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Contenido

CAPITULO I: NOCIONES GENERALES DE LA CVR.................................................................................... 3


1.LABOR DE LA COMISION DE LA VERDAD Y RECONCILIACION...................................................... 5
2.FUNDAMENTOS DE LA RECONCILIACION.............................................................................................. 6
3.LA NECESIDAD DE CONOCER LA VERDAD............................................................................................. 7
4.RECONCILIACION Y JUSTICIA...................................................................................................................... 8
4.1.Justicia, Verdad y Reconocimiento..................................................................................................... 9
4.2.Justicia y Solidaridad: La Dimensioó n Moral................................................................................... 9
4.3.Justicia y Distribucioó n Adecuada: Dimensiones Políótica y Social. ....................................... 10
4.4.Justicia y Reparacioó n de los Danñ os.................................................................................................. 11
4.5.Justicia y Reconciliacioó n: Posibilidad de Futuro........................................................................ 12
5.RECONCILIACIOÓ N, IMPUNIDAD Y PERDOÓ N......................................................................................... 13
5.1.Perdoó n como acto de liberalidad..................................................................................................... 13
5.2.Perdoó n como armoníóa interior e interpersonal......................................................................... 14
5.3.Perdoó n versus Reconciliacioó n........................................................................................................... 15
5.4.Perdoó n versus Impunidad.................................................................................................................. 15
5.5.Perdoó n: Complemento de la Reconciliacioó n................................................................................ 16
6.LA RECONCILIACION COMO REFUNDACION DEL PACTO SOCIAL............................................. 18
7.RECONCILIACIOÓ N: PROYECTO A FUTURO........................................................................................... 19
8.LA RECONCILIACION Y EL PCP-SL........................................................................................................... 20
CAPITULO II: DIMENSION JURIDICA DE LOS HECHOS....................................................................... 22
1.MARCO JURIDICO........................................................................................................................................... 22
1.1.Derecho Internacional y Constitucioó n Políótica del Peruó ......................................................... 22
1.2.El Derecho Internacional de los Derechos Humanos............................................................... 24
1.3.El Derecho Internacional Humanitario......................................................................................... 26
1.4.El Estatuto de la Corte Penal Internacional................................................................................. 30
1.5.Los Derechos Fundamentales de la persona humana no derogables incluso durante
los conflictos armados................................................................................................................................. 31
1.6.La calificacioó n de ciertos críómenes y violaciones de los Derechos Humanos como
sistemaó ticos o generalizados.................................................................................................................... 33
1.7.Invalidez de la Amnistíóa y de otros obstaó culos procesales respecto de críómenes y
violaciones de los Derechos Humanos.................................................................................................. 35
CAPITULO III: CONCLUSIONES DE LA COMISIOÓ N DE LA VERDAD Y RECONCILIACION.......38
1.La Dimensioó n del Conflicto Armado. ................................................................................................ 39
2.Las Responsabilidades por los abusos y violaciones a los Derechos Humanos. ...............40
2.1.Los Grupos Armados de Oposicioó n............................................................................................ 40
2.2.Los Agentes del Estado................................................................................................................... 41
2.3.Las Autoridades Políóticas y Judiciales....................................................................................... 43
3.Las Víóctimas................................................................................................................................................. 46
3.1.Exclusioó n Social y discriminacioó n racial.................................................................................. 46
3.2.Discriminacioó n de Geó nero.............................................................................................................. 47
CONCLUSIONES.................................................................................................................................................. 53
CAPITULO I: NOCIONES GENERALES DE LA CVR

La Comisioó n de la Verdad fue creada durante el gobierno de transicioó n del


presidente Valentíón Paniagua mediante Decreto Supremo 065-2001-PCM, 4 de
junio de 2001, encargaó ndosele “esclarecer el proceso, los hechos y las
responsabilidades de la violencia terrorista y de la violacioó n de los derechos
humanos producidos desde mayo de 1980 hasta noviembre de 2000, imputables
tanto a las organizaciones terroristas como a los agentes del Estado, asíó como
proponer iniciativas destinadas a afirmar la paz y la concordia entre los peruanos”.
Los objetivos de la Comisioó n no se limitaron al esclarecimiento de los críómenes y la
elaboracioó n de propuestas de reparacioó n; incluyeron el anaó lisis de “las condiciones
políóticas sociales y culturales” que contribuyeron a la violencia, asíó como el
“recomendar reformas institucionales, legales y educativas” que garantizasen la
prevencioó n de episodios similares en el futuro. Al ampliarse su nombre –Comisioó n
de la Verdad y Reconciliación– se anñ adioó el objetivo de “sentar las bases para un
profundo proceso de reconciliacioó n nacional, a partir del esclarecimiento de los
hechos asíó como del restablecimiento de la justicia” (DS Nº 101-2001-PCM, 4 de
setiembre de 2001).

La instalacioó n de la Comisioó n significoó un enorme logro para el movimiento


de derechos humanos. Si bien el origen de la decisioó n estuvo en el desenlace de la
crisis del reó gimen fujimorista, se abríóa la posibilidad de investigar y juzgar el
conjunto de las violaciones ocurridas en el paíós desde el inicio del conflicto armado
en 1980. El movimiento habíóa participado en la comisioó n ad-hoc (tres ministerios,
dos representantes de iglesias y la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos)
que definioó las caracteríósticas y alcances del organismo. Al final de cuentas, la
composicioó n plural de la Comisioó n, con una presencia mayoritaria de personas
ajenas al movimiento de derechos humanos, amplioó su legitimidad y el
compromiso de sectores muy diversos de la sociedad peruana. La relacioó n
Coordinadora/Comisioó n de la Verdad y Reconciliacioó n fue, desde un inicio, de
colaboracioó n estrecha. Tal como repetidas veces lo ha reconocido el presidente de
la Comisioó n, el doctor Salomoó n Lerner: “Las organizaciones de derechos humanos
tuvieron una actitud generosa para entregarnos los resultados de las
investigaciones que teníóan, sus datos. Comprendieron que la CVR, como toda
comisioó n de este tipo, teníóa corta vida, un breve teó rmino. Ellos habíóan trabajado
antes, tendríóan que trabajar luego”

Los aportes fueron muó ltiples, incluyendo experiencia en los temas del
Informe y un tejido de relaciones internacionales. Pero sin duda el maó s importante
fue una relacioó n de deó cadas con la memoria viva de la historia de violencia y
violaciones: la relacioó n con las víóctimas y sus familiares, con sus organizaciones;
relaciones de confianza y solidaridad que les permitiríóan testimoniar y pasar a ser
protagonistas del proceso que se abríóa. Para todos los activistas de derechos
humanos, los momentos maó s intensos del proceso fueron las audiencias puó blicas.
El impacto fue muó ltiple. En primer lugar, fue un momento privilegiado para la voz
de las víóctimas. En segundo lugar, a pesar de las limitaciones que tuvo su difusioó n,
fue un momento de escucha -en muchos casos con estupor, en otros con horror, sin
estar ausente el rechazo- de parte de la sociedad hacia los olvidados de siempre. En
tercer lugar, las audiencias fortalecieron a los comisionados, a colaboradores y
voluntarios del proceso, en su compromiso con la verdad.

1. LABOR DE LA COMISION DE LA VERDAD Y


RECONCILIACION

Creada en el 2001, la CVR teníóa como mandato establecer las circunstancias


que rodearon los abusos y violaciones de derechos humanos cometidos entre mayo
de 1980 y noviembre de 2000, tanto por Sendero Luminoso y el MRTA, como por el
Estado peruano. Asimismo, la CVR debíóa determinar el paradero, identidad y
situacioó n de las víóctimas del conflicto interno y, en lo posible, las
responsabilidades, ademaó s de analizar las condiciones y el contexto políótico, social
y cultural que contribuyoó a la violencia, desarrollar propuestas para reparar a las
víóctimas, y proponer medidas y reformas con el fin de evitar que tales hechos
vuelvan a repetirse.

Conformada por doce Comisionados y un Observador, desde el primer


momento, la CVR consideroó prioritario el recoger la voz de las víóctimas que hasta
entonces no soó lo habíóan sufrido los efectos de la violencia y la negacioó n de sus
derechos fundamentales, sino ademaó s habíóan sido ignoradas en su dolor y
sufrimiento por muchos anñ os. Asíó, las maó s de 800 personas trabajando para la CVR
recorrieron los 24 departamentos del Peruó en busca de testimonios de primera
mano. La CVR obtuvo casi 17.000 testimonios a traveó s de su oficina central en Lima
y sus cuatro oficinas regionales en los departamentos de Huancayo, Ayacucho,
Huaó nuco y Sicuani. Del total de testimonios, en un 70% de los casos se pudieron
reconstruir y corroborar los hechos, documentaó ndose maó s de 11.500 casos de
serias violaciones de derechos humanos.

Asimismo, la CVR realizoó audiencias puó blicas donde las víóctimas o sus allegados
dieron su testimonio ante los Comisionados y el puó blico presente; y audiencias
temaó ticas sobre legislacioó n "anti-terrorista", desplazados, universidades, mujer y
magisterio. Las audiencias se llevaron a cabo durante el 2002 en las ciudades de
Huanta, Huamanga, Huancayo, Huancavelica, Lima, Tingo Maríóa, Abancay, Trujillo,
Chumbivilcas, Cusco, Cajatambo, Pucallpa, Taratopo, Huaó nuco y Chungui. En estas
audiencias, praó ctica hasta ahora nunca utilizada por otras comisiones de la verdad
en la regioó n, se recogieron maó s de 400 testimonios relativos a maó s de 300 casos
diferentes de graves violaciones de derechos humanos.

Las audiencias puó blicas y su difusioó n en los medios de comunicacioó n no soó lo


contribuyeron a dar a conocer entre amplios sectores de la poblacioó n la escala de
las violaciones y abusos a los derechos humanos cometidos durante el conflicto,
sino tambieó n a restablecer la dignidad de los sobrevivientes, daó ndoles la
oportunidad de ser escuchados, en muchos casos por primera vez.

La CVR sostuvo ademaó s entrevistas con algunos de los principales actores del
conflicto interno armado: miembros de los diferentes partidos políóticos, personal
militar y miembros de los grupos armados de oposicioó n. El ex Presidente Alberto
Fujimori Fujimori, su asesor presidencial en materia de inteligencia, Vladimiro
Montesinos; y algunos miembros del «escuadroó n de la muerte» Grupo Colina, que
operoó durante el gobierno del Presidente Fujimori, se habríóan negado a colaborar.

Durante los 16 meses en los que la CVR realizoó su trabajo de campo, se


identificaron tambieó n maó s de 4.600 sitios de entierro a nivel nacional, habieó ndose
realizado constataciones en maó s de 2.200 de ellos; y se llevaron a cabo tres
exhumaciones en las localidades de Chusqui, Lucamarca y Totos, en el
departamento de Ayacucho.

Sobre la base de estos testimonios y entrevistas y el anaó lisis de informacioó n


documental y bibliograó fica, la CVR realizoó su Informe Final de nueve tomos maó s
anexos, donde se condensan los hallazgos, conclusiones y recomendaciones,
resultado de sus dos anñ os de trabajo. El Informe Final fue presentado oficialmente
el 28 de agosto de 2003, a los representantes de los tres poderes del Estado:
Presidente de la Repuó blica, Alejandro Toledo Manrique, Presidente del Congreso de
la Repuó blica, Henry Pease Garcíóa y Presidente de la Corte Suprema, Hugo Sivina
Hurtado; asíó como al Defensor del Pueblo, Walter Albaó n Peralta. Un díóa despueó s, la
CVR presentoó su informe a la sociedad peruana en general en una ceremonia en
Ayacucho, lugar donde se inicioó el conflicto interno armado y de donde procedíóan
la mayoríóa de las víóctimas.

2. FUNDAMENTOS DE LA RECONCILIACION

La CVR entiende por “reconciliacioó n” la puesta en marcha de un proceso de


restablecimiento y refundacioó n de los víónculos fundamentales entre los peruanos,
víónculos voluntariamente destruidos o deteriorados por el estallido de un conflicto
violento iniciado por el PCP Sendero Luminoso en las uó ltimas deó cadas, y en el que
la sociedad entera se vio involucrada. El proceso de la reconciliacioó n es hecho
posible, y es hecho necesario, por el descubrimiento de la verdad de lo ocurrido en
aquellos anñ os −tanto en lo que respecta al registro de los hechos violentos como a
la explicacioó n de las causas que los produjeron−, asíó como por la accioó n reparadora
y sancionadora de la justicia.

Si la verdad es una condicioó n previa de la reconciliacioó n, la justicia es al mismo


tiempo su condicioó n y su resultado. Ello es asíó porque la justicia tiene diferentes
dimensiones, que es indispensable considerar y hacer respetar en su especificidad.
Ella es, en primer lugar, de naturaleza judicial, pues se debe investigar y aplicar la
ley con todo rigor para que no queden impunes los críómenes. En segundo lugar, la
justicia es tambieó n reparadora, en el sentido en que se esfuerza por compensar a
las víóctimas por los danñ os infligidos. Y ella es, en fin, justicia políótica y social, que
debe contribuir a la redistribucioó n del acceso al poder y a los bienes de la sociedad,
sobre la base de los derechos reconocidos mediante la reconciliacioó n misma.

Por las razones indicadas, el compromiso por la reconciliacioó n compromete


pues a la sociedad peruana en su conjunto; es ella la que debe reconciliarse consigo
misma. Y debe hacerlo instaurando relaciones de reconocimiento recíóproco que
hagan posible la refundacioó n del acuerdo social entre todos. En tal sentido, la
reconciliacioó n comprende tres niveles: 1) en el nivel políótico, es una reconciliacioó n
entre el Estado −incluyendo a las Fuerzas Armadas− y la sociedad, y lo es tambieó n
entre los partidos políóticos, la sociedad y el Estado; 2) en el nivel social, es una
reconciliacioó n de las instituciones y los espacios puó blicos de la sociedad civil con la
sociedad entera, de modo especial con los grupos eó tnicos secularmente
postergados; y 3) en el nivel interpersonal, es una reconciliacioó n entre los
miembros de comunidades o instituciones que se vieron enfrentados a causa de la
violencia generalizada. Es de esperar que este proceso de reconciliacioó n halle un
reflejo en la educacioó n, en la familia, en los medios de comunicacioó n y en la propia
vida cotidiana de todos los peruanos.
Finalmente, por la riqueza de dimensiones que encierra, la reconciliacioó n es
un proceso abierto y permanente, que hace las veces de una meta comuó n para
nuestra sociedad. Acercarnos a ella es una tarea de todos los peruanos.

3. LA NECESIDAD DE CONOCER LA VERDAD

La necesidad de conocer la verdad ha sido y es el punto de partida sobre el que


descansa el trabajo de la CVR. La asistencia masiva a brindar testimonios significa
participar y colaborar con el esfuerzo de conocer la verdad de los hechos. Brindar
un testimonio o participar en una Audiencia Puó blica es un acto que reconoce la
importancia de buscar la verdad a pesar del dolor que conlleva y que expresa sin
duda la persistencia del conflicto, del dolor y la necesidad de resolverlo
adecuadamente con la verdad y la justicia. Durante muchos anñ os las personas que
buscaron conocer el paradero de sus familiares fueron enganñ adas para impedir
“que se encuentre la verdad y se haga justicia.”
Ocultar, distorsionar, mentir, desinformar han sido meó todos usados para
encubrir el asesinato, la violacioó n a los derechos, y el paradero de los muertos en
combate. Como dice un declarante: se “debe preguntar a la policíóa donde estaó n los
cuerpos de los companñ eros que fueron asesinados en ese lugar, porque los que
cayeron en el combate ya cayeron en el combate, pero tambieó n donde estaó n los
cuerpos.” Existe una desinformacioó n y un desconocimiento muy grande del
paradero y de las acciones de las personas.

Muchos se sienten comprometidos con la buó squeda de la verdad y la justicia.4


“Como familiares tenemos el compromiso permanente con la verdad y la justicia,
con el esclarecimiento de estas muertes y con la sancioó n a los responsables, no
buscamos venganza sino una sed de justicia, mientras no lo encontremos
seguiremos luchando por encontrarla.

El sentido de las Audiencias Puó blicas estuvo claramente comprometido con el


deseo de presentar el testimonio de las personas como una verdad individual e
irreductible. Esta decisioó n tiene “utilidad para generar alguó n cambio en nuestra
sociedad”, en ellas “se recogeraó n voces de los que tradicionalmente fueron
excluidos”, ha sido una “oportunidad donde podemos hablar”, y abriraó tambieó n “la
posibilidad por construir una nueva historia sobre nuestro paíós.”

4. RECONCILIACION Y JUSTICIA

Asíó como la reconciliacioó n concierne al aó mbito personal o al intereó s religioso, la


justicia es condicioó n necesaria de la reconciliacioó n y al mismo tiempo su resultado.
La reconciliacioó n plantea tambieó n una perspectiva de futuro.

La primera condicioó n de la justicia misma es la verdad. Asíó como la


reconciliacioó n se apoya en la justicia, eó sta se apoya en la verdad. No hay justicia sin
verdad. Para hacer justicia en algunos casos se tendraó n que reabrir los procesos.

La justicia tambieó n presupone un segundo tema, el de la igualdad ante la ley.


Para ejercer justicia se necesita que haya dos partes y que eó stas esteó n en pie de
igualdad. Si no hay igualdad no se llegaraó a la justicia. La parcialidad y la
desigualdad conspiran contra el sentido de imparcialidad e igualdad que dirige
todo proceso de justicia. Admitir que los que han cometido críómenes son tambieó n
personas, equivale a decir que el reconocimiento de la humanidad del perpetrador
no impide su sancioó n.

La justicia exige, en tercer lugar, imparcialidad y honradez de parte de quien


ejerce la justicia. La corrupcioó n del poder judicial conspira contra el ejercicio de la
justicia.
La reconciliacioó n es posible si hay justicia. La justicia sanciona al que ha
cometido críómenes y deja sin culpa al que no los ha cometido. Por ello, es
indispensable superar la injusticia, la arbitrariedad, la mentira y la parcialidad de
los jueces y fiscales. La reconciliacioó n tiene en la justicia un esencial sosteó n que la
hace posible y que permite que los acuerdos alcanzados sean reales y perdurables.
En este sentido la justicia es condicioó n y resultado de la reconciliacioó n.

4.1. Justicia, Verdad y Reconocimiento.

La justicia nace junto con la comunidad; depende de ella y la hace posible.


