambios en la producción y una variedad de telas
antes inimaginable. La producción artesanal hecha por sastres y modistas
da paso a la producción industrial, a las grandes tiendas y a las ventas por
catálogo.
Estos cambios también tuvieron su impacto en la producción de prendas
de abrigo, para uso personal o para la casa. Hasta mediados del siglo XX, el
material más usado para confeccionar estas prendas provenía principalmen-
te de lana de oveja y algodón. Pero poco a poco, las fibras sintéticas impor-

24
25
tadas, más baratas, más livianas, de fácil lavado y de secado rápido, pasa-
ron a ser más populares que los abrigos de lana.
En los hogares, la accesibilidad y practicidad de los abrigos sintéticos de
cama hicieron que la confección casera de colchas de retazos pasara a ser
Mantas traperas

un resabio del pasado. A esto se sumó el hecho de que el tiempo disponible


de la mujer en el hogar disminuyó, ligado a su entrada en el mercado de
trabajo, cada vez más exigente y competitivo.
Estos cambios se reflejaron en las mantas traperas, y su confección
quedó relegada principalmente al ámbito rural, donde la mujer siguió ocu-
pándose de la economía doméstica.
Rescatando esta práctica, la manta trapera ha servido también de inspi-
ración a artistas plásticas como Lacy Duarte, nacida en 1937 en Mataojo
(Salto), quien representó a Uruguay en la 51ª Bienal de Venecia (2005) con
una instalación cuyo eje son las mantas traperas, temática en la que traba-
jaba desde 1990. En esta parte de su obra recoge lo femenino, lo rural, y la
tradición que recibió de su madre. Así como Margaret Whyte, quien con
prendas usadas muy valiosas para ella, creó un mundo textil propio, quizá
inspirada en su abuela, lejana y presente a un tiempo, al trasmitirle en su
infancia el gusto por estas tareas.
En la búsqueda actual de enfrentar el impacto que tiene sobre la natu-
raleza la cultura del consumo y la necesidad de ser responsables de los
residuos que esta genera, viejas soluciones toman nuevos contenidos. Cier-
ta cultura de la austeridad y de la reutilización que practicaban los inmi-
grantes en el uso de los bienes hechos por el ser humano o los creados por la
naturaleza, parece ser una respuesta adecuada en nuestros días. El funda-
mento mismo de las mantas traperas, la reutilización, es la característica
que reubica esta actividad en la cultura del reciclaje del siglo XXI. Por dife-
rentes razones —incluso la del respeto por la creación de generaciones an-
teriores— su elaboración nos indica un camino en ese sentido. Tenemos la
certeza de que, a pesar de todo, la confección de mantas traperas seguirá
cautivando con su magia.

26
Mujeres entre
hilos y agujas
Hasta no hace mucho tiempo, la costura era parte fundamental de la econo-
mía del hogar. Remendar, rehacer prendas, confeccionar sábanas, toallas,
manteles, cortinas y otros artículos de la casa eran tareas domésticas de
rutina que se combinaban con la crianza de los niños y la preparación del
alimento. La costura era un recurso, un motivo de orgullo, así como a veces,
también, una tarea pesada e incluso tediosa.
En la campaña como en la ciudad, con los escasos recursos que tenían
las familias, las mujeres, apelando a la creatividad y al trabajo manual,
creaban las mantas traperas: útiles, protectoras, abrigadas y con un toque
de diseño personal.
La ropa usada no se regalaba, se pasaba de un hermano a otro y se usaba
como vestimenta hasta que no se podía volver a remendar. Luego, se
reutilizaba con diferentes fines, entre otros, para confeccionar mantas. Tam-
bién se usaban las telas de los sacos de hilo y de arpillera en los que venían
envasados los alimentos (azúcar, harina, yerba) y la piola que cerraba las
bolsas. Nada se desaprovechaba, todo se reutilizaba, dándole un nuevo uso.
La confección de las mantas se volvió una tradición y, como tal, se fue
trasmitiendo de madres a hijas y nietas. Ayudando a cortar, a enhebrar la
aguja y otro poco mirando el proceso repetitivo del coser, las niñas y las

29
jovencitas fueron recibiendo los secretos de la confección de las mantas. En
esos momentos de reunión de mujeres, mientras cosían y conversaban, las
abuelas y las madres iban trasmitiendo un legado.
La escuela rural también hizo su aporte, en algunas épocas, enseñando
Mantas traperas

a las alumnas a tejer con dos agujas, a hacer crochet y en algunos casos
también a bordar.
La costura era vista como una actividad que ayudaba a moldear el ca-
rácter de los niños, y quien la enseñaba impartía habilidades útiles a la vez
que trasmitía valores (Beaudry, 2006).

Donde se crean las mantas traperas

Las mantas tienen algo de hogareño, de afectivo y de utilitario a la vez.


Pertenecen al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, es allí donde se
originan, se desarrollan y permanecen.
Para los seres humanos el hogar es el lugar seguro donde descansar y
soñar. Integra recuerdos e imágenes, deseos y temores, el pasado y el pre-
sente. Reúne un conjunto de rituales, cadencias personales y rutinas dia-
rias. La sustancia del hogar se construye, lentamente, en la vivencia diaria,
y prepara al individuo para su posterior adaptación al mundo exterior.
La transparencia o la opacidad —la mayor o menor permeabilidad del
hogar respecto a la sociedad— varían mucho según la cultura. En algunas, el
hogar es el dominio de las mujeres. Ese es el lugar donde ellas elaboran las
comidas, conciben, gestan y crían a sus hijos, realizan trabajos de manteni-
miento y construcción puertas adentro. Es, asimismo, donde se reúne la
familia al finalizar el día, donde el padre descansa luego de las labores del
campo, donde los hijos chicos realizan sus deberes escolares. Es el espacio
íntimo que cobija a la familia. Y es en ese ámbito donde las silenciosas
manos femeninas confeccionan las mantas traperas.
Así, las mantas se crean con la finalidad de arropar, proteger y abrigar a
la familia mientras duerme y es más vulnerable. La cama fue, y continúa
siendo, escenario de nacimientos, de reposo, de momentos de amor y pa-
sión, de enfermedades y convalecencias, y también lecho de muerte y de

30
31
velatorio. La “trapera” que abriga esa cama de alguna manera preserva la
intimidad de la vida familiar.
Nacidas de la utilización de recortes de ropa u otros materiales en des-
uso, las mantas son objetos que traen historia y que luego acompañan a la
Mantas traperas

familia en el tiempo, mientras continúan sumando historia a sus retazos


cosidos. Asociadas a la protección, la seguridad, a lo que sucede puertas
adentro y no se muestra, no se exhiben en el ámbito público. Sólo se dejan
contemplar por ojos ajenos cuando se lavan o airean al sol en una cuerda o
alambrado.

32
Cosiendo
roto con roto
Las mantas traperas se realizan reutilizando materiales en desuso, como
ropa vieja, recortes de tela y trapos viejos.
Están compuestas de un forro exterior y un relleno. Las técnicas utiliza-
das para la confección del forro y para la hechura del relleno son diversas.

El forro

El forro, al ser la parte visible de la manta, requiere en la mayoría de los


casos una planificación: pensar el diseño, combinar los colores, los estam-
pados, elegir el espesor de las telas. Saber para quién es la manta es impor-
tante y forma parte de este proceso de pensar y seleccionar —dentro de los
materiales con que se cuenta— los que se van a utilizar en el forro.
Existen diferentes formas de hacer el forro:
Q
Primero se descosen las prendas y se recortan en cuadrados o rec-
tángulos. En muchos casos se utilizan telas de poco espesor, con
estampados vistosos porque es la parte que se ve de la manta. Esta
técnica tiene múltiples variantes pero, en todos los casos, son frag-
mentos de tela recortados que se unen para formar el forro.

35
Q
Se realiza utilizando directamente las prendas sin descoser, una al
lado de la otra, doblando algunas partes para darle forma regular a
la manta.
Q
Se hace con los buzos o tricotas viejos, que se destejen, se lava la
lana y se vuelve a tejer a dos agujas o en crochet formando cuadra-
dos decorativos que se unen hasta llegar al tamaño deseado. Se usa
este tejido para una de las caras del forro.

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El relleno

Para el relleno de la manta pueden utilizarse diferentes elementos o una


mezcla de ellos, de acuerdo a los materiales disponibles. Del relleno elegi-

Cosiendo roto con roto


do dependerá el peso de la manta y el abrigo que otorgue. Las prácticas más
corrientes son:
Q
Se arma recortando prendas en desuso, preferiblemente aquellas
de telas abrigadas como paño, lana y tela deportiva entre otras,
para proporcionarle peso y que la manta sea abrigada. Las prendas
se descosen y se utilizan de esta manera o se recortan un poco para
darle forma regular y facilitar la unión de las piezas entre sí. Se

37
38
disponen las prendas en varias capas, según se desee que la manta
sea más o menos abrigada.
Q
Se usa vellón lavado de oveja.

Cosiendo roto con roto


Q
Una base hecha de arpillera sobre la que se cosen los retazos de
tela. También hemos visto utilizar sábanas en desuso y plastillera
con la misma función.
Q
Viejas mantas son reutilizadas como relleno.

39
El armado

Una vez prontas las dos partes de la manta, la siguiente etapa es realizar la
unión del forro y el relleno para que ambos queden sujetos. Esta tarea es
muy importante para que el relleno no quede suelto y se mueva de lugar,
amontonándose en unas zonas y dejando livianas las otras. Generalmente el
espesor de las mantas no admite el uso de máquina de coser, por lo tanto
esta unión se realiza a mano. Las variantes de unión van desde un simple
pespunte, hasta la decoración con botones que sirven a la vez de sujeción
de las capas.
Existe otra variante de confección de mantas reutilizando los ponchos
“Patria” azules con forro rojo. Si el poncho estaba en buen estado, se
utilizaba para el forro. Se le quitaba el cuello y se unía con un pespunte. Si
el poncho estaba muy deteriorado se utilizaba como relleno. A veces el
cuello y los botones del poncho se usaban para decorar la manta haciéndo-
la más vistosa.

