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Agradecimientos

Gracias a todo el staff de SO que ha formado


parte de este proyecto.
¡Disfruta de la lectura!

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Índice
Sinopsis .............................................................................. 4
Capítulo 1 ........................................................................... 5
Capítulo 2 …………………………………………………………….12
Capítulo 3 .......................................................................... 17
Capítulo 4 .......................................................................... 22
Capítulo 5 .......................................................................... 27
Capítulo 6 ......................................................................... 33
Capítulo 7 .......................................................................... 39
Capítulo 8 ......................................................................... 45
Capítulo 9 ......................................................................... 51
Capítulo 10 ........................................................................ 56
Capítulo 11 ....................................................................... 61
Capítulo 12 ....................................................................... 64
Capítulo 13 ....................................................................... 66
Capítulo 14 ........................................................................ 70 3
Capítulo 15 ....................................................................... 73
Sobre la autora... Laura Ellen Kennedy ............................. 83
Sinopsis

E
rica alcanza el séptimo cielo cuando se enamora de Jake, el
hermano mayor de Sally, su mejor amiga y, sobre todo, en el
momento en que descubre que él siente lo mismo por ella.

Pero todo se complica cuando Sally le confía un secreto familiar, y ella


se ve obligada a mentir a Jake para no traicionarla. Nunca hubiera
imaginado que estar enamorada del hermano de su mejor amiga fuera
tan complicado...

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Capítulo 1

E
ra la noche del baile de Halloween del año pasado, y la entrada
tenía un aspecto increíble. Una luz de plata procedente de las
arañas de luces se reflejaba en los espejos y calaba en las
suaves cortinas rojas de terciopelo. Sillas y mesas, pintadas de color
dorado, completaban la sensación de esplendor. Tras semanas de
trabajo y organización, lo más gratificante era verlo todo terminado. La
sala de actos se iba llenando, y al ver los gestos de aprobación de todos
los asistentes, pensé que podría estallar de orgullo.

Yo formaba parte del comité de organización, y todos habíamos estado


de acuerdo en que queríamos evitar las brujas, las calabazas y las
escobas tradicionales. Vale, admito que probablemente fue más
cuestión de vanidad que de creatividad u originalidad…, pero es que no
queríamos disfrazarnos de momias o de vampiros, ni perder la
oportunidad de estar glamurosas y de ver a todos los chicos vestidos de
esmoquin. Así que, al final, decidimos ambientarlo como un castillo
gótico. Y —no es por echarnos flores— hicimos un trabajo brillante solo
con el dinero que reunimos con la venta de entradas y las
recaudaciones de fondos.
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Me las había arreglado para sobornar con entradas gratis a unos
cuantos estudiantes de arte del instituto, que hicieron un trabajo
increíble cubriendo de oropeles el mobiliario y esculpiendo gárgolas de
piedras falsas y pasadizos abovedados. Pensé en todas esas horas que
pasamos al teléfono, suplicando y pidiendo firmas a la gente y
persuadiendo a los amigos y a los familiares de los estudiantes para que
también ayudaran… Supe que había valido la pena.

Después de ayudar a preparar todo, esa tarde, volví a casa lo más


deprisa que pude; estaba excitada. Y de vuelta en la entrada del hotel,
con mi mejor amiga, Sally, su pareja, Mark, y su hermano, Jake,
sinceramente, me sentí como una estrella en la gala de los Oscar… Una
alfombra roja en la entrada hubiera quedado genial.

—¡Erica, todo está precioso! —dijo Sally cuando entramos, en un grito


ahogado; me dio un pequeño abrazo y añadió en voz baja—: Y tú estás
guapísima —me agarró de la mano—. Vamos a pasar la mejor noche de
nuestra vida. Venga, pidamos que pongan la música…, quiero ver a
todo el mundo bailando.
No podía dejar de sonreír. Creo que nunca me había sentido tan feliz.

Ser el centro de atención no era algo que me sucediera a mí


normalmente. Y tampoco solía sentirme guapa, no como aquella noche.
Tenía mi pequeño grupo de buenos amigos del instituto, pero en el
colegio yo pasé desapercibida…; yo era la niña pequeña, pálida y pecosa
que nadie recordaría. No me malinterpretes, no es que me haya pasado
la vida deseando ser otra persona. Pasar inadvertido a veces puede
beneficiarte… Todas las chicas populares parecen esforzarse demasiado
para complacer a todo el mundo. Además, si alguna vez me sentía
injustamente tratada, mi madre me echaba un sermón, y me convencía
de que mis brazos y mis dos piernas funcionaban, que era brillante y
que tenía una familia que me quería y muchísimas cosas por las que
estar agradecida, y que era muy afortunada.

Pero todos los chicos querían a Sally. En realidad, todo el mundo quería
a Sally. Ella podía estar resplandeciente con cualquier cosa que se
pusiera, y tenía esa larga melena de pelo negro y brillante (me juró que
no había ningún secreto, pero aun así hice que me escribiera una lista
de todos los champús, acondicionadores y productos de belleza que
usaba, para probarlos uno por uno, a la espera de un milagro). Su piel
limpia y aceitunada, sus curvas femeninas y sus bonitos ojos oscuros
hacían que la gente advirtiera su presencia. Y por si no fuera suficiente:
era la persona más encantadora que conocía. Sin embargo, no era
consciente del poder que ejercía sobre las personas. Pasaba tantos días
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como yo frente al espejo rechazando su propia imagen. En cierto modo,
me sentía mejor cuando me confiaba que odiaba su nariz y sus rodillas
rechonchas… Si alguien tan perfecto como ella podía encontrar defectos
en su aspecto físico, quizá mis propios defectos no fueran tan malos
como yo imaginaba. Cuando deseaba ser más alta u observaba con
desagrado mi aspecto, me recordaba a mi misma que incluso Sally
podía tener defectos, y dejaba de preocuparme.

Por una vez, esa noche, no fui la mejor amiga feúcha. Sentí las miradas
curiosas de los que allí estaban. Me había teñido el pelo de un color
más oscuro y lo había convertido en una maraña de rizos. Con espíritu
gótico, me apliqué toda la sombra de ojos oscura y de color gris
plateado que pude.

Y sin duda, me encantaba mi vestido. Se lo tenía que agradecer a mi


hermana mayor, Tamara, con quien pasé unos días en su residencia
universitaria de Newcastle. Disfrutamos de un sábado estupendo
deambulando por la ciudad, comprando y sentándonos en las
cafeterías, y encontramos este vestido burdeos de aspecto antiguo en
una tienda de segunda mano. Me encantó, pero era como mínimo de
una talla mayor que la mía. A pesar de mis protestas, Tamara hizo que
me lo probara: dijo que era el color perfecto para mí y que solo quería
ver qué tal me quedaba. En el probador fue descorazonador descubrir
que me quedaba como un traje de payaso. Me llegué a preguntar si
merecería la pena engordar unos kilos para llenarlo.

Estaba pensando en todos los productos de Green & Black’s que tendría
que comer para engordar cuando Tamara decidió comprármelo. Por un
instante pensé que me había leído la mente, pero yo, en realidad, no
quería ganar peso. Entonces la miré con el ceño fruncido, confusa. Dije
que nunca me lo pondría, y ella soltó un discurso para convencerme de
que se pueden hacer arreglos en la ropa. ¡Qué mandona es!

—¿Cuántas veces se pueden encontrar vestidos tan bonitos como este?


Estarás preciosa con él… Solo tenemos que llevarlo a un modisto para
que te lo arregle, eso es todo. No será tan caro y, probablemente,
paguemos menos que por un vestido nuevo así de bonito.

Así que pagó y luego me llevó al sastre, y allí me cogieron el vestido con
alfileres. Lo dejamos allí, y aproximadamente una semana después
Tamara me lo envió a casa. Tenía toda la razón. Cuando me lo puse, me
sentí como si fuera otra persona. De hecho, la transformación me había
inspirado tanto que despertó en mí una vieja pasión: le pedí a mi madre
que bajara su vieja máquina de coser del altillo, junto con todos sus
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libros viejos de costura y los patrones, y me enseño algunas cosas
básicas. Reestrené un montón de ropa vieja. (Bueno, creo que me estoy
desviando del tema, como dice siempre mi padre cuando me gruñe por
mi «falta de concentración»). La cuestión es que ahora, en el baile de
Halloween, tenía la oportunidad de llevar mi fantástico vestido.

Puede que mi ego creciera en exceso, pero, en la limusina, Jake me dijo


que estaba estupenda y me pareció ver una mirada especial en sus ojos
que no había visto antes. Insistió en que no solo lo decía porque era
encantador y caballeroso. Entonces pensé que, quizá, estuviera
descubriendo algo nuevo en mí.

Fui su «pareja» en el baile. Más o menos. Técnicamente hablando. Sally


quería ir con su novio, y su hermano… Yo había dado por imposible
desde hacía tiempo que alguien me pidiera oficialmente que le
acompañara al baile. Cuando Sally me preguntó si quería que Jake
fuera mi «pareja», mientras una pequeña parte de mí se sentía ofendida
porque ella también había descartado que pudiera tener una cita con
alguien para esa noche, otra parte quería decir que sí sin pensárselo.
Así que, finalmente acepté.
Estaba tan eufórica, que dejé todas las escenas se rodaran una y otra
vez en mi mente…, como el montaje de alguna película mala… Yo y
Jake, riéndonos juntos por encima de la ponchera; Jake felicitándome
por mi habilidad gracias a mis talentos; yo y Jake bailando un baile
lento y mirándonos a los ojos…

Durante toda la noche, estuve alegre y distraída. Nos divertíamos


muchísimo bailando y hablando con todo el mundo. Estaba realmente
abarrotado de gente. Jimmy Burton, que iba a clase de derecho con
Sally y tenía fama de alborotador, había aparecido (venía del bar) con
una pandilla de viejos amigos, del equipo de fútbol. Empezaron a armar
escándalo y a meterse con un chico… Lo reconocí, era un compañero
del instituto, pero no estaba segura de cómo se llamaba, puede que
David. Era evidente que Jimmy se había apropiado de su monedero y
estaba hurgando en él y sacando sus objetos personales. El cuerpo
fornido de Jimmy se agitaba a la vez que reía, y el sonido de su risa se
oía por toda la sala a pesar de que la música estaba muy alta.

Entonces, David intentó recuperar su monedero, Jimmy se burló de él,


y no se impresionó cuando se acercó para reclamarlo. Jimmy decidió
jugar al béisbol con él. Algunos de sus amigos se prepararon para
seguirle el juego. El compinche más cercano de Jimmy, Alex, se abría
paso hacia atrás a empujones, hacia el final de la mesa del bufé, cerca
de donde estaba Sally, junto al ponche, hablando con nuestra amiga
Ruth, y empecé a notar una sensación desagradable en el estómago.
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Mientras yo avanzaba a toda prisa, Jimmy lanzó el monedero con fuerza
hacia Alex. No lo lanzó con puntería, sino que fue directo a la nuca de
Sally, justo cuando ella se acercaba una delicada copa de champán
para beber ponche (solo era una copa de plástico, pero duro y fino;
podía agrietarte la piel o cortarte fácilmente como el cristal).

Casi pude ver toda la escena desencadenándose en mi mente, como a


cámara lenta: el monedero golpeando a Sally, su cara estrellándose
contra su bebida, la copa de plástico rompiéndose en fragmentos
afilados que le atravesarían la piel, y la sangre en su barbilla. Sin
pensarlo demasiado, entré en acción. Ay, aún siento vergüenza cuando
lo recuerdo. Instintivamente, me lancé como un portero enloquecido, en
la trayectoria del monedero, ¡y mi mano hizo contacto! Dado que
siempre se me habían dado mal los deportes de contacto, me llegué a
sentir muy satisfecha conmigo misma. Observé con alivio como el
monedero cambiaba de dirección hacia la cara de Alex, y me pregunté si
lo mío no sería el fútbol.
Sin embargo, no puede evitar lo que ocurrió después. Me caí y me
estampé contra la esquina saliente de la mesa del bufé. No contábamos
con mucho presupuesto, por lo que las mesas no eran las más
resistentes, así que todo voló por los aires y los platos de comida y las
poncheras cayeron sobre mí. Sentí un dolor punzante; primero, en el
costado al caer sobre la mesa; luego, en el brazo, al aterrizar. Y se
produjo un sonido horrible y desgarrador. No quise pensar que podía
ser mi vestido llegando a su fin de forma prematura.

Fue un desastre: el silencio, todo el mundo se acercaba a mirarme y


estallaron risas y gritos. Una sala llena de gente riéndose de mí. Estoy
segura de que resultaba chistosa, pero yo no le vía la gracia. Estaba en
estado de choque, y no sé con certeza si habría podido moverme de no
ser por la ayuda de Sally y de Ruth, que me levantaron con agilidad y
me sacaron de allí.

No estaba gravemente herida, pero el brazo me sangraba un poco y me


dolía. Estaba cubierta de comida y de bebida por el pelo, por la cara y
por todo mi costado izquierdo. Me sacudí. El aire, a través de mi
precioso vestido, me producía una sensación desgarradora. Descubrí
que estaba roto. Aún podía oír la conmoción en el vestíbulo cuando
rompí a llorar. Sally, siempre tan amable, me llevó rápidamente al
lavabo de señoras.

—No te preocupes, cariño, este corte será fácil de limpiar…; no es grave.


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Y tampoco creo que te queden manchas en el vestido.

Sollocé mientras Sally arrancaba un montón de servilletas de papel del


dispensador y cogía un poco de agua. Mientras me limpiaba
suavemente, me vinieron a la mente imágenes de lo ocurrido. Observé
mi reflejo desaliñado en el espejo y levanté el brazo para ver los daños
que había sufrido mi vestido.

—¡Ayyy, Erica! —Sally se dio cuenta de lo que había pasado y miró


detenidamente la tela—. ¡Ah, no te preocupes, tiene arreglo! Has tenido
suerte, el roto está a lo largo de la costura… Puedes coserlo y apenas se
notará. Apuesto a que incluso puedo hacerle un buen apaño ahora con
algunos imperdibles. ¡Espera, tú quédate aquí y yo iré a buscar un
costurero y un estuche de maquillaje! —se aproximó con cuidado y tocó
la maraña pegajosa y apelmazada que había sido mi pelo, entonces me
miró a los ojos y sonrió—. No te preocupes, estarás lista en diez
minutos, te lo prometo—. Y estrechándome el brazo, dio media vuelta y
se fue.
En ese momento adoré a Sally, siempre guardando la calma ante una
crisis, con esa capacidad para tranquilizar que solo una madre podría
igualar. Pero para mí no había consuelo. Por unos segundos, presté
atención a mi vestido. Era como si todos mis sueños desaparecieran por
el desagüe. Me miré en el espejo y la extravagancia de todo aquello me
invadió. A decir verdad, no sabía si reír o llorar, y lo que salió de mi
interior fue una mezcla ahogada de risa y llanto.

A pesar de que apenas había tenido oportunidad de hablar con Jake en


toda la noche, de pronto volver a la fiesta era lo último que quería. El
estruendo de la música al otro lado de la pared se me antojaba extraño
y opresivo. Necesitaba escapar. Así que me quité todas las horquillas del
pelo, me lo enjuagué a conciencia en el grifo y me lo volví a recoger en
un moño. Entonces abrí la puerta y salí al vestíbulo, recogí mi abrigo
del guardarropa rápidamente y salí al aire nocturno. Había un banco
bajo un árbol, justo a la derecha del patio delantero del hotel, y fui
hacia él. Me senté, rodeé las rodillas con mis brazos y me aferré a mi
abrigo.

Hacía menos de dos horas, había salido del coche con muchas
expectativas, y ahí estaba ahora, pegajosa, empapada y sola. Alcé la
mirada hacia el cielo estrellado y eché a perder lo que me quedaba del
maquillaje con más sollozos.
10
Capítulo 2

S
i alguna vez te has descubierto mirando a un amigo al que
conoces de siempre y de repente lo ves, es decir, lo ves de verdad,
como si fuera la primera vez…, como si fuera de nuevo un
extraño y estuvieras redescubriendo todas las formas de sus facciones,
como nuevos tesoros… Si te ha ocurrido eso, puede que entiendas lo
que sentí el día que me enamoré de Jake.

Conozco a Jake y a Sally desde que tenía ocho años. Cuando se


trasladaron a mi calle, Tamara y yo llamamos a su puerta y nos
presentamos con el descaro propio de esa edad en la que uno todavía
no siente vergüenza. A partir de ese día, siempre salimos juntos: Jake,
que solo era un año y medio mayor que yo, Sal y yo, y Tam durante un
tiempo antes de comenzar la universidad. Tengo recuerdos de cuando
correteábamos por nuestros jardines jugando a la pelota o al escondite
por detrás de basureros y garajes.

Pronto, Sally y yo nos hicimos muy buenas amigas. Empezando el


instituto juntas, nos sentábamos una al lado de la otra en el autobús
todos los días y, por las noches, nos quedábamos un rato charlando en
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el portal de alguna de las dos, en su habitación o en mi jardín, según la
época del año. Ella era la primera persona a la que acudía cuando
estaba entusiasmada por algo o necesitaba quejarme o llorar. Acabamos
siendo como hermanas, solo que estábamos más unidas de lo que yo lo
estuve jamás con Tamara, porque éramos de la misma edad y
pasábamos por todo juntas.

La noche que todo cambió fue una noche de agosto, después de las siete
de la tarde, creo, porque la luz ámbar de la tarde estaba empezando a
tornarse de color oscuro del anochecer. Sally y yo estábamos tumbadas
en una manta sobre el césped de la parte delantera de mi casa, mirando
al cielo y hablando. Conversábamos sin parar sobre cualquier cosa,
desde cuál era el mejor bizcocho de chocolate hasta nuestras visiones
más profundas de la vida. Mi madre decía que no podía entender que
siguiéramos encontrando temas de que hablar, cuando prácticamente
pasábamos juntas cada minuto desde que nos despertábamos hasta
que nos acostábamos. Pero, de alguna forma, siempre teníamos tantas
cosas de que hablar como átomos hay en el aire.
Sally estaba colada por un chico llamado Mark. Estábamos imaginando
la forma de conseguir que le pidiera salir cuando el rostro de Jake
apareció sobre nosotras, suspendido en el aire.

—¿Qué hacéis, chicas? —preguntó.

—¿Ahora mismo? Estamos conociendo una nueva perspectiva de tu


nariz —dije, y alzó la mano a toda prisa para cubrirse la cara.

—Entonces, mejor nos sentamos. Y dejad ya de estar ahí tumbadas sin


hacer nada como… ¡como gandulas!

Lo dijo medio gritando y medio riendo, y yo me di en la cabeza por


haber dejado que mi boca hablara otra vez por su cuenta antes de que
mi cerebro tuviera la oportunidad de detenerla.

—Perdona… —Sally y yo nos sentamos en la manta para que Jake se


uniera a nosotras—. Solo bromeaba, ya sabes, tú nariz es estupenda,
quiero decir que está bien, en fin…

Lo mío no era la oratoria. Sally intentó rescatarme.

—¡Erica! ¡Chist! ¡Déjalo ya!

Puso bizcos los ojos, luego se giró y empezó a hablar con Jake sobre
algún negocio familiar o algo así, y yo miraba hacia abajo e intentaba
que mi cara roja recuperase su color ¡Qué pava!
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Cuando alcé de nuevo la mirada, vi que Jake se reía de algo que estaba
diciendo Sally, y una sonrisa increíble apareció fugazmente en su
rostro. Mientras le observaba, la fuerza de esa sonrisa me recorrió todo
el cuerpo y fue como si me hiciera dar vueltas. No sé por qué, teniendo
en cuenta lo bien que lo conocía, al tiempo que sus ojos oscuros
brillaban, mi corazón latía desenfrenado. No podía apartar la mirada,
así que me quedé observándole. Era como si me estuviera empapando
de él. Su pelo moreno, húmedo porque había estado nadando, ya lo
tenía un poco largo, de manera que se rizaba en las puntas y se le
pegaba a la cara y al cuello.

En cierto modo me quedé paralizada, acalorada y mareada al mismo


tiempo. Mi corazón latía rápido y fuerte, y solo le prestaba atención a él,
al nuevo Jake, que había pasado de ser un niño grande y familiar a un
hombre de diecinueve años en un décima de segundo, justo delante de
mí. No podía evitar mirar sus hombros anchos y musculosos mientras
se inclinaba hacia delante, con las piernas cruzadas y los codos
apoyados sobre sus rodillas. Estaba jugueteando con una brizna de
hierba que había arrancado del suelo. Incluso sus manos y sus
muñecas me parecieron, de repente, preciosas.

Estaba totalmente confusa. Había entrado en un universo paralelo


donde todo lo encontraba alterado…; ¿por qué nadie más lo había
notado? ¿Qué estaba ocurriendo? Me producía terror la posibilidad de
que esta necesidad de alcanzarlo y tocarlo me anulara el cerebro y mi
brazo saliera disparado y le agarrara antes de que yo pudiera detenerlo.

—¿Te encuentras bien?

