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LAS RELACIONES PERSONALES EN LA FAMILIA Y EN LA EDUCACION –AURORA BERNAL DE SORA

UNA MIRADA ANTROPOLOGICA

La filosofía del hombre o antropología estudia, entre muchos otros temas,


lo que el ser humano es, puede ser y debe ser. Este conocimiento es
importante para dirigir la actividad educativa. El que se dedica a pensar
sobre el ser humano está en unas condiciones óptimas de descubrir su
especial valor. Con el término "dignidad humana" nos referimos a ese
especial valor. Las categorías de persona, libertad, amor, identidad y
coexistencia expresan la realidad que somos y anhelamos mejorar hasta
alcanzar la excelencia y la felicidad. Al enfocar la familia desde estas
categorías antropológicas, encontramos un marco privilegiado. En la
familia puede entenderse, desde la experiencia y desde la reflexión teórica,
qué es eso de ser persona, qué es la libertad, cómo se puede vivir el amor,
cómo se reconoce la identidad, en qué consiste la coexistencia en la
experiencia.

Para llegar a ese entendimiento respondemos a dos preguntas


simultáneas: el qué y el cómo del ser personal, qué es ser persona y cómo
se va desvelando serlo. De ahí que las biografías, si están bien hechas,
no eludan las raíces familiares. El descubrimiento de lo personal por parte
de cada sujeto es un proceso educativo. Para comprender mejor qué es la
dignidad humana y las propiedades que manifiestan el especial valor del
ser humano por las que le llamamos persona, acudimos a la familia, en
cuyo seno se “generan” las personas.

Desde una argumentación que gira alrededor de lo que es la dignidad


humana, intentamos mostrar qué es la familia para procurar pensar cómo
podría ser la crianza de las personalidades que la conforman.

AMBITO DE LAS RELACIONES HUMANAS

El recorrido por las ciencias humanas que tratan el tema de la familia está
marcado por la alusión constante y básica a las relaciones personales.
Desde las ciencias humanas teóricas o desde la teoría de las ciencias
prácticas los autores inciden en qué y cómo se establecen las relaciones
interpersonales. Predomina la sociología con sus formulaciones sobre
cómo es el marco de las relaciones familiares. Nos encontramos con
expresiones de clasificación de la familia tales como: célula o unidad
básica de la sociedad, sociedad o comunidad primaria, espacio, institución,
sistema y escenario. La antropología social o sociocultural está también
impregnada de esta forma de ver la realidad.

Sea la familia sociedad, espacio o escenario en que se relacionan unas


personas, algo más habrá que precisar para diferenciarla de otras
sociedades, de otros espacios y escenarios. La clave para subrayar su
nota específica descansa en distinguir quiénes se relacionan y por qué;
ese porqué es el que da sentido a las otras características que
habitualmente se recogen a la hora de precisar qué es la familia, como lo
es la convivencia, situada espacio-temporalmente, en un hogar y por un
periodo largo, compartiendo la intimidad que alcanza a las dimensiones
afectiva y racional con el establecimiento de vínculos con cierto grado de
compromiso en mantenerlo.

La noción que más se aproxima a lo que se pretende describir desde la


antropología aunque se trata de una categoría sociológica es la noción de
ámbito. El ámbito es un espacio, considerado en sentido analógico porque
no consta de dimensiones físicas que está:
«Constituido por relaciones entre personas, que se fundamentan
cognoscitivamente en representaciones y que poseen la coherencia que
les proporciona las actitudes que entre sí mantienen los individuos, las
pautas institucionalizadas y las metas que de modo más o menos
permanente, se persiguen» .

En su dimensión interna el ámbito se traduce en un “nosotros”, un


encuentro entre personas. Las personas se relacionan con las cosas y
muestran su ser genuino especialmente cuando crean y transforman. El
ser humano se presenta de modo espléndido cuando aprovecha las
posibilidades para aportar algo nuevo de cierto valor; esa relación de una
persona con la realidad que le abre posibilidades de creación configura un
ámbito –así sucede con las creaciones culturales y artísticas; las
realidades que son fuente de posibilidades reciben el nombre de ámbitos
. Las personas suscitan entre sí ámbitos, si se buscan y se realizan en el
encuentro. En el hallazgo mutuo las personas descubren recíprocamente
las posibilidades entre las que sobresale crear relaciones de convivencia
que permiten facilitar que cada persona suscite lo mejor de sí. Esto se
suele comenzar en la familia. Por sus características elementales puede
configurarse en ámbito –como dice la sociología– de ámbitos –como dice
la antropología–, si las relaciones entre sus miembros se dirigen a
promover las posibilidades de los otros.

