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(Ofrecemos algunas secciones de la revista. Si desea la versión completa, diríjase a nuestra sede, o
escríbanos.)
Sumario
EDITORIAL
1
Para la educación en general y para la educación en derechos humanos en especial, donde la
formación en valores constituyen un eje principal, es necesario conocer profundamente y mirar
de frente la realidad de la sociedad en la que deseamos producir transformaciones. Esta
realidad no puede ser parcial y mucho menos limitada por los intereses, los miedos, los
autoritarismos u otras formas de deformarla o parcializarla.
Nuestra sociedad está afectada por problemas, muchos de ellos secuelas de un período que la
ha marcado profundamente pero de lo cuál todavía no tiene conciencia colectiva. Buena parte
de las conductas individuales y grupales están determinadas por aquel período.
El olvido al que se la quiso forzar, o en el que equivocadamente una parte de ella pretendió
refugiarse, casi como un mecanismo mágico para que nunca más ocurriera, no podía dar y no
dio el resultado de ignorar lo pasado.
Quince años después de finalizado aquél período, el 79% de la población según encuestas
publicadas, reclama que se investigue qué pasó con las personas detenidas y desaparecidas.
Nos cabe pues como educadores, comprender y asumir nuestra responsabilidad, así como
demandar lo mismo a otros sectores, para que desde su lugar hagan sus aportes: padres,
comunicadores, dirigentes sociales y políticos, gobernantes, etc. porque lo que está en juego
es una perspectiva de convivencia en paz y el desarrollo de todos los derechos humanos.
Tenemos presente que además de ser una necesidad imperiosa, su abordaje tiene aspectos
complejos. Intentamos por este motivo, presentar el tema desde diversos enfoques y aspectos
prácticos, esto sobre todo a través de las experiencias, de manera que los docentes puedan
contar con ellos como referencia para sus clases.
Cuando en abril dimos a conocer como SERPAJ el documento que aquí se publica, no sólo
hacíamos el análisis que entendíamos necesario, sino que también aspirábamos a generar
actividades. En ese camino SERPAJ y nosotros como Equipo de Educación, organizamos
hasta lo que va del año, tres encuentros de varias jornadas cada uno, para poner estos temas
en el debate y buscar soluciones concretas.
Pero las cosas no quedaron ahí sino que cada uno de ellos se transformaron en puntos de
partida para generar actividades variadas con los mismos objetivos.
Otras acciones están planteadas y esperamos que todas ellas continúen aportando en este
complejo e imprescindible proceso educativo.
Deseamos agradecer a todos quienes han participado en los diferentes encuentros, aportando
su tiempo y sus conocimientos, así como su convicción de que es posible superar la
fragmentación de las prácticas cuando se trata de temas vitales para la sociedad.
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Los artículos de las secciones Reflexiones y Experiencias fueron grabados y transcriptos
respetando el estilo coloquial del lenguaje tanto en las exposiciones como en las entrevistas.
Agradecemos a todos los profesionales la riqueza de sus aportes y los tiempos dedicados.
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En este momento la singularidad es que estamos entre docentes preocupados por la necesidad
y las formas de abordar nuestra historia reciente en los niveles primario y secundario de la
enseñanza. Yo ya no ejerzo la docencia directa y estoy aquí para hacer mi contribución en
calidad de investigadora. Permítanme comenzar haciendo un comentario acerca de algunos
aspectos de lo acontecido en la reunión del día de ayer 16 de mayo –según lo que acabo de oír
porque lamentablemente no pude estar aquí– y sobre las participaciones del día de hoy que me
han precedido. De ellas se infiere que se ha producido una especie de proceso de socialización
de las dificultades que los maestros y profesores enfrentan para enfocar unos temas que, en el
caso de los docentes de secundaria están indicados en los programas de historia
contemporánea del Uruguay y en el caso de los maestros, son traídos a veces por los propios
niños, en una especie de reconocimiento tácito de que forman parte de su mundo de vida. No
podía ser de otra manera, cuando nuestra cotidianeidad está totalmente permeada por los
medios de comunicación, en donde la dictadura y sus secuelas se hacen presentes con
frecuencia.
Los testimonios de los docentes apuntan a señalar actitudes de reticencia a la hora de enfocar
este pasaje de nuestra historia. Lo atribuyen, simplificando un poco, a dos órdenes de causas:
unas de índole emocional –que redundan en actitudes de autocensura– y otras vinculadas
directamente al conocimiento insuficiente del período y sus derivaciones. Me inclino a creer que
ambas dificultades están más vinculadas de lo que a primera vista parece y en ello se va a
centrar mi breve exposición. Pero antes quiero señalar la oportunidad de estos talleres, que en
si mismos ya tienen una función liberadora al permitir a los docentes objetivar, racionalizar y
compartir sus dificultades en el aula, lo que ya supone un comienzo de superación de estos
problemas, originados sin duda en las profundas huellas que en todos nosotros ha dejado la
dictadura y su posterioridad.
1[1] Selva López es profesora de Historia egresada del IPA, master en Ciencias Sociales
FLACSO, México y doctora en Ciencias Sociales, Universidad de Campinas, Brasil. Docencia
en el IPA y Universidad de la República, Universidad Central de Venezuela, Universidades
Autónomas de Guerrera y Puebla, México. Actualmente es investigadora del tema dictadura e
institución militar en América Latina y Uruguay en el Centro de Estudios Latinoamericanos
«Rómulo Gallegos» (Venezuela), en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(México) y en Universidad de Campinas (Brasil).
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Apelando a una experiencia docente prolongada, puedo asegurar que una buena dosis de
conocimiento de lo que se quiere tematizar en clase es un muy buen antídoto contra la
inseguridad, los miedos y demás factores emocionales que suelen rondarnos durante el
desempeño de nuestras tareas. Estos sentimientos suelen ser más agudos cuando encaramos
temas contemporáneos, donde nuestras insuficiencias se hacen más evidentes, por las
razones que todos conocemos: mayores dificultades para hacer una transposición pedagógica
desde materiales menos decantados, saturación de información no suficientemente elaborada,
etc... Estoy tratando de despejar un poco el tema de los factores emocionales a la hora de
encarar la historia de la dictadura, argumentando que posiblemente buena parte de ellos se
deban a circunstancias compartidas con cualquier otro aspecto de la historia reciente. Esto no
significa desconocer la singularidad que reviste el caso del período dictatorial y la legitimidad
de los problemas que los docentes exponen sobre sus sentimientos cuando se enfrentan a
estos temas, pero contribuye a poner de relieve la importancia de la investigación científica
acerca de los mismos a la hora de facilitar su presentación en las aulas, foco de mi atención en
este espacio que me han concedido.
Creo que SERPAJ, cuando propicia el diálogo entre profesores y maestros sobre la necesidad
de abordar el contexto histórico de las violaciones a los derechos humanos, secunda una
demanda manifiesta con anterioridad en algunos ámbitos de la docencia. Y también plantea la
urgencia de retomar con decisión la investigación sobre el período. Este siglo XX que acaba
de terminar estuvo pautado por inimaginables actos de barbarie contra los derechos esenciales
de la persona humana y también vio surgir verdaderas escuelas de pensamiento y de
investigación que se dieron por objetivo ir más allá de la condena moral de los mismos,
intentando explicar la génesis, formas de funcionar, mecanismos desde los cuales se hicieron
posibles. Hace falta mucho más de este esfuerzo en el umbral de este siglo XXI, cuando
formas de relacionamiento social mundializadas a un grado extremo están llevando a que
sectores enormes de población e incluso un continente entero, como Africa, se desangren en
medio del desconocimiento de los derechos más elementales de sus poblaciones.
Paradojalmente, estas violaciones flagrantes han producido una revalorización a nivel mundial
de los derechos humanos, consensuados como plataforma indispensable en la construcción de
cualquier orden social. Pero como dijimos, la prédica no basta. Es necesario clarificar los
procesos, las condicionantes a través de las cuales se vuelve posible que el poder exhiba su
rostro más obsceno –la tortura, la muerte programada– para intentar prevenir posibles
reiteraciones. Esa es, creo, la intención que mueve a SERPAJ cuando nos convoca a
reflexionar sobre qué hacer desde las aulas acerca de la parte que nos atañe en este drama
extendido y multifacético.
En este coloquio se han mencionado como problemas tanto la inmediatez del proceso como el
carácter de participantes –activos o pasivos– que muchos tuvimos en el mismo. Estas
circunstancias no hacen sino plantear con singular agudeza los problemas debatidos desde
siempre –epistemológicos, teóricos y de método– en torno al objeto de conocimiento de la
historia y las ciencias sociales, cuya peculiaridad consiste en que el observador es al mismo
tiempo participante. Sobre esto se puede decir que la reflexión sobre la ciencia en general ha
ido evolucionando en el sentido de mitigar el cientificismo de cuño positivista del siglo XIX,
postulante de verdades irrefutables basadas en los hechos. La implicancia del observador se
ha abierto paso hasta en las ciencias duras. Y en las ciencias sociales han surgido teorías que
incluyen entre sus presupuestos esta implicancia del observador (Giddens, Gouldner, etc).
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Dicho esto solamente para arrojar alguna luz sobre la dirección en que han marchado las
imputaciones de subjetivismo, falta de objetividad y de neutralidad en el campo de las ciencias
humanas. Hoy en día resulta insustentable la pretensión de conocimiento neutral, imparcial,
etc... no obstante lo cual el conocimiento científico ha seguido desarrollándose. Se trata de un
esfuerzo más maduro, que reconoce sus límites y postula una idea menos absoluta de la
verdad, que la persigue por aproximaciones sucesivas y la concibe dentro de un espacio
abierto a la contradicción, a la refutación, tomando como referente algo a lo que llamamos la
realidad.
¿Cuál sería entonces la peculiaridad del discurso científico, con pretensión de verdad? Se trata
de un discurso que no se pretende neutral, porque de sus presupuestos teóricos dependen las
preguntas que se intente responder y el recorte de la realidad operado para dar cuenta de ella,
la selección de los hechos con los cuales fundamentará sus hipótesis y tratará de resolver los
problemas que se plantee; de la seriedad y transparencia de estas operaciones dependerá la
calidad del mismo. También la posibilidad de que otros investigadores, en base a otras teorías
que a su vez autorizarán otras preguntas, le salgan al paso a la primera, la refuten, la
contradigan, la complementen o simplemente la reduzcan a la obsolescencia. Este proceso
ofrece un panorama de la verdad como frontera móvil, emergente de un debate que tiene sus
propias reglas, que son las del método científico. Se trata de un camino de producción de
verdad –cierto margen de congruencia con la realidad– en si mismo complicado desde el punto
de vista estrictamente teórico y metodológico. A estas complejidades –que disminuyen en la
medida en que los procesos intelectuales cobran trasparencia– se suman las derivadas de que
su escenario de desarrollo es una comunidad no exenta de los conflictos, contradicciones y
opacidades que atañen a todos los campos de poder, en este caso el mundo académico.
Cuando un docente propone una clase se vale del fruto de ese proceso previo de construcción
de verdad. En parte él mismo, cuando realiza una transposición pedagógica, se involucra en un
proceso de selección, categorización y ordenamiento del conocimiento existente, en función de
los problemas que le parezca pertinente relevar. Las opciones son su responsabilidad. La falta
de decantación del debate científico académico sobre la dictadura no favorece al docente en
este caso, pero esto puede ser suplido por planteos claros acerca de lo que queremos
tematizar y un criterio amplio sobre las fuentes a utilizar. Y por supuesto, una cuota importante
de trabajo previo.
Los que respondimos a la convocatoria de SERPAJ concordamos en que el tema del contexto
histórico que conduce a la violación de los derechos humanos en el país debe estar presente
en el aula y no sólo en los programas. Los problemas que planteemos orientarán el camino de
las respuestas. Si ellas se dieron en el transcurso de un régimen político al que llamamos
dictadura, ¿de qué se trata una dictadura?; ¿qué es una democracia? ¿Qué proceso lleva al
cambio de régimen político? ¿qué es un régimen político? ¿qué papel tienen el derecho y la
violencia en uno y otro? ¿Fueron las violaciones a los derechos humanos hechos aislados o
sistemáticos? Etc...etc...Responder a estas y muchas otras preguntas en torno a las cuales
decidamos construir nuestro relato supone apelar a materiales de diferente índole. Existen
aportes desde una gama variada de las ciencias sociales, desde la economía y el derecho
hasta el psicoanálisis, la historia, la sociología y la ciencia política. Todos pueden ser utilizados
con provecho a la hora de reconstruir la historia reciente.
Pienso que el objetivo que tenemos por delante vale el trabajo. Ningún argumento que
descalifique el esfuerzo de introducir el pasado en las aulas puede contrarrestar el daño que
significa incurrir en la peor falta de neutralidad frente a la historia, que es la omisión sobre
capítulos enteros de la misma. Esto vale para el tema de la dictadura, pero atañe en general a
toda la historia reciente. Una historia deliberadamente mutilada en alguno de sus tramos puede
incurrir en uno de dos vicios, igualmente deformantes de las jóvenes generaciones: una visión
pasatista, que esencializa el pasado dotándolo de mejores o peores calificaciones que el
presente, o el presentismo, que sumerge a los individuos en una realidad cotidiana luminosa y
envolvente frente a la cual se sienten desbordados e impotentes para visualizar cualquier
cambio futuro. Sólo un dimensionamiento histórico de todos los ámbitos de lo social permiten al
individuo ubicarse en un punto de un proceso, relativizarse en una dimensión temporal que
empezó antes y sigue después, sin obviar su protagonismo decisivo en el curso que tome el
futuro.
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En el entendido, pues, de que nada es peor que sumarse a una estrategia de silencio, el resto
queda librado a la voluntad de trabajo de los docentes y a grandes cuotas de respeto por el
elemento humano que tenemos enfrente a la hora de aproximarlos al desafío tal vez más
grande para las ciencias del hombre: en el límite, como diría Edgar Morin, se trata de dar
cuenta de ese acto bárbaro de afirmación de la libertad del hombre frente a la especie, que es
torturar y dar la muerte a un semejante. En fin, des-conocerlo.
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En un cálido diálogo pudimos conocer sus opiniones y sugerencias las cuáles agradecemos
como también el tiempo que han dedicado para responder nuestras preguntas.
La riqueza de este encuentro con Cristina Notaro, Sara Abadie y Armando Miraldi, confirma la
importante función que desarrollan estos profesores.
¿Cuáles son los objetivos y las tareas que tiene un inspector de historia hoy?
Sara Abadie: Con respecto a los objetivos en general hemos acordado en que lo importante es que los
alumnos aprendan, que en el proceso de formación los alumnos aprendan, ese sería el objetivo y que
realmente, se respete el derecho del alumno a aprender y aprender con calidad en el marco de la laicidad.
Ya nadie duda que nuestras tareas son las de orientar y asesorar, acompañar al docente en su
función. Por supuesto que también nosotros vamos a controlar, no hay que tenerle miedo a las
palabras, nosotros vamos a controlar. Vamos a controlar que se estén haciendo las cosas
dentro de la normativa, que se esté cumpliendo con la tarea docente.
Cristina Notaro: Cuando nosotros decimos que controlamos y supervisamos lo hacemos con carácter
pedagógico. Personalmente, y yo sé que mis compañeros también, dedicamos tiempo a conversar con los
docentes luego que se visita la clase; nosotros les explicamos por qué controlamos determinados aspectos.
Si el desarrollo del curso no está bien hecho no nos permite a nosotros evaluar cómo está orientando
realmente el curso, si la planificación no está hecha, a nosotros no nos permite evaluar qué objetivos se
propuso y hacia dónde va. Cada cosa que se supervisa se hace con un criterio pedagógico y hasta
didáctico, no es por el fin de supervisar o por el placer: «a ver hiciste bien o hiciste mal». No nos interesa
eso, nos interesa que el docente mejore su trabajo. Yo también superviso, controlo pero con ese sentido.
Me dio mucha gracia una vez que inspeccioné por primera vez a un docente y me decía « no es la
inquisición», no, no es la inquisición, esto es un intercambio. Hace cinco o seis años que estoy en esto y
yo he aprendido mucho de los profesores. Por supuesto nosotros supervisamos, orientamos con la
finalidad de que mejore el profesor para que mejore el resultado de su trabajo y que el alumno aprenda.
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Sara Abadie: Muchas veces en esa charla que se tiene después de la clase con los docentes
se insiste en el cumplimiento del programa, pero no se insiste caprichosamente, para dar el
programa en forma completa y total sin saltear una coma de la A la Z; esto significa
seleccionar, jerarquizar. Es imposible dar un programa de historia, cualquiera que sea, si no
seleccionamos temáticas. Hay que apuntar a la calidad y a los contenidos que enseñamos para
no escatimarle a nuestros alumnos temas de importancia. Para eso debemos seleccionar muy
bien.
Cristina Notaro: Da la casualidad de que en el Ciclo Básico o en todos los programas, lo que nosotros
como cuerpo consideramos la clave del programa, está al final porque el siglo XX está al final del
programa o del medio para el final.
Sara Abadie: Si nosotros queremos que el muchacho de tercero se vaya con una visión del
período de la dictadura –que el programa contempla porque va hasta la recuperación
democrática-, entonces tenemos que seleccionar, porque es un programa que empieza en el
siglo XlX. Pero si nos quedamos detalladamente hablando de la revolución industrial y del
problema obrero en el siglo XlX, no llegamos más de la segunda guerra. Para mí es una
omisión grave, porque estamos escatimando un derecho, el derecho a conocer otras temáticas.
Hay que sacrificar, bueno, sacrifiquemos de la primera guerra y hasta de la segunda, pero
lleguemos hasta el final del programa.
Por otra parte, nosotros consideramos que hay que hacer modificaciones a los programas, hay
que actualizarlos. Lo hemos solicitado a las autoridades y no nos han respondido todavía.
Armando Miraldi: Antes quisiera hacer una precisión sobre cuáles son nuestros objetivos y nuestras
tareas, lo voy a definir en esta frase: la relación entre objetivos y tareas que deberíamos y objetivos y
tareas reales.
Yo comparto lo que ha dicho Sara y le asigno una cuota muy importante de responsabilidad a
los docentes.
Los docentes interpretan que el grado del cumplimiento de un programa es dar el programa de
manera lineal y nosotros, los tres hemos insistido una, dos y mil veces que cuando estamos
hablando del cumplimiento del programa estamos hablando de que el profesor debe
seleccionar, la responsabilidad es del profesor. Yo reconozco que de repente resulta más
sencillo abordar los primeros temas que son los más trillados y no meterse en el pantano que
significa enseñar temas que requieren preparación donde de repente la bibliografía es escasa,
donde de repente nunca lo dieron. Permanentemente insistimos: ‘por favor lleguen al siglo XX’.
Cristina Notaro: No les decimos cómo porque es violar su derecho de libertad de cátedra.
Nosotros decimos que los programas son flexibles y que ellos pueden seleccionar y a veces les
damos una orientación, nos sentamos con ellos.
Sara Abadie: A veces miramos la planificación con ellos, pero el ideal es que cada profesor seleccione
de acuerdo a los intereses, incluso de los grupos de alumnos que tiene y a las circunstancias que se viven.