De repente, me di cuenta de que Sally me estaba mirando…


Seguramente tenía los ojos como platos, como una completa idiota. El
hechizo se rompió, pero yo me sentía como si me hubieran dado una
descarga eléctrica.

—Ejem, sí, claro —murmuré—. Quiero decir, no, de pronto me siento


un poco rara. Esperadme aquí, voy por un vaso de agua o, mejor, por
algo con mucha azúcar o cafeína o…—. Me erguí sobre mis pies, y me
dirigía hacia la puerta cuando caí en el que debía ser educada y me
giré—. Ah, ¿queréis algo de beber?

Pero creo que no escuché las respuestas. Estaba como aterrorizada o


excitada, o simplemente rara. Todo había cambiado de golpe y no
estaba segura de si era transitorio… No lo parecía. Aún no puedo
explicar qué ocurrió, pero recuerdo que esa noche (o más bien unas
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cuentas noches más) fui incapaz de dormir porque estaba pensando en
Jake. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía. He de decir que de forma
totalmente escurridiza e involuntaria, sonriendo, y riendo, e
increíblemente maravilloso. Me pregunté cuándo le volvería a ver. Pero
entonces pensé en Sally y en la reacción que tendría si descubriera lo
que me pasaba, y eso hizo que me sintiera rara. ¿Y si lo descubría
Jake? Quizá, él me viera como otra hermana pequeña. Después de todo,
éramos prácticamente miembros de la misma familia (mi madre y la de
Sally decían que bien podríamos ser hermanas Sally y yo). ¡Ay, Dios!
Creo que al final quedé dormida de agotamiento imaginando lo duro que
iba a ser guardar este secreto.

Bueno, lo hice durante los dos meses más largos y angustiosos de mi


vida. Cada día en el instituto, cuando nos juntábamos con nuestros
amigos y ellos se comportaban con inmadurez, yo los comparaba con
Jake. Algunos de los más guapos eran los peores; trataban a las chicas
como basura porque creían que podían permitírselo. Y los demás no
eran más que unos idiotas; excepto algunos. Me recordaban a cachorros
alterados, corriendo por las paredes o cayéndose…, solo que sin gracia.
En contraste, Jake era diferente. Parecía que él nunca necesitaba
ponerse chulo para impresionar a nadie. Era fuerte, pero no idiota, ni
iba de macho como los chicos que se metían en peleas deliberadamente
o cometían absurdas proezas para demostrar lo duros que eran o la
cantidad de dolor que podían aguantar.

Cada vez que le veía estaba un poco más guapo que la vez anterior, y
siempre que era dulce, amable o educado admiraba que no intentara
esconderse con temor a lo que los demás pudieran pensar.

Me enamoraba cada día más. Pero cuando me senté en ese banco, fuera
del hotel Broadwich, en la semioscuridad, por primera vez en todas
aquellas largas semanas, me di cuenta de lo ilusa y tonta que había
sido albergando la esperanza de que pudiera llegar a gustarle. Después
de esta noche, iba a ser el hazmerreír del instituto. Me cubrí el rostro al
recordar lo sucedido, los gritos y las burlas. Me consolaba pensar que
solo quedaban un par de trimestres de curso.

Planificaba cómo podría ir a clase minimizando el riesgo de que me


vieran o hablaran cuando oí que alguien me llamaba. Me encogí aún
más haciendo un ovillo y me quedé en silencio. «Si cerrara los ojos con
la suficiente fuerza, a lo mejor podría desaparecer», pensé. Pero
entonces, ahí estaba Jake.

—¡Por fin te encontramos, te hemos estado buscando todos! Sal está


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desesperada —no respondí, estaba demasiado cansada. Acomplejada,
puse una mano sobre mi pelo recogido y enmarañado, y Jake se sentó a
mi lado. Cuando me miró, su voz se suavizó—. ¡Estás llorando! No te
preocupará lo que ha pasado ahí adentro, ¿no? Se lo están pasando
genial, ya se les ha olvidado… Anda, vuelve a la fiesta.

Estaba siendo más dulce que nunca, pero no podía decirle lo que
realmente iba mal. «¿Por qué me compadecía tanto de mí misma?», me
preguntaba.

—No creo que pueda. No me preocupa lo que la gente piense —mentí—.


Pero esta noche las cosas no han salido exactamente como lo había
planeado —hice lo que puede por sonar graciosa—. No pasa nada. Es
solo que estoy algo… agotada, ¿sabes?

Pensé otra vez en lo que había deseado que pasara, como si lo viera a
través de unos cristales empañados: yo, con aspecto de estrella de cine,
bailando con Jake, mirándole a los ojos… ¡Por supuesto que las cosas
no habían salido como yo había planeado! Vaya, qué idiota y qué
infantil era. No pude evitar ponerme nerviosa otra vez, y cuando Jake
puso la mano sobre mi hombro, un escalofrío indescriptible me recorrió
de arriba abajo.

Levanté la mirada hacia él. Estaba alucinante con el esmoquin, y su


rostro hizo que me sintiera como un flan. Su nariz y su mandíbula
pronunciadas, sus labios carnosos, y sus ojos bonitos y tiernos que me
miraban con comprensión me hicieron perder el sentido por un
momento.

—Jake, yo… —no podía creer que fuera a decírselo, pero sabía que las
palabras estaban a punto de salir disparadas—. Deseaba que
bailáramos juntos. Este maldito vestido… Quería que no me vieras solo
como la amiga rara de tu hermana pequeña. Pero todo salió mal, y aquí
estoy con una pinta espantosa, y probablemente me odies por haber
dejado plantada a Sal sin decirle nada…

Bajé la mirada, avergonzada, consciente de que iba a lamentar este


momento más tarde. Pero entonces Jake extendió la mano y me acarició
la cara con delicadeza. Sus dedos se encorvaron formando una pequeña
cuna bajo mi barbilla, y me giró la cabeza para que le mirara a los ojos.
Creí que iba a desmayar. Cuando le miré a la cara, su expresión no
estaba cargada de pena, como yo esperaba; sus ojos brillaban y me
estaba sonriendo.

—Erica, no tienes una pinta espantosa. Estás muy guapa. Siempre lo


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estás. Y en este momento, más que nunca. Porque tu pelo enmarañado
y tu rostro churretoso demuestra que eres una amiga leal, que siempre
estarás ahí para ayudar a Sal cuando te necesite. Te preocupó que
fuera a hacerse daño e interviniste para protegerla. Eso es más
importante que tener el pelo perfecto o un vestido precioso —se detuvo
un segundo y creo que mi corazón también dejó de latir—. Además, no
pienso en ti simplemente como la amiga de Sal desde que teníamos…
unos catorce años. Quizá siempre he tenido la esperanza de que
pensaras en mí como algo más que el hermano de Sal…

Yo sonreía mientras intentaba asimilar lo que decía. Todo este tiempo…


¿Había estado esperando a que yo me fijara en él? No podía creerlo. No
quería moverme ni decir nada por si acaso lo había oído mal o él estaba
bromeando.

Alargué el brazo, temblando, para tocar su mano, que seguía ahuecada


bajo mi barbilla, y nuestros dedos se tocaron. Cerré los ojos por un
instante mientras ponía su otra mano sobre mi rostro. Me sujetó la
cabeza con mucha suavidad y con los pulgares limpió los restos de mis
lágrimas. Mi piel parecía bailar. Cuanto más se acercaba a mí, más
surrealista parecía todo aquello. Se inclinó y sus labios rozaron los
míos. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo hasta los pies. Me besó
suavemente en la mejilla, luego en la otra, y entonces las yemas de los
dedos descendieron por mi cuello acariciándolo y, lentamente, encontró
de nuevo mis labios y nos besamos. A pesar de la brisa fría de la noche,
nuestros labios estaban cálidos. Los besos de Jake eran ligeros y
pasionales. Tenía todo un mundo por explorar.

16
Capítulo 3

A
brí los ojos. Rayas finas de la luz de la mañana decoraban la
pared de mi habitación a través de las persianas. Todo parecía
estar igual, pero yo era distinta. Por una décima de segundo
imaginé que la pasada noche había sido un sueño. Pero ahí estaba mí
vestido, hecho jirones y rasgado, con manchas de comida, y ahí estaba
la chaqueta de Jake colgada en el perchero.

Él había intentado una vez más persuadirme para que volviera al baile
y, cuando me negué (¿a quién le podía importar un baile aburrido
después de un beso como aquel?), le envió un mensaje a Sal para
avisarle de que yo estaba bien, y caminamos hasta la estación para
coger un taxi de vuelta a casa. Pasé frío en el taxi, incluso con la
chaqueta puesta, y Jake me cubrió también con la suya. Fuimos todo el
camino cogidos de la mano, y no podía dejar de observar nuestros
dedos entrelazados para asegurarme de que era real. Cada vez que
miraba hacia él, lo encontraba sonriéndome. Pagamos al taxista, Jake
me acompaño hasta la puerta de mi casa y me dio un beso de buenas
noches, el beso de buenas noches más increíble del mundo. 17
Abrí las ventanas y me asomé a la claridad otoñal. Luego, volví a
meterme en la cama y me acurruqué bajo el edredón, sonriendo con
profunda satisfacción mientras recordaba mi última visión de Jake.

Mi móvil dio un pitido y di un salto para cogerlo y leer el mensaje.

J: ¿TE VIENE BIEN PASARTE POR MI CASA? HACE UN BUEN


DÍA PARA PASEAR. XXX

Me había leído la mente. Escribí media palabra de mi respuesta y


escuché otro pitido.

S: HOLA, ESPERO QUE ESTÉS BIEN. NO TE PERDISTE GRAN


COSA. Y NO TE PREOCUPES, NADIE SE ACUERDA DEL
INCIDENTE.
¿TE HACE UN CHOCOLATE CALIENTE EN EL CENTRO, DENTRO
DE UN RATO?
De repente me atormentaron los remordimientos. Estaba a punto de
arreglarme para ir a ver a Jake, sin pensar en que aparecería en su
portal como había hecho veinte millones de veces antes... Solo que esta
vez iría para verle a él, no a Sally. Me di cuenta de que podía llevar los
zapatos cambiados de pie sin darme cuenta. ¡Ay, Dios! Como dijo
Raymond Chandler en The One Where Joey Moves Ouw «abres la lata y
gusanos por todas partes».

¿Y si Sally no lo aprobaba? Ella era la persona más importante de mi


vida… Siempre habíamos estado ahí, la una para la otra… Pero estaba
tan concentrada en lo que había ocurrido la noche anterior que ni
siquiera había pensado en lo que podría suponer para Sally mi cita con
Jake. Si las cosas entre nosotros no salieran bien, se enfadaría
conmigo, o con él. Aunque ninguno de los dos hiciera algo mal, si
cortábamos, todo sería muy violento y no me sentiría capaz de aparecer
más por su casa… Estos pensamientos me inquietaban cada vez más, y
comprendí que tenía que solucionarlo cuanto antes, así que le envié un
mensaje a Jake:

E: ACABO DE QUEDAR CON SAL. ¿ESTÁS LIBRE ESTA TARDE


A ESO DE LAS CINCO?

Jake respondió que genial y que vendría a buscarme, así que le


respondí a Sally:
18
E: UN PLAN ESTUPENDO. TENGO QUE DUCHARME. TE VEO
EN CUARENTA MINUTOS.

Estaba nerviosa: era una situación muy extraña. Parecía que se trataba
de algo simple, lo había hecho un montón de veces, quedar con Sally e
ir en coche al centro a tomar algo, pero me sentía nerviosa. Sally me
esperaba en el coche, moviendo la cabeza al ritmo de su horrible
música house, y cuando me vio acercarme, sonrió y me dedicó un
alegre y cursi gesto de aprobación. No pude evitar devolverle la sonrisa.
Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta.

―¡Abróchate el cinturón, nena! Vamos disparadas a Coco’s a tomar un


café con sirope de chocolate.

Y con un volantazo diestro y rápido, salimos. Aparcamos en la plaza del


mercado y fuimos caminando hasta el cajero automático. Allí, Sally el
silencio.
―Estás muy callada, no estás preocupada por lo que ocurrió anoche,
¿no? Sé que fue horrible que todo el mundo se riera, pero fue una
reacción natural, ¿sabes? Una vez que recogieron las cosas, todos
preguntaron por ti; estaban preocupados por cómo te encontrabas.
Bueno, todos menos Jo Davy, que estaba un poco agitaba. Pero, de
todas formas, es una imbécil, y todo el mundo lo sabe. Nos lo pasamos
genial hasta que ocurrió… Intenta recordarlo. No fue tan divertido
después de que tú te fueras.

¡Qué buena era Sally! Contaba la verdad de la manera más dulce


posible para hacer que me sintiera mejor.

―Oh, fue mortificador. Seguro que me van a conocer como ‹‹el bicho
raro que aterrizó sobre el bufé en el baile de Halloween›› durante lo que
queda de curso. Pero bueno, puedo reírme de mí misma. De todos
modos, si la cosa se pone demasiado fea puedo emigrar.
Probablemente, en Australia aún no se han enterado de lo que pasó.

Nos reímos y nos cogimos del brazo mientras caminábamos los últimos
metros hasta Coco´s.

Coco´s es el mejor sitio de cafés y de tartas de la ciudad, y, quizá, el


mejor en el que he estado en mi vida. Está en la parte más recóndita de
la ciudad, cerca de la iglesia, y es descaradamente golosa... No creo que
puedas encontrar muchos tentempiés salados, pero hay tartas,
19
bizcochos y pastelitos recién horneados, y el repertorio siropes, salsas y
cremas más variado que he visto nunca. Entramos y nos acercamos a
la barra, envueltas en una atmósfera cálida, dulce y con aroma a leche.
Se podía escuchar un suave murmullo mezclado con el ruido de la
máquina de café.

Nos sentamos con nuestras bebidas y con un trozo de tarta de


manzana y dulce de leche para compartir, y me sentí culpable por dejar
tirada a Sally la noche anterior.

—Siento mucho no haber vuelto al baile después del incidente. Gracias


por intentar arreglarlo, estuviste genial, pero es que no pude afrontarlo.
Sabía que necesitaba unas horas para recuperar mi sentido del humor,
y para entonces ya se habría acabado la fiesta...

Sally parecía sorprendida.

—No, no, no seas tonta, lo entiendo perfectamente. Perfectamente. Solo


me sentía mal porque tu noche acabara así después de todo el esfuerzo
que hiciste para que todo el mundo se lo pasara de maravilla.
—Bueno, en realidad... —sentí que se me encendían las mejillas
mientras lo decía—. La noche no resultó tan mal después de todo.

No pude reprimir una sonrisa, y las cejas de Sally se levantaron.


Poniendo cuidado en no atragantarse, puso la bebida sobre la mesa con
seria resolución y con una sonrisa socarrona que me indicó que yo no
iría a ningún sitio hasta que me explicara por completo. Ya estaba. No
había marcha atrás.

—Erica Mitford, desembucha, ahora mismo. ¿Qué hiciste? Jake me


envió un mensaje diciendo que iba a llevarte a casa en un taxi.
¿Cambiaste de idea y te fuiste a algún otro sitio?

—No, no, es verdad que me llevó directamente a casa, no es que nos


fuéramos por ahí ni nada. Paseamos y hablamos y eso, y Jake fue
realmente dulce y me hizo sentir mejor y fue... bonito. Un final
realmente bonito después de todo.

Recordándolo se me hizo un nudo en la garganta, estaba feliz, y no


podía evitar ruborizarme, a pesar de que me preocupaba que a Sally no
le sentara bien. No le podía mirar a la cara.

—No lo pillo, ¿quieres decir qué...? —Sally estaba intentando darle


sentido a mis palabras atropelladas—. Erica —se inclinó hacia delante
para leer mi expresión y levanté la mirada, aún colorada y nerviosa —.
¿Tú y Jake?
20
No podía hablar. Solo asentí, y me sentía tan abrumada que tuve que
tragarme algunas lágrimas. Pero tenía que recobrar la compostura; se
lo debía.

—Sally, creo que yo también le gusto, estamos como… juntos..., creo —


me encogí de hombros, como si eso quitara importancia a lo que
pretendía explicarle—. Pero escucha —la miré a los ojos y estaba
seria—. Si se va a hacer raro para ti, no tenemos por qué ser..., es
decir, no quiero que las cosas se compliquen, es muy importante para
mí. Ni siquiera sé si realmente significa algo, fueron solo unos cuantos
besos... ¡Ay, qué rara me siento contándotelo!
Me cubrí la cara con las manos y entre los dedos busque qué la
expresión atónita de Sally, que lentamente se convirtió en una amplia
sonrisa y emitió un grito.

—¡¡¡Erica!!! —extendió la mano desde el otro lado de la mesa y me dio


con el puño en el hombro—. ¡Eso es estupendo! —no quería creer que
lo había oído bien— ¡Lo digo en serio! —dijo—. Siempre pensé que
podría haber algo entre vosotros dos, pero ambos sois tan tercos y
reservados... Creo que es genial, de veras. Y te preocupas demasiado.
¡Saldrá bien! Además, podemos quedar todos juntos —guardó silencio
durante unos segundos y volvió a gritar—: ¡Podemos organizar citas
dobles! ¡Será divertido!

Me agarró las manos y las agito llena de entusiasmo, como un niño


pequeño. Qué aliviada me sentí. Entonces hizo una mueca.

—Aunque no sé por qué querrías besarle ¡puaj! —sacó la lengua y se


metió los dedos en la garganta—. ¡Qué asco!

21
Capítulo 4

M
e estaba mirando al espejo y retocándome el pelo por
decimoquinta vez cuando Jake llamó a la puerta. Mi corazón
se agitaba enloquecido como un pez fuera del agua. Bajé
corriendo las escaleras y al llegar abajo casi me estampo contra la
puerta principal de la prisa que llevaba. Pensé que debía
tranquilizarme.

Cuando abrí la puerta, allí encontré a Jake, que me sonrió con las cejas
arqueadas.

―Probablemente, habría esperado, ya sabes —dijo—, incluso si


hubieses tardado todo un minuto para llegar a la puerta.

—Pasa.

Me sonrojé y me volví hacia la cocina. Mi madre y mi padre estaban


sentados en la mesa manteniendo una conversación, vasos de vino en
mano, en un ambiente cálido, y las cacerolas borboteando en la lumbre.
Mamá se volvió y nos miró detenidamente.

―¡Hola, Jake!
22
Le observó de manera inquietante y pareció que iba a acercarse, así que
me apresuré hacia la puerta empujando a Jake hasta casi hacerle caer.

—Vamos a dar un paseo rápido, volvemos enseguida —grité, y cerré la


puerta antes de que mi madre se pudiera entrometer (suele ser rápida
cuando quiere cotillear).

Al final del camino que llegaba a mi casa, Jake me rodeó con el brazo y
me atrajo hacia él. Una sensación de calor me recorrió el cuerpo. Puse
mi mano alrededor de su cintura, y paseamos así, agarrados. Levanté la
mirada hacia él y se inclinó para besarme. Era bastante difícil caminar
así, y el beso pronto se disolvió en risitas. Todo me resultaba muy
natural, pero a la vez extraño. Después de todos estos años, ahora
éramos algo más que amigos. Y era real. La noche anterior no había
sido solo un momento de locura.

—¿Qué tal en Coco’s? —preguntó Jake.


—Bien, gracias... —me puse nerviosa otra vez, sabiendo que Sally debía
de haberle mencionado dónde estuvimos, porque yo no lo había hecho—
. ¿Viste a Sally cuando volvió?

—Sí. Dijo que si no me portaba bien contigo me estrangularía mientras


durmiera.

—¡Ji, ji! ¡Será burra! —pero no pude deshacerme de la preocupación—.


No estaba enfadada, ¿no? Qué alivio sentí cuando vi que reaccionaba
bien... Es que es mi mejor amiga, ya sabes. Y tengo miedo de que las
cosas se compliquen... —dije atropelladamente.

Jake me giró para que le mirara a los ojos. Habíamos caminado hasta la
puerta del cementerio, y nos resguardamos en una pequeña casita.

—Te preocupas demasiado, Erica. Nada va a ir mal. Nunca haría nada


para hacerte daño, lo sabes.

—Lo sé —asentí.

Su dulzura me tranquilizó un poco, pero en el fondo sabía que uno no


puede hacer ese tipo de promesas. Nadie puede saber lo que depara el
futuro, y, muy a menudo, hacemos cosas que hieren a las personas
queridas simplemente porque a veces no lo podemos evitar. Jake apoyó
la mano con ternura en mi cuello, y sus dedos juguetearon con mi pelo.
Nos volvimos a besar, y le di la razón. ¿Qué sentido tenía preocuparse
23
por algo que no había ocurrido?

Atravesamos el cementerio y subimos a la colina, nos sentamos en la


hierba ligeramente húmeda y vimos caer la noche. No sentía frío. Me
encontraba segura, feliz y cálida mientras hablábamos cogidos de la
mano.

Eran casi las ocho cuando volvimos a nuestra calle. No quería que se
fuera y nos quedamos un rato más juntos. Él tenía que trabajar al día
siguiente. Estaba sacando algo de tiempo antes de retornar la
universidad y hacía todos los turnos que podía como enmarcador de
cuadros, en una tienda de arte de la ciudad, para ganar dinero.
Quedamos en vernos cuando saliera del trabajo a las cuatro de la tarde.