40
La costura
como actividad
individual
Este capítulo agrupa las entrevistas realizadas a las personas que han confec-
cionado o que atesoran alguna manta trapera. Encontrar estas mantas y ha-
llar los testimonios, significó una extensa búsqueda que nos llevó a hacer
camino al andar y al rastrear, ayudadas por el viejo recurso del “boca a boca”.
Recorrimos muchos kilómetros del territorio uruguayo, cruzamos cam-
pos, sierras y cañadas, nos perdimos en más de una oportunidad, pero pre-
guntando, siempre llegamos al lugar indicado. Visitamos parajes urbanos y
rurales, algunas zonas donde no había electricidad, ni “interné”, donde los
ritmos cotidianos los marca la naturaleza y la propia vida humana.
Nuestras visitas fueron generalmente coordinadas de antemano, pero
aun así, nuestra llegada desconcertaba un poco y despertaba gran curiosi-
dad. El encuentro fue siempre cauteloso al principio, pero luego se aprecia-
ba una distensión que dejaba fluir los relatos.
Se generaba en esos momentos una especie de complicidad entre las
mujeres hacedoras de mantas y las entrevistadoras, al percibir un lenguaje
en común: telas, retazos, costuras, hilos, tijeras y agujas, reutilización de
telas y ropas usadas. Y, sobre todas las cosas, el aprecio y la valoración del
trabajo manual. Los encuentros convocaban a la familia y los hijos solían
acompañar la charla y, a veces, las parejas, y hasta los perros, siempre

43
fieles a sus amos. Cuando la charla fluía sola, surgían los recuerdos, las
historias, las antiguas anécdotas familiares… Por instantes o durante un lar-
go rato, viajábamos juntos al pasado. Como si las mantas fueran alfombras
mágicas, capaces de trasladarnos a través del tiempo y las costumbres.
Mantas traperas

Hilda

Hilda nació en 1904 y vivió toda su


vida en Montevideo. En aquel tiem-
po las mujeres no seguían estudios
académicos sino que eran formadas
por madres y tías en todos los ofi-
cios del hogar. Para ella coser, te-
jer, bordar y hacer labores eran ac-
tividades que ocupaban su tiempo
libre, ya que viviendo en la ciudad
tenía tiendas y comercios para sa-
tisfacer las necesidades del hogar.
Así preparó su ajuar de bodas bor-
dando sábanas, toallas y ropa como
era costumbre. No le gustaba la co-
cina, pero disfrutaba el tejido y la
costura. Hizo prendas para sus dos hijos, cortinas para la casa y tapizados
para los muebles. Ya de abuela confeccionaba vestidos para sus nietas, co-
piando los patrones de Mc Call´s y London Paris o haciéndolos ella misma,
inspirada por revistas de moda. Era muy creyente y tenía esa calma tranqui-
la de quien está en paz.
La manta de la foto fue confeccionada en los años cincuenta. Hizo dos,
para sus hijos Alfredo y Walter. Las dos mantas cubrían camas gemelas en un
dormitorio y están pensadas como conjunto. El relleno está formado por
trozos de fieltro cosidos a máquina. El forro, cosido también a máquina,
forma paneles simétricos enmarcados con retazos contrastantes.

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María Emiliana

María Emiliana nació en 1951 en su


casa de Castillos, Rocha, al igual que
sus hermanos. Hoy vive en Barra de
Valizas donde crió a sus seis hijas mu-
jeres. Le gusta escribir, pintar, coser
y cocinar. Mientras conversa, hace tor-
tas de chocolate y naranja sin preocu-
parse en medir la cantidad de azúcar
o harina que mezcla directamente de
las bolsas. En verano, trabaja muchas
horas al día atendiendo un lugar de
comidas donde vende sus tortas. En
invierno es cuando tiene tiempo para
coser para afuera, cortinas y forros de
sillones.
María Emiliana aprendió el oficio
en la Universidad de Trabajo del Uru-
guay, donde hizo el curso de Corte y
Confección. La manta de la foto la co-
sió alrededor de 1990, en un momento en que sus hijas ya crecidas comen-
zaban a formar hogar y a seguir sus propios caminos.
Esa manta [foto p. 47] la hice con pedazos de distintos tamaños porque me
gustó hacerla así. Tiene un pedazo de una pollera que era de mi hija Natalia y
de un vestido que usó Valentina cuando salió reina en un concurso de la Alian-
za Francesa. También hay un pedazo de una pollera de mi hija Pelusa. Un
trozo verde seco de lana tejido en punto arroz era un abrigo de mi mamá. Esa
manta tiene muchos recuerdos. Es igual que la manta que tejí con cientos de
cuadrados de unos tres centímetros. Todas las lanas son de viejos abrigos ya
usados. Armé la manta cosiendo pedacitos de recuerdos. En la trapera hay un
pedazo de frazada azul y negro que era un regalo de casamiento que me hizo
el médico que me trajo al mundo en Castillos, en casa de mi mamá.

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47
Silvio

Silvio es tambero en las cercanías de la ciudad de San José, donde se esta-


bleció de joven y formó su familia. Es un productor con una larga trayecto-
ria gremial dentro de la Juventud Agraria Católica. Nació y se crió en Salto
y posee un vivo interés por la historia de las familias inmigrantes que pobla-
ron el país.
Sus abuelos eran inmigrantes italianos que llegaron a trabajar en el
saladero Guaviyú y se instalaron en la zona que hoy es Paysandú y Salto, a
trabajar como agricultores, productores lecheros y trabajadores rurales.
En estas condiciones que vivían, de austeridad bastante grande, comían
bien en general, se vestían bien también, pero todo se hacía en casa, se
fabricaban las sillas, las cunas se hacían de mimbre o de flejes de amarillo,
que es una madera muy flexible. Con la lana de oveja se hacían los colcho-
nes. Los acolchados con trapos y toda la ropa vieja que tenían, y los rellena-
ban con lana de oveja. En el acolchado se usaba toda la ropa vieja porque
dentro de la cultura de esa época, el prestarse la ropa no existía, era humi-
llante usar ropa de otro. La ropa se usaba hasta que se podía, y punto. Ya en

48
mi generación se podía usar entre hermanos, pero sin decirlo, pues daba
vergüenza. La generación de mis hijos y la nuestra es totalmente diferente,
nos prestamos la ropa.
Se tenían dos pantalones: uno para entre casa y otro para salir. La ropa se
compraba a los libaneses y a los turcos ambulantes que recorrían la campa-
ña con ropa, comestibles, útiles de la casa, y volvían con embutido, vegeta-
les, cueros.
Para la ropa que caía en desuso, el único uso era hacer una manta. Se apro-
vechaba todo. La ropa de luto era muy especial, si no se pasaba la ropa
común menos se pasaba la de luto.

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Esta manta la hizo mi madre —Defendina— en 1944 con ropa de luto que ella
hizo por un hermano de mi padre, que falleció cuando yo tenía unos cinco
años. Se usaba luto para la cuñada y medio luto para mis hermanas que eran
las sobrinas […] Esta manta me la hizo mi madre para mí, yo tenía otro
Mantas traperas

acolchado y este lo hizo para reforzar el abrigo de mis pies.


El acolchado se hacía con las telas y todos los trapos que había y al lado de
arriba le ponían un forro de tela más linda; si era para nena, una tela floreada
por ejemplo, si era un varón una tela lisa, y los bordes se daban vuelta y del
otro lado quedaba sin forrar. Otra forma era rellenar con una capita de lana.
Esas no se capitoneaban, sino que les daban pespuntes como si fueran un
colchón de lana, para que no se corrieran. Los que tenían lana eran los más
lindos, no pesaban y eran finitos. […] En casa había uno que estaba hecho
con los ponchos, esos azules con forro rojo.
Ya ahora no se hacen estas mantas. Nosotros las usamos pero ya nuestros
hijos no. Se usan los acolchados modernos, los de ahora. […] Mi hermana era
costurera y mi madre cosía también, la generación de los acolchados era la
generación de mis abuelos. Yo soy de la generación en la que los tíos o
padrinos regalaban las frazadas o colchas.

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Blanca

Blanca se crió en Marmarajá, Lavalleja. Hoy


vive en Barriga Negra donde crió a sus cua-

La costura como actividad individual


tro hijos. En su casa, en las camas se usan
colchas y cubrecamas cosidos a partir de
retazos de ropa usada. Como no le gustan
las mantas pesadas elige un relleno liviano
y no usa múltiples capas de retazos en el
interior de las mantas. Para que sean abri-
gadas, usa una manta mora o retazos de
telas de lana o casimir. En Barriga Negra
donde vive, la energía eléctrica aún no lle-
gó, por eso la costura la hace en una má-
quina a pedal. La máquina donde cose la
heredó de su suegra ‘Doña’ quien, a su vez, la recibió como regalo de casa-
miento. Una de sus dos hijas mujeres heredó el gusto por la costura, aunque
principalmente cose ropa.
Tengo algunas mantas traperas que las forré con alguna sábana, unos peda-
zos de sábana que tenía. Eran pedazos de mora que, como se empiezan a
abrir, las forré.
Mamá las hacía con ropa que quedaban tan pesadas que no me gustaban. Yo
las hago así, livianitas. Mamá las hacia gruesas, las capitoneaba en punto
cadena con piola, a mano, con un forro, y teñía el forro y la piola del mismo
color. Me acuerdo que había una roja. En el medio ponía ropa vieja, a veces
lana también, que sobraba de jergones. Tenemos una máquina de hilar lana
pero yo nunca la pude usar. Es difícil. Mi nuera Lorena hilaba en una carabilla,
es una máquina chiquita, la lana que les sobraba, mechas cortas, la dejaba
para las colchas. Porque la lana para hilar tiene que ser linda. Mamá las
capitoneaba después para que no se moviera el relleno.
No sé cómo aprendió ‘Doña’, aprendió con una señora que le enseñó. Mi hija
fue a la escuela industrial y se profesionalizó, hizo un curso de alta costura.

