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VILLA
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ELVJObJ.NIST~DE LOS
PUE~TES COLGA.NTES
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Jlustraciones
Cristina Sa lazar
Pilar Lozano
JOSÉ MARÍA
VILLA
EL VIOLINISTA DE LOS
PUENTES COLGANTES
Ilustraciones
Cristina Salazar
COLCIENCIAS
Dirección cdltortal
y d~ño g,i:ncral. Cml0$ Nicolás l [('rnlirtdet.
TresCulrurns l~h10,cs Ltda
l)tsc"o gcrw•ral:CarlosNlcoki,Hernándc2:
lluslr.:1d6nde.1.1cubierta: Cristioa S.,laza.1
Montaje en l.:1venlana cenlral Jesfü, Maria Za1no1,1 Hkl C.'t\lC,l,191O.
Óleo sobr<•car1ón f.n la f..sc,1.<•lei de k\ S.100na.EduardoScmmo.
de Arlr Moti,·, n<>de l~> ló.1,8<)qo1,.1, J 990
Mu.',l(!O
Las fotograflilsde la~pu(:'r1as.qu<>lntrodocl'n lo--,c.,pllulos3. <,y 9 fueron totñ,)d..)Sdo Arquit1..'Ctur;:,
d<'la colonl,.ac:16nanlloquc1\a Né'>lor1bbó11 Bok1• 1, 13.,n,co {'('f'ltr.11 Hjpoll'C..irlO.Bogoc.\. 196()
Jlu.,lrJclones.foco,non1c1~y luh)81.1f1,1 Crtslln<'I~, l.1,U1r
Au1oedkJ6n; Anoceli3 Blanco Suá.rez
Tres Culturas Editores Ltd.i
l>rc Prens.., Elcttr6nlc.'I. Focolito Colon1bW LlJ.-,.
Nlfclón- Colclcmcias.d!de'mbr<'de 1997
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Primera ~.'<lici6nen P.:in,1mcrkc,n., Editurlo'.ll
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Pág. 93
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orno de costumbre, después de la paga
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se reun ieron en la caso na que hacía las
veces de campamento. Los obreros
1núsicos. y habia muchos. sacaron de viejos estuches de madera sus
violines, liras y guitarras.
Fiestas asi se habían repetido durante siete años todos los sábados de
paga. Pero ésta era la grande, la del cierre. La obra -eran finales de
1894-. aunque sin tern1inar de l ta<lo. estaba lista para el tránsito de
personas y bestias. Desde el co rredor de la casona donde realizaban la
Íiesta. el puente parecía una inmensa hamaca colgada de cuatro hilos
gigantes. sensualmente curvos. A lado y lado. las torres. con su lechum·
bre forrada en zinc. y con su !orina de templo donde algunos adoran a
sus dioses, daban al paisaje una pincelada de retazo del Lejano Oriente.
José María Villa tomó una botella, una ha,naca y su violín. Nadie lo
siguió. Todos sab ían que cuando estaba trisle o muy contento, como
ese dia. le gustaba robarse ,ninutos para estar a solas. Eran. dicen. las
5:00 de la tarde. El cielo, con grandes manc has de rosas, naranjas y
violetas, parecía con tagiado de tanta alegría.
8
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9
vio venir, a lo lejos, envuelto en nube de polvo, el primer lote de gana -
do. Los arriaba el capataz de una finca cerca na. Con hábiles argumen-
tos, don Chepe habia co nvencido a los linqueros ele Sopetrán de cola-
borar con este riesgo, milimétiicamente calculado.
10
otra vez las cuentas hechas tantas ve·
ces: con el puente, puerta de entra-
da al Camino de Occidente que se
abría al otro lado del río, el mar
no quedaba ya tan lejos. 8 sue-
1'\ode llevar rápido y con más
comod idades sus productos al
vecino Atlánt ico y ponerlas al
mercado ..en grandes ciudades de l
mundo rico y civilizado"estaba ahora -,
...
-
a sólo siete días de camino. La cons-
trucción del cana l de Panamá agigantaba sus
sueños. La conquista de occidente, vista como la tierra prometida. era
ahora l<m1b ién más palpable.
11
Esta fiesta oficial -que se había aplazado muchas veces, entre otras,
porque e l pais, enfrascado en guerras, no tenia ,nás dinero que e l de
las armas- e1npezó a las 6:00 de la ma1iana. A esa hora partieron
cabalga las de la colon ial Santa Fe de Antioquia. trepada e n la cordille·
ra Occidental, y de Sopet rán , e ncara,nada al o tro lado en la cordillera
Centra l, avecinadas ahora por el puen te. Losinvítados lucían sus mejores
galas. Ellos, vestidos de lino blanco. camisas de seda y finas corbatas;
e llas, cubiertas de muselina. espo njadas con miriñaques y doblemen te
protegidas del sol por sombreros y coquetas sombrillas salpicadas de en·
cajes y tlJes, espantaban el calor con aban icos traídos de tierras extrañas.