A partir de entonces, nos veíamos todos los días, y era como si tuviera
una nueva casa. No había ninguna persona con la que me sintiera más
segura que con Jake. No podía concebir cómo había vivido mi vida
antes, como una vida en blanco y negro.

La noche del cinco de noviembre, Sally, Mark, Jake y yo fuimos a ver los
fuegos artificiales al colegio del barrio. Tenía mis dudas sobre el plan...
Mi madre y, quizá, mi padre estarían allí, y habría muchos niños
correteando por allí, y probablemente con sus abuelos. No era un plan
genial, pero resultó divertido. Mark condujo el coche hasta el pueblo
siguiendo las instrucciones de Sally. Se peleaban en broma y se ponían
los ojos en blanco el uno al otro mientras Jake y yo nos cogíamos
discretamente de la mano y nos reíamos y hablábamos con ellos. En el
colegio había perritos calientes, trozos de pastel de jengibre caliente,
malvaviscos en palos que se podían tostar y chocolate caliente.

Encontramos un sitio para sentarnos contra la pared trasera del


vestíbulo del colegio, que daba al campo, desde donde podíamos ver los
fuegos artificiales. Nos arrimamos unos a otros, y los estallidos y las
chispas de las explosiones comenzaron. Mis manos enfundadas en
guantes rosas sentían el calor del chocolate. Pero la mejor sensación era
simplemente estar ahí, entre mi mejor amiga y mi novio. (¡Novio! ¡Ja! Me
gustaba esa palabra. Aunque sonara solo en mi cabeza y no la hubiera
expresado en voz alta a nadie, ni a Jake).

Supongo que piensas que soy una principiante. Había salido con un par
de chicos antes de los exámenes finales de Secundaria, pero no duré
con ellos más de una semana. El primer chico, James, era una especie
de casanova enloquecido... Andaba detrás de todas las chicas que
podía, siempre que podía. No había regla alguna. Por el segundo chico,
Anthony, estuve realmente colada, pero resultó que me veía corno poco
más que un peldaño de avance, una mano a la que cogerse mientras
24
reunía el valor para pedirle salir a la chica que realmente le gustaba.
Sally. Por supuesto, lo mandó a freír espárragos, como buena amiga
que era, pero a mí aquello me dolió. Además, la segunda cita con
James, el año pasado, consistió en sentarnos en su cama para ver un
partido de rugby en la tele, y fue todo lo aburrida que puede llegar a ser
una cita. No hace falta decir que no hubo otra.

Miré a Jake, él sintió mi mirada y me besó en la frente con una sonrisa.


Entonces, dejé de pensar en esos chicos.

Una vez que se acabaron los fuegos artificiales, los adultos


compartieron impresiones mientras los niños seguían jugando.
Decidimos que era hora de marcharnos, antes de que nuestros padres
pudieran tener la tentación de aparecer, envalentonados por el ponche
caliente de vino y especias.

Íbamos de camino al parque, cuando la madre de Mark le llamó para


preguntarle si podía ir a casa a cuidar de su hermano pequeño.

—Voy contigo —dijo Sally, y noté que Jake se ponía un poco tenso.
—Sally, ¿puedes llamar a mamá antes de salir corriendo y comprobar
que le parece buena idea?

El tono de Jake era un poco grave, y Sally le lanzó una mirada de


reproche. Me sentí incómoda. Había visto a Jake comportarse de forma
paternal con Sally en más ocasiones, y sabía que ella odiaba que
actuara así. Siempre me había puesto del lado de Sally, pero ahora las
cosas eran distintas, porque podía ver que Jake estaba siendo
afectuoso. Y al lado de Jake, cogiéndole de la mano mientras la
regañaba, parecía que la estaba traicionando.

Tras una llamada rápida para obtener el visto bueno, Sally y Mark se
dirigieron hacia el coche para marcharse. Jake y yo fuimos al parque y
nos sentamos juntos en la glorieta, una explanada de juegos. La
oscuridad nos rodeaba con delicadeza.

—Tu madre parece muy estricta respecto a que vayáis a la ciudad por
las noches, ¿no?

Saqué el tema porque aún seguía pensando en lo mucho que había


insistido para que Sally llamara a su madre.

—En realidad, es bastante comprensiva en cuanto a lo de no poner


normas —respondió Jake—. Pero sé que se preocupa cuando no sabe lo
que estamos haciendo. Creo que es porque mi padre pasa mucho
tiempo fuera, y cuando está sola se preocupa más al no tener compañía
25
que la haga desconectar —hizo una pausa, pero no dije nada, percibí
que quería continuar hablando—. Y yo me preocupo cuando ella se
preocupa. Lo último que necesita es que la estresemos.

A la madre de Jake y Sally, Steph, le habían diagnosticado un cáncer de


mama hacía un año. Recuerdo que Sally faltó algunos días a clase...;
estaba destrozada. Pero lo encontraron pronto, y la operación tuvo
éxito. Había pasado por un tratamiento de quimioterapia, y sé que para
Sally fue duro porque Steph estuvo muy enferma y, por supuesto,
perdió el pelo. Pero una vez que la quimio terminó y el pelo de Steph
volvió a crecer... En realidad tenía un aspecto estupendo con el pelo
corto, de duendecillo. «Tiene buenos pómulos», dijo mí madre en una
ocasión... Sally pronto pareció volver a su «yo efervescente».

—En realidad estoy teniendo un buen año —admitió Jake—.


Trabajando en la tienda, haciendo algo de dinero. Consigo descuentos
en materiales, lo cual está genial... —Jake me cogió la mano—. Y, por
supuesto, ahora, he tenido la oportunidad de conocerte mejor... —
sonrió y estrechó mis dedos, y yo le devolví la sonrisa y me puse roja—.
Pero la auténtica razón de que dejara para más adelante la universidad
fue que tenía que atender a mi madre, y eso es lo que hago. Creo que a
veces a Sally se le olvida, eso es todo.

Me di cuenta entonces de que Jake había cargado con toda esa


responsabilidad. Además, era discreto respecto del tema. Su padre,
Simon, trabajaba tan duro y pasaba fuera de casa tanto tiempo que, en
cierto sentido, Jake se había convertido en el hombre de la casa. Yo
había pensado que la enfermedad de Steph ya estaba superada, porque
parecía que así era como lo veía Sally, pero, por supuesto, hay que
esperar años para que den luz verde de forma oficial después del
cáncer, y Steph aún tenía que ir a revisiones periódicas; y era Jake
quien la llevaba al hospital.

Ahora, debía estrechar su mano y decirle que por fin entendía por qué
tenía que ser tan mandón. Intenté convencerle de que no era necesario
que fuera fuerte todo el tiempo, que yo siempre estaría ahí para
apoyarle. Y creo que él lo entendió, porque apoyó la cabeza en mi
hombro y cerró los ojos. Le acaricié el pelo y, por primera vez, supe que
podía hacer que se sintiera a salvo, al igual que yo me sentía con él.

26
Capítulo 5

C
uando abrí la puerta, Jake se rio de mí. Íbamos a dar un paseo y
hacia frío.

—¿Qué? ―pregunté indignada, pero estaba claro que se estaba


riendo de mi gorro de lana con orejeras. Me encantaba ese gorro. No es
que no me hubiera mirado en el espejo. Pensé que quedaría original,
pero estaba completamente equivocada. Vale, sé que soy una
autentica freaky. Sentí que mi cara se ponía colorada y alcé la mano
para quitarme el controvertido complemento.

—¡No! —Jake me agarró por la cintura y tiró de mí hacia fuera—.


Déjatelo puesto. Estas muy mona —me dio un beso justo en el gorro y
agarró la lana trenzada que colgaba de las orejeras, tiro de ellas y se rio
de nuevo.

—Entonces, ¿por qué te ríes? —me quejé—. Sinceramente, Jake, ¡no voy
a salir si parezco una idiota!

—No, no lo pareces, de verdad.

Ahora Jake se había puesto más serio, pero aún sonreía, y yo no sabía
27
si creerle o no. Seguí ofendida, con las manos en las caderas.

—Erica, no pareces una idiota, estás encantadora. Ahora vámonos —


insistió.

Alargó la mano por detrás de mí y tiró de la puerta para cerrarla; luego


sonrió con picardía y me inmovilizó contra ella. Volvió a sujetar con una
mano las trenzas de lana y me acarició con su pulgar mi labio inferior.
Luego se inclinó y me besó con ternura. Aún me hacía sentir un
hormigueo en los pies cuando me besaba así. Era tan fuerte y dulce al
mismo tiempo…

Le hice una mueca cuando me soltó, y le saqué la lengua. Pero no pude


evitar sonreír yo también. Dejé que me cogiera de la mano y me alejara
de la casa. Después de una mañana lluviosa, resplandeció un
espléndido sol.

—Me encanta cuando hace sol y hay charcos en la calle. Parecen


brillantes trocitos de cielo esparcidos por la acera gris.
Jake soltó una gran carcajada, pero antes de que pudiera maldecirme a
mí misma por decir lo primero que se me pasaba por la cabeza me elevó
literalmente del suelo, levantándome y haciéndome dar vueltas.

—¡Qué rara eres! —dijo—. Me encanta que puedas disfrutar con los
charcos.

Me gustaba que con él pudiera ser yo misma, siempre hacía que me


sintiera muy, muy bien.

A la vuelta, le pregunté si quería venir a casa, pero me miró con los ojos
entrecerrados.

—Dijiste que tenías que escribir una redacción sobre una película.

Maldita sea. ¿Por qué tuve que mencionarlo?

—Sí. Pero no tengo que entregarla hasta el miércoles…—le dediqué mi


mejor mirada se «cachorrito».

—Creo que deberías dedicarle al menos un rato. No quiero ser la razón


de que no hagas tu trabajo, Erica. Ponte, aunque sea un par de horas, y
luego me llamas, ¿vale? —sugirió.

A veces odiaba lo responsable que podía llegar a ser.

Pronto ideamos un sistema nuevo de estudio: yo me llevaba mis libros


28
de texto a su mesa y escribía mis redacciones en su ordenador mientras
él me dibujaba. No solía tener la oportunidad de dibujar modelos al
natural como hacía yo en mis clases de arte Bachillerato, y dije que no
me importaba que me utilizara para practicar…, ¡siempre y cuando los
dibujos me favorecieran! Así que a veces tonteaba y me dibujaba con
alas o con un halo, o con el pelo largo y suelto hasta las rodillas, como
un Botticelli. Pero con más ropa encima, claro. Tenía autentico talento.
Yo podía dibujar, pintar imitando o copiando la naturaleza, la realidad,
pero Jake tenía la pasión y la creatividad necesaria para ir mas allá de
las meras copias de lo real, y sus obras, incluso sus garabatos, tenían
un carácter especial, de fantasía y ensueño…. Había llenado páginas de
su cuaderno de dibujo con estos diseños enredados, orgánicos, bonitos
y extraños.

Cuando hacíamos un descanso, si Sally andaba por la casa, se sentaba


en el suelo del cuarto de Jake durante media hora, o nos íbamos a la
cocina y hablábamos sobre películas o compañeros de la facultad o
gente del pueblo (todo el mundo conoce tus asuntos cuando vives en un
pueblo, así que, o te aislabas y te hacías ermitaño, o te adaptabas y te
unías a la cultura del cotilleo). Por las noches, Mark venía y veíamos
películas en la habitación de Sally, o quedábamos con él en la ciudad e
íbamos al cine, a la bolera o a comer pizza.

Para finales de noviembre, pasábamos cada vez más tiempo juntos Jake
y yo solos. Era realmente agradable, pero empecé a preocuparme de que
estuviéramos dejando a Sally de lado, o de que estuviera evitándonos
para dejarnos espacio porque pensara que era lo que nosotros
queríamos.

Un sábado, estaba sentada en mi habitación con mi máquina de coser,


experimentando con distintas opciones de bordado (había decidido
coser uno de los diseños de Jake en una camiseta para regalársela por
su cumpleaños), y tenía un par de horas antes de quedar con Sally y
Mark en la ciudad (íbamos a recoger a Jake a la salida de natación para
ir a un concierto que daba el grupo de un compañero de Jake en el Café
Arte). Pensaba en lo que me iba a poner y en las muchas ganas que
tenía de que los cuatro pasáramos una buena noche, cuando sonó mi
móvil.

S: LO SENTIMOS MUCHO CHICOS, PERO MARK Y YO NO


PODEMOS QUEDAR ESTA NOCHE.
OS LO EXPLICAMOS LUEGO, PASÁOSLO BIEN.
29
Quise llamarla inmediatamente para saber qué sucedía, y para
convencerla de que cambiara de idea, pero por el tono de su mensaje
pensé que no quería hablar en ese momento. Jake ya estaría en la
piscina, así que tampoco podía informarle. Solo podía responder al
mensaje de Sally para decirle que esperaba que estuviera bien y que me
llamara cuando pudiera. Luego, le envié otro SMS a Jake y le dije que
iría a buscarle al polideportivo y que podíamos ir juntos a la estación,
para estar un rato solos.

A eso de las siete, mi madre me dejó allí, y se llevó la bolsa de deporte


de Jake para que no tuviera que cargar con ella toda la noche. Nos
sorprendió que mamá se mostrara tan comprensiva: era obvio que
confiaba en Jake; puede que además supiera que salíamos juntos y se
alegrara por ello. Me gustaba que mis padres nos trataran como si ya
fuéramos adultos.

En fin, la razón por la que recuerdo el paseo hasta la estación es porque


cuando estábamos a medio camino, el amigo de Jake, del grupo de
música, nos llamó para comprobar los nombres de la lista de invitados.
—Hola, tío —respondió Jake—. Ah, perdona, sí, en realidad ahora
somos dos, no cuatro. Mi hermana está rara últimamente, pero mi
novia y yo vamos de camino ahora mismo, así que si me apuntas a mí y
a uno más sería formidable… Gracias tío… Ejem…, sobre las ocho y
media, ¿a qué hora actuáis? Estupendo, te veo en un rato. Hasta ahora.

¡Novia! ¿Había oído bien? Ay, sé que es una tontería. No es que no


supiera que, oficialmente, estábamos saliendo, es que era la primera vez
que lo decía en voz alta delante de mí y eso me hizo sentir bien. Sonreí
debajo de mi bufanda mientras él escondía el móvil.

—¿De qué te ríes? —preguntó.

—De nada.

Fue una gran noche, el grupo estuvo genial, los amigos de Jake me
daban mucha conversación y él estuvo cerca de mí casi todo el tiempo
para que no me sintiera extraña.

Todo parecía ir bien; sin embargo, ahora que lo recuerdo, creo que fue
entonces que las cosas empezaron a cambiar con Sally. Empezó a pasar
más tiempo en la ciudad y la veía menos. Jake y yo hablamos de ello
esa noche, en el tren de vuelta a casa. Consiguió, como siempre, que me
despreocupara. Dijo que Sal estaba teniendo problemas con las notas
de Políticas, y que pasaba mucho tiempo estudiando con esa chica de
su clase, May; hasta había empezado a quedarse allí a dormir de vez en
30
cuando. Yo había visto a May en un par de ocasiones y me parecía
maja, aunque algunas de sus amigas no tanto. Pensé que, como Jake
era tan protector con su hermana, si él no estaba preocupado, yo
tampoco tenía por qué estarlo.

Luego llegaron las distracciones de diciembre. Mi madre aún tenía la


costumbre de regalarme un calendario. Además, le gustaba que
decoráramos juntas el árbol de navidad, así que pasé gran parte del
viernes primero haciendo eso (rock and roll, ya sabes), y también pude
terminar la camiseta de Jake. Por la mañana quería ir a la ciudad para
comprarle un CD, y, por la tarde, aparecer con todos sus regalos de
cumpleaños.

La puerta de Seedies tintineó cuando la empuje para entrar. Por encima


del mostrador de los CD de rock descubrí a Mark, y di la vuelta para
saludarle.

—Mark, ¿qué estás haciendo tú en la sección de música fácil? —le


pregunté en voz alta.
Se giró hacia mí y pareció ligeramente avergonzado .

—Es que el lunes es el cumpleaños de mi madre, le encanta esta


basura. ¿Qué tal estás?

Parecía un poco distraído. Yo, en cambio, estaba alegre y habladora, así


que me puse a divagar.

—Yo, bien. Oye, qué curioso…, hoy también es el cumpleaños de Jake.


No sé por qué la gente tiene que cumplir los años en diciembre, como si
no fuera suficiente lío tener que pensar en los regalos de Navidad de
todo el mundo…

Mark asintió con la cabeza.

—Es verdad, sí, lo había olvidado. ¿Vais a hacer algo interesante?

—Creo que solo vamos a ir a comer a un buen sitio, nada del otro
mundo… Podríais veniros tú y Sal, hace siglos que no os veo.

Mark se giró del todo hacia mí. Parecía confundido y algo triste. Bajó la
mirada e inmediatamente me miró intimidado.

—Ejem… Supongo que no…, o lo sabías… Sally y yo hemos roto. En


realidad ya hace más de una semanas. Creí que te lo había dicho, lo
siento. 31
Me quedé petrificada y por un momento no supe qué decir. Tenía razón,
debería saberlo. Entonces caí en lo mucho que nos habíamos
distanciado.

—Vaya. Lo siento Mark, qué vergüenza, no lo sabía. Llevo tiempo sin


hablar con Sally, los estudios, ya sabes… Pero… eso no quiere decir que
no puedas venir con nosotros si te apetece. Creo que vamos a salir con
más gente. Ni siquiera sé si estará Sally, ya apenas la veo…

—Gracias, Erica, pero, de todas formas, tengo un encuentro familiar


esta noche… en el teatro. Seguro que será divertido —sonrió de forma
sarcástica y se giró hacia la caja, gesticulando con el CD en la mano—.
Será mejor que pague esto y me vaya. Gracias. Pasadlo bien esta noche.

Me dieron ganas de llorar. ¿Qué estaba pasando? Hacía tan solo un par
de meses, era impensable que algo así de importante pudiese haber
ocurrido en la vida de Sally sin que ella me lo dijera. Pensé en el
mensaje que me envió y me pregunté cuando decidió que no vendría al
concierto. No sabía qué pensar. ¿Debería darme cabezazos contra la
pared por haber descuidado nuestra relación, o por haber estado tan
centrada en Jake que ni si quiera me di cuenta de lo que estaba
ocurriendo? ¿O debería enfadarme con Sally porque probablemente
había confiado en May en vez de en mí, y porque nos lo había ocultado?

Al ver la cara de Jake cuando abrió sus regalos me alegré.

—Erica, es alucinante. Perfecto, gracias —dijo cuando vio la camiseta.

Me abrazó con fuerza y me llenó la cara de besos; me hizo reír. Pero en


cuanto pude le conté lo que Mark me había revelado. Jake se quedó
pasmado; no podía entender por qué no nos habían informado. Volvió a
decirme que Sally parecía estar preocupada por sus estudios y que,
quizá, había decidido dejar de lado su vida social.

Sabía que Sally era muy ambiciosa respecto de su futuro (quería ser
abogada). Para mí no tenía ningún sentido romper con Jake, lo mejor de
mi vida, por salvar mis notas. Me pregunté si también Jake me ocultaba
algo, o si estaría renunciando a su función paternal. Pero no quería
estropear la noche hablando de eso. Solo debía hablar con Sally.

Así que la noche siguiente, mientras mis padres veían una película
después de cenar, me fui al salón y encendí el ordenador. Un par de
32
semanas antes, no habría pensado en escribir un correo electrónico a
Sally. Si hubiera querido hablar con ella sencillamente habría cogido el
teléfono. Pero todo resultaba extraño. Estaba preocupada por ella, y a la
vez me sentía excluida. No podía decirle lo que sentía por teléfono.
Además no quería invadir su intimidad. Así que hice clic en «redactar
correo» y escribí:

¿Qué hay, forastera?

Espero que estés bien; me da la sensación de que llevo sin verte la


vida entera. ¿Qué plan tienes para el sábado? Se avecina la
Navidad y creo que procede hacer algunas compras… ¿Te apetece
hacer una excursión a Londres? Podemos pasar allí el día, comer
algo y ponernos al día en todo. Mi padre dijo que nos llevaría a la
estación e incluso que nos sacaría los billetes de tren… ¡Creo que
no le importa pagar dinero por librarse de mí! Aprovecha. Di que
sí, porfa.

Besos.
Erica.
Capítulo 6

A
l día siguiente, tenía su respuesta en la bandeja de entrada.

Hola, chiquita.

El día de compras suena genial, me apunto. Pero estoy pelada, tengo


poco presupuesto, así que tienes que prometerme que me
inmovilizarás contra el suelo en el momento en que empiece a
dirigirme al cajero automático. ¿Ok?

Besos.
Sally

Me alegré mucho de que aceptara mi propuesta y de que fuera tan


natural. Pero no tenía claro si sacar el tema de la ruptura cuando la
viera o no. Por una parte, pensaba que debía esperar el momento
33
oportuno, pero, por otra, sabía que tendría que estar mordiéndome la
lengua para no preguntarle nada.