Hoy no está coartada la libertad de cátedra. Nos cansamos de decirlo a lo largo y ancho del
país. Son libres de seleccionar y dar los temas siempre con la seriedad profesional del docente
de historia y todos sabemos a qué nos estamos refiriendo. La secuela que pudo haber quedado
es la secuela del miedo de que va a venir alguien de afuera a decirme algo, a observarme; pero
no es real. Recuerdo el caso de un colega docente que luego de insistir yo en por qué el miedo,
(si era el miedo a que viniera un inspector a hacerle un sumario, el director a observarlo,
jurídica, algún padre que quisiera hacerle una denuncia, el desborde de los alumnos, que no
los pudiera dominar en el fragor del debate de la clase ), resultó que se trataba del temor
personal que se traduce en la responsabilidad que esa persona sentía frente a la temática.
Pero luego de pensarlo, de pensarlo juntos, llegó a la conclusión de que iba a hacerlo, que
estaba capacitado para hacerlo y que lo iba a hacer.
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Cristina Notaro: Hay una secuela que es la vivencia personal y la vivencia personal pesa porque
muchos de nosotros, lo sufrimos directamente. Yo misma me he preguntado si yo lo tuviera que enseñar,
qué enseñaría. Hay que estudiar mucho, hay que procesar mucho lo que se estudia. Esta es otra secuela,
¿cómo transformo en historia lo que viví ?, no es fácil...
Sara Abadie: Se puede recurrir a testimonios, hay personajes que están vivos. Si recurrimos para dar el
holocausto a testigos que han venido a nuestro país como inmigrantes y que están todavía vivos y los
escuchamos, en este caso también podemos pensar en personas, como los padres, vecinos, amigos,
profesores. Todos hemos vivido este período.
Armando Miraldi: Para mí la secuela más importante es el miedo, el miedo real al sumario. Nosotros
no vamos a ir a sumariar a ningún profesor, pero tengo mis dudas.
Serpaj: Nosotros hemos visto como secuela en otros aspectos que algunas prácticas continúan como si
estuviéramos en dictadura. Si perdimos la posibilidad de ser libres para la elección de contenidos o si
nunca lo ejercitamos, no nos cuestionamos seguir punto por punto el programa, no seleccionamos
libremente los contenidos, ni siquiera reconocemos que tenemos el poder de hacerlo.
Armando Miraldi: La formalización de la educación, es decir llenar la libreta, llenar los casilleros de
conducta y rendimiento, implantar un régimen disciplinario, es mucho más cómodo y mucho más fácil
que abrir la cabeza para pensar.
Cristina Notaro: Esto se relaciona con la tercera pregunta en el sentido del miedo a violar la laicidad.
Yo entiendo la laicidad dando los distintos puntos de vista, también cuando se da la revolución
francesa, también sobre Artigas. Hay que dar testimonios. Bienvenidos, pero hay que dar
distintos testimonios, ahí es cuando se cumple la laicidad. Se viola si se da un solo punto de
vista, no importa cuál. Si nosotros abrimos el abanico, hacemos ver y tratamos de que los
alumnos se pongan en la situación de un punto de vista y de otro punto de vista y de varios y
después él, sí, en su casa con sus padres, trasmite lo que recibe, cosa no fácil para los
alumnos, porque a veces lo trasmite como lo entendió que nunca es como se lo enseñaron, él
lo entiende a su manera. Aquí puede existir miedo a los padres pero si se trasmiten varios
puntos de vista no se viola la laicidad, se está cumpliendo la laicidad. Yo estoy atenta a esto en
todos los temas porque siempre hay varias historias sobre un mismo hecho.
Armando Miraldi: El problema es contar varias posturas históricas y no quedarse con una sola. Esto se
enraba con lo anterior, es mucho más fácil tener un esquema: Artigas es el padre de la patria y más nada
o la revolución francesa la hicieron los sans-cullotes y más nada, que entrar a profundizar en la
revolución francesa o que Artigas no era así. En todos los temas es de la misma manera. La laicidad se
viola si yo cuando doy la bibliografía digo Marx, Lenin, Trotski, Mao y no cuento la otra cara de la
película. Eso es violación de la laicidad.
Sara Abadie: Dar los hechos desde los distintos enfoques. Insisto también en un clima de aula propicio
para eso que solo se puede dar si hay un profesional conciente y alertado de lo que está haciendo.
Cristina Notaro: Sirven los testimonios, sirven las fuentes periodísticas, pero aclarando muy bien. El
periódico no es la historia, pero si se trabaja bien es maravilloso. Hay nueva bibliografía pero no se puede
leer el día antes, hay que asimilarla, hay que juntarse con otros colegas. Nosotros siempre estamos a
disposición para consultas. Yo como sugerencia diría: mucho estudio, testimonios, fuentes periodísticas.
Cristina Notaro: Yo tuve una situación muy parecida con un alumno mayor en cuanto a qué es la
libertad. Nosotros estamos en un país democrático, nos guste o no, y dentro de los principios
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democráticos la libertad total adentro del aula. Pero yo no voy a permitir que un alumno defienda en clase
una doctrina que no es democrática y el país me ampara, la Constitución me ampara, el sistema me
ampara.
Sara Abadie: Es libre de pensar lo que quiera pero no ante algo condenado por la humanidad, eso sí es
responsabilidad de los profesores hacerlo saber. A veces lo toman como una postura pero ni siquiera
saben de qué se trata, de qué están participando.
Sara Abadie: Las lecturas que se buscan para ilustrar estas temáticas las selecciona cada profesor y ahí
está poniendo su cuota de subjetividad, en la información, en los documentos, en los textos
historiográficos. Lo apasionante que tienen las clases de Historia es que se pueden dar varios matices.
Armando Miraldi: Con lo que yo me encuentro más en la vida cotidiana que en el aula, es que
la gente no tiene muy claro cuál es el tema de los derechos humanos. La gente piensa que se
violan los derechos humanos si a uno lo torturan, lo detienen sin fundamento; pero hay una
nómina de derechos humanos que se violan sistemáticamente y que no pasan por la tortura y
la prisión. Los derechos de los niños, de los ancianos, por ejemplo. Es una carencia notable.
Cuando matan a los negros o a los indios o cuando ponen a las personas trece años presos,
eso lo tienen claro, pero hay una cantidad de cosas de la vida cotidiana como el derecho al
trabajo...
Serpaj: Nosotros estamos ubicados en la concepción que en 1993 en Viena en la declaración de los
derechos humanos que los identificó como universales, indivisibles e interdependientes, porque había
aquella contradicción de derechos civiles y políticos por un lado y económicos y sociales y culturales por
otro.
Sara Abadie: Nosotros hemos señalado como muy importante lo que hicieron ustedes en
estos talleres, creemos que se tienen que seguir haciendo, que la mejor manera de perder los
miedos es empezar a soltarse y que para abordar estas temáticas hay que asistir a estos
talleres, a estos tipos de encuentros. APHU va a hacer cursillos sobre Crisis y Dictadura,
revisión bibliográfica a cargo de la profesora Selva López. Informarse, asistir, comentar con los
colegas permite revertir la dictadura, ya llevamos quince años de democracia y todavía no lo
hemos logrado del todo. Sintamos para esta tarea la participación de la inspección.
Armando Miraldi: La inspección es una función, yo soy un docente, milito en el gremio de Ades.
Sara Abadie: Tenemos una función por un cargo. Nosotros somos profesores de historia y tratamos de
ponernos en la situación del otro, del que está en el aula, en la realidad cotidiana y desde aquí los
apoyamos, desde aquí los respetamos. Hay que demitificar esta figura.
Cristina Notaro: Es una tarea de orientación, nosotros tenemos que evaluar, tenemos que poner un
juicio concreto, no podemos no evaluar.
Sara Abadie: Además existe una normativa, un escalafón para elegir horas de clase, no es un puntaje al
barrer que se está poniendo y de ahí la enorme responsabilidad que nosotros tenemos y así lo sentimos los
tres.
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El olvido es una forma de memoria
DANIEL GIL2 [2]
A ello hay que agregar la forma infame con que se ha planteado el tema de la amnistía. Según
los dichos del gobierno y sus adláteres se amnistió a los presos políticos y de la misma
manera, y con el mismo espíritu magnánimo y de reconciliación, se amnistió a los militares. Los
presos políticos fueron juzgados por ley una aberrante, contra la constitución, y cumplieron
penas severísimas, y los militares ni siquiera fueron juzgados. Todo eso ha sido una
falsificación brutal. Entonces, no es de extrañar que en el campo de la enseñanza, con la
historia que tiene el Uruguay y la inmediatez de los fenómenos políticos y los compromisos que
de hecho, ya que no de derecho, existen entre los políticos y los militares, se busque trabar
todo lo que se pueda la discusión.
Además eso, históricamente, es una empresa vana. Lo que ha pasado acá, y lo que ha
pasado en el mundo lo demuestra; pensemos un segundo en la experiencia del nazismo donde
luego de 40 y 50 años se abre el debate sobre sus horrores. Porque aquello que se quiso
olvidar, y se creyó que se podía, después reaparece. Pero el problema es cómo reaparece. En
primer lugar, para nosotros, psicoanalistas, el olvido es una forma de memoria y no es la buena
porque lo que se «olvida», es decir lo que se reprime, retorna como síntoma, ya sea como
síntoma individual o social. Lo peor de todo no es que algo se reprima sino la pretensión de
que algo que pasó, que es terrible, hagamos como que no hubiera existido, porque en ese
caso el retorno va ser el más siniestro. «Lo que no se recuerda está destinado a repetirse»,
decía Santillana, y no es cierto lo que decía Marx de que la primera vez se hace como tragedia
y luego se repite como comedia. Aunque los dictadores tienen algo de caricatura, son terribles
caricaturas, no son una comedia.
Hay algo que nosotros llamamos el intento de eliminar la posibilidad de simbolizar algo,
(representar, reflexionar, discutir, estudiar, analizar), de excluir lo simbólico, y va a ser
congelado en el pasado. Este ha sido el proyecto, para darle un nombre, de Sanguinetti. Desde
luego, los militares encantados, pero como proyecto político el «aquí no ha pasado nada» está
destinado al fracaso. El viejo Freud sostenía que la psicología individual es psicología social.
Todo lo que pasa al nivel de las mentalidades, en el plano social, de alguna manera van a tener
su efecto en el plano individual. No podemos decir «aquí no-pasa nada». Pasa porque qué tipo
de valores se está manejando, planteando, proponiendo, cuando frente a la injusticia o el
2[2] Daniel Gil es médico, psicoanalista y miembro titular de la Asociación Psicoanalista del
Uruguay. Entre otros ensayos ha publicado «La vida, la muerte y la pulsión», « El terror y la
tortura», «El yo herido», «El capitán por su boca muere».
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crimen decimos que no tiene importancia o, peor aún, que no existieron. Muchos aspectos, no
todos del decaimiento de los valores, de la moral, son por la solución política con que se
«salió» de la dictadura.
El psicoanálisis describió una instancia psíquica, el superyó, que transmite y tiene el cuidado de los valores
morales. Esta instancia se constituye a partir de lo que Freud llamó la superación del complejo de Edipo. ¿Por
qué? Los padres son los primeros que transmiten esos valores, después vienen los maestros, todo el campo de la
enseñanza y todo el campo de lo social. De esa manera se constituyen y se transmiten los valores. A su vez el
campo social influye sobre los padres, es un circuito. El superyó, como heredero de la figura paterna, tiene
necesariamente que tener el carácter de autoridad. Pero obediencia a la autoridad no es lo mismo que sumisión al
autoritarismo. Evoco aquí una distinción kantiana: «debo obedecer las reglas pero tengo el derecho de
cuestionarlas». Esta es la relación que se debe tener con la autoridad, cuando la autoridad es legítima. El padre es
una autoridad legítima, el gobierno democrático también, también el maestro lo es y está investido socialmente
para ello.
Estas relaciones, que son siempre relaciones de poder, inevitablemente van a presentar
problemas. Cuando las relaciones de poder permiten la posibilidad de la discrepancia, está
bien; pero cuando se transforman en relaciones de dominio ya no estamos ante la autoridad
sino ante el autoritarismo. En la relación de dominio no hay réplica posible o si la hay las
consecuencias pueden ser terribles. ¡Cómo las secuelas de la dictadura no van a tener
influencia si con el olvido que se nos quiere imponer estamos poniendo como modelo el
autoritarismo! Estamos, valga la paradoja, legitimando el autoritarismo que es justamente lo
que está contra la ley, porque la ley, si algo tiene es que, si bien debemos cumplirla, también
podemos cuestionarla. Si no hay una indiscriminación entre la justicia y el autoritarismo.
Justamente los dictadores son sujetos que no transmiten la ley ni la hacen cumplir, sino que
dicen «yo soy la ley», sienten que encarnan la ley. Son una especie de dioses atroces que
pueden hacerlo porque se les canta y hay que obedecerlos.
El autoritarismo funciona con eso, con alguien que se erige, que encarna la ley. Esto es algo
que ocurre siempre, no necesariamente es una secuela de la dictadura. Pero aquí está lo que
socialmente hacemos, porque que esto ocurra no quiere decir que no podamos dominarlo,
minimizarlo, contrarrestarlo.
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¿Cómo se contrarresta?
El asunto es cómo se interioriza el sistema de control. Foucault, en esa cosa genial que tiene,
encontró un modelo para explicarlo: el panóptico, inventado por Benthan. Consiste en lo
siguiente: una cárcel que tiene una torre central. El objetivo es que desde esa torre siempre te
ven, pero tu no sabés cuando te están mirando, de forma tal que nunca sabés cuando estás
vigilado o cuando no lo estás y, por lo tanto, siempre interiorizas una vigilancia. Eso se
generaliza para la fábrica, para la escuela, para el cuartel. ¿Cómo hacemos para generar una
autovigilancia, una autocensura, de forma tal que en todo momento se produzca la vigilancia y
el control sin la necesidad de un despliegue un despliegue enorme, que además sería
imposible y antieconómico? Esto, por lo menos, lo encontramos desde la inquisición española,
la creación de una pedagogía del miedo. En la época de la dictadura, frente al miedo funcionó
el «no te metás» porque podías ir a para a la cárcel y allí los maltrataban y golpeaban a todos.
Entonces socialmente se instaura la pedagogía del miedo e individualmente, subjetivamente,
se crea un sistema de vigilancia y de autovigilancia, de control y de autocontrol, que se asume,
que te inhibe de hacer cosas. Es la autocensura. La gran pulseada de la recuperación de la
democracia fue la práctica y de la resistencia fue la pulseada permanente poniendo a prueba
al enemigo. La forma de la resistencia era luchar contra la autocensura y empezar a hacer
pruebas, ensayo y error, no quedarse rendido a una imagen todopoderosa.
Miedo, vergüenza, autocensura, complicidad, pérdida de libertad todavía hoy. ¿Qué otras
secuelas de la dictadura?
Hay mucho trabajo para hacer, sobre todo en el campo de la psicología, de la psicología social,
de la sociología, para tener una apreciación más ajustada. Se maneja casi con certeza que las
muertes cardiovasculares y de cáncer es mayor entre la población presa que los que no
estuvieron presos. Es una apreciación valedera y hasta manejable, pero no se han hecho
estudios estadísticos poder afirmar «esto pasó acá».
¿Cuántas secuelas más hay? Tal vez muchas. Un tema que ustedes mencionaban y es
importante es el sentimiento de complicidad y de culpabilidad. Es cierto, en algún plano se
puede decir que todos hemos sido cómplices, ¡pero cuidado!, éste es el argumento de la
derecha. No todos somos culpables, históricamente sí hay responsabilidades pero no todos
somos culpables. Es como el dicho «siento esto por vergüenza ajena», pertenecemos todos a
la especie humana, entonces algo que pasa en la especie humana tiene que ver conmigo, y yo
puedo sentir vergüenza de que eso, como integrante de la especie humana, está relacionado
conmigo. No es nada difícil de que esto se exacerbe y aparezca como «yo me siento culpable».
Hay una frontera muy delicada entre sentirse responsable y sentirse culpable por lo que pasó.
Durante la dictadura, los que aquí vivíamos debimos callar muchas atrocidades, y en algo
consentimos porque nos iba la libertad o la vida. En estas cosas las redes psíquicas pueden
tomar a veces caminos tortuosos.
¿Qué quiere decir neutralidad? Para abordar estos problemas me tengo que ubicar en Sirio o
ser un marciano y mirar a la Tierra como si estuviera en una experiencia de laboratorio de
etología. No, no hay neutralidad y lo que se llama neutralidad ya no es neutralidad porque si
lograste eso es porque cosificaste al otro, lo transformaste en cosa y no en ser humano. Esto
no quiere decir que uno no pueda pensar en los problemas, es más, debe hacerlo. El asunto es
que no hay que declinar el juicio moral pero de pronto hay que suspenderlo para poder pensar.
Estamos muy próximos de los sucesos lo que dificulta su estudio. Hemos sido protagonistas,
víctimas, no es lo mismo que para un historiador que va a estudiar la Edad Media que puede
mirar los hechos con una distancia que no es la misma de la de aquel que los ha padecido.
Pero dificultad no quiere decir que sea imposible. Tampoco es justificativo decir que como
estoy muy implicado no puedo opinar. Cuando no se dice nada se es cómplice. Se debe hablar
incluso con niños, y para ello hay que encontrar la forma.
12
El problema de los niños es terrible porque había una cosa que los niños no podían entender,
y creo que es lo que no entendieron: que los padres hubieran antepuesto un ideal al cariño por
ellos. Se generaron grandes reproches por parte de esos niños con grandes padecimientos.
Yo recuerdo una chica que trató una colega durante varios años. Cuando llegó a la consulta
era un bichito, casi no hablaba. Sus dos padres fueron detenidos cuando ella era aún una
bebita. El padre salió antes que la madre. El padre se vuelve a casar y tiene un hijo. De la niña
se siguió ocupando la abuela hasta que salió la madre, al final de la dictadura. El padre
señalaba la diferencia en el trato con su hija con respecto al hijo que tuvo en el segundo
matrimonio y él crió. Decía: «lo que pasa que yo a este hijo le di la mamadera, le cambié los
pañales, lo vi crecer, empezar a ir al jardín..., en cambio a ella no se como tratarla, no la vi
crecer». Y todo esto lo decía con profundo dolor.
En el plano pedagógico uno no puede decir que no pasó nada, tampoco tiene que decir, ni va a
decir, todos los horrores. Pero sí se debe decir que hubo un momento en que se produjo una
fractura en la democracia uruguaya, que se produjo un enfrentamiento y que se violó la
constitución y se violaron los derechos humanos. El asunto es en que momento decirlo y de
qué forma.
Respecto al perdón: no podemos pedir que el sentimiento de una sociedad que ha recibido el
impacto de una terrible dictadura se olvide y que digamos, «los perdonamos». En primer lugar
no los podemos perdonar porque no piden perdón, el perdón se otorga cuando se pide; aquí
se les está ofreciendo.
Tampoco podemos pedir que en las víctimas no existan sentimientos de odio, porque entonces
a los que fueron víctimas les estamos censurando porque odian y les estamos pidiendo que
perdonen y olviden, cosas que los victimarios no han hecho ni se las hemos pedido.