Como conclusión: LA FAMILIA ES UNA REALIDAD ANTROPOLÓGICA


(RELACIONAL) EXIGIDA POR LA CONSTITUCIÓN DEL SER HUMANO
(TAMBIÉN SER RELACIONAL).
2
2. Cfr. Martín López, E. (2000). Familia y sociedad. Una introducción a la sociología de la familia,
Madrid, Rialp, 46.

EL PARENTESCO FAMILIAR

La primera acepción de la voz "familia" significa la relación de las personas


en razón del parentesco que configura algún tipo de convivencia;
fenómeno transcultural y evidente, tan evidente como el suceder de las
generaciones. El parentesco supone un vínculo por consanguinidad,
afinidad, adopción, matrimonio u otra relación estable de afectividad
análoga a ésta.

La consanguinidad apela a la relación generativa de dos personas, varón


y mujer, que da lugar al nacimiento de otras personas que a su vez se
muestran relacionadas entre sí. Sin este referente los diálogos acerca de
qué es la familia resultan vacíos. Esa ligazón es la que da sentido al hablar
del resto de las posibles relaciones de personas en la familia: hijos
abuelos, tíos, primos, etc. Entre todas las relaciones familiares, la de ser
hijo es la más radical, en el sentido de raíz, todos los seres humanos son
hijos porque hay unos padres. A partir de ahí se establece la relación de
cada persona con sus hermanos, abuelos, tíos.

Esta consideración no excluye que en la vida ordinaria, en abundantes


casos, por ejemplo, los abuelos afirman a sus nietos más que sus padres,
o que un hermano sea el punto de referencia principal para una persona.
En otras ocasiones, decimos, y la expresión refleja la realidad, que ese
abuelo ha sido como un padre. “Se hace las veces de...” también en el
caso de la adopción. Nuestras referencias conservan la índole natural del
modo en que se produce la generación humana, condición suficiente para
distinguir la existencia de la familia.

El lazo entre generaciones es vital y universal. La vinculación del


parentesco es característica de todas las personas. La herencia genética
que conlleva sirve de substrato para comenzar a vislumbrar que cada ser
humano es único. El contexto en el que se produce esa singularidad
permite escudriñar lo personal del ser humano. Podría darse una
agrupación de personas por razón de parentesco que colaboren
mutuamente en satisfacer sus necesidades biológicas, de modo similar a
como proceden las especies animales. La comparación con los animales
destaca el aporte de lo cultural de la especie humana, ya que también se
satisfacen otro tipo de necesidades que contribuyen a la humanización.
La inmadurez con la que nacemos únicamente se solventa con los
cuidados de los progenitores en un periodo prolongado dando lugar a la
convivencia. Y con ese tiempo prolongado de crianza conseguimos no
sólo subsistir sino que también adquirimos cultura y se nos transmiten los
conocimientos heredados de las anteriores generaciones.

Por tanto, la peculiaridad de ese cuidado es la interacción que desarrolla


la dimensión espiritual del ser humano. Por esta razón se califica a la
familia de realidad originaria en la que emerge lo específicamente
humano. Lo instintivo de ese cuidado, lo que pareciera responder a
patrones biológicos, queda enseguida oculto y superado por lo que lo
que los seres humanos han inventado e inventan sobre para qué y cómo
tienen que velar unos por otros en la familia. Los vínculos naturales no se
establecen únicamente por razones de biología ni se reducen para la
satisfacción de las necesidades corporales, sino que se abre a
contenidos psíquicos y espirituales, a los modos de sentir y sentirse, a
los modos de conocer y conocerse, a los modos de querer y de quererse.
Las relaciones familiares se abren tanto que abarcan todas las
dimensiones de la existencia humana.

