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1. INTRODUCCIÓN
En los capítulos anteriores hemos visto distintas problemáticas clínicas que surgen a lo
largo de la vida de los jóvenes y que suponen en muchos casos un problema que requiere
diversas actuaciones por parte de la familia, profesores, amigos y profesionales de la salud.
Algunos de ellos tendrán cursos crónicos, otros serán en respuesta a ciertas situacio nes
estresantes y/o dificultades de afrontamiento para dar respuesta a los múltiples y diversos
dilemas que plantea la vida a lo largo de nuestro desarrollo vital.
En este capítulo nos vamos a detener en un aspecto muy concreto. Si ya hemos visto en
capítulos anteriores algunos de los trastornos más importantes con los que nos podemos
encontrar, hemos visto qué detectar, qué podemos hacer en situaciones difíciles, aquí nos
centraremos en ofrecer al profesor unas pautas sobre cómo manejar las dificultades y
problemas del alumno cuando ello repercute en el medio escolar.
Los alumnos pasan una importante parte de sus vidas en colegios, institutos,
universidades; instituciones preparadas para impartir conocimientos, procedimientos y
fomentar actitudes de cara a cubrir los objetivos fijados en los planes de formación. Pero
también existe el aspecto humano; el alumno cuando acude al centro de enseñanza no puede
separarse de sus problemas, preocupaciones o trastornos mentales que pueda padecer Y
todo ello va a suponer frecuentemente un obstáculo para su formación y el logro de las metas
educativas. Por tanto, los profesionales que se encargan de la formación de los jóvenes han
de estar preparados para saber afrontar y manejar adecuadamente estas contingencias que
suponen una barrera en el proceso de aprendizaje.
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algunos individuos sucumban, mientras otros escapan de los efectos perjudiciales del mismo.
En este sentido, Costa y López (1996) formulan el modelo de competencia o potenciación
adaptado a la educación para la salud, que tiene su origen en el modelo de prevención
primaria de Albee (1980). Este modelo parte de la base de considerar que los niños y
adolescentes están capacitados y son competentes para crecer, desarrollarse e influir en su
entorno para vivir de forma saludable. Las investigaciones longitudinales, como la de Rutter
(1979), indican que hay muchos niños que viven en condiciones de alto riesgo y no por ello
sucumben, sino que resisten y presentan un desarrollo evolutivo adecuado. Este fenómeno
consiste en mantener un funcionamiento adaptativo, exento de psicopatología, a pesar de
graves dificultades y peligros en el ambiente inmediato. A ello se le llama resistencia o
inmunización. Rutter (1990) define la resistencia en términos interactivos, al indicar que los
factores de protección están presentes en el niño y en el contexto ambiental, debiendo
mostrar su eficacia bajo condiciones de estrés elevado y no significando ventaja alguna en
condiciones de bajo estrés. Por tanto, la fuente de resistencia está en los propios niños y
adolescentes, así como en su ambiente familiar, social y ambiental inmediato.
Los factores de protección incluyen factores personales, familiares y del entorno. Así pues,
la potenciación de los mismos va a ser una de las garantías de que la salud mental de los
adolescentes quede fortalecida y de que el impacto de los trastornos psicológicos sea menor.
Los factores personales a potenciar serían: promoción de la autoestima y la autoeficacia, afán
de logro, valoración de la salud, participación en actividades voluntarias, potenciación de la
autonomía y responsabilidad, habilidades sociales y de resolución de problemas y
pensamiento prosocial, es decir, dirigido a la relación con los demás.
Entre los factores familiares incluiríamos: cohesión familiar, controles contraía conducta
desviada, fomento de la conducta adaptada, comunicación y afectividad familiar, potenciación
de la autonomía, reconocimiento, educación en valores y hábitos saludables.
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Con mucha frecuencia oímos explicaciones, afirmaciones y descripciones de las personas
que nos rodean. Todo ello en un intento de clasificar, explicar y transmitir características y
atributos de las personas de nuestro entorno-dentro de necesarios procesos de comunicación.