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Angélica

Angélica nació y se crió en Barriga Negra, Lavalleja, y hoy


vive en Rincón de Aparicio, Maldonado. Durante el año va
guardando la ropa que va quedando vieja o chica y, cuando
tiene suficiente, hace una manta. Aprendió de su abuela,
sus tías y su madre a desarmar la ropa descartada y coserla
a una tela de arpillera o a una manta vieja para, poco a
poco, armar las mantas. Cuando hay suficientes capas co-
sidas da por terminada la manta. Recuerda que de chica
era el abrigo de cama que se usaba en las casas de campa-
ña, donde todo se aprovechaba. Ahora hace tiempo que no hace ninguna, le
interesa más hilar y teñir lana.
Todo lo que va quedando viejo, lo vas guardando y cuando ves que te da
para una, se pone una sábana para base, que más o menos te dé la medida
ya, entonces arriba de eso lo vas armando. Entre que hilvanas, ya se va
armando. No las coso a máquina, sólo a mano. Yo las lavo sin desarmar, da
trabajo, las ponía en la pileta o en los bebederos, en el verano se secan
porque hay bastante sol, colgadas en un alambrado. Con los vaqueros no te
queda, porque te queda pesadísima y vos la tocas y siempre está como fría.
Mis abuelas y mis tías, todas hacían así, pero para todas las camas, una para
cada cama, más alguna otra para el día que fuera visita, yo que sé… Eran las
frazadas que había, no había otra cosa. […] Una de mis abuelas se llama
María Elder y la otra se llamaba María Julia, y una de mis tías hacía también,
le gustaba mucho hacer, siempre en el invierno, viste que los días de lluvia
se está mucho adentro. […] De chica vivía más para Barriga Negra, la casa
quedaba en Sierras Blancas. Mi bisabuelo era inmigrante, de España, el pa-
dre de mamá […] por el lado de los Veiga, eran gallegos.
Es que… yo creo que antes era de todas las casas de campaña, no sé en la
ciudad si se hacían o no, yo que sé. Mi bisabuela vivió en Minas pero más
antes había sido de campaña. Yo pienso que antes, la gente todo lo aprove-
chaba al máximo, yo me parece que era una forma de aprovechar lo que
había. En algunas casas la gente demoraba en cantidad en ir a la ciudad. Yo

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me acuerdo que en la casa de mis abuelos, había cosas que eran de esas que
se compraban por catálogo como el London París […] compraban todo, ropa,
muebles, todo, todo venía de ahí. Imagínate que si encargaban no sabe el
tiempo en que venían.
Mantas traperas

La última manta la cosió hace más de diez años.


Creo que hasta acá llegó la tradición nomá’, le voy a tener que enseñar a mi
hija Carla pa’ que no se pierda la tradición como dicen.

Marta

Marta vive en la cuidad de Minas, Lavalleja, donde


trabaja actualmente. Vive con sus dos hijos chicos;
los mayores, como Angélica, ya se han independizado.
La manera que yo las hago es así: desarmo ropa
vieja, la corto, pongo una sábana vieja y le voy
pegando los recortes, cosiendo de a una por arri-
ba, de relleno, y arriba la tela que compras. El
relleno no se ve. Quedan muy pesadas. Antes
ponía una o dos de esas, pero ahora pongo una.
Aprendimos de mi madre, de mi abuela y de una hermana de mi papá.
Las desarma todos los años y lava trapo por trapo, es un tendal de trapos. El
que está roto lo saca y pone uno nuevo. Las ventila y vuelve a armar.
En Minas había una tienda que las dueñas eran las costureras y eran amigas
de la abuela, y el retacerío que no servía para nada se lo daban a la abuela
y los iba uniendo y después que tenía un pedazo grande hacía frazadas o
almohadones.
Las mantas las hice porque me enseñó mi madre, ahora nadie las hace. En el
campo, en todas las casas había traperas. Si tienes idea de costura y tejido
te resulta más fácil armar una trapera.

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Alba

Alba tiene 87 años y vive en su campo en Barriga Negra, Lavalleja. Nació,


creció y vivió toda su vida en Barriga Negra, y ella dice que espera poder
morir allí mismo donde nació. Eran once hermanos. De ellos, la mayor y los
dos menores nacieron en Minas, que queda a unos 60 kilómetros. Los demás
hermanos y hermanas nacieron en el campo.

Para ir a la escuela había que pasar un arroyo que en el invierno no daba


paso. Entonces nos mandaban una muchacha que, para enseñar así lo pri-
mario, fue la que nos enseñó. Ahora, el más chico de los hermanos fue a la
escuela 57 de Barriga Negra porque ya había puente.

Su madre hacía mantas con ropa de la familia para abrigarse en invierno.


También las almohadas se rellenaban con retazos o con vellón de oveja.
Aprendió a tejer y coser con su madre.

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Yo sabía tejer mucho, porque aprendí de una tía que esa sí sabía tejer, sabía
tejer y no dejaba un punto, ella veía un punto mal y te lo hacía. […] A mí me
encantaba coser, si hubiera tenido con quien aprender hubiera aprendido
bien, pero más o menos me defendía. […] Mi madre también cosía, si era

La costura como actividad individual


ropa grande, por ejemplo una bombacha, mi madre le hacía pantalones
para los chicos. A veces compraba también. Para hacer la ropa de cama
compraba la tela y salía más económico.

Durante toda su infancia y también la de sus hijos se abrigó con mantas


cosidas con ropa vieja. Las armaba de manera que fueran bien calentitas.
También hoy, su cama se mantiene caliente con una manta que ella misma
cosió. Está armada con buzos tejidos a dos agujas para sus hijos. Antes
tejía y cosía lo que se necesitaba para la casa. Dice que ahora ya no cose
y dedica su tiempo a cuidar a sus chanchos y gallinas en su campo de
Barriga Negra.

Brenda y Yolanda

Brenda y Yolanda, hijas de Élida, cuentan que las


mantas que ellas conservan las cosió su mamá hace
unos cincuenta años.
Mientras papá estaba enfermo, mamá cortó las flo-
res y las aplicó sobre cuadrados de seda. Las telas
eran restos de costura que le regalaba su nuera
que era modista. Los flecos los agregó más tarde,
para darle más alegría, hace unos 30 años cosió
flecos de colores en los bordes de las mantas.
Élida tuvo once hijos, vivió en el paraje Las Cañas, Durazno. Le gustaba
mucho coser, vivió hasta los 94 años, y cuentan sus hijas que hasta el día
anterior a su muerte cosía. Cosió dos mantas iguales de una plaza, una para
ella y otra para su esposo. Cuando él falleció, las regaló: una a su hija
Brenda y otra a su hija Yolanda.

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60
La costura como actividad individual
Cristina

Cristina ha hecho más de sesenta acolchados en Maldonado y Paysandú,


para dar a quienes más los necesitan. Lo hace como una actividad solidaria
en colaboración con un grupo de señoras de la Iglesia Católica que le pro-
veen de ropa en desuso que ella utiliza para las colchas. También recibe
retazos desechados por modistas.
Los hago con retazos que me dan modistas y también de ropa usada de los
roperos de la Iglesia Católica a la que pertenezco y estoy en una comunidad.
Las señoras saben que yo hago acolchados y me guardan polleras o sábanas
y hasta cortinas o camisas grandes a cuadros. A veces me cortan los cuadra-
dos de 20 centímetros para que yo los combine y arme los acolchados que
después les doy y ellas reparten. Los relleno con lo que tengo, por ejemplo,
camperas y saltos de cama capitoneados. Los coquetos los relleno con gua-
ta. Las partes de abajo son sábanas, cortinas o telas grandes que he conse-
guido de una empresa textil de Paysandú.

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La costura como actividad individual
Estela

Estela vive en Castillos, Rocha, con su marido y su hija Dayana de 14 años.


Trabajan una quinta y venden el producto en forma local, con eso comple-
mentan la jubilación rural del marido. Estela cuenta que su madre, Lila,
también hacía sus mantas con la ropa vieja, aquella que ya no usaba o que
estaba rota. También hacía mantas con lana tejida a dos agujas. Los buzos
de lana que no servían más, los desarmaba y volvía a tejer para hacer abri-
gos. Su madre a veces hacía de dos buzos viejos uno nuevo, o cuadraditos de
tres o cuatro colores para mantas.
Lila tenía en la Barra de Valizas un puestito, Lila Artesanías. Era de
Castillos pero vivieron en Punta del Diablo y luego en la Barra de Valizas.
Los días que hacía frío o que estaba lloviendo tendía una los trapos en el piso y
ahí se quedaba a cortar y coser. Cosía todo a mano. Además con una máquina
igual no podía coser por que se romperían las agujas. Usaba mucha tela vaquera
de los pantalones. Ella usaba todo lo que se desechaba, le daba otro uso.
Las mantas las hacía con una bolsa de arpillera y ahí le cosía todos los cua-
drados de los dos lados. Hacía cuadrados grandes. Era la arpillera que venía
en las bolsas de la esquila. Cosía los cuadrados con lana.
Con esta manta y una frazada se pasa todo el invierno.

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Lila tuvo seis hijos. De las mujeres de la familia, solo Estela continúa la tradi-
ción. Estela aprendió a coser con su madre pero le gusta más tejer. También
aprendió los puntos básicos de crochet en la escuela rural Nº 69. Su aguja
estaba hecha con alambre de alambrar, como le enseñó su maestra, y se la hizo

La costura como actividad individual


su padre. En esa escuela también había días que se les enseñaba a cocinar.
Sus mantas llevan un lado tejido a dos agujas en lanas multicolores de
buzos viejos y el otro de grandes retazos de tela unidos más o menos al azar.
Las telas son recortes de ropa que ya no es de uso como vestimenta. Las
rellena con arpillera o mantas moras.