ESPECIFICIDAD DE LAS RELACIONES FAMILIARES

La evidencia de que la naturalidad de la familia no se debe medir sólo por


criterios biológicos es la variedad de formas en que las familias se han
establecido. El modo de las relaciones familiares se elige –elección
individual, grupal, cultural. Sin embargo, lo que observamos en cualquier
situación de que la elección por sí misma no da certificado de calidad a lo
elegido puede aplicarse a las relaciones familiares. Habrá que ver, bajo el
prisma que hemos adoptado, qué relaciones potencian lo personal y
cuáles no en la familia. La cuestión principal es entender qué hay o qué se
hace en la familia para que el ser humano se reconozca como persona.
Esa capacidad de reconocimiento diferencia al ser humano del animal. De
ahí deriva la declaración repetida sobre la familia como lugar de
humanización.

No todas las familias promueven lo relacional con la misma validez, incluso


algunas abocan a romperlo. Lo que hace que la familia no sea una
agregación de seres humanos por razones de mera subsistencia lo revela
el hecho de que en esa vinculación se persigan, puedan buscarse otros
fines. Nos unimos para que cada uno viva, o para que cada uno bien viva,
o para que cada uno viva bien. De suyo no son excluyentes los tres fines.
El primero se refiere a la subsistencia, el segundo al bienestar y el tercero
apunta a la incorporación de bienes superiores entre los que sobresale el
amor. El amor abarca un espectro de fenómenos humanos que arrancan
de la intimidad y se distribuye en su haz afectivo desde el gusto por
cualidades que nos satisfacen hasta el aceptar y darse a una persona por
ser quien es.

Las relaciones familiares tienen en sus extremos a sujetos que se pueden


afirmar recíprocamente por ser quienes son y no por ser como son, aunque
en la fluidez de la relacionalidad repercuta claramente cómo son los
individuos. Este principio se cumple para los cónyuges entre sí, para los
padres respecto a los hijos, los hijos respecto a los padres, los hermanos
entre sí, abuelos y nietos, tíos, sobrinos, primos, etc. Las posibles
afirmaciones de unos a otros se multiplican según los miembros de una
familia y se establecen con más o menos intensidad dependiendo de
muchos factores que enm arcan la cuestión fundamental para afirmarse
los seres humanos entre sí: elegir querer al otro y procurar todo lo posible
para promover su bien completo. A esta elección y a su mantenimiento se
le llama amor.

En el seno familiar, en este familiar ámbito, se desenvuelven los radicales


del ser persona, es lugar de coexistencia en el que es posible y natural –
propio de la naturaleza humana– el amor, para aceptar la existencia de las
personas y contribuir a su potencialidad. Se eleva la propia libertad –el
grado más alto de libertad consiste en disponer de sí para darse– y se
hace para promover la libertad del otro. Se comprende la gratuidad, la
reciprocidad. Se vive la dependencia recíproca de las personas que
fundamenta la pertenencia personal. Se hace de la dependencia ocasión
de independencia bien entendida, compatible con la vida social:

«El reconocimiento de la dependencia es la clave de la independencia» .

El vínculo “personal” no limita la acción sino que es fuente de acciones


personales. La familia, en ese sentido se puede entender como
comunidad; cada miembro transciende su yo y hace un “nosotros”. Cada
persona va más allá de sí cuando entra en comunión con otro yo: como
mujer, como marido, como padre, como madre, como hijo y como hija. De
esta comunión de un yo con otro yo, se pasa a la referencia de ese yo con
los otros yo como otros, fraguando comunidad. El yo se encuentra en el
nosotros de una manera más plena como persona. La persona buscando
el bien común no sólo no pierde el propio sino que confirma que es
persona.
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4. Cfr. MacIntyre, A. (2001). Animales racionales y dependientes. Por qué los seres humanos

PATERNIDAD Y MATERNIDAD

La conyugalidad es principio de familia. En la relación conyugal se realizan


y se enseñan dos asuntos intrínsecamente relacionados: ser cónyuge y
ser padres. En ambos casos se produce el reconocimiento y aceptación
como único y como diverso a otra persona: al otro cónyuge y a cada hijo.
La relación conyugal supone un reconocer y aceptar a otro como un único
de diverso sexo –un igual como persona, único como que es esa persona
y no otra. Sólo un varón puede ser el padre de ese hijo, sólo una mujer
puede ser la madre de ese hijo. La reciprocidad gratuita entre personas de
diverso sexo es reciprocidad de dos personas completas . Se confirma en
la generación aunque no se reduzca a ella.