En el medio escolar, al igual que en otros, también hacemos intentos por clasificar las
conductas, actitudes y la personalidad de los alumnos, de los docentes, etc. Elaboramos
explicaciones sobre la problemática que nos rodea en un claro intento de encontrar soluciones
a los problemas que la docencia plantea. Con cierta frecuencia oímos que determinado
alumno es un mal estudiante, que no tiene hábitos de estudio, que su comportamiento es muy
agresivo, que se aísla o que está desmotivado. No queremos indicar que todas estas
observaciones sean inciertas. No obstante quedan como explicaciones del fracaso, abandono
o inadaptación escolar. Y quizá aquí nos encontramos con la principal dificultad para
solucionar los problemas de los alumnos de nuestras aulas, dado que estas explicaciones
sobre su comportamiento son, en general, descripciones demasiado generales, vagas y poco
operativas. No nos proporcionan realmente el porqué de un comportamiento, sino que nos
describen un comportamiento, y si nos quedamos a este nivel, no seremos capaces de
detectar los detonantes del mismo sobre los que habría que actuar en consecuencia.
Resulta ciertamente útil hacerse reiteradas preguntas acerca de los hechos que
observamos como camino para llegar a entender el origen de esos comportamientos. Esto
requiere una actitud y labor de investigación donde constantemente nos preguntamos el
porqué de los fenómenos que observamos hasta llegar a entender el origen de ese fenómeno.
¿Por qué este alumno está desmotivado o es agresivo? ¿Qué es lo que hace que su
comportamiento sea ése? ¿Siempre lo ha sido? ¿Qué circunstancias rodearon la aparición de
su comportamiento? ¿Qué factores intervinieron? ¿Qué hace que esta persona reaccione con
esta conducta ante tales circunstancias y no ante otras? ¿Cómo era su entorno próximo?
¿Qué le motiva a reaccionar así o mantener este comportamiento? Aquí tenemos un abanico
de preguntas que nos permitirán profundizar en el origen y causa de estos comportamientos.
Con ellas descubriremos que el comportamiento del alumno no se debe a simples razones,
sino que hay hechos, circunstancias, características de la persona, ambiente social, familiar,
etc., que influyen y determinan los comportamientos de las personas. En ellos
encontraremos explicaciones, respuestas a nuestras preguntas y podremos estar en
disposición de diseñar procedimientos de ayuda para solucionar los problemas
planteados.
Con esto queremos enfatizar que el profesor se encuentra indefenso ante ciertos
retos o problemas porque generalmente tiende a asumir como explicaciones de hechos
unas simples afirmaciones, que sólo son parámetros descriptivos de ciertos
comportamientos, no permitiéndole esto profundizar en peculiaridades ni causas
concretas del mismo, con lo cual le limita a la hora de poder diseñar y planificar
estrategias de resolución de conflictos eficaces ante los problemas del adolescente o el
niño en el aula.
Por tanto vamos a tomar ciertos comportamientos y actitudes como punto de partida
para preguntarnos por qué, cómo, cuándo, con quién y cuánto tiempo ocurren estos
problemas. La desmotivación es la reacción de la persona que presenta diversas
dificultades subyacentes que son las que realmente hay que solucionar. Solucionadas
éstas, la motivación volverá a aparecer en el alumno y, consecuentemente, el interés y
el adecuado funcionamiento personal y social.
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Presentamos a continuación un listado de conductas y acontecimientos (véase tabla
11.1) que el alumno puede presentar o estar envueltos en ellos y ante los cuales
hemos de detenernos, analizar su origen, el motivo del mismo, como paso previo a
poder dar vías de solución a los mismos (Slaikeu, 1988; Casullo, 1998).
TABLA 11.1 Listado de problemas y acontecimientos que afectan más frecuentemente a los
adolescentes
— Absentismo escolar.
— Conductas violentas.
— Aislamiento social.
— Baja participación en, actividades extraescolares.
— Baja participación en el aula.
— Bajo rendimiento escolar.
— Cambios bruscos en el rendimiento escolar.
— Interrupciones del curso de la clase.
— Problemas familiares.
— Acontecimientos vitales.
— Cambio de centro.
— Cambio de ciudad.
— Repetición de curso.
— Enfermedades médicas.
— Trastornos mentales.
que el alumno tiene depresión, con lo cual estará, triste, aislado, llegará tarde a clase, no hará
las tareas, rechazará ir al colegio, etc. O bien puede tener alguno de los trastornos de
ansiedad, personalidad o incluso de alimentación como los ya analizados en los distintos
capítulos de este libro, y su comportamiento tendrá explicación dentro de este tipo de
problemas.