Probablemente es el elemento crucial que distingue con claridad cuaó ndo estamos
ante una comunidad y cuaó ndo no. La mayor parte de las expectativas de justicia
gira en torno del esclarecimiento de los hechos de violencia y la sancioó n de los
críómenes.

La CVR ha jugado un papel en dichas expectativas: “(...) Para míó es elemental el


procedimiento y misioó n que tienen ustedes como Comisioó n de la Verdad, vamos a
descubrir, a ubicar las responsabilidades, a hacer justicia sobre esas
responsabilidades y soó lo despueó s seremos capaces entonces de construir algo
nuevo.” La verdad que aquíó se ha querido esclarecer es aquella que concierne los
hechos de la violencia.

“En alguna medida queremos contribuir a este esclarecimiento de la verdad, no


solamente las víctimas sino también los testigos, todos peruanos hemos sido en alguna
medida protagonistas de esta violencia política y para ello tenemos que mirarnos la cara
y decir la verdad con toda franqueza si es que realmente queremos una verdadera
reconciliación nacional”1

La exigencia de que la verdad y la justicia esteó n juntas es de caraó cter colectivo


y comunal. La perspectiva cristiana, por ejemplo, apunta a una mirada de la
comunidad hacia la justicia porque donde se ha ejercido la violencia y el danñ o es en
la comunidad. El danñ o es a la comunidad nacional, el Peruó ha “sangrado.” La
solucioó n al conflicto de la justicia se da en el horizonte de la comunidad. Por ello
justicia supone reconocimiento del danñ o y la reconciliacioó n “con los que nos lo
hicieron.” Resumiendo, se parte del presupuesto de que la verdad es condicioó n de la
justicia y eó sta de la reconciliacioó n.

“Se llama Comisión de la Verdad y la Reconciliación Nacional, si queremos


reconciliación, la reconciliación no se va a hacer en tanto no nos perdonemos, pero si no
nos perdonamos (...) pero para que nos perdonemos tiene que haber la verdad, y para
que haya la verdad, tiene que haber la justicia, porque todo es una secuela, una tras otra
y el gobierno si quiere reconciliarse con su pueblo, tiene que también asumir su
responsabilidad, y castigar no solamente a aquéllos que han sido los que han ejecutado,
los que han hecho la acción directa(...)”

1Audiencia sobre el tema de Universidad Puó blica y Violencia. CVR. BDI-I- P585. Caso 5. Primer bloque, 30 de
octubre de 2002. Expositor Carlos Chaó vez.
4.2. Justicia y Solidaridad: La Dimensión Moral

Al lado de la comunidad para el ejercicio de la justicia estaó el tema de la


solidaridad. La solidaridad no se teje al margen de la comunidad o colectividad
social. La solidaridad supone víónculos estrechos de amistad y companñ erismo.
Danñ ar o agredir a uno de los miembros de una comunidad significa danñ ar o agredir
al resto. Naturalmente que la solidaridad pone permanentemente en evaluacioó n el
grado de cohesioó n de la comunidad. El sentido de comunidad solidaria estaó
presente, por ejemplo, cuando un testigo se alegra del reconocimiento dado a los
familiares y heridos de Barrios Altos: “Yo, me alegreó cuando le hicieron un
reconocimiento a los caíódos en Barrios Altos, creo que eso, es lo maó s digno que se
puede hacer a gente que pierde su familia, por inocentes en el fondo (...).”Asimismo,
cuando hay personas que se preocupan por la situacioó n de los hueó rfanos y de las
víóctimas.

La falta de solidaridad en el Peruó es patente y grave. Se evidencia en el


desintereó s por la comunidad –desde sus formas maó s locales, como la participacioó n
en las faenas, hasta sus formas maó s generalizadas, como la indiferencia ante la
poblacioó n que ha sufrido violencia y danñ o. Se constata en general –incluso en
aquellos que estaó n obligados al ejercicio de la justicia y la defensa del derecho–
poca sensibilidad ante la gente necesitada, cediendo al maltrato, corrupcioó n, robo y
extorsioó n para obtener dinero ilíócito.

4.3. Justicia y Distribución Adecuada: Dimensiones


Política y Social.

Un sentido de la justicia es la adecuada redistribucioó n de los bienes en la


comunidad. Se le llama tambieó n justicia social o equidad. En el Peruó la insistencia
sobre este punto es relevante por tratarse de una sociedad con pobreza,
necesidades y manifiesta inequidad entre sus miembros. Los individuos no
participan equitativamente ni del fruto ni de los bienes que la comunidad produce.
Una adecuada redistribucioó n de la riqueza es criterio de justicia y estabilidad
social. Los grupos subversivos pretendieron ganar el apoyo de sectores de la
poblacioó n –en un inicio con eó xito parcial– apelando a un discurso de igualdad y
redistribucioó n de la riqueza. Conviene remarcar con toda energíóa en este punto que
el uso de la violencia para alcanzar la justicia social en un Estado de Derecho
constituido no estaó justificada de ninguna manera.

La ausencia del Estado y de los servicios puó blicos en muchos lugares donde se
desarrolloó el conflicto impide la justicia y obstaculiza el papel de la reconciliacioó n.
Gran parte de la poblacioó n sigue viviendo en situacioó n permanente de extrema
pobreza y exclusioó n econoó mica. En general, la educacioó n y la salud son demandas
baó sicas de bienes para la poblacioó n que todavíóa no son satisfactoriamente
atendidas por el Estado.

Sin cubrir las míónimas condiciones de existencia, un paíós no tiene posibilidades


de afirmar la democracia y la ciudadaníóa, puesto que su poblacioó n se ve
imposibilitada de desarrollar sus propias capacidades. La construccioó n de la
ciudadaníóa y de la democracia supone el ejercicio de la libertad, la cual se ve
severamente coartada o eliminada en condiciones de pobreza y de pobreza
extrema. Con una dramaó tica mayoríóa de peruanos que se debaten en la miseria es
muy difíócil construir ciudadaníóa, democracia y sentar las bases para la
reconciliacioó n. Ante la carencia de un proyecto por parte del Estado que canalice
las demandas baó sicas de toda la poblacioó n, los grupos subversivos aparecieron
como una aparente alternativa “políótica.”

Por ello, la superacioó n de la pobreza tambieó n presupone el reconocimiento de


la dignidad humana, expresada en la indivisibilidad de los derechos humanos –los
civiles, econoó micos y sociales. En otras palabras, es innegable que la violencia que
ha vivido –y sigue viviendo– el Peruó ha tenido como una de sus causas la miseria y
el abandono de los pueblos por parte del Estado y la miseria consecuente.

4.4. Justicia y Reparación de los Daños.

La vida humana no tiene precio:

“Y eso, y a un poco tiempo la Marina dijo, tratemos de arreglar, valora tú, tu valora
¿cuánto pides por su vida? Yo tenía mucho sentimientos de valorar una vida, he dicho tal
vez ustedes pudieran buscar un mercado donde hay negocio de vidas, y yo me escojo
igual a mi hijo y que valore la justicia y que dinero venga a mis manos como he ido a la
justicia. Y no por soborno, porque no es un producto, no es un artefacto para estar
haciendo negocio de una vida.”2

La sociedad debe tomar nota y reparar en lo posible a las víóctimas de la


violencia. La reparacioó n es un acto de justicia –individual o colectivo– y un deber de
reconstruir lo danñ ado. Reparar es tarea del Estado y de la sociedad entera y las
reparaciones deben ser integrales. En sentido estricto, no hay propiamente
reparaciones individuales o colectivas. Asíó como para la víóctima que ha sufrido la
muerte de un familiar, la destruccioó n de sus bienes o el deterioro de su propia vida,
el danñ o ocasiona un resquebrajamiento psicoloó gico individual, para la comunidad
que ha perdido a sus miembros, su mundo y sus relaciones, el danñ o es un deterioro
y ruptura del tejido social. Las reparaciones se entienden asíó como instrumentos de
la reconciliacioó n, en vistas a cerrar el grave desequilibrio originado por el conflicto
y afirmar un nuevo acuerdo social. La sociedad peruana -a traveó s de su Estado- es

2Audiencia Puó blica de casos en Tingo Maríóa. Caso N° 2. Primera Sesioó n, 8 de agosto de 2002. CVR. BDI-I-456.
Rosa Albarraó n. Nombre de la víóctima(s): Indalecio Pomatanta Albarraó n. Violacioó n alegada: Torturas y asesinato
la que repara a las miles de víóctimas de la violencia y coloca las bases para que
nunca maó s se vuelva a repetir.

La políótica de reparaciones plantea primero la recuperacioó n y la ayuda a las


personas danñ adas psicoloó gicamente por la violencia y sus secuelas. No hay manera
de enfrentar las secuelas de la guerra exitosamente si no se trabaja con intensidad
en reparar el danñ o producido en la conciencia psicoloó gica e individual y colectiva
de las personas. En segundo lugar, se hace necesario que la políótica de reparaciones
plantee una propuesta concreta de desarrollo econoó mico y social –individual y
colectivo- que revierta las secuelas del conflicto armado interno. El Estado debe
enfrentar los desafíóos que una reparacioó n econoó mica individual y colectiva exigen
sin hacer distinciones de ninguó n tipo.

En tercer lugar, ademaó s de la reparaciones de los danñ os psicoloó gicos o la


ayuda econoó mica, la políótica de reparaciones tambieó n debe incluir una propuesta
precisa que deó garantíóas normativas y juríódicas para impedir la violacioó n de
derechos y para institucionalizar praó cticas democraó ticas y de consulta permanente.
Su implementacioó n fortaleceraó el rechazo a la impunidad:

“(...) Yo quisiera asíó como ha pedido mi mamaó , hacer un pedido a la Comisioó n de


la Verdad, que no soó lo el caso de mi padre, hay muchos casos que han quedado
impunes, por favor, investiguen y que se deslinda pues responsabilidades y que se
haga justicia, porque si no va haber justicia, creo que no vamos a lograr la
reconciliacioó n (...)”3

Mantener viva la memoria de lo que no se debe hacer se transforma en un


instrumento valioso del trabajo de reparacioó n. Por eso, un plan de exhumaciones a
nivel nacional y de sepultura de las víóctimas tambieó n es imprescindible dentro del
marco de las reparaciones del danñ o. “No pasó nada y borrón y cuenta nueva no se
puede decir porque se trata de vidas humanas (...)” Finalmente y reconociendo el
dolor y el llanto a raíóz del danñ o producido, como dice un dirigente
sobreponieó ndose a su propio drama, no es el momento de llorar sino de construir
la paz y la justicia:

“En esta parte de la región central no es J. el único muerto son muchos


profesores, son muchos alumnos, son muchos trabajadores, son muchas madres y
también, han llorado así como yo, pero les vuelvo a invocar hermanas huérfanos
de padre y madre, no es momento de llorar sino de reconstruir la paz del país en
busca de una mejora”4

3CVR. BDI-I-P447. Audiencia Puó blica de casos en Huamanga, caso 17, Audiencia Puó blica de Huamanga, Cuarta
Sesioó n, abril de 2002, Huamanga (Huamanga). Testimonio de Luis Enrique Saavedra.

4Audiencia sobre el tema Universidad Puó blica y Violencia, caso N° 3, Primera Sesioó n, 30 de octubre de 2002.
CVR. BDI-I-P590. Testimonio de Berta Rojas Vda. De Palomino.
4.5. Justicia y Reconciliación: Posibilidad de Futuro

La reconciliacioó n supone una comunidad justa y un proyecto políótico basado en


una nueva conducta eó tica. A partir de los estudios sobre corrupcioó n en el Alto
Huallaga y de lo que el paíós ha podido apreciar en los anñ os de la dictadura
fujimorista se ve claramente que Estado y el narcotraó fico tejieron una gran red de
corrupcioó n que data desde hace mucho. Nos enfrentamos, por ello, a la difíócil tarea
de un de nueva mentalidad en donde imperen los valores eó ticos maó s elevados, y,
por ende, la justicia. Al afirmar y tener como condicioó n a la justicia, la
reconciliacioó n crea la posibilidad de futuro. Al basarse en la defensa y en la
aplicabilidad de los derechos humanos, la reconciliacioó n puede afirmar el sentido
de futuro que significa reconstruir el pacto social. El contenido políótico del tema de
la reconciliacioó n deviene posible por el ejercicio de la justicia.

Basaó ndose en la justicia, la reconciliacioó n tiene tambieó n el imperativo de mirar


hacia el futuro y disenñ arlo. Lo primero es determinar que lo vivido no se vuelva a
repetir: “Ahora queremos que esa violencia no regrese nunca maó s, hemos sufrido
muchíósimo.” El futuro debe ser diferente.

Pero no soó lo son las personas, tambieó n las instituciones, como las Fuerzas
Armadas, aprendiendo de las experiencias deben mejorar el sentido de su misioó n:

“También las Fuerza Armadas tienen algo que aprender. Yo creo que donde ellos se
han desempeñado mejor, donde no han utilizado métodos de represión, creo que la gente
lo ha respetado. Donde han cometido abusos, una serie de atropellos con la gente, ahí es
donde ha existido más problemas. Yo creo que ellos también tienen que redefinir su rol
en el Perú y que ellos no están creados para agredir, para matar o para torturar, cosas
que han hecho. Tienen que estar para posibilitar el desarrollo del país, problemas nuevos
que vamos a vivir en el país y saber actuar entonces pero pensando en el futuro del
país.”5

La reconciliacioó n apunta a la construccioó n de un proyecto social y políótico


democraó tico. La reconciliacioó n exige preservar aquello que se considera
importante: “en la deó cada de los ochenta todos los joó venes se creíóan destinados a
rehacer el mundo, creo que hoy la tarea, tanto de los joó venes como de los mayores,
es evitar que el mundo se destruya.” Quizaó , siguiendo este razonamiento convenga
reinstalar el peso de la propia autoridad comunal –por ejemplo, el del varayoc–
elegido democraó ticamente por sus miembros en el manejo y direccioó n de sus
propios destinos.6

5C VR. BDI-I- P266 Entrevista en profundidad, Juliaca, San Romaó n (Puno), junio de 2002. Paó rroco.
6“La organizacioó n de varayocs desaparece con la instalacioó n de la base porque eran muy abusivos con ellos”
CVR. BDI-I-P54. Entrevista en profundidad, Estudio pampas (Accomarca, Vilcashuamaó n), junio de 2002. Varoó n,
profesor, presunto senderista.
5. RECONCILIACIÓN, IMPUNIDAD Y PERDÓN.

Auó n cuando existe una mutua vinculacioó n entre los conceptos de reconciliacioó n
y de perdoó n, no significan lo mismo.

5.1. Perdón como acto de liberalidad

El perdoó n pertenece a lo maó s profundo del ejercicio de la libertad humana y por


ello no pertenece al aó mbito de la justicia. El perdoó n es una gracia otorgada por la
víóctima de un danñ o a su perpetrador, en el sentido de otorgarle un “don”. Pero es
algo maó s que otorgar un bien o una cosa. Es un per-don, es decir, un bien en grado
superlativo. Es la víóctima quien decide perdonar a su agresor o no. En ninguó n caso,
las víóctimas estaó n obligadas a perdonar, por eso decimos que es un acto de libertad
fundamentalmente individual. El perdoó n estaó relacionado al tema de la
reconciliacioó n porque en el gesto de perdonar, la víóctima manifiesta una actitud
dispuesta a restablecer una relacioó n que se ha visto danñ ada, y a crear las
condiciones futuras para cerrar heridas individuales y colectivas.

El perdoó n siempre llama a reflexioó n y a discusioó n. No se sabe quieó n debe


perdonar, cuaó nto se debe perdonar o a quieó n se debe perdonar. El perdoó n, no
obstante, representa un ejercicio y una accioó n que soó lo le competen al individuo. La
pregunta de algunas mujeres: “¿Queó hacer? ¿Significa perdonar acaso a la persona
que matoó a mi esposo?” es totalmente relevante en este caso. La respuesta soó lo la
puede dar la persona interesada. Es ella la que decide o no perdonar a los que
mataron a su esposo. No comete ninguó n delito en un caso, o en el otro.

El perdoó n tambieó n es una cuestioó n de perspectiva. Para algunos el perdoó n debe


producirse porque asumen una conducta y una praó ctica cristiana: “como le vuelvo
a repetir las personas que hayan cometido esto, ya estaó n perdonados de míó. Para
otros el perdoó n supone superar la venganza y afirmar en actitud positiva la vida y
el futuro. Sin embargo, no soó lo nadie estaó obligado a perdonar, sino que muchos no
estaó n dispuestos a hacerlo.

5.2. Perdón como armonía interior e interpersonal

El perdoó n ayuda a reconstruir la armoníóa interior y abre las condiciones para


establecer nuevas relaciones entre los seres humanos. El perdoó n supone superar
las diferencias entre las partes y restablecer la armoníóa; la reconciliacioó n, en
cambio, exige algo maó s: la construccioó n de un nuevo proyecto de convivencia en
comuó n basado en la justicia. El perdoó n establece de manera radical la nueva
relacioó n entre los hombres despueó s de un conflicto, pero no tiene la exigencia de
construir nuevos acuerdos o pactos especíóficos de convivencia a futuro. La
reconciliacioó n síó la tiene.

Puesto que el perdoó n es ejercicio de la libertad, eó l puede estar en funcioó n de un


proyecto políótico o no. La reconciliacioó n supone en cambio una propuesta de vida
en comuó n y, por ello, exige el conocimiento y esclarecimiento de la verdad y el
ejercicio de la justicia. La reconciliacioó n nacional, por consiguiente, no puede
conquistarse sin justicia y sin verdad. Sin embargo, el perdoó n puede jugar un papel
especial en la reconciliacioó n, como cuando dicen algunos dirigentes “empecemos a
vivir en armoníóa,” basados siempre en la justicia.

5.3. Perdón versus Reconciliación

Algunos identifican la reconciliacioó n con el perdoó n, pues en efecto hay una


mutua vinculacioó n entre ambos conceptos. Pero es necesario distinguirlos con
claridad. Los espacios de la reconciliacioó n y del perdoó n son distintos. La
reconciliacioó n es la puesta en marcha de un proceso que busca restablecer o
refundar los víónculos fundamentales entre los miembros de una comunidad, luego
de haber superado el conflicto que los destruyoó –incluso si este conflicto es iniciado
por una de las partes. En tanto, el perdoó n es el acto gratuito, asimeó trico y único de
dar por pagada una culpa y de permitir a la víóctima (ocasionalmente al gobernante,
en nombre de la nacioó n) revivir el pasado –por maó s doloroso que sea– para
superarlo. El perdoó n, aunque tiene una dimensioó n social, y hasta puó blica, no tiene
empero propiamente funcioó n en la ley ni en la administracioó n de justicia. Asíó, la
reconciliacioó n apunta a la construccioó n y al disenñ o del futuro, por parte de una
comunidad o Estado; mientras que el perdoó n solamente puede coadyuvar a su
realizacioó n.