Cuando un padre llama a alguien "hijo", “está llamando” a su madre y a su


consorte. Esa reciprocidad entre sexos funda el valor de los valores de la
dignidad humana: la vida.

En la maternidad se cumple lo mismo. El ejercicio de la paternidad hace


crecer las cualidades del varón padre. El hecho reconocido y ensalzado
siempre respecto a la maternidad de la mujer, se empieza a valorar con la
misma fuerza respecto del varón.

El hijo nace ya “respectivo” a sus padres y por esta razón quiere saber
quiénes son incluso en situaciones dolorosas. La afirmación del otro en la
relación conyugal hace posible la aceptación de un tercero. El
reconocimiento, la aceptación y la donación conyugal pueden trascender
hasta aceptar la vida de otra persona. La persona muestra con gran
plasticidad que es constitutivamente dialógica, abierta en su existencia a
otras personas, en su carácter sexuado, y en su origen para cuya
explicación se cuenta la historia de una mujer y de un varón. Describiendo
eso mismo, algunos autores definen al ser humano como "ser familiar"
entendiendo que su estructura íntima no es individual, sino familiar.

La reciprocidad de sexos se conjuga con la reciprocidad de generaciones.


De dos proceden muchos y mucho. La paternidad y la maternidad
continúan la generación en la educación de sus hijos. Padre y madre se
enriquecen educando a sus hijos en una tarea respectiva que sigue a su
ser recíproco como progenitores y además se enriquece la educación, con
dos puede lograrse con mayor calidad. Abundantes investigadores
subrayan la constatación de las tendencias diferentes del varón y de la
mujer a la hora de apuntalar la personalidad de los hijos. Se podría ampliar
este análisis entendiendo más a fondo qué es la identidad de género. Una
persona por ser varón o mujer tiende a poseer una serie de aptitudes,
actitudes y cualidades en potencia, que desarrolla o no, con una finalidad
u otra, que están intrínsecamente ligadas a otras cualidades que se
poseen y se adquieren por ser una persona y no otra. La convivencia con
diferentes personas goza de una gran potencialidad educativa. En el
ámbito familiar, además, comparece una dualidad de personas: el padre y
la madre. Esa riqueza de al menos dos personas se logra en la interacción
del padre y de la madre, dualidad personal a la que se le suma el valor de
tratarse también de una dualidad de género.

Si se reconoce al otro cónyuge como padre o como madre se acepta su


sexo entendiendo este proceso con un sentido personal y no sólo
sociocultural. El sentido personal arraiga en el amor –primera superación
civilizadora del instinto– porque se afirma al otro por ser quien es, un quien
que se posee y actúa para desplegar toda su posibilidad, en este caso
como padre y como madre.
En el ámbito de desarrollo de lo personal que no se constituye como
construcción de identidad que parta de cero o que pueda –sin fracasar–
prescindir de ser quien ya se es, se desvela esa faceta real en la que cada
cual asume su propio género en función de la relación que establece con
el otro. Se trata de una dualidad en relación. Se suele pensar que el éxito
de la unión conyugal se basa en que haya muchos puntos en común y el
mínimo de diferencias,

«pero la unión conyugal no se asienta sobre la mayor igualdad hasta la


identidad uniforme entre dos, que se miran desde la dualidad. Justamente
se basa en la unidad ínsita entre dos grandes diversidades humanas, ser
varón y ser mujer» .
7. Cfr. Viladrich, J. L. (2001). El ser conyugal, Madrid, Rialp, 53

SER HIJOS

Decir "ser hijo" equivale a definir la identidad dada y recibida, la identidad


que entendemos en razón del origen. Por ser quien es el hijo, merece un
origen a la altura de su dignidad personal. De hecho las relaciones
paterno-filiales pueden tener su principio en una generación efectuada en
condiciones muy variadas, inclusive indignas. Esta posibilidad no anula
que, por tratarse de relaciones entre seres humanos, reclamen el carácter
personal de los implicados. Lo exigen desde la perspectiva de su ser y por
tanto se les debe. Como ya se advierte siguiendo el hilo de las
explicaciones precedentes, lo personal se garantiza mejor si la paternidad
y la maternidad se asumen en un proyecto de vida de recíproca donación
al que apunta el modo mejor de familia.