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4. LA RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
La resolución de problemas es una técnica de afrontamiento que nos permite abordar los
problemas sociales a través de una secuencia de pasos al término de los cuales podremos
tomar las decisiones más adecuadas para cada situación particular, ponerla en práctica y
evaluar la utilidad de la misma.
En este contexto de la problemática del adolescente en el medio escolar vamos a ver una
aplicación concreta, que puede ser tomada como una herramienta y guía de las actitudes y
comportamientos que el profesor puede tomar de cara al afrontamiento más eficaz posible de
los problemas que se le plantean en relación con los alumnos. No pretendemos describir con
detalle la técnica, sino elaborar una guía de actitudes y estrategias que nos permitan abordar
estos cinco pasos en tres ámbitos muy concretos qué actitud puede tomar el profesor y qué
puede hacer él mismo aplicando este procedimiento qué puede hacer ante el alumno y puede
hacer ante los padres. Ante el alumno y los padres, siguiendo este proceso, podrá ayudarles a
encontrar soluciones efectivas a los problemas planteados a través de un proceso de
comunicación eficaz, constructivo y resolutivo.
1. Orientación del problema. Este primer paso es esencial. Un problema bien identificado y
definido, en sus causas y consecuencias, es un problema al cincuenta por ciento resuel to.
Como hemos comentado más arriba, en ocasiones elaboramos explicaciones de las causas
de unas conductas o situaciones problemáticas de forma meramente descriptiva, vaga y
general. Nos quedamos, por consiguiente, sin la posibilidad de descubrir las verdaderas
causas de los mismos y, por tanto, muy limitados en nuestra actuación y con la sensación de
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que se nos escapa de las manos. En esta fase es importante reconocer que tenemos un
problema, que podremos resolverlo siempre que seamos capaces de hacerle frente y no tratar
de evitarlo. Es necesario desarrollar una percepción adecuada del problema, ver quién o qué
está implicado, valorarlo y sopesar el tiempo y esfuerzo que requiere la solución del mismo.
2. Formulación y definición del problema. En esta fase hemos de lograr una definición
adecuada del problema, que no sea vaga, general ni meramente descriptiva. Los objetivos de
esta fase son: reunir tanta información relevante v objetiva como sea posible sobre el
conflicto, y con ella ver y sondear la naturaleza del problema; establecer metas
realistas sobre la resolución del problema y recapacitar sobre el significado del
problema y sus implicaciones para el bienestar social y personal del alumno y en
general. Algunas preguntas que nos pueden ayudar son: ¿Cuál es el problema?
(estableciendo la diferencia entre lo que es y lo que debería ser). ¿Qué quiero lograr?
(definiendo una meta). ¿Por qué quiero obtener esa meta? (la meta no debe
sobrepasar nuestras posibilidades reales o llevarnos a sobreimplicarnos).
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Finalmente y muy importante, valoraremos si el problema se ha solucionado adecuadamente, y si no
ha sido así, en un proceso a la inversa, comenzaremos a analizar si ha habido errores en el proceso de
aplicación o en cualquier otra fase. Si no es así, deberemos volver al punto 4 y escoger otras alter-
nativas y ponerlas en práctica hasta que logremos la solución adecuada.
Como profesores o personas que estamos cerca del alumno podemos plantearnos una serie de
objetivos a conseguir que pueden guiar nuestra actuación y que serán de gran importancia para la
resolución de los problemas del mismo.
e ) Facilitar la asistencia a clase. La depresión es uno de los problemas de salud que más bajas
laborales provoca en nuestro país. Es fácil de entender que el alumno, con éste u otros
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problemas, también quede afectado y se vea incapacitado para la asistencia y seguimiento
de las clases. Lo mismo sucede con los trastornos de ansiedad que tienen una incidencia
muy elevada, con los trastornos del comportamiento alimentario, con los trastornos de la
personalidad o esquizofrenia, etc. Hemos de ser comprensivos con este hecho y facilitar
en lo posible su reincorporación, obtención de apuntes, facilitación de la realización de
exámenes, etc. Se le pueden dar clases de apoyo y ser objeto de adaptación curricular. En
muchas ocasiones malinterpretamos el absentismo, pobre rendimiento o fracaso escolar
atribuyéndolo a la negativa del alumno a continuar con su proceso de aprendizaje, y en la
mayoría de ocasiones alguno de los problemas vistos a lo largo de este libro son los
responsables de tal situación.
g ) Ayudar a desarrollar una red de apoyo social. En algunos problemas, como la marginación
social, conductas violentas, fobia social o depresión, puede ser muy importante ayudar al
alumno a que se integre en actividades extraescolares, en trabajos de grupo, facilitarle
lugares de interés y asociaciones juveniles, donde pueda tener contacto con otros jóvenes
de su edad, con el fin de fomentar la creación de nuevas amistades, y contactos sociales.