Rocío

Rocío es maestra de escuela primaria en


Castillos, Rocha. Ella conserva una man-
ta hecha por Amalia quien fue abuela
de su esposo. Ella cosía las mantas a má-
quina utilizando pequeños retazos de
todo tipo de tela que cosía formando un
patrón ordenado sobre un cuadrado de
tela como base. Luego unía los cuadros
para formar la manta.
Amalia vivió en Castillos y hacía las
mantas para su familia y también para
vender.
Cosía cantidad y vendía para afuera,
a 70 pesos las vendía […] Tenía una
práctica, que una de estas, en un día
y un poquito se la hacía.
Falleció con 91 años, en 1999.
Rocío también conserva una manta
de su abuela, Isabel, que usó de niña y
aún hoy se usa de abrigo.

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María Concepción

Mi nombre es María Concepción Sánchez de los


Santos, nombre que heredé de no sé cuántas
Mantas traperas

abuelas, y mi sobrenombre es Buby. Mi mamá,


María Sara, nació en Salto, en el límite de Artigas
y Salto para ser más exacta —mis abuelos tenían
tierras ahí—, se crió en una casa de piedra muy
antigua, con su padre y mi bisabuela, ya que mi
abuela murió cuando ella tenía 3 años. Vivió en
Salto hasta que se casó y vino a vivir a Paysandú,
por el traslado de mi papá como jefe de seguridad de ANCAP. Tuvo cuatro
hijos, dos varones y dos hijas, yo soy la menor.
Aprendió a coser en el ámbito familiar, además era muy buena bordando
pero nunca trabajó para afuera, sólo para la familia. Nos hacía todo, mante-
les, sábanas, todo, vestidos para mí y mi hermana, y llegó a hacerles a sus
dos nietas, ya que falleció en el 2010.
Tejía mantas en crochet, en especial con los buzos ya chicos, te imaginas
que frío nunca pasamos, zapatos de lana, alfombras, no sé dónde sacaba
tanto tiempo, nunca la vi sin hacer nada. […] Yo comencé a coser cuando
nació mi hija Guadalupe, y me quedé en casa, no di más clases en el liceo y
me quedé cuidándola, empecé un curso de costura que no lo pude terminar.
Más tarde una vecina me introdujo en el quilt, y en Canadá hice un curso de
patchwork y quilt de una semana, para principiantes, y lo sigo de valiente
que soy, con revistas, libros e Internet, y el encuentro [con otras costureras]
es lo que me da ganas de seguir adelante.
La manta que Buby conserva está realizada con restos de telas utilizadas
para forrar colchones y rellena de restos de frazadas moras. María Sara la
hizo para sus hijos. Está cosida a máquina y pespunteada a mano para fijar
el relleno.

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Auristela

Le dicen doña Tela, su nombre es Auristela. Nació en


Arapey, Salto. Conserva la manta que hizo su madre,
Mantas traperas

Amelia, hace unos 50 años atrás. Hasta hace poco


tiempo estaba en uso, pero ahora está guardada. Hizo
varias, pero esta es la que quedó en la familia y doña
Tela la guarda como un tesoro.
Amelia juntaba los retazos que le sobraban a una
vecina que era modista. Los recortaba combinando
los colores y armaba cuadrados que luego cosía unos
con otros. Cuando la colcha tenía el tamaño que quería, mandaba comprar
tela para los bordes y los vuelos de abajo. No les ponía relleno, porque más
que abrigos eran cubrecamas para usar todo el año.
En la familia hay varias manos creativas, pero hoy nadie continúa con la
costura.

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Mantas traperas

Graciela

Graciela es la menor de cuatro hermanos, nació en Paysandú y de niña apren-


dió corte y confección. Estudió en el Colegio María Auxiliadora de la ciudad
de Paysandú donde le enseñaron manualidades, tejido y bordado. Tiene
cuatro hijos, que ahora viven en Montevideo.
Con los buzos de lana de sus niños y retazos de tela cosió acolchados
que usan sus hijos cuando la visitan en el invierno con sus amigos, novias y
esposas. Trabajaba bordando ropa infantil en punto smock por encargo, en
Paysandú y Montevideo. Le gusta mucho tejer, deshacer buzos y bufandas,
lavar la lana, ovillarla y volverla a usar.
Para mí hacer mantas sirve de terapia, pues mientras las manos trabajan la
cabeza descansa.
Con un muestrario de telas de juilliard de una tapicería que cerró, cosió una
de las mantas. Unió los cuadrados a máquina, luego con un vestido de fiesta
de una sobrina armó la parte de atrás. Para relleno usó una frazada gastada
doblada en dos. Para que no se mueva el relleno, una vecina le aconsejó
ponerle botones en las uniones de los cuadrados.

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Alda Inés

Tengo una madre descendiente de italianos, de


esos que ven una semilla y la entierran y ven
Mantas traperas

qué sale. El italiano es lo que tiene, planta to-


das las semillas que tiene a mano. De allí esto
de hacer algo con ropa usada; de un trapito que
se avejentó le da por lavarlo, cortarlo y usarlo
para hacer mantitas. Mi madre se llamaba Rosa
Blanca, ella nos hizo las mantas y nosotros nos
tapamos con eso. Éramos cinco hermanos. Papá
trabajaba en el campo.
Vivíamos en Portones de Haedo, en el Rincón
de las Gallinas, a unos 30 kilómetros de Merce-
des, bien cerca del río Uruguay y el río Negro.
La escuela la hice en el colegio de las Hermanas del Huerto en Mercedes. A
la tarde, teníamos labores.
Tengo el recuerdo de que mi mamá hacía las mantas de pedacito a pedacito,
iba usando los colores, que quedaran más prolijitos, más bonitos; con el
tiempo se van gastando y se va arreglando, para mí es porque viene de una
sangre extranjera, que aprovechaban todo. Yo crié hijos afuera pero no tuve
necesidad de hacer las mantas.
Recuerdo a mamá haciéndolas y ese recuerdo me llevó a hacer esta man-
ta. En aquel tiempo no había radio ni televisión, y se sentaban en rueda
para cenar o para rezar, o las conversaciones que ahora no existen. Era
muy lindo, ahora no hay ese diálogo. Esa colcha chica que hice es porque
se tapaban las rodillas con esa mantita cuando se hacían esas rondas de
charlas.
Mamá hizo unas cuantas mantas, le llamábamos acolchado porque ella las
hacía rellenas de buzos de lana que ya no se usaban. Los lavaba, planchaba,
los abría, les hacía un hilván y como había hecho esa colcha en retazos,
ponía de los dos lados la manta de retazos y de relleno los buzos. Si se

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rompían, se cosían, recuerdo que mi mamá lo remendaba, tenían que durar.
Mamá cosía y nos hacía un vestido en el día y nosotras le enhebrábamos la
aguja, estábamos con ella, por eso aprendimos, también ella tejía para
nosotros y para Manos del Uruguay más adelante. Para nosotras tejía hasta
Mantas traperas

las 3 de la mañana. La gente de ahora está sentada al solcito con un cigarro,


no ves gente haciendo algo con las manos.
Tengo tres hijos y mis hijos saben coser, yo les enseñé. Uno vive en Montevi-
deo, otro en Brasil y otro en España. También saben tejer. También enseñé a
mis dos nietos, a la nena y al varón, y más pescó el varón. Me parece que eso
no es malo, un día puede ser sastre.
Ahora mi trabajo es hacer arreglos de costura para afuera. También hice
capas para terneros, llegué a hacer 600 por invierno, y capas para caballos.
Yo trabajé en cuero y con telas. Fui la costurera de la familia desde siempre.

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Marta

Marta hace artesanías con caracoles y vérte-


bras de pescado para vender a los turistas de
Cabo Polonio, Rocha. Nació en Rincón de Valizas,
vivió en el campo y de joven se mudó al Cabo.
Ella y sus cuatro hermanos se criaron con esas
mantas. Su madre, Gloria, hacía también man-
tas en Rincón de Valizas. Marta aprendió a co-
ser con su tía, con la que vivió un tiempo.
Fue a la escuela rural y ahí les enseñaban
crochet, tejido a dos agujas y también borda-
do, pero no le gustaba. Los varones también
aprendían a tejer a dos agujas. También apren-
dían a hacer bizcochitos y esas cosas. Las agu-
jas gruesas las hacían de alambre de rienda y
las agujas finas, con el alambre más fino de
alambrar.
Se hacía todo en campaña. Hace 23 años
hizo las dos mantas. Luego hizo unas tejidas
con la lana de buzos viejos destejidos. Con
cuatro y tres hebras de lana tejía mantas mul-
ticolores.
Para hacer una manta recuerda que, sobre
una base de bolsas de arpillera, se cosían pie-
zas abiertas, por ejemplo, pantalones que son
gruesos y abrigados y rinden más. La costura se
hacía dando una puntada grande con piola de
coser bolsas de maíz. Marta prefería coser al
aire libre, al sol, donde además es más fácil
extender los pantalones. Otras mujeres hicie-
ron mantas con plastillera, pero ella no.
La última manta trapera que tenía se “la
rompió Sasha, que la usaba de cucha”.

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Comenta con una vecina, que hizo la manta que se ve en la foto:
… antes todos hacían mantas traperas. Las mejores eran las de la cuñada de
Rubio, o las de Felicia. […] Ya no se hacen, era antes, antes todos tenían y
Mantas traperas

había más abrigadas y otras más livianas. […] Antes con una sola manta alcan-
zaba, los acolchados de ahora no pesan, son livianos, se necesita más abrigo.
Antes solo estaban las cobijas pardas. Antes se le decía así, luego se les
llamaron mantas moras.
Ahora se perdió la tradición, antes más gente hacía mantas, pero ahora los
acolchados son más lindos.

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Mantas sin historias,
historias sin mantas
Esta investigación ha estado jalonada de sorpresas, alegrías, intercambios…
y también de hallazgos inesperados. Este capítulo está formado por mantas
de las cuales desconocemos su origen, qué manos las hicieron o cuándo.
También por una historia contada por una mujer que recibió el calor de una
manta trapera y la compartió con otras mujeres cuando más lo necesitaban.
Esa manta hay que imaginarla, no tenemos registro fotográfico, quizá aún
exista, no lo sabemos.