La dignidad de la persona no depende de las circunstancias en las que ha


sido engendrado o de la cualidad de sus padres. Este tema teóricamente
está solucionado, no se es más por ser hijo de tal o de tal otro, en todo
caso se tiene más. Pero a cada cual, en su reconocimiento, le afecta saber
quiénes son sus padres. Cada persona aprende a conocerse
reconociéndose en los demás y esos primeros suelen ser los padres. El
sentido de pertenencia es importante desde el plano psicológico,
sociológico y moral. Reconocemos lo que somos desde la infancia porque
las atribuciones que nos hacemos coinciden en gran parte con las
atribuciones de los demás:
A las personas les da confianza saber que su origen fue en el seno de un
proyecto de amor, saber que son deseados por sus padres pero también
que son algo más que el deseo de sus padres. Eso legitima su índole
personal, su libertad. Confiere confianza saberse fruto de amor y
aceptación de ese fruto por parte de sus padres. Los hijos necesitan de
sus padres reconocimiento, seguridad, acompañamiento constante y un
trato por ser quien es, su hijo, y no ser querido en proporción a sus
cualidades. Es decir, cada persona acepta y tiene algo importante ganado
en su posición existencial cuando sabe de su origen, y este origen
responde a la donación mutua de un hombre y una mujer abiertos a
aceptar a quien proceda de su amor. La persona asume ser don en su
origen por la donación recíproca de dos personas que se quieren y en su
querer quieren al que engendren sin producirlo.

Cada persona supone la historia de la confluencia de un conjunto de


circunstancias irrepetibles y únicas para dar lugar a un ser y no a otro. Se
advierte un mayor misterio cuando el fruto de ese proceso no es un
individuo más o menos variante y diverso en la homogeneidad de una
especie, sino una persona cuya existencia transciende a la existencia de
un conjunto de factores biológicos que convergen aparentemente de forma
contingente; elementos necesarios para que exista un nuevo ser humano
pero no suficientes para explicar la libertad humana propia de cada quien
y de sus progenitores y antecesores a lo largo de la historia .

La donación en el origen de una persona, que es aceptada en todo lo que


es y puede ser, configura la continua donación que supone la maternidad
y la paternidad a lo largo de la vida de los protagonistas. Asumirlo es
también un proyecto vital que supone siempre de fondo actos de amor que
se expresan con el cuidado. Si admitimos la dignidad humana en su más
hondo sentido, el tema de su origen no es irrelevante ni en la teoría ni en
la práctica; si acogemos la dignidad de la persona no podemos reducir su
origen a una determinación natural en el orden biológico.
«es posible decir que una persona realmente sabe quién es y que es
sólo porque existen otros de los que puede decirse que realmente
saben quién es y qué es esa persona» .
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8. Cfr. MacIntyre, A. (2001). Animales racionales y dependientes..., 113.
El hijo expresa respecto a sus padres la relación de origen, y reconociendo
a sus padres comienza a reconocerse quién es. Eso, como ya se ha
explicado en líneas precedentes dice algo constitutivo de la identidad
personal. La persona se caracteriza también por reconocerse quién es y
no sólo cómo es. La primera cuestión del quién es constituye la referencia
al origen. Y esa relación se torna recíproca, lo cual significa que el carácter
personal de los extremos se asevera en la deuda que siempre un hijo
puede tener con sus padres y en el amor que les debe a lo largo de toda
su biografía. Ese reconocimiento impulsa desde la intimidad el talante ético
de las personas. Desde la antigüedad esa relación entre origen y deber se
ha considerado, observando su dimensión práctica como una virtud
denominada "piedad".

