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El ratón campesino y el cortesano

Un ratón campesino tenía por amigo a otro de la corte, y lo invitó a que fuese a comer al
campo.

Pero como sólo podía ofrecerle trigo y hierbas, el ratón cortesano le dijo:

- ¿Sabes amigo que llevas una vida de hormiga? En cambio yo poseo bienes en abundancia.
Ven conmigo y a tu disposición los tendrás.

Partieron ambos para la corte. Mostró el ratón ciudadano a su amigo trigo y legumbres, higos
y queso, frutas y miel.

Maravillado el ratón campesino, bendecía a su amigo de todo corazón y renegaba de su mala


suerte.

Dispuestos ya a darse un festín, un hombre abrió de pronto la puerta. Espantados por el ruido
los dos ratones se lanzaron temerosos a los agujeros.

Volvieron luego a buscar higos secos, pero otra persona incursionó en el lugar, y al verla, los
dos amigos se precipitaron nuevamente en una rendija para esconderse.

Entonces el ratón de los campos, olvidándose de su hambre, suspiró y dijo al ratón cortesano:

- Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho; pero es al precio de
mil peligros y constantes temores. Yo, en cambio, soy un pobre ratón y vivo mordisqueando
la cebada y el trigo, pero sin temores hacia nadie.
Las ranitas y el tronco tallado

Una familia de ranitas que vivía en un lago, sentía mucho temor por un tronco tallado que se
veía desde la orilla. Estas ranitas amaban las fiestas y la diversión, pero sentían gran respeto
por el tronco, así que en muchas oportunidades trataban de no hacer tanto ruido para no
molestar al tronco.

Seguramente este personaje al que tanto le temían, era un monumento de alguna tribu que ya
no habitaba en el lugar, pero como no se animaban a acercarse para ver bien de que se trataba,
solo podían divisar un rostro serio y que inspiraba mucha autoridad.

Un cierto día, en que se desató una terrible tormenta, el tronco cayó al lago y en ese momento
las ranitas pudieron ver con claridad, que era solo un tronco tallado que ningún daño podía
hacerles. Se rieron mucho de los temores por los que habían pasado y comenzaron a jugar
con él y usarlo de trampolín para sus zambullidas en el lago.

Moraleja: Lo que por ignorancia atemoriza, a veces es sólo digno de risa.


Las patas del elefante

Va a comenzar la primera clase de la tarde. Un gorila, sentado en su asiento, se entretiene


mirando a su alrededor. Está aburrido y, además, se le conoce por su insaciable curiosidad.
Tras pasear sus ojos por los demás puestos, hay en un nuevo alumno. Es el elefante, y la
verdad es que le cuesta un poco sentarse como los demás alumnos. ¡Tiene un cuerpo tan
grande!

El gorila se fija en sus propias patas; después las compara con las del elefante, y sonríe muy
divertido. « ¿Cómo se las vas a arreglar para escribir con esas patas tan enormes? Seguro
que no sabe ni poner la jota», piensa para sus adentros el gorila.

Tras esto, llega el profesor y lo primero que les ordena es que escriban sus propios
nombres. El gorila no quita ojo al elefante; este, sin inquietarse, toma el lápiz con su
trompa, y se pone a escribir tranquilamente. El gorila está asombrado. ¡Con qué destreza
maneja el elefante lápiz y papel!, mientras el, por el contrario, tarda de lo lindo en
comenzar a escribir su nombre.

Una vez corregidos los ejercicios, el profesor se apresura a felicitar al elefante, pues ha sido
él quien ha conseguido la nota más alta. El gorila, en cambio, no ha pasado del aprobado.
Verde de envidia, observa de reojo al elefante, mientras da vueltas y más vueltas a su lápiz.
«No volveré a reírme nunca más de las patas de un elefante», pensó el gorila.

Y es que en la vida es importante el siguiente dicho: «Dime de lo que presumes y te diré de


lo que careces…».
El gato, el gallo y el zorro

La historia nos dice que el zorro es un animal muy astuto. Pero lo cierto es que la vanidad
puede convertir incluso al mismísimo zorro, en un animal necio y estúpido. ¿Qué no os lo
creéis? Pues estad atentos a la siguiente historia…

Érase una vez un zorro al que le encantaba pasar el tiempo tocando la guitarra; tocando la
guitarra y persiguiendo y cazando gallinas. Procuraba unir sus dos pasiones tocando
hermosas canciones con su guitarra en la mismísima puerta del gallinero. Esta acción del
zorro era sumamente cruel, ya que la primera gallina que se asomaba a la puerta del
gallinero movida por los dulces acordes de la guitarra, era cazada por las garras del astuto
zorro.

De esta forma iba transcurriendo un día tras otro hasta que, en cierta ocasión, el gallo del
gallinero decidió poner fin a aquel ultraje. Dicho gallo decidió manifestarle su queja a un
gato muy bondadoso que vivía cerca del gallinero, y este decidió darle una lección al zorro
para ayudar con ello al gallo y a las gallinas.

El gato decidió acudir a la casa del zorro, y acompañado de un palo grueso y una guitarra,
se sentó junto a su ventana tocando dulces canciones con la guitarra.

 ¿Quién puede tocar algo tan bonito?- Se preguntó el zorro asomando la cabeza por
la ventana.

En aquel justo instante el gato golpeó al zorro curioso:

 ¡Para que aprendas!- Dijo el gato, mientras le golpeaba.

Y el, hasta entonces astuto zorro, se dio cuenta de cuan necio había sido por culpa de su
glotonería y su curiosidad.
El león y el mosquito

Estaba un día un león, reposando tranquilamente en la selva, cuando un mosquito


trompetero decidió declararle la guerra.

– ¡No creas que tu título de rey me inquieta!- Exclamaba el insecto volador desafiante al
león, conocido como el rey de la selva.

Tras aquellas palabras, el mosquito, ni corto ni perezoso, empezó a rodear al león volando
de un lado a otro, subiendo y bajando, mientras hacía sonar su larga trompeta.

¡El león rugía enfurecido ante el atrevimiento del mosquito! Y a pesar de sus intentos por
zafarse, el mosquito le picaba en el lomo, en el hocico y hasta en la nariz, hasta que el león
se derrumbó en el suelo por el cansancio.

Sentíase victorioso el mosquito, y alzando de nuevo su trompeta, retomó el camino por el


que había venido. Pero tropezó en su marcha el mosquito con una tela de araña, y vencido
se vio también.

Y es que no existen nunca peligros pequeños, ni tropiezos insignificantes.

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