Frente al poder despótico de los dictadores y de las armas, nuestro único poder es el de la
palabra y no tenemos que renunciar a ella. En lo que tiene que ver con la psicología individual y
la psicología colectiva el poder de la palabra «es lo poco y lo mucho que tenemos».
El docente tiene que superar la autocensura. Lo que ustedes están haciendo es lo que hay que
hacer, llevarlo a la discusión, llevarlo a talleres. Con modificar los programas sólo no alcanza.
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13
Testimonios
«En una oportunidad escuché una discusión entre el capitán Morales, encargado del celdario
en los años 76-77, con la doctora encargada de la sala, donde aquél le exigía el alta de un
compañero que había sido trasladado del 300 Carlos, que había tenido una hemorragia interna
que había hecho peligrar su vida, y a quienes en ese momento hacían una transfusión diaria. A
pesar del estado delicado, el capital exige el alta, preguntando si el compañero tiene lucidez –
pareciera que el hecho de estar lúcido alcanzara para seguir torturándolo–. La doctora al final
firma el alta.» (pág. 302)
«Le aplicaron el ‘submarino’, atado a una tabla que era sumergida en un tanque con agua.
Tenía la capucha puesta y sujeta con una goma y en cada muñeca le habían conectado un
alambre que oficiaba de polo de picana. Después de una inmersión muy larga, de la que sale
muy mal, se le suministró un golpe de corriente eléctrica, y en ese momento siente en el pecho
el contacto de algo frío y metálico. De inmediato la voz del Dr. Fornos que dice: ‘ Está
perfectamente bien’.» ( pág. 308)
«El abrió la puerta y entraron. Eran todos soldados y ya en la cocina mi esposo se puso a
llorar. Yo pregunté qué pasaba y me dijo: “No, no te asustes que son soldados». Entonces pidió
si lo dejaban despedirse de mí y lo llevaron al dormitorio. Ya estaba esposado, iba uno con un
revólver y otro con una metralleta. El no me podía abrazar porque estaba esposado, ahí
empezamos a llorar los dos. Y a preguntar qué habíamos hecho, por qué siempre se la
agarraban con nosotros. Y él empezó a gritar: ‘ Otra vez no, otra vez a lo mismo no, no y no...’
Se refería a que ya en el 80 se lo habían llevado en esas condiciones. Luego vi que lo
encapuchaban en la cocina». (pág. 270)
«En cierta oportunidad en que me habían sacado fuera del galpón donde nos encontrábamos
sentí que la torturaban y le decían: ‘Qué lindos bikinis caladitos que tenés. ¿No querés hablar?
Vamos a ver. Traigan agua caliente’. Y empezaron a torturarla con agua caliente. Por los gritos
que daba, se veía claramente que la estaban quemando. Lo hicieron durante una hora
aproximadamente». (pág. 163)
«En esos siete días pasé por diferentes torturas físicas y psíquicas. Utilizaron la picana
conmigo y estos choques de corriente eléctrica en determinados lugares como la nuca, en más
de una ocasión me desmayaron. También me desnudaron y me violaron». ( pág. 159)
«La primera vez que me subieron para interrogarme me dijeron: ‘Si no cantás, te vamos a llevar hasta el
borde de la muerte y te vamos a traer para atrás, te vamos a llevar y te vamos a traer. Si se nos va la
mano, te metemos en una bolsa de nylon y te tiramos en el Cementerio del Norte». ( pág. 153)
En los últimos años el término memoria colectiva se ha transformado en un lugar común de los
debates académicos, políticos y culturales. Detrás de la palabra existen sentidos muy diversos
3[3] La mayoría de los aspectos planteados en este texto fueron elaborados en el marco del
proyecto colectivo sobre «Memoria colectiva y represión», del Social Science Research
Council, dirigido por la Dra E. Jelin.
14
que cada actor ha intentado asignarles. Lo cierto es, que en este fin de siglo, en las sociedades
occidentales se ha desarrollado un particular interés en la necesidad de reflexionar sobre el
pasado.
En los países desarrollados, los cambios producidos a partir de la década del 80 han generado
un desenfreno historicista, una enfermedad memora-bilística, donde todo debe ser recordado, y
todo debe escapar al olvido. Las modas retro, la sobreproducción de museos, la fiebre de
conmemorar fechas que hasta hace poco no eran recordadas, son indicios de este nuevo clima
de época. Los motivos de esta situación no terminan de quedar claros. Según Nora, occidente
sufre una ruptura radical con su pasado, a través de la pérdida de todos los lazos de
continuidad entre pasado y presente.4 [4]
Parece ser consensual que la obra de Halbwachs, es la precursora de los estudios sobre
memoria colectiva. Este sociólogo formado en la escuela Durkheimiana ya a mediados de este
siglo planteaba temas que hoy parecen renovadores. Su preocupación giró en torno a la
memoria como experiencia vivida colectivamente. La manera en como los grupos mantienen
una continuidad de sus practicas y tradiciones. Y el papel que tienen las mismas en la
construcción de identidades. También fue el primero en plantear la distinción entre memoria
histórica y memoria colectiva.
Desde el campo de la psicología también han existido interesantes trabajos. Estos han tenido
que ver con la utilización de la noción de trauma en las catástrofes sociales y los procesos de
violencia política. Diferentes trabajos muestran como la violencia de estas experiencias generó
un bloqueo total o parcial en el acceso a la rememoración. La posibilidad de la reconstrucción
de la memoria es lo que permite la elaboración del trauma. Estos trabajos plantean polémicas y
removedoras articulaciones entre lo individual y lo colectivo. Demostrando, que en algunos
casos estos procesos traumáticos no solo se dan en el ambito individual, sino también
trascienden a las sociedades.
4[4] Nora, P(dir); Les Lieux de Memoier, I:La république;París, Gallimard, 1984, 18.(traducción
a cargo del autor).
15
La lista podría continuar citando trabajos en el campo de la antropología, los estudios
culturales, la psicología, y la literatura testimonial. Pero a partir de este pequeño recorrido en
torno a diferentes enfoques de la memoria colectiva es posible detenerse sobre algunos
problemas presentes en la discusión académica de los últimos años.
Nora muestra una especial inquietud en diferenciar claramente los procesos de memoria que
se producen socialmente y el discurso histórico que se produce en la comunidad académica.
Siguiendo la línea ya planteada por Halbwachs dice «Memoria, historia: lejos de ser sinónimos,
tomamos consciencia de que todo las opone. La memoria es la vida, siempre llevada por
grupos vivientes y a este titulo, está en evolución permanente, abierta a la dialéctica del
recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las
utilizaciones y manipulaciones, susceptible a largas latencias y repentinas revitalizaciones. La
historia es la reconstrucción, siempre problemática e incompleta de lo que ya no es. La
memoria es un fenómeno siempre actual, un lazo vivido en presente eterno; la historia una
representación del pasado»6 [6] La memoria colectiva es experiencia vivida, continua, que se
mantiene a lo largo de las generaciones. La historia es la operación intelectual de reconstruir el
pasado. Los procesos de memoria colectiva son espontáneos incontrolables. Los caminos de la
memoria son arbitrarios, no hay actores privilegiados, todos contribuyen de diferentes maneras
en mantenerlos. En este sentido es que plantea a la historia como una disciplina que cuestiona
a la memoria, ya que habla del pasado desde un lugar especifico, explicitando las
características en las que se elabora esa operación intelectual. «En el corazón de la historia
trabaja un criticismo destructor de memoria espontánea. La memoria siempre es sospechosa
para la historia cuya misión es destruirla y rechazarla. La historia es la deslegitimación del
pasado vivido».
Se ha criticado a Nora, por tener una visión excesivamente defensora de la disciplina Histórica,
marcando una polaridad excesiva entre historia y memoria, descuidando las múltiples
relaciones e influencias que existen entre las mismas. Si bien es cierto que en su texto se
desprende una suerte de melancolía, al percibir como ha decaído la influencia de los
historiadores en la sociedad francesa, y la necesidad de reivindicarla en un contexto donde
múltiples actores influyen sobre los procesos de memoria colectiva (medios de comunicación,
artistas, políticos). Eso no lo lleva a plantear a la historia como una disciplina absoluta y
perfecta, por el contrario, en su visión, la operación de reconstruir el pasado es relativa,
problemática e incompleta.
La relación entre memoria e historia, también es histórica y varía a lo largo del tiempo. No es lo
mismo el papel de los historiadores en relación a la construcción de los estados nacionales en
el siglo XIX y a principios del XX, que el rol critico, laico y «científico» que adquirió la profesión
durante este siglo.
Mas allá de todas estas prevenciones la utilización de estas dos categorías nos parece útil
para entender como se procesan los discursos sobre el pasado en nuestras sociedades.
Halbwachs como sociólogo preocupado por las maneras en que se constituyen los grupos
sociales en las sociedades contemporáneas asignó un papel preponderante a la memoria
colectiva, en los procesos de construcción de identidades particulares. «Entre el individuo y la
nación hay muchos otros grupos mas restringidos que ésta, que también tienen su memoria y
cuyas transformaciones actúan mucho mas directamente sobre la vida y el pensamiento de sus
miembros… Cada hombre esta sumido, al mismo tiempo o sucesivamente, en varios grupos.
Por otra parte, cada grupo se divide y se afianza en el tiempo y en el espacio. En el interior de
esas sociedades se desarrollan otras tantas memorias colectivas originales, que mantienen por
algún tiempo el recuerdo de acontecimientos que sólo tienen importancia para ellas, pero que
16
interesan tanto mas a sus miembros cuanto menos numerosos son.»7 [7] Es así como los
grupos sociales construyen una memoria particular que explica su identidad.
Esta noción esta vinculada a otro concepto planteado por todo los teóricos de la memoria. La
idea del presentismo de la memoria. Halbwachs fue el primer sociólogo que planteó que las
concepciones del pasado están afectadas por las imágenes mentales que empleamos para
resolver los problemas del presente. En su visión la memoria colectiva es la reconstrucción del
pasado a la luz del presente.8 [8] En su visión y en la de varios lo que recuerdan estos grupos
tiene una relación directa con el presente en el que viven e intentan incidir.
Y. Yerushalmi plantea algo similar cuando los procesos de la memoria del pueblo judío. A partir
de su investigación concluyen que los pueblos recuerdan lo que necesitan para construir
determinados ordenes de valores. «Cada grupo, cada pueblo tiene su halakhah,… es por lo
tanto el camino por el que se marcha, el Camino, la Vía, el Tao, ese conjunto de ritos y
creencias que da a un pueblo el sentido de su identidad y de su destino. Del pasado sólo se
transmiten los episodios que se juzgan ejemplares o edificantes para la Halakhah tal como se
la vive en el presente. El resto de la «historia»… va a dar a la zanja»7
Los partidarios del referéndum, denunciaban al olvido como una estrategia negativa. Si la
sociedad no evaluaba la experiencia del pasado, corría el riesgo de repetirla.
El planteo de estas nociones teóricas en torno a los procesos de memoria es a los efectos de
encontrar algunas aplicaciones. Pensamos que en el caso uruguayo, a diferencia de lo que en
el fragor de las luchas políticas se ha planteado, los conflictos por la memoria no se pueden
reducir a actores partidarios del olvido frente a otros defensores de la memoria. Tal vez sea
más pertinente denominar la memoria colectiva, no como lo que algunos actores intentan
defender, sino como el campo en el que se dan estos conflictos por el pasado. Los diferentes
actores construyen diferentes representaciones del pasado. Todas estas representaciones
colectivas del pasado necesariamente son parciales, y están en relación con las demandas que
desde el presente se intentan realizar. Estas representaciones expresan relatos construidos
7[7] M. Halbwachs, Memoria colectiva y memoria histórica en Revista Sociedad, 12/13, UBA,
Buenos Aires, pag. 94.
17
por un frágil equilibrio de recuerdos y olvidos. En la lucha política todos recuerdan lo que es útil
y necesario para construir una identidad y para justificar sus demandas y acciones.
Una manera posible de indagar en torno a las modalidades en que se van construyendo estas
representaciones colectivas del pasado, es a través de las conmemoraciones. En esta línea es
que he trabajado durante el año 99 en torno a dos conmemoraciones vinculadas al parado
reciente uruguayo. En este sentido, existen dos fechas que resultan significativas, por su
capacidad de convocatoria y por haberse transformado lo largo del tiempo en referencias para
visiones del pasado claramente contrapuestas: El 14 de abril de 1972 «día de los caídos en la
lucha contra la sedición» y el 20 de mayo de 1976 donde se homenajea al senador Z.
Michelini y al presidente de la cámara de diputados H. Gutierrez Ruiz asesinados en esa fecha
en Bs. As. junto a dos integrantes del MLNT: W. Whitelaw y R. Barredo.
Luego del golpe de estado los militares se apropiaron y resignificaron dicha fecha
transformándola, en el día de «los caídos en la lucha contra la sedición.» A partir de 1975 la
conmemoración se oficializo, y adquirió una repercusión importante. Esta intento trascender el
espacio militar tomando un carácter nacional. La dictadura vinculó el carácter fundacional del
nuevo Uruguay que intentaba crear con los «mártires» que lo habían hecho posible.
A partir del retorno a la democracia este evento se transformó en una fuente de conflictos. En
1985 el Presidente Sanguinetti, buscó resignificar la fecha, cambiando su nombre por el de
«Día de los caídos en defensa de las instituciones democráticas». Esto generó oposición en
los sectores mas radicales de la derecha y el ejercito. A la vez que no logro ampliar el ámbito
de convocatoria para que otros se sintieran identificados con la conmemoración. En este marco
fueron adquiriendo mayor relevancia las celebraciones que en esa fecha se realizaban en el
Centro Militar. Allí la corporación empezó a exponer sus reclamos y su visión crítica del proceso
democrático. Mas allá de este primer desencuentro, el acto se siguió conmemorando hasta
hoy, convocando a los sectores militares y parte de la clase política. Los sectores políticos que
se opusieron a la amnistía a los militares nunca participaron de este evento. Por último cabe
aclarar que este es el único acontecimiento que el Estado uruguayo conmemora en forma
oficial en torno al pasado reciente.
La otra fecha elegida tiene que ver con los asesinatos en Bs. As. del senador Z. Michelini, el
presidente de la cámara de diputados H. Gutiérrez Ruiz, y dos integrantes del MLN: W.
Whitelaw y R. Barredo. Durante la dictadura esta fue una fecha que se transformó en
emblemática para sectores de la oposición política, permitiendo su unidad en la condena
consensual a dichos asesinatos. Durante el período democrático esta fecha se ha transformado
en un espacio de conmemoración referencial para las víctimas de la represión política por parte
del Estado. En los diferentes momentos esta conmemoración adquirió diversos significados
siempre vinculados con demandas que las organizaciones sociales, la izquierda, y grupos de
centro realizaron en torno al tema de los DD.HH. Podemos encontrar cuatro momentos en esta
conmemoración: el primero 77-84 donde en múltiples actos en el exilio y en menor medida en
el Uruguay a través de la fecha se promovían actividades de denuncia a la dictadura, el
segundo (85-89) estuvo vinculado a la exigencia de verdad y justicia para los militares
implicados en casos de represión política, el tercero (90-95) luego de la votación popular que
apoyó la amnistía a los militares donde la convocatoria de la conmemoración se vio muy
reducida, y un cuarto momento (desde el 96) cuya demanda se centro en el cumplimiento total
del articulado de la ley de amnistía.
18
Esta conmemoración nunca se ha integrado al Estado, siempre se ha presentado como una
demanda de la sociedad civil frente al Estado.
A través de estas conmemoraciones se han viabilizado dos tipos de relatos sobre el pasado
reciente. En ambos casos el acontecimiento que se conmemora hace mención a una totalidad.
La conmemoración se transforma en una operación metonímica, donde el recuerdo del
acontecimiento hace emerger un relato mas general del pasado reciente. Incluso por
momentos el hecho que se conmemora pierde visibilidad frente a ese relato mas general.
A partir de los discursos, las convocatorias, y las características de los eventos se pueden
notar dos relatos claramente diferenciados del pasado. Cada conmemoración expresa uno de
ellos, que desde los inicios hasta hoy se ha mantenido sin sufrir mayores variaciones.
En diferentes modalidades todos hacen mención a los riesgos del retorno subversivo. Los
militares en un estilo profundamente maniqueo, propio del discurso de la seguridad nacional,
advierten que la subversión fue derrotada pero alertan sobre su latencia, y los políticos con
otro tipo de intenciones buscan desacreditar algunas formas de oposición política asociándolas
a la subversión.
«Demasiado hemos padecido los orientales para suponer que el pasado pueda ser borrado de
la memoria popular por un simple acto legislativo… porque ninguno de nosotros puede decir
honestamente que la tortura no lo ha torturado, que la violación no lo ha vejado, que el exilio no
lo ha exiliado, que la desaparición no lo ha hecho desaparecer, que el oscurantismo cultural no
le ha mutilado el espíritu, que la injusticia económica no le ha despojado de lo que le es
propio… porque el terrorismo de Estado de ayer, con sus innumerables delitos de lesa
humanidad y sus víctimas, hoy nos siguen amenazando a todos».10 En esta visión lo central es
el golpe de Estado y sus consecuencias. Lo que ocurrió antes del 73 tiene muy poco valor, ya
que también parece ser un ámbito de discordia entre los mismos grupos que participan de
los eventos.
19
militares y los grupos políticos que apoyaron la amnistía olvidaban o evitaban hablar de las
terribles violaciones a los DD.HH. realizadas durante la dictadura. Y los sectores que
planteaban el relato del terrorismo de estado olvidaban o evitaban hablar del período previo a
la dictadura. La experiencia dictatorial y el consenso democrático que se generó a posteriori
hacía que para varios grupos fuera difícil explicar algunas de las conductas asumidas a fines
de los 60 y los 70 donde como ya dijimos la democracia no parecía un valor en si, o por lo
menos estaba bastante cuestionada.
Un episodio que ocurrió en los últimos días es bastante sintomático de estos silencios que
permanecen. Las FF.AA. informaron que conservaban «la cárcel del pueblo» de MLNT en el
mismo estado que cuando había sido allanada en el año 72. Todo se conserva en perfecto
estado, desde las camas donde dormían los prisioneros, pasando por los afiches, hasta las
rejas. Frente a la consulta de un medio de prensa a diferentes políticos sobre ¿que habría que
hacer con la cárcel?: Las respuesta reprodujeron la lógica ya planteada11 . Los legisladores que
se identifican con el 20 de mayo, en su mayoría plantearon que la casa debía ser utilizada para
otros fines. «Me llama poderosamente la atención que esa propiedad estuviera igual que hace
20 años. El ministerio de defensa tiene que darle un destino a esa casa habitación. Se esta
marcando un hecho de un pasado que todos queremos olvidar» (diputado del FA– J.L. Gallo).
En algunos casos como este incluso haciendo alusión a la necesidad del olvido, cuando
siempre se había planteado la necesidad de luchar contra el olvido. Mientras, un integrante del
partido de gobierno dice «En otros países este tipo de casas se transforman en museos.