Saber el origen facilita elegir el fin, conducirse libremente y no sólo


independientemente. Sin ese origen el hombre se centra en sí mismo,
desarraigado y el desarraigo, lo sabemos, propicia gente que no se inserta
en al sociedad, ni hace familia . Si uno reconoce a un buen padre, entrará
dentro de su aspiración el ser también un buen padre. La confianza genera
la esperanza necesaria para hacer proyecto.
Cada cual se plantea: debo algo a alguien, mi proyecto arranca de
alguien.

«Los individuos logran su propio bien sólo en la medida en que los


demás hacen de ese bien un bien suyo, ayudándole durante los
periodos de discapacidad, para que él a su vez se convierta (...) en la
clase de ser humano que hace del bien de los demás su propio bien» .
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10. Ibídem, 128-129.
11. Cfr. Polo, L. (2003). Quién es..., 152.
El hijo percibe quién es por el afecto de sus padres que es el recurso
educativo de más impacto. El cariño muestra el amor y hace confiar y es
el colchón necesario para el ejercicio de la autoridad, la que lleva a hacer
y a elegir, la que lleva a orientar la propia afectividad con la razón de otro
hasta que se esté en disposición de conducirla por cuenta propia . Cuando
se establece ese clima de cuidado, de aceptación, de cariño, de esmero,
los hijos que desde muy pequeños observan e imitan a sus padres y se
comparan con ellos, interiorizan esa experiencia y el comportamiento
imitado les sirve de seña de identidad personal. El valor que atribuyen a
sus padres es el que les sirve de criterio para su autoestima personal . En
ese clima de protección ponen a prueba todo lo que experimentan,
adquieren el sentido de realidad, logran a través de las relaciones
familiares comenzar a valorar sus propios juicios prácticos, distanciándose
de sus deseos inmediatos gracias a la autoridad de sus padres.

Para ese desarrollo están comprobadas las ventajas de la estabilidad en


la unión de los padres, de ordinario consolidada por la institución del
matrimonio.
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12. En psicología, la investigación sobre las conductas de apego y su repercusión en el
desarrollo de la autoestima y autoconcepto refrenda este aspecto. Cfr. Alonso García, J.-Román
Sánchez, J. M. (2003). Educación familiar y autoconcepto en niños pequeños, Madrid, Pirámide.

13. Cfr. Polaino, A. (2003). La familia y la autoestima..., 33 y ss. Las actitudes de los padres
más recomendables para el desarrollo de la autoestima de sus hijos son: aceptación
incondicional, total y permanente de los hijos, independientemente de su forma de ser; afecto
constante, realista y estable; implicación de los padres respecto a la persona de cada hijo,
circunstancias, necesidades, etc; coherencia personal de los padres, un estilo educativo
(expectativas y límites claros); valoración objetiva del comportamiento de cada hijo motivando,
elogiando esfuerzo y logros, corrigiendo errores; dar seguridad y confianza.

14 . En psicología se usa el término "figura de apego estable" para describir el efecto que tiene
sobre los niños la referencia permanente a quienes les cuidan. En algunos naciones de larga
tradición divorcista –en el sentido de que ya se ha hecho costumbre– incluso se ensayan y
propagan políticas sociales en las que se fomenta el matrimonio, con leyes que lo protejan más.
Cfr. Skolnick, S. (2003). “Uncle Sam, Matchmaker: Marriage as a Public Policy” en Allen, W.D.-
Eiklenborg, L. (eds) Vision 2003: Contemporary Family Issues, Minneapolis, National Council on
Family Relations, 11-15. También se han planteado planes educativos preventivos del divorcio,
Cfr. Markman, H. J.- Stanley, S. M.-Kline, G.H. (2003). “Why marriage education can work and
how goverment can be involved : illustrations fron the PREP (the Prevention and relationship
Enhancement Program) Aproach”, en Allen, W.D.-Eiklenborg, L. (eds) Vision 2003:
Contemporary Family Issues, Minneapolis, National Council on Family Relations,16-26

PREDOMINIO DE LA AFECTIVIDAD COMO FUNDAMENTO DE LOS VINCULOS DE LO FAMILIARES

Si bien en la actualidad nos encontramos con planteamientos que para


comprender las relaciones entre géneros intentan prescindir de la
referencia a la conyugalidad, ésta sigue configurando desde dentro de la
lógica lo que significa ser de un género o de otro. En la actualidad hay
una especial dificultad para conocer a las personas de otro género
porque lo sexuado se ha reducido a lo sexual y esto a funcionalidad, a
criterios de utilidad, aunque sea asumida recíprocamente y disfrazada de
grata afectividad. Ya no se habla sólo de sexo, ni sólo de género sino de
orientación sexual con lo que se comprueba que en esas distinciones
que se realizan en aras de identidad se convierten más bien en objetos
de elección o de identificación elegida.