El sábado, las dos en la estación de tren, cogidas del brazo y relajadas,


encontré un buen momento para charlar como buenas amigas. Intenté
mantener el desenfado.

―La semana pasada me encontré a Mark en Seedies. Fingió que estaba


comprando un CD de jazz para su madre, pero yo estoy segura
de que quería comprarlo para él ―esperé su reacción, pero Sally hundió
más la nariz en su bufanda y marcó los tacones con timidez en el suelo
húmedo. La Sally que yo conocía cedería con un pequeño empujón, así
que lo intenté de nuevo―. ¿Por qué no me lo dijiste? ―pregunté, con un
tono suave.

―Oh, no había nada que decir ―dijo, un poco triste―. En realidad, nos
veíamos no porque lo deseáramos realmente, sino porque se había
convertido en una costumbre. Nos distanciamos, ya sabes. No éramos
como tú y Jake. Pero estoy bien, de verdad, de lo contrario te lo habría
dicho.
Yo no estaba segura.

―No lo entiendo, si parecíais felices cuando estabais juntos.

Me resultó un poco extraña la forma en que nos mencionó a Jake y a


mí… Las palabras sonaban como un cumplido, pero su tono era tenso,
agresivo, casi como si nos estuviera culpando…

―Bueno ―Sally se giró para mirarme a los ojos―. Estoy un poco triste,
es normal, pero eso es todo. Será lo mejor, estaré bien, en serio.

Y así quedó la cosa. Me tranquilicé. Después de todo que no me lo


hubiera contado no parecía tan extraño. No es algo que uno que uno
escriba en un mensaje o por teléfono, y parecía estar llevándolo bien. No
obstante, sentí cierta pérdida porque supe que podía arreglárselas sin
mí; siempre estuvimos unidas en situaciones parecidas. Quizá nos
estábamos haciendo mayores.

En el tren, nos entretuvimos hablando de las compras y planificando el


día. Sally sugirió que fuéramos a St Christopher’s Place para comer y
que pasáramos por la oficina de su padre para visitarle. Trabajaba casi
todos los sábados.

—Está muy cerca de Selfridges y puede que nos invite a comer, así
ahorraremos algo de dinero. 34
Me sonrió. Acepté, aunque por un momento pensé que habría estado
bien no tener que mostrar un comportamiento modélico de «comida con
los padres»; pero, oye, ¿por qué decir que no a una invitación?

La mañana fue divertida, aunque un poco agotadora por la multitud


que teníamos que esquivar mientras caminábamos. Estuvimos de
compras hasta la una, entonces nos tomamos un descanso para comer.

Nos dirigimos a la oficina del padre de Sally, pero, cuando la


recepcionista llamó a su despacho, un compañero le dijo que ya se
había marchado. Encontramos una cafetería en la misma calle, y Sally
sugirió que nos hiciéramos con unas bebidas y nos sentáramos junto a
la ventana para poder echar un vistazo por si acaso su padre volvía en
los próximos quince minutos. Yo sabía que necesitaba dinero, pero me
parecía un poco extraño que tuviera tanto interés en verle cuando
podría encontrarse con él por la noche en casa.

Se dio cuenta de que yo no estaba segura de querer esperar y dijo:

―Sería una pena venir hasta aquí y no saludarle… De todas formas nos
íbamos a sentar en alguna cafetería, así que ¿qué más da?
Ella estaba decidida, y a mí, en realidad, no me importaba, así que no
puse objeciones.

Después de un rato, le vimos volver a su oficina. Sally me estaba


contando por qué Jade Jackson no había asistido a la fiesta de May la
semana anterior. Nadine había llegado a la conclusión de que Jade iba
detrás de su novio, Max, porque les había visto hablando. Como reina
del drama que era, había exagerado tanto que May, la nueva mejor
amiga de Nadine, se había puesto de su lado hasta excluir a Jade.

Sally me estaba describiendo cómo se había encontrado a Jade llorando


en los servicios después de clase cuando vi a su padre. Sin pensarlo,
interrumpí a Sally y le señalé con el dedo.

Desde entonces me he preguntado muchísimas veces si las cosas


podrían haber sido distintas. Si me hubiera quedado callada y esperado
un minuto más, justo lo suficiente para ver lo que estaba ocurriendo
antes de hacer que Sally mirara… Cuando se giró, pude ver que la
mujer con la que estaba hablando su padre no era una compañera
cualquiera, ni una clienta. Estaban cogidos de la mano. Ella le miraba
fijamente, sonriendo. Se detuvieron en un portal, a menos de cinco
metros de la oficina, se adentraron en la oscuridad, aunque no lo
bastante como para que no se les pudiera ver, y el brazo de él rodeó la
cintura de ella y se besaron. 35
Sally se quedó inmóvil, sujetando aún con las yemas de los dedos la
pajita amarilla y blanca con la que había estado golpeando el hielo de
su Coca-Cola light. Observaba con atención. Estaba pálida: puede que
fuera la luz gris e invernal que se filtraba por la ventana.

Por un momento, yo me quedé igual de paralizada. Solo les observaba,


como Sally. No podía hacer otra cosa. Vimos como la pareja se despedía
y cada uno seguía su camino, y que su padre miraba alrededor
mientras entraba en el edificio de oficinas. Sally permaneció en silencio,
así que hablé y hablé y decía estupideces anticipándome a lo que ella
podía estar pensando.

―A lo mejor es una clienta. Tiene que ayudar a gente que ha pasado por
cosas realmente horribles, ¿no? Puede que la estuviera consolando… O
que sea una compañera cercana a una buena amiga, y que ella esté
pasando por un mal momento… A lo mejor la han despedido y se
estaban diciendo adiós…

Ni yo me lo cría, eso no había sido un beso de despedida ni de consuelo,


y aquella mujer no parecía disgustada. Ninguno de las dos lo parecía.
―No saques conclusiones, Sal. ¿Qué tal si entramos, le saludamos,
mencionamos que la hemos visto…? Podría explicarnos quién era…

Pude ver las lágrimas en los ojos de Sally, que intentaba reprimir sus
emociones con todas sus fuerzas. Entonces, de repente, se levantó de
un salto, hizo chirriar las patas de la mesa contra las baldosas del
suelo, cogió su bolso y salió corriendo de la cafetería. No se detenía.
Presa del pánico, recogí todas mis cosas y la bolsa que se había dejado
Sally debajo de su silla, recordé que no habíamos pagado las bebidas,
busqué desesperadamente en mis bolsillos algo de dinero y encontré un
billete de cinco libras gastado que le enseñé a la camarera agitándolo y
lo lancé sobré la mesa antes de abrir la puerta con torpeza y salir
corriendo detrás de ella, arrastrando por el suelo el abrigo y la bufanda,
sin manos libres para ponérmelos a pesar del frío. Vi a Sally
desaparecer por una estrecha calle al otro lado de la plaza y adentrarse
de nuevo en la muchedumbre de consumidores estresados, y maldije
entre dientes mientras avanzaba con torpeza tras ella todo lo rápido que
podía.

En Oxford Street, se perdió entre la masa de gente. Intenté descubrir en


qué dirección se había ido, abriéndome paso entre todas aquellas
personas. Ya no podía contener las lágrimas. Un autobús pasó despacio
por delante de mí para detenerme en la siguiente parada. Lo seguí con
la mirada, y entonces vi a Sally en la cola para subir. Me apresuré y la
alcancé justo antes de que entrara.
36
―¡Sally! Espera, por favor…

Fue todo lo que pude decir mientras intentaba sin aliento llegar hasta
donde estaba ella, con las bolsas de las compras girando
descontroladas. Llorando. Con cara de culpabilidad se alejó del
autobús, se dirigió hacia mí y también rompió a llorar. Nos sentamos en
un banco cercano y nos abrazamos. Esperamos al siguiente autobús
para volver a casa. Y Sally se disculpó.

―Lo siento Erica. No debería haber salido corriendo de esa forma.

―No pasa nada ―la tranquilicé―. Me quedé tan sorprendida como tú, ya
sabes, pero no te precipites, podría tener una explicación.

Sally negó con la cabeza.

―Si te soy sincera, no fue una sorpresa tan grande para mí ―esperó a
que yo estuviera relajada para continuar―. Intuía desde hacía algún
tiempo que mi padre se traía algo entre manos. En parte por eso quería
sorprenderlo. Imaginé que nos podíamos encontrar con esto y que
sabría hacerle frente. Sin embargo, cuando los vi me afectó más de la
que esperaba. Me sentí demasiado débil y muy asustada; no pude
acercarme a ellos y pedirles una explicación.

Recordé todo lo que Jake me había contado sobre la madre de Sally y


sobre su enfermedad, y sentí rencor hacia su padre. En aquel momento
pensé que se merecía un castigo.

―Aún podemos volver. Podemos esperar a que salga del trabajo. Estás a
tiempo de decirle todo lo que quieras… Debes de estar tan enfadada,
Sal… De verdad, lo siento mucho.

―¿Sabes?, en realidad no estoy enfadada. Más bien estoy triste y


asustada. No sé qué sería de nosotros si se fuera, Erica. Eso no puede
suceder… Tengo que hacer algo.

Después de todo lo que había pasado, me sentía confundida. Llegó el


autobús y tuvimos que decidir si lo tomábamos o no.

―¿Quieres ir a casa? ―le pregunté a Sally.

Estaba desanimada, y yo era incapaz de hacer que se sintiera mejor.

―Vámonos. Creo que por hoy hemos tenido suficiente, ¿no?

Sonrió débilmente y nos metimos en el autobús justo cuando empezaba


a llover. Subimos al piso de arriba para observar en silencio cómo la
37
gente se empujaba intentando abrirse paso por las calles excesivamente
decoradas.

En el tren, intenté mantener una conversación con Sally para


distraerla. Parecía encerrada en sí misma. Yo quería saber qué le
pasaba por la cabeza. Antes era capaz de adivinar sus pensamientos
con facilidad, pero eso había cambiado.

―¿Se lo vas a contar a tu madre? ―pregunté.

―¡No! ―dijo como si estuviera disgustada, y retrocedí un poco. Me cogió


la mano y habló en un susurro―. Escucha. Erica, esto es un secreto,
¿vale? Sé que puedo confiar en ti, peo tienes que saber que es
importante que nadie sepa lo que hemos visto hasta que no descubra
qué está pasando exactamente. Jake tampoco puede saberlo, ¿de
acuerdo?

No entendía su reacción…, puede que le resultara demasiado doloroso


asumir lo que había visto y quisiera dar marcha atrás.
―Pero, Sal, Jake es la persona más indicada para hablar del tema. Él lo
entendería, y además conoce bien a tus padres… Juntos podrías decidir
qué hacer…, no tienes por qué pasar por ello sola.

Me soltó la mano y frustrada, se cubrió la cara.

―Pero es que no lo decidiríamos juntos, ¿o crees que sí? Ya sabes cómo


es Jake; cree que siempre sabe qué es lo mejor. Además, sé
exactamente lo que haría: iría directo a mi madre. Creo que odia a mi
padre, que quiere que se vaya… De todas formas, es el favorito de mi
madre y no le importa lo que yo sienta…

―¡Claro que le importa! ―qué injusticia estaba siendo con Jake―. Te


escuchará si se lo explicas.

Entonces, Sally se puso casi a llorar, y yo me sentí confusa y


desorientada.

―Erica, escúchame, ¿vale? Lo digo en serio. Jake es diferente contigo…


Ay, da igual. Sé que te preocupas por mí, pero esto no es asunto tuyo…
Quiero decir que es mi familia… y sé que quieres ayudar pero no
puedes entenderlo, no del todo. Lo que ha ocurrido hoy es mi secreto,
no se lo puedes contar a Jake… NO puedes decírselo, ¿de acuerdo?

Asentí con la cabeza y farfullé un «claro» o dos. Le aseguré que haría lo


que quisiera, pero me desconcertaba su forma de tratar todo esto. Me
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preocupaba cómo iba yo a estar con Jake si hablar de ello. Pero en
aquel momento no podía imaginar lo difícil que sería.
Capítulo 7

C
uando Jake llamó a mi puerta, le abracé con fuerza,
apoyándome en su hombro.

―¿Te encuentras bien? ―preguntó.

Pareció un poco desconcertado, y me acarició el pelo de la cara cuando


por fin le solté.

―Sí ―sonreí, y subimos a mi habitación―. Es que me alegro de verte.

―¿Qué tal fueron las compras?

Jake se dejó caer sobre mi cama, y yo volví a mi puesto de empaquetado


de regalos que había organizado en el suelo.

―Bien, bien ―suspiré.

No parecía muy convincente.

―¿Estás segura? ―insistió―. ¿Habéis tenido una discusión Sal y tú?


Cuando volví me la encontré deprimida en su habitación, y tú también
estás rara.
39
―No, no, me encuentro bien… ―Deseé desesperadamente que no se me
subieran los colores. (¿Existen cursos para aprender a mentir? Pues
serían muy útiles. Me vendría bien tener algunas habilidades en este
ámbito)―. Es solo que fue algo agotador, ya sabes cómo pueden llegar a
estar las tiendas de Londres un sábado. En cualquier caso, es un
privilegio de las chicas poder deprimirse de vez en cuando ―le dediqué
mi mejor sonrisa pícara para cambiar de tema―. Probablemente, Sally
solo estaría cansada y no le apetecería envolver todos los regalos que
compró. Ahora sé bueno mientras termino con esto.

Creo que superé la dificultad.

Había escondido los regalos de Jake, y los de mi familia estaban aún sin
envolver. Me gusta darles un aspecto bonito e imaginarlos debajo del
árbol. Acababa de envolver un lápiz de ojos para Tamara y estaba
atando una cinta a la caja mientras Jake me miraba con atención. Con
las tijeras hice un pequeño tirabuzón en la cinta.

―¿Vas a hacer eso con cada regalito chiquito y minúsculo?


Jake me sonreía burlón y yo solté las tijeras fingiendo enojo.

―¡La mitad de la diversión de la Navidad está en envolver regalos! ―dije


con una sonrisa―, es igual de importante dar que recibir, Jake Earley
―añadí blandiendo las tijeras delante de él―. Y, sinceramente, si no los
envuelves con cariño, te pierdes lo mejor.

Ricé con orgullo el otro extremo de la cinta y empecé con el siguiente


regalo. Se inclinó hacia adelante, me alborotó el pelo y, después,
encendió la televisión y esperó obediente a que yo acabara. Pero se
quedó profundamente dormido antes de que yo terminara de envolver el
último regalo, un CD de Brahms para mi padre.

Recogí con todo el cuidado que pude los lazos y las etiquetas, y me
senté en la cama, desde donde podía ver la televisión. A decir verdad,
me interesaba más ver la perfección del rostro dormido de Jake. Creo
que con mucho gusto le observaría así durante horas. ¡Jake era mío, y
ahí estaba, durmiendo cómodamente en mi habitación, en mi cama!

Al día siguiente, llegó Tamara a casa por vacaciones y, en realidad, era


agradable ser de nuevo la hermana pequeña. Me alegraba que
pudiéramos estar sentados alrededor de la mesa, a la hora de la
comida, los cuatro juntos. Por supuesto, le conté lo mío con Jake, y fue
embarazoso cuando él apareció y ella le despeinó el pelo y le guiñó un
ojo como si fuera un niño pequeño atrevido. Pero sabía que lo aprobaba,
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y que lo hacía con cariño, así que la perdoné.

El trimestre terminó el veinte de diciembre y Jake llamó esa noche


cuando volvió del trabajo.

―¿Quieres venir a casa? ―pregunté.

―¿Por qué no vienes tú aquí, para variar? ―dijo Jake―. Estoy muy
cansado. Y seguro que tus padres están hartos de verme aparecer por la
puerta.

Tenía razón. Había estado buscando una excusa para no ir. Las cosas
estaban raras entre Sally y yo. Cuando tomábamos un café o nos
veíamos a la hora de comer, hablábamos poco, como si fuéramos dos
desconocidos. Evitábamos el tema. Parecía más feliz cuando se
encontraba con May y Nadine. Así que yo, cada vez más a menudo, me
sentaba con Ruth y Charlotte. Por eso, me incomodaba verla en su
casa. Además, quizá Jake se diera cuenta de que algo había cambiado
en mi relación con su hermana. A pesar de ello, no podía evitarle por
más tiempo. Tenía que arriesgarme, porque, si no, por mi
comportamiento levantaría sospechas.
Me mordí el labio.

―Sí, claro. Iré a tu casa. Te veo en un rato.

Cuando llegué, había mucho ruido dentro de la casa y tuve que llamar a
la puerta unas cuantas veces. Al final, Steph abrió la puerta, con una
batidora chorreando en la mano y harina en la ceja.

―Hola, Erica. Lo siento cariño, los chicos han montando una guerra
musical ahí arriba, creo. Sube.

Le di las gracias con una sonrisa y volvió corriendo a su cocina. Yo me


armé de valor y subí las escaleras. Pude oír a Sally tararear una
canción de Los Killers. Al acercarme a la habitación de Jake, se escuchó
un estruendo de guitarras y batería, y, a continuación, estaba
escuchando a Muse.

―¡Anda! Hola, preciosa. ¡Con cuánto sigilo has entrado! ―Jake alzó la
mirada de su bloc de dibujo y me hizo un gesto para que entrara―. Dejé
la puerta abierta para oírte llegar, pero… ―se levantó de un salto, con
las manos ennegrecidas de carboncillo, y me besó rápidamente antes de
dirigirse al rellano―. Voy un momento a lavarme las manos ―vi a Sally
salir disparada de su habitación y entrar en el cuarto de baño a la
velocidad de la luz antes de que Jake pudiera llegar, y yo me escondí–.
¡Estupendo! Ahora tengo que usar el fregadero, ¿no? ―oí a Jake gritar
desde el otro lado de la puerta.
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Un minuto y medio después Sally apagó la luz del cuarto de baño y
adelantó a Jake por las escaleras.

―Erica está aquí ―anunció Jake.

―Tengo prisa, hermanito, tendrás que saludarla de mi parte.

Se fue, y no sé si me sentía aliviada por ello o dolida porque no quisiera


saludarme. Aunque, supongo que debí llamar a su puerta antes de
entrar en la habitación de Jake, si hubiera tenido valor para hacerlo.

―Un saludo de Sally ―dijo Jake al volver a la habitación.

Asentí con la cabeza pero no dije nada. Una sensación de tristeza me


golpeó y tuve que apretar los dientes para no llorar. Jake se dio cuenta
de que estaba triste.

―Os pasa algo, ¿verdad? ¿De qué se trata? ―se sentó cerca de mí y pasó
el brazo alrededor de mi cintura.
(¿Por qué tenía que ser tan perspicaz? Se suponía que los hombres eran
incapaces de entender las emociones de las chicas). Me agarré con
fuerza a él y contuve las lágrimas. Quería contárselo desesperadamente.
Siempre hemos compartido todo. La razón de que fuera tan feliz cuando
estábamos juntos era que podíamos ser sinceros y estar relajados.
Ahora, me sentía mal, porque tenía la impresión de que le estaba
traicionando a él a la vez que a mí. Después del comportamiento de
Sally, estuve a punto de soltarlo… Pero no lo hice.

―Déjalo, soy tonta ―intenté disimular―. Lo siento ―me senté más


erguida. Al ver la cara de preocupación de Jake, no pude evitar poner
una mano en su mejilla y darle un beso―. Últimamente, Sally pasa un
montón de tiempo con May y con Nadine, y no me caen demasiado bien;
nos hemos distanciado mucho. Es solo que me está costando un poco
habituarme. No pasa nada.

Jake pareció satisfecho con mi respuesta e hizo un gesto de empatía


hacia mí.

―Bueno, a mí tampoco es que me caigan muy bien May y Nadine. Y


además, siempre puedes contar conmigo ―me dedicó una irresistible
sonrisa acompañada por un movimiento de cejas y recibió otro beso
como respuesta.
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Los familiares invadieron los hogares de Mitford y de Earley para
celebrar la Nochebuena, y el «tiempo en familia» significaba que no vería
a Jake en un par de días… ¡Benditos sean los teléfonos móviles!

La mañana de Navidad, al despertarme y desperezarme noté que algo


crujía a los pies de la cama. Me sentí como una niña que espera
encontrar un calcetín lleno de regalos encima de la colcha,
presionándome con delicadeza sobre los dedos de los pies. Me incorporé
y allí lo vi… Era real. Un calcetín. Aunque no el calcetín navideño tejido
a mano de mi infancia, sino uno rojo de fieltro con un auténtico ribete
de pelusa blanca. Era inconfundible.

¿Se habría vuelto loca mi madre? No había vuelto a vivir esa experiencia
desde que yo tenía doce años. Me pregunté si estaría padeciendo esa
angustia que sienten las madres cuando los hijos llegan a la edad
adulta y sobre la que bromeaba mi padre cuando Tamara se marchó a
la universidad. No, yo sabía que a mi madre no le pasaría eso.
Entonces, sospeché de Tamara, quizá se había ablandado. Pero eso
tampoco parecía probable. Resolví que solo había una forma de
descubrirlo. Con un ingenuo júbilo navideño, me estiré hacia abajo,
agarré el calcetín y me asomé a él.