Mucha gente fue privada allí de su libertad por organizaciones que operaron por fuera del
orden institucional. El país vivió un conflicto que finalizó en un quebranto institucional– algunos
lo llamaron guerrilla y otros problemas internos–, que fue responsabilidad de tirios y troyanos.
Pero los tirios mataron a ciudadanos inocentes. Es bueno que esa propiedad este presente
para recordar lo que ocurrió»(diputado del P.Colorado-W. Abdala)12 . Su comentario llama la
atención, pone un énfasis en la necesidad de transformar esa casa en un lugar de memoria,
asumiendo una actitud muy diferente a la que habían tomado los colorados con las cárceles de
la dictadura. Una fue transformada en un shopping center, y la otra continuó siendo utilizada
hasta hoy para presos comunes.
Durante el periodo democrático ha existido una fuerte bipolaridad en los relatos sobre el
pasado.13 Se podría decir que la elección de conmemoraciones que elegí en este trabajo trae
aparejado esto. Pero lo cierto es que todos los «lugares de memoria» que hacen mención al
pasado reciente se inscriben en uno de los dos relatos ya mencionados. No han surgido
terceras versiones, tal vez por momentos se asoman otros planteos pero son reducidas
rápidamente por el peso de esta bipolaridad.14
El relato de los caídos fue dominante a principios de los 80, la dictadura lo impuso y los
espacios de discusión publica era muy limitados. Recién en el año 84 la prensa releva algún
tipo de cuestionamiento. En el retorno a la democracia, el relato del Terrorismo de Estado se
transformó en hegemónico, nadie (a excepción de los militares) lo cuestionó. Esto se expresó
claramente en el consenso que logran las figura de Gutiérrez Ruiz y Michelini en el año 85. En
ese momento, ni a los militares se les ocurre volver a plantear aquella versión que
responsabilizaba de los asesinatos a un grupo guerrillero. A partir de que se plantea el
problema de la amnistía a los militares, este consenso tiende a desaparecer y algunos actores
políticos retoman con fuerza el relato de la guerra.
Luego de la resolución plebiscitaria del año 89, se asiste a una situación peculiar donde el
debate público sobre el pasado se reduce notoriamente.
El propio silencio de los actos realizados en los 90 puede ser entendido en este sentido. No
hay discurso en el acto oficial del 14 y a partir del 96 en los 20 de mayo se realiza una marcha
del silencio. Como ya dijimos son silencios diferentes y pueden tener variadas interpretaciones.
20
Pero parece existir un sentimiento común de discreción y reserva para referirse a los temas del
pasado reciente15 fundamentalmente en los sectores de la clase política. Los militares son los
únicos que no se han incorporado a este tipo de actitudes, públicamente han mantenido un
discurso bastante beligerante, que mantiene sus versión en forma casi atemporal. No hay
variaciones a lo sumo reacciones a las criticas a que son sometidos en determinadas
coyunturas.
Cabría aclarar que aquí estamos hablando de lo que podríamos llamar «memoria pública». Las
expresiones de recuerdo colectivo que emergen públicamente. Pero aún falta investigar sobre
los procesos de recuerdo, de amplios sectores que no se sienten identificados con ninguna de
estas conmemoraciones y que no tienen visibilidad pública.
Todo este itinerario que hemos recorrido, partiendo de aspectos teóricos, para luego analizar el
caso uruguayo, tiene su cierre en el trabajo del aula. La idea aquí es remover algunos
planteos que los docentes hemos transformado en lugares comunes. En cierta medida sacudir
cierto escozor que existe hasta hoy para tratar el tema de la dictadura en las clases. Y plantear
algunas posibles vías para su abordaje.
El primer lugar común, es la falsa creencia de que existen poco trabajos realizados sobre el
periodo. Durante los primeros años de democracia, la producción de textos, ya sea
testimoniales o académicos en torno al proceso dictatorial tuvo un período de auge. La derrota
plebiscitaria del año 89 repercutió también en la producción en torno al tema. Durante la
década del 90 este tema asume un bajo perfil en la agenda académica y pública. Parece que el
nuevo contexto del 2000, esta habilitando a revertir esta situación.
El tema se presenta muy rico en posibilidades didácticas. Y permite un dialogo fermental entre
el adentro y el afuera del aula.
La clase se transforma en el lugar privilegiado para enfrentar aquellas categorías utilizadas por
Nora: Memoria e Historia. Traer a la clase la opinión de los padres, el debate político actual, el
problema de los DD.HH., los diferentes relatos del pasado que se construyen socialmente, y
contrastarlos con el discurso histórico. Contrastar estas memorias que circulan socialmente con
la historia. No se trata de destruir estas memorias a partir del supuesto discurso verdadero de
la historia. Sino sopesarlas, relativizarlas, dando cuentas de las limitaciones que tiene todo
discurso sobre el pasado. Constatando y explicando los diferentes olvidos que todo relato del
pasado contiene. No se trata sobre una actitud relativista, peculiarmente peligrosa para este
caso. La verdad histórica existe, pero es un proceso complejo y no reducible a una visión única
del pasado. Podemos decir que es un campo infinito de afirmaciones posibles, que se pueden
plantear a partir de las diversas metodologias que la disciplina ofrece.
En este sentido la utilización de fuentes históricas en el aula, resultan piezas claves para
expresar las limitaciones de los diferentes relatos del pasado que se construyen socialmente.
Por ejemplo las declaraciones de los tres partidos frente al golpe de Estado. Permiten
deconstruir rápidamente la idea de la guerra. Demostrando como la guerra entre las fuerzas
conjuntas y el MLNT, esta acotada al año 72, y poco tiene que ver con la visión que tuvieron
los contemporáneos frente al golpe. La ausencia de cualquier mención a la guerra en la
declaración de la lista 15, muestra claramente como muchos sectores vivieron el golpe:
21
«DECLARACION DE LA LISTA 15
MUERA LA DICTADURA
30/6/1973.
Nadie puede aceptar que el Presidente diga que defenderá Ia Constitución violándola y
preservará las Instituciones cerrándolas.
Nadie puede aceptar que el Presidente diga que garantiza Ia libre expresión al pensamiento y
su primera medida como gobernante de facto sea cerrar el diario Acción, Ia tribuna batllista y el
único diario que publicó un editorial contrario al golpe.
Nadie puede aceptar en silencio que el Presidente culpe a las Instituciones y al Parlamento de
sus omisiones como gobierno. ¿No hay carne por culpa de las instituciones? ¿No hay artículos
de consumo popular por culpa del Parlamento? ¿La producción esta estancada por culpa de
las Instituciones? Todos las argumentos del gobierno han sido falacias y frente a ella el
ciudadano uruguayo debe reaccionar.
Los batllistas estamos contra el golpe de estado y Ia dictadura y nos estamos organizando para
derrocarla.
No estamos preparados para el uso de las armas, pero podemos y debemos resistir, y en esta
lucha nos uniremos con todos los uruguayos que estén de acuerdo hoy en una salida electoral.
La única solución que tiene el país es Ia consulta popular, para que exista un gobierno nacional
con respalda y apoyo popular, que encauce Ia renovación que el pueblo espera. La dictadura
que cierra diarios, impone férrea censura de prensa, impide el ejercicio del derecho de reunión
y nos inunda con comunicados mentirosos que prohibe replicar, no tiene apoyo popular.
Si Ya tuviera, no necesitaría de Ya fuerza que hoy aplica con el apoyo de una dirección militar,
que está comprometiendo, quizá definitivamente, a unas Fuerzas Armadas, cuyos integrantes
Ilegará el momento que no puedan exhibir públicamente su uniforme, como les pasa hoy a sus
colegas argentinas.
Los batllistas de Ia «15» estamos, como siempre, con Ia libertad y con Ia democracia.»
Por otra parte el relato del terrorismo de Estado construido desde las organizaciones de
DD.HH., la izquierda y ciertos intelectuales también tiene sus limitaciones. La idea de que toda
la sociedad fue vicitimizada, dominada y agredida por la dictadura ha sido sustentada por la
mayoría de los investigadores que han reflexionado sobre el período. Es parte de una
sensibilidad que ha surgido desde la izquierda y la ha trascendido. Si bien esta noción desde
es el punto de vista ético es correcta y compartible, desde la realidad subjetiva de los actores
que vivieron ese proceso resulta mas compleja.
En general todos los investigadores sociales han construido diversos modelos para estudiar los
procesos autoritarios16 que se basan en la dualidad Estado-Sociedad. Por un lado existe el
Estado que a través de diversas prácticas promueve una cultura del miedo y del terror. La
tortura, la prisión y las desapariciones forzosas trascienden a los que la sufren directamente y
sus allegados para alcanzar al conjunto de la sociedad. A través de estas practicas que son
selectivas toda la «Sociedad» termina internalizando el terror.
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sectores importantes que apoyaban la experiencia autoritaria y colaboraban a través de
múltiples formas (entre ellas la denuncia) con las prácticas represivas. Las limitaciones de
este relato son fácilmente constatables cuando se hace mención a los dos plebiscitos
realizados en el año 80 y el 89. Las conductas electorales que llevaron a que un… 41% votara
por el Si a la dictadura, y la mayoría que votó por amnistiar a los militares, no se pueden
explicar únicamente por los efectos de miedo que la dictadura creó.
Estos ejemplos como otros, muestran las potencialidades de plantear ese debate entre
memoria e historia, en el ámbito del aula. Esta modalidad posibilita la interrelación tan
necesaria entre espacio social y el espacio académico.
También es cierto que esta modalidad de trabajo presenta algunos problemas, como los
riesgos del anacronismo. Me refiero a la evaluación con categorías actuales de un periodo
histórico diferente. Entre tantas alertas se pueden plantear dos temas que son recurrentes en la
discusión actual: la violencia política , y los DD.HH. Son nociones que resulta necesario
contextualizar e historizar en la clase.
Vinculado a esto, está el problema de los DD.HH. Esta categoría como otras es histórica, y su
sentido va cambiando a lo largo del tiempo. Nuestro país tradicionalmente se representó como
una comunidad profundamente respetuosa de los derechos individuales. La dictadura
explotaba esa tradición en los foros internacionales y la oposición se sentía portavoz de la
misma. Sin embargo este respeto se remitía únicamente al ámbito político. «La tortura en
Uruguay comenzó por aplicarla la policía a los presos comunes, y en la década del 60, se
expandió a los detenidos políticos»18 . La comunidad académica y la sociedad han reflexionado
poco sobre ese primer momento de la violación de los derechos individuales en el Uruguay
moderno. Siempre se lo ha planteado como algo totalmente desconectado del proceso
autoritario que se originó a fines del 60, cuando en realidad ambas prácticas en muchos
casos estuvieron a cargo de la misma institución (la policía). En esa década asistimos a un
progresivo deterioro del respeto a los derechos individuales por el Estado. Este tiene un
particular recorrido que parte de lo social para luego extenderse progresivamente al ámbito de
lo político. El proceso se da en un contexto ideológico de polarización, entre un liberalismo
influenciado por el pensamiento de la guerra fría que en sus diferentes versiones, con mayor o
menor radicalidad acepta practicas represivas contra aquellos que en su visión atacan la
democracia. Y diversas variantes del marxismo que de una u otra forma cuestionaban el
estado de derecho y relativizaban la noción de DD.HH. en relación al modelo de organización
social que cada país construía.
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En el caso de Uruguay los primeros en integrarse a esa nueva sensibilidad son los exiliados,
que aprovechan este nuevo clima internacional para denunciar los crímenes y torturas
realizados por la dictadura.
La oposición irá integrando esta nueva sensibilidad en torno a los DD.HH. progresivamente a
partir de la derrota del gobierno en el plebiscito del 80. Ya en el año 83 y 84 todos los
partidos se hacen eco de las denuncias y los organismos que específicamente tratan estos
temas adquieren un protagonismo político importante (por ejemplo: SERPAJ tuvo un papel
destacado en una de las primeras movilizaciones masivas de la oposición, desarrollada el 25
de agosto 1983).
Llama la atención como desde la memoria se ha construido un relato en el cual los DD.HH.
siempre estuvieron profundamente integrados en nuestra sociedad y se marca a la Dictadura
como la responsable del pecado original. Esta afirmación a partir de lo comentado aquí,
parece por lo menos relativa. Si bien resulta claro que la calidad de la represión y los
destinatarios de ella variaron, la noción de DD.HH. en el sentido que se plantea
contemporáneamente no parecía ser un problema central en la década del 60.Y para algunos
tampoco pareció serlo a la salida democrática, Rial y Perelli comentaron en 1985: «las fuerzas
policiales, sin embargo, siguen actuando igual que antes durante el gobierno autoritario y antes
de 1973. Los sectores marginales de Montevideo siguen conociendo la técnica de las razzias…
La cuestión de los DD.HH. de carácter individual en este punto, al desaparecer el referente
político, vuelve a plantearse desde el punto de vista de las desigualdades que imperan entre
los sectores y clases sociales» 21
Por ultimo creemos que en este tema como en todos es central, la honestidad intelectual del
docente. El mismo, tiene que ser capaz de mostrarse en sus limitaciones, explicando las
dificultades personales que puede tener para realizar un abordaje, ya que de una manera u
otra participó en el período. No se trata de que los alumnos terminen con una visión específica
y determinada, sino que reflexionen sobre el proceso. El docente tiene que estar abierto a que
las conclusiones a las que arribe cada estudiante, pueden ser variadas e incluso discordantes
con la suya. Ser capaz de interpelar su propio discurso y las memorias con las que el se pueda
sentir identificados. Al fin y al cabo se trata de promover sujetos críticos que sean
capaces de elaborar una visión personal del período.
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Nos parece oportuno señalar algunos aspectos que hacen a los objetivos de nuestra asignatura
hoy y que pueden contribuir, no sólo porque trabajan con los derechos humanos y el tema
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«desaparecidos» sino porque se realizan en el ámbito de una metodología participativa y
relacionada con lo cotidiano.
La enseñanza de la sociología entre otros objetivos, aporta una metodología de análisis de los
fenómenos sociales que permite comprender los mismos desde una postura reflexiva y crítica,
superadora muchas veces de preconceptos y creencias.
La enseñanza del Derecho aporta no solo las bases para una formación jurídica futura, sino el
conocimiento y la difusión de principios jurídicos fundamentales para la formación de un sujeto
decidido a hacer respetar sus derechos y a la de un ciudadano consciente y participativo más
allá de las oportunidades del sufragio.
Señalaré aquí algunos ejemplos que permitan ilustrar lo dicho anteriormente. Algunos docentes
hemos tomado en la planificación de nuestros cursos como eje temático el tema de los
Derechos Humanos que corresponde a una de las últimas unidades del programa. A partir del
mismo hemos derivado los contenidos de las otras unidades de tal forma que se desarrollen
todos los aspectos legales y sociales de los mismos.
Se trabajan principios básicos del derecho internacional, como el respeto establecido en las
convenciones internacionales al espacio territorial de las embajadas donde se plantean casos
concretos de violaciones en este sentido ocurridas durante el período dictatorial.
El programa dedica especialmente al tema de los Derechos Humanos una unidad, lo que hace
que tengamos la oportunidad de trabajarlos en su más amplio sentido, desde actividades que
faciliten el conocimiento de los mismos hasta aquellas que por su metodología nos los
acerquen desde nuestras vivencias cotidianas. Entendemos que la reflexión teórica no basta,
sino que debemos hacerlos práctica cotidiana como reflejo de los valores que defendemos. En
nuestra experiencia concreta vemos como a través de los años que los estudiantes traen a
clase cuando trabajamos el derecho a la vida, a la seguridad e integridad física y a las
libertades individuales (expresión, reunión, asociación, prensa, etc) numerosas referencias al
período de la dictadura militar que no podemos dejar de escuchar y sobre el cual quieren
conocer y profundizar.
Con la intención de contribuir con este modesto aporte a la formación de una mejor persona y
ciudadano es que encontramos que le cabe a esta temática un tratamiento dentro de nuestros
cursos porque ya está entre nuestros jóvenes la idea de que nunca más se puede admitir en la
sociedad uruguaya una lesión tan profunda a la dignidad humana.
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La enseñanza de la dictadura
cívico militar en la Escuela
Laura Ferreiro*
SOY MAESTRA de 6to. año escolar desde hace 6 años; trabajo en una Escuela pública y esta
Institución tiene como particularidad el tener una numerosa población escolar constituida por
hijos de militares (soldados) y policías.
Las edades de estos niños oscilan entre los 10 y 15 años, tramo etáreo que resulta bastante
diferente al que hacen referencia los profesores.
En un primer momento cuando comencé a preparar este taller traté de estructurar los hilos
conceptuales a través de los cuales encaro el tratamiento de la dictadura. Pensé que el núcleo
estaba constituido por la idea de que los niños construyeran variadas y sucesivas
aproximaciones al mismo.
Luego de escuchar las experiencias de los compañeros de Secundaria y las ponencias de los
investigadores he debido replan-tearme esto y concluir que lo que yo hago en clase es mucho
menos pretencioso que mi idea original y se trata simplemente de crear y propiciar un espacio
para que niños de 10 años opinen y sean escuchados.
En cuanto a cuáles son los puntos del programa que incluyo al trabajar con la dictadura, debo
decirles que una de las ventajas de ser Maestro es la necesidad de abordar los temas en forma
integrada, interdisciplinaria, sin marcar explícitamente las fronteras entre una asignatura y otra.
El referente para seleccionar los contenidos debe estar muy estrechamente vinculado a cosas
cotidianas y por tanto lo inicial del tema surge en la organización del grupo, con el respeto que
esto implica hacia los demás, con saber escucharnos y tomar en cuenta la opinión del otro. A
partir de allí iremos armando en clase esos espacios que no son estáticos año a año y que sí
reflejan las connotaciones particulares de cada grupo en lo que tiene que ver con su carga de
interés hacia estos aspectos, su nivel de información acerca del tema y también el grado de
realidad de esa información.
Cabe destacar que el tema –la dictadura cívico militar– puntualmente no está en el programa
escolar ya que el tratamiento de la Historia Nacional queda trunco en 1967.
Como yo no soy muy adicta a seguir a rajatabla el programa y sí soy partidaria de seleccionar,
priorizar, jerarquizar, yo lo incluyo en «mi programa» porque también está en el «programa de
los niños», que es la vida misma, y por lo tanto es absolutamente relevante trabajar con este
tema que no es un contenido programático específico.
Como un ejemplo de estos emergentes cotidianos a los cuales hago referencia, quiero
contarles una anécdota. Estábamos trabajando en clase el proceso migratorio y surgió a partir
de la lectura de una de las fuentes bibiliográficas comunes en la Escuela (el libro de 6to. año
correspondiente al programa «Un niño, un libro») la información de que entre los años1963 y
1975 emigraron 185.000 uruguayos y entre los años 1976 y 1981, lo hicieron 90.000 más.
Debido a que el texto no hace ningún tipo de referencia a las causas o a los factores que
influyeron en esta migración, se me ocurrió preguntar si conocían o tenían algún dato que
aportase algo al por qué.
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Conversaron, debatieron y en la puesta en común una de las nenas dijo: –«mi abuelo estuvo
en esa guerra», y yo pregunté: ¿Sí?, ¿de qué lado?