La confusioó n aparece porque en muchos de los procesos de reconciliacioó n el


tema de superar las diferencias y abandonar las rencillas obliga al ejercicio del
perdoó n como momento previo que abre la puerta a la reconciliacioó n. Pero eó sta no
se agota ni presupone necesariamente el perdoó n. Aunque, las propias víóctimas
afirman: “Hay que intentarlo, (...) la paz es seguramente (...) una autocríótica, un
anaó lisis de algo que si es posible.”

5.4. Perdón versus Impunidad

En el Peruó no todos estaó n de acuerdo con el esclarecimiento de la verdad y la


reconciliacioó n porque se piensa que ambas pueden desestabilizar el reó gimen
políótico abriendo conflictos irresolubles entre la sociedad civil y el Estado –y entre
sus autoridades políóticas y las Fuerzas Armadas y Policiales. Algunos desconfíóan,
asimismo, de la “verdad” que se pretende haber esclarecido y la suerte de
“reconciliacioó n” que se propone. Por ello es necesario definir el sentido que tiene el
concepto de “reconciliacioó n” en el marco del mandato de la CVR. Para ella, en
efecto, ni la amnistíóa, el canje o la impunidad son mecanismos o instrumentos
vaó lidos para estabilizar y fortalecer la institucionalidad democraó tica y el Estado de
Derecho. Por el contrario, la CVR considera que dichos mecanismos los debilitan,
empobrecen y profundizan la desconfianza ya existente en amplios sectores del
paíós respecto del ejercicio de la justicia por parte del Estado.

“Rechazo la idea de que estos hechos queden impunes, creo que la única forma de
acabar con la violencia y con el abuso es sancionando a los responsables, para que el
resto de la población o el resto de las personas sepan que estos hechos no se pueden
quedar, que se hacen y que no pasa nada.”7

La impunidad significa el abandono de la justicia. La amnistíóa, como su


nombre lo indica, es su olvido. A la impunidad no le interesa tomar en cuenta la
verdad, muy al contrario, permite y tolera la mentira, la falsedad y el
encubrimiento. En cambio, el sentido de reconciliación para la CVR estaó
esencialmente ligado al de verdad, tal como entiende estos teó rminos el comuó n de
los ciudadanos, que se expresa diciendo: “por eso nosotros hemos invitado a Uds.
para que se esclarezca de una vez por todas estos hechos ocurridos en los anñ os
pasados de la violencia políótica.”8

Hay muchos casos de impunidad en el Peruó motivando la indignacioó n justa de


los ciudadanos:

“Es difícil poder controlar mis emociones pero no son lágrimas de debilidad sino
de dolor, de indignación, porque diez años después todavía duele saber que Martín Rivas
puede seguir haciendo su vida tranquilo, sin que estas muertes le pesen, todavía nos
duele saber que existe un asesino Fujimori viviendo en Japón sin que estas muertes les
sean castigadas.”9

La CVR considera que en un paíós como el Peruó , con una larga tradicioó n de
impunidad, corrupcioó n y acceso limitado a la justicia, el primer paso hacia la
reconciliacioó n soó lo puede darse si los perpetradores de críómenes de lesa
humanidad –que no son aquellos que combaten armados en igualdad de
condiciones– asumen su responsabilidad, compareciendo ante la justicia y pagando
su deuda con la sociedad.
7Audiencia puó blica de casos en Lima. Caso 10. Segunda Sesioó n, 21 de junio de 2002. CVR. BDI-I- P531 Cecilia
Martíónez Del Solar. Mujer víóctima, asesinaron a su esposo.

8CVR. BDI-I- P297 Testimoniante varoó n, presidente de los productores del valle de Primavera, hijo de un
alcalde asesinado por el PCP-SL. Primavera, Leoncio Prado, Huaó nuco, mayo de 2002. Cfr., Estudio
Arrepentimiento-Aries, Primavera.

9Audiencia puó blica de casos en Universidad Puó blica y Violencia. Caso Nº 10. Segundo bloque, 30 de octubre de
2002. CVR. BDI-I-P592. Mujer, familiar de víóctima. Gisela Ortiz Pera.
5.5. Perdón: Complemento de la Reconciliación

Ni la reconciliacioó n ni el perdoó n equivalen a impunidad. Impunidad es otro


nombre de la injusticia. Por eso, la CVR entiende a la justicia como el eje de la
reconciliacioó n, su condicioó n de posibilidad y su resultado, su punto de partida y de
llegada. El ejercicio de la justicia garantiza la realizacioó n de la reconciliacioó n.
Ademaó s de la justicia, se ha senñ alado otra condicioó n de posibilidad o punto de
partida de la reconciliacioó n, incluso anterior a la justicia misma: la verdad –en el
sentido del esclarecimiento de los eventos de violencia– sin la cual no puede
administrarse justicia ni restablecerse el orden o víónculo social destruido. Asíó, la
justicia posibilita la reconstruccioó n o refundacioó n de un verdadero acuerdo o pacto
social, en el que desaparezcan el encubrimiento, la falsedad y la desconfianza,
condiciones de la fractura social que constituyoó el terreno de cultivo del conflicto
armado interno:

“Creemos de que debe haber otro tipo, la justicia, y sin justicia no va a haber
reconciliación porque la gente quiere por lo menos que castiguen a los autores, quienes
son los autores, no existen autores con nombre: hay un seudónimo pero si hay un jefe que
estuvo responsable de esa época, (...) es la competencia que le corresponde al poder
judicial. Si el Estado tiene interés en investigar, sancionar y hacer la reparación tendrá
que decir: ‘Bueno, señores del poder judicial, acá están estos documentos que estamos
ahora trabajando.’ Es un esfuerzo personal, esfuerzo colectivo y creo que una gratitud
para la persona que me dio su testimonio que si no se hace eso estamos (...) Esa gente
estaríamos (...) siguiendo (...) engañándoles y tiene razón mucha gente cuando da
testimonio”10

La impunidad en Santiago de Pupuja, la de los asesinos de Maríóa Elena Moyano o la


famosa Ley de Amnistíóa de 1995, tergiversan gravemente todo el sentido de la
justicia, el perdoó n y la reconciliacioó n.
“(...).El 21 de febrero fueron condenados ocho miembros del ejército por el asesinato del
estudiante y el profesor; las penas fluctuaban entre 1 a 20 años. Posteriormente, el 14 de
Junio de 1995, 11 meses después de ser sentenciado, el Congreso de la República aprobó
la famosa Ley de Amnistía, esto es, que los oficiales o subalternos salieran en libertad (...)
Necesitamos perdonar, pero este perdón pasa por un arrepentimiento sincero de quienes
nos han causado tanto daño y abrieron estas heridas profundas que quizás nunca
cicatricen, ese perdón pasa por verdad y justicia, necesitamos reconstruir nuestra
memoria histórica (...)”11

Lo mismo se presenta en lo manifestado puó blicamente en la Audiencia de


Lima. La impunidad es rechazada y percibida como un obstaó culo del proceso de
reconciliacioó n del paíós.
“(...) Por ejemplo, al mayor César Quiroz Chávez, quedó completamente indemne. El
capitán César Santoyo Castro, que fue el que directamente, el que ordenó que lo rematen en Radio

10CVR. BDI-I-P391. Entrevista en profundidad, Tarapoto (Tarapoto), julio de 2002. Entrevistado hombre,
profesor, testigo.

11CVR. BDI-I-P593. Audiencia temaó tica sobre Universidad Puó blica y Violencia. Caso 10B. Sesioó n uó nica, segundo
bloque, octubre 2002. Testimoniante Carmen Amaro.
Patrulla de La Perla, hasta ahora no es habido. El comandante Pedro Gonzáles Posada, el capitán
Santiago Bazán Yapas, el capitán César Izquierdo Vicente, el capitán César Inchaústegui Jiménez,
también se confabularon. O sea, individuos de la Policía Nacional, que actuaron como verdaderos
delincuentes. A ellos no se les hizo nada. Sin embargo, a los otros sí se les castigó (...).” 12

Estas distinciones esenciales no son comprendidas del todo por diversos


sectores de la poblacioó n, especialmente por aquellos directamente involucrados y
enfrentados en el conflicto interno armado. Desde muy distintos frentes existen
presiones para comprender la reconciliacioó n, como perdoó n o amnistíóa, en beneficio
de sus respectivas perspectivas. Una intensa pedagogíóa debe ponerse en marcha
para despejar estos malentendidos nocivos que pueden obstaculizar un cabal
proceso de reconciliacioó n.

6. LA RECONCILIACION COMO REFUNDACION DEL


PACTO SOCIAL

La reconciliacioó n debe ser entendida en el Peruó como un proceso de


reconstruccioó n del pacto social y políótico. Esta reconstruccioó n del pacto social es la
caracteríóstica de la formacioó n de cualquier Estado. El Estado, por definicioó n, se
renueva permanentemente recogiendo, representando y reconociendo los
acuerdos e intereses ciudadanos. La violencia en el Peruó vulneroó y quebroó la
legitimidad del Estado como instancia del pacto social. El conflicto, aquíó,
representoó la discordia y la desunioó n entre los peruanos y de eó stos con el Estado.
Un sector minoritario de peruanos desconocioó conscientemente el consenso como
fuente del pacto social democraó tico que representaba el Estado en el Peruó y se
rebeloó contra eó l desarrollando una guerra para destruirlo –o, como senñ alaron
literalmente para “demolerlo”. Sin embargo, su propuesta alternativa pretendíóa
conducir a la construccioó n de un proyecto, de un nuevo Estado titulado “Estado de
Nueva Democracia” de corte totalitario y tiraó nico. Esta propuesta demostroó
claramente con su accionar el caraó cter terrorista, antidemocraó tico y antipopular
que le daba sustento. La respuesta de la sociedad civil y de la poblacioó n, asíó como la
del propio Estado, buscoó enfrentar el conflicto, vieó ndose el paíós de pronto envuelto
en una espiral de violencia, muerte y destruccioó n. No se tardoó en reconocer de que
la manera de enfrentar las desigualdades y la falta de justicia no se podíóa resolver
con la violencia.

Durante deó cadas la sociedad peruana ha luchado por democratizar cada vez
maó s al Estado intentando hacer de eó l un instrumento eó tico que apoye la vida
ciudadana en todos sus aó mbitos. La irrupcioó n de la violencia y el terror quiso hacer
abortar dicho proyecto democratizador que proveníóa del viejo ideal republicano de
un Estado democraó tico, en el que la libertad y la igualdad de oportunidades
constituyen principios baó sicos. La represioó n y las políóticas contra subversivas

12Audiencia puó blica de casos en Lima Caso 13, CVR. BDI-I-P534 Carlos Rodríóguez Ibaó nñ ez. Las víóctimas eran
estudiantes de medicina de la Universidad Nacional Federico Villarreal, los torturaron para luego asesinarlos.
evidenciaron la fragilidad del pacto social expresado por el Estado y dieron paso a
una militarizacioó n y a una represioó n generalizada en importantes sectores de la
poblacioó n, posibilitando la violacioó n sistemaó tica de sus derechos civiles en
importantes sectores de la poblacioó n. La lucha contra subversiva no se asentoó ni
extrajo su apoyo inicialmente de las experiencias democraó ticas que libraban
muchos sectores de la ciudadaníóa, y, al contrario, se las dejoó de lado,
malinterpretaó ndolas y sospechaó ndose de ellas a veces como subversivas. A la
sanguinaria e implacable accioó n de la subversioó n contra la poblacioó n y el Estado,
soó lo se le respondioó con la accioó n militar. Las fuerzas políóticas en el Estado y los
partidos políóticos no tuvieron la capacidad de enfrentar en el terreno político el
conflicto que teníóan entre manos. Sin embargo, las comunidades campesinas y
nativas, asíó como la poblacioó n urbana en todo el paíós respondieron al flagelo que el
terror generaba. En otras palabras, la ausencia y la debilidad del pacto social y
políótico, esto es, la falta de presencia del Estado en diversos sectores del paíós,
posibilitoó que la nacioó n ingresara por el peligroso camino de la violencia y se desangrara
traó gicamente. La reconciliacioó n se entiende, asíó, como un nuevo pacto social que articule la
relacioó n entre la sociedad peruana y su Estado, de modo tal que se evite la repeticioó n de
este drama y se permita a la nacioó n ingresar finalmente en las víóas del desarrollo.

La reconciliacioó n es un proceso que no soó lo posibilita un reencuentro del ciudadano


consigo mismo y con su familia o comunidad, y de la sociedad consigo misma, sino que
permite tambieó n el reencuentro del Peruó consigo mismo, de la comunidad nacional
peruana con su Estado. Un campesino dice que: “lo que hay que tratar es de reconstruir el
paíós reconciliaó ndonos, eso seríóa mi voz.”13

Para que la reconciliacioó n en el paíós tenga el eó xito esperado es necesario que enfrente
claramente tres asuntos vitales: el primero, relativo a la superacioó n y resolucioó n definitiva
del conflicto armado interno; el segundo, la discusioó n críótica de las ideas que sobre
reconciliacioó n tienen los vencidos, principalmente los miembros del PCP-SL que purgan
condena; y, el tercero, la asuncioó n de una profunda reforma del Estado de cara a los
intereses y exigencias de la sociedad civil, entre ellos las demandas de justicia.

7. RECONCILIACIÓN: PROYECTO A FUTURO

La reconciliacioó n, como se ha sostenido reiteradamente, plantea a futuro el proyecto de


restaurar los víónculos sociales quebrados en una situacioó n previa de conflicto armado.
Pero no tiene sentido hablar o exigir reconciliacioó n si eó sta no expresa una modificacioó n

13CVR. BDI-I-P208 Entrevista en Profundidad, Uchubamba. (Jauja), junio 2002, varoó n entrevistado, autoridad
distrital..
cualitativa de la situacioó n anterior al estallido de la violencia, y que la ha motivado. En este
contexto, y en líóneas generales, la CVR considera que el planteamiento senderista de la
reconciliacioó n como “solucioó n políótica” 14 es insuficiente y hasta errado, pues limita o
reduce el sentido de la reconciliacioó n al de una mera negociacioó n políótica. La reconciliacioó n
que plantea la CVR se inserta, por el contrario, en el marco de un proyecto que busca
responder a las demandas de la poblacioó n:

Las demandas del PCP-SL y del MRTA deben ser examinadas por razones humanitarias
y al margen del proceso de reconciliacioó n que involucra a toda la nacioó n. Esto es, las
demandas del paíós en el proceso de reconciliacioó n, y su satisfaccioó n por parte del Estado,
son enteramente distintas e independientes de dicho examen, en el sentido que no deben
ni pueden someterse a eó l. La CVR considera que la aproximacioó n correcta al tema de la
reconciliacioó n consiste en tener en cuenta que se trata de un problema muy complejo con
un elemento esencial: el de no repetir lo vivido, en el doble sentido de, por un lado,
intentar superar las condiciones histoó ricas de fractura y marginacioó n profundas de
sectores de la sociedad peruana, y, por el otro, el de asíó evitar por todos los medios abonar
el terreno de cultivo desde donde se produjo el estallido de la violencia armada que
enfrentoó a los peruanos causando mayor desolacioó n y pobreza. Eso supone conocer y
buscar las soluciones concretas a los problemas profundos del paíós en diversos frentes que
conciernen el desarrollo de sus pueblos: los eó tnicos y raciales, sociales, econoó micos,
juríódicos, educativos, de salud, de seguridad, de comunicacioó n, entre otros.

8. LA RECONCILIACION Y EL PCP-SL

Muchos sectores del paíós opinan que el problema de la subversioó n no se


soluciona simplemente enviando a prisioó n a los responsables de la violencia, y que
esto resuelve soó lo parte del problema.

Miembros del PCP-SL que purgan su condena, han manifestado su actual


reconocimiento del tema de la reconciliacioó n y han planteado la llama “Solucioó n
políótica a los problemas derivados de la guerra interna.” Esta “solucioó n” supone:
una “verdadera amnistíóa en funcioó n de una futura reconciliacioó n nacional;” la
“democratizacioó n de la sociedad peruana;” “produccioó n y trabajo para el pueblo;” y,
finalmente, el “cierre del penal de la Base Naval del Callao extendieó ndolo a los
penales de Challapalca y Yanamayo.” Estos puntos que plantea el PCP-SL ameritan
una discusioó n críótica.

En lo relativo a la produccioó n y al trabajo, eó ste es en verdad un asunto


planteado como reivindicacioó n histoó rica y estructural de toda la sociedad peruana,

14“(...) Entonces la lucha por la solucioó n es lo políótico, establecer ese problema que nos plantea la revolucioó n,
la detencioó n de la jefatura y que eso era lo que correspondíóa y realmente no haber asumido es un crimen, el no
haber asumido la lucha por un acuerdo de paz.” CVR. P253 Entrevista en profundidad, Huaral (Huaral). Mujer
dirigente de PCP-SL. “Pero no lo hago simplemente por míó sino por mis companñ eros que siguen en la lucha ,
que estaó n allaó , tambieó n en la selva, perseguidos, sabiendo que [a] esta guerra popular le hemos dado un
teó rmino; porque todos queremos hacer una familia, todos queremos vivir con nuestra familia.” CVR. BDI-I-P306
Entrevista en profundidad, Potacancha. Noviembre de 2002. Miembro del PCP-SL.
y no es original del PCP-SL. La praó ctica violenta de este grupo, maó s bien, causoó la
reduccioó n de la produccioó n y del trabajo. El PCP-SL no senñ ala nada especíófico sobre
el punto y es un tema que el Estado peruano debe encarar en el proceso de
reconciliacioó n y de reformas institucionales de cara a la exigencia histoó rica del paíós
y a la construccioó n de un nuevo futuro. Sobre las condiciones carcelarias y sobre el
cierre de penales, su reclamo estaó fundado en las condiciones oprobiosas en las
que se encuentran. Este punto ya ha merecido planteamientos diversos de solucioó n,
porque la políótica de penales y condiciones carcelarias no pueden atentar contra la
vida e integridad humanas de los reos, conforme lo senñ alan las normas nacionales
e internacionales al respecto. Una cabal reorganizacioó n del sistema penitenciario
no es sinoó nimo de tolerancia ante una supuesta rearticulacioó n de la ideologíóa
violentista.