El primer regalo era una cajita plana más o menos del tamaño de la
palma de mi mano, envuelta en plata y con una cinta dorada alrededor.
Miré la etiqueta. ¡Era de Jake! ¿Cómo había conseguido dejar este
calcetín en mi cama? O se había compinchado con mi madre, o mi
padre iba a tener algo que objetar respeto a que hubiera entrado de
extranjis por la noche en mi habitación.

La nota decía: ‹‹Para Erica, por el día que paseamos por el cementerio y
tú encontraste esto y dijiste que te gustaba porque te recordaba a mis
dibujos. Besos navideños, Jake››. Con otro bolígrafo, había
añadido: ‹‹envuelto con amor››.

Me reí a carcajadas. Después se me saltaron las lágrimas de la emoción


al ver los demás regalos, cada uno con su cinta y su etiqueta. Abrí el
que tenía en las manos y encontré el broche que habíamos visto en el
escaparate de una tienda y que tanto me había gustado. Ahora, más.
Era de plata y tenía un diseño muy original.

Cada uno de los pequeños paquetes iba acompañado de una nota: el


protector labial (él sabía que era mi favorito), ‹‹para que me des muchos
besos››; una cajita de abalorios, ‹‹para que diseñes con tu ingenio cosas
de chicas››; y chocolate del que me gusta ‹‹porque sé que no puedes
43
resistir un día entero sin tu dosis de azúcar››. Y todos ellos ‹‹envueltos
con amor››.

No podía querer más a Jake, pero en ese momento le adoraba con tanta
intensidad que dolía. Quería correr calle arriba y encontrarle y
abrazarle. Cogí mi móvil y lo encendí con impaciencia. Le escribí un
SMS.

E: ME ENCANTAN LOS REGALOS. TE QUIERO.


MUCHAS GRACIAS. FELIZ NAVIDAD. XXX

Mi dedo vaciló sobre el botón de enviar. Estaba impresionada, nunca


nos habíamos dicho ‹‹te quiero››, pero era lo que sentía y quería que lo
supiera. Así que pulsé el botón.

Diez minutos después, recibí un SMS.

J: A MÍ TAMBIÉN ME ENCANTAN LOS MÍOS.


YO TAMBIÉN TE QUIERO. FELIZ NAVIDAD.
XXX

Estaba taaan feliz que no puedo describirlo. Me abracé al edredón y


releí el mensaje una y otra vez, hasta que Tamara entró en mi
habitación sin llamar a la puerta. Mi madre le pidió que dejara a
hurtadillas el calcetín en mi habitación, así que, por supuesto, vino a
fisgonear.

Por la tarde, otro SMS. Era de Sally, que solo decía Feliz Navidad, y
probablemente había enviado el mismo a toda su lista de contactos.
Pero lo interpreté como una prueba de que, al menos, no me odiaba. Le
respondí al mensaje y le dije que esperaba verla pronto.

El día del aguinaldo transcurrió envuelto en una nebulosa de comida.


Al día siguiente, mi madre y mi padre volvieron al trabajo y, aunque el
sentimiento navideño comenzó a disiparse, todavía podía comer
chocolate y ver el DVD que me regaló mi primo. Así que les envié un
mensaje a Sally y a Jake para preguntarles si querían venir a casa. A
Tam también le apetecía, por lo que imaginé que seria como en los
viejos tiempos si Sally y Jake se venían a casa y charlábamos todos y
salíamos por ahí. Cuando Jake respondió «En 15 minutos estoy allí.
Besos» y no recibí respuesta de Sally, pensé que se refería a ambos, no
sé por qué. Pero cuando le abrí la puerta, estaba solo. Sally se había ido
44
a casa de May. Y, al final, Tam se fue de compras, así que estuvimos
únicamente Jake y yo. Y aunque no logré que nos reuniéramos todos,
disfruté mucho estando a solas con Jake. Fue romántico: acurrucados
en el sofá, con la casa para nosotros…
Capítulo 8

E
staba entusiasmada con la Nochevieja. Rich, el compañero de
Jake, daba una fiesta en el pueblo a la que asistiría mucha
gente. Muchos amigos nuestros de la ciudad vinieron aquí, para
variar, y no tuvimos que movernos nosotros... Bastaba con que
recorriéramos la calle para encontrarnos con ellos y tomar algo, sin
tener que preocuparnos de cuánto dinero nos costaría el taxi de vuelta
a casa. Y Sally también venía. Me había dejado un mensaje encantador
en el buzón de voz diciendo que esperaba que fuera y que le encantaría
verme. Habíamos quedado en que iría a su casa y nos arreglaríamos
juntas para la fiesta.

Llegué muy pronto, a las seis de la tarde, bastante nerviosa. Pero Sally
me recibió en la puerta con un gran abrazo, cogió bebidas y aperitivos y
me condujo rápidamente escaleras arriba para que la ayudara a elegir
lo que podía ponerse. Cuando Jake llamó a la puerta, ella dijo que
durante una hora solo se permitía la entrada a chicas, y que podía
«jugar con sus juguetes» hasta que nos pusiéramos guapas. Hablamos
acerca de quién asistiría a la fiesta, y de si estarían allí la ex de Rich y
su nueva novia, y de si debería recogerme el pelo o dejármelo suelto...
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Me recordaba tanto a los viejos tiempos que por un rato olvidé todo lo
que había ocurrido en las últimas semanas.

Me sentí inmensamente feliz mientras subía la calle hasta la casa de


Rich, con el brazo derecho cogía el de Jake y con el izquierdo el de Sally.
Los tres íbamos tiritando, hacía mucho frío, pero, sobre todo, lo que a
mí me hacía temblar era la noche de fiesta que nos esperaba. Después
de unas clásicas navidades familiares, sería estupendo ponerse al día
con todo el mundo... y bailar. Sally debió de leerme el pensamiento,
porque, de pronto, se le ocurrió preguntar por la música:

—Oye, Jake, ¿va a pinchar Rich en la fiesta?

Intentó parecer indiferente, pero había un matiz de preocupación en su


voz, aunque no pensé que Jake lo hubiera percibido.

—No, va a venir bastante gente y creo que le preocupaba que sus platos
se estropearan, así que me parece que solo va a conectar los
reproductores de MP3 al equipo de música.

—Estupendo —dije.
—¡Ah, qué bien! —dijimos Sally y yo exactamente al mismo tiempo, con
tan flagrante alivio en nuestras voces que no pudimos evitar reírnos.

Jake nos miró con el ceño fruncido fingiendo enfado.

—¡Qué malas sois! Solo trajo sus platos en septiembre y, aparte, yo creo
que es bastante bueno.

—¿Aparte de su horripilante gusto musical, quieres decir? —Sally


sonrió abiertamente, y yo le di un codazo.

Llegamos con antelación y debía de haber menos de diez personas


cuando entramos, creo. Conseguí calmar a la impaciente Sally
señalando el bufé libre, que de hecho era impresionante. Estaba
llegando una multitud de gente, así que el lugar se llenó.

Rich y su hermano James habían despejado su inmenso salón de


muebles y, cuando alguien cambió su iPod por el de Rich, todos los que
estábamos allí empezamos a bailar. Yo bailé con Jake un par de veces,
pero, sobre todo, estuve con las chicas y hablando en la cocina con los
amigos del colegio. Nos lo pasamos tan bien que apenas me di cuenta
de lo tarde que era. Cinco minutos antes de medianoche se acabó la
música y pusimos la televisión, preparados para ver el Big Ben.

Cuando las campanadas estaban a punto de empezar, busqué a Jake


con la mirada, y en cuestión de segundos sentí cómo su brazo se
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deslizaba alrededor de mi cintura. Le dediqué una sonrisa por encima
del hombro y me apoyé sobre él, feliz y optimista. A la duodécima
campanada, todo el mundo aplaudió. Las pistolas de serpentinas se
dispararon y la gente daba saltos, se abrazaban y gritaban «¡feliz año
nuevo!».

Jake y yo nos besamos, me miró fijamente a los ojos y susurró: «Feliz


año nuevo, preciosa». Mientras le dedicaba una amplia sonrisa,
apareció Sally, nos dio un abrazo conjunto y un beso a cada uno.
Entonces, Ruth salió de la nada y prácticamente se chocó conmigo, y
me envolvió en un gran abrazo, Jake se daba palmadas de machote en
el hombro con los chicos, la música volvió a sonar y los gritos se
extinguieron en el jaleo general de fiesta. En ese momento, vi a Sally,
que salía por la puerta con Ed, Munch, Nadine, May y algunos amigos
más a los que no conocía y que parecían mayores.

Me crucé en el camino de Rich mientras se dirigía a la cocina.

—¿Adónde van todos? —intenté no parecer malhumorada.

—¿Quiénes? —gritó por encima de la música.


—Nadine, Munch y los demás —señalé con la cabeza hacia la puerta.

—Ah, van a algún bar de la ciudad, creo —fui tras él—. Dhabi dijo que
pensaba que un colega suyo que trabaja allí podría colarlos gratis a
partir de las doce. Aunque no creo que a estas horas haya gran cosa,
solo los borrachos de turno, ya sabes. Es mejor que te quedes aquí y me
ayudes a acabar con estos rollitos de salchichas..., ¡creo que ya solo
quedan unos veinte millones! —dijo como si pensara que yo quería salir
con ellos.

En realidad lo único que quería era que Sally volviera. No me fiaba de


esa gente. Parecía que Ed y Munch siempre estaban buscando
problemas y, aunque May era agradable cuando estaba sola, Nadine
nunca se preocupaba por los sentimientos de los demás y siempre
metía cizaña para su propio deleite. Noté que me estaba irritando y tuve
que tranquilizarme. A lo mejor estaba siendo injusta, realmente no los
conocía. Sin embargo, no podía evitar sentirme incómoda al pensar que
Sally se había ido con ellos. Puede que con todo el tiempo que había
pasado Sally con May últimamente, lo de salir en ese plan se hubiera
convertido en algo habitual... Y esta noche Sally parecía estar bien, así
que era obvio que no le perjudicaba. ¿Qué derecho tenía yo de
entrometerme, solo porque los había visto salir? ¡Bah! Eso era lo peor...
me sentía como una completa cretina juzgándoles y preocupándome.
Quizá fuera de mí misma de quien debiera preocuparme, por tener
ganas de volver a casa cuando apenas eran las doce y media.
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Encontré a Jake por las escaleras. Cuando me acerque a él, me abrazó
y me besó en la frente.

—Oye —dije en voz baja, sintiéndome de pronto realmente cansada—.


¿Sabías que Sally se fue a la ciudad con May y esa gente?

—Sí —puso los ojos en blanco—. Tuve que darle el dinero que me
quedaba para que pueda volver a casa. No consigo comprenderla, pero
supongo que quiere divertirse un poco antes de que las niñas tengáis
que volver a clase —me guiñó un ojo, e intentó salir impune, pero se
ganó un puñetazo de «mujer» en el estómago.

Cuando nos fuimos, la casa ya se estaba quedando vacía. Solo quedó el


caos de latas, vasos, ceniceros y platos de papel sucios, como
escombros. Fuera, el aire era frío y limpio, y la Luna, casi llena,
brillaba, y Jake y yo nos acurrucamos mientras volvíamos a casa
lentamente. Debía de ser cerca de la una. Algunas luces en el interior
de las casas seguían encendidas, y nuestra pequeña calle sin salida,
tan silenciosa como siempre a pesar de la noche que era. En el perfecto
silencio sentí como si el mundo fuera nuestro, tan solo por unos
minutos.

Entonces vi que Jake fruncía el ceño.

—¿Te encuentras bien? —pregunté, estrechando su mano.

—Ruth me preguntaba si había algo entre Sally y Ed. Yo le dije que no,
pero, en realidad, Sally nunca me lo contaría. ¿Sabes?

Me quedé realmente sorprendida, pero tuve que admitir que yo tampoco


lo sabía.

—No creo. A pesar de que, bueno, cuando estábamos arreglándonos


para la fiesta, sentí durante un rato que era como antes, cuando ella y
yo estábamos tan unidas... Supongo que fue una ilusión. No puedo
recordar cuál fue la última vez que nos sentamos y hablamos en serio
antes de esta noche, así que tampoco creo que me lo contara a mí… Ni
siquiera me dijo que Mark y ella habían roto, ¿recuerdas? Ya no la veo
tanto como antes.

—Eso mismo dijo Ruth —añadió Jake—. Yo creía que quedaba con
May… No sabía que saliera con Ed. Rich lo odia…; creo que han tenido
alguna movida o algo. Nunca le he prestado demasiada atención, pero
no sé muy bien qué pensar de que Sal esté saliendo con él. Y Ruth
también parece preocupada, como si Sal se estuviera alejando o algo
48
así. ¿Acaso estoy ciego, Erica?, ¿le pasa algo?

Estaba mareada. El corazón me latía con fuerza. Claro que le pasaba


algo. Estaba aterrada de que su familia se estuviera rompiendo, y lo
estaba sobrellevando todo ella sola. Ese pensamiento me hizo sollozar y
no pude contenerme.

—Ay, lo siento, perdona, no pretendía disgustarte.

Jake me envolvió en un fuerte abrazo. Tenía que decírselo.

—No me lo va a contar, Jake. No sé qué hacer… —grité. Pero me


malinterpretó.

—Lo sé. Lo siento. No sé por qué te estoy interrogando así cuando no


sabes más de lo que sé yo. No te preocupes. Hablaré con Rich acerca de
Ed. Seguro que no pasa nada. Será que Ed juega mejor al fútbol que
él… Rich es como un crío para estas cosas —me sostuvo el rostro, me
apartó el pelo de los ojos húmedos y me beso—. No te preocupes —
repitió. Yo estaba temblando—. Estás tiritando, venga, te acompañare
hasta tu casa.
Me quedé callada, solo dije por segunda vez «Feliz Año Nuevo», y
«Buenas noches», y me fui a la cama confundida. Qué cerca había
estado de traicionar la confianza de Sally. Tan cerca que me
avergonzaba de mí misma. Ahora que Jake también estaba empezando
a preocuparse por ella, era más difícil aparentar que todo iba bien. Y no
podía mentirle… No le estaba mintiendo, pero me sentía como si lo
hiciera, y era horrible.

El trimestre empezó el miércoles, y el viernes, Ruth organizó una cena


en su casa para no desanimarnos. Yo anuncié que iría con Sally,
porque Jake iba a pasar la noche en la ciudad con unos amigos, y se
llevaría el coche. Cuando llamé, Steph me abrió la puerta. Parecía
cansada. Dijo que Sally estaría lista en un minuto, así que nos
sentamos en la cocina y Sal subió las escaleras a toda prisa. Steph
bebía una especie de líquido verde que debía de saber a rayos, creo que
contenía una mezcla de trigo y jengibre, así que cuando me ofreció algo
de beber le dije que no quería nada. Seguro que me hubiera ofrecido
agua o té.

—Entonces, ¿qué vais a hacer esta noche? —preguntó.

Le informé de que solo íbamos a cenar a casa de Ruth y que no


volveríamos muy tarde. Entonces vi un gesto de confusión en su rostro,
y Sally bajó saltando las escaleras, cogió su bolso y fue directa a la
puerta.
49
—Lo siento Erica, vamos a llegar un poco tarde por mi culpa… ¿Estás
lista? Venga, vámonos. ¡Hasta luego mama, no me esperes despierta!

Vacilé un momento, y entonces miré a Steph, me encogí de hombros y


seguí a Sally, que ya estaba esperando junto al coche. Llevaba zapatos
de tacón alto, un vestido cortísimo estilo túnica, el pelo voluminoso, y
se había puesto un montón de sombra de ojos negra. Estaba
guapísima, pero demasiado arreglada para una cena en casa de Ruth.

—Estás muy guapa —dije, esperando que ofreciera una explicación.

—Oh, gracias cariño —fue todo lo que dijo.

—Ruth se sentirá halagada de que te hayas tomado tantas molestias —


dije desanimada, porque sabía lo que venía a continuación.

—Es que he quedado con May y Nadine después de la cena. No estoy


segura de adónde iremos, así que pensé que mejor no me ponía
vaqueros ni zapatillas, por si acaso… —miró mis vaqueros negros y mis
Vans—. ¡Eh!, pero si no vamos a ningún sitio especial, ya sabes…, al
que haya que ir arreglados, puedes venir con nosotras…

Sabía que lo decía por cumplir.

—Creo que, de todas formas, me sentiría fuera de lugar tal y como voy…
Quizá la próxima vez —dije.

Pensé en lo que Sally le había dicho a Steph antes de salir de su casa.

—¿Tu madre cree que vas a volver a casa conmigo? —le pregunté.

Se le daba fatal mentir.

—Ejem…, no creo. Le dije que estaría fuera hasta tarde. Me aseguraré


de avisarle si tengo que coger un taxi de vuelta, no te preocupes.

La cena fue embarazosa. Intentamos ignorar los gestos de impaciencia


de Sally, que quería marcharse pronto... Me sentía mal por Ruth.
Después de todo el esfuerzo que había hecho… Hasta sus padres se
habían esfumado para que pudiéramos cotillear a gusto. Y, para ser
sincera, también me sentía mal por mí. No me gustaba enfadarme con
Sal, no me gustaba que ya no le interesara pasar tiempo con nosotras, y
tampoco que la Sally que sí me gustaba se estuviera esfumando.

Fue una noche agradable una vez que se hubo ido; vimos un rato la
tele, pero, sobre todo, hablamos acerca de nuestros planes para la
50
universidad y para el próximo año. Ruth y Charlotte estaban
entusiasmadas porque nos quedaba muy poco para salir del instituto, y
porque pronto nos iríamos de casa para comenzar nuevas vidas. Por
supuesto, yo también lo estaba, pero una parte de mí no había
asimilado aún que iba a ser tan pronto. Estaba nerviosa por la
incertidumbre de cuál sería mi camino. Mi primera elección era
Brighton. Jake tenía su plaza esperándole en Edimburgo, pero yo sabía
que no tenía claro si quería volver a los estudios. En realidad, estaba
bastante contento trabajando en la tienda, porque le facilitaba buenos
contactos para vender sus obras y exhibirlas a nivel local. Sus cuadros
ya le dejaban beneficios, por lo que para él no tenía mucho sentido
seguir formándose.

De vuelta a casa, me sentí sola e intranquila por lo que me depararía el


futuro. Todo parecía escapar de mi control.
Capítulo 9

C
erré los ojos para evitar que me cayeran las lágrimas. No podía
llorar solo porque Jake estuviera fuera durante una semana,
¡como una auténtica sentimentaloide! No me importaba que él
esquiara en Francia mientras yo me quedaba en casa... Una vez estuve
esquiando y fue lo bastante vergonzoso como para no querer repetir. El
caso es que habíamos estado juntos durante tres meses seguidos y esta
era la primera vez que no le tendría a la vuelta de la esquina cuando le
quisiera ver. Y además las cosas iban mal con Sally, y el invierno...; y
todo. En cualquier caso, supongo que la situación me superó.

Jake también estaba bastante afectado.

―Desearía no tener que irme ahora ―dijo, estrechándome con fuerza.

―No es verdad ―dije, pues me resultaba más fácil ser dura cuando él
era encantador―. Te lo pasarás en grande. Además, te he traído hasta el
maldito aeropuerto, así que, como no te subas al avión, voy a cobrarte
la gasolina.

Sus amigos viajaron por la mañana temprano y Jake se incorporó más


51
tarde al grupo porque tuvo que trabajar durante el día. Entro todos
alquilaron microbuses para ir y volver del aeropuerto, pero él no tuvo
más remedio que ir en coche para coger un vuelo posterior. Así que le
dije que yo le llevaba. Esperé mientras facturaba, para estar más tiempo
con él, y nos dimos otro abrazo de despedida al pie de las escaleras
mecánicas, en dirección a la salida. Nos besamos, y Jake me sostuvo el
rostro entre sus manos.

―Te echaré de menos ―dijo.

Por poco no me eché a llorar otra vez.

―Yo también te echaré de menos ―dije, y bromeando añadí―: ¡Ahora,


lárgate!

Y antes de desaparecer, agitó la mano. Me reí y también yo agité la


mano, luego me di la vuelta despacio y me dirigí al aparcamiento.
Menos mal que por la noche iba a la fiesta de Anna Harrison, de lo
contrario me encontraría totalmente abatida. Así las cosas, tuve que
volver a casa a toda prisa, ducharme y tomar algunas complicadas
decisiones de armario.
Mi madre nos llevaría y nos recogería para que no tuviéramos que coger
ni el coche ni un taxi. Así que a las siete y media le envíe un SMS a
Sally y le dije que me esperara fuera a las ocho. Cuando salimos de
casa, nos esperaba junto al coche, toda vestida de negro y guapísima,
pero con aspecto de cansada, como si hubiera perdido peso.

La fiesta se celebraba en el salón de actos del hotel Broadwich, el


mismo lugar donde se celebró el baile de Halloween. Ahí estaba nuestro
banco. Me dio un vuelco el corazón al verlo, pero también me hizo
sonreír. Era obvio que esta noche no iba a ser capaz de olvidarme de
Jake.