Manta del contenedor

La historia de esta manta nos es desconocida. Se cruzó en nuestro camino,


de una manera extraña y casual. Era un sábado lluvioso de octubre de 2010.
Íbamos por la calle y de repente, en una esquina, vimos al lado de un conte-
nedor de basura, gran cantidad de cosas tiradas: cajas, almohadones, im-
presora, papeles y… algo, que no podía ser más que una manta trapera.
Chica, maltrecha, mojada, el relleno de lana le salía por dos agujeros…
Paramos, pero al verla tan sucia, no la agarré.

81
Almorzando con mi herma-
na, me convenció de ir nueva-
mente a ver si todavía seguía
allí. Hacia allá nos dirigimos en
Mantas traperas

plan rescate y, felizmente, ¡allí


estaba! De las otras cosas ya
no quedaba casi nada, pero la
colcha sí estaba. La acomodé
en una caja de cartón y la subí
a la camioneta.
El domingo la puse a lavar.
La máquina largaba jabón por
todos lados, no tiraba el agua,
la había metido a prepo y casi
me arrepentí de haberla levan-
tado. Finalmente salió una col-
cha limpia, de vivos colores y
bien mullida, que secó por ho-
ras al aire libre.
Ahora la tengo, mirándo-
me, ¡como un desafío! Siento
que no podía hacer otra cosa,
darle otra vida. (H. F.)

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Breve historia de una manta de amor
El testimonio de Silvia

“Veinticuatro bofetadas…
veinticinco bofetadas…
Después mi madre a la noche
me pondrá en papel de plata.”

Me resulta raro…, removedor, traer de mis recuerdos el lejano invierno de


1974… o fue en 1975, no lo sé con certeza, pero sí recuerdo que era un
invierno muy frío, muy húmedo y el penal de Paso de los Toros no era un
lugar acogedor. Las condiciones de vida eran difíciles, pero entre todas las
cincuenta presas políticas que estábamos recluidas en el sector izquierdo
sobrellevábamos la situación, aunque parezca una paradoja, con alegría.
Teníamos diversas razones para que fuera así, una de ellas era el sostén
de la familia. Madres, padres y hermanos regularmente se acercaban para
visitarnos haciendo todos los esfuerzos necesarios y mucho más que eso.
Mi madre me hizo una manta que me abrigó hasta mi liberación en abril
de 1977. La hizo con frazadas viejas, buzos de lana y una tela que envolvía
todo eso, además del amor con el que estaba confeccionada y la preocupa-
ción de que yo no pasara frío en las noches de aquel penal que, la verdad,
entre la humedad y el frío, eran bastante crudas. Pesaba una enormidad y le
pusimos un nombre a la manta. Parafraseando al grupo Aguaviva (un grupo
español muy conocido en aquella época) que cantaba una canción que de-
cía: “Veinticuatro bofetadas… veinticinco bofetadas… después mi madre a
la noche me pondrá en papel de plata…”, nosotros la bautizamos como la
“veinticuatro toneladas”, por el peso que tenía y por la relación con la
madre y el cuidado a un hijo en situación difícil.
Cuando salí, la manta la dejé para las compañeras que quedaron en el
penal. Laura, ‘la Coco’, se la llevó a Punta de Rieles, cuando a fines de ese
año las trasladaron a todas. No sé qué pasó con la manta, seguramente abrigó
a muchas compañeras más durante esa larga noche que fue la dictadura.
Recordarlo me emociona, mi mamá está viva y muy viejita, le voy a contar
que su manta va a ser motivo de registro histórico. La va a dejar muy contenta.

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Un hallazgo en Valizas
Testimonio de Checha
Mantas traperas

En enero de 2004, buscábamos un rancho para comprar en Barra de Valizas,


así que dedicábamos las tardes de un verano bastante ventoso para ese fin.
Encontramos. Paredes de madera, techo de quincho a dos aguas, bien
ubicado, pero con el detalle de que no tenía techo, la mitad había caído
hacia adentro del rancho, había que hacerle algún arreglito… era propiedad
de una familia argentina, abandonado no sabíamos cuando.
Entramos y nos sorprendimos porque, a pesar del deterioro que se veía
por fuera, el interior era de lo más acogedor, y se notaba cariño en cada cosa
que allí había. Todo lo útil y básico estaba: camas, colchones, farol, almoha-
das, ropa de cama, frazadas, acolchados, todo prolijamente guardado y en
buen estado. Entre la ropa, encontramos dos mantas. Bastó sólo con un lava-
do y algún cambio de parches para que volvieran a retomar vida, eran lindas,
originales, distintas. Abrigadas y, sobre todo, eran parte de ese rancho.

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La costura
como actividad
comunitaria
La visita a los grupos que confeccionan mantas traperas, en forma comuni-
taria, supuso para nosotras un encuentro con tradiciones que vienen de
lejos. También supuso vivir emociones en cada lugar que visitamos. Espera-
mos lograr hacer un justo homenaje a las mujeres que nos recibieron y
poder mostrar vívidamente el ambiente, el paisaje —el mundo— en el cual
han crecido y trabajado.
El grupo de la Liga Femenina Los Trapitos, en Colonia Valdense, fue el
primer lugar que visitamos en 2009. El recibimiento acogedor fue el impulso
y la motivación para seguir adelante con la investigación. Caminando de
aquí para allá, chocándonos unas con otras en el taller, mirábamos con feli-
cidad las mantas, la ropa usada para la venta, los almohadones y otras crea-
ciones. El intercambio fue desordenado, divertido y provechoso. También
probamos deliciosos bombones caseros. Y, finalmente, disfrutamos de un
concierto de órgano en la iglesia, exclusivo para nosotras.
Colonia Miguelete nos recibió con un día soleado y charla amena, en la
que fuimos viendo las obras realizadas por el grupo y registrando las histo-
rias, los secretos y explicaciones de cómo hacían el forro, el relleno o la
historia de la vieja Singer infaltable. El almuerzo y el paseo por el pueblo
—el hogar de ancianos, la escuela del hogar, las pocas casas que quedan

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con el estilo original de los primeros pobladores— también quedan en nues-
tra memoria.
En Villa La Paz conocimos el Puente Negro —primero de hierro en el
país, sobre un río Rosario plácido y luminoso, bordeado de monte nativo—.
Mantas traperas

También la primera iglesia valdense de América del Sur, construida en 1886,


con su campanario. Entre charlas e historias, disfrutamos de delicias valdenses
caseras, hechas con artefactos de época. Rodeadas de las mantas, escucha-
mos en silencio la bendición que nos dedicaron especialmente.
En Aiguá, visitamos Nuestra Señora de Guadalupe, una parroquia mo-
desta, donde al igual que en otras visitas nos esperaban cosiendo. La histo-
ria de este grupo fue surgiendo paso a paso, desde las primeras monjas que
les enseñaron a coser, hasta el empuje de Artemia para hacer traperas y así
ayudar a los que más necesitaban. Compartimos historias, recetas de reme-
dios caseros y también un refresco reparador. Nos recibieron con mucho
entusiasmo y energía, orgullosas del trabajo que hacen.
En la cocina de María de Carmen, en el Cerro, con una vista impresio-
nante a la bahía y la ciudad de Montevideo, aprendimos sobre el trabajo del
grupo Ubuntu que, con el apoyo de misioneras metodistas, enseña las técni-
cas para hacer colchas. Entre charla y charla recibimos el conocimiento de
la tradición inmigrante del Cerro.
Cuando visitamos Pan de Azúcar, nos esperaban Marisa y Rosa que nos
mostraron la casa —hoy convertida en museo— donde falleció en 1881 el
primer obispo de Uruguay, Monseñor Jacinto Vera. En el salón en el que
trabajan y hacen los acolchados daba una linda luz de sol. Allí, mezclado
con viejas máquinas de coser, montañas de retazos y bolsas de guata, en-
contramos un confesonario usado como armario.

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Grupo de mujeres de la Parroquia Nuestra
Señora de Guadalupe, Aiguá, Maldonado

Integrantes: Juliana ‘Coca’, Sabina, Estela y Rufina ‘Nena’

La costura como actividad comunitaria


Se reúnen a coser los miércoles de tarde.
Es una manera de compartir y no estar tan solo. El tema es darse idea, tener
gusto y pasar un rato. […] Se hace un beneficio y una se distrae. […] Charla-
mos y cuando finalizamos la tarea compartimos un mate o un té.
En verano no se reúnen, por el calor. En invierno tienen una estufa, para
mantener el frío afuera.
Los vecinos donan ropa, que se lava y se clasifica según su estado. La
ropa que no se vende o lo que no está en buenas condiciones:
… se lava para relleno, y lo que es mejor para el forro de afuera. Sacamos
para los retazos, viste, lo que no se lleva y lo que está mejorcito para afue-
ra, lo que está más feo, que se dejan muchos meses, se saca para adentro.
[…] Con blusas viejas, polleras, todo con retazos, se hace el forro. Tratamos
de combinarlos, se hace con lo que hay.

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El hilo para coser lo reciben de comercios. Juntan el hilo de las bolsas de
yerba y de azúcar, hacen ovillitos que usan para unir las capas del relleno.
Las mantas las venden a $150 las de una plaza y $200 las de dos.
Pero vemos a la persona que la compra. [Hoy las mantas se hacen por encar-
go] porque no da el tiempo […] tenemos una cantidad de pedidos.
Las etiquetas de la ropa que se desarma las guardan como remiendos.
Esto es para tapar los agujeritos, porque si no tenemos que sacar un retazo.
Usamos las marcas de las ropas.
El grupo comenzó a reunirse en 1975.
Esto data de hace mucho tiempo. Artemia trabajó acá 25 años, las monjitas
que trabajaban en la parroquia en aquel entonces le enseñaron a hacer este
tipo de cosas. Las monjas hacían los almohadones, ellas fueron las que le
enseñaron a Artemia.
Coca nos cuenta:
… era pobre y ¿sabe?, para las cobijas de las niñas, agarraba los rebocitos
viejos y les ponía un forrito, les compraba una telita y quedaba la cobijita,
si no, los hacía con crochet también, porque había que darse idea, porque
no había otra cosa. Y a mí me encanta hacer este tipo de tareas, el tema
también es ayudar, ahí está el tema.