Respecto de la amnistíóa,15 soó lo cabe senñ alar que los miembros del PCP-SL han
sido condenados por la justicia por sus críómenes. Cualquier pretensioó n de aplicar
una políótica de amnesia, olvido o amnistíóa por parte del Estado en su beneficio
vulnera el principio de la justicia. El planteamiento del “borroó n y cuenta nueva”
respecto de los críómenes cometidos no es posible para nadie. El principio de la
reconciliacioó n se funda en la justicia y no en la impunidad. De ese modo, no soó lo los
militantes del PCP-SL deben pagar por sus críómenes, sino todo aquel que los ha
cometido. Nadie estaó por encima de la justicia y nadie tiene licencia para torturar o
asesinar a aqueó l que estaó en situacioó n de indefensioó n. La reconciliacioó n exige, en
este caso concreto, que el senderismo pague por sus críómenes.

En cuanto a “la solucioó n políótica y la democratizacioó n de la sociedad,” conviene


senñ alar que ambos temas se vinculan estrechamente. El PCP-SL pide una solucioó n
políótica y no militar para enfrentar su derrota en el proceso de la reconciliacioó n
nacional. Sin embargo, el PCP-SL no plantea que, para la solucioó n que propone, se
requiera la renuncia absoluta a la violencia y la lucha armada como instrumentos
de la accioó n “políótica” (en el sentido de la mera conquista y control del poder). La
verdadera solucioó n políótica al conflicto no es la que propone una “amnistíóa políótica”
de los presos que participaron en el conflicto. Mientras que el PCP-SL no haga un
reconocimiento puó blico de su renuncia a la violencia como meó todo de su accionar
políótico, estaó manifestando que su propuesta de reconciliacioó n no estaó fundada en
el intereó s de la sociedad y de la nacioó n, sino que sigue anclada en sus intereses de
grupo camuflando provisionalmente su verdadera estrategia criminal.

15“La necesidad de ir ajustando la legislacioó n al maó s estricto respeto de los derechos fundamentales tanto de
la persona como de los econoó micos y sociales y atender las demandas del pueblo por democracia y desarrollo
fundamentalmente sus demandas baó sicas, plan especial de desarrollo para las zonas afectadas pobres de
barriadas y trabajadores prestando atencioó n sustantiva a los invaó lidos hueó rfanos y viudas de guerra, ley de
amnistíóa general que sirviese a la reconciliacioó n nacional sin vencedores ni vencidos, sin represalias,
venganzas, persecuciones, ni restricciones personales contra nadie.” CVR. BDI-I-P252. Entrevista en la caó rcel de
Yanamayo (Puno), junio de 2002. Entrevistado dirigente del PCP-SL.
El PCP-SL ha convertido a la violencia y el terror en parte indesligable de su
existencia, y por ello la renuncia que se exigiríóa a dichos meó todos significaríóa en el
fondo solicitarle al PCP-SL que se niegue a síó mismo. Hay que distinguir, sin
embargo, entre la organizacioó n misma y sus militantes, los cuales, una vez que
hayan pagado su deuda con la justicia –si eó se fuere el caso – podraó n, como
cualquier ciudadano, hallarse expeditos para ejercer sus derechos dentro de una
sociedad que encuentra que la políótica es incompatible con la violencia. En relacioó n
al “proceso de democratizacioó n de la sociedad,” eó l soó lo se daraó en la medida en que
todas las fuerzas políóticas y democraó ticas del paíós asuman la tarea de fortalecer la
democracia sin recurrir a la violencia. Seraó en funcioó n de la democratizacioó n, y por
ella, que podraó darse el auteó ntico proceso de reconciliacioó n y solucionarse el
conflicto armado con los remanentes del senderismo que todavíóa existen en el
Peruó . El PCP-SL se ha puesto fuera de la ley y de la construccioó n democraó tica del
paíós.
CAPITULO II: DIMENSION JURIDICA DE LOS HECHOS

1. MARCO JURIDICO
1.1. Derecho Internacional y Constitución Política del
Perú.

La CVR toma en cuenta que la comunidad internacional reconoce la existencia


de un nuó cleo inderogable de derechos de la persona humana, establecido por
normas imperativas de Derecho Internacional general, sean eó stas tributarias del
Derecho Internacional de Derechos Humanos, del Derecho Internacional
Humanitario, o del Derecho Penal Internacional. Este nuó cleo inderogable de
derechos deriva y se funda en la dignidad de la persona humana.

Conforme a la Cuarta Disposicioó n Final y al artíóculo 3º de la Constitucioó n


Políótica del Estado vigente desde 1993 este nuó cleo de derechos inderogables
determina el sentido en que debe ser interpretado el contenido y alcance de todos
los derechos reconocidos por la Constitucioó n e integran ademaó s la relacioó n de
derechos fundamentales especíóficos a los que cabe reconocer rango constitucional,
como parte de nuestro ordenamiento juríódico.

Conforme lo declaroó la Corte Internacional de Justicia —caso Barcelona


Traction, 1970—, estos derechos expresan «obligaciones de los Estados hacia la
comunidad internacional en su conjunto», por lo que:

33. (…) Vista la importancia de los derechos en cuestión, todos los Estados lo reconocen
como un asunto de interés jurídico para que tales derechos sean protegidos, estableciendo
que las obligaciones asumidas por ellos son obligaciones erga omnes.
34. Estas obligaciones provienen por ejemplo, en el derecho internacional contemporáneo,
de la misma fuente que las leyes sobre actos de agresión y de genocidio pero también de
los principios y las reglas sobre los derechos fundamentales de la persona humana y
comprenden la protección contra la práctica de la esclavitud y la discriminación racial.
Las garantías de protección correspondientes están integradas al derecho internacional
general.16

Igualmente, la CVR ha utilizado los tratados de derechos humanos y de


derecho humanitario que, al haber sido suscritos por el Estado peruano, deben ser
cumplidos cabalmente. Estos tratados, como es sabido, codifican frecuentemente
normas de Derecho Internacional general surgidas consuetudinariamente o
reconocidas como normas imperativas. Asimismo, se ha tenido en consideracioó n
16Corte Permanente de Justicia Internacional (C.I.J.), Barcelona Traction (1970), paó g. 33 y 34. Traduccioó n no
oficial de Joseó Burneo (CVR). Original: «33. [...] Vu l’importance des droits en cause, tous les EÓ tats peuvent eê tre
consideó reó s comme ayant un inteó reê t juridique aà ce que ces droits soient proteó geó s, les obligations dont il s’agit
sont des obligations erga omnes.»
los preceptos constitucionales y dispositivos legales internos, entendiendo que el
Estado peruano estaó obligado internacionalmente a mantener en estas
disposiciones respeto a las obligaciones que ha asumido como miembro de la
comunidad internacional.

Es de notar que la nocioó n de derechos humanos aparece expresamente en


nuestras constituciones de 1979 y 1993, las mismas que la comprenden dentro de
la expresioó n «derechos fundamentales» de la persona humana. Ambas
Constituciones contienen extensos listados de derechos organizados a partir del
reconocimiento de la dignidad de la persona humana que contemplan las reglas
baó sicas sobre respeto a la vida, a la libertad y a la integridad fíósica y mental de la
persona humana, entre otras.

Ademaó s, ambas Constituciones han reconocido que la enumeracioó n de los


derechos fundamentales que contienen debe completarse en todo momento con
«los demaó s que la Constitucioó n garantiza» y con «otros de naturaleza anaó loga o que
derivan de la dignidad del hombre» (artíóculos 4º de la Constitucioó n de 1979 y 3º de
la Constitucioó n de 1993). Entre ellos debe destacarse, dado el estado actual del
derecho internacional, los derechos derivados de normas imperativas de derecho
internacional general que obligan a todos los Estados, y las propias disposiciones
de los instrumentos internacionales de proteccioó n a los derechos humanos, que
entonces adquieren, combinando la Cuarta Disposicioó n Final con el artíóculo 3º de la
Constitucioó n de 1993, una doble fuerza vinculante, ya como pauta hermeneó utica
para la interpretacioó n de los derechos fundamentales, ya como derechos
fundamentales por síó mismos incorporados a traveó s del artíóculo 3º.

La Deó cimo Sexta Disposicioó n Final de la Constitucioó n de 1979 concedioó a los


principales instrumentos de proteccioó n a los Derechos Humanos el rango explíócito
de normas constitucionales. Si bien la Constitucioó n de 1993 no mantuvo esta
disposicioó n, respetoó sin embargo, en su Cuarta Disposicioó n Final, el valor
hermeneó utico que les corresponde al momento de determinar el contenido y
alcance de las normas vinculadas a los derechos de la persona humana, y amplioó
esta funcioó n a todos los instrumentos que sean ratificados sobre estos temas.

1.2. El Derecho Internacional de los Derechos


Humanos.

El Estado ha ratificado los maó s importantes tratados universales y regionales


que conforman hoy en díóa el Derecho Internacional de los Derechos Humanos a
nivel mundial e interamericano, participando activamente en los sistemas de
Naciones Unidas e Interamericano de proteccioó n de los derechos humanos.

La Declaracioó n Universal de los Derechos Humanos (1948) fue aprobada por el


Peruó mediante Resolucioó n Legislativa N° 13282 de fecha 15 de diciembre de 1959.
La comunidad internacional reconoce contemporaó neamente que esta Declaracioó n
enuncia derechos de las personas de cuyo efectivo reconocimiento ninguó n Estado
estaó exento. Asíó es como se ha instituido en base a ella un Sistema universal de
proteccioó n de los Derechos Humanos para supervigilar su cumplimiento y
promover su respeto por todos los Estados. Algo semejante puede afirmarse
respecto de la Declaracioó n Americana de los Derechos y Deberes del Hombre
(1948).

El cuerpo juríódico existente en materia de derechos humanos tiene implicancias


precisas para el Peruó . En primer lugar, en virtud de principios de derecho
internacional, ninguó n Estado podraó invocar las disposiciones de su derecho interno
como justificacioó n del incumplimiento de un tratado o de normas imperativas de
derecho internacional general (jus cogens).En segundo lugar, que los tratados de
derechos humanos difieren de los otros tratados en un punto central: su objeto es
la «proteccioó n de los derechos fundamentales de los seres humanos» (Corte I.D.H.,
OC—2/82, N° 29). En tercer lugar, las violaciones a los derechos humanos
perpetrados por un Estado dejan de ser materia interna y competencia exclusiva de
dicho Estado, estando la comunidad internacional siempre autorizada a emitir
críóticas y recomendaciones, disponer investigaciones y adoptar otras medidas
pertinentes, como lo atestigua el funcionamiento de los Sistemas universal y
regionales —interamericano, europeo y africano— de proteccioó n de los derechos
humanos.

A las implicancias de alcance general antes senñ aladas debemos anñ adir otras de
caraó cter especíófico que recaen sobre todo Estado en virtud del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos. Estas son las obligaciones de respetar y de
garantizar —hacer respetar— los derechos y libertades reconocidos por los
tratados de derechos humanos y humanitarios en general. De tal modo que todo
menoscabo a estos derechos atribuible «a la accioó n u omisioó n de cualquier
autoridad puó blica, constituye un hecho imputable al Estado que compromete su
responsabilidad» seguó n los teó rminos fijados por el tratado infringido. Ello por
cuanto «es un principio del Derecho internacional que el Estado responde por los
actos de sus agentes realizados al amparo de su caraó cter oficial y por las omisiones
de los mismos aun si actuó an fuera de los líómites de su competencia o en violacioó n
del derecho interno».

Como consecuencia de la obligacioó n de garantizar los derechos establecidos en


los tratados precitados, el Estado debe «prevenir, investigar y sancionar toda
violacioó n de los derechos reconocidos y procurar, ademaó s, el restablecimiento, si es
posible, del derecho conculcado y, en su caso, la reparacioó n de los danñ os
producidos por la violacioó n de los derechos humanos». En este caso, la accioó n penal
que el Estado debe promover va dirigida contra todo individuo, funcionario puó blico
o particular sin excepcioó n alguna, responsable de la violacioó n alegada. El Derecho
Internacional de los Derechos Humanos vela pues por la proteccioó n de los
derechos de las personas pero tambieó n exige la intervencioó n del Derecho Penal de
cada Estado contra los presuntos delincuentes. La «negligencia en la prevencioó n
del delito y en el castigo del delincuente constituye una violacioó n de las
obligaciones que el Estado ha asumido en materia de derechos humanos» (Fauó ndez
1999: 31). Asimismo, el Estado estaó en la obligacioó n de adecuar su ordenamiento
juríódico a las exigencias de los principios y normas del Derecho Internacional de
los Derechos Humanos.

Se ha discutido en el terreno juríódico sobre si los agentes no estatales violan o


no derechos humanos. Al respecto, se ha indicado que las conductas de estos
uó ltimos se regulan por las normas del Derecho Internacional Humanitario, pues es
prerrogativa soó lo del Estado suscribir y ratificar tratados internacionales.

La CVR considera que este debate no es, ni debe ser, exclusivamente juríódico. Se
afirma que los actos de los grupos terroristas no pueden ser calificados como
violaciones de los derechos humanos porque los instrumentos de los derechos
humanos soó lo se refieren a comportamientos de los Estados. Pero al hacerlo se
desconoce que los «derechos humanos» no pueden ser histoó ricamente definidos
soó lo como producto de los instrumentos internacionales. Los instrumentos
internacionales son un resultado (el maó s importante sin duda) de la lucha por el
respeto a los derechos humanos, pero no clausuran el universo teoó rico de
preocupaciones que se refiere a estos derechos. No es posible entonces encontrar
en ellos, en opinioó n de la CVR, una razoó n que impida que cualquier observador
decida calificar los actos del terrorismo conforme a los derechos humanos.

La imposibilidad de considerar los actos de terrorismo como violaciones a los


derechos humanos es entonces, exclusivamente juríódica, y se refiere tan soó lo a un
asunto vinculado a las competencias de los oó rganos que controlan las praó cticas de
los Estados y los alcances de las obligaciones internacionales establecidas en los
convenios, pero no al concepto «derechos humanos», no a sus alcances morales y
no a las consideraciones que pueden ser usadas ante la comunidad para calificar un
acto de una manera o de otra. En esa medida, la objecioó n basada en el contenido de
los instrumentos y la competencia de los oó rganos no tiene ninguó n valor en el plano
social, es decir, no crea reglas que representen nada para observadores que no
estaó n preocupados por problemas vinculados a las competencias de los oó rganos,
sino a los criterios con los que debe considerarse, para fines eó ticos, los
comportamientos terroristas. Pretender hacer esto importa tanto como pretender
que las razones juríódicas pueden resolver un problema eó tico.

Hay que recordar que la Declaracioó n de los Derechos y Deberes del Hombre
no fue pensada para dar origen a un sistema de responsabilidad estatal, sino que
fue pensada como una carta de derechos civiles, destinada a operar dentro de un
Estado, y a prevenir abusos no soó lo de la autoridad, sino tambieó n de cualquier
ciudadano. Desde el punto de vista de la teoríóa políótica no es posible entonces
identificar las violaciones a los derechos humanos soó lo con actos de la autoridad
estatal.
Es en este sentido que la CVR afirma que los actos terroristas no pueden ser
calificados como violaciones a los instrumentos internacionales sobre derechos
humanos porque estos uó ltimos son tratados y en tanto tales soó lo tratan de la
responsabilidad de los Estados, ni pueden ser considerados por las Cortes
Internacionales especializadas en estas aó reas porque ellas no son competentes
para juzgar críómenes terroristas. Esta afirmacioó n, sin embargo, no impide que se
califiquen los críómenes del terrorismo como violaciones a los derechos humanos
por las razones senñ aladas.

1.3. El Derecho Internacional Humanitario

El Derecho Internacional Humanitario (en adelante DIH), en su acepcioó n


contemporaó nea, comprende lo que fueron en su origen dos ramas distintas del
llamado Derecho de la Guerra. Estas son el Derecho de la Haya y el Derecho de
Ginebra, relativo el primero a las reglas que rigen el desarrollo de las hostilidades,
el segundo, a las reglas humanitarias que deben aplicar las partes en conflicto en su
relacioó n con las personas que no intervienen directamente en las hostilidades, el
enemigo rendido o fuera de combate y en la afectacioó n de bienes de caraó cter no
militar. Si bien se reconoce en todos los pueblos del mundo desde muy antiguo la
existencia de normas sobre estas materias, su desarrollo y codificacioó n en tratados
internacionales tendraó lugar a partir de la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo
de un siglo marcado por conflagraciones mundiales y otros importantes conflictos
armados como fue el siglo XX.

El Peruó ha ratificado, mediante las resoluciones legislativas 12412 (1956) y


25029 (1989) los tratados internacionales centrales que conforman hoy en díóa el
soporte convencional del Derecho Internacional Humanitario. Nos referimos a los
cuatro Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 y a sus dos Protocolos
Adicionales del 8 de junio de l977.

De acuerdo con una reiterada jurisprudencia de la Corte Internacional de


Justicia y maó s recientemente de los Tribunales Penales Internacionales para la ex
Yugoslavia y Ruanda, confirmando asíó la ejecutoria del Tribunal Internacional de
Nuó remberg (1945-1946), los críómenes de guerra o infracciones graves al DIH y
codificadas en cuanto tales por los tratados antes mencionados, asíó como las
disposiciones del artíóculo 3 comuó n , estaó n sancionados tambieó n por normas
imperativas de derecho internacional general que obligan a los Estados y a los
individuos sin excepcioó n alguna.

De otro lado, en cualquier tipo de conflicto armado son de aplicacioó n no soó lo las
normas antes mencionadas, sino tambieó n ciertos principios inderogables del
Derecho Internacional Humanitario que fueran enunciados ya en el siglo XIX
(claó usula de Martens). Asíó, la proteccioó n de la poblacioó n civil estaó en relacioó n con
los «principios de humanidad» que fundan el principio de distincioó n entre
combatientes y no combatientes, asíó como el relativo a la proporcionalidad entre
las ventajas militares a ser alcanzadas y los danñ os a civiles que en ninguó n caso
deben ser excesivos.

Los derechos y prohibiciones enunciados por el artíóculo 3 comuó n —cuyo


aó mbito de aplicacioó n comprende cualquier tipo de conflicto armado interno—
obligan a los agentes estatales y no estatales en todo tiempo y lugar. Existe un
míónimo de humanidad que la comunidad internacional exige sea siempre
respetado auó n en las circunstancias maó s extremas. Y, bajo ciertas condiciones, las
infracciones antes senñ aladas constituyen críómenes internacionales imputables a
los individuos sin excepcioó n alguna.

