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Este proceso investigativo permitió reconocer que para el campo disciplinar del
Trabajo Social, los mencionados conceptos se convierten en una apuesta que
transversaliza la intervención social. Asimismo, el trabajo de campo posibilitó
construir un diálogo reflexivo con estudiantes, docentes, egresados e investigadores
del tema, lo que además posibilitó reconocer la interculturalidad como una categoría
de análisis en micro espacios; como una perspectiva desde la cual es posible
reconocer confluencias, flujos, tramas y tensiones de una sociedad fluida, y
globalizada, en la que cada vez las fronteras son más borrosas, pero también más
excluyentes y asimétricas. También suscitó reflexiones resignificadas como
dimensiones desde las que es posible dotar de sentido el ejercicio de ciudadanía en
un escenario intercultural y develar mapas de conexiones y desencuentros que
sitúan desafíos fundamentales en los procesos de formativos en Trabajo Social.
DESARROLLO
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migrantes a los servicios y a la participación comunitaria en igualdad de condiciones
que el resto de ciudadanos/as. Esto implica, por un lado, fomentar la autonomía
social de los recién llegados en su relación con los profesionales de los servicios y
con la sociedad en general. Implica, también, potenciar al máximo la sensibilización
y el conocimiento de las diferencias culturales por parte de los profesionales,
agentes sociales y comunidad autóctona.
La educación intercultural
Surge como modelo de intervención social en la década de los ’80, dentro del
paradigma multicultural, que valoriza la diferencia en lugar de estigmatizarla. Este
tipo de educación está “basada en el intercambio, la interacción, la solidaridad y la
reciprocidad entre los niños de culturas distintas” (Puig i Moreno, 1991:16). Los
principios que fundamentan esta modalidad de intervención pueden resumirse en
los siguientes:
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intervención de terceras partes en y sobre situaciones sociales de multiculturalidad
significativa orientada hacia la consecución del reconocimiento del otro y el
acercamiento de las partes, la comunicación efectiva y la comprensión mutua, la
regulación de conflictos y la adecuación institucional entre actores sociales e
institucionales etnoculturalmente diferenciados” (Giménez, 1997).
El papel del mediador es importante, y no porque sea una parte imparcial y neutra
en el conflicto, sino porque su mera presencia altera el equilibrio de poder, que
frecuentemente suele ser desigual entre las partes. La mejora de la comunicación
entre la persona o grupo atendido y el interventor, o entre todo el sistema
demandante y la Administración Pública, a quien se facilita un clima positivo,
pacífico entre todos los implicados en una intervención grupal, restituye a un grupo
la iniciativa, ayuda a que crezca en su autoconocimiento y autodominio.
Como acertadamente ha escrito Nuria Belloso: “Hay que diferenciar las actuaciones
en el ámbito del trabajo social de las propiamente actuaciones en mediación. Sin
embargo, el trabajo social, en nuestra opinión, ofrece una ubicación idónea para
realizar mediaciones de diversa intensidad. Es decir, y en el tema concreto que aquí
estamos tratando, la relación con inmigrantes requiere una preparación
determinada que efectivamente puede desarrollar un abogado, un psicólogo o un
trabajador social. Pero hay algunas problemáticas que afectan a este colectivo que
exigen una sensibilidad especial, como sucede en todas aquellas cuestiones que
suponen o implican un conflicto (entre el inmigrante y sus vecinos, entre el
inmigrante y el sistema educativo, entre el inmigrante y la formación religiosa, etc.)
donde sí se hace necesaria la asistencia de una persona formada en mediación
(que bien puede ser un abogado, un psicólogo o un trabajador social)” (Belloso,
200).
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Trabajo social intercultural
En los países latinos, las prácticas profesionales más antiguas se remontan a los
movimientos y programas de desarrollo indigenista y desarrollo comunitario en
comunidades rurales y urbanas de América Latina, iniciados en la década de los ’60
(Aguilar, 1998).
Entender la función de mediación intercultural como una parte sustantiva del perfil
profesional del trabajador social, supone ciertos retos y desafíos para la formación
de los futuros profesionales y el reciclaje de los graduados: Implica incorporar de
forma expresa en el curriculum formativo los conocimientos, destrezas, habilidades
y actitudes, que permitan la intervención profesional de calidad en contextos
multiculturales. Es decir, sería necesario incorporar en el curriculum formativo de
trabajo social, elementos tales como:
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Existe unanimidad en considerar que el mediador, -independientemente de su
campo profesional específico (abogado, psicólogo o trabajador social)-, debe tener
desarrolladas una serie de cualidades relevantes para su perfil, tales como:
¿Por qué se demanda, entonces, desde los servicios sociales en general, y desde
los trabajadores sociales en particular, la necesidad de tener al lado un mediador
intercultural?.
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CONCLUSIÓN
Del mismo modo, sabemos (tanto desde el campo académico como del campo
profesional) que estamos ante dos prácticas que comparten situaciones sociales,
situaciones profesionales, problemáticas, dificultades, herramientas metodológicas,
posicionamientos éticos y políticos, etc. Sin embargo, existen componentes
fundacionales que siguen conformando elementos diferenciadores. Entendiendo,
obviamente, que la diferencia incorpora también una cierta garantía de diversidad
en la atención a la ciudadanía y, sobre todo, un “tener en cuenta” los derechos de
la ciudadanía. Uno de esos elementos diferenciadores, y anticipamos ya que no es
el único aunque es el que nos permite progresar en la búsqueda, es la educación.
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ANEXOS
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Bibliografía