La zona personal de la vida se encuadra en los márgenes amplios que se


establecen con esfuerzo en el amor que conduce a estar dispuesto a
compartir biografía y no sólo rasgos psicofísicos. El resultado de reducir
una relación interpersonal a la utilidad –aunque sea elevada– es el
desconocimiento de las personas atribuyendo además al género un
significado distinto. Al respecto, nos ilumina la diferenciación de posibles
actitudes sociales que se han analizado desde la sociología a raíz de la
diferenciación de personas por su sexo. Se pueden examinar en la
familia así como su proyección en la sociedad. Las relaciones pueden
ser:

- coexistenciales: usar al otro como objeto,


- interesadas: cambio útil de favores,
- convivenciales: hay reciprocidad, afecto, comunicación,
- comunitarias: se incluye un proyecto de vida, de apertura a la
procreación, con sentido de permanencia, de servicio, de entregamiento
consolidado.

En la familia tienen lugar unas relaciones comunitarias si son las que rigen
la vida conyugal. Hacer comunidad y no sólo agrupación responde mejor
al modo de ser personal.

No está de más que para llevar a cabo esa vivencia hay que distinguir
amor de sentimiento, proyecto de vida compartido para fomentar lo
personal, de nido de bienestar afectivo. Lo primero asegura estabilidad, lo
segundo variabilidad continua. Con frecuencia se insiste en ver en la
familia una especie de refugio afectivo nutrido en todas las posibles
relaciones incluso las paternas. Los padres, en ocasiones buscan en sus
hijos una satisfacción medida en verlos como una prolongación de ellos.
El apoyo afectivo es la función valorada en primer lugar por muchos padres
e hijos tal y como muestran los sondeos sobre la situación de las familias.
Incluso en los intentos de definir qué tipo de comunidad es la familia, al
comprender las relaciones de afirmación recíproca entre sus miembros
que integran lo plural, lo diverso, el amor sólo se considera en su
dimensión afectiva de sentirse bien con el otro o de hacerle sentir bien al
otro.

La psicología abunda en describir el cómo de la dinámica afectiva de los


individuos y de las relaciones interpersonales. La insistencia constante en
el clima afectivo es un resultado hasta cierto punto lógico porque lo que se
observa con más facilidad son las emociones y sentimientos de las
personas. No obstante, la dimensión afectiva tiene su correlato con la
dimensión moral, con el uso de la libertad. La persona crece si integra todo
lo que es para actuar como quien es. Para propiciar esto hay que pensar
cómo ha de ser la familia. Tiene que tener un proyecto, unos fines –entre
los que destaca la propuesta de los valores– en función de los

Se prevé esta situación por síntomas tan patentes como la ausencia de


tarea común y de comunicación. Sin embargo, si se aporta ese esfuerzo
donante, la familia acoge a lo que siempre es radicalmente nuevo a lo largo
de la historia, a cada persona. Aceptar de esta manera exige un continuo
aprendizaje por parte de todos los miembros de la familia. En el seno
familiar es más hacedero que se valore a las personas. La valoración
forma parte intrínseca del amor y es el hilo mismo de la relación. El
ejercicio del amor conlleva un uso de la libertad que contiene todo lo que
la persona es, afecta especialmente a la integración de la afectividad en la
dimensión racional, intelectual y volitiva obteniendo el mejor partido. Se
comprende que la familia constituya un excelente lugar donde, junto a ese
desarrollo de la afectividad, puede tener lugar la educación moral en el
transcurso de la vida cotidiana.