El hotel estaba atestado de gente y dentro había mucho jaleo. La


música estaba genial y prometía toda la diversión que quisiéramos.
Durante la fiesta, no vi mucho a Sally. Sin embargo, bailé un buen rato
con Ruth y Charlotte. A las once y media ya estaba cansada. Faltaba
media hora para que viniera mi madre a recogernos, pero me apetecía
salir con tiempo de sobra, así que fui en busca de Sally para ver si
estaba lista. No pude encontrarla. Cuando dejé el baño de las chicas y
crucé el vestíbulo, preferí tomar un poco el aire, así que salí fuera para
sentarme en el banco. Pensé en Jake.

Pues bien, ahí estaba Sally, apoyada contra una pared junto al
aparcamiento, fumando, y Ed estaba con ella, con la mano en su
trasero y besándole el cuello. Ella no parecía tener mucho interés, pero
52
tampoco es que se lo estuviera intentando quitar de encima... Y yo
estaba segura de que él tenía novia. Me quedé petrificada. Esta era una
chica diferente a la Sally que yo conocía. ¿Qué estaba pasando?

Munch y Nadine aparecieron por la esquina, y los cuatro hicieron un


corrillo antes de salir corriendo hacia el centro de la ciudad. Qué detalle
tuvo Sally por hacerme ver que después de todo no necesitaba que la
llevara. En ese momento me dieron ganas de tirar la toalla. Si ya no le
importaba no se merecía que malgastara mi tiempo en ella. Pero no
tardé en deshechar esta idea y empecé a culparme. Guardaba un gran
secreto temerosa de que su familia lo descubriera. Yo era la única
persona que podía ayudarla porque solo yo lo sabía. Lo pasaba fatal y
estuve a punto de abandonarla. Pero no importaba lo rara que fuera su
actitud, seguía siendo Sally, mi mejor amiga durante lo que me parecía
una vida entera.

Cuando volvió mi madre, tuve que explicarle que Sally se había ido.
Estuvimos un rato dando vueltas con el coche por el centro de la
ciudad, pero no había señales de ella, y si llamabas a su móvil saltaba
el contestador automático, lo que me hizo pensar que, o bien se había
quedado sin batería, o bien habían ido al Studio, un antro situado en
un sótano, donde no habría cobertura. Mi madre llamó a Steph, que
mientras hablaban recibió un mensaje de Sally desde un número
desconocido: ‹‹estaba en una fiesta y se quedaría a dormir en casa de
May››. No sabía que había en ello de verdad, pero al menos pudimos
volver a casa.

―¿Qué está pasando con esa chica, Erica? ―preguntó mi madre.

―No lo sé, mamá, de veras que no ―todas mis emociones empezaron a


derramarse—. No sé qué puedo hacer…, ya apenas la veo. Bueno,
salimos juntas, pero es como si estuviera en otra parte, y siempre,
después de un rato, se va con el grupo de May…

Mi madre vio que estaba preocupada y su voz se suavizó.

―No te preocupes, cariño, no es cosa tuya solucionarle la vida. Eso sí,


quizá deberías decirle que estás preocupada por ella, que todos lo
estamos. Estoy segura de que te escuchará. Esta noche ya no podemos
hacer nada más... aparte de colarnos en la fiesta ―me sonrió y dirigió la
mirada hacia sus zapatillas—. Aunque no voy como para pasar la noche
en la ciudad.

Al día siguiente, me desperté tarde y aún me sentía cansada. Me quedé


en la cama un buen rato, pensando. Mi padre me trajo té, su forma más
amable de decir que ya iba siendo hora de levantarme. Me metí en el
53
correo y leí un e-mail muy tierno de Jake. Se había levantado temprano
para escribirlo antes de que todos salieran y se lanzaran a las pistas.
Decía que el sitio estaba genial y que, por el momento, se lo estaban
pasando muy bien, y que pensaba en mí. Luego me duché y me tomé mi
tiempo para vestirme; tenía que ir a hablar con Sally.

Llamé varias veces a la puerta. La cabeza con el pelo revuelto de Sally


se asomó por la ventana y me saludó desanimada. Desapareció, y pensé
que me abriría la puerta, pero, en vez de eso, abrió la ventana.
Entonces retrocedí.

―¡Qué hay!, chica ―dijo con voz ronca―. Aún estoy en la cama. Pero
sube.

Me lanzó las llaves y desapareció de nuevo. Entré y preparé dos tazas de


té antes de subir las escaleras. Cuando empujé y abrí su puerta, Sally
se incorporó.

―Buenas. Ay, eres un encanto, gracias ―dijo con alegría, alargando la


mano para coger su té.
―Entonces, ¿llegaste bien a casa?

―Si, sí, me quedé en casa de Nadine, y Ed me trajo esta mañana. He


estado metida en la cama hasta ahora, estoy totalmente hecha polvo. A
mi madre no le ha hecho mucha gracia que digamos; se ha ido al
supermercado enfadada, creo. Estará allí durante horas, nunca he
conocido a nadie que pueda pasar tanto tiempo leyendo las etiquetas de
los productos... ¿Qué tal la fiesta de Anna?

¿De qué estaba hablando?

―Me fui a la misma hora que tú, Sally. Mi madre nos iba a recoger,
¿recuerdas?

―¡Ayyy! Sí, lo siento, cielo, perdí la noción del tiempo. ¿Estás enfadada
conmigo?

Miré fijamente mi té por un segundo; las discusiones no eran lo mío,


pero estaba enfadada con ella y no iba a fingir.

―Un poco.

La observé mientras escarbaba en el cajón de su mesita de noche en


busca de cacao. Parecía que me estaba ignorando y eso me envalentonó.
Si no le importaba que estuviera enfadada con ella, bien podría
decírselo.
54
―Nunca habrías hecho eso antas de empezar a salir con May y Nadine.
Mira, Sally, no es asunto mío con quién sales, pero estoy preocupada...

Se levantó, se echó hacia atrás su maraña de pelo y buscó por el suelo


unos vaqueros que ponerse.

―Estás tan distinta... Si te gusta salir con ellas y si realmente te gusta


Ed, entonces estupendo... Pero me preocupa que lo hagas para evitar
pensar en tu padre. Ojalá hablaras con alguien del tema. Sally, no
tienes por qué pasar tú sola por todo esto. Si no puedes hablarlo
conmigo lo entiendo, son cosas de familia, pero yo te escucharía, en
cualquier momento. O habla con Jake, por favor, no te lo tragues todo,
no es bueno...

―No pienso hablar con Jake ―Sally apartó la vista del armario, donde
había estado buscando un jersey, y se giró hacia mí. Tenía la cara
desfigurada por la rabia. Nunca la había visto ponerse así, y se me
encogió el corazón al darme cuenta de que mis buenas intenciones la
habían enfurecido―. ¡Basta ya! ―me apuntó con un dedo severo,
moviendo el brazo bruscamente, casi como si me estuviera apuñalando
mentalmente—. Tú. Tú te crees que sabes mejor que yo qué me pasa
por la cabeza, ¿verdad? No tienes ni la menor idea. Con tu familia
perfecta y tu vida perfecta... y tu novio perfecto, sin darte cuenta de que
es un egoísta y un cabezota y solo piensa en sí mismo. Y NO es asunto
tuyo con quién salgo. Y, para que lo sepas, sí que pienso en mi padre.
Es que ni te lo imaginas... He descubierto quién es esa mujer, y la
próxima vez que él se vaya a uno de sus viajes de negocios también voy
a descubrir dónde vive, y voy a ajustar cuentas con ella y a ponerle fin a
todo esto antes de que la gente se entere...

Se giró de nuevo para buscar en su armario y me ignoró.

Contuve las ganas de llorar. Aún estaba temblando del veneno que me
había escupido Sally. No reconocía en ella nada de la amiga que yo creía
conocer tan bien. No entendía nada, no se me ocurría nada que decir.
Además, necesitábamos calmarnos.

Dejé sobre la mesa el té. Los dedos que sujetaban la taza se me


quedaron rígidos de la tensión. Quería decirle que era mejor que me
fuera, pero no me salieron las palabras. Así que salí en silencio de su
habitación, bajé corriendo las escaleras, me alejé de la puerta principal,
seguí corriendo hacia mi casa, subí corriendo las escaleras, entré en mi
habitación, y, cuando cerré la puerta detrás de mí, me eché a llorar.
55
Capítulo 10

E
sa semana hizo un frío gélido. El lunes, cuando salí para ir al
instituto, todo estaba congelado. Las telarañas invisibles, de
repente, se habían convertido en enredos de hilos blancos
centelleantes. Las aceras, cubiertas de hielo, brillaban.

Tuve que conducir con cuidado, y tan despacio que llegué tarde a la
primera clase y, al acercarme a la puerta, pude a oír que estaban viendo
alguna película, así que decidí esperar en la biblioteca en vez de
interrumpirles, para unirme a ellos después del descanso. Me conecté al
ordenador y vi que en la bandeja de entrada tenía un correo de Jake.

Hola, preciosa:
Sigo echándote de menos, pero lo estoy pasando muy bien... ¿Está
permitido? Nuestro instructor es alucinante (da bastante miedo, así
que tienes que hacer lo que te dice o te mira ¡como si fuera a partirte
la cara!, pero realmente funciona), y aunque sea yo quien lo diga, se
me da muy bien. ¡Te sorprendería, en serio! Quizá vuelva el domingo
temprano. Pensaba quedarme hasta el día de San Valentín,
56
miércoles, pero no puedo esperar (¡además, todo estará metido en
cajas y no he reservado nada!). Así que pensé que a lo mejor
podríamos salir a cenar el domingo por la noche... ¿Qué te parece?
Estoy deseando verte.
Con todo el cariño del mundo,
Jake. xxx

Le respondí que sí y, por supuesto, después de eso estuve contando


impaciente las horas que faltaban para el domingo. Cuando llegó el
jueves, estaba todo nevado. Las fiestas habían terminado y parecía que
todo el mundo estaba hibernando… o preparando los trabajos ahora
que el trimestre estaba en marcha. Hice fotos de nuestro pueblo
cubierto de nieve con la cámara digital de mi padre y se las envié por
correo electrónico a Jake..., para que viera que yo también podría salir
a esquiar. Le echaba de menos. Pero una parte de mí agradecía que no
estuviera en casa. Sally y yo no habíamos hablado desde el domingo y
no tenia claro cómo iba a explicarlo en caso de que no nos hubiéramos
reconciliado para cuando él volviera. El estar en contacto solo por
correo electrónico, o por SMS «de buenas noches», de vez en cuando,
hacía más fácil eludir la explicación de todo lo que estaba pasando.
Una y otra vez, me imaginaba intentando explicarle a Jake toda mi
preocupación por Sally sin decirle realmente la razón.

Solo faltaban un par de meses para que tuviera que ponerme a estudiar
en serio para los exámenes de selectividad, y, por mucho que intentaba
terminar mi trabajo, me descubría mirando fijamente mis apuntes, sin
ver nada más que el rostro enfadado de Sally, en mis peores momentos,
y el rostro sonriente de bienvenida de Jake, en los mejores. Me
animaba imaginarle con su bronceado invernal, curtido por el viento, y
el romántico escenario de la cena de bienvenida del domingo por la
noche.

Sally no era la única que estaba engañando a sí misma. Yo me pasé la


mayor parte de la semana convenciéndome de que todo se arreglaría
como por arte de magia cuando Jake volviera. Para empezar,
pasaríamos una noche romántica perfecta; luego, tendríamos una
semana entera para estar juntos, porque estábamos a mitad de
trimestre y Jake tenía algunos días de vacaciones adicionales en el
trabajo. Yo me pasaría el tiempo en su casa, y Sally y yo nos
toparíamos en la cocina, surgirían las disculpas, nos abrazaríamos, y
todo se solucionaría. Creí que esta ficción se haría realidad y, cuando
llegó el sábado por la noche, estaba entusiasmada, contenta… e
impaciente por levantarme a la gloriosa mañana siguiente.
57
Me desperté tarde (tardé demasiado en dormirme debido al entusiasmo)
y después del desayuno avisé a mis padres de que el cuarto de baño era
mío durante, mínimo, dos horas. Me di un baño larguísimo, me hice la
pedicura y la manicura, me hidraté y me eché mi perfume favorito.

A las cinco y media, había perfeccionado mi maquillaje y estaba


alisándome el pelo cuando sonó el teléfono... ¡El tono indicaba que era
Jake! Estaba tan entusiasmada que no pude reprimir un chillido. Pero
en cuanto las palabras «que hay» salieron de mi boca, supe por el
silencio al otro lado del teléfono que algo no iba de acuerdo con lo
planeado.

—¿Qué tal estás? —contestó en un tono cariñoso pero triste.

Yo quise decir: «Entusiasmada. Contentísima de que ya estés en casa,


no puedo esperar otra media hora, vente ya», pero todo lo que pude
decir fue:

—Bien, gracias. ¿Qué tal tú?


—Yo bien. Pero escucha, lo siento muchísimo, tengo que cancelar lo de
esta noche. No hay nada que me apetezca más que ir a cenar contigo,
pero por aquí hay problemas y mi madre me necesita… Lo siento
mucho, Erica, te prometo que mañana nos vemos…

Se me cayó el alma a los pies. Aunque parecía decir la verdad, pensé


que por alguna razón había decidido, en el vuelo de vuelta, que ya no
me quería. Y que, finalmente, se había dado cuenta de que podía
encontrar a alguien mejor y pretendía dejarme con delicadeza. Intenté
no obsesionarme y pensar en lo duro que debía de ser para él.

—No te preocupes. No pasa nada, lo entiendo. Pero qué ha ocurrido,


Jake, dime qué está pasando, por favor.

—Ahora no puedo hablar, te lo explicaré mañana. Te llamaré lo antes


posibles, te lo prometo, ¿vale?

Creo que le respondí «OK». En realidad, no lo recuerdo. Recuerdo que


desenchufé la plancha de forma mecánica, con el pelo a medio alisar, y
me acurruqué en la cama, totalmente frustrada.

Pasadas unas dos horas, mi madre debió de adivinar lo que había


ocurrido. Dio un toque casi imperceptible en mi puerta y su cara asomó
lentamente. Entró con sigilo, me envolvió en sus brazos y me preguntó
si quería bajar y comer algo con ella y con mi padre; sabía que no era lo
mismo pero les encantaría que cenara con ellos.
58
—Bajo en un minuto —dije desganada, intentando sonreír.

Asintió con la cabeza, apartándome un mechón de pelo de la cara, y me


dejó sola mientras me lo recogía y me daba ánimos a mí misma. «Verás
a Jake mañana», me decía. «No te pongas como una niña solo porque
las cosas no hayan salido exactamente como tú habías imaginado.
Espera a que las cosas se apacigüen y todo saldrá bien».

Tras una cena silenciosa delante de la televisión, mi padre se fue a leer


a la cama, apenas pasadas las diez, y mi madre se quedó conmigo y
vimos la película. Estaba a punto de ser medianoche cuando sonó mi
móvil. Mi madre alargó el brazo para coger el mando a distancia y bajar
el volumen, pero yo me levanté de un salto y me metí corriendo en la
cocina. No podía imaginarme lo que iba a decir, pero a lo mejor era
privado.
—Hola —respondí, todo lo dulcemente que pude, y en voz baja, porque
sabía que mi padre ya estaría durmiendo.
—No te he despertado, ¿no? —preguntó Jake—. Sally se ha ido. Ha
tenido una bronca tremenda con mi madre después de que pasara ayer
otra vez la noche fuera. No debería haberme entrometido, pero es que
se estaba pasando muchísimo con mamá, y no era justo… Parece que
nos confabulamos contra ella, o algo por el estilo —podía percibir por
su voz que se sentía culpable—. Íbamos a salir a buscarla ahora
mismo, pero se ha llevado el coche. Erica, ¿tienes el número de Nadine
o de Ed, o de alguno del grupo? Hemos llamado a May, pero tiene el
móvil apagado. No sabemos qué hacer… La policía aún no quiere saber
nada, tiene que estar desparecida más tiempo para que ellos
intervengan.

Pero yo no tenía ninguno de los números que él necesitaba.

—Lo siento muchísimo, Jake, no los tengo. No conozco lo suficiente a


ninguno de ellos. Estoy casi segura de que Ruth y Charlotte tampoco
los tienen, pero puedo llamar a Anna. ¿Has llamado a Rich? El tendrá
el número de Davy, ¿no? A lo mejor sabe algo.

—Es verdad… ¡Qué tonto soy!, gracias. Le llamaré ahora mismo.


¿Puedes llamar tú a Anna, mientras tanto, y me cuentas? Gracias,
Erica.

Colgó. Fui directa a mi agenda de direcciones y llamé a Anna. No


respondió, y yo sabía que no tendría saldo para recibir mensajes de voz,
59
así que le escribí.

E: HOLA, SOY ERICA. ¡SAL HA DESAPARECIDO ¿TIENES LOS


NÚMEROS DE TELÉFONO DE ED, MUNCH O NADINE?
CONTESTA, POR FAVOR.

Pulsé «enviar» y fue entonces cuando caí en la cuenta de que


probablemente yo tenía más idea que cualquiera de ellos de adónde
había ido Sally. Aturdida por el torbellino de aterradores pensamientos
que tenía en la cabeza, volví al cuarto de estar y, en silencio, cerré la
puerta. Debía de tener una cara de circunstancia tremenda, porque mi
madre se levantó al instante y vino hacia mí.

—Sally se ha ido —dije.

—¿Qué quieres decir? —mi madre frunció el ceño.


—Se ha llevado el coche. No sabe adónde… —se me escapó un sollozo,
mis rodillas cedieron y me caí al suelo. Mi madre se agachó a mi lado y
me abrazó.

—Estará bien, no es tonta…

—Mamá —la interrumpí—, creo que sé adónde ha ido… Bueno, no


estoy segura, pero al menos creo que sé lo que está haciendo.

Entonces todo salió: la visita a la oficina de su padre, el secreto que


había jurado guardar y la razón de que Sally se hubiera «descarriado».
Recordé la rabia en su rostro y que la última vez que la vi parecía
desequilibrada, y me aterrorizaba pensar que podría haberle ocurrido
algo. Estaba horrorizada de que pudiera ser mi culpa. ¿Por qué no
había seguido intentando convencerla? ¡Qué egoísta había sido,
pensando en lo dolida que estaba yo en vez de en lo mucho que
necesitaba mi ayuda!

Pensé que me sentiría aliviada al compartir el secreto con mi madre,


pero no fue así. Solo me sentí culpable y avergonzada. Entonces mi
madre tomó la iniciativa. Dijo que teníamos que ver a Steph, contarle lo
que sabía, y buscar a Sally. Prácticamente tuvo que ponerme ella el
abrigo y empujarme fuera de la casa. Me encontraba en una especie de
entumecedor estado de choque. 60
Capítulo 11

—P
ensé que podrías necesitar mi coche —dijo mi madre
cuando Jake abrió la puerta.

Tenía el rostro gris, demacrado y tenso.

—¡Estupendo! Justo estábamos hablando de coger un taxi… Gracias.


Entrad —dijo Jake, y llamó a su madre con insistencia.

Steph había estado llorando, pero la noticia de que disponían de coche


para emprender la búsqueda la animó.

—Antes de salir, Steph, creo que podemos hacer algo más aparte de ir a
la ciudad y buscar en los sitios que solía frecuentar y en las casas de
amigos —mi madre me miró—. ¿Se lo vas a decir, o tengo que hacerlo
yo? —Steph estaba preparada, con el abrigo en un brazo y las llaves en
la mano. Jake estaba inclinado sobre sus zapatillas, abrochándoselas.
Alzó la mirada hacia mí y yo también le miré.

—Puede que haya ido tras tu padre.

Entonces miré fijamente al suelo, y no vi cuáles fueron sus reacciones.


61
Mi madre debió de pensar que a lo mejor decía algo que no debía,
porque tomó la palabra.

—Por alguna razón, Sally tenía metido en la cabeza que Simon estaba
teniendo una aventura. Le dijo a Erica, la última vez que se vieron, que
cuando saliera en su próximo viaje de negocios iba a enfrentarse a la
mujer con la que piensa que está viéndose. Supongo que llamaste a
Simon cuando supiste que Sally se había marchado. Ahora quizá sea
buena idea avisarle de que a lo mejor Sally va de camino al su hotel.

Entonces habló Steph con calma y con dignidad.

—Faye, gracias por contármelo como si fuera una fantasía inventada


por Sally, pero no es tonta, y yo tampoco. Supongo que no deberíamos
haberlo escondido debajo de la alfombra durante todo este tiempo.
Subamos al coche, si os parece, y yo llamaré a Simon de camino… Con
un poco de suerte, si Erica está en lo cierto, a estas alturas Sally ya
estará con él.

Nos dirigimos hacia la puerta, y observé que Jake apoyaba su mano


sobre el hombro de su madre para consolarla. Estaba tenso, con la
mandíbula tan apretada que se le podían romper todos los dientes en
cualquier momento. Miró hacia delante con determinación. Parecía que
había olvidado que yo estaba allí.