La aplicacioó n del Derecho Internacional Humanitario no excluye en modo


alguno la aplicacioó n concurrente de tratados o de otras fuentes del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos, toda vez que dichos tratados y normas se
aplican auó n durante los conflictos armados. Sin embargo, las normas de derechos
humanos y la determinacioó n de las eventuales violaciones a las mismas, durante un
conflicto armado, requiere de la aplicacioó n concurrente de un derecho
especializado como es el Derecho Internacional Humanitario. En efecto, al
determinar eó ste uó ltimo, por ejemplo, quienes puedes ser objeto de ataques durante
un conflicto armado, la muerte de una persona como consecuencia legíótima de
operaciones militares no puede luego ser calificada como una violacioó n de los
derechos humanos.

Ademaó s, debe precisarse que las normas del Derecho Internacional


Humanitario no justifican ni autorizan en ninguó n caso el uso de actos o meó todos
terroristas ni la organizacioó n de grupos armados destinados a cometer actos de
esta naturaleza, ni justifican en ninguó n caso ni bajo ninguna circunstancia las
muertes o demaó s danñ os o lesiones que este tipo de agrupaciones puedan provocar,
asíó sea que afecten a los funcionarios o personal de seguridad que ellos, unilateral e
ilegíótimamente consideren como «enemigos». Debe tenerse presente que las
normas que rigen los conflictos armados internos prohíóben «perpetrar cualquier
acto de terrorismo contra personas civiles que no participen activamente en las
hostilidades» —esto es por ejemplo, el homicidio en todas sus formas, «cuya
finalidad principal sea aterrorizar a la poblacioó n civil» (Protocolo II, art. 13,
numeral 2). Este delito puede ser perpetrado por cualquier agente, sea estatal o
miembro de un grupo terrorista.

Dos precisiones importantes son necesarias de realizar aquíó. La primera se


refiere a la «aplicabilidad automaó tica» del artíóculo 3 comuó n y en general de las
normas que rigen todo tipo de conflicto armado. Como lo ha senñ alado el
comentario autorizado del Comiteó Internacional de la Cruz Roja, no es necesario
para ello que, como requisito previo, exista una declaracioó n especial del Estado
concernido: «El principio de la aplicabilidad automaó tica se funda en exigencias
humanitarias, porque la puesta en praó ctica de las normas de proteccioó n de las
víóctimas no debe depender de una apreciacioó n subjetiva de las partes» (Junod
1986:1367).

Asíó es como ha procedido, en el contexto regional, la Comisioó n Interamericana


de Derechos Humanos al declarar, contra la opinioó n del Estado concernido, que
durante «el choque violento entre los atacantes y los miembros de las fuerzas
armadas argentinas, a pesar de su corta duracioó n (30 horas), activoó la aplicacioó n de
las disposiciones del artíóculo 3 comuó n, asíó como de otras normas relevantes para la
conduccioó n de conflictos internos».17

La segunda precisioó n se refiere a que la aplicacioó n del Derecho Internacional


Humanitario durante un conflicto armado interno no afecta el estatuto juríódico
nacional o internacional de los grupos insurgentes o grupos armados ni tampoco el
de sus miembros18.

La ley nacional permanece en vigor, es decir, que subsiste el derecho de las


autoridades a perseguir y condenar eventualmente a las personas reconocidas culpables
de infracciones en relación con el conflicto. El Protocolo no impide, en particular, llevar
ante los tribunales a un miembro de un grupo armado insurrecto por el hecho de haber
empuñado las armas. No le reconoce ni la condición de combatiente ni el estatuto de
prisionero de guerra.19(Junod 1986:1368).

En este orden de ideas, en cumplimiento de su mandato, la Comisioó n de la


Verdad y Reconciliacioó n considera imprescindible, para la calificacioó n de ciertos
actos como críómenes y violaciones a los derechos humanos, la aplicacioó n
concurrente del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y del Derecho
Internacional Humanitario. En efecto, los hechos examinados —decenas de miles
de personas muertas en un contexto de violencia armada y varios otros miles de
heridos o mutilados— no pueden explicarse sino por la existencia de un conflicto
armado interno regido sin duda alguna por el artíóculo 3 comuó n precitado. 20

El Protocolo Adicional II a los Convenios de Ginebra —en vigor para el Peruó


desde el 14 de enero de 1990—, establece para su aplicacioó n determinados
requisitos (inter alia, un cierto tipo de control territorial por los insurgentes). La
CVR en consecuencia, no siendo un oó rgano que debe resolver una tal cuestioó n, ha

17La Comisioó n Interamericana de Derechos Humanos, Informe 55/97, Caso 11.137, Argentina, 18 de
noviembre de 1997, paó rr. 156 y 147. Veó ase tambieó n: Informe 55/97, Caso 11.137, Argentina, aprobado el 18 de
noviembre de 1997. Anñ adido entre pareó ntesis.

18El uó ltimo paó rrafo del artíóculo 3 comuó n de los Convenios de Ginebra establece: «La aplicacioó n de las
anteriores disposiciones no surtiraó efectos sobre el estatuto juríódico de las Partes en conflicto».

19En el mismo sentido la Comisioó n Interamericana de Derechos Humanos declara que el Estado «es libre de
juzgar a esas personas por todos y cada uno de los actos de violencia que transgredan sus leyes, aun en el caso
de que esos actos no resultaran violatorios del derecho humanitario. Tales enjuiciamientos, sin embargo,
deben proporcionar a los acusados las garantíóas del debido proceso establecidas en los tratados sobre
derechos humanos y derecho humanitario que obligan al Estado», en Tercer Informe sobre la situacioó n de
derechos humanos en Colombia de 1999, capíótulo IV, paó rr. 18.
considerado que el artíóculo 3 comuó n a los Convenios de Ginebra constituye el
marco normativo adecuado para la determinacioó n del nuó cleo inderogable de
derechos vigentes durante un conflicto armado interno. Ello no seraó en modo
alguno obstaó culo para aplicar las disposiciones del Protocolo II, en lo que resulte
compatible y pertinente.

En este cabe recordar que La primera obligacioó n de una fuerza armada es


respetar la inmunidad de la poblacioó n civil. En la guerra no es antijuríódico matar a
los combatientes, auó n cuando estaó n en clara desventaja. No hay obligacioó n de pedir
primero que se rindan, antes de actuar contra ellos. Por ello cada fuerza tiene que
hacer identificables a sus combatientes. Sin embargo, el combatiente adquiere
inmunidad apenas se rinde o queda fuera de combate. Respetar la vida y la
dignidad de los detenidos y los heridos en combate es otra de las leyes
fundamentales de la guerra.

La fuerza combatiente estaó obligada a usar la violencia soó lo en la medida


estrictamente necesaria para alcanzar los fines de la guerra, lo que implica no usar
armas de exterminio masivo ni de consecuencias innecesariamente perjudiciales.
Ello tambieó n obliga a no desplegar miembros militares ocultos en medio de la
poblacioó n civil, no impedir a la poblacioó n alejarse de los lugares de combate pero
tampoco provocar desplazamientos masivos y forzados.

Una fuerza armada o grupo armado se descalifica moralmente por la forma en


que luchan si cometen, por ejemplo, actos terroristas o cualquier otro crimen de
lesa humanidad, pues anuncian con ello que su propoó sito no es terminar el
conflicto, sino exterminar al enemigo.

Por otro lado, en los Estados que garantizan libertades míónimas a la poblacioó n,
la subversioó n armada no tiene justificacioó n moral, pues destruyen espacios
puó blicos existentes que, por enmarcarse en el respeto de los derechos humanos,
conceden efectividad a las estrategias no violentas a favor de cambios
racionalmente aceptables.

En los conflictos armados interno se deben mantener los míónimos de


humanidad anotados, pero su aplicacioó n ofrece algunas dificultades especiales. Las
mayores surgen del hecho de que la subversioó n armada opte por no usar uniforme,
oculte a sus combatientes entre la poblacioó n civil y mantengan a sus líóderes ocultos

20Entre las instituciones que reiteradamente se han pronunciado sobre la existencia de un conflicto armado
interno en el Peruó y la obligacioó n de todos los agentes, estatales y no estatales, de respetar y hacer respetar el
Derecho Internacional Humanitario, pueden mencionarse: Coordinadora Nacional de Derechos Humanos,
Human Rights Watch, Amnistíóa Internacional y la Comisioó n de Juristas Internacionales (1993)) —eó sta uó ltima,
entidad temporal ad hoc promovida en virtud de un acuerdo entre el Gobierno del Peruó y de los Estados
Unidos. Ademaó s, como lo ha senñ alado la Comisioó n Interamericana de Derechos Humanos, «el hecho que se
perpetren actos terroristas dentro del contexto de un conflicto armado no afecta por lo demaó s el caraó cter
juríódico de ese conflicto, aunque como se indicoó , puede generar la responsabilidad penal individual del
perpetrador o de su superior por dichos actos, en la medida que constituyen violaciones graves del derecho y
las costumbres de la guerra». Informe sobre Terrorismo y Derechos Humanos, paó rr. 73
e inaccesibles. Esto soó lo se justifica histoó ricamente en el caso de una resistencia
contra una invasioó n repentina y masiva, como la que hicieron los partisanos en
distintos paíóses contra la invasioó n del ejeó rcito nazi durante la Segunda Guerra
Mundial. Fuera de este tipo de casos, estaó claro que ninguó n grupo subversivo
armado tiene derecho a ocultar a sus combatientes entre la poblacioó n civil.

1.4. El Estatuto de la Corte Penal Internacional.

Adoptado por la comunidad internacional en Roma (1998), al teó rmino de la


Conferencia Diplomaó tica de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas, el Estatuto
de la Corte Penal Internacional ha entrado en vigor para los Estados parte —entre
los cuales se cuenta el Estado, desde el 1 de julio de 2002. Como es sabido, el
Estatuto no tiene aplicacioó n retroactiva.

A pesar de que la Corte Penal Internacional no es competente respecto de los


hechos ocurridos antes de la entrada en vigor de su Estatuto, eó ste tiene una
singular importancia para la comunidad internacional. En efecto, las definiciones
aportadas sobre diversos críómenes internacionales codifican en gran parte normas
internacionales consuetudinarias o imperativas, contribuyendo asíó a una mayor
precisioó n juríódica respecto, por ejemplo, de los críómenes de lesa humanidad.

El Estatuto de Roma reafirma, tambieó n, en sus aspectos medulares, lo


expresado por la jurisprudencia de los Tribunales Penales Internacionales para la
ex Yugoslavia y Ruanda respecto de la calificacioó n de ciertas transgresiones del
Derecho Internacional Humanitario, durante los conflictos armados internos, como
críómenes de guerra.

Sin afirmar en modo alguno la competencia de la Corte Penal Internacional


respecto de los hechos pasados en el Peruó , o pretender aplicarlo directamente a los
hechos materia de su mandato, la CVR utilizaraó las definiciones aportadas por el
Estatuto de Roma en la medida que ello ayude a una mejor comprensioó n del
contenido de ciertos críómenes internacionales.

1.5. Los Derechos Fundamentales de la persona


humana no derogables incluso durante los
conflictos armados.

La comunidad internacional ha establecido cada vez con mayor nitidez,


particularmente luego de la Segunda Guerra Mundial, la existencia de normas
imperativas de derecho internacional general,21 sancionadoras de derechos no
derogables inclusive durante el curso de una guerra internacional o durante el
curso de un conflicto armado interno. Se trata sin duda de ciertos derechos
fundamentales de la persona humana enunciados por la Declaracioó n Universal de
los Derechos Humanos (1948) y por el artíóculo 3 comuó n de las Convenciones de
Ginebra (1949), los cuales deben ser respetados por todo Estado y por todo
individuo sin excepcioó n alguna.22

Lo anterior, de otro lado, adquiere contornos muy precisos a la luz del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políóticos (en adelante PIDCP) y de la
Convencioó n Americana sobre Derechos Humanos (en adelante CADH). En caso de
guerra, de peligro puó blico o de otra emergencia, el PIDCP (art. 4) «no autoriza
suspensioó n alguna de los artíóculos [...]» 23, y el CADH (art. 27) «no autoriza la
suspensioó n de los derechos determinados en los siguientes artíóculos [...].» 24

21El Comiteó de Derechos Humanos, Observacioó n General N° 29 sobre «Los Estados de Emergencia», paó rr. 13,
literales a) y b), califica los derechos no derogables como establecidos por «una norma de derecho
internacional general cuya aplicacioó n no puede ser objeto de suspensioó n», in Interpretación de las normas
internacionales sobre derechos humanos. Observaciones y recomendaciones generales de los órganos de
vigilancia de los tratados internacionales de derechos humanos de las Naciones Unidas, Bogotaó , Oficina en
Colombia del Alto Comisionado de las naciones Unidas para los Derechos Humanos, p. 151.

22La Corte internacional de Justicia en el caso Barcelona Traction de 1970, afirmoó : «las obligaciones de las
cuales se tratan son obligaciones erga omnes», las cuales « [...] provienen por ejemplo, en el Derecho
Internacional contemporaó neo, de la puesta fuera de la ley de los actos de agresioó n y de genocidio, pero tambieó n
de los principios y las reglas sobre los derechos fundamentales de la persona humana, incluida la proteccioó n
contra la praó ctica de la esclavitud y la discriminacioó n racial. Los derechos de proteccioó n correspondientes
estaó n integradas al Derecho Internacional general.» Cf. Barcelona Traction, Light and Power Company, Limited,
arreê t, C.I.J., Recueil 1970, paó rr. 33 y 34. Veó ase tambieó n «Activiteó s militaires et paramilitaires au Nicaragua et
contre celui-ci», arreê t du 27 juin 1986, C.I.J., Recueil 1986, par. 220. En la Opinioó n consultiva sobre la licitud de
la amenaza o el empleo de armas nucleares, de 8 de julio de 1996, la CIJ afirmoó respecto del Derecho
Internacional Humanitario: «Estas reglas fundamentales se imponen, de otro lado, a todos los Estados, que
hayan o no ratificado los instrumentos convencionales que las expresan, porque ellas constituyen principios
inviolables de Derecho Internacional consuetudinario», en C.I.J., Recueil, 1996, paó rr. 79..

23ONU: Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, artículo 4: «1. En situaciones excepcionales que
pongan en peligro la vida de la nación y cuya existencia haya sido proclamada oficialmente, los Estados Partes en
el presente Pacto podrán adoptar disposiciones que, en la medida estrictamente limitada a las exigencias de la
situación, suspendan las obligaciones contraídas en virtud de este Pacto, siempre que tales disposiciones no sean
incompatibles con las demás obligaciones que les impone el derecho internacional y no entrañen discriminación
alguna fundada únicamente en motivos de raza, color, sexo, idioma, religión u origen social. 2. La disposición
precedente no autoriza suspensión alguna de los artículos 6, 7, 8 (párrafos 1 y 2), 11, 15, 16 y 18.[...]»

24OEA: Convención Americana de Derechos Humanos, artículo 27: «1. En caso de guerra, de peligro público o de
otra emergencia que amenace la independencia o seguridad del Estado parte, éste podrá adoptar disposiciones que,
en la medida y por el tiempo estrictamente limitados a las exigencias de la situación, suspendan las obligaciones
contraídas en virtud de esta Convención, siempre que tales disposiciones no sean incompatibles con las demás
obligaciones que les impone el derecho internacional y no entrañen discriminación alguna fundada en motivos de
raza, color, sexo, idioma, religión u origen social. 2. La disposición precedente no autoriza la suspensión de los
derechos determinados en los siguientes artículos: 3 (Derecho al Reconocimiento de la Personalidad Jurídica); 4
(Derecho a la Vida); 5 (Derecho a la Integridad Personal); 6 (Prohibición de la Esclavitud y Servidumbre); 9
(Principio de Legalidad y de Retroactividad); 12 (Libertad de Conciencia y de Religión); 17 (Protección a la
Familia); 18 (Derecho al Nombre); 19 (Derechos del Niño); 20 (Derecho a la Nacionalidad), y 23 (Derechos
Políticos), ni de las garantías judiciales indispensables para la protección de tales derechos [...]»
La lectura conjunta de ambos artíóculos permite afirmar, consiguientemente,
que entre los derechos fundamentales no derogables debe considerarse (lista no
exhaustiva): el derecho a la vida, el derecho a la integridad personal (la prohibicioó n
de la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes), la
prohibicioó n de la esclavitud y la servidumbre, la prohibicioó n de la prisioó n por
deudas, el principio de legalidad y favorabilidad en materia penal, el
reconocimiento a la personalidad juríódica, la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religioó n, la proteccioó n a la familia, el derecho al nombre, los
derechos del ninñ o, los derechos a la nacionalidad y los derechos políóticos. Tampoco
podraó n suspenderse las garantíóas judiciales (habeas corpus y amparo)
indispensables para la proteccioó n de los derechos no derogables.

Durante los conflictos armados internos, el artíóculo 3 comuó n de los


Convenios de Ginebra establece un nuó cleo intangible de derechos que coincide en
lo esencial con lo dispuesto por las convenciones de derechos humanos antes
mencionadas. Asíó, se prohíóben respecto de las personas que no participan
directamente en las hostilidades y de los enemigos rendidos o fuera de combate,
«los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio
en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios».

Un aporte singular al nuó cleo intangible de derechos fundamentales de la


persona humana realiza, sin embargo, el artíóculo 3 comuó n precitado. EÓ ste ha
expresamente prohibido, durante los conflictos armados internos, la toma de
rehenes y ha establecido el derecho a un debido proceso. El debido proceso se
refiere a la prohibicioó n «en cualquier tiempo y lugar» de «las condenas dictadas y
las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legíótimamente constituido, con
garantíóas judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos civilizados».
En el mismo sentido, sobre ambos aspectos, se ha pronunciado ulteriormente el
Comiteó de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha pronunciado, tambieó n


expresamente, en el sentido que «los principios del debido proceso legal [previstos
en el artíóculo 8 de la CADH] no pueden suspenderse con motivo de las situaciones
de excepcioó n en cuanto constituyen condiciones necesarias para que los
instrumentos procesales, regulados por la Convencioó n, puedan considerarse como
garantíóas judiciales. Esta conclusioó n es auó n maó s evidente respecto del haó beas
corpus [previsto en el artíóculo 7.6] y del amparo [previsto en el artíóculo 25.1]»
«que tienen el caraó cter de indispensables para tutelar los derechos humanos que
no pueden ser objeto de suspensioó n».