LA FAMILIA AMBITO EDUCATIVO

va educación o su ausencia, no es una instancia neutra respecto a la


formación de las personas. Las relaciones se desenvuelven con el orden
y desorden, simultáneos, de la vida humana, conjugando contingencia –
lo que le ocurre a la familia desde fuera de las personas y podría haber
concurrido de otro modo– y la libertad (con la que en parte se gestiona lo
contingente y se asume lo necesario). Esa realidad no hay quién la
organice didácticamente. La familia de suyo es la escuela de la vida y
“hace” educación con la vida, con las relaciones entre sus miembros. De
cómo se establezcan esas relaciones –sujetas a la libertad de sus
protagonistas– depende la educación. Si las relaciones familiares se
fundamentan en el amor, potencian siempre al otro y esa promoción es lo
esencial de la actividad educativa.
Destacamos tres contenidos educativos que se deducen de esta especial
comunidad humana.

a) Se aprende a conducir la libertad, a contar con ella, a ensancharla, a


combinar dependencia con independencia y responsabilidad, se aprende
el control afectivo y la integración de la afectividad y su extensión hasta
el meollo de lo que es el amor. Se descubre la libertad en uno de sus
más costosos y dichosos actos como es el servicio a otros.

b) La familia es lugar de bienestar – ayuda a cada miembro a: nacer,


crecer, nutrirse, sentirse bien anímicamente – necesario para que la Para
que este cometido sea posible, la familia puede convertirse en el
escenario del vivir bien que, según la inspiración aristotélica, es a lo que
pueden también aspirar los actores de la escena familiar. El estar-bien
suele superar los inconvenientes del mal-estar. Las relaciones
intrafamiliares pueden establecerse por razones que se modelan más
allá de la buena vida y buscar la vida buena. Se aprende a resistir los
problemas, se aprende a sufrir con apoyo, con fuerza, con unidad . Se
aprende a confiar, a tener certezas. Se hace hábito de todo esto con
naturalidad, en un entorno en el que se facilita ser a cada uno como es y
en el que se puede aprender sin coacciones externas a ser mejor.

c) Se aprende a ser quien se es y, sabiéndolo, a crecer con equilibrio si


se tiene esa experiencia de ser amado incondicionalmente, que "cada ser
humano tenga raíces personales reales y se identifique identificando a
los “suyos”, con los que existe una copertenencia verdadera e
incondicional" ; como extensión del aprendizaje de la identidad propia se
aprende a aceptar la diversidad de las personas. Se aprende la
diversidad de edad, la diversidad de temperamentos, la diversidad en los
actos libres. Se aprende a aceptar y a ayudar a la persona discapacitada,
a las personas vulnerables, experimentándolo especialmente con los
niños, enfermos y ancianos. Y dada la aceptación de las personas se les
tolera pero sobre todo se les respeta.

d) Entre esa posible diversidad hay una específica de la familia, la


diversidad por sexo. Esa dualidad, varón y mujer, es origen de familia y
origen de sociedad. En el seno de la familia se puede aprender la
identidad sexual, las maneras diversas de reaccionar, de organizar la
vida, de tratarse;. Se aprende la equidad, la importancia de la familia.
y de la feminidad, la relevancia de ambas, en el ser padre y madre, en el
ser compañeros en el caso de hermanas y hermanos.

e) Se aprende a hacer de la sociedad comunidad. Tratar al otro por ser


quien es engendra un modo de conducirse, de desempeñar funciones con
constancia en virtud de un compromiso; y se aprende emulándolo.
Constituye una fuente de civilización. La familia es matriz de individuos y
de sociedad: puede ser molde de personas que se comportan como tales
y en este sentido la familia es el seno de una sociedad personalizada. La
civilización consiste en saber traducir en familiar lo no familiar . La
dimensión sociable de las personas se expande como solidaridad (aporte
a una comunidad de personas) y no sólo como socialización (adaptación
a un grupo y entorno). Se origina y nutre en la familia primordialmente si
esta se entiende y se emprende como un proyecto de vida en los términos
ya mencionados: reconocimiento y aceptación de quiénes son, acogiendo
su donación, la donación de diversos, por sexo, edad y libertad. La familia
se convierte en un ámbito privilegiado de vínculos entre personas con tal
fecundidad que se abre a otras personas en sociedad y se genera el
altruismo, una cultura de unión desinteresada con los demás. 23 . Donati, P.
(2003). Manual de Sociología de la familia, EUNSA, Pamplona, 21.

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