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FANTASÍAS SEXUALES
DE MUJERES
CHILENAS
A mi portugués, compañero en la
crianza y en las fantasías.
I. Este libro trata
de un secreto
La escritura en español ha
funcionado hasta muy recientemente
como un anestésico del modo de sentir
de las mujeres y sólo hace registro de
una versión pobre y precaria del
imaginario sexual masculino. El
castellano escrito se ha convertido en la
práctica en una forma de "agresión
ritual" por la que se reproduce una
sociedad que abomina del deseo carnal
de las mujeres y sus fantasías asociadas.
El desplazamiento de la
sexualidad femenina desde un sitial
sagrado a la clandestinidad y la agonía
está mediatizado por la instalación del
concepto de pecado original en nuestra
cultura.
Ya en nuestro tiempo, el
capitalismo constructor del hombre y la
mujer de hoy no tendrá mayor tolerancia
con el libre juego de los sentidos. El
mercado sitúa al erotismo entre los
productos perecibles instalados en las
repisas de los grandes almacenes. Esta
dimensión humana se considera, en la
modernidad, especialmente
"degradable".
La voluptuosidad, el placer y el
deseo son trivializados, vulgarizados,
llevados a la categoría de "bajas
pasiones" o, dicho de otro modo,
sensaciones aberrantes, ilícitas, a las
que un ciudadano respetable no dedica
más que unos minutos, sólo para
aliviarse de esa carga animal, de ese
resabio salvaje e indeseable que hace
débil y corrupta la carne del hombre. De
las mujeres, ni hablar. A ellas no se les
reconoce esta dimensión enfermiza. Con
la invención del pecado, el cuerpo
femenino ha quedado dormido.
En la pornografía y en la
psiquiatría hay denominaciones
comunes, en el primer caso para
nombrar los diversos tipos de fantasías
eróticas masculinas, y en el segundo
para describir trastornos o parafilias
típicas y atípicas: voyerismo, sadismo,
masoquismo, bestialismo o zoofilia,
fetichismo, exhibicionismo, travestismo,
pedofilia, frotteurismo, clismafilia,
necrofilia, escatología telefónica,
coprofilia, urofilia, etc. Estas
clasificaciones se utilizan, en sentido
genérico, también para las mujeres. Pero
son una adaptación, un traslado,
probablemente equívoco en algunos
casos, de las ensoñaciones que resultan
excitantes para los varones.
La «lluvia en el rostro» es la
masturbación del varón a la vista de la
clienta, hasta eyacularle directamente en
la cara. Y con el «beso negro» se
refieren a estimular el recto de la clienta
con la boca, los labios y la lengua.
Esta es la culminación de su
fantasía. Cuando está con su marido se
las arregla para llegar a este punto de la
escena con él, en un relato paralelo.
Mientras imagina la escena descrita, va
representando las acciones de su mente
en la vida real, con lo que consigue
generar un placer indescriptible para'
ella y su pareja.
Hacerlo con hombres
poderosos
Juguemos al doctor
Es el médico de cabecera de la
familia; fue el que le detectó una
peritonitis cuando Fernanda tenía nueve
años, y también el que la revisó,
siempre sin sacarle los calzones, durante
toda su infancia. El doctor Rugendas la
hacía pararse contra la puerta de la
consulta para medir su altura en un
cocodrilo adhesivo, le miraba los oídos
con un embudo de metal y le daba
suaves golpecitos en la espalda para
saber cómo estaban sus pulmones.
La vulva de Graciela se
estrechaba en espasmos acompasados.
Le parecía que el miembro del capitán
reaccionaba a cada contracción
aumentando de tamaño, pero él seguía
sin moverse, totalmente rígido. De
pronto ella sintió que espesos chorros
de semen manaban en su interior.
—Niemand! [¡Nadie!]—
contestaba el coro de amiguitos,
preparándose sin embargo para arrancar
y ser perseguidos.
Ya en la adolescencia, Choly
descubrió que su clítoris era un pequeño
pero poderoso órgano eréctil, que
respondía al roce, a la fricción y a la
manipulación igual que un pene.
Entonces ensayó toda suerte de formas
para estimularlo, tocándolo ella misma,
contrayendo las paredes de la vagina
para que las ondas del movimiento
llegaran hasta él, masajeando su vulva
contra el brazo de un sillón u otras
salientes del mobiliario, en fin,
cualquier mecanismo para desarrollar la
sensibilidad de su capullo. Entonces ya
fantaseaba con tener eyaculaciones.
Durante el orgasmo, al sentir que la
invadiría el clímax del placer, la Choly
visualizaba en su mente que tenía un
pene excitado, amoratado y duro, del
que comenzaba a manar sustancia
seminal en furiosos chorros. Esta imagen
le venía a la mente tanto si se estaba
masturbando como si mantenía
relaciones con un hombre.
A Ximena le sobreviene la
curiosidad, la tentación irresistible de
mirar la erección que se empina a sus
espaldas. Pero el hombre le sostiene la
cabeza desde la nuca y le impide mirar
hacia atrás. Ella tiene los codos
hundidos en el rojo furioso de las
sábanas, pero logra zafarse y asir el
pene del macho.
En su imaginación, Liliana
observa al viejo mientras hablan. Es un
tipo fuerte, de esqueleto firme y buena
contextura. Ella adivina que tiene
dentadura postiza. Eso le causa
curiosidad, lo mismo que la forma en
que lucirá su cuerpo desnudo: le gustaría
verlo, sentir la soltura de sus carnes, la
rigidez de sus músculos, cierta torpeza
de sus movimientos. Se le despierta
cierto morbo al observar el interés
creciente que ella le produce, un dejo
patético que vence el primer ánimo
circunspecto y contrariado del
caballero, dando paso al coqueteo
errático del septuagenario... Eso es lo
que la excita.
El descubrimiento se le hizo
evidente en un viaje reciente a Mendoza,
para aprovechar el cambio y comer bife
chorizo, dice. La miro atenta y
expectante esperando el desarrollo de su
tesis. Pero Virginia se hace esperar y
trabaja con cierto misterio su relato.