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Yo hago los forros en casa porque tengo la máquina de coser en casa, acá hay
una pero está medio deteriorada. Antes se cosía todo acá, porque antes era
un grupo como de 15 personas o más, 20, entonces ahí cosían a máquina acá.
Mantas traperas

Todos los años convocamos a los vecinos para integrar gente nueva, pero
mira que a las de 40 años tú le dices de venir y ¡ni loca! Ahora somos cuatro…
todas renguitas con bastones son las que vienen. Hay otras personas que nos
ayudan, una amiga que tuvo una hemiplejia y trabaja con una manito sola,
me lava la ropa, o sea que hay otra vecina también que descose la ropa, los
sacos y todo eso, viste, o sea que es un equipo.
Aprendieron a coser en sus casas.
Nosotros éramos 16 hermanos. […] Yo también aprendí en casa, porque la
ropa la hacíamos de remiendos. […] En la escuela rural de Salamanca, Mal-
donado, aprendí a bordar, a hacer carpetas.
Hoy los chicos están en la computadora y la computadora no enseña a coser.
Sabina que es la mayor del grupo dice que la receta para mantenerse
joven es el trabajo, mantenerse activa. El grupo concuerda “que la mejor
terapia es esta, reunirse a coser”.
Al lado de la Capillita del Padre Pío vive Artemia,
fundadora del grupo, quien durante años fue a la capi-
lla a ayudar.
Nosotros fuimos muy pobres, y me gustaba más ayudar
a los pobres, no me gustaba la confección, es mucho
trabajo pa’ mí dije yo, más bien hago acolchados. Y
bueno… salí con un cuaderno, todo por allá, por el ba-
rrio, averiguando a ver quién precisaba acolchados. Y
entonces me fueron diciendo todos los que precisaban,
los más pobres… e hicimos como 200 acolchados, hici-
mos. Y los dábamos, en ese tiempo los regalábamos.
Cada quince días yo llamaba a tres o cuatro vecinas
para ir haciendo los acolchados y aprontaba para ha-
cer dos juntos, cada vez que venían las otras.

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Los acolchados los hacían con ropa que había queda-
do de las donaciones que recibieron de las hermanas
de la Parroquia.
La de la idea de los acolchados fui yo, que le pedí al
Padre para hacerlos, porque para aprovechar la ropa,
porque la ropa se estaba perdiendo, porque de estar
doblada nomás se arde, porque se va mojando, hu-
medeciendo sola, hay que estar siempre moviéndola.
Dejó de coser porque le dolía la espalda, pero igual
sale a su jardín a carpir la tierra.
Toda mi vida fue trabajo, desde los 5 años hasta
ahora. Cuando tenía 5 años yo tenía que andar con
los bueyes con mis hermanos, éramos 18 herma-
nos. Éramos 12 mujeres que trabajábamos como
hombres.
Su madre crió a los hijos, su padre tenía problemas
de salud y no podía trabajar la tierra. Artemia con
sus hermanas y hermanos araban la tierra con los
bueyes para sembrar.
Tengo 85 años, y me mandó el cardiólogo que diera
vuelta tierra, hiciera una quintita, un jardín y yo
ya eso lo tenía, y que anduviera en bicicleta, que
caminara, que hiciera la limpieza normalmente,
porque eso viene de vejez, no es enfermedad, no
me pueden operar ya, porque estoy vieja. […] pero
me hace tanto bien, tanto bien, nadie es capaz de
creerme, porque ando con las piernas flojas, por la
circulación y a lo que me pongo a trabajar hago
ejercicio, por eso no tengo nada, aparte estoy bien,
bien de bien, y sin embargo dejo de trabajar, se me
aflojan las piernas, estoy vieja.

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Liga Femenina Los Trapitos, de Colonia Valdense, Colonia

Integrantes: Nanci, Blanca Inés,


Myriam, María, Graciela, Lilia, Nelsy y Gladys
Mantas traperas

Los viernes por la tarde, en Colonia Valdense, un grupo de mujeres de la


Iglesia Valdense se reúne para hacer acolchados, en un local de la Iglesia.
Hace más de 40 años que empezó esta tarea, explica Nanci, la mayor del
grupo, que tiene 89 años.
Se empezó como jugando para ayudar a uno y a otro y en un momento
aumentó a esto.
Se reúnen las horas que tienen tiempo y ganas, porque si hace mucho frío se
quedan en las casas y en enero y febrero se toman vacaciones de verano.
Hay veces que en una tarde de viernes terminan un acolchado.
Empezaron cuatro mujeres y solo hacían acolchados. La amistad, paren-
tesco y vinculación con la Iglesia hace que se hayan sumado otras integrantes
a esta labor. La mayoría vive en Colonia Valdense, pero hay dos de ellas que
viven en el campo y se trasladan los viernes para reunirse y trabajar. “Una
extraña si no viene los viernes, los comentarios, la amistad que se crea”.

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La gente dona ropa y ellas seleccionan lo que se vende y lo que va para
mantas. Lo que se utiliza para hacer los acolchados son, por ejemplo, las
polleras y también prendas que están en mal estado.

La costura como actividad comunitaria


Es un poco la costumbre de los valdenses de aprovechar todo, las familias
grandes aprovechaban cuanto había en la casa.
Las prendas que no se venden se descosen, desarman y luego se ponen para
el relleno. Acá ponemos la base, retazos finitos que cubran la medida de la
mesa. Los pespuntamos con hilo de algodón para que no se corran. Después
hay otras que hacen el forro de pedacitos, es como una funda, una bolsa.
Todas las colchas son de la medida de la mesa, lo cual facilita el trabajo de
medir y calcular.
Los forros los hacemos por adelantado en las casas, hay tres mujeres que se
encargan de eso. También hay otra que se ocupa de cortar las telas de la
ropa que se desarma los viernes y las plancha, así se gana tiempo.
Antes se hacía todo acá pero ahora sólo algunas etapas. Antes éramos más,
ahora somos menos.
Se hacían también con lana de oveja.
Se hacía una base de tela y luego se le esparcía la lana, se le daba una
puntadita y se le ponía una mesa encima para que la deje planchadita.
Los valdenses arribaron a Uruguay en 1858, huyendo de las dificultades eco-
nómicas y la superpoblación de los valles del norte de Italia, donde vivían.
Llegaron en busca de una tierra que les permitiera trabajar en libertad.
Cuenta Nanci que estos primeros inmigrantes valdenses:
… se instalaron en Florida y luego vinieron para Colonia y se instalaron en el
pueblo La Paz. Muy corajudos, madres con chicos de 3 o 4 años y algunas
embarazadas; yo tengo el honor de ser descendiente de los primeros. Prime-
ramente los valdenses se dedicaban a la siembra y cultivo de campos, pero
luego como toda cosa, surgió de todo. Los valdenses se preocuparon muchí-
simo por la educación.

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Liga Femenina de villa La Paz, Colonia Piamontesa

Integrantes: Isolina, Dielmina ‘Chicha’, Ernesta ‘Chona’,


Ofelia, Ivelda, Graciela, Nybia, Violeta D., Violeta F., Ivonne
Mantas traperas

La Liga Femenina de la Iglesia Valdense de La Paz se reúne periódicamente


en la iglesia y una vez al año arman una colcha que se rifa para juntar
fondos para sus actividades.
Hay un fondo que se creó hace años en memoria de una señora que falleció
de cáncer; ya tiene 32 años de funcionamiento. Hay una comisión que agru-
pa todas las Ligas Femeninas de Uruguay y Argentina. El evento para conse-
guir fondo se llama “El esfuerzo de mayo”, es hacer beneficios de la índole
que uno quiera, ventas, se reciben ayudas de particulares y todo se vuelca
al fondo, de manera que tenga siempre dinero. Nosotras hacemos una man-
ta especial tejida para ese día.
El grupo de villa La Paz tiene su estilo particular de hacer mantas y aprove-
cha las habilidades de todas sus integrantes. Hacen cuadros tejidos en lana

100
a dos agujas o crochet que unen para armar una manta. En el reverso usan
tela de diferentes tipos sin poner un relleno y esa tela le da firmeza a la
manta tejida.
Violeta se sienta en la casa y teje y teje, le salen así las cobijas; otra teje-
dora es Chichí, que hace trabajos en crochet también. Otra es la Chona, que
trajo una colcha tejida por ella. Las que nos animamos a hacer un cuadrito,
los hacemos a paso lento.
Eva es una de las personas que se sienta a tomar la merienda y siempre está
haciendo algo con las manos.
Nos enseñaron así, que siempre hay que hacer algo con las manos. Aprove-
char el tiempo, no desperdiciarlo.
Reina con el crochet, siempre va con el tejido a todos lados.
Si estás mirando la tele estás tejiendo. Así nos enseñaron, se hacía todo en casa.
Tenemos la tradición de tejer, lo aprendimos de nuestras madres y abuelas.
Ellas hilaban en la rueca la lana. Mamá compraba lana de las ovejas negras
o marrón oscuro y tejía sacos y medias para papá. Se hacía todo en la casa,

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¡hasta las escobas! Teníamos un día para cada cosa. Hacíamos quinta de
verdura también. En general, los varones no hacen estas tareas.
Tejemos en nuestras casas, acá nos reunimos a charlar distintos temas de la

La costura como actividad comunitaria


Iglesia, no tejemos. El hecho de reunirnos es muy importante, todas tene-
mos unos cuantos años, hay muy pocas jóvenes, mientras podamos lo segui-
remos haciendo.
Lo primero que hacemos es elegir los colores de la manta, el diseño que le
haremos. Da lástima cortar la lana cuando es nueva, entonces hay que in-
ventar algo para no cortarla, porque capaz que se les ocurre el día de maña-
na desarmarlo para hacer un buzo.
Para el forro se compra una tela apropiada y se trata de que combine con los
colores de la lana.
Entre todas pagamos el gasto de la lana. Antes se hacía con lana usada, pero
nos parece que es más correcto, para que sea un premio. Cada una hace
cuadrados, se le da la lana necesaria y después los juntamos y hacemos la
manta. También pagamos el forro y ayudamos a forrar entre todas.