El reconocimiento por la comunidad internacional, en tanto normas


imperativas del Derecho de Gentes, de un nuó cleo intangible y no derogable de
derechos fundamentales propios de todo ser humano sin excepcioó n alguna, en todo
tiempo y lugar, es un hecho histoó ricamente reciente y de un valor inestimable para
todos los pueblos del mundo. Tales normas se fundan en convicciones surgidas del
horror vivido durante los siglos pasados, en la creencia comuó n en que son
inherentes a los seres humanos, que fundan la igualdad radical entre los mismos, y
que por ello mismo son irrenunciables, inderogables e intangibles. Por ello, los
estados de excepcioó n o de emergencia no son ni pueden aceptarse como el reino de
la arbitrariedad donde todo estaó permitido, no como la negacioó n del Estado de
Derecho sino como una forma especial del mismo. Y auó n en medio de la
inhumanidad que entranñ an los conflictos armados, ellos se rigen tambieó n por
normas de humanidad míónimas que nadie, sin incurrir en responsabilidad ante su
comunidad nacional, inclusive en ciertos casos ante la comunidad internacional,
puede infringir. Asimismo, el Estado estaó en la obligacioó n de informar cualquier
declaratoria de un reó gimen de excepcioó n al Secretario General de la Organizacioó n
de las Naciones Unidas y rendir cuenta perioó dica a las instancias correspondientes.

1.6. La calificación de ciertos crímenes y violaciones


de los Derechos Humanos como sistemáticos o
generalizados.

Al encontrarse la Comisioó n de la Verdad y Reconciliacioó n ante una situacioó n en


la que, como resultado de actos ilíócitos, se han producido decenas de miles de
víóctimas, una de las cuestiones que ella ha debido resolver ha consistido en
determinar si se trata de actos aislados o difíóciles de evitar en el contexto del
conflicto armado interno, o si, por el contrario, eó stos son el resultado de una
praó ctica sistemaó tica o generalizada atribuible a los agentes estatales y no estatales.

Los sistemas de proteccioó n de los derechos humanos prestan especial atencioó n


a las «situaciones que revelen constantes y sistemaó ticas violaciones de los
derechos humanos» (Naciones Unidas, 1967), o «un cuadro generalizado de
violaciones a los derechos humanos» (OEA, 1965). Se trata de los casos en que la
comunidad internacional estaó llamada a intervenir en la medida que la situacioó n
desborda las capacidades internas y a proveer mecanismos pacíóficos de superacioó n
pero tambieó n, si fuera necesario, imponer sanciones penales a los individuos
responsables de críómenes internacionales.

En el caso del Peruó , se debe tener en consideracioó n que organismos de


proteccioó n de los derechos humanos pertenecientes a las Naciones Unidas y a la
Organizacioó n de Estados Americanos se han pronunciado en el sentido que la
tortura y la desaparicioó n forzada de personas, respectivamente, en los períóodos
analizados no son hechos aislados sino una praó ctica sistemaó tica. Asimismo, las
referencia a torturas y desapariciones forzadas no impide que la CVR considere
que tambieó n determinados comportamientos terroristas constituyen praó cticas
sistemaó ticas y no soó lo actos aislados o difíóciles de evitar en las situaciones en que
se desarrolloó el conflicto interno».
Es el caso que la CVR debe, en virtud de su mandato, ocuparse tambieó n de los
críómenes —entendidos como sinoó nimo de delitos, seguó n la denominacioó n utilizada
por el Coó digo Penal nacional— imputables a miembros de grupos terroristas.
Cuestioó n particularmente importante en el caso peruano puesto que agentes no
estatales y sin víónculo alguno con el Estado son responsables de miles de actos
violatorios de derechos humanos que bien pueden ser igualmente calificados de
sistemaó ticos o reiterados.

Las praó cticas criminales desarrolladas por grupos terroristas involucrados en


un conflicto armado interno deben ser calificadas conforme a los estaó ndares del
Derecho Penal Internacional en concordancia con las normas del Derecho
Internacional Humanitario. En efecto, es una norma aceptada por la comunidad
internacional luego del juicio a los criminales nazis por el Tribunal de Nuremberg,
que todo individuo sin excepcioó n alguna es responsable penalmente, en virtud de
normas internacionales no convencionales, por la comisioó n de ciertos críómenes de
derecho internacional calificados como críómenes de lesa humanidad o genocidio.
Es de remarcar que ciertas infracciones graves del Derecho Internacional
Humanitario asíó como las transgresiones del artíóculo 3 comuó n, pueden constituir al
mismo tiempo críómenes de lesa humanidad o actos de genocidio.

Los críómenes de lesa humanidad hacen referencia a actos contra la vida y la


integridad personal, de tortura, contra la libertad individual, entre otros, que para
ser tales deben ser perpetrados contra la poblacioó n civil y haberse practicado de
una manera sistemaó tica o reiterada, en tiempo de paz o en el curso de un conflicto
armado de cualquier íóndole. Asíó es como la jurisprudencia internacional ha
declarado que «El deseo de excluir actos aislados o aleatorios de la nocioó n de los
críómenes de lesa humanidad, condujo a la inclusioó n de la exigencia de que los actos
deben estar dirigidos en contra de ‘una poblacioó n civil’, asimismo que estos actos
sean de manera reiterada refirieó ndose al nuó mero de víóctimas, lo sistemaó tico
indicando un patroó n o un plan metoó dico».

El teó rmino sistemático de acuerdo con la jurisprudencia internacional y la


Comisioó n de Derecho Internacional dice «de un plan o políótica» del cual «podríóa
resultar la comisioó n repetida o continua de actos inhumanos.

El calificativo de «generalizada» califica a la conducta y no al agente; es


decir, la comisioó n generalizada de una conducta de ninguna manera implica que
todos los agentes individuales estaó n implicados en ella. El teó rmino generalizado,
seguó n las mismas dos fuentes antes citadas, indica «que los actos esteó n dirigidos
contra una multiplicidad de víóctimas. Este requisito excluye un acto inhumano
aislado cometido por un perpetrador que actuó a por su propia iniciativa y dirigido
contra una sola víóctima.
La calificacioó n de los críómenes de lesa humanidad, como actos sistemaó ticos o
reiterados, dirigidos contra una poblacioó n civil, fue sancionada tambieó n por el
Estatuto de la Corte Penal Internacional (art. 7).

1.7. Invalidez de la Amnistía y de otros obstáculos


procesales respecto de crímenes y violaciones de
los Derechos Humanos.

Las leyes de amnistíóa, cuyo objeto es dejar impune la comisioó n de críómenes de


derecho internacional y violaciones graves de los derechos humanos, han sido
expresamente declaradas, por la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
incompatibles con la Convencioó n Americana por lo que «carecen de efectos
juríódicos». Esta sentencia fue luego precisada en un aspecto central mediante una
sentencia interpretativa expedida por la misma Corte.

La Corte en su nueva sentencia decidioó , por unanimidad, «que lo resuelto en la


sentencia de fondo en el caso Barrios Altos tiene efectos generales». Los tribunales
de justicia peruanos, en cumplimiento de lo resuelto por la Corte, han procedido a
iniciar o proseguir seguó n corresponda, procesos penales contra los presuntos
perpetradores de los delitos incurridos en el caso Barrios Altos pero tambieó n
contra otros implicados en otros casos y que habíóan sido favorecidos por las leyes
de amnistíóa.

Lo resuelto por la Corte Interamericana inaugura una nueva etapa en la lucha


contra la impunidad y es coherente con la jurisprudencia y las opiniones
consultivas precedentemente emitidas por la misma Corte. La doctrina asíó
establecida es coincidente con los pronunciamientos realizados por la Comisioó n
Interamericana de Derechos Humanos, la que se habíóa pronunciado anteriormente
sobre la incompatibilidad de leyes de amnistíóa, similares a la peruana, que habíóan
sido promulgados por otros Estados parte en la Convencioó n. En el contexto de las
Naciones Unidas, tambieó n se habíóan pronunciado contra este tipo de amnistíóas el
Comiteó de Derechos Humanos, el Comiteó contra la tortura, la Asamblea General de
la Organizacioó n y, a propoó sito de Sierra Leona, el Secretario General y la Comisioó n
de Derechos Humanos.

La doctrina establecida por la Corte se basa en el principio de derecho


internacional seguó n el cual, trataó ndose de obligaciones impuestas por el derecho
internacional, eó stas «deben ser cumplidas de buena fe y no puede invocarse para
su incumplimiento el derecho interno».

Por las mismas razones que le han llevado a no aceptar como vaó lidas las
amnistíóas mencionadas, hay una tendencia en el Derecho Internacional a no
aceptar como compatibles con las obligaciones de los Estados la extincioó n
(prescripcioó n) de la accioó n penal en razoó n del tiempo transcurrido. En el caso
Barrios Altos la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaroó «que son
inadmisibles las disposiciones de amnistía, las disposiciones de prescripción y el
establecimiento de excluyentes de responsabilidad que pretendan impedir la
investigación y sanción de los responsables de las violaciones graves de los derechos
humanos». Seguó n el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, el Estado no
puede excusarse tras las normas que eó l mismo promulga para incumplir su
obligaciones internacionales de investigar, juzgar y condenar a los responsables de
violaciones graves a dicho derecho.

Es de senñ alar que respecto de los delitos comunes, no existe una norma
internacional que establezca ni un tiempo míónimo ni maó ximo para la extincioó n de
la accioó n penal, pudiendo cada Estado libremente fijar el lapso de tiempo que crea
conveniente, o determinar la imprescriptibilidad. En virtud de la soberaníóa e
igualdad entre los Estados, las leyes penales «sólo pueden tener vigencia dentro del
país [donde están vigentes], pero no pueden derogar la competencia penal de otro
Estado».

Si lo anterior es el reó gimen aplicable a los delitos comunes, puede entenderse


loó gicamente que, respecto de los delitos o críómenes internacionales —genocidio,
tortura, lesa humanidad, etc.— cuya gravedad es mayor que la de aqueó llos, no seríóa
admisible la prescripcioó n de la accioó n penal. En teó rminos del Comiteó de Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, refirieó ndose el anñ o 2000 a violaciones graves de
los derechos humanos perpetradas casi veinte anñ os antes: «deben ser perseguibles
durante todo el tiempo necesario y con toda la retroactividad necesaria para lograr
el enjuiciamiento de sus autores».

La Corte interamericana de derechos humanos, en el caso Barrios Altos, no ha


reconocido la existencia de «un derecho adquirido a la impunidad», en virtud de
leyes de amnistíóa, que podríóa ser alegado por los individuos concernidos. Los
individuos concernidos no pueden, en consecuencia, oponer al mandato de la Corte
un supuesto derecho adquirido a la impunidad, argumentado que ellos habríóan
sido, antes de la sentencia «Barrios Altos», por ejemplo, puestos en libertad y
archivado sus respectivos procesos penales en virtud de las leyes de amnistíóa
precitadas.

En este orden de ideas, el hecho que la legislacioó n nacional establezca la


prescripcioó n respecto de violaciones a los derechos humanos como las
mencionadas en el caso Barrios Altos, y que fuera materialmente aplicable a alguó n
caso, no constituye tampoco «un derecho adquirido a la impunidad», debiendo el
Estado, como exige la Corte, «investigar los hechos [...] y sancionar a los
responsables».

Debe tenerse presente, finalmente, lo afirmado por el Tribunal Constitucional


del Peruó en la demanda de inconstitucionalidad interpuesta contra las leyes de
amnistíóa precitadas. En esa oportunidad el Tribunal declaroó : «si bien dictar
amnistías es una facultad exclusiva del Congreso, con base en la Constitución, ésta
tiene que aplicarse en consonancia y coherencia con el resto del ordenamiento
constitucional, es decir, la prerrogativa de dar una amnistía no es ni puede ser
absoluta».

En el Estado de Derecho, la Constitucioó n establece normas sustanciales que


limitan el ejercicio del poder, destacando entre eó stas «los derechos fundamentales
que constituyen la expresión de la opción personalista que subordina el Estado y la
sociedad al respeto y la defensa de la persona y su dignidad». Esta subordinacioó n ha
sido establecida en el artíóculo 1ro. de la Constitucioó n, seguó n el cual: «La defensa de
la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y el
Estado».

Es necesario una interpretacioó n armoó nica de los diversos artíóculos


constitucionales que podríóan presentar un aparente conflicto —opcioó n
personalista, derecho a la justicia, obligacioó n del Estado de garantizar la plena
vigencia de los derechos humanos, potestad de otorgar amnistíóas. La armonizacioó n
de las disposiciones constitucionales determina, como afirma el Tribunal
Constitucional, que la facultad de dictar amnistíóas no es absoluto sino que tiene un
líómite infranqueable —la defensa de la persona humana, el respeto de su dignidad,
la plena vigencia de los derechos humanos. De lo contrario, se aceptaríóa que la
propia Constitucioó n permite contradecir el principio fundamental del orden
juríódico y social al admitir que graves violaciones a los derechos humanos queden
impunes. De acuerdo con esta argumentacioó n, es fundado sostener que las leyes de
amnistíóa violaron derechos y principios constitucionales del Estado, careciendo en
consecuencia de efectos juríódicos tambieó n en virtud de nuestro propio
ordenamiento constitucional.
CAPITULO III: CONCLUSIONES DE LA COMISIÓN DE LA
VERDAD Y RECONCILIACION.

La CVR concluyoó que durante las dos deó cadas del conflicto interno armado
se cometieron miles de serios abusos de derechos fundamentales por los grupos
armados de oposicioó n, principalmente Sendero Luminoso y en menor escala el
MRTA, asíó como graves violaciones de derechos humanos por agentes del Estado,
en particular las Fuerzas Armadas, que en algunos momentos y lugares del
conflicto fueron praó cticas sistemaó ticas y generalizadas y constituyeron delitos de
lesa humanidad.

Seguó n el anaó lisis de la CVR, la violencia ejercida por los grupos armados de
oposicioó n y por agentes del Estado se concentroó en los sectores de la poblacioó n
maó s desprotegidos en el Peruó : personas en comunidades indíógenas o campesinas,
en su mayoríóa quechua hablantes, con escasos recursos econoó micos y niveles de
educacioó n por debajo de la media del paíós. La CVR consideroó que la persistente
discriminacioó n racial, social y de geó nero en el Peruó contribuyoó a que el sufrimiento
de estos miles de peruanos y peruanas no fuera reconocido durante anñ os por los
sectores de la sociedad con poder econoó mico y políótico.

1. La Dimensión del Conflicto Armado.

La CVR concluyoó que el conflicto armado interno que vivioó el Peruó entre 1980 y
el 2000 constituyoó el periodo de violencia "maó s intenso, maó s extenso y prolongado
de toda la historia de la Repuó blica."

De acuerdo a sus conclusiones, este conflicto abarcoó una proporcioó n mayor del
territorio nacional que cualquier otro periodo marcado por la violencia en la
historia del paíós. La CVR recibioó reportes de muertes y «desapariciones» en todos
los departamentos, excepto en Moquegua y Madre de Dios; y uó nicamente en Tacna
y Tumbes la cifra de víóctimas reportadas es soó lo de un díógito.

El estudio de la CVR indica asimismo que el nuó mero de muertos y


«desaparecidos» durante el conflicto interno armado supera el nuó mero de peó rdidas
humanas sufridas en el Peruó en todas la guerras externas y civiles en sus casi dos
siglos de vida independiente. 23.969 casos de personas fallecidas y
«desaparecidas» durante el conflicto interno fueron reportados a la CVR.

A estos se suman ademaó s otros miles de casos de graves violaciones y abusos a


los derechos humanos documentados por la CVR, incluidos torturas y tratos cueles,
inhumanos o degradantes, violencia sexual contra la mujer, violacioó n al debido
proceso, secuestro y toma de rehenes, violaciones de derechos humanos de ninñ os y
ninñ as, y violaciones de derechos fundamentales de las poblaciones indíógenas.

Ademaó s, como consecuencia del conflicto interno armado, la CVR concluye que
aproximadamente medio milloó n de peruanos y peruanas, en su mayoríóa
provenientes de los departamentos maó s pobres y afectados por la violencia:
Ayacucho, Apuríómac, Huancavelica, Juníón, Huaó nuco, Ancash, Pasco, Cusco y Puno,
fueron desplazados forzosamente tanto por agentes del Estado como por los
grupos armados de oposicioó n. El 80% de ellos en el periodo de 1983 a 1993.
Muchas de estas personas tuvieron que refugiarse en Lima, donde debieron
ubicarse en los lugares maó s bajos de la escala social, agravaó ndose asíó su situacioó n
de pobreza.

La extensioó n de las violaciones y abusos cometidos durante el conflicto interno,


de acuerdo a la CVR, "pone de manifiesto graves limitaciones del Estado en su
capacidad de garantizar el orden puó blico y la seguridad, asíó como los derechos
fundamentales de sus ciudadanos.”.

2. Las Responsabilidades por los abusos y violaciones


a los Derechos Humanos.
2.1. Los Grupos Armados de Oposición

La CVR concluyoó que Sendero Luminoso "fue el principal perpetrador de


críómenes y violaciones a los derechos humanos"; y le atribuye responsabilidad por
casi el 54% de los muertos y personas que se encuentran en paradero desconocido.

La CVR reunioó evidencias que indican que del total de víóctimas fatales
reportadas, maó s de 11.000 casos son de personas, en su mayoríóa civiles, que
murieron a manos de integrantes de Sendero Luminoso, como parte de su
estrategia, cuando se encontraban desarmadas, en estado de indefensioó n o
rendidas. Asimismo, la CVR atribuye maó s de 1.500 casos de personas que
actualmente se encuentran en paradero desconocido a este grupo armado, lo que
eleva la cifra de víóctimas fatales atribuidas a Sendero Luminoso a maó s de 12.500.
La CVR recibioó informes de asesinatos cometidos por Sendero Luminoso en 20
departamentos, siendo la poblacioó n maó s afectada la del departamento de
Ayacucho, de donde procedíóa una de cada dos víóctimas.

Seguó n la CVR, Sendero Luminoso hizo "uso sistemaó tico y generalizado" de actos
delictivos que incluyeron la tortura (el 23% de los casos de tortura reportados a la
CVR son atribuidos a este grupo armado) y el asesinato, ademaó s del arrasamiento
de comunidades, violencia sexual contra las mujeres y atentados indiscriminados
con explosivos en ciudades.