Por supuesto que no sabía y se comprometió a averiguarlo, pero sobre todo investigar de qué
guerra se trataba.
Lo que me llamó poderosamente la atención es que al final de la clase, había otra nena
buscando en el diccionario la palabra Tupamaro, y mi asombro vino por el lado en que ningún
momento se había mencionado esta palabra. De allí relacionamos que ese término no íbamos
a encontrarlo en el diccionario porque era un nombre propio, que refería a Tupac Amarú, de
quien ellos ya conocían la historia porque se las había contado la Maestra de 5to. año.
La conclusión a la cual quiero arribar con este relato es que a pesar de que nadie había
mencionado la palabra, la idea estaba latente; los gurises saben; no están acostumbrados a
expresar lo que sienten, o los conceptos que sobre esto tienen, porque tampoco están
acostumbrados a ser escuchados o a que otro valore que tiene inquietudes o deseos de
conocer más acerca de estos temas.
También se puede tratar la organización del Estado, que es un contenido programático a partir
de la Constitución de 1830; desde allí abordar la creación de los partidos políticos e investigar
sobre la concepción que ellos tienen sobre la izquierda. Parece absolutamente generalizado
que todos los Maestros somos frenteamplistas, comunistas y tupamaros y que de aquí parte la
aprehensión tanto de la familia como de los niños a opinar sobre ciertas cosas.
Como ejemplo también puedo contarles que el año pasado, los derechos humanos estuvieron
muy presentes en las aulas. A través de la televisión, fuente informativa casi exclusiva,
estuvieron en contacto con el caso Pinochet.
Quiero una vez más hacer énfasis en que la profundidad de estos enfoques y el grado de
abordaje de los temas están en estrecha relación con la edad de los niños, con sus intereses y
con la posibilidad de emerger o no en las actividades que realizamos en clase; todo ello
además tiene valor en tanto que emanen de los debates, asambleas de clase, puestas en
común sobre información recabada o inquietudes de los alumnos.
Tomando en cuenta que el programa de Historia para 6to. año escolar comienza con la gesta
artiguista y considerando que a pesar de tratarse el contenido en sucesivas aproximaciones
durante el transcurso de todo el período escolar sin perjuicio de que los niños lleguen a este
grado confundiendo a Artigas con Varela, por ejemplo, pienso que esta puede ser una razón
por demás elocuente para integrar en forma cabal referentes próximos a los niños: el hoy, el
siglo XX, la realidad histórica de la cual son partícipes.
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Los maestros trabajamos estos temas porque consideramos que los niños pueden
comprenderlos, quizá con un nivel reflexivo menor al que puede acceder un muchacho de
Secundaria, con otra edad y en otra etapa cognitiva, pero no podemos, no debemos negarles el
derecho a aproximarse aunque sea en forma muy somera a ellos.
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Hace diez años más o menos, fue alrededor del año 1990 incorporamos formalmente el pasado
reciente al programa. Yo trabajo en un liceo público y en un liceo privado. El liceo público es el
liceo 28, la Sala de Historia de Sexto integrada por las Profesoras Ivette Trochón, Andrea
Daverio y yo decidimos que teníamos que reformular el programa de 6to. de Derecho y 6to. de
Economía. Es un curso de Historia uruguaya. Trabajamos en esa reformulación y los objetivos
que nos planteamos eran: en primer lugar tratar los temas del siglo XX y en segundo lugar
incorporar el período de la Dictadura Militar. Los docentes que están acá saben que por
suerte cada vez menos, la mayoría de los colegas se quedan en Batlle, o en Terra.
Consideramos que a esa altura, teníamos suficiente perspectiva, si hacíamos caso de aquellos
conceptos de la época de estudiantes, ya habían pasado casi veinte años del golpe de estado
y considerábamos que los alumnos tenían derecho a saber y nosotros debíamos hacer el
esfuerzo por incorporar este tema. Hicimos un nuevo programa, en el que por supuesto
sacrificábamos la primera parte, en el sentido de que íbamos a darlo con menor profundidad,
dejamos un poco la parte colonial de lado, teniendo en cuenta que los alumnos lo habían
tratado en cursos anteriores. Siempre uno tiene que seleccionar los contenidos y privilegiamos
el siglo XX. Todos ustedes saben que una cosa es lo que uno planifica y otra cosa es la
realidad. Al principio fue difícil. Nos comprometimos a anunciar a principio de año el nuevo
programa, discutirlo con los estudiantes, ver qué interés había y de ese modo también asumir
el compromiso.
Si uno el primer día de clase dice: «miren que vamos a estudiar la dictadura, nosotros vamos a
llegar por lo menos hasta el final de la dictadura», se asume el compromiso y después los
propios muchachos lo exigen. Ellos también debían asumir el deber de leer. La idea es que el
docente en un tema tan cercano y que nos toca tanto, no podía ir a contar su versión sobre la
dictadura, se hacía necesario que los alumnos accedieran al material publicado. Para eso
tratamos de actualizar la biblioteca del liceo, incorporando a la «Historia Uruguaya» de Banda
Oriental, que ya estaba la «Breve historia de la dictadura» de Caetano y Rilla, la «Historia
contemporánea del Uruguay», también de Caetano y Rilla, los fascículos de Banda Oriental
que después los unificaron en un libro que se llama «La era militar» o «La dictadura militar».
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Este tipo de material básico como texto para que ellos tuvieran donde leer,después apareció el
«Manual de Historia del Uruguay» de Nahum, para que no se quedaran con la disertación del
docente. Los primeros años 1991 y 1992 fueron difíciles, no lográbamos avanzar más allá de
los años sesenta, es decir que nos quedábamos mucho en los antecedentes, la época de
Pacheco y la guerrilla y los grupos armados de derecha y de izquierda y la desvalorización de
la democracia que se produjo en esa época. Apenas llegábamos a esbozar el esquema
cronológico de la dictadura basándonos en esa periodización de Luis Eduardo González que
toman Caetano y Rilla de la dictadura comisarial, fundacional y transicional y después el tema
de los DD.HH. que siempre aparecía. Esto fue los primeros años, después lentamente fuimos
tratando de incorporar más. En cuanto a los recursos, yo trato de usar cosas nuevas, a veces
un poco como prueba. Tratar que ellos manejen libros, fuentes primarias y fuentes
secundarias, tratar de llevar a clase mucho material. Yo vivo cerca de los liceos en que trabajo
y llevo muchos libros que reparto y ellos tienen que analizar qué es ese libro. ¿Es un testimonio
de la época, es el producto de una investigación? Acercarlos a los materiales, ¿es el testimonio
de un preso político? O sea, tratar por un lado de que ellos manejen directamente las fuentes.
Hacer lo mismo con la prensa, mandarlos a la biblioteca del Palacio Legislativo para manejar la
prensa de la época. La cronología de Carlitos Demasi nos ha servido muchísimo. Tratar que
los estudiantes se acerquen a ciertos tipos de práctica de investigación. En ese sentido
también trabajamos con historia oral. Ellos realizan entrevistas a personas sobre temas
concretos de la dictadura y también trabajar en clase con testimonios orales. Yo recuerdo que
en el año 1993, en el programa «En perspectiva» de Emiliano Cotelo, durante todos los viernes
de junio se dedicó el programa a la dictadura. Entrevistó personalidades, muchos políticos y yo
los tengo grabados y me ha resultado muy interesante trabajar en clase con esto. Por ejemplo
Oscar Lebel, ustedes supongo que lo recuerdan, un marino, que hizo su resistencia propia a la
dictadura; puso en su casa la bandera y los alumnos lo siguen con mucho interés porque es
algo que les llega; siempre trabajo con este testimonio. Después la película «Los ojos en la
nuca» del grupo Hacedor que es una película uruguaya, basada fundamentalmente en
testimonios de familiares de presos políticos. Está en Cinemateca y en el Videoclub Imagen.
Trabajar con eso y después los documentales, los hechos en la época de la dictadura por los
propios militares, como los documentales de la época de la apertura, las cacerolas que a ellos
les gusta muchísimo. Eso para el programa de 6to. de Derecho y Economía; por supuesto que
el tiempo alcanza mucho más en Derecho, en Economía uno tiene que sacrificar mucha cosa
porque son tres horas semanales nada más, pero tratar de ver todo eso.
Cuando hicimos esta reformu-lación del programa para Sexto de Derecho y Economía
contamos con el apoyo y el estímulo de la Inspección de Historia de Educación Secundaria.
En el liceo privado en que yo trabajo, se cursa el Bachillerato Internacional, que es algo que
algunos optan por hacer y en ese Bachillerato tienen la exigencia de hacer una monografía.
Ellos eligen seis materias y en una de las materias tienen que hacer una monografía, un
pequeño trabajito de investigación y a veces eligen Historia y casi siempre eligen temas
vinculados a la dictadura. Yo por supuesto no influyo para nada en su elección. Yo solo les
exijo que investiguen Historia uruguaya para que puedan acceder a fuentes primarias. En
1996, por ejemplo, un alumno trabajó sobre «Los partidos políticos en la dictadura» y otra
sobre «Las artes plásticas en la dictadura». El año pasado, un alumno hizo «La salida de la
dictadura» y fue asesorado por Carlos Demasi, yo por supuesto, los mando a los especialistas
y este año tengo un alumno que está estudiando «Las causas de la dictadura». Es interesante:
en el liceo público la culpa de todo la tiene Pacheco que era un autoritario, los tupamaros eran
bárbaros y en el liceo privado la culpa es de la guerrilla; son las dos teorías, no hay otros
factores y entonces hay que estimularlos a que busquen todos los factores que pueden haber
influido. La experiencia de guiar estas monografías ha sido interesante.
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Ahora yo quiero aclararles que no es nada fácil, que yo también siento todo lo que ustedes
manifestaron censura, autocensura, no sé cómo decirle, la inseguridad, porque además
inevitablemente se vivió la época y una tiene su corazoncito y sus vivencias y resulta inevitable
que termine contándoles algo dando testimonio. Siempre termino hablando de recuerdos,
cosas y ahí bueno es el tema de la honestidad del docente, siempre nos ponemos en un lugar,
pero hay otros y otros pensaban diferente, ¿qué pensarían los militares?, ¿qué pensarían
otros?, siempre con ese mecanismo. Concretamente yo, por ejemplo, les cuento cómo era la
visita al penal de Libertad. Yo no les digo si yo iba o no iba, pero les cuento cómo era la visita,
cómo era la situación de los presos políticos en el penal de Libertad, en el penal de Punta de
Rieles, las mujeres que estaban en Carlos Neri, esas cosas que son por la vivencia personal,
siempre termino contando, no me lo planifico, pero siempre termino explicando ese tipo de
cosas.
Otra cosa que me parece interesante para compartir con ustedes es la experiencia con los
practicantes. Yo tengo practicantes en el liceo público, ellos también se sienten obligados a
participar de esta planificación y de este programa. Hace unos años tuve una practicante que
se le había ocurrido la idea de terminar su práctica docente, o sea la clase ante el tribunal con
un juicio a la dictadura y quería que la mitad de la clase atacara y la otra mitad defendiera. A mi
me dio un poco de pánico; lo comentamos con Alex Mazzei que era la profesora de didáctica y
finalmente la desalentamos. Ninguno de los chiquilines quería defender a la dictadura, había
uno que se ofreció porque su papá era soldado y había peleado con los tupamaros. Él se
ofreció porque no había otro, no porque estuviera él de acuerdo. La practicante había tomado
la idea de algo que se había hecho en el año 1992, que era un juicio a la conquista de América;
entonces yo ahí no me animé a enfrentar ese asunto, me pareció muy complicado. En cambio
el año pasado tuve una practicante brillante, acá tengo la carpeta. En la carpeta ellos cuentan
todo lo que pasa en la clase y ella al principio explica cómo era el grupo, que era un grupo que
demandaba atención, muy contestatario, ella cuenta cómo era mi relación con el grupo. Un día
parece que me cubrí tanto y di tanta vuelta que ella cuenta: «El otro día, 12 de octubre Cecilia
estaba dando una clase sobre el MLN Tupamaros, ella todo el tiempo a lo largo del año,
explicitó lo importante que le parecía dar los temas más recientes, lo fundamental es que ellos
entiendan cómo se llegó a la dictadura. También dijo que esos temas, por lo reciente, pueden
ser un poco urticantes o de abordaje subjetivo: «Porque yo me acuerdo de Pacheco, tendría
veinte o veintiún años, entré como adscripta al IAVA en esa época», ella creía que era
igualmente importante su estudio a partir de los trabajos históricos hasta ahora realizados,
entonces ese día cuando empezó a dar los Tupamaros, podríamos decir que se atajó tanto que
los chiquilines captaron eso como una debilidad o un miedo y abusaron de su transparencia.
Cecilia les decía que ella no estaba justificando a nadie...» Tanto me atajé que cuando un
alumno planteó que los tupamaros eran unos terroristas como los de la ETA del País Vasco, yo
claro, salí en defensa de que no era lo mismo de que todo acá era a la uruguaya y terminé
justificando cosas que yo no quería justificar y los alumnos un poco en broma me acusaban de
que yo estaba dando una visión parcial después de todo lo que me había cubierto. Pero esas
cosas pasan, es inevitable. Todo en un clima de mucha armonía, de una buena relación con los
chiquilines, pero de todas maneras son todas esas cosas las que a uno le pasan: tanto nos
cubrimos, tanto queremos no dar nuestra versión...
Como conclusión yo creo que se puede y se debe dar la dictadura, que por suerte, cada vez
somos más los profesores que la estamos dando. El programa de 4to. de la microexperiencia
que es Uruguay después del 45, también obligó a los colegas a acercarse a estos temas, que
los jóvenes también tienen el derecho a conocer lo que no vivieron, que no pueden quedarse
sólo con la versión de la casa si es que existe versión de la casa, muchas veces no hay nada,
sólo indiferencia. Creo que el tema de los desaparecidos que hoy está en la prensa y que hoy
está en la opinión pública va a ayudar mucho a que este año esté en las clases, por suerte.
Hay bibliografía si bien es cierto que en el campo de la investigación hay muchísimas cosas por
hacer, ellos tienen, pueden leer directamente de las fuentes, hay mucho material publicado. No
se trata de dar nuestra versión, tenemos que lograr que ellos se acerquen a los libros.
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EN PRIMER LUGAR quiero agradecer a SERPAJ por haberme invitado para participar en
estas jornadas porque creo que el tema es uno de aquellos que resultan verdaderamente
acuciantes para la sociedad uruguaya actual.
Esto puede parecer un problema serio para los docentes y especialmente para los que
tenemos algunos años en el oficio porque muchas veces tendemos a creer que con cierto
grado de experiencia ya tenemos una fórmula para hacer bien las cosas y por eso estamos a
cubierto de cualquier sorpresa. Así que cuando nos enfrentamos a una situación de este tipo
sentimos cuestionada nuestra capacidad docente y nos da la sensación de que se trata de algo
grave; en realidad es una de las experiencias más comunes en la enseñanza, de esas que se
resuelven reflexionando sobre la experiencia y pensando las modificaciones que debemos
introducir para corregir lo que salió mal sin afectar lo que salió bien: por lo tanto a la siguiente
clase o al año siguiente se probará otra estrategia. En estos casos pueden controlarse las
diferentes dimensiones afectadas por el «error» y sin mucha dificultad pueden elaborarse las
estrategias adecuadas para corregirlo. Esa es la esencia de la tarea docente y no hay forma de
instrumentarla de manera permanente: o se está dispuesto a correr el riesgo de no siempre
hacer las cosas bien, o se enseña permanentemente lo mismo de la misma manera, es decir
que la enseñanza se esclerosa.
La sociedad tiene que estar dispuesta a aceptar que lo que ha admitido como verdad no es
«la» verdad y además que puede aparecer otra verdad diferente de la que aceptaba; si todo
funciona adecuadamente la sociedad se la apropiará y al hacerlo la transformará, es decir que
nadie podrá declarar que «es el autor» de la verdad socialmente admitida.
A partir de aquí podemos afirmar que la importancia de las investigaciones sobre la dictadura
radica en que pueden ayudar a construir esa verdad social diferente, pero ese conocimiento
sólo se transformará en una «verdad socialmente admitida» en la medida en que la sociedad
esté dispuesta a admitirla. La prof. Pérez Mondino recordaba que la discusión sobre la
dictadura ha tenido altibajos muy fuertes, y eso es clarísimo. Entre 1985 y 1989 la dictadura era
«el tema»; desde 1989 hasta mediados de los 90 la dictadura salió del escenario y desde
entonces en adelante se empezó a mover otra vez, hasta ahora que está nuevamente en un
punto alto.
Cuando el tema de la dictadura estaba fuera de escena (lo que es aparentemente el momento
más adecuado para elaborar conocimiento académico, ya que estaría libre de las urgencias y
presiones habituales), entonces parecían vanos todos los esfuerzos por ponerlo en discusión.
Lo curioso era que se percibía el interés por el tema pero cada uno consideraba que su interés
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era un caso individual y no algo compartido por el resto de la sociedad; siempre que se habla
de la dictadura militar se produce inmediatamente una electricidad particular, todo el mundo se
alerta; pero curiosamente todos pensaban que cada uno de ellos era una excepción.
En definitiva, esto desemboca en una fuerte retracción: si se observan todas las caras en una
clase o cuando se está desarrollando una charla, está todo el mundo atento; pero después
cuando se habla con los asistentes todos consideran que su atención era un caso excepcional
entre sus compañeros, o que ese grupo es excepcional frente a un conjunto social que es
apático o indiferente. El problema para la investigación supone enfrentar esa barrera, buscar
cuál es el perfil en el cual la sociedad está dispuesta a aceptar el abordaje del tema.
Si ese talante social cambia, muchas cosas cambian. La historia de la dictadura está dispersa
en toda la sociedad; como decía recién la prof. Pérez Mondino, todos tenemos un pariente
torturado, o un pariente torturador o un pariente preso; pero además todos tenemos la
experiencia de la dictadura, todos hemos visto la dictadura de una forma u otra e incluso la
gente que nació en los últimos años de la dictadura está marcada por esa impronta. Por lo
tanto, en la medida en que la sociedad no está dispuesta a enfrentarse con el tema, cada uno
de los integrantes de la sociedad se siente inhibido de participar de ese debate.
Tal vez podamos llegar a comprender mejor esto si comparamos nuestra situación con la de
otros países. Creo que fue en México, cuando se cumplió un aniversario importante de la
revolución mexicana que se hizo una experiencia interesante de investigación social: se
proponía a todos aquellos que hubieran tenido alguna experiencia o le hubiera llegado algún
relato familiar de la revolución, que lo aportaran a un centro que reuniría toda la información. La
convocatoria tuvo gran eco social y fue así que se recopilaron muchísimos relatos, que fueron
editados en varios volúmenes. Eso puede hacerse en México porque allí hay una opinión social
muy positiva sobre aquella revolución, entonces cada uno que tiene algo para decir acerca de
ella lo dice convencido de que está aportando algo al conocimiento social, y sabe que
merecerá el reconocimiento de la sociedad.