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Liga Femenina de Colonia Miguelete, Colonia

Integrantes: Eva, Elsa, Violeta, Myrtha,


Selva, Dilma, Graciela, Gladys y Reina
Mantas traperas

En Colonia Miguelete, la Liga Femenina se reúne los miércoles.


Nos reunimos hace muchos años, mi nieta no había nacido y yo ya venía. No
somos siempre las mismas, hemos ido cambiando. Hay una de nosotras que
está al frente. […] La que trajo la idea fue la señora de Néstor, hace 30 o 40
años. Han pasado un montón de personas en esta comisión, le llamamos
comisión pero no hay nada concreto. Depende de la Liga que sea, hay comi-
siones de costura, de visitas…
Mensualmente hacen la feria.
Acá mismo sacamos las mesas y vendemos las prendas. Manda la gente mu-
chísima cantidad de prendas de vestir, lo que está bueno lo ponemos a la

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venta, la gente se lo lleva. Lo que está más deteriorado se pone para dar, el
calzado también se da. Se sacan unos lindos pesos y se compran cosas. Siempre
tenemos un stock de mantas y de ropa. Los acolchados los vendemos, los
chicos a $250 y los grandes a $350.
Lo que se genera con la venta es para la Liga Femenina, con la plata hicieron
hacer esa mesa por ejemplo. […] Tenemos una mesa grande para las mantas
de dos plazas. Pero hacemos de muchos tamaños. […] Hacemos una manta
por semana. Los pedazos cortados ya los traemos de casa, cortamos los
pedazos y los traemos ya lavados y planchados.
La base es una sábana vieja de 1,30 por 2,20 metros, entonces va la lana
primero, buzos que no estén apelmazados ni muy duros, eso se va cosiendo,
pegando, no se deja suelta. Arriba de eso, si es muy gruesa, le ponemos una
base de jersey o algo liviano, puede ser otra tela fina, juilliard fino, eso es
el relleno. Muy cosido todo.
Después están las tapas: una gruesa, con retazos gruesos de lana o casimir o
pana… vaquero no, porque es muy duro. Se va cosiendo cuadrado por cua-
drado, con precaución. La damos vuelta y ponemos la tapa fina, que le

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dejamos el borde. El borde se hace de lo mismo, se deja sobrante y se va
doblando para adentro. Abrimos la costura para que quede bien chatita.
Es una cosa durable, se puede lavar, está tan cosido que no se desarma

La costura como actividad comunitaria


nunca. Acá viene la gente para la pesca a buscar mantas o para usar de
alfombra para los niños, es más calentito en invierno poner en el piso y que
jueguen arriba.
Una máquina de pedal vieja Singer… es la que hace el borde. A alguna gente
le gusta liviana o pesadita, el borde tiene que quedar sobre el lado de la
tapa gruesa. Lo que cose esa máquina ni se sabe, aguanta todo. Las máqui-
nas antes se hacían para varias generaciones, ahora son plástico.
Tenemos una compañera que es media corta de vista y no quiere ir al oculis-
ta, entonces ahora desarma. Todas tenemos una tarea. A las tres y cuarto
Vilma ya pone el agua para el mate o té, una vez cada una trae una merien-
da, una salada o dulce, nos reunimos los miércoles hasta las cinco y media o
las seis, depende si hace frío. En invierno tenemos la estufa a leña y trae-
mos la leña también.

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Grupo de costura Pan de Azúcar

Entrevistadas: Marisa y Rosa


Mantas traperas

En un gran salón, detrás del Museo del Obispo, en Pan de Azúcar, Maldonado,
se reúne un grupo de señoras a coser colchas de retazos. En el medio del
salón una gran mesa, del tamaño de un acolchado de dos plazas, y a los
costados varias máquinas de coser.
En este lugar nos reunimos para trabajar, armamos los forros en casa y des-
pués venimos acá y armamos. Esto comenzó desde el año 94 por lo menos,
con un taller de costura para las personas que venían a buscar la canasta.
Ahí surgió que había otras necesidades, las madres necesitaban un espacio
para los niños, se hizo un club de niños que hoy en día funciona.

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Se comenzó desarmando trapos viejos y armando traperas, venían señoras
mayores, como doña Tota con 92 años que sigue viniendo, con gran entusias-
mo. Algunas quedaron y otras se fueron. Nosotras en principio éramos cinco,
pero ahora somos dos. Ahora está viniendo una chica de 14 años que dijo
que le gustaba coser y empezó a venir. Es un lugar abierto. La gente que
trabaja acá es de Pan de Azúcar. En San Carlos hay otro grupo. También
tuvimos la ayuda económica, en un tiempo, para la compra de aquella má-
quina y otra más. Hay siete máquinas de coser en total.
Hace unos cuatro años fuimos a Santa María a una feria de economía solida-
ria. Ahí, en Brasil, tuvimos contacto con otra gente, y Cáritas nos consiguió
la donación de estos retazos. Vinieron tiras anchas, también hicimos sába-
nas y la gente compraba.

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Las unimos, capitoneamos a máquina y las vendemos. La gente elige los
colores. Hicimos una para una niña que quería un arco iris, hasta mi esposo
dio su opinión y quedó muy lindo. Cada acolchado se cobra según como la
gente quiera el relleno. De dos guatas $590. La guata la encargamos a Mon-
tevideo. Los hilos los compramos en Maldonado o Montevideo.
Lo que se cobra es para los gastos de la guata y lo que queda de dinero se
compra comida. Todavía no somos una cooperativa. Se vende en la zona,
participamos en ferias de economía solidaria y ahí vendemos. Hemos hecho
con volados también. También hemos donado forros a gente que no tiene
medios, traen la trapera y le donamos el forro.
Una vecina del grupo de Pan de Azúcar guarda una manta hecha por su
mamá.
Esta colcha está hecha con telas de colchones, con restos de cotín que le
quedaban iba armando, adentro ponía trapos viejos, alguna pollera vieja.[…]
Es del año 1960 más o menos. Desde que yo tengo uso de razón esto existe. Ella
era colchonera y mi esposo hizo colchones con ella. Eso se dejó todo. La má-
quina de abrir la lana, la donamos al museo. A veces la pedimos para usarla. Mi
mamá quiso donarla al museo de Álvaro Figueredo, un poeta de Pan de Azúcar,
está toda su biblioteca y además cosas antiguas, la gente ha ido donando.

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Grupo de la Iglesia Metodista del Cerro

Entrevistada: María del Carmen

La costura como actividad comunitaria


El grupo de costura de la Iglesia Metodista trabaja en el Centro y el Cerro de
Montevideo y desde allí organiza jornadas y talleres en el interior del país.
En el grupo hay miembros de todas las edades que aprenden y enseñan
técnicas para hacer mantas de retazos, con la colaboración de misioneras
voluntarias de Estados Unidos.
María del Carmen vive en el Cerro y es miembro del grupo hace mu-
chos años.
Empezamos con varios grupos en Montevideo, donde más mujeres aprendie-
ron. Artigas, Salto, Paysandú y Mercedes también. En el Cerro había una
institución de la Iglesia Metodista que siempre armaba mantas traperas,
muy abrigadas, hechas con ropa vieja adentro. Había muchas mujeres tra-

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bajando haciendo esas mantas, con la ropa que donaban, se desarmaban y
hacían mantas. Allí todavía hay máquinas de coser, y hay convenios de cos-
tura con INAU y con CODICEN. Hay máquinas industriales de la época de la
Primera Guerra. Los misioneros que venían a la Iglesia de la Buena Voluntad

La costura como actividad comunitaria


eran americanos. La primer señora que yo le vi trabajos de patch, cuando
era niña, era una señora americana que fue directora de un colegio.
Nuestro grupo se llama Ubuntu es una palabra africana, significa algo así
como que tú me enseñas, yo te enseño y así todos aprendemos. Cada una
trabaja como puede, no somos exquisitas, cada una tiene su manera de
trabajar y coser. Algunas hacen los trabajos a mano, otras trabajamos a
máquina. Lo que hacemos es compartir técnicas. Vamos al interior. Me gusta
mucho enseñar y también aprender.
María del Carmen es descendiente de italianos y gallegos.
El gusto por coser viene de mi abuela gallega. No fui a clase, aprendí de
verla a ella. Aprendí a tejer y coser antes de ir a la escuela. Ella cosía, hacía
bolillo, crochet… Mis abuelos vinieron a principios del siglo. Cuando decidie-
ron venirse, mis abuelos se bajaron en un barquito que los trajo y los dejó
en el muelle y eran ilegales al principio. En el Cerro había mucha oferta de
trabajo, la gente llegaba hoy y al otro día tenía trabajo.
El patchwork lo practico hace unos cinco años con unas misioneras de la
Iglesia Metodista que vienen a Uruguay cada dos años. Lo que hacen es
enseñar para que las mujeres tengan una fuente de ingresos. Nuestro com-
promiso es aprender y enseñar.
Esta manta la armé con retazos que tiré en el piso, toda con ropa vieja. La
hice con vestidos míos viejos, esa tela a rayitas era un vestido que yo quería
mucho, no está unido con ningún criterio. Lo iba uniendo con alfileres en el
piso, lo único que está entero es el forro, una gente me lo dio de una fábrica
que había cerrado, es un fieltro entero. No hay ningún diseño. Y no tenía la
menor idea de lo que era un patchwork. Todas las telas son usadas, lavadas,
planchadas y usé pedazos de fieltros en los lugares que me faltaban. De esto
hará unos 40 años.