En otros, como el consumo de drogas, es importante un cambio global de su estilo de vida,
lo que supone sacarlo del ambiente que propicia su consumo de sustancias; para ello, es
fundamental el cambio de amistades y relaciones sociales. Nuestro esfuerzo irá
encaminado, por una parte, a que el alumno vea estas alternativas como viables, que
tenga curiosidad por probarlas y, por otra parte, para que la familia entienda la utilidad de
estas medidas y que las potencie igualmente.
Hemos de mantener una actitud que nos permita encontrar el origen de los problemas.
Para ello es necesario hacerse preguntas, no conformarnos con describir, siempre hemos de
funcionar preguntándonos el porqué de la conducta o sentimientos que vemos: ¿Por qué el
alumno está desmotivado? ¿Por qué no asiste a clase? ¿Qué pasa por su mente? ¿Qué
sentimientos tiene?... Hemos de buscar información objetiva, preguntar, hablar con él, darle
credibilidad, mostrar empatía, aceptarlo y dar nuestro apoyo. Es fundamental evitar la crítica,
la actitud de sabiduría, advertencia y el dar consejo (Vallejo-Nájera, 1999). Todo esto nos
puede alejar del objetivo que pretendemos, que es convertirnos en interlocutores válidos para
el alumno. Y para ello, lo importante no es lo que decimos, sino «cómo le escuchamos» (McKay
y Fanning, 1991)
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Otro aspecto importante es empatizar con él. Por empatía entendemos que somos capaces
de ponernos en su situación, de entender su problema en el marco de las circunstancias en
que aparece y que nos hacemos cargo del malestar que dicho problema le está ocasionando y
lo entendemos. Una actitud empática nos hará estar cerca emocionalmente del alumno, poder
entenderlo y de esa forma podremos tener su confianza, requisito para que se abra a
hacernos partícipes de sus preocupaciones.
Aunque hemos de saber mantener nuestra autoridad como profesores, ello no ha de ser
impedimento para crear un clima de confianza que facilite el diálogo. El mantener una
autoridad impositiva y distante sólo sirve para crear distanciamiento con el alumno, pérdida de
confianza y en definitiva perder la más mínima probabilidad de influir positivamente sobre su
problema.
Mantener una actitud positiva ante el problema es pues un paso esencial. Ello requiere que
mantengamos una disposición a dialogar, tratando con seriedad, respeto y comprensión su
problema y llegando a poder comentar, con el alumno, todos los aspectos del mismo.
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tienen solución, que nosotros no podemos hacer nada, que no nos incumben, o que son
problemas del alumno y nosotros sólo estamos para enseñar matemáticas o conocimiento
del medio, etc., son actitudes que van a obstaculizar el proceso de resolución y van a
llevar a reducir la eficacia y calidad de la enseñanza y fomentar un deterioro del clima del
aula. Hemos de ser conscientes que los problemas tienen un origen, con causas
concretas, y valorar hasta qué punto nosotros podemos actuar, bien para resolverlo o para
buscar los recursos necesarios, materiales o humanos y el coste/beneficio que la
resolución implicaría de cara a saber si el problema es algo solucionable, o algo que
debemos aceptar como tal. Pero en las dos alternativas será necesaria nuestra
intervención.