En el Uruguay tenemos el problema inverso: cada uno que tiene una experiencia sobre la
dictadura se la calla suponiendo que a la sociedad no le interesa o creyendo que de esa
manera está contribuyendo en algo a objetivo trascendente. No sé si será un fenómeno de la
dictadura o una característica de la modalidad uruguaya, porque no es la primera vez que pasa
en la historia de este país: si se mira cuánto se hablaba de las guerras civiles en el siglo XIX se
verá que casi no se dice ni una palabra; la guerra civil era un tema prohibido a pesar de que
era una realidad permanente; siempre que terminaba una guerra se firmaba un compromiso de
paz, y en su artículo Primero se establecía alguna forma de amnistía que imponía el «olvido de
lo pasado». No se trataba solamente de un problema de respeto de los compromisos, sino que
existía la idea de que sobre esos temas lo mejor era no hablar.
Esta actitud se continúa hasta las décadas del ‘20 o del ‘30 de este siglo; surge claro cuando
se miran los programas o los manuales y se ve que la historia del Uruguay incluye la época
colonial, la Independencia, la Jura de la Constitución y poco más. En un libro tan impresionante
como es el «Libro del Centenario del Uruguay» que en unas 1500 páginas reúne prácticamente
toda la experiencia del Uruguay en 1925, increíble por la recopilación de materiales que
contiene, es impresionante también por todo lo que no dice: la historia del Uruguay empieza
con los charrúas y termina con la Jura de la Constitución. Se está festejando el centenario de la
independencia y no hay una revisión histórica de lo que ocurrió en esos 100 años; sólo aparece
una galería de retratos de los presidentes. La Historia no existía, porque precisamente allí
había algo de lo cual la sociedad no se atrevía a hablar.
Ahora la sociedad se atreve a hablar de las guerras civiles del siglo XIX porque las puso dentro
de una matriz conceptual muy particular: ya no se ven como las atroces carnicerías que
muestran todos los testimonios de la época, sino que se transformaron en uno de los
momentos iniciales de una característica que la sociedad uruguaya valora muy positivamente,
como es la democracia política. Por lo tanto, todos los relatos referidos a las guerras civiles
tienen ahora una visión muy positiva aunque para eso haya sido necesario ocultar la «otra
mitad» del relato, aquella que ponía en primer plano la crueldad y el dolor.
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Todos conocemos un testimonio tan directo de las guerras civiles, como «La guerra civil y los
partidos» de Carlos Ma. Ramírez, que con su estilo romántico propio de la época (y que hoy
nos resulta absolutamente agobiante) nos trasmite una experiencia sobrecogedora: Ramírez
vio como mataban a todos los prisioneros de la batalla de Capilla del Sauce, en la revolución
de las lanzas. Fue más de lo que pudo soportar; su reacción fue romper con el gobierno y
denunciar lo que había visto; fue para eso que promovió la fundación de otro partido.
Ese relato –un testimonio histórico proveniente de una figura política de primer nivel– ha
quedado sumergido bajo la visión «positiva» de la guerra civil, y entonces aparece tipificado
como un producto de aquellos grupos sociales que «no sabían comprender» las cosas como
eran: Carlos Ma. Ramírez sería «un derrotista»; además era de Montevideo, y la visión histórica
del siglo XIX que hoy predomina jerarquiza a los caudillos. Este es un ejemplo de la forma
como las evidencias del horror de la guerra quedaron subordinadas a aquellas que destacan su
importancia en la construcción de ciudadanía.
Tal vez con la dictadura pase algo por el estilo. Hoy todos tenemos –igual que los uruguayos
del siglo XIX– la conciencia de que la dictadura es un episodio vergonzante. De una manera u
otra nos «ensucia» a todos; nadie queda con la conciencia demasiado tranquila. El solo hecho
de haber vivido en la dictadura y haberla sobrevivido implica cierta conciencia de culpa, incluso
en aquellos que más se jugaron para enfrentarla. Estamos en una situación parecida a los de
los uruguayos después de las guerras civiles: el «olvido de lo pasado» se ha transformado en
un lema que aparece reformulado en el siglo XX: «no hay que tener los ojos en la nuca». La
expresión «Miremos hacia delante, dejemos atrás el pasado», es el mismo lenguaje que se usó
en la paz de abril de 1872 o en la paz de octubre de 1851.
El segundo aspecto es más complejo, y tiene que ver con las herramientas conceptuales
propias de la «verdad social». No existen aún los recursos conceptuales que nos permitan
manejar el tema de la dictadura sin sentirnos directamente involucrados, algo así como el
equivalente del concepto de «construcción de ciudadanía» que hoy nos permite hablar de las
guerras civiles del S. XIX. Por lo tanto el relato que hay que hacer sobre la dictadura, es la
dictadura misma; es toda la dictadura. No tenemos allí la perspectiva para relatarla porque en
definitiva es de nosotros mismos que tenemos que hablar; nos da mucho trabajo seleccionar
qué cosa es lo relevante y qué cosa no lo es porque en la selección nos sentimos implicados
con mucha fuerza, y esa parece ser una de las explicaciones del bloqueo.
33
Sin embargo, en el conflicto entre la demanda social por conocer el tema (sensible aunque
tenue) y las dificultades para elaborar el relato, han ido avanzando investigaciones sobre el
tema. Es cierto que no todo permanece en silencio; se han hecho investigaciones valiosas; en
algunas perspectivas se ha investigado bastante, en otras recién se está empezando a
investigar e incluso hay otras en las que no se ha investigado nada. Como ven, es un tema que
está allí disponible y que tiene muchas entradas para ser investigado; aún hay muchas cosas
por decir.
Parece necesario comenzar señalando que los estudios sobre la dictadura tienen las mismas
características que la investigación del pasado uruguayo en general. Siempre aparece en
primer término y en primer plano el aspecto institucional, es decir lo que el Estado hace y dice;
recién después aparecen aquellos aspectos que involucran al colectivo social, considerado en
su globalidad. En general la Historia uruguaya se centra mucho en describir lo que hace el
Estado, y al enfrentarnos a un libro de Historia creo que inconscientemente buscamos al
Estado como protagonista; cuando lo localizamos entonces tenemos una visión «reconocible»
del pasado. Por lo tanto, el aspecto que más se ha estudiado de la dictadura es el institucional,
y se ha seguido con cuidado el conjunto de decisiones adoptadas por el poder público y las
opiniones de los responsables de las decisiones. Además de los aspectos institucionales se ha
estudiado la economía, tanto desde el punto de vista del comportamiento de la estructura como
de las políticas económicas aplicadas desde el Estado; la importancia concedida a la economía
ha sido una constante en los historiadores de la segunda mitad del siglo aunque eso es algo
que hoy en día ha cambiado un poco.
Por lo tanto, las primeras miradas sobre la dictadura fueron perspectivas institucionales y
económicas: «saber qué hizo la dictadura» equivalía a recopilar las decisiones tomadas por el
Estado, porque se entendía que las decisiones del poder central se imponen directa y
uniformemente a todos los habitantes; repasar el funcionamiento la economía durante esos
años era la herramienta para «comprender lo esencial» porque se partía de la base de que la
dictadura se explicaba a partir de su realidad económica. Es muy claro que estos supuestos no
alcanzan para explicar los acontecimientos de la dictadura, ya que las situaciones son muy
complejas y no admiten explicaciones monocausales: por ejemplo el plebiscito del 80 y su
sorprendente resultado, ocurrió en el momento en que las cifras macro económicas eran las
mejores: el nivel de empleo era alto, el PBI venía manteniendo la tendencia creciente durante
unos 5 años (un fenómeno que no ocurría en este país desde la primera mitad de la década del
‘50); sin embargo en ese momento la dictadura propone una reforma constitucional, y el
resultado es «No». Es decir, para dar razón a ese acontecimiento no es suficiente la
explicación económica.
Se puede admitir entonces que existe bastante material acumulado sobre temas como el
Estado, las instituciones, los partidos políticos o la economía. También están bastante
conocidas algunas circunstancias precisas, como el proceso del golpe de estado, el proceso de
la negociación que llevó a la salida democrática, etc. Hay correcciones que hacer o detalles
que ajustar pero en líneas generales se trata de dimensiones bastante conocidas; pero todavía
hay espacios en los cuales se ha hecho poco.
Hay ahora algunas investigaciones en marcha que quisiera mencionar, porque abren caminos
nuevos dentro de una temática que de lo contrario puede tender a esclerosarse. Quería
mencionar por ejemplo las investigaciones que se están haciendo sobre el tema de la memoria,
en particular la que está realizando el prof. Aldo Marchesi: estudiar la memoria desde las
perspectivas de las conmemoraciones. La conmemoración es un elemento importante para el
estudio de los acontecimientos porque no se trata de los hechos en sí sino de la construcción
de su memoria. «Conmemorar» es «recordar en conjunto», y existen acontecimientos que son
conmemorativos en sí mismos. La memoria de la dictadura se ha bifurcado en dos
acontecimientos, con dos conmemoraciones que son cada una como el negativo de la otra: los
actos que cada 14 de abril se realizan en la Plaza de la Bandera (que se acompaña de un acto
que se realiza en las asociaciones militares); y la marcha que se realiza cada 20 de mayo por
la avenida 18 de Julio, que resulta como la contracara del anterior. Esas conmemoraciones
muestran hasta qué punto la memoria está fragmentada, y qué grande es la dificultad para
construir un solo relato a partir de memorias tan distintas y tan distantes.
Repasando las conmemoraciones del 14 de abril, se observa una permanente reiteración del
mismo discurso por parte de los militares: todavía se invoca la amenaza del comunismo y de la
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subversión, como si estuviéramos en los años 70 y nada hubiera ocurrido desde entonces. El
acto del 20 de mayo, en cambio ha surgido bastante posteriormente (se reitera desde
mediados de los 90) y aunque convoca masivamente, tiene poco discurso: generalmente el
sentido de este acto está marcado en la propia convocatoria, y esta ha variado con el paso del
tiempo. Esta conmemoración construye la memoria por su sola realización pero no por los
mensajes verbales que comunica; y eso nos está diciendo algo sobre la sociedad en que nos
toca vivir.
Hay otros trabajos pero quería mencionar solamente uno más, la investigación sobre los
DD.HH. que está haciendo la lic. Vania Markarian. En buena medida el tema de los DD.HH.
surgió durante la dictadura; no era un tema durante 60, por ejemplo. En nuestro país el tema
hizo aparición sobre fines del período dictatorial, y surgió muy estrechamente vinculado con el
tema político, del que se ha ido separando con mucha dificultad. Demoró en aceptarse la idea
de que el tema de los DD.HH. y el tema político son dos aspectos diferentes, y mientras eso no
sucedió el tema de los DD.HH. quedó muy instrumen-talizado por la política.
A pesar de esa repercusión internacional, el discurso de los DD.HH. como discurso autónomo
demoró en introducirse en nuestro país. «SERPAJ Uruguay» fue la primera organización de
defensa de los DD.HH. que apareció en nuestro país, y no surgió cuando comenzaron las
violaciones de DD.HH. ni cuando el golpe de estado se estaba instituyendo sino que se fundó
ya en las postrimerías del período de la dictadura, cuando ya se estaba iniciándo el proceso de
apertura política.
Por otro lado la Historia oral es un mecanismo de democratización muy fuerte de la Historia: le
da voz a los que no han tenido voz, a aquellos en que en general no dejan testimonios directos
y de los que cuando obtenemos algún testimonio lo encontramos mediado por otra perspectiva:
en un expediente judicial casi siempre como acusado de algún delito, o en un registro del
hospital por estar enfermo. La historia oral brinda la posibilidad de hablar con los testigos
directos, lo que es muy importante. Es cierto que se trata de una técnica que tiene sus propias
limitaciones: por ejemplo, nunca se va a poder averiguar cómo vivían o cómo trabajaban las
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obreras de las procesadoras de pescado en la época de la dictadura, si aplicamos la técnica de
preguntarle a cada una su experiencia personal. Desaparece por completo la ilusión de
elaborar una «historia general» que abarque todo un colectivo social, pero en cambio se logra
una historia más localizada pero muy valiosa de experiencias concretas, que no se pueden
generalizar pero sí pueden servir para construir un relato bastante más polifónico y más
«apropiable» para el lector.
Creo que es en esa línea que hay todavía mucho trabajo por hacer, y que se trata de una vía
muy accesible. Como decíamos antes, la historia de la dictadura está dispersa en toda la
sociedad y es nuestra propia historia. Cuando hablamos de aquel período es de nosotros
mismos que hablamos; por eso tenemos que aprender a hablar y a escucharnos entre
nosotros. Muchas gracias por toda la paciencia que han mostrado.
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¿DAR EN CLASE el tema «dictadura»? No me parece buena cosa plantearse el tema de esta
manera y, de cómo nombramos y delimitamos un tema, depende mucho su resolución práctica.
La situación que el Uruguay vivió entre 1973 y 1984 forma parte de un proceso histórico que –
independientemente de las posibles y distintas interpretaciones– arranca de mucho antes. Se
trata, entonces, de cuestionarnos si dar o no en el ámbito de la clase la historia reciente de
nuestro país. Se trata de pensar si los liceales uruguayos tienen que conocer la peripecia
económica, cultural, social, política de su país en la segunda mitad del siglo XX.
Planteado así el tema resulta, me parece a mí, de una obviedad tal la respuesta que, en
verdad, lo que parecería pertinente cuestio-narse es que es lo que nos pasa a los profesores
de historia uruguayos que nos tenemos que formular esta pregunta.
Creo, por lo tanto, que este asunto debe inscribirse en uno más general: ¿cómo trabajamos en clase los
profesores de historia la historia nacional, especialmente el proceso histórico de este siglo que ya termina? Se me
ocurre que centrando así las cosas nos habilitamos a un imprescindible debate entre los que vocacionalmente
hemos elegido esta profesión que nos vincula cotidianamente a dos elementos claves en una sociedad: los
adolescentes y la memoria.
Repito: no puedo afirmar esto científicamente. Tengo esta impresión fruto de dialogar con mis
propios colegas y con los alumnos en diferentes liceos durante varios años.
Si esto fuera así sería grave. Grave para el país. Grave socialmente.
Descartemos la causa que nos aliviaría de nuestra responsabilidad individual: los programas.
La «culpa» es de los programas. Por lo tanto la «culpa» es de las autoridades que hacen los
programas. Descartado. El programa de tercero en el ciclo básico y los programas de sexto de
derecho y economía abarcan todos los puntos que muchos de nosotros no damos.
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El otro factor: no tenemos tiempo, no llegamos, estas unidades son las últimas, es imposible.
Apelar a una cuestión de tiempo en un profesor de historia es hacerse trampas al solitario.
Todos sabemos – porque forma parte de nuestro saber profesional– que siempre es preciso
hacer una selección de contenidos. Y que toda selección de contenidos implica un enfoque
sobre la Historia, supone una concepción sobre el proceso histórico que abarca el programa
que tenemos que trabajar. La selección de contenidos implica, también, una visión sobre los
alumnos, su realidad, sus conocimientos previos; supone, necesariamente, un diagnóstico
sobre sus necesidades y posibilidades.
Por lo tanto, si leemos la realidad desde el ángulo de los resultados y no de las intenciones,
podríamos llegar a la conclusión de que muchos de nosotros creemos que es más importante
que nuestros jóvenes conozcan con cierta profundidad la Guerra Grande que el Uruguay de
1940-50 o que los estudiantes de tercer año estudien el proceso de expansión territorial de
EEUU o la Guerra de Secesión aunque no tengan ni una idea mínima de la época batllista o
del país en el que nacieron y crecieron sus padres.
Presiento que lo que hacemos los profesores de historia uruguayos con la historia uruguaya del
siglo XX en las aulas de nuestros liceos da cuenta de una cuestión que nos trasciende a los
propios profesores. Quiero decir: creo que lo que pasa en nuestros liceos con nuestro país es
un síntoma de una problemática colectiva y que nosotros, los profesores de historia, somos
portavoces de ella.
No sería pertinente extenderme en este artículo sobre este asunto de carácter colectivo que
tiene que ver con una crisis dolorosa de nuestro imaginario (¿qué visión tenemos de nosotros
mismos que consideramos que es tan poco importante que los adolescentes conozcan su
país?). Pero sí propongo, no solo una necesaria reflexión personal, sino un debate colectivo, un
pensar juntos en términos autocríticos y realistas, un pensar sereno que signifique más
introspección en clave cultural que contrapunto de palabras divorciadas de nuestras aulas y de
nuestros alumnos.
Creo que así, inscribiéndolo en esta cuestión general, es que tenemos que pensar la
problemática pedagógica en relación al proceso histórico que abarca las décadas del sesenta y
setenta.
En primer lugar me parece que importa ubicarlo, precisamente, como una problemática
pedagógica. Esto significa delimitar desde dónde nos planteamos trabajar en clase este
conflictivo período de nuestro país. En tanto somos profesionales tenemos un conjunto de
instrumentos que nos permiten encararlo con responsabilidad, rigor y seriedad.
Esta profesionalidad supone, en primer lugar, un conocimiento del período. No es con nuestra
memoria personal, no es con nuestras impresiones, no es con nuestras emociones que
podremos trabajar. Esto no implica que nuestra memoria personal no exista o que el tema no
nos genere un conjunto ineludible de emociones. Precisamente, para dar este tema en clase
necesitamos trabajar sobre nosotros mismos, sobre nuestros recuerdos, sobre nuestros
miedos, sobre nuestros prejuicios, incluso sobre nuestras propias opiniones sobre el período.
Vale la pena, sin embargo, precisar que cuando me refiero a conocimiento no estoy aludiendo
a una profundización tan óptima y específica que suponga estar en contacto con todo lo último
que se está investigando. Por supuesto que esto es lo deseable. Pero tengamos cuidado de no
paralizarnos. No creamos que hasta tanto no hayamos leído todo lo publicado sobre el tema no
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podemos trabajar esto con nuestros alumnos. Porque poner en juego nuestra profesionalidad
también supone conocer qué es lo que nuestros alumnos no conocen y entender cuánto le
podemos aportar planteándoles una visión básica en el caso de tercer año y una visión global y
problematizadora en sexto.
En segundo lugar, me parece, que el hecho de que este sea un período complejo, sobre el cual
hay múltiples interpretaciones por parte de sus propios protagonistas, requiere de una
particular atención sobre nosotros mismos en el aula pues todo enfoque supone un lugar desde
donde se está mirando. Con estas u otras palabras creo que es bueno plantearle esto a los
propios alumnos, convocarlos a conversar con los adultos cercanos, estimularlos a escuchar, a
ver, a conocer por ellos mismos. Si siempre tenemos que entender que nuestros alumnos no
son tablas rasas que llegan a clase vacíos, en este tema en particular, tenemos que considerar
además, que la diversidad de realidades de las que proceden dan cuenta, precisamente, de la
compleja realidad que se está trabajando en clase.