El MRTA, de acuerdo a los datos recogidos por la CVR, fue responsable del 1.8%
del total de abusos a los derechos humanos cometidos durante el conflicto armado
interno y del 1.5% de las víóctimas fatales reportadas. (22) Ademaó s la CVR le
atribuye responsabilidad por la "praó ctica sistemaó tica del secuestro (...) [y]
críómenes (…), tales como asesinatos y toma de rehenes."

De los maó s de 500 casos reportados de violencia sexual contra mujeres y ninñ as,
la CVR responsabiliza a los grupos armados de oposicioó n por el 11%. La mayor
parte de estos casos fueron cometidos durante incursiones y enfrentamiento
armados o en las retiradas, asíó como por actos como aborto forzado, unioó n forzada
y servidumbre sexual de mujeres y ninñ as, incluidas integrantes de los grupos
armados de oposicioó n.

La CVR indica tambieó n que los grupos armados de oposicioó n fueron


responsables por el reclutamiento forzoso de ninñ os y ninñ as. Si bien en el caso del
MRTA, la CVR estima que se tratoó de una praó ctica no generalizada concentrada en
los departamentos de Ayacucho, San Martíón, Juníón y Ucayali, en el caso de Sendero
Luminoso, sin embargo, considera que el reclutamiento forzoso fue una praó ctica
dirigida contra menores que fueron aprehendidos y desde muy temprana edad
forzados a participar en actos beó licos. La CVR concluye ademaó s que Sendero
Luminoso cometioó actos indiscriminados contra ninñ os y ninñ as que atentaban
contra el derecho internacional humanitario, como atentados contra la vida y la
integridad corporal, tratos crueles y tortura, y violacioó n y abusos sexuales contra
menores.

Los grupos armados de oposicioó n contribuyeron ademaó s, seguó n la CVR, al clima


de terror que causoó el desplazamiento forzoso de poblaciones. En particular en el
caso de Sendero Luminoso, en relacioó n al pueblo Ashaó ninka en el departamento de
Juníón y otras comunidades campesinas e indíógenas en la subregioó n denominada
«Oreja de Perro», en el departamento de Ayacucho, se le responsabiliza del
"traslado forzoso de personas" al haber obligado a la poblacioó n a desplazarse con
el uó nico fin de contar con una masa cautiva que trabajara para satisfacer las
necesidades logíósticas de sus columnas armadas.

La CVR ha documentado asimismo casos de asesinatos de personas por su


identidad de geó nero y orientacioó n sexual perpetrados por el MRTA, con el fin de
"legitimarse ante la poblacioó n, estimulando prejuicios sociales contra la
homosexualidad; y (…) crear un sentimiento de zozobra entre las personas
pertenecientes a minoríóas sexuales".(27) La CVR recibioó 8 casos de asesinatos de
travestíós y homosexuales por integrantes del MRTA en Tarapoto, departamento de
San Martíón, en 1989, y críómenes similares en el departamento de Ucayali entre
mayo y julio de 1990, asíó como denuncias de amenazas telefoó nicas contra los
dirigentes del Movimiento Homosexual de Lima, en 1992.

2.2. Los Agentes del Estado.

De acuerdo a los casos presentados a la CVR, los agentes del Estado, Comiteó s de
Autodefensa y paramilitares son responsables de maó s del 37% de los muertos y
«desaparecidos», habiendo sido la mayoríóa de estas violaciones, casi un 29%,
aparentemente perpetradas por las Fuerzas Armadas, seguidas de las Fuerzas
Policiales que, seguó n los testimonios recogidos por la CVR, son responsables de
casi el 7% de los muertos y «desaparecidos».

En relacioó n a la actuacioó n de las Fuerzas Armadas durante el conflicto armado


interno, la CVR confirma que "en ciertos lugares y momentos del conflicto (…) [su]
actuacioó n (…) no soó lo involucroó algunos excesos individuales de oficiales, o
personal de tropa, sino tambieó n praó cticas generalizadas y/o sistemaó ticas de
violaciones a los derechos humanos, que constituyen críómenes de lesa humanidad".

En el caso de la Policíóa, el anaó lisis de la CVR indica que "la tortura ejercida por
las Fuerzas Policiales fue una praó ctica sistemaó tica, generalizada y extendida (…) [al
igual que] las detenciones indebidas [bajo cargos de delitos de «terrorismo»]".(33)
Los policíóas, afirma la CVR, "recurrieron a la tortura como una de sus formas de
accioó n maó s eficaces para la obtencioó n de informacioó n y pruebas [en casos de
delitos de «terrorismo»], tanto para obtener confesiones autoinculpatorias, como
datos o informacioó n general o sindicacioó n de responsables."

El Informe Final refleja que el 61% de las personas que murieron a manos de
agentes del Estado durante el conflicto interno armado, fueron víóctima de
desaparicioó n forzada.(35) La CVR recibioó casi 4.500 casos de desapariciones
forzadas a manos de agentes estatales en al menos 18 departamentos del paíós. En
el 65% de estos casos auó n se desconoce el paradero de las víóctimas.

Seguó n la CVR, la praó ctica de la desaparicioó n forzada tuvo un caraó cter masivo e
indiscriminado en los departamentos de Ayacucho, Huancavelica y Apuríómac, entre
1983 y 1984, durante el gobierno del Presidente Belauó nde Terry. A partir de esos
anñ os dicha praó ctica se extendioó a otros departamentos, siendo en 1989, durante el
mandato de Alan Garcíóa Peó rez, cuando se registroó el mayor nuó mero de distritos
donde se denunciaron casos de «desapariciones».

La CVR atribuye ademaó s responsabilidad a los agentes del Estado por maó s de
7.300 ejecuciones extrajudiciales, de las cuales en maó s de 4.400 casos se conoce el
paradero de las víóctimas. En el resto de los casos, sin embargo, si bien la Comisioó n
concluyoó que la mayoríóa de estas personas habríóan sido ejecutadas por agentes del
Estado, auó n no se han podido ubicar o recuperar los restos de las víóctimas.(38) En
total, por tanto, el nuó mero de personas «desaparecidas» a manos de agentes del
Estado ascenderíóa a maó s de 7.000.

La mayoríóa de los casos de ejecuciones extrajudiciales por agentes del Estado,


seguó n la CVR, se produjeron entre 1983 y 1985 (45% de los casos) durante el
gobierno del Presidente Belauó nde Terry, en el departamento de Ayacucho,
principalmente en las provincias de La Mar y Huanta, y entre 1989 y 1992 (23% de
los casos), durante los uó ltimos anñ os del gobierno de Alan Garcíóa y los primeros del
primer mandato de Alberto Fujimori, en particular en los departamentos de Juníón,
Huaó nuco, Huancavelica y San Martíón.

La CVR recibioó asimismo informes de 122 masacres perpetradas por agentes


del Estado en los departamentos de Ayacucho, Huancavelica, Juníón, Cusco, San
Martíón y Lima, bajo los diferentes gobiernos en el poder durante las dos deó cadas
del conflicto interno armado.

Fueron registrados tambieó n por la CVR maó s de 6.400 casos de tortura y otros
tratos crueles, inhumanos o degradantes a manos de agentes del Estado en 22
departamentos del paíós, que se suman a los miles de casos de personas
«desaparecidas» o ejecutadas extrajudicialmente, la mayoríóa de las cuales
seguramente habríóan sido tambieó n objeto de torturas. Seguó n la CVR, el 75% de los
casos de tortura analizados fueron perpetrados por agentes del Estado, maó s de la
mitad por las Fuerzas Armadas y el 36% por las Fuerzas Policiales, o por personas
que actuaron bajo su autorizacioó n o aquiescencia, incluidos Comiteó s de
Autodefensa y grupos paramilitares.(42) La mayor parte se cometieron en los
departamentos de Ayacucho (32%), Apuríómac (14%) y Huaó nuco (10%).

El objetivo de la tortura que perpetraron agentes del Estado, de acuerdo al


anaó lisis de la CVR, era obtener informacioó n o una confesioó n por parte del detenido
o que el detenido inculpara a terceros, asíó como castigar o intimidar tanto a
individuos como a comunidades para evitar su colaboracioó n con los grupos
armados de oposicioó n o forzarles a combatirlos. La CVR concluye que la tortura y
otros tratos crueles inhumanos o degradantes se produjeron de manera
sistemaó tica en bases y cuarteles militares, centros de reclusioó n transitorios y
comisaríóas, al igual que en direcciones y jefaturas contra el «terrorismo». Entre los
meó todos de tortura empleados, la CVR presta especial atencioó n a los casos de
violencia sexual contra mujeres y ninñ as, siendo la mayoríóa de ellos (83%)
atribuidos a agentes del Estado, en especial a las Fuerzas Armadas.

La CVR concluyoó asimismo que el reclutamiento de ninñ os y ninñ as de entre 15 y


17 anñ os fue una praó ctica sistemaó tica y generalizada por parte de las Fuerzas
Armadas durante este períóodo.

2.3. Las Autoridades Políticas y Judiciales.

La CVR atribuye a las autoridades políóticas del Estado peruano que asumieron
el gobierno del paíós durante estos anñ os, grave responsabilidad. Autoridades que,
de acuerdo a la CVR, "abdicaron sus facultades en las Fuerzas (…) Armadas] en
todo lo relativo a la lucha contra-subversiva" e "incurrieron en la maó s grave
responsabilidad al desatender las denuncias de violaciones de derechos humanos
o, en muchos casos, (…) garantizar la impunidad para los responsables."

Ademaó s, durante estas dos deó cadas, periodo en el que los partidos en el
gobierno contaron con mayoríóa de votos en el Congreso, a traveó s de estas mayoríóas,
las autoridades gubernamentales inhibieron o debilitaron la capacidad del
Congreso de fiscalizar y formular alternativas a la militarizacioó n del conflicto,
especialmente a partir del golpe de 1992, cuando el Congreso, en general, avaloó y
promovioó el encubrimiento y la impunidad. El Informe Final concluye que el
reó gimen de Alberto Fujimori legalizoó la impunidad a las violaciones de derechos
humanos atribuidas a agentes del Estado, logrando que se aprobasen por mayoríóa
dos leyes de amnistíóa que vulneraban disposiciones constitucionales y tratados
internacionales ratificados por el Peruó .

La CVR considera ademaó s que no soó lo se produjo la abdicacioó n de la autoridad


civil a las Fuerzas Armadas, sino tambieó n la de la administracioó n de justicia. De
acuerdo a la CVR, el sistema judicial no cumplioó adecuadamente con su misioó n ni
para la condena dentro de la ley de las acciones de los grupos subversivos, ni para
la cautela de los derechos de las personas detenidas, ni para poner coto a la
impunidad con que actuaban los agentes del Estado. Durante estas dos deó cadas, el
poder judicial se ganoó la imagen de una «coladera» que liberaba a culpables y
condenaba a inocentes, sus agentes incumplieron el rol de garante de los derechos
de los detenidos, coadyuvando a la comisioó n de graves violaciones a los derechos a
la vida y la integridad fíósica; y se abstuvieron de llevar a la justicia a miembros de
las Fuerzas Armadas acusados de graves violaciones de derechos humanos.

En los casos de violaciones de derechos humanos presuntamente cometidas


por miembros de las Fuerzas Armadas, el anaó lisis de la CVR refleja como la justicia
militar inicioó juicios contra los acusados, quienes ya estaban siendo procesados en
el fuero civil, creaó ndose asíó contiendas de competencia entre la justicia militar y la
civil. La CVR concluye que "la justicia militar, sistemaó ticamente favorecida por
fallos de la Corte Suprema en las contiendas de competencia que surgieron, no se
utilizoó para que la institucioó n castigara a los culpables, sino como un instrumento
para proteger a los perpetradores."

La CVR asimismo deja constancia de la deficiente legislacioó n que aplicoó el


sistema judicial en el juzgamiento de personas acusadas de delitos de «terrorismo»
durante estos anñ os; y del impacto que tal legislacioó n tuvo en la violacioó n del
derecho de los detenidos a un juicio justo. La legislacioó n «antiterrorista» de 1992,
por ejemplo, establecíóa ademaó s un marco legal que posibilitaba el acusar y
condenar injustamente a personas. Entre otros factores, el uso de una definicioó n
imprecisa de delitos de «terrorismo» proporcionaba un marco en el que las
personas podíóan ser declaradas culpables de un delito sin que existieran pruebas
claras de que lo habíóan cometido.

Otro de los elementos de esta legislacioó n que contribuyeron a la detencioó n y el


encarcelamiento de personas acusadas injustamente de ser integrantes de los
grupos armados de oposicioó n fue la introduccioó n de una ley conocida como Ley de
Arrepentimiento, que estuvo en vigor entre mayo de 1992 y noviembre de 1994. La
Ley de Arrepentimiento establecíóa beneficios, incluida una reduccioó n de la pena,
para los miembros de los grupos armados de oposicioó n que renunciaran a la
violencia, se distanciaran de dichos grupos y facilitaran informacioó n que condujera
a la captura de otros miembros. La ley abrioó asíó el camino para que algunas
personas prestaran falso testimonio contra otras con el fin de reducir su propia
condena. Si bien el Reglamento de la Ley de Arrepentimiento, que entroó en vigor en
mayo de 1993, establecíóa que la policíóa "tiene como responsabilidad efectuar la
verificacioó n de la informacioó n proporcionada por el solicitante", la policíóa
incumplíóa con frecuencia este reglamento, por lo que la ley abrioó la puerta a
detenciones no respaldadas por pruebas de culpabilidad, sino los testimonios de
integrantes de grupos armados de oposicioó n que se acogieron a esta ley.

Ademaó s, entre 1992 y 1995, dependiendo de la complejidad del caso, un


detenido podíóa permanecer en reó gimen de incomunicacioó n «total» hasta 10 díóas
durante la investigacioó n preliminar, sin necesidad de autorizacioó n judicial.
Asimismo, los detenidos podíóan permanecer privados de libertad sin cargos hasta
15 díóas, y 15 díóas maó s si el delito de «terrorismo» del que se les acusaba era
«traicioó n a la patria». Durante esa detencioó n prolongada, los presos eran con
frecuencia torturados y maltratados para obligarles a autoinculparse.

Por otro lado, los juicios que se realizaron contra personas acusadas de delitos
de «terrorismo» no cumplíóan los estaó ndares internacionales que garantizan un
juicio justo. Asíó, en los casos en los que el delito imputado era el delito de
«terrorismo» de «traicioó n a la patria», los civiles eran juzgados por tribunales
militares que no cumplen con principios de independiente ni imparciales. Ademaó s,
entre 1992 y 1997 todos los delitos de «terrorismo» fueron juzgados ante los
llamados «jueces sin rostro», que estaban detraó s de una pantalla polarizada y
hablaban a traveó s de un microó fono que distorsionaba la voz para mantener su
identidad en secreto. En muchas ocasiones, el acusado no podíóa oíór lo que se le
preguntaba, y los juicios duraban tan soó lo unos minutos, sin que hubiera apenas
tiempo para presentar una defensa.

La legislacioó n "antiterrorista" de 1992 establecíóa tambieó n que no se podíóa citar


como testigos e interrogar durante el juicio a los policíóas y militares que habíóan
participado en la detencioó n y el interrogatorio de sospechosos de delitos de
«terrorismo». Ademaó s, hasta noviembre de 1993 a los abogados se les prohibioó
defender simultaó neamente a maó s de un cliente acusado de delitos de «terrorismo».
Asimismo, como la CVR constata, durante los anñ os del conflicto interno armado
fue generalizada la praó ctica de declarar improcedentes los recursos de Habeas
Corpus; situacioó n que, de acuerdo a la CVR, contribuyoó a que las detenciones
arbitrarias culminasen en torturas, ejecuciones arbitrarias y desapariciones
forzadas.

La CVR estima que de las varias decenas de miles de personas que estuvieron
bajo detencioó n prejudicial bajo sospecha de haber cometido actos de «terrorismo»,
muchas de las cuales fueron ademaó s objeto de torturas y tratos crueles, inhumanos
o degradantes, una gran parte eran personas inocentes, detenidas injustamente por
delitos de «terrorismo». Asíó, de las casi 34.000 detenciones prejudiciales
registradas por la CVR entre 1983 y 2000, casi la mitad de los detenidos tuvieron
que ser liberados por falta de evidencias antes de ser puestos a disposicioó n del
juez.

Asimismo, seguó n la CVR, de los miles de acusados del mismo delito que pasaron
por la caó rcel por orden judicial desde que entroó en vigor la legislacioó n «anti-
terrorista» de 1992, casi 1.400 fueron identificados como personas condenadas
injustamente de delitos de «terrorismo», conocidos en el Peruó como «presos
inocentes», y absueltos por las cortes o liberados a traveó s de indulto presidencial o
derecho de gracia, entre 1996 y el 2000, despueó s de que el Gobierno de Alberto
Fujimori reconociera puó blicamente que se habíóan cometido errores y que habíóa
cientos de casos de personas condenadas injustamente por delitos de «terrorismo»
encarceladas en prisiones peruanas.

La CVR ha constatado que el resultado de la aplicacioó n estricta y acríótica de la


legislacioó n «antiterrorista» de 1992 permitioó que no se garantizara la
imparcialidad ni la exactitud de los juicios. "Cientos de personas inocentes tuvieron
que sufrir largas condenas (…) y la violacioó n de las garantíóas de debido proceso
arrojoó una severa sombra de duda sobre los procesos realizados".

La CVR tambieó n confirma que los sentenciados por delitos de «terrorismo»


sufrieron condiciones carcelarias que constituíóan tratos crueles, inhumanos o
degradantes y que no conducíóan en absoluto a su rehabilitacioó n. Estas condiciones
de detencioó n dieron lugar a motines y masacres en junio de 1986 en los penales de
Lurigancho, Santa Baó rbara y El Frontoó n, en Lima, donde murieron maó s de 150
presos; asíó como en 1992, en el penal de Castro Castro, Lima, donde resultaron
muertos al menos 39 reclusos.

3. Las Víctimas
3.1. Exclusión Social y discriminación racial

La CVR establecioó que el impacto de la violencia afectoó de forma desigual en


distintos espacios geograó ficos y diferentes estratos de la poblacioó n. La CVR
concluyoó que "existe una evidente relacioó n entre exclusioó n social e intensidad de la
violencia." Un 40% de los casos presentados a la CVR son víóctimas consignadas en
Ayacucho, uno de los departamentos maó s pobres del Peruó . Estos casos, sumados a
los casos de Juníón, Huaó nuco, Huancavelica, Apuríómac y San Martíón representan el
85% del total de los casos que la CVR recibioó , siendo Huancavelica, Ayacucho,
Apuríómac y Huaó nuco cuatro de los cinco departamentos maó s pobres del Peruó
donde actualmente soó lo se concentra el 9% del ingreso de todas las familias
peruanas. En contraste, menos del 10% de las personas que murieron o
«desaparecieron» se ubican entre los sectores con maó s recursos econoó micos del
paíós.