Para ello hemos de intentar hablar con el alumno, tratando de entenderlo frente a
criticarlo, actuando con empatía y aceptación incondicional. Esto quiere decir que hemos
de entender al alumno en función de sus circunstancias personales y sociales, tanto pre-
sentes como pasadas. El conocimiento y valoración de sus experiencias de vida nos
arrojará, posiblemente, parte de los elementos que puedan explicar su conducta y, en
función de ello, podremos barajar distintas soluciones. No obstante, la aceptación
incondicional, empatía y comprensión se refieren al alumno, no siempre a su conducta,
que podría ser catalogada como problemática. Y aunque el alumno debe ser aceptado no
ha de serlo su conducta, aspecto que debe plantearse siempre en forma de problema y
analizado en función de coste/beneficio, a medio y largo plazo, para él y su entorno. Es
importante, a su vez, evitar la sobreimplicación del profesor en el problema; ello es más un
obstáculo que una ayuda. Asimismo, hemos de tener en cuenta que las conductas
desadaptadas pueden estar en equilibrio homeostático con el propio sujeto y su entorno, y
una actuación puntual y parcial puede hacer que el problema se precipite y sea mayor por
la ruptura del equilibrio aunque desadaptativo. Por ejemplo, a la hora de abordar una con -
ducta de agresión de un alumno/a hemos de saber cómo éste será recibido en la familia y
asegurarnos que pueden entenderlo y no tomar medidas excesivas, que hagan que el
-alumno se sienta más distante de la unidad familiar, con más resentimiento y, por tanto,
menos control.
Habremos de hacernos preguntas del tipo: ¿Por qué actúa así? ¿Qué cosas influyen
para que presente esta conducta? ¿Cómo puedo ayudarle? Con ellas y otras, fomentamos
una actitud introspectiva y comprensiva ante los problemas del aula, frente a otra distante
y acusadora.
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seguridad de que podemos hacer cosas para ayudarle en las repercusiones que su pro -
blema pueda tener en el centro, para que sean las mínimas posibles.
4. Elección de las alternativas más adecuadas. En este momento hemos de decidir cuáles son
las alternativas de solución más adecuadas, y esto es algo que se ha de hacer en
coordinación con los padres y con los especialistas de la salud mental que vayan a
abordar directamente el problema. También se ha de hacer partícipe, en la medida de lo
posible, al alumno, incluso en el proceso de toma de decisiones. Y, por supuesto, se ha de
dar una explicación razonada y razonable, empleando el tiempo necesario para que el
alumno lo pueda llegar a entender, así como los motivos por los cuales se ha opta do por
ella.
5. Puesta en práctica de las decisiones adoptadas. Este proceso consiste en movilizar los
recursos necesarios para llevar a cabo las alternativas escogidas. También aquí debería-
mos contar con el alumno. Este es un paso esencial, ya que es la culminación de todo el
proceso; pero también debemos estar atentos a observar si se van produciendo los
cambios deseados, teniendo la precaución de dar los márgenes de tiempo necesarios, que
a menudo son a medio y largo plazo. Realizaremos, también, una valoración de la
adecuación de las decisiones adoptadas. A través de este proceso podremos ver la
idoneidad de las alternativas escogidas y, si es necesario, escoger otras o modificarlas en
función del curso de los acontecimientos. Si el problema no se soluciona adecuadamente,
debemos revisar todo el proceso de resolución para ver si ha habido errores en cualquiera
de sus pasos y modificarlo e ir al punto 4.
En relación con el alumno con problemas, podemos aplicar el mismo esquema visto
anteriormente. Nuestra colaboración con él puede guiarle y ayudarle en todo el proceso de
resolución de problemas.
En primer lugar, podemos ayudar al alumno a ver que tiene un problema y orientarle para
que capte la dimensión real, causas y consecuencias del mismo. Para ello será útil seguir
varias estrategias que guíen nuestro proceso de comunicación con él.
Hemos de evitar el abordaje directo del problema. Algunos trastornos generan rechazo y
cuesta bastante que la persona los asimile y entienda. Si a una chica de 13 años le decimos
directamente «tienes anorexia», lo normal es que lo niegue por el estigma de la vergüenza
que el sufrirlo tiene. Hemos de ser cuidadosos e, indirectamente, comenzar con descripciones
operativas, prácticas y funcionales del problema. Y para que todo este proceso de
comunicación pueda llevarse a cabo hemos de utilizar unas estrategias muy concretas:
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problemas habituales, que ocurren y que no deben avergonzarse, que no son bichos raros por
ello: «entiendo que puedas llegar a sentirte así, esto puede ocurrir», «a veces estas cosas
pasan y a más personas de las que imaginamos».
Finalmente, hemos de considerar todo esto como un proceso que puede llevar días o
semanas, en función de la gravedad y urgencia del problema. Hemos, por tanto, de ser
capaces de respetar los deseos del alumno de no hablar del problema, darle a entender que
nos importa y emplazarle para otro momento. Es importante que el alumno sepa que estamos
para lo que necesite. Es un apoyo muy útil que va a encontrar y que es necesario para una
más pronta resolución del problema.