113
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Glosario

ALAMBRE DE RIENDA. Alambre de hierro BOMBACHA. Calzón o pantalón bomba-


galvanizado de gran resistencia y alta cho. Prenda utilizada para tareas de
durabilidad, utilizado para sujetar el campo.
arranque de un alambrado.
BRIN. (del francés brin que significa ‘fi-
APLICAR. Poner algo sobre otra cosa o en bra’ o ‘filamento’). Tela de lino o cáña-
contacto con otra cosa. mo, ordinaria y gruesa, que se emplea-
ARPILLERA. Tejido de cáñamo o estopa
ba para forros y para pintar sobre ella
muy tosca que sirve para cubrir varias al óleo.
cosas para protegerlas del polvo y del CAMPAÑA. Campo, terreno extenso fue-
agua. Tela usada hasta hace pocos años ra de poblado.
para embolsar lana esquilada. CAMPERA. Chaqueta de uso informal o de-
BAYETA. Especie de paño o tela de lana portivo.
muy floja, tejida en punto de tafetán, CAPITONEADO. Técnica de acolchar una
sin abatanar, de calidad muy variada, prenda o colcha, de forma que la costu-
fabricada en todos los colores, estam- ra forme dibujos regulares en relieve.
padas, usada para vestidos, forros y
lutos. CASIMIR. Tela de buena calidad, de lana
muy fina, de tejido cruzado (que produ-
BOLILLOS, encaje de. Encaje realizado ce el efecto de líneas diagonales en la
con varias hebras que se arrollan a unos trama). Era muy apreciada la de color
bolillos; se entrecruzan entre sí for- negro, pero se fabricaba también en otros
mando torsiones, tramados, trenzados colores, o bien jaspeada, rayada, con
y otros puntos más complejos. franjas o acanalada, según las modas.

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COBIJA. Ropa de cama especialmente la do, cualquiera que sea la fibra que se
de abrigo, manta para abrigarse. emplee. Antiguamente había jerga de
lana, de seda, de hilo, de algodón.
COTÍN. Tela de lienzo rayada o con otros
dibujos que se usa comúnmente para cu- JUILLIARD. Marca de tela (tejido de pun-
biertas de colchones. to) de la empresa textil uruguaya
Sudamtex.
FIELTRO. Tela o paño de lana cardada,
borra o pelo, grueso y rígido, sin trama LIENZO. Nombre genérico de las telas de
ni urdimbre, no tejido sino unido o in- lino, cáñamo o algodón.
corporado con la fuerza del agua calien- LISTADO. Técnica. Tejido pintado con lis-
te, lejía o goma con la que van tupiendo tas de colores.
y apretando, de cuyo material se hacían
LUSTRINA. Tela generalmente de seda,
regularmente los sombreros, sobretodos
de apariencia lustrosa.
o capotes para la lluvia.
MANOS DEL URUGUAY. Asociación civil sin
FLEJES DE AMARILLO. Tiras de madera con
fines de lucro, fundada en 1968, que
las que se hacen arcos, usando las ramas
nuclea 17 cooperativas de producción
flexibles de amarillo, también llamado
en el interior de Uruguay. Reúne a mu-
palo amarillo (Terminalia australis).
jeres rurales, con la finalidad de ofre-
FRISA, FRISAR. Técnica. Sacar el pelo al cer capacitación y una fuente de ingre-
paño o bayeta. so para sus familias. Principalmente pro-
GUATA. Lámina gruesa de algodón en
duce y comercializa tejidos de lana.
rama, engomada por ambas caras, que MANTA MORA. Manta de color gris oscu-
sirve para acolchados o como material ro, violáceo, hecha de la unión de res-
de relleno. Hoy día también hay guata tos de lana, no es tejida. En un tiempo
sintética. muy común en la campaña uruguaya.
HILAR. Transformar una fibra textil en un Ver “himno” a la cobija mora, de Abel
hilo continuo cohesionado y manejable. Soria, en: www.reducativa.com.
JERGA O JERGÓN. Pieza rectangular de MERINO. Raza ovina productora de lana
lana generalmente cruda que se usa so- fina.
bre el caballo cuando se ensilla y tam- MIMBRE. Cada una de las ramas finas y
bién como abrigo en la cama. flexibles que produce la mimbrera, usa-
JERGA DE MERINO. Tela gruesa y rústica, das en cestería.
cuyo tejido forma rayas diagonales. La MUSELINA. Término genérico de todas las
palabra jerga no indica una tela en par- telas de algodón ligeras, finas y trans-
ticular, sino solamente la forma de teji- parentes producidas inicialmente en la

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India y conocidas con muchos nombres. PUNTO SMOCK. Punto para bordar que sur-
Fue objeto de preferencia para el con- ge en el siglo XIX en la campiña inglesa,
sumo de vestidos de señora, pañuelos o extendiéndose luego al resto de Euro-
cortinajes. pa. Primero se frunce regularmente la
PATCHWORK. Técnica de costura realiza- tela y luego se borda, fijando decorati-
da mediante la combinación y unión de vamente estos frunces.
retazos de tela. QUILTING. Acción de coser usando la téc-
PIOLA. Cordel o cuerda delgada que se nica de acolchar. Se utiliza para mante-
usa generalmente para atar paquetes. ner las diferentes capas de una manta
unidas. Etimológicamente, la palabra
PLASTILLERA. Arpillera hecha de mate-
colcha viene del latín culcita, que sig-
rial plástico.
nifica ‘cama’. Se tradujo como cuilte
PONCHO. Prenda de abrigo que consiste en en francés antiguo y a su vez fue adap-
una manta, cuadrada o rectangular, de lana tada el inglés para crear la palabra quilt.
de oveja, alpaca, vicuña, u otra fibra, que
RUECA. Instrumento para hilar, que se com-
tiene en el centro una abertura para la
pone de una vara delgada donde se pone
cabeza, y cuelga de los hombros general-
la materia textil y un huso para hilar.
mente hasta más abajo de la cintura.
SATÍN. Tela imitación del raso, con el de-
PONCHO PATRIA. Clásico poncho adopta-
do por los ejércitos nacionales con el recho brillante y el revés mate.
anverso de bayeta azul y el reverso de TRAPERA. Manta hecha de retazos o tra-
la misma tela colorada. Por su abrigo e pos de telas o prendas en desuso.
impermeabilidad ha sido el compañero
TRICOTA. De tricot, nombre que en fran-
inseparable de troperos y trabajadores
cés significa ‘género de punto’ y que por
rurales, que además lo utilizaban como
asimilación se aplicaba a todo tejido de
frazada.
lana.
PUNTO ARROZ. Punto de tejido que se
VELLÓN. Lana esquilada del lomo de un
hace a dos agujas, en el que en una ca-
ovino
rrera se teje sucesivamente un punto
hacia arriba y otro hacia abajo y en la VOLADO. Pieza fruncida de un solo borde
siguiente a la inversa. mediante una bastilla, se aplica gene-
PUNTO CADENA O CADENETA. Punto de bor-
ralmente en vestidos, colchas y cortinas.
dar que se realiza al insertar la aguja en ZARAZA. Tela de algodón muy ancha, tan
el mismo punto de salida, se forma un fina como la holanda, blanca con listas
“anillo” con el hilo por donde se pasa nue- de varios colores o con flores estampa-
vamente la aguja, formando la cadena. das sobre fondo blanco.

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119
Virginia D´Alto Oberti
Gestora cultural, artista textil.
Heredo el gusto por la costura viendo a mi
madre coser en su Singer a pedal. Luego
aprendí tapiz, patchwork, fieltro, diseño en
tapicería, tejido, crochet, teñido de lanas y
de telas. El aprendizaje de “hacer algo con
las manos y con lo textil” es una constante
en mi vida. En esta investigación sobre las
mantas traperas, descubrí el entusiasmo por
esta actividad en cada uno de los procesos,
muy enriquecedores en mi vida profesional
y personal.

Paula Larghero Pose


Montevideana de nacimiento y amante del
campo desde mi infancia. Me licencié en
Ciencias Antropológicas y seguí la orienta-
ción Arqueología. Siempre me interesaron
las telas, los tintes y las fibras textiles.
Uniendo mi vocación por la arqueología y
mi pasión por los tejidos, me especialicé en
el material textil, la vestimenta y su conser-
vación.
La búsqueda de mantas traperas me llevó
a recorrer kilómetros de caminos, a encon-
trar retazos perdidos de campo y a conocer
realidades socioculturales diferentes. Esta
investigación fue muy enriquecedora en
todo sentido.
PROYECTO PREMIADO POR EL FONDO
CONCURSABLE PARA LA CULTURA - MEC

Las humildes mantas traperas y las personas que las hacen protagonizan este trabajo de investigación.
Las autoras son cuatro mujeres especialistas en diversas disciplinas, pero hermanadas por su afición a
las labores de aguja. Juntas recorrieron el país, investigaron y reunieron principalmente en el Uruguay
rural, pero también en pueblos y ciudades, un rico puñado de entrevistas y testimonios, aromados por la
espontaneidad. Ellas incursionaron en un tema que bien puede considerarse inédito, en la medida en
que apenas aparece mencionado entre nuestras tradiciones de tierra adentro.
La historia de las mantas traperas está estrechamente vinculada a las grandes olas migratorias del siglo
XIX y parte del XX, que llevaron nuestro crecimiento demográfico a multiplicarse por 14 en solo 70 años.

Españoles, italianos, anglosajones y alemanes trajeron a Uruguay sus ansias de salir de una miseria
que los expulsó de sus países de origen y constituyeron aquí, junto con sus familias, una formidable
fuerza de trabajo.
También, claro, trajeron sus tradiciones y costumbres, y fueron las mujeres quienes con ingenio y horas
robadas al trabajo en el campo, el cuidado de sus hijos y las tareas domésticas cotidianas, emprendie-
ron la confección de las mantas traperas. Para armarlas, reutilizaban prendas usadas, arpillera, vellón
de oveja, retazos de tela. Era un trabajo duro, que durante décadas hicieron con materiales de desecho,
incluidas las piolas y las bolsas de yerba, azúcar o arroz y hasta agujas caseras fabricadas con alambre.
Pero de aquellas manos salían mucho más que unas simples prendas abrigadas. Eran sobre todo una
forma de ofrecer calor humano y amor.
Este libro es una forma de recuperar una tradición y estimular la creatividad de las nuevas generacio-
nes, que tienen a su alcance materiales que las pioneras ni siquiera pudieron soñar.

ISBN 978-9974-670-73-0

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