Que un período sea complejo, que suponga varias interpretaciones no puede resultar un
obstáculo para trabajarlo en clase. No nos confundamos: nuestros alumnos no necesitan
verdades absolutas, necesitan información. Explicaré lo que quiero decir con un ejemplo. En mi
caso comienzo esta unidad planteando la crisis económica estructural que empieza a
vislumbrarse a fines del 50 y continuo trabajando sobre el concepto de decadencia del Estado
Benefactor. Después de dar esto les planteó a mis alumnos que comenzar este período de esta
manera supone un enfoque, que podría comenzarse de tales y cuales otras maneras. Lo que
quiero decir es que no podemos dramatizar este asunto de las diversas interpretaciones en lo
que tiene que ver con la historia reciente nacional, así como tampoco podemos perder de vista
que como profesores de historia siempre estamos partiendo de una interpretación cuando
damos cualquier tema.
Por todo esto las palabras que usamos para nombrar los diferentes fenómenos de ese período
deben ser lo más precisas posibles. El lenguaje mismo debe ser, me parece, problematizador.
Tal vez clarifique lo que quiero decir si pongo un ejemplo. ¿Cómo nombrar a los tupamaros?:
¿grupo subversivo? ¿guerrilla urbana? ¿grupo terrorista? ¿grupo revolucionario de izquierda
que hace una opción por la lucha armada? Creo que problematizando las mismas
denominaciones estamos aportándole a nuestros alumnos, por un lado información y, al mismo
tiempo, los estamos ayudando a abrirse a la complejidad de lo estudiado. Enseñar en clase
preguntas sin respuestas es, tal vez, una de las más ricas instancias de nuestra labor como
educadores.
En definitiva, me parece, pensar en trabajar las décadas del 60 y del 70 en clase pasa por
repensar el tema de la construcción de la memoria en una doble dimensión: la responsabilidad
ética que tenemos como profesionales y como ciudadanos en la lucha contra los olvidos y por
otro lado, la comprensión de que, efectivamente, la memoria será una construcción en tanto en
todos los ámbitos de nuestra sociedad las múltiples voces del pasado sean escuchadas y
elaboradas. Nuestras aulas son uno de esos ámbitos. Tal vez el que más tenga que ver con
nuestro futuro.
Brevemente quisiera contar algunas cosas que me han pasado dando estos temas en clase.
En todos los grupos, tanto en tercero como en sexto, los alumnos de forma muy generalizada
han expresado un contundente interés por el tema. Lejos de ese prejuicio de que a los jóvenes
no les interesa la política, los alumnos se han interesado, han preguntado, han logrado una
atención que no siempre es fácil de lograr en otros temas. Destaco especialmente que han
estudiado estos temas en la bibliografía indicada y que, muchos de ellos, han conversado, a
veces por primera vez, con su familia a raíz de estar dando este tema en la asignatura historia.
Mi experiencia en clase me ha confirmado por una vía vivencial el tremendo egoísmo que
supone no trabajar este proceso histórico.
Por último permítaseme una referencia a mí. Tengo 44 años. Tenía 15 años en 1971.Dar estos
temas en clase es dar el contexto social que ha atravesado mi vida, no importa aquí explicitar
cómo. Esto me ha significado un desafío importante como docente: aprender a tomar distancia,
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aprender a incluir mi vida en un proceso histórico, aprender algo que parece muy obvio así
dicho pero no es nada obvio en la práctica y es que cuando yo tenía 20 años mis alumnos no
habían nacido. Quizás esto tan obvio fue lo que más me convocó: sentí sus necesidades y esto
me permitió estudiar y trasmitir lo estudiado de forma racional. Muchas veces cuando salí de la
clase y miré el pizarrón que había escrito me recordé a mi misma y a muchos otros. Nunca
imaginamos, entonces, que seríamos una unidad en un programa de historia. O tal vez sí pero
el programa y la unidad serían, seguramente otro que este que ahora doy. Mirando ese
pizarrón que yo misma había escrito he sentido y resentido mucho. Sin embargo, he intentado
– ojalá lo haya logrado – no expresar en clase ninguna de estas emociones y remociones. No
hundirme en estos sentimientos, convertirlos en materia de trabajo internos, transformarlos en
acción educativa ha sido un esfuerzo, es verdad. Si algo me ha impulsado hacerlo es mi propia
convicción en la democracia. Dar estos temas me ha reafirmado en que si elegí ser profesora
de una asignatura que supone trabajar con los jóvenes sobre el pasado es porque me
entusiasma el futuro. No porque crea en la omnipotencia de la educación, pero sí porque
confío en sus posibilidades.
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ME ENCANTÓ la invitación de Serpaj para formar parte del taller sobre la enseñanza de los
temas vinculados a la dictadura. Lamentablemente no pude asistir, porque se superpusieron
otros compromisos.
De todas maneras, quiero compartir algunas reflexiones con todos ustedes sobre estos temas
tan vigentes y tan poco discutidos por el conjunto de los docentes.
Ingresé al IPA en marzo de 1977, plena dictadura, plena etapa del ensayo fundacional, según
L. E. González. En el momento que me dirigía a inscribirme tenía un fuerte dilema por delante:
todavía no sabía si optar por literatura (mi gran pasión), por filosofía (que me había
deslumbrado en el bachillerato por la posibilidad de ahondar en el conocimiento) o por Historia.
Por suerte vivía muy lejos y el viaje me ayudó a aclarar mis ideas. Y me incliné por la Historia,
claro. Y creo que lo que más me influyó en esa decisión, (además de otras inclinaciones más
profundas que venían de la primera adolescencia) fue el «momento histórico» que estaba
viviendo, yo, mi familia, mi país. En ese momento sentí que era a través de la Historia, y sólo a
través de ella que yo podría conseguir cambiar en algo la mentalidad de las nuevas
generaciones, o más bien luchar contra la dictadura. Otros elegirían otros caminos, el mío fue
ese. Después comprendí que los caminos para que la verdad se conozca y para derrotar a los
autoritarismos son mucho más anchos y abarcadores y también recorrí varios de ellos.
Esta introducción personal la traigo a cuento porque creo que tiene que ver con mi camino
como docente a lo largo de estos casi veinte años y con el tema que nos convoca en esta
publicación. Si desde aquel momento yo intuía que la docencia y la Historia serían mi forma de
vehiculizar mi defensa de determinados valores, se imaginan que eso se fue acrecentando
desde entonces. Por las dudas quiero aclarar que esto nada tiene que ver con el adoctri-
namiento, nada tiene que ver con llenarle la cabeza a los alumnos con lo que yo quiero que
piensen, pero creo que a esta altura nadie discute que la Historia es (entre otras muchas
cosas) transmisora de valores y cada cual ocupa su lugar en ese juego.
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cuando no se remontaban a la revolución industrial o a los orígenes del capitalismo en la Edad
Media. Consecuencia lógica, el mundo actual se daba a las corridas, el último mes.
La primera experiencia de UMA fue entonces, removedora, porque uno por primera vez tenía
un programa que abarcaba nada más que 50 años de Historia del Uruguay con anclajes en el
mundo. De todas maneras yo les diría que en todos estos años, mi experiencia en el liceo 9 de
Colón es que la mayoría de los docentes no «llega» a dar la dictadura y si lo hace es en una
clase final en donde realiza un gran esquema.
Es cierto que la carga horaria de ese curso es absurda pero además tenemos como una
tendencia a detenernos mucho más en los procesos más lejanos y como una resistencia a
zambullirnos en los «años difíciles».
Y sin embargo creo que es bien sintomático el cambio que se produce en el nivel de interés,
atención y participación de los alumnos cuando se empieza a incursionar en los sesenta y de
ahí en adelante. Es asombroso el llamador que sigue siendo el 68 para ellos, cantidad de
estudiantes de estas generaciones siguen sintiéndose identificados con alguna de las múltiples
facetas de esa generación. Son esos, sin lugar a dudas, los temas que más les interesan, en
esa perspectiva el neobatllismo ya les parece viejo, antiguo, los 60 y los 70, en cambio los
sienten todavía como algo que les afecta, que los toca de distintas maneras.
En 1996 obtuve el año sabático para llevar adelante un proyecto que habíamos presentado
(junto con la compañera Leonor Pyñeiro) ante el Consejo de Enseñanza Secundaria para
realizar un proyecto de manual para el curso de UMA sólo desde la asignatura Historia.
Trabajé todo el año en ese proyecto que fue presentado al Consejo y no tuvo una crítica
demasiado favorable del tribunal; creo que por diferencias de enfoque profundas, discutibles,
pero en muchos casos, imposibles de superar.
El trabajo fue muy enriquecedor, trabajé sobre todo a partir de las publicaciones existentes ya
que mi objetivo era divulgar a nivel de estudiantes liceales el material que hay sobre los temas
del programa, o sea no era un trabajo con objetivos de investigación. Trabajé también con
prensa, en el CEIU, con el apoyo de Carlos Demasi; con reflexiones, con documentación, con
mi propia memoria.
Por supuesto que en esta temática es muy difícil separar la historia de la propia memoria, uno
pierde la noción de si está escribiendo un material de historia o si le está contando a estos
estudiantes lo que le pasaba a uno mismo, lo que sentía.
Es bien interesante, por ejemplo, cuando se habla del tema del miedo, como una de las
herramientas recomendadas por la Doctrina de la Seguridad Nacional, vinculado a la
autocensura y a esa falta de límites entre lo que se podía y no se podía hacer, entre lo
permitido y lo prohibido (Pablo Mieres y J. Castagnola lo trabajan muy bien en el fascículo
correspondiente de La Era militar) como se hace para dejar de trasmitir ese cúmulo de
sensaciones que uno vivía cuando era estudiante del IPA, o cuando iba al Penal de Libertad, o
simplemente cuando pasaba por la puerta de Jefatura. Y eso no está en los libros, eso es difícil
de encontrar, y más difícil de trasmitir. Entonces yo estoy de acuerdo en que hay que promover
que ellos vayan a leer y a consultar alguna fuente documental, que hagan sus pequeñas
investigaciones pero creo que nosotros tenemos mucho para trasmitirles desde nuestras
propias historias de vida. Por supuesto con la ética imprescindible que debe tener todo
profesor.
Cuando uno trabaja con los documentos de la dictadura se da cuenta también que, muchas
veces no hay mucho más para agregar. El análisis del golpe de estado de junio del 73 está en
buena parte en el análisis del propio decreto de disolución de las cámaras, es interesantísimo
todo lo que uno puede sacar de allí y construir con los estudiantes la lógica (¿) de la dictadura.
El tema que me parece más difícil de abordar en cierto sentido es el de la violación de los
DD.HH., sobre todo en lo que tiene que ver con la tortura y la desaparición. ¿Por qué? Porque
ahí sí partimos de generaciones que ven las cosas de muy distinta manera, para ellos es
Historia, en el sentido que, en general (salvo aquellos familiares de los damnificados) no forma
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parte de su vida real, no está dentro de lo posible en su vida. Entonces sucede por ejemplo que
cuando se habla de tortura, ellos preguntan y quieren saber qué tipo de cosas se hacían. Y ahí,
aparece un límite que yo, por lo menos no tengo claro si puedo ni si quiero traspasar.
En alguna oportunidad tuve experiencias difíciles, en este sentido. Cuando apareció Mariana
Zaffaroni (que es mi sobrina segunda, hija de mi primo hermano, Jorge) y Mariana fue noticia
unos días en la TV y en la prensa, algunos alumnos me preguntaron si yo tenía algo que ver. Y
entonces querían saber, y querían enterarse de detalles, de los cómo y los porqué. Y uno
estaba tan entreverado en esos momentos, con tantas rabias juntas, con tanta tristeza
acumulada (y por supuesto también con un poco de alegría) que creo que en esas situaciones
aquello de la «objetividad» (si es que existe) es muy difícil de mantener.
Hace 5 años que trabajo con este programa y he tenido que hacerle algunas modificaciones
como hicieron las compañeras del 28, porque si uno deja para dar todo Uruguay al final,
tenemos otra vez el mismo cuento que no llegamos a la dictadura. Entonces yo hago como un
corte en la segunda guerra mundial y llevo todos los «escenarios» incluido Uruguay hasta la
guerra y luego retomo la posguerra y así teóricamente en el último mes de clase me dedico de
lleno a Uruguay. Como la mayoría de los estudiantes cursaron 4º de Micro, trato de generalizar
los temas referidos al período neobatlista y los gobiernos blancos y profundizar un poco más en
los 60 y los 70. Ahí se nota más la diferencia de interés de los alumnos, desde que uno anuncia
que va a trabajar esos temas, ellos están como esperándolos.
Por eso, (entre otras cosas), creo que tenemos el compromiso de trabajar estos temas, porque
generalmente los docentes nos quejamos de la falta de motivación de los alumnos, de su
desinterés,... (más vale no seguir con las quejas de los docentes) y allí ya tenemos la
motivación. Ellos quieren saber qué pasó, ellos quieren entender, no podemos negárselo.
Creo también que debemos generar instancias de intercambios, de vínculos, como los cursos
de verano del IPA y otros, para que el cuerpo docente en su totalidad se actualice más sobre
estos temas y para que en el IPA, en los programas correspondientes se aborden con el tiempo
necesario. Porque como ya se ha dicho, si bien yo considero que nuestra historia de vida sirve
para trabajar debemos obviamente complementarla con la bibliografía que se está publicando,
con las investigaciones que se están haciendo. Yo he conocido muchos profesores y algunos
de años en la docencia que no se «animan» a tomar estos programas, porque no se sienten
actualizados en su formación. Entonces creo que debemos contribuir a ello desde todos los
ámbitos posibles.
Por eso me pareció bien interesante esta propuesta de Serpaj que implica seguir abriendo un
espacio de reflexión entre docentes, espacio que debe ir alimentándose cada vez más y cada
vez con más y nuevos aportes.
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DURANTE MUCHOS AÑOS la demanda de una respuesta oficial por las violaciones de los
derechos humanos cometidas durante la última dictadura, encontró sólo resistencias por parte
de los gobiernos que la sucedieron.
Este año, el nuevo gobierno ha dado muestras de querer abordar y encontrar solución a este
grave problema que afecta a la sociedad uruguaya, como lo indican los hechos recientes en el
que el Presidente de la República anunció la aparición de la nieta de Gelman y se refirió a los
casos que quedan por resolver.
Es probable también, que se haya comprendido los beneficios de la paz social como estado
deseado y como condición necesaria para progresar en el desarrollo de la sociedad hacia
mejores condiciones de vida.
Es probable una vez más, que este sea el sentimiento que predomine en la inmensa mayoría
de la población, cualquiera sean los sectores, partidos o instituciones, a que pertenezcan.
Creemos que el tiempo transcurrido ha sido más que suficiente y las actitudes y apreciaciones
de las organizaciones sociales, políticas, religiosas, ha demostrado sin ninguna duda que el
pueblo uruguayo tiene la madurez para abordar toda la verdad, hacer su juicio y preservar la
paz
Ha llegado entonces el momento de ser una vez más, precisos y claros en cuanto a algunos
aspectos que explican los motivos de la práctica de la desaparición forzada, sus consecuencias
y las soluciones necesarias a la sociedad.
Debemos recordar que esta violencia aplicada a la sociedad uruguaya, formaba parte de una
práctica de poder ejercido sobre la inmensa mayoría de la población, tanto en su integridad
física, como psicológica, sometiendo a todos a una política de terror, que afectó las formas de
vida individual, familiar, social, laboral, económica e institucional del país.
Quiere decir entonces que no es posible considerar el tema de los desaparecidos, como un
problema que afecta únicamente a sus familiares, aislados de la práctica general de terrorismo
que se dirigió contra la gran mayoría de la sociedad.
Así como los seres humanos aprendemos de nuestras experiencias en forma individual, de la
misma forma lo hacen las sociedades para no cometer los mismos errores.
El secreto sobre hechos pasados por miedos o por intereses sólo sirve para alentar la
reiteración de los mismos. La Europa que no condenó al nazismo está pagando hoy sus
omisiones.
Pero no tenemos que ir muy lejos para saber los perjuicios que trae echar un manto de olvido.
A este recurso se apeló al finalizar la dictadura de Terra como mecanismo casi mágico para
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alejar la repetición de los males, de manera que terminamos conociendo como dictablanda a
aquél período, haciéndonos olvidar o no conocer, sus prácticas brutales hacia todos los
opositores, políticos, sociales y militares.
Para Uruguay la historia ya volvió a repetirse, cuarenta años después, y la impunidad sigue
alentando expresiones de violencia, delincuencia y corrupción amparadas en las sombras de
los miedos provocados entonces.
En este lento proceso los sucesivos gobiernos se han mostrado en la más equivocada de las
actitudes, poniendo todas las dificultades posibles o esgrimiendo argumentos y haciendo
acciones de encubrimiento que sólo han aportado motivos de vergüenzas para el país.
La lucha sostenida por los familiares durante todos estos años, ha sido un ejemplo de dignidad
y de entereza que ha hablado a la sensibilidad de todos.
Desde una actitud irrenunciable ante las violaciones de los derechos humanos, procuramos
también nosotros, aportar a la búsqueda de soluciones en todo momento.
La solución que se procure para sellar la paz debe también cimentar, es decir, construir fuertes
cimientos que sostengan a las instituciones democráticas.
Sin ello la solución de hoy será sólo un gesto para hoy. ¿Pero qué habrá aportado para
mañana?
Se hace necesario aportar a la discusión general algunos aspectos concretos para que la
solución sea un hecho real y no una ficción, que intente sacar de la conciencia pública un tema
molesto, cuando en realidad de lo que se trata es nada menos que de avanzar firmemente por
el camino del fortalecimiento de las instituciones democráticas.
Es un hecho demostrado en diferentes partes del mundo que lo que se ha llamado memoria
colectiva, es imprescindible para impedir los intentos similares que en algún momento volverán
a presentarse en el país.
El Estado a través del gobierno, tiene que reconocer que lo ocurrido fue una tragedia
provocada y no fruto de algún fatalismo en el que nos vimos envueltos inevitablemente.
El reconocimiento por parte de un gobierno, dará frente a la opinión pública, más veracidad a
las informaciones y procesos educativos que se sigan, con aprendizaje de la experiencia y su
memoria viva, como referencia permanente para las generaciones actuales y futuras.
Solución posible
Por todo lo antedicho, podemos entender que la «solución» al tema de los desaparecidos que
pretenda sellar la paz entre los uruguayos, tiene que ser un acuerdo general en base a la
verdad y el establecimiento de mecanismos que resguarden a nuestra población de intentos
dictatoriales de cualquier tipo. Por el contrario, no puede pretenderse nunca un acuerdo que
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silencie las voces que recuerdan las violaciones de los derechos humanos, las libertades
individuales, así como todas las demás prácticas de la dictadura.
El llamado proceso cívico militar y la coordinación represiva regional que aplicó el Estado
uruguayo en ese período, deben recibir el juicio de la opinión pública, para que el nunca más
se incorpore como expresión fundamentada en todos los sectores. Las instituciones armadas
del Estado, en parte responsables de los hechos, tuvieron en el reciente siglo que finalizó, una
historia destacada por su comportamiento dentro del marco democrático, salvo en la década
del treinta.