La puerta se cerró detrás de nosotros. En el aire gélido de la noche, se


oyó una alarma estridente, que me atravesó como un cuchillo y me hizo
pegar un salto. Estaba sonando el teléfono fijo. Steph entró en la casa
de nuevo y descolgó el auricular.

—¿Hola? Sí, es ella… —se llevó una mano temblorosa a la boca, cerró
los ojos con fuerza y una lágrima captó la luz del porche. Todos
contuvimos la respiración—. ¿Se encuentra bien?... Sí, entiendo. En
quince minutos estaremos allí. Gracias.

Cogió aire con dificultad y dejó con delicadeza el auricular en su sitio.

—Hubo un accidente, un choque… está bien, bueno, no, está herida…


Faye, ¿nos puedes llevar al hospital?

Sentí que el corazón se me paraba en el pecho y me quedé totalmente


sin aire.

—Claro —dijo mi madre.

Antes de que pudiéramos movernos sentí una sacudida y un intenso


dolor en el brazo, y creo que solté un grito. Me giré y vi que Jake me
62
había agarrado del brazo.

—¡Lo sabías!

Su voz se quebró en un gruñido extraño. Su rostro reflejaba un


inmenso dolor, y tenía los ojos llenos de lágrimas, esos ojos que yo
tanto adoraba. Quería abrazarle, decirle que lo sentía, pero me odiaba
con cada poro de su piel, podía verlo claramente en su cara, y me
aterrorizó. Sentí frío y vergüenza. Me zarandeó y el dolor me atravesó el
brazo.

—¡Lo sabías, y no dijiste nada! Podría estar muriéndose…

—¡JAKE! —gritó Steph, y se echó a llorar—. ¡Ya BASTA! —noté que Jake
me soltaba, y el brazo de mi madre me rodeó, apoyándome,
sosteniéndome—. No podemos repasar cada «¿y si…?», ni cada «pero».
Vayamos al hospital. ¡Por favor!

El trayecto hasta el hospital fueron los quince minutos peores minutos


de mi vida. Estuve sollozando durante todo el camino, intentando
guardar silencio, mirando por la ventana para que Jake no me viera, ni
pensara que no tenía derecho a llorar por algo que había provocado yo.
Me encogí todo lo que pude en el rincón del asiento trasero, deseando
desaparecer. No me giré para mirarle, no me atrevía. Cada vez que
cerraba los ojos podía ver su furia y su odio amenazador. Sobre todo,
me daba miedo encontrar a Sally gravemente herida... o algo peor.
¿Cómo podía haber acabado así esta noche que tanto había deseado
que llegara? El mundo se desmoronaba bajo mis pies.

63
Capítulo 12

C
uando llegamos al aparcamiento, sentía nauseas, y no era solo
por el resplandor artificial y enfermizo de la luz del hospital que
se derramaba en la oscuridad de la noche. Una parte de mí
quería entrar y encontrar a Sally, y la otra temía lo peor. Me sentía
avergonzada y asustada, así que me quedé atrás mientras los demás
entraban a toda prisa en recepción.

Dentro reinaba el caos. Era evidente que muchas noches de borrachera


acababan aquí, e imaginé lo deprimente que debía de ser para los
empleados tener que soportar esto. Pero yo agradecía todo el jaleo...
Significaba que menos miradas caerían sobre mí.

Mi madre se quedó conmigo. Seguíamos a Steph y a Jake por el pasillo


hasta donde se encontraba Sally. Mi madre iba tirando de mí. Me llevé
la mano a la boca cuando pude ver a Sally. Estaba despierta (menos
mal). Tenía un collarín en el cuello y un corte grande en la cabeza, que
ya había sido limpiado y cosido. Tenía un aspecto terrorífico. El corte
empezaba casi desde la línea de nacimiento del pelo, atravesaba la ceja
y acababa peligrosamente cerca del ojo. Steph emitió un pequeño grito y
64
corrió hacia ella. Quería abrazar a Sally, pero con cuidado para no
hacerle daño, pues estaba repleta de magulladuras y hematomas.

Creo que Sally me vio y sonrió. Pero parecía correcto dejar a la familia a
solas. Decidimos esperar nuevas noticias en la sala de espera. Mi madre
había sacado unos espantosos tés de la máquina, creo que por hacer
algo. Entonces vi llegar a Simon. Su expresión no decía mucho. Lo vi
hablando con una recepcionista, que le hizo un gesto para que cruzara
el pasillo hasta donde estaba Sally. Lo vi desaparecer en la dirección de
la que acabábamos de venir nosotras. Le seguí con la mirada, por el
pasillo, preguntándome cuál sería la reacción de Sally cuando lo viera, o
la de Steph. O la de Jake. La desesperanza volvió a embargarme, pero
no me quedaban fuerzas para llorar.

Entonces apareció Steph y recorrió con la mirada la sala de espera.


Pensé que me había visto, aunque no hizo ademán alguno de acercarse.
Oportuna como siempre, mi madre emergió con unos vasos de plástico,
y ella y Steph hablaron. Mi madre solo escuchaba y asentía con la
cabeza mientras Steph hablaba y gesticulaba agitándose durante lo que
pareció una eternidad, entonces ella le respondió algo. Pude ver que
estaba preocupada. Se inclinó hacia Steph para hacer que la mirara a
los ojos. Steph se volvió a cubrir la cara con la mano y por un momento
pareció que lloraba. Mi madre hizo lo posible por darle un abrazo de
consuelo, y luego intercambiaron unas palabras más, asintiendo ambas
con la cabeza, y daba la sensación de que mi madre estaba esperando a
comprobar que Steph estuviera bien. Cuando lo hizo, se separaron y la
vi volver hacia donde yo estaba sentada.

Otro conductor que estuvo en el escenario del accidente le había


contado a la policía lo que había ocurrido. Sally había intentado
adelantar en el momento equivocado. Se había dado cuenta de su error,
pero tardó demasiado en volver al carril y giró hacia el lado contrario de
la carretera… Colisionó contra un árbol. Menos mal que el otro
conductor consiguió parar a tiempo y no salió herido. Y menos mal que
Sally llevaba puesto el cinturón de seguridad… Tenía una pierna rota,
la muñeca fracturada, un latigazo cervical y el corte en la cabeza. No
veían que tuviera hemorragia interna, pero, dado que se había golpeado
en la cabeza, tendría que estar ingresada un día o dos para que
pudieran tenerla en observación. Steph prefería que nos fuéramos a
casa, porque no sabían cuánto tiempo estarían allí… y, además, Simon
tenía su coche aparcado fuera. Yo solo asentí con la cabeza. Mi madre
me dio un abrazo y nos fuimos, dejando nuestros tés intactos.

Creí que no pegaría ojo en toda la noche. Pensaba que no me lo


merecía. Sin embargo, después de que mi padre me obligara a tomar un
65
vaso de leche caliente, tuve prácticamente que arrastrarme hasta la
cama, estaba exhausta, agotada y entumecida. Sabía que dormir me
sentaría bien. Recuerdo que no me importaba si no volvía a
despertarme.
Capítulo 13

M
e desperté confusa. Podía oír sonidos metálicos, ruidos sordos
en la cocina y voces..., la tele encendida en el cuarto de estar.
Mi habitación estaba a oscuras. Los rayos de sol que
habitualmente se filtraban por las ranuras de la persiana, no estaban
ahí... ¿Era de noche? Habíamos vuelto a casa de madrugada, así que no
podía ser, y además, si así fuera, no habría ruidos de cocina. Debía de
ser por la tarde. ¿Qué día era? ¿Lunes? ¿Llevaría días durmiendo? A lo
mejor mis padres me estaban dejando dormir.

Me llevó unos minutos recordar todos los detalles de la noche del


domingo, y cada nuevo detalle era como otro kilo más sobre mí. La
sangre y los hematomas de Sally, ese corte horripilante en la cara.
Simon llegando al hospital, Steph apoyándose en mamá, abrumada por
todo lo que estaba aconteciendo. La mano de Jake apretándome el
brazo con odio, los ojos llenos de rabia y de dolor. No tenía por qué ser
real. Todos los ruidos que podía oír en el casa, si tan solo pudiera
ignorarlos y quedarme donde estaba, protegida en mi sueño, en la
oscuridad y bajo mi edredón... Nada de lo que había ocurrido tenía que
66
ser real, si yo pudiera esconderme sin más...

Abajo sonó el teléfono y oí la voz de mi madre, pero el volumen de la


conversación era bajo y no podía distinguir las palabras. Cuando colgó,
pude oír que subía las escaleras. Se detuvo ante mi puerta, dio uno de
sus toques ligeros y con suavidad empujó la puerta. No me moví,
aunque no aparenté estar dormida. Se sentó junto al cabecero de la
cama.

―¿Qué tal te encuentras, cariño? ―me encogí de hombros ligeramente―.


Steph acaba de llamar. Sally está mejorando, se pondrá bien. De hecho,
creen que mañana volverá a casa. Pero Steph se preguntaba si te
gustaría verla esta noche... Las horas de visita son de seis a ocho. Ellos
irán alrededor de las seis, pero si quieres hablar con ella a solas, la
tendrás para ti sola a partir de las seis y media, aproximadamente. Tú
decides, cariño, pero si quisieras ir tendríamos que salir de aquí en
unos cuarenta y cinco minutos. Yo estoy dispuesta a llevarte si quieres,
así que tendrás que levantarte y darte un ducha. Te dejo que lo pienses.

Alabada sea mi madre por saber que no habría soportado más presión
en esos momentos, y que no quería ir hasta el hospital yo sola. Sabía
que tenía que visitar a Sally. Puede que me odiara por haber contado su
secreto. A lo mejor me culpaba por no haberla obligado a contarlo ella
misma, al igual que Jake. Tenía que descubrirlo, y también quería ver
que estuviera bien, antes de que volviera a casa, pues no quería
encontrarme con Jake.

En el coche, me pregunté si Steph e había chivado las horas de visita


porque Jake no quería que fuera a su casa. ¿Acaso me estaba volviendo
paranoica? Al menos Sally sí quería verme, si no Steph no me hubiera
sugerido que fuera.

―¿Cuál era el tono de Steph? ―pregunté a mi madre. Pareció


confundida―. Por teléfono, ¿parecía enfadada? ¿Crees que me culpa?
―bajé la mirada.

―Escúchame, Erica ―dijo mi madre en tono severo―. Tú no podías


haberlo evitado. Sally es dueña de sus actos, no puedes asumir tú su
responsabilidad, es demasiado. Sí, te pidió que guardaras un secreto
que resultó ser peligroso, pero tú hiciste lo que consideraste correcto en
aquel momento. Eso es lo único que podemos hacer cualquiera de
nosotros.

A pesar de que es mi madre y de que sabía que diría cualquier cosa


para que me sintiera mejor, la creí, y sí que me sentí un poco mejor.
Cuando llegué al hospital, estaba deseando ver a Sally. Había cosas que
67
necesitaba aclarar respecto de los últimos dos meses, y esperaba que
ella pudiera hacerlo. Cuando me asomé por la cortina. Sally estaba
sentada. Había una pequeña televisión sobre un brazo que salía de la
pared y estaba encendida sin volumen, pero no la estaba viendo con
atención.

―Hola ―sonrió al verme―. Entra. Estoy aburridísimo.

Le devolví la sonrisa y rodeé la cama para sentarme. Intenté no mirar el


corte que tenía en la cara. Ella se lo acarició.

―Los médicos dicen que quizá me quede cicatriz.

Esta vez intenté esforzarme para no parecer impresionada.

―Los médicos aparentan que lo saben todo, pero a veces se equivocan,


sabes. Se curará. No vas a perder la belleza.

Negó con la cabeza y esbozó una sonrisa, luego se puso triste de nuevo.

―¿Viste a mi padre anoche? ―asentí con la cabeza―. Se va de casa...


Todo lo que no había querido que ocurriera estaba ocurriendo, y yo
sentí como si todo fuera culpa mía y, después de todo el sufrimiento, al
final no había servido de nada que desvelara un secreto..., pues ya
había tenido el accidente cuando mi madre y yo llegamos a su casa
aquella noche.

―Lo siento muchísimo, Sally ―me temblaba la voz―. Como nadie sabía
dónde estabas... pensé que ayudaría si lo contaba.

―Sé que te puse en una situación difícil, Erica, perdona. No te


preocupes por eso. Pensé que sería el final de mi mundo... Pero tuve
una larga conversación con mi madre y, en realidad, parece que está
más contenta. Como... más segura que antes.

Recordé la reacción de Steph en su casa el domingo, y supe


exactamente a qué se refería.

―Y no estaba siendo justa con ella, creyendo que Jake le importaba más
que yo... ―Sally se giró hacia mí―. Lo sabía, ¿sabes...? Sabía lo de papá,
así que, después de todo, no era un secreto. Y yo creyéndome tan
inteligente e importante —rio con amargura y se volvió a recostar. Cerró
los ojos por un instante. Parecía cansada.

Me acordé de que mi madre estaba esperando fuera, así que me levanté.

―Debería dejarte dormir, pareces cansada.


68
Me agarró con su mano escayolada.

―No, espera ―permanecí de pie―. Tiene gracia cómo un buen golpe en


la cabeza y un hospital pueden aclarar las ideas... Tenías razón, estaba
eludiendo los problemas. Nadine, Ed y Munch, e incluso May... no son
auténticos amigos, no como tú. Siento mucho cómo me comporté.

―No seas tonta —solté una carcajada. Me sentía feliz y aliviada.

―Vendrás a verme, ¿no? Voy a ser una inválida, metida en mi casa para
siempre. ¿Vendrás a ver películas conmigo?

―No lo sé, Sally. Yo quiero, pero Jake me odia. En serio, deberías


haberle visto cuando oyó que estabas herida. Y tampoco creo que tu
madre sea mi amiga... No sé si seré bienvenida.

Sally puso los ojos en blanco.

―Erica, mi madre te adora, siempre te ha adorado. No te habría


sugerido que vinieras si te culpara de algo, ¿no? Créeme, es a mí a
quien culpa. Voy a tener que mostrar una actitud modélica durante al
menos un año para volver a tener su confianza. Y Jake... ¿Qué es lo que
te dije sobre él? Se cree más listo que nadie, es un auténtico petardo.
Pero anoche fue anoche, y él escucha a mi madre. Y él también te
adora. Venga, si lo sabes. Nunca le he visto tan empalagoso como en los
últimos meses. Se le pasará. ¡Con más razón deberías pasar un montón
de tiempo en nuestra casa, siendo encantadora con él!

Admitió su egoísmo, y me sentí bien, con la sensación de que había


recuperado a mi amiga.

Incluso me permití pensar que también llevaba razón sobre Jake, que
se le pasaría y, cuando pensé en él de camino a casa, lo imaginé
sonriéndome de nuevo. En vez de recordar su rabia, cuando cerré los
ojos, le sentí envolviéndome en un abrazo, con la piel cálida de su
mejilla rozando la mía como aquella primera vez en nuestro banco.

69
Capítulo 14

H
abía una nueva frase resaltada en blanco encabezando los
correos electrónicos… ¡de Jake! Hice clic sobre el nuevo e-mail.

Hola, Erica:

Sé que debería decirte esto en persona, pero me resultaría muy


duro verte ahora. Lo mejor es que ya no nos volvamos a ver. No
sé si podré perdonarte por haberme ocultado algo que me
incumbía más a mí que a ti, algo tan importante acerca de mi
familia. Nunca sabremos si podíamos haber evitado el accidente
de Sally. Pensé que siempre seríamos sinceros. No quiero estar
con alguien que no confíe en mí. Siento que las cosas hayan
tenido que acabar así. Espero que lo puedas entender.

Jake.
70
El corazón me daba sacudidas, una y otra vez. Pensé que iba a vomitar.
Era consciente de lo que había perdido y me sentía frustrada, deseaba
con todas mis fuerzas dar marcha atrás. ¿Lo diría en serio? ¿No quería
volver a verme… jamás?

Cuando pensé en lo feliz que era con Jake, sentí un dolor físico. Me
sentía oprimida y sin aliento. Entonces cerré el correo de manera
mecánica y apagué el ordenador. Corría a mi habitación, cerré la puerta
tras de mí, me desplomé contra ella y lloré y lloré y lloré hasta el
agotamiento. No podía moverme, y no sé cuánto tiempo pasó hasta que
conseguí arrastrarme hasta mi cama y esconderme debajo de mi
edredón… ¿Una hora? ¿Dos? Me dormí. EL sueño era mi única vía de
escape de un mundo en el que Jake me odiaba.

Mi madre me dejó la cena junto a la cama, ya que no quise bajar. Al día


siguiente, insistió en que me sentiría mejor si me levantaba, pero
deambulé aturdida. De vez en cuando, me aventuraba escaleras abajo y
me desplomaba delante de la televisión. Cómo no, el día siguiente era
San Valentín, y toda la programación de la tele parecía dedicada al
amor. Rayos invisibles de sensiblería salían disparados de la televisión y
me atravesaban el corazón, me hacían pensar en Jake y me devolvían a
la cama llorando. No podía soportar que estuviera enfadado conmigo.
Viví como una ermitaña, ignorando los mensajes y las llamadas de los
amigos o, cuando insistían, respondiendo con la mayor brevedad
posible.

El e-mail de Jake me había hecho sentir tan pequeña y despreciable que


me daba demasiado miedo volver a leerlo y, todavía más, responderle.
Pero cuando llegó el sábado, supe que no podía actuar como si nada
hubiera sucedido, puesto que se avecinaba la vuelta a clase. Tenía que
ver a todo el mundo, y si no era la misma de siempre…, o si no
mencionaba a Jake en alguna que otra frase… me harían preguntas.
Debía arreglar mi vida. Así que me preparé una buena taza de té,
encendí el ordenador y me dispuse a escribirle. ¿Cómo podía hacerle
cambiar de idea?

Sin embargo, ocurrió algo curioso. A pesar de lo duro que había sido
para mí, cuando volví a leer sus palabras, no me sentí arrepentida.

Él insinuaba en el e-mail que aún me culpaba por lo que le había


pasado a Sally, pero no tenía valor para decírmelo sin tapujos, y mucho
menos a la cara. Que yo había guardado un secreto que le incumbía
más a él que a mí, pues bien, eso no era verdad: era de Sally, y ella me
había pedido que lo guardara. Estoy segura de que si me lo hubiera
pedido él, también habría esperado de mí que lo guardara. Pero lo que
71
realmente me molestó… fue que me dijera: «No quiero estar con alguien
que no confíe en mí». ¿Cómo se atrevía a pensar que no confiaba en él?
Con esta afirmación me demostraba que no había hecho ni el más
mínimo esfuerzo para ponerse en mi lugar. Estaba pensando en sí
mismo. Y ese «Espero que lo puedas entender», tan engreído…

Demasiado perezoso para sentir empatía por otras personas. A lo mejor


estaba siendo demasiado dura con él. A lo mejor estaba a la defensiva
porque aún dudaba de mi inocencia. Pero si Sally podía perdonarme,
¿por qué Jake ni siquiera lo intentaba?

En el e-mail tampoco aludía a la agresividad que había mostrado hacia


mí el domingo por la noche. Y no es que no entendiera perfectamente
que en aquel momento estaba aterrado y preocupado. Es que yo
también estaba aterrada, y estuvo muy mal por su parte que me mirara
de aquella manera, con tanto odio y que me apretara el brazo hasta
hacerme daño. Él no podía saberlo, quizá ni siquiera se acordara, pero
su agresividad me asustó mucho, y pensé que se disculparía por ello.
¿Qué sentido tenía que me disculpara yo, una y otra vez, si él no estaba
preparado para escuchar ni entender mis razones? Él ya había decidido
que no perdonaría. Así que yo decidí que no le respondería…, no de
momento, aunque por ello perdiera a Jake para siempre. Yo también
tenía orgullo. Pero no fue fácil. Me dolía cada vez que lo pensaba. Una
parte de mí quería hablar con él para intentar arreglarlo. Pero otra parte
sabía que ante todo tenía que ser fiel a mí misma, incluso si eso
implicaba que todo lo que había habido entre Jake y yo se perdiera.

72
Capítulo 15

S
ally y yo nos escribíamos correos electrónicos o SMS casi todos
los días. Le prestaba mis apuntes de Comunicación Audiovisual y
le daba la tabarra a sus compañeros para que en otras
asignaturas hicieran lo mismo, hasta que por fin volvió al instituto y
recibió una calurosa bienvenida de todo el mundo. Ruth organizó una
fiesta para la ocasión, y, esta vez sí, Sally se quedó hasta el final y nos
volvimos juntas a casa.