Igualmente podemos ayudarle en todas las demás fases del proceso de resolución de
problemas, que él mismo lo vaya desarrollando y que llegue a completar el proceso. El
profesor le puede enseñar el método, guiarle y ayudarle en la puesta en práctica de las
alternativas de solución escogidas.
Con los padres, el trabajo a desarrollar también es muy importante. En muchas ocasiones
es el profesor quien detecta un problema y ha de transmitirlo a los padres, y dependiendo de
cómo se realice y del tipo de problema a transmitir nos podemos encontrar con una buena o
mala aceptación del mismo.
Un paso fundamental es evitar el rechazo de los padres ante cualquier problema de su hijo.
Para ello se pueden seguir diversas estrategias. La comunicación de problemas del alumno,
sobre todo si son de importancia, no es aconsejable hacerla en una única entrevista. Se
deberían programar varias, en las que se revisará la conducta problemática del alumno, a la
vez que los aspectos destacables del mismo, conforme se van produciendo. Poco a poco
iremos acercándonos a exponer los problemas más graves, al tiempo que mostraremos
sincera preocupación e interés por ello. Las mismas han de darse en un ambiente respetuoso,
cordial, distendido y comprensivo.
Así como con los alumnos, mantener una actitud empática con los padres es muy
importante, manifestando y mostrando un auténtico interés y preocupación por sus hijos.
Asimismo, deberemos cuidar que al plantear estos problemas lo hagamos de forma muy
concreta, específica y operativa, evitando las generalizaciones, etiquetas y adjetivos que
puedan tener connotaciones peyorativas.
No culpabilizar ni a los padres ni al alumno de sus problemas, así como mantener una
actitud positiva y comprensiva ante el problema, va a hacer que los padres no vean con
reticencia al profesor. Con ello podremos evitar la confrontación y el enfriamiento de las
relaciones padres-profesores.
A la hora de abordar la situación problema con los padres, situación que nosotros ya
habremos definido con precisión de acuerdo al proceso de resolución de problemas, debemos
tener en cuenta un cúmulo de consideraciones importantes. Si previamente ya se han ido
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estableciendo una serie de contactos acerca de los primeros indicios de conducta
problemática en el alumno, cuidando también de manifestar sus puntos fuertes (hemos de ser
capaces de encontrar alguno), entonces podremos exponer más claramente el problema que
el alumno está planteando, ayudándoles a que lo enfoquen y lo entiendan adecuadamente e,
incluso, podremos orientarles en el proceso de generación de alternativas y toma de
decisiones.
En este punto se hace necesario evitar un planteamiento directo y crudo del problema. A
unos padres no podemos decirles que su hija tiene anorexia nerviosa, por diversos motivos:
no somos especialistas para realizar ese diagnóstico, es un problema grave que requiere una
correcta asimilación y hemos de evitar la actitud de negación. Por tanto, este tipo de
problemas graves, así como los anteriormente vistos, deben ser descritos en función de los
comportamientos que vemos en clase y de las verbalizaciones realizadas por el alumno. Por
ejemplo: «Hemos notado que su hija ha perdido capacidad de concentración, se relaciona
menos con sus amigas, vemos que el bocadillo no se lo come y a veces lo tira, y alguna vez le
hemos oído decir a sus compañeras que estaba muy gorda, cuando en realidad es una chica
delgada. Esto nos está preocupando. Y además su rendimiento académico está siendo menor
y pensamos que, por algún motivo, no se concentra en clase y está algo desinteresada». De
esta forma no ofrecemos diagnóstico alguno y ofrecemos a los padres un elenco de conductas
observables y actitudes que les pueden hacer pensar a ellos mismos sobre el problema. Después
deberíamos pasar a pedirles opinión a ellos, si han notado algún cambio de comportamiento en casa,
etc. Aquí debemos de tener especial cuidado de no culpabilizar del problema a la dinámica familiar.
Evitaremos las preguntas directas relativas a si hay algún problema en casa; lógicamente nos dirían que
no y se pondrían a la defensiva. Lo cierto es que muchos problemas se ven influidos por la dinámica
familiar, pero raramente son los causantes, ya que las causas suelen ser múltiples y desde diversos
ámbitos. Desde este punto de vista hemos de ver a la familia como nuestros colaboradores para
averiguar qué es lo que está sucediendo y tomar las decisiones adecuadas.