Toda propuesta de solución sobre los desaparecidos tiene que contribuir en forma muy clara a
condenar esas prácticas, a su memoria permanente y a no aceptar que las responsabilidades
de unos pocos puedan ser ocultadas tras el erróneo concepto de que asumir estas
responsabilidades y actuar en consecuencia, perjudica a las instituciones
Bases
Desde un espíritu de aportar y a la vez ser flexibles ante todas las propuestas, exponemos para
la reflexión pública, algunas bases que a nuestro juicio y luego de recoger muchas opiniones
en nuestro país y en el exterior, a lo largo de estos años, constituyen aspectos esenciales para
llegar a soluciones de fondo. Esta enumeración es seguramente incompleta, abierta y sujeta
todas las variantes necesarias:
– Investigación sobre todas las desapariciones con datos concretos y amplios, llevada
adelante por personas que ofrezcan garantías de objetividad.
– Publicación oficial del informe sobre la investigación.
– Manifestación pública del Gobierno de condena a la dictadura, la Doctrina de Seguridad
Nacional y al terrorismo de Estado.
– Recordatorio en lugar público y visible.
– Revisión e información pública de los programas de formación en los institutos en que se
prepara a militares y policías, realizada en coordinación con los organismos especializados
del Parlamento.
– Incorporación de una historia oficial veraz a los programas de educación pública.
– Reconocimiento de la coordinación represiva o Plan Cóndor; por lo tanto la investigación
debe hacerse o facilitarse sobre todos los casos de uruguayos detenidos desaparecidos,
independientemente del país donde ocurrió.
– Ratificación del tratado de creación de la Corte Penal Internacional que entiende sobre
delitos de lesa humanidad, por considerar necesario fortalecer los intrumentos de defensa
de los derechos humanos y que ya fueron ratificados por el Estado uruguayo: como lo son la
Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas (11/95) y la
Convención sobre la Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos y Degradantes (12/85).
- Responsabilidad penal de gobernantes y civiles en general, y en particular con cargos
públicos, ante actos concretados o intentados de golpes de Estado u otras formas de
violación del sistema democrático.
Compartimos este criterio, por cuanto además de evitar desviaciones negativas, la larga
trayectoria de Familiares es una garantía de que los acuerdos que puedan alcanzarse, serán
sobre bases tanto humanitarias como sociales e históricas, que atiendan no sólo a la
interminable angustia que como familiares han debido sufrir, sino que también contribuyan
seriamente a las soluciones sociales y al futuro de convivencia en paz del país.
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Por otra parte, y como ellos lo han expresado en numerosas oportunidades, pensamos que
este proceso debe ser llevado adelante también con otros interlocutores, evitando de esta
forma sumar más peso sobre los hombros de los familiares y habilitando a otros actores
dispuestos a encontrar soluciones.
Hay mucho por hacer sin duda, y en esto es cierto también que cuenta el espíritu con que
estemos dispuestos a asumir las tareas.
Desearíamos que lo dicho hasta aquí, refleje la apertura y flexibilidad que el momento exige
para encontrar caminos para el bien de todos los uruguayos.
Debate Taller:
El programa de educación tiene como objetivo central hacer aportes en «educación y derechos
humanos» y en «valores para la formación del ser integral» a través de sus talleres
permanentes.
Con una asistencia de veinticinco docentes se trabajó en tres jornadas sucesivas: martes 16,
miércoles 17 y jueves 18 de mayo para reflexionar sobre el tema, conocer experiencias de aula
y discutir acerca de los recursos didácticos y metodologías de trabajo.
Una de las cosas más positivas que se apreció fue la realización en sí misma de este
encuentro docente por la conflictividad que supuso y supone la enseñanza de estos temas. En
un clima de expresión democrática se vivió un proceso colectivo hacia el conocimiento y
reconocimiento propio como personas y como docentes frente a una problemática que nos
involucra porque la vivimos o porque muchas cosas están todavía indirectamente presentes de
alguna forma en los propios docentes.
Es por eso que este pequeño grupo valora la importancia que tiene esta dinámica de trabajo y
su multiplicación en todos los ámbitos posibles para superar dificultades y mejorar la práctica
docente.
Este documento es un aporte no sólo a docentes, sino a la sociedad toda como forma de
contribuir con las actuales generaciones a la aproximación al tema y también con aquellos que
necesitan explicar o explicarse el pasado reciente.
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Una de las razones fundamentales que tiene la sociedad humana para conocer su propia
historia, radica en la necesidad de conocer el pasado para comprender el presente y
anticiparse al futuro.
De esta forma, el conocimiento de los hechos que nos han conducido a este presente, es un
problema esencial de identidad como nación.
Cumplen esta función de manera especializada, los centros públicos y privados de educación
que disponen de conocimientos producto de la investigación científica, de metodologías
adecuadas, de educadores profesionales y de medios materiales.
Esto nos lleva directamente a señalar la posibilidad y también la responsabilidad de todas sus
partes y en particular de los docentes, en la formación de generaciones de niños y jóvenes a
quienes se les presenten los hechos tal cual sucedieron para que no sean deformados, se
proporcionen como informaciones a medias o se pretenda el olvido como objetivo.
Por el contrario el olvido sólo conduce a la reiteración de los modelos autoritarios pues no
encontrarán oposición allí donde no se recuerda lo que significó ese pasado.
Ignorar los hechos que han marcado trágicamente a una sociedad, procurar su olvido o
tocarlos apenas superficialmente, conduce a la deformación de la realidad, a quitarle
trascendencia, dando de esta manera, una visión errónea de lo sucedido. Aunque ese no sea
el objetivo, son sus consecuencias.
De ahí que una historia que aborde los hechos con profundidad, con veracidad, está educando
en valores necesarios a la convivencia en paz, al respeto de los seres humanos, a la
diversidad, al pluralismo, porque ella expondrá sobre cuáles son las cosas a desarrollar y
cuáles a evitar.
La historia reciente de nuestro país nos muestra que en el período a que hacemos referencia,
se violaron los más elementales derechos humanos, produciéndose numerosos hechos
fehacientemente probados sobre detenciones y desapariciones de personas, torturas, y otras
formas de destrucción de la vida . Con esto se procuraba producir el terror en toda la sociedad,
cuando se oponía o por si se oponía, al poder establecido por la fuerza.
Tratar estas violaciones no es un tema como cualquier otro porque es abordar hechos referidos
al más preciado de los derechos: la vida humana.
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El trabajo colectivo de investigación contribuye a esa elaboración más objetiva.
Planteado esto, el educador está ante un derecho fundamental de las generaciones jóvenes: el
derecho a saber.
Los derechos humanos no son de ningún signo político. De lo que se trata cuando hablamos de
derechos humanos, es de reconocer al otro como un ser humano, su dignidad de persona
humana. Cuando se pierde esta cuestión esencial, es que se ha dejado de ver en el otro a un
ser humano, y entonces cualquier cosa vale contra un semejante que ya no lo es. El respeto de
la vida humana es una cuestión de reconocimiento del otro como ser humano
independientemente de las ideas que este defienda.
Acerca del rol docente surgió en el trabajo de taller que el conocimiento y la investigación nos
da seguridad, también contribuiría que hubiera un debate académico más explícito.
Coincidimos en que existen implicancias, que no hay neutralidad frente a este tema.
Asimismo aparecieron dificultades y desafíos para enseñar el tema, aunque nada de este
diagnóstico es estable. En primer lugar, la autocensura, depositar el problema en otro lado
como forma de no asumir la enseñanza del tema aduciendo el supuesto desinterés de los
jóvenes, el lugar del tema en el programa o la incertidumbre ante la objetividad.
En segundo lugar que la libertad de cátedra está limitada por el temor, el miedo aunque el
sistema no esté ejerciendo amenazas expresas y por último poder contar con nuevas
investigaciones aunque se reconoce que con la información ya existente es posible su
enseñanza.
– que la instalación de dictaduras de cualquier tipo sólo es posible si tienen algún respaldo
social y político. Ningún golpe de estado prospera y se mantiene si no cuenta con estos
respaldos y la indiferencia de otros sectores.
– que ninguna doctrina, ni en nombre del estado ni en nombre de la sociedad puede justificar
la violación de los más elementales derechos humanos y especialmente el derecho a la vida
como valor fundamental.
– que la dictadura es por esencia la práctica de violación de derechos fundamentales y no
sólo un régimen que limita ciertas libertades.
– el protagonismo de la sociedad civil en la defensa, resistencia y recuperación de las
libertades democráticas.
– la posibilidad de comparar lo que es vivir en un régimen de terror con las formas de vida en
un sistema de libertades democráticas.
– que el fortalecimiento de la democracia actual se logra con la realización de todos los
derechos humanos, tanto en lo que tiene que ver con las libertades así como en sus
dimensiones económica, social y cultural.
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La metodología y los recursos didácticos.
Para el tratamiento de estos contenidos es necesario una metodología adecuada que permita
el conocimiento de los hechos y la reflexión sobre los mismos, de acuerdo a los fines que se
han fundamentado.
– Documentos
– Entrevistas
– Prensa
– Testimonios
– Poemas y música
En primer lugar, celebramos que los actuales programas de la Enseñanza Media indiquen el
abordaje de estas temáticas. Pensamos que las aulas constituyen un lugar privilegiado para
aproximarnos a este pasaje reciente y doloroso de nuestra historia, abrir el diálogo acerca del
mismo, anticiparnos a las versiones a medias y/o severamente deformadas y eludir el olvido
como proyecto. No creemos en un futuro democrático erigido sobre la ignorancia del período
autoritario de nuestra historia, la profunda crisis que a él condujo y las severas violaciones a los
derechos humanos que durante su transcurso se llevaron a cabo.
No ignoramos los hechos de todo orden que nos vuelven difícil el abordaje del período
autoritario. Muchos de orden emocional, porque se trata de un capítulo de nuestra historia que
nos afectó a veces con mucha fuerza, en nuestras personas y en las de nuestros familiares y
amigos, en nuestra actividad laboral, etc. Otros responden a causas bien conocidas por
nosotros en nuestra labor docente: las dificultades intelectuales para abordar procesos
demasiado recientes y por tanto poco elaborados por la producción científica, el cúmulo de
informaciones aún no suficientemente jerarquizadas y la necesidad –por lo mismo– de una
dedicación mayor para realizar una transposición didáctica aceptable. No obstante, pensamos
que la decisión de no pasar por alto en las aulas estos temas en bien de la formación de las
generaciones que vienen bien vale el esfuerzo a realizar.
Las horas de diálogo en nuestros talleres nos mostraron no sólo las dificultades que
enfrentamos como docentes que han hecho la experiencia de abordar estos temas, sino
también los caminos para superarlas: el apoyo en los compañeros a través del diálogo y tal
vez la multiplicación de estos talleres en los locales de trabajo, así como el abordaje decidido
de los materiales ya existentes. Ambas estrategias sin duda se apoyarán mutuamente,
haciendo retroceder nuestras propias resistencias y bloqueos para cumplir a cabalidad con
nuestras responsabilidades docentes.
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Quedamos a vuestras enteras órdenes para explicitar el significado de la rica experiencia que
hemos vivido.
SERPAJ ofrece apoyo para la selección de materiales sobre el período autoritario (bibliografía,
documentales, etc.)
Volver al índice
Ante la pregunta de por qué acudieron a la convocatoria por parte de nuestra Institución, las
respuestas de los padres nucleados en el encuentro fueron variadas pero engloban una
preocupación general acerca de la necesidad de transmitir este tema a nuestros hijos, a las
generaciones jóvenes, a quienes no fueron partícipes de esta etapa histórica.
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maestros y profesores: «la mayoría tiene dificultades para aprender Historia; es algo como que
no quieren aprenderla»; que nuestros hijos adolescentes han crecido en una coyuntura de
silencio donde de este tema no se ha hablado y cuando desde los hogares lo mencionamos,
prefieren no escuchar o directamente no hablar de cosas que manifiestan les causan dolor.
Sin embargo, pese a todos estos escollos sentimos que es necesario que abordemos el tema;
debemos abordar el tema, tenemos que animarnos a hablar echando mano a las herramientas
que disponemos, que son el protagonismo, el compromiso afectivo, el fuerte componente
emocional y los vastos testimonios de personas involucradas. «¿Quién no ha tenido un familiar
o un amigo preso, desaparecido o torturado?», o aún no habiendo estado tan directamente
afectado, nos sometemos a la autocrítica y aparecen expresiones como «cada uno está dentro
de su propia cárcel», lo cual indica que hay implicancias de orden psicológico, secuelas que
aún no hemos podido superar.
Si reconocemos que hay una falta de elaboración social y colectiva sobre este período histórico
al que en ocasiones ni siquiera nos atrevemos a llamar por su nombre y aludimos como «el
proceso», si identificamos las dificultades para hacerlo porque en tanto actores nos resulta muy
próximo y nos encontramos emocionalmente muy involucrados, pero como contrapartida
valoramos y reivindicamos el derecho de las generaciones jóvenes a conocer cabalmente los
hechos pasados, también es necesario que nos comprometamos a dar a conocer lo que
realmente pasó, asumiendo una postura crítica.
Se trata de la formación de nuestros hijos como seres contextuados, se trata de legarles sus
raíces. Para ello debemos tener claro que un pueblo que no sana sus heridas no puede
construir su identidad.
Frente a la demanda del joven de saber, los adultos nos encontramos poco asistidos en cuanto
a cómo, cuándo y qué información suministrar. Queda claro que delegamos al ámbito de la
educación formal todo aquello que compete a lo disciplinar: causas, contexto, cronologías, etc.
«No saber nombrar los militares golpistas no es grave, habría que hablar de algo más grande;
no pasa por los nombres, eso que lo aprendan en Historia». Es sí nuestro, el rol de
personalizar la memoria y la transmisión de la misma en forma no simplificadora, es decir
crítica y autocríticamente y para ello es fundamental la coherencia entre nuestra actitud y
nuestro discurso así como el dejar aflorar nuestra subjetividad.
«En todo hay que marcar una actitud, mostrar que tengo principios, valores; hablar, mostrar
qué elecciones uno hace. Esto es lo que como padre debo enseñarle a mi hijo y qué cambios
tengo que plantear para la sociedad; es importante la autenticidad, la integridad, el proyecto de
persona como modelo para mi hijo».
Podemos asistirnos en los recursos que nos brindan la literatura, la música, el teatro, los
artículos periodísticos, etc.
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Debate Taller:
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Las secuelas en la salud mental de la población
provocadas por las violaciones de los derechos
humanos durante la última dictadura cívico
militar
Agosto de 2000
Los objetivos que se propuso este debate fueron identificar, analizar y comprender las secuelas
de la última dictadura uruguaya y sus consecuencias en la salud mental de la población.
Lejos está de ser un documento acabado, apenas es un primer paso que entendemos no debe
quedarse en este ámbito y por lo tanto deseamos hacerlo llegar a todos aquellos interesados
en desarrollarlo, pulirlo, profundizarlo y darle vida.
Prevenir significa conocer y comprender lo que sucedió para que no vuelva a repetirse.
Prevenir los males, los dolores, las secuelas, las violaciones a los derechos humanos, las
marcas individuales y colectivas supone la existencia de una vida sana.
Estamos reflexionando sobre la salud mental, porque tenemos síntomas de que esta salud ha
sido afectada por diferentes factores y sólo es posible superar este estado si trabajamos lo que
nos duele, si no omitimos que algo nos duele, si no somos indiferentes, si recordamos y
socializamos nuestra memoria.
Cuanto mayor es el paso del tiempo, más complicado resulta recuperar el origen del dolor,
recordar, comentar y analizar lo que registra nuestra memoria.
Hoy somos una sociedad insegura, con un alto número de problemas económicos. Nuestra
democracia no ha podido dar soluciones a muchos problemas de la sociedad: al desempleo, a
la corrupción, a la depresión, el suicidio, al sueño químico que representa la droga, al miedo, a
la falta de libertad, a la transformación de la familia etc. Hoy los Hechos tienen más fuerza que
los Derechos, integramos el silencio, la complicidad y la impunidad como algo natural, parece
que no se pretendiera reivindicar la vigencia de seres humanos dignos.
Sin embargo sabemos que existen actitudes resistenciales en muchos ámbitos laborales y esto
se confirma cuando nos encontramos por ejemplo, en estos talleres en los que compartimos,
debatimos y reafirmamos la necesaria defensa de todos los derechos humanos sin controles,
sin censuras, sin autocensuras porque entendemos que sólo así es posible vivir en salud.
Es necesario hablar de las cosas que ocurrieron, conocer y reconocer lo que pasó, aceptar el
daño, indignarnos ante las violaciones sistemáticas y crueles a los derechos humanos en la
última dictadura uruguaya.
Varios términos reflejan aspectos parciales de una realidad que es muy compleja: secuela,
marca, inscripción, con referencia a los efectos del terrorismo aplicado por la dictadura.
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La marca o la inscripción permite recordar y reelaborar a partir del saber o del conocimiento,
reconocer desde dónde o desde qué lugar fuimos afectados y en qué momento.
Con titulares no reconstruimos memoria. Debemos hacer hincapié en los nexos con lo cotidiano
porque lo que queda enquistado tiene efectos patógenos. Los efectos no se dan
inmediatamente, van apareciendo. Pueden suceder varias cosas: esta conexión no se ve o no
se la quiere ver, o no se sabe y por eso no se ve. Esto es lo que llamamos el desconocimiento
en las generaciones jóvenes.
Algunas secuelas son generales y tienen consecuencias en la sociedad global, pero aparecen
diferentes efectos en grupos y actores sociales.
Victor Giorgi en la mesa redonda nos decía : «desaparece la utopía, hay un realismo
adaptativo, esto impide ambicionar los cambios. Esto tiene costos de afectación global, se
castiga a todo aquel que busque un cambio social». Hemos perdido, nos han quitado la
proyección a largo plazo de lo colectivo. Hoy se busca la inmediatez, lo rápido. Esto también
ocurre en el interior de la familia donde es difícil conciliar las visiones de las diferentes
generaciones. Esto tiene efectos desde el punto de vista de la salud.
5) La pérdida de referencias.
Hoy nos encontramos en la construcción de normas, de límites que no nos haga caer en el
autoritarismo. Tenemos que crear referencias, pautas, normas que apunten a la autonomía.
Aquí también juega la autocensura, la autolimitación. Eso hace que seamos por ejemplo padres
o docentes sin autonomía, sin libertad. La violencia que hoy percibimos en la sociedad está
vinculada con lo que en este punto se señala.
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Esto está relacionado con el deseo de no ser identificados con una ideología o una práctica
que cuestione lo establecido lo cual significa no comprometerse, no exponerse socialmente. No
nos asumimos como seres responsables, no participamos, no tomamos decisiones.
La no credibilidad del prójimo. La sensación de estar siempre perseguido por un persecutor que
no tiene forma ni rostro definido.
Para construir la memoria colectiva es necesaria entre otras formas, la continuidad del
intercambio, la divulgación de los avances y reflexiones en diversos ámbitos como lo ha sido en
estos talleres.
Como es preciso tener presente, todas las dictaduras necesitan respaldo social, político y
técnico para poder mantenerse.
Cabe entonces esta pregunta y esperar respuestas claras: ¿ qué aspectos formativos debería
encarar la Facultad de Psicología, tanto estatal como privada, para que nunca ningún
egresado de sus aulas contribuya en la violación de los derechos humanos que caracteriza a
los regímenes dictatoriales?
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