Llegó la primavera. El mundo salió de la hibernación y rebosaba de


energía, color y sol. La Tierra giraba y el tiempo avanzaba sin mí, como
un autobús perdido desapareciendo calle abajo. Las noches eran más
largas y cálidas, y Charlotte y Ruth me invitaban a ir con ellas a la
ciudad después de clase, pero yo sonreía y les decía «no, gracias», y
también que tenía que volver a casa para repasar. Trabajé duro durante
toda la Semana Santa y el último trimestre. Porque estudiar mantenía
mi mente ocupada, lo admito, y si hubiera intentado salir y pasármelo
bien habría sentido con más intensidad la ausencia de Jake. Así que
prefería quedarme en casa e imaginarme sentada en el parque con ellas,
73
viendo a Jake acercarse, sonriendo, para rodear mi cintura con su
brazo y estrecharme en un tierno saludo…

Muchísimas cosas me hacían pensar en él, y cada vez que lo hacía


sentía la tentación de escribirle. Pero cuando reunía el valor suficiente
para leerlo de nuevo, entonces sentía rencor. Y no quería escribirle
enfadada. Ya era demasiado triste que no hubiéramos hablado para
tratar el asunto. Lo único que podía ser peor es que también
empezáramos a odiarnos. Por lo tanto, seguí posponiéndolo.

Me obligué a centrarme en mis estudios y en mi futuro. Pero Jake era


quien me animaba cuando encontraba dificultad en una asignatura o
cuando me enfadaba conmigo misma por quedarme atascada en una
redacción. Ahora ya no estaba. Algunos días lloraba sobre mi mesa y
me sentía como si, al no contar con toda la fuerza que él me trasmitía,
fuera solo medio persona. Los exámenes iban a llegar tanto si yo estaba
preparada como si no, tanto si Jake estaba ahí para apoyarme como si
no. Renuncié a mi vida social por estudiar y por ello obtuve buenos
resultados. Excepto en el examen que coincidió con el día de mi
cumpleaños, que fue un desastre (Sally, Ruth y yo lo celebramos
tomando algo). Me habían ofrecido una plaza en Brighton para estudiar
Empresa y Moda, siempre que me diera la nota, por lo que la
celebración debía haber sido doble, pero todas teníamos exámenes al
día siguiente, así que ninguna nos podíamos permitir una noche de
juerga.

En estos días deje de pensar en Jake… Bueno, al menos no pensaba


tanto en él. La mañana de mi cumpleaños, bajé a desayunar y encontré
los regalos que mi familia había colocado sobre la mesa del comedor,
según era tradición. ¡Qué emoción! ¿Todos para mí? Me recordaron el
calcetín de Navidad de Jake y el amor que había en cada uno de los
bonitos y románticos regalos que contenía.

Con Sally y Ruth, salía y me divertía. Pero deseaba que Jake estuviera
siempre a mi lado. Sin embargo, él y yo nos evitábamos. Con Sally
quedaba en Coco’s, para no pasar por su casa, cuando no la veía en el
Instituto, así teníamos oportunidad de hablar de sus padres.

El padre de Sally había alquilado un piso en Londres. Ella quería


visitarle un par de fines de semana al mes, pues le gustaba el glamour
de tener una casa en Londres donde dejarse caer cuando se le antojara.
A pesar de que era duro para ella, bromeaba para quitarle importancia,
aunque admitía que su padre estaba muy afectado, que nunca lo había
visto así. Él había prometido que no volvería a ver a la otra mujer,
Verónica, y suplicó a Steph que le dejara volver a casa. Pero ella no
74
quería. Yo veía que Sally se sentía mejor desde que su padre decidió
cambiar de vida. Aún así me seguía preocupando por ella. Pasaba
mucho tiempo con su madre hablando sobre la ruptura, y sobre como
la vivía cada una.

Era julio, los exámenes habían terminado, hacia mucho calor y Sally me
dijo, mientras tomábamos en Coco’s un batido de chocolate y un
helado, que Steph había decidido mudarse a Escocia para vivir con su
hermana en Falkirk, por algún tiempo. Así que sin pensarlo mucho
Sally decidió que quería estudiar Derecho en Glasgow. Después de todo,
no vivirían demasiado lejos la una de la otra. Y Jake barajaba la
posibilidad de volver a estudiar Arte en Edimburgo, ahora que ella y
Steph se iban a Escocia. Deseé cambiar de tema de conversación, pero
Sally me estaba poniendo a prueba.

―Vosotros dos no habéis hablado desde el accidente, ¿no? No puedo


entenderlo, con lo unidos que estabais, y ni siquiera habéis intentado
reconciliaros.
En ese momento, me enfadé. ¿Es que no tenía ni idea de cuanto había
cambiado ella las cosas entre Jake y yo? En cierto modo, Sally era la
causante de todo. Pero no podía culparla después de lo mal que lo
había pasado. Respiré profundamente e intenté relajarme.

―Él ya tenia bastante claro lo que sentía, Sal. Habían cambiado


demasiadas cosas entre nosotros… ―me contuve para no entrar en
detalles. No quería hablar de ello, era demasiado duro para mí―. Ya
sabes como es… —me encogí de hombros y recordé aquel día de
diciembre en el andén de la estación, el día que hablamos sobre su
ruptura con Mark.

Negó con la cabeza con tristeza.

―Jake sigue abatido por eso, ¿sabes? ¿Es que quieres tirarlo todo por la
borda, solo porque los dos sois unos cabezotas?

Sentí que mi corazón se aceleraba. ¿Seguiría pensando en mí?

Entonces Sally cambió de tema, y empezó a hablar sobre un chico con


el que Ruth había empezado a quedar. Por lo visto, perecía que iban en
serio, hasta tenían pensado estudiar en la misma universidad.

Terminamos nuestras bebidas y Sally se fue a buscar a su madre.


Mientras conducía de camino a casa pensé en la conversación que
mantuvimos: Jake no me había olvidado. A lo mejor ella tenía razón y
75
los dos habíamos sido demasiado cabezotas. Puede que fuera verdad
que él y yo hiciéramos buena pareja, como opinaba la gente que nos
conocía. Tenía que olvidarme de todo, de una vez por todas. Quizá no
debí leer una y otra vez ese e-mail. Llevaba cinco meses evitando un
enfrentamiento con él. Pero me descubrí a mí misma preguntándome
que habría pasado si el correo hubiera sido redactado de forma
ligeramente distinta, o si yo me hubiera tragado mi orgullo y le hubiera
dado una explicación. Encendí la radio, escuché una canción y canté
para liberarme de mis pensamientos.

Los días posteriores me mantuve todo lo ocupada que pude. Una tarde,
cuando volví a casa, conecté mi iPod en el equipo de música y escuché
las canciones más animadas, todo lo alto que pensé que me estaría
permitido. Abrí la ventana de mi cuarto y dejé la puerta abierta para
que hubiera corriente, me recogí el pelo en un moño y me sentí bien.

Entonces, cuando la tercera canción se desvanecía, oí que alguien daba


fuertes golpes en la puerta y me sobresalté. Debía darme prisa, porque
quienquiera que fuese podía llevar un buen rato llamando. Por el
volumen de la música no pude oír que llamaban. Pensé que podía ser o
un comercial o algún miembro de alguna asociación religiosa… Paré la
música y bajé las escaleras saltando, con los pies descalzos, y abrí la
puerta.

Allí estaba Jake. Verle fue como si me dieran un golpe en el pecho, me


quedé sin aliento. Tenía las manos en los bolsillos y una expresión rara,
como si estuviera intentando sonreír para disimular su estado de
nervios. La verdad es que no era buen momento para sonrisas.

―Hola ―dijo.

Estaba muy guapo. Bueno, solo llevaba unos viejos vaqueros rotos, una
camiseta vieja y descolorida y chancletas. Pero lucía ese bronceado
veraniego desenfadado, y la tensión en sus brazos marcaba esos
alucinantes hombros. Físicamente, seguía siendo la persona atractiva
que tanto me gustaba: la misma cara, esos labios, sus manos, el pelo y
la piel…

Mi primera reacción fue alargar el brazo y tocarle. Quería abrazarle y


que me abrazara, recorrer su torso con mi mano y sentir su silueta
fuerte y cálida sometiéndome. Tenía que luchar contra ese deseo porque
no me estaba permitido hacerlo. No sé cómo describirlo, sentía una
barrera… Supongo que era como si él estuviese al otro lado de una
gruesa pared de cristal entre nosotros. No sé cuánto tiempo estuve ahí
de pie, sin encontrar las palabras.
76
―Ejem, mañana voy a llevar a mi madre a Falkirk… ¿Te lo dijo Sally?
―asentí con la cabeza para hacerle saber que estaba al corriente de sus
planes, o al menos de algunos―. Y tengo una reunión en la universidad
el lunes, y luego tengo que buscar piso para compartir y esas cosas, así
que me voy a quedar con mi tía algún tiempo, y no se si volveré… Ya
nos han hecho una oferta de compra de la casa… ―miró hacia la calle
un instante, como si se hubiera sorprendido incluso a sí mismo al
tomar conciencia de que realmente se iba para siempre―. En fin, pensé
que debía despedirme, me refiero a que quería despedirme.

Frunció el ceño y miró hacia otro lado, y me percaté que debía de ser
realmente difícil para él estar ahí.

No obstante, no fui capaz de pedirle que entrara. Resultaba tan


embarazoso estar de pie en el umbral de la puerta con un metro de
distancia entre ambos, que la idea de charlar en la cocina con un té, o
sentados en el sofá… me daba miedo.
―Vaya, cuántos cambios ―dije, intentando mantener una conversación
amistosa―. Ejem, voy a la tienda…necesitamos leche. Hace un día tan
bueno… ¿Me acompañas? Podemos caminar hacia el parque…

―Claro ―dijo asintiendo con la cabeza.

―Un segundo, me pongo los zapatos y nos vamos.

Le dejé fuera dando pataditas durante un par de minutos mientras yo


me calzaba. Me miré al espejo y entonces me pregunté para qué, no era
una cita ni nada. Apagué el equipo de música, cerré la ventana y respiré
hondo.

Tenía el pulso acelerado por la emoción de ver a Jake y por los nervios
de imaginar qué nos diríamos. Pero él había venido a decir adiós. En
poco tiempo, otra persona viviría en su casa, todos los dibujos
desaparecerían de sus paredes y los intrusos cubrirían de pintura todas
sus huellas…

Bajé, cogí las llaves y el monedero, para que no se diera cuenta de que
lo de la leche era una excusa.

―Sally dice que te vas a Brighton…

Jake rompió el hielo con un tema de conversación trivial. Yo jugueteaba


con mechones de pelo, sin saber qué hacer con las manos y pensando
77
que seguramente estaría encrespado de haberlo tenido recogido.

―Sí, si consigo sacar buena nota. Así que supongo que seguiremos
caminos diferentes: vosotros al Norte, yo al Sur ―añadí
innecesariamente. Estaba desesperada por seguir hablando, de lo que
fuera, cuanto más aburrido y menos emocionante mejor―. Así estaréis
los tres más cerca, ahora que Sally se va a Glasgow. Seguro que
Edinburgo es un lugar estupendo para vivir. Es una ciudad muy bonita,
y apuesto a que hay montones de sitios para salir.

Llegamos al final de la calle, tomamos un sendero sin pensar hacia


dónde nos dirigíamos, e inmediatamente me arrepentí, porque se
trataba de un pequeño túnel recóndito y acogedor protegido por árboles.
Tuvimos que apretujarnos para poder caminar y hablar a la vez, y sentí
el brazo de Jake rozar el mío. Se me puso la piel de gallina.

―Brighton también será divertido… Tiene un gran ambiente musical, te


encantará.

―¡Si consigo la nota, recuerda! ―dije nerviosa―. ¡Aún no estoy allí!


―Conseguirás la nota necesaria ―añadió Jake en voz baja.

¡Oh! Todavía creía en mí. Su tono suave y seguro era como una mano
estirándose hacia mi pecho para tocar el corazón. De repente, me
invadieron los recuerdos. Dejé de caminar e intenté mantener la
endereza. Si dejara que Jake se fuera, perdería una parte de mí… O
podría viajar a Escocia para visitarle, y él podría venir a Brighton para
ir juntos a algún concierto. Podríamos compartir las nuevas
experiencias, como cualquier pareja…

Miré a Jake fijamente a los ojos. Nuestros labios estaban tan solo a
unos centímetros de distancia. Quería tocarle y besarle pero ambos
estábamos como petrificados, mirándolos el uno al otro, sin saber qué
decir. Ojalá hubiera adivinado lo que pensaba.

―Nunca respondiste a mi correo… Lo recibiste ¿no? Esperaba obtener


alguna repuesta.

El corazón me latía tan salvajemente que creí que me iba a


desmayar. ¡No dijo en serio que no quería verme! Solo quería una
respuesta ¿Por qué no hablaría con él antes? Podía haber sido el verano
más feliz de mi vida y, sin embargo…

―Sí, lo recibí, lo siento ―ahora parecía ridículo no haber respondido, y


no sabía cómo justificarlo―. Pensé que no había mucho que decir…
Daba la sensación de que ya había tomado una decisión ―intenté que
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no me temblara la voz.

―¿En serio?

Por un momento permaneció en silencio. Quería que me dijera que claro


que no había tomado una decisión, que estaba equivocado, que me
echaba de menos, que deseaba recuperarme. Quería que me quisiera de
nuevo.

―Pues esperé tu respuesta. Pensé que querrías explicarte, disculparte…

¿Disculparme? Entonces cambió mi ánimo. Recordé la rabia que había


sentido cuando leí aquel e-mail. Ahora, sentí la misma rabia. Tuve
que combatirla con toda la calma que pude reunir. Los ojos de Jake
buscaban los míos, y me pregunté si se había dado cuenta del estado
en el que me encontraba en ese momento: estaba rabiosa. En el lugar
donde tiempo atrás vivíamos nuestro amor, ahora había frustración,
dolor y nostalgia. Quería cambiar el pasado.

―¿Has pensado alguna vez lo duro que fue para mí? ―intenté hablar
con calma, pero inquisitiva. La voz me temblaba―. ¿Es que no puedes
imaginar cuánto deseaba contarte lo que ella me había suplicado que
no te contara? ―me resultaba imposible ocultar lo que sentía. Estaba
temblando. Era todo lo que podía hacer para no llorar―. Aquella noche,
en Nochevieja, lo intenté…, pero…

―Entonces ¿por qué no lo hiciste? ―Jake también estaba tenso―. No se


trataba de algo que te incumbiera.

Recordé que había dicho eso mismo en su e-mail. Sencillamente no era


justo.

―Eso no es cierto Jake ―contesté entre sollozos.

De repente, un hombre que paseaba a su perro apareció en el camino y


tuvimos que apartarnos para dejarle pasar. Vi entonces la oportunidad
de recuperar mi dignidad, caminé detrás de aquel hombre y dejé atrás a
Jake. Seguí caminando hasta el pequeño parque que estaba a unos
doscientos metros. Allí podíamos sentarnos en un banco. No me volví
para comprobar que Jake me seguía, pero pude sentirle. Llegue al
banco y me senté en el borde, fijando la mirada en mis manos, y esperé
a que Jake también se sentara.

―Tú insinuaste en tu e-mail que no debí meterme en asuntos que no me


incumbían, pero te equivocas ―no podía mirar a Jake; sabía que si le
miraba, me derretiría. Y no quería rendirme. Necesitaba hacerle ver que
estaba equivocado. Necesitaba que se diera cuenta de que no era
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justo―. Es como decir… que has hecho un dibujo de esa casa y que,
por lo tanto, la pintura pertenece a la casa, o incluso a sus propietarios.
Pues no. Un secreto pertenece a la persona que lo sabe, como un dibujo
pertenece a la persona que lo hace, no a la persona o cosa representada
en él. Era el secreto de Sally, mi mejor amiga. Ella me pidió que
lo guardara y así lo hice. Y no me resultó fácil…

Jake me estaba mirando fijamente, pero no pude interpretar su


expresión. Se quedó pensativo. ¿Se estaría dando cuenta de lo
equivocado que estaba, o solo esperaba que yo terminara para rebatir
mi argumento?

Continué hablando

―Quería que fuera Sally quien te lo contara, que compartiera


contigo su sufrimiento. La intenté convencer de que lo entenderías. Ella
insistía en que eras la última persona a la que debía contárselo ―no
pretendía echarle la culpa a ella―. En cualquier caso, si realmente crees
que fue fácil para mí, es que no me conoces en absoluto. Por eso no
respondí ―me giré, intentando esconder mis lagrimas.
―Tienes razón, Erica, sé que no fue fácil para ti.

Mi corazón volvió a palpitar con fuerza. Le miré esperanzada. Quizá


hubiera, después de todo, un final feliz. El tiempo que permanecimos en
silencio me pareció una eternidad… Le imaginé reconociendo que se
había equivocado, pidiéndome disculpas, diciéndome que el verano no
era lo mismo sin mí, que Sally había hecho bien en perdonarme, que no
había tenido elección…

―Sin embargo, los secretos no son tan simples como los dibujos
―prosiguió―. Sigo pensando que si me hubieras dicho lo que le estaba
pasando a lo mejor habríamos podido evitar el accidente. Me lo
pregunto cada vez que miro la cicatriz de su cara.

Me pareció sentir que el corazón se me partía. Era inútil. Cada vez que
mirara a Sally me odiaría. Sabía que ya había decidido no
escucharme… ¿Por qué vino entonces a mi casa, después de todo este
tiempo? ¿Qué quería?

―¡De acuerdo! ―grité.

Me levanté de un salto, llena de confusión ¿No le bastaba con que yo


me sintiera culpable, tenía que culparme él también? ¿Por qué no podía
confiar en el juicio de Sally y perdonarme? Había confirmado
exactamente lo que yo temía que opinara de mí. 80
―Podría pedir perdón cada día de mi vida, Jake, y nunca serías capaz
de perdonarme, porque nunca sabremos lo que habría ocurrido ―le
quería muchísimo. Era doloroso estar ahí tan cerca de él, pero tan llena
de rabia―. Y además, ya me lo dejaste suficientemente claro en tu e-
mail, Jake. No sé por qué has tenido que hacerme pasar por esto otra
vez, después de todo.

Me giré furiosa para marcharme, pero él vino tras de mí. Me agarró del
brazo y yo me estremecí, dejando escapar un pequeño grito antes de
poder pararlo. Me sorprendió mi propia reacción, y entonces me di
cuenta de que estaba recordando la última vez que me agarró del brazo
así… la noche del accidente.

Si hubiera sido sincera conmigo misma…, pero fue entonces cuando


comprendí que esto había llegado a su fin. Tenía miedo de Jake, o al
menos de su comportamiento agresivo hacia mí. Me di cuenta de que
nuestro amor estaba desapareciendo. Estábamos acabados.

―Lo siento ―dijo Jake, inclinando la cabeza.


Las lágrimas me corrían por la cara porque supe que ya no valía la
pena.

―La noche del accidente, descargaste sobre mí toda tu rabia y todo tu


dolor, y me hiciste daño, física y emocionalmente. Me aterrorizaste. Y sé
que para ti también fue un momento horrible, lo sé, pero yo sufría tanto
como tú. Yo también quiero a Sally.

―Siento mucho todo lo que ha pasado, Erica, en serio. Y sé que quieres


a Sally ―se volvió a sentar y creí ver que también el lloraba―. Pero
tienes razón, supongo que nunca sabremos cómo habrían podido ser
las cosas.

Nos quedamos ahí sentados en silencio durante mucho rato, o al menos


eso me pareció, hasta que el teléfono de Jake pitó. Era un pitido
fortísimo, y oírlo fue como despertarse con una alarma en mitad de un
sueño profundo. Metió la mano en el bolsillo y abrió la tapa del móvil.

―Es Rich, se supone que tendría que estar ya en el Fox para tomarme
algo con él de despedida.

Me levanté, sintiéndome debilitada y exhausta. Y, antes de que pudiera


verse en el compromiso de invitarme a ir, dije:

―Bueno, será mejor que consiga un cartón de leche antes de que cierre
la tienda.
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Tiré de la parte inferior de mi camiseta de tirantes, y me enderecé. ¿Eso
era todo? ¿Solo íbamos a darnos un apretón de manos como si nos
hubiéramos parado para hablar del tiempo?

Jake también se levantó y nos miramos el uno al otro. Entonces


extendió suavemente la mano derecha, con la que aún sostenía el móvil,
y enganchó los dedos libres en mi pulgar apoyándolos en la palma de
mi mano.

―Te echaré de menos, Erica ―dijo dulcemente.

―Yo a ti también ―susurré.

Por un instante, estuvimos de nuevo en nuestro banco, descubriendo


nuestros sentimientos por primera vez y besándonos. De nuevo juntos,
en aquella glorieta, en la oscuridad íntima de la noche de Guy Fawkes,
con los dedos entrelazados como si estuvieran diseñados para ser
partes de un todo. Nos amamos, nos abrazamos fuertemente, creyendo
que nunca nos separaríamos. Se acabó
Le observé mientras se alejaba, perdida y exhausta como si me
hubieran golpeado y pisoteado, con un dolor profundo en el pecho. Aún
le amaba, y sabía que él también a mí. Pero nuestro amor había sufrido
estragos irreparables.

Volví a casa sola.

Fin

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La Autora

Laura Kennedy se crió en Hertfordshire. Se graduó del University


College de Londres en 2000, fue una escritora para revistas para
mujeres y adolescentes durante varios años antes de que su primer
libro, El Hermano de Mi Mejor Amiga, fue publicado.
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