Asimismo, el Informe Final refleja como la mayoríóa de las víóctimas, tanto


hombres como mujeres, pertenecíóan a sectores rurales (79%) y campesinos (56%),
aquellos maó s excluidos socialmente y con menos recursos econoó micos. La
proporcioó n de personas muertas y «desaparecidas» que trabajaban en actividades
agropecuarias y vivíóan en zonas rurales, reportadas a la CVR, estaó muy por encima
de la proporcioó n de personas que vivíóan en esas zonas (29%) y trabajaban en
actividades agropecuarias (28%), de acuerdo al censo electoral de 1993.

La CVR tambieó n concluye que un porcentaje muy alto de los muertos y


«desaparecidos», maó s del 75%, teníóa el quechua u otras lenguas nativas como
lengua materna en un paíós donde, de acuerdo al censo de 1993, soó lo una quinta
parte de la poblacioó n hablaba estas lenguas.

De acuerdo al anaó lisis de la CVR, los pueblos indíógenas, principalmente el


Ashaó ninka, fueron muy golpeados por el conflicto armado interno, situacioó n que al
parecer ha exacerbado la exclusioó n y marginacioó n que han sufrido durante siglos.
Si bien no existen datos precisos, la CVR calcula que de 55.000 Ashaó ninkas, cerca
de 10.000 fueron desplazados forzosamente en los valles del Ene, Tambo y Pereneó ,
en la selva amazoó nica peruana, 6.000 fallecieron y cerca de 5.000 estuvieron
cautivos por Sendero Luminoso. Se estima ademaó s, que durante los anñ os del
conflicto interno desaparecieron entre 30 y 40 comunidades Ashaó ninka.

La brecha cultural y eó tnica entre la sociedad afectada por la violencia y el resto


del paíós se refuerza ademaó s con la distancia educativa existente entre las víóctimas y
el conjunto de la poblacioó n. Asíó, la CVR concluye que las personas muertas y
«desaparecidas» reportadas teníóan niveles educativos largamente inferiores a los
del conjunto del paíós (68% de las víóctimas teníóan un nivel educativo inferior a la
educacioó n secundaria en un paíós donde soó lo un 40% se encontraba por debajo de
ese nivel educativo).

Igualmente, en el caso de los desplazamientos internos, aproximadamente el


70% eran personas que hablaban lenguas nativas, pertenecientes a comunidades
campesinas e indíógenas. El desplazamiento no soó lo exacerboó la marginacioó n,
prejuicios y extrema pobreza que padecíóan, sino que, ademaó s, debido a su escasa
preparacioó n, tuvieron que incorporarse al sector informal de la economíóa, siendo
objeto de discriminacioó n eó tnica y cultural.

Del mismo modo, de los casos de víóctimas de tortura y tratos crueles,


inhumanos o degradantes, investigados por la CVR, la mayoríóa eran campesinos
indíógenas de entre 20 y 39 anñ os, quechua hablantes y con un nivel de instruccioó n
primaria.

En palabras de la CVR, teniendo en cuenta el perfil socioeconoó mico de la


inmensa mayoríóa de las víóctimas "no resulta extranñ o que este Peruó rural, andino,
selvaó tico quechua y Ashaó ninka, campesino, pobre y poco educado, se haya
desangrado durante anñ os sin que el resto del paíós sienta y asuma como propia la
real dimensioó n de la tragedia que se vivíóa en ese «pueblo ajeno dentro del Peruó »."
La CVR considera que "la violencia y sus víóctimas adquirieron cada vez maó s
importancia para la opinioó n puó blica y los medios de comunicacioó n] conforme el
conflicto atacaba a centros donde se ubica el poder econoó mico y políótico del paíós."
A su juicio, "esto delata el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes
en la sociedad peruana." La CVR considera que "debido al racismo y la
subestimacioó n como ciudadanos de aquellas personas de origen indíógena, rural,
pobre, la muerte de miles de quechua hablantes fue inadvertida en la opinioó n
puó blica nacional". Su ausencia y el clamor de sus familiares no fueron suficientes
para crear una presioó n social activa de condena de tales actos, y "muchas veces, las
diferencias eó tnicas y raciales (…) fueron invocadas por los perpetradores [tanto
por agentes estatales como por los grupos armados de oposicioó n] para justificar
acciones cometidas contra sus víóctimas."

3.2. Discriminación de Género

La violencia durante el conflicto interno peruano, de acuerdo a la CVR, afectoó de


forma desigual a hombres y mujeres. Los testimonios recogidos confirman que
fueron los hombres quienes conforman el grueso de las víóctimas fatales del
conflicto (80%), la mayoríóa de entre 20 y 49 anñ os (maó s del 55%). Las mujeres de
todas las edades, sin embargo, representan menos del 20%. Maó s del 75% de las
víóctimas del conflicto eran varones mayores de 15 anñ os con esposa o conviviente. A
juicio de la CVR, esto indica que la mayoríóa de las víóctimas pertenecíóan al grupo de
la poblacioó n con mayor cantidad de hijos dependientes y sobre el cual reposan las
principales responsabilidades econoó micas y políóticas de sus respectivas
localidades.

Seguó n la CVR, la mayoríóa de las muertes de mujeres (60%) se dieron en


situaciones de violencia indiscriminada como masacres o "arrasamiento de
comunidades". Por otro lado, en el caso de los hombres, la mayoríóa de los
asesinatos y ejecuciones extrajudiciales contra este sector de la poblacioó n se
produjeron en operativos o acciones contra grupos de menos de cinco personas, es
decir se tratoó de casos donde se usoó la violencia de forma selectiva contra este
grupo.

El perfil de las víóctimas estaríóa vinculado con los objetivos y estrategias de los
principales actores. Asíó, en la estrategia de Sendero Luminoso de conquistar el
poder mediante la lucha armada, la CVR concluye que el grupo armado de
oposicioó n buscoó atacar deliberadamente a quienes seguó n su ideologíóa
representaban al Estado es decir, personas con responsabilidades relativamente
importantes o que desempenñ aban un cierto liderazgo social o políótico en sus
comunidades, las cuales, por lo general, eran mayoritariamente varones.
Aproximadamente 21% de las víóctimas fatales de Sendero Luminoso reportadas a
la CVR eran autoridades locales y dirigentes sociales. Esto, a juicio de la CVR
constituyoó un duro golpe a la capacidad de intermediacioó n políótica de las zonas
afectadas por el conflicto, habiendo sido eliminada intencionalmente por Sendero
Luminoso toda una generacioó n de dirigentes políóticos locales.

Asimismo, los agentes del Estado seleccionaban a sus víóctimas de acuerdo al


perfil general de quienes podíóan ser maó s propensos a integrarse a los grupos
armados de oposicioó n. El mayor nuó mero de víóctimas que fallecieron o
«desaparecieron» a manos de las Fuerzas del Orden, seguó n la CVR, eran varones
menores de 30 anñ os y una gran proporcioó n con educacioó n secundaria, en
comparacioó n con las víóctimas de los grupos armados de oposicioó n. De las maó s de
1.000 personas detenidas por delitos de «terrorismo» que la CVR entrevistoó , la
mitad teníóan entre 20 y 29 anñ os en el momento de la detencioó n y cerca del 45%
tienen un nivel de instruccioó n superior. La CVR concluye que "una estrategia de
seleccioó n de blancos de represioó n basada en categoríóas tan generales (grupo de
edad y nivel educativo), aplicada en forma masiva y sistemaó tica, conduce
inevitablemente a graves violaciones de los derechos humanos."

Sin embargo, si bien el mayor nuó mero de víóctimas de violaciones de derechos


humanos fueron varones, de acuerdo a la CVR, el conflicto tuvo tambieó n efectos
importantes sobre las mujeres. La CVR considera que el conflicto interno peruano
acentuoó y profundizoó un sistema de geó nero caracterizado por la desigualdad, la
jerarquíóa y la discriminacioó n. Las mujeres se encontraban entre dos fuegos. Eran
demandadas tanto por los grupos armados de oposicioó n como por las Fuerzas del
Orden para cocinarles, atender enfermos y dar alojamiento, y amenazadas por
ambos. No teníóan opciones y debíóan obedecer pues su vida y la de sus familiares
estaban en peligro. La mujer no era escuchada, sus razones no consideradas ni por
unos ni por otros. "Esta situacioó n de invisibilizacioó n y marginacioó n de las mujeres,
si bien existioó previamente, se veíóa agravada por el conflicto interno. Las mujeres
cuyas voces no han sido usualmente consideradas relevantes ni autorizadas fueron
en este contexto nuevamente silenciadas."
De acuerdo a la CVR, las mujeres fueron golpeadas fuertemente durante el
conflicto interno por razoó n de su geó nero, habiendo sufrido violacioó n sexual, como
arma de guerra para disminuirlas y someterlas a partir del uso de su cuerpo.
Ademaó s sufrieron de otras formas de tortura, incluida tortura psicoloó gica como
medio para obtener informacioó n sobre sus familiares, y reclutamiento forzado para
el trabajo y uniones forzadas.

La CVR consideroó que la violacioó n sexual fue una praó ctica comuó n y bastante
utilizada, principalmente por las Fuerzas Armadas, que se cometioó casi
exclusivamente contra mujeres. De los maó s de 500 casos de violencia sexual
recibidos por la CVR, en soó lo 11 de estos casos la víóctima fue un hombre. Muchas
de estas mujeres han denunciado problemas de salud mental y fíósica, incluida salud
reproductiva, como consecuencia de los actos de violencia sexual sufridos.

En la mayoríóa de los casos de violencia sexual contra mujeres y ninñ as, seguó n la
CVR, no se denunciaron los hechos por verguü enza o temor a intimidacioó n de los
agresores y en los casos en los que síó se realizaron denuncias, la CVR considera que
"la indiferencia o poca o nula respuesta eran habituales no soó lo por temor a
represalias por parte de los (…) [perpetradores] sino tambieó n porque se restaba
importancia al asunto y se le ubicaba en el aó mbito privado."

Ademaó s, "en su rol de madres o esposas (…) [las mujeres] fueron quienes en
mayor medida afrontaron las consecuencias de la desaparicioó n forzada [y muerte
de seres queridos] sobre las familias, hacieó ndose cargo del sustento del hogar y de
la buó squeda de sus familiares." Muchas de ellas teniendo que padecer continuos
malos tratos, vejaciones y amenazas a lo largo del difíócil y doloroso proceso de
buó squeda del ser querido, asíó como distintas formas de violencia sexual, como
castigo o represalia por denunciar casos de violaciones de derechos humanos de
sus familiares. Una cuarta parte de los testimonios de mujeres recogidos por la CVR
fueron de familiares directos de «desaparecidos».

En ellas se vengaban asimismo los odios y rencores. Asíó, senñ ala la CVR, las
mujeres no soó lo fueron víóctimas de abusos por parte de los distintos actores del
conflicto, sino que tambieó n fueron objeto de violaciones de derechos humanos por
ser madres, hermanas o hijas de presuntos «terroristas» o por ser pareja de
miembros de las Fuerzas del Orden, y, en ocasiones, en el clima de violencia se
emplearon justificaciones ideoloó gicas para castigar a las mujeres por no cumplir su
rol sumiso.

La mayoríóa de estas mujeres eran quechua hablantes de la sierra sur del paíós,
joó venes, campesinas, con escasos niveles educativos, es decir, parte de los grupos
social y políóticamente maó s marginados. En su caso a la discriminacioó n racial se une
la discriminacioó n de geó nero.
Un ejemplo claro de esta doble discriminacioó n son los miles de casos de
mujeres de origen indíógena o campesino, en situacioó n de pobreza o extrema
pobreza, que habríóan sido sometidas a esterilizaciones no consentidas o forzadas
entre 1996 y el 2000. Aunque la CVR no analizoó en su Informe Final estas graves
violaciones a los derechos de las mujeres, estos casos reflejan tambieó n como la
discriminacioó n social y de geó nero limita el derecho de miles de mujeres a vivir sin
violencia en el Peruó . Estas esterilizaciones forzadas se produjeron en el contexto
del Programa de Planificacioó n Familiar implementado durante los uó ltimos cinco
anñ os del uó ltimo mandato del ex Presidente Alberto Fujimori, como parte de su
políótica de control demograó fico que estuvo orientada especíóficamente a mujeres
indíógenas o campesinas que formaban parte de los sectores maó s pobres.

El Programa de Planificacioó n Familiar establecíóa que se debíóa informar a los


pacientes sobre todos los meó todos de planificacioó n familiar disponibles y permitir
que tomaran una decisioó n libre sobre el meó todo de su preferencia. Sin embargo, al
mismo tiempo, el Programa imponíóa a los proveedores del servicio metas
numeó ricas de esterilizaciones y cuotas de captacioó n de clientes que escogieran ser
esterilizadas en lugar de otros meó todos de planificacioó n familiar. Con esta
imposicioó n los proveedores entraban en contradiccioó n con el principio de permitir
la libre eleccioó n de los usuarios.

Seguó n la informacioó n recibida por Amnistíóa Internacional, con frecuencia las


mujeres recibíóan informacioó n sesgada o eran presionadas a esterilizarse. Maó s de
200.000 mujeres pobres provenientes de comunidades indíógenas o zonas rurales
andinas y de la amazoníóa peruana habríóan sido esterilizadas sin el debido
consentimiento. Muchas de ellas y sus familias fueron amenazadas con multas y
prisioó n o con el retiro del apoyo alimentario del Estado si no se sometíóan a
operaciones quiruó rgicas de esterilizacioó n. Asimismo, muchas de estas mujeres no
habríóan recibido el cuidado postoperatorio necesario y sufrieron como
consecuencia problemas de salud y algunas perdieron la vida.

A juicio de Amnistíóa Internacional la praó ctica de la esterilizacioó n forzada en el


Peruó , entre 1996 y el 2000, habríóa constituido una violacioó n a los derechos
reproductivos de miles de mujeres peruanas campesinas e indíógenas de escasos
recursos econoó micos. Derechos estipulados en el Programa de Accioó n de la
Conferencia Internacional sobre la Poblacioó n y el Desarrollo de El Cairo, que se
basan en el reconocimiento del derecho baó sico de todas las parejas e individuos a
decidir libre y responsablemente el nuó mero de hijos, el momento de tenerlos y el
intervalo entre los nacimientos, y a disponer de la informacioó n y los medios para
ello; asíó como del derecho a alcanzar el nivel maó s elevado posible de salud sexual y
reproductiva. Estos derechos incluyen asimismo el derecho de las parejas y los
individuos a tomar decisiones relativas a la reproduccioó n sin sufrir discriminacioó n,
coaccioó n ni violencia.
En 1999 se presentoó a la Comisioó n Interamericana de Derechos Humanos el
caso de una mujer peruana que fallecioó tras haber sido objeto de una esterilizacioó n
forzada en 1998. En el 2000, despueó s de que la Comisioó n declararaó admisible el
caso, el Estado peruano aceptoó haber violado varios derechos consagrados tanto en
la Convencioó n Americana de Derechos Humanos y la Convencioó n Interamericana
para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer («Convencioó n de
Beleó m do Paraó »), de las cuales Peruó es Estado parte. El Estado aceptoó que se
violaron el derecho a la vida, el derecho a la integridad fíósica, el derecho a la
igualdad de proteccioó n ante la ley sin discriminacioó n, asíó como la obligacioó n del
Estado de abstenerse de cualquier accioó n o praó ctica de violencia contra la mujer.

Por otro lado, como nota la CVR, el conflicto interno armado peruano tambieó n
transformoó el papel social en el que tradicionalmente se relegaba a las mujeres.
Ellas participaron en el conflicto principalmente del lado de los grupos armados de
oposicioó n y su rol no se limitoó al rol femenino tradicional de mediadoras por la paz
y cuidadoras, sino que tambieó n participaron en enfrentamientos armados y
perpetraron abusos a los derechos humanos. La CVR cita informacioó n bibliograó fica
que indica que el 40% de la militancia en Sendero Luminoso era femenina y maó s
del 50% de su Comiteó Central eran mujeres, la mayoríóa de ellas con un nivel
educativo superior al de los varones, lo cual contrasta con sus escasos ingresos y
ocupacioó n laboral. Seguó n algunos estudios citados por la CVR, Sendero Luminoso
capitalizoó no soó lo en los odios y frustraciones derivados de la discriminacioó n social
y racial existente en el Peruó , sino tambieó n de geó nero, es decir en las frustraciones
de mujeres que a pesar de sus calificaciones acadeó micas teníóan problemas para
integrarse al mercado laboral.

Ademaó s, de su rol de madres y esposas las mujeres debieron pasar a luchar y


enfrentarse con el poder institucional, organizaó ndose para combatir la violencia y
buscar a sus familiares «desaparecidos», asumiendo, al mismo tiempo, toda la
responsabilidad por sus familias. Las mujeres fueron las testigos, las que enfrentan
el desarrollo de la violencia y el conflicto, y quienes se movilizaron para denunciar
y pedir justicia. No por casualidad la mayoríóa de los testimonios dados a la CVR
fueron de mujeres.

Las mujeres asimismo se vieron "obligadas a migrar o a desplazarse, (…)


[teniendo] que hacerse cargo solas de grupos familiares desestructurados, (…) [y]
enfrentar sin recursos econoó micos, en condiciones de desarraigo cultural y
estigmatizacioó n social, la sobrevivencia de la familia".

Se constituye asíó, seguó n la CVR, un grupo de mujeres que se convierten en


actoras sociales y políóticas importantes, a traveó s de organizaciones de familiares de
«desaparecidos» y de organizaciones de mujeres como los "comedores" y el
programa del vaso de leche que surgieron para dar respuesta a la crisis econoó mica
y a la creciente pauperizacioó n de los sectores populares urbanos.
CONCLUSIONES
- La Reconciliacioó n no se reduce simplemente al acuerdo entre los actores
directos de la violencia.

- la Reconciliacioó n no equivale a olvido, amnesia o amnistíóa (“borroó n y cuenta


nueva”). Ella se funda en el imperio de la justicia y no en la impunidad.

- La CVR considera que el Estado tiene el deber de investigar y sancionar los


graves críómenes y violaciones a los derechos humanos resenñ adas a lo largo
de todo su informe.

- Constituye un deber políótico y moral el conocimiento de dicha etapa de


nuestra historia para conocer la verdad de la misma.

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