Como ha quedado reflejado más arriba, es importante, cuando se abordan estos problemas, hablar
de los aspectos positivos del alumno. Deberíamos comenzar por un análisis detallado y equilibrado de
aspectos positivos y negativos. Muchos padres, casi todos, rechazan la idea de que sus hijos sólo sean
una carga de problemas y no tengan nada bueno. Además, éste es un saludable ejercicio intelectual,
porque partiendo de estos puntos fuertes del alumno y, por tanto, con su reconocimiento, incluso ante el
alumno, podremos tener una vía de entrada a su mundo interior.
Los aspectos formales de la comunicación positiva (López, 1996) son muy importantes con los
padres al igual que con los alumnos. Es importante utilizar la primera persona al expresar opinión con
frases: «yo pienso...», «he venido observando...», «creo que...». Con ello evitamos expresiones cate-
góricas y damos a entender que es nuestra opinión y, por tanto, no provocará tanto rechazo. Hay que
dar ejemplos concretos de lo que se afirma y hemos de evitar las expresiones: siempre, nunca, todo,
nada. Hemos de quedarnos en el aquí y ahora y no remontarnos a pasados lejanos o interpretaciones
de su pasado. La expresión de nuestra opinión debe hacerse de modo constructivo; es decir, dando
sugerencias de solución y mostrar nuestra disposición para ayudar a conseguirlo. Es importantísimo
evitar el sarcasmo, la ironía o la indiferencia hacia los problemas del alumno o la reacción de los padres.
Manteniendo un tono de voz tranquilo, pausado y relajado en los momentos de tensión, siempre
tendremos dominio de la situación.
A su vez hemos de dar la información sin alarmar innecesariamente. Tenemos que hacer un análisis
objetivo de los comportamientos problemáticos, pero evitando hacer inferencias sobre el futuro del
alumno en sentido muy negativo, ya que ni somos especialistas para hacerlo y, con correctas
intervenciones, muchos problemas son solucionados de raíz. Además de que el alarmismo excesivo,
cuando los padres no saben nada, genera rechazo y negación del problema, ya que la expectativa de
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los padres está muy alejada de la que les tratamos de transmitir. La clave será mostrar moderada
preocupación por las implicaciones del comportamiento del alumno, pero preocupación encaminada
hacia la necesidad de tomar decisiones resolutivas.
No olvidemos que las personas necesitamos un tiempo para asumir ciertas noticias o informaciones,
sobre todo cuando los padres, en este caso, no sospechaban nada o no se habían parado a analizar
con detalle ciertos comportamientos o actitudes de sus hijos. Partiendo de que hemos de ayudarles a
que lo entiendan y asimilen, sería útil concluir la entrevista sugiriendo que haya un período de
observación donde ellos puedan darse cuenta de los aspectos de la conducta de sus hijos que les
hemos planteado y quedar emplazados para unos días o semanas después y, entonces, hablar de
cómo ha evolucionado, qué han observado ellos y si ello es coincidente con las observaciones del
profesor.
Como último punto, se les puede sugerir que consulten a algún especialista, el cual nos podría
aclarar y ayudar a entender lo que ocurre; no obstante, esto debe ser una sugerencia, nunca una
imposición.
En las entrevistas con los padres también podemos ayudar cuidadosamente en el proceso de
búsqueda de alternativas de solución, indicándoles cuáles están al alcance del centro y de nosotros
mismos. En el proceso de valoración y elección de alternativas, igualmente deberemos explicarles las
que el centro y nosotros en el aula vamos a adoptar y los criterios de valoración que hemos seguido.
Posteriormente, se indicará paso a paso la forma en que van a llevarse a la práctica. En este proceso es
conveniente hacer partícipes en la medida de lo posible a los padres, o tener en cuenta su
opinión, así como, en su momento, la del alumno. Finalmente, han de mantenerse entrevistas
periódicas mientras dure el tiempo de aplicación de las soluciones elegidas para ver cómo
repercuten en el alumno y si se van cubriendo las metas que nos habíamos planteado
conseguir. En caso de que esto no sucediera, sería conveniente revisar todo el proceso y
continuar con la aplicación de las alternativas que consideremos más adecuadas.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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LECTURAS RECOMENDADAS
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