12
A .-.r Jmroporlliomn cabol_gatlls d~ Joc:nhmlal Sa,110FI! rk Amlrx¡ulo,
O:r-lclt>nt11I,v ck ,5<ir••Jrón,
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er.urnr.
étl Inccm.llllf'1a n,...-irn,do,iu
hn,n por el pu ;:llt('
Antes de ret irarse del oolcón soltó estas palabras que sonaron a adver·
tencia: "Es preciso acabar la obra y conviene. ademas , atender a la con·
servación de ella... si se mira como obíeto de lucro inmediato y nada más,
llegará. no muy larde. acaso. a completa y lamentab le ruina". Las dos
cordilleras, Central y Occidenta l, hicieron eco a los hurras y a losaplau-
sos. Un cronista. refundido e n med io de la muchedumbre. escribió en su
libreta: ··y vimos con placer que de los ojos de los asistentes brotaron
Jág,ima s lur1ivasque nadie trataba de e njugar por ocultarlas mejor".
13
Pero en la inauguración anlicipacla. en la que hic ieron para ellos los
hombres que tejieron con n1adera y cables el puente, no hubo discur·
sos ni aplausos. Cuentan que ese dia -uno de los últimos de 1894-
José María Villa. aún inmóvi l en la mitad del puente. se quedó largo
rato mirando al o riente. hacia ese montón de montañas que. una tras
otra, parecen no acabar nunca. Las contó, como era su manía. Una,
dos. tres, cuatro ... , en la última y más alta. en la número siete, había
nacido 44 años atrás.
Con un guiño, mirando al delo , celebró tamb ién que había hecho
realidad el sueño de su viejo ya muerto. Desde muy peque110 escuchó
el relato sobre un paseo que h icieron por las vegas del Cauca, muy
recién casados, Siníoriano , su padre. y Antonina. su madre. Sinlor iano,
absorto en sus pensa111ientos , que lo hacían estar y no estar al mismo
tiempo, no se d io cuenta de que oscurecía y que el sol de los venados
llenaba ya de rojo el ho rizonte. sena! inequívoca de que se hacía tarde
para el regreso.
14
aquí un puente, ¡aunque fuera sólo para que cada ocho días pasara
una vieja con una cuyabra de almidón de yuca!
15
[
~
1 comienzo de la segunda milad de l
~
siglo pasado, Colombia estaba divi-
dida en nueve estados: Cauca. An-
tioquia, Santander, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar, Magdalena , Toli·
ma y Panamá . El país se guiaba por los sueños y utopías de los libera -
les radicales.
17
La Antioquia de 1879 era un "Estado sobe rano' y tenía nueve
departa mentos . Uno de ellos era Sope lrán. Su cap ital llevaba el mis·
mo nombre y, por esa época, se transformaba en una pob lación prós·
pera: sus lechos pajizos se camb iaban por otros de teja. Sus calles
empinadas estaban recién empedradas y sus huertos olian a tamarin·
do, nísperos y mangos.
De repente, como una aparic ión, vio a su hijo José Maria, con
zamarros y sombrero. y con el cansancio de un viaje de largos días en
beslia.
18
C'M.Jp.":ttcrnodel ingeniero ,José
M.1.116Vlln, cnSo 1)1.'trlin,i,•1nlo1>10
del ocdckn lt" :mtioc¡u..."ll()
19
Y era cierto. Su tesis sobre una máquina ele vapor mereció honores
y le abrió las puertas para ingresar a un grupo ele estudiosos que, con
paciencia, revisaron la teoría de la mecón ica celeste del marqués
Lap lace. teoria que habla de las leyes de an1a1Te que sostienen a los
ast~os en el sistema solar.
20
-Como el ce ro no vale nada -explicó- , significa que no hay no-
vedad hasta el momento, que todo transcurre sin ,nayo res sobresa ltos.
Al amanecer , todos sabían que habia regresado con una idea muy
clara: construir puentes co lga ntes pa ra aliviar los graves problemas de
comunicación. en una Antioquia rep leta de altas montañas y ríos tor-
mentosos, difíciles de cruzar. El <;:auca, que se ad ivinaba allá abajo, era
un toro indomable y él ha bía ap rendido la fórmula para dominarlo: los
puentes colgan tes.
Y contó su más rica experie ncia: su trabajo. unos años. como Inge-
niero auxiliar en la construcción del puen te de Broo klyn. sobre el río
del Este, en Nueva York, la gran obra de los ingenieros Johan y Was-
hington Roe bling, padre e hijo.
La hisloría de estos ingenieros alema nes fue para Villa , como una
gran lección de vida: Johan -al que Vílla no alcanzó a conocer- fue
de esos ho,nbres a los que nada detiene para co ncre tar sus deseos .
21
Vista del 1>1JCn1e
do U.rooklyn, en
Nlw Yo1k
<·11L"I
Obmro, traOOjando CMS1
1uocl6n del poornc
dt Bmoldyu, en Ni"WYork.
22
W,whintou l\ocbling. vie1rm.,de-
unocdd,mtc qoolo dcjo.lnv.llldo.
conll~ ) dl~dcsde su cas.1
los t,dWjos «' oon~trua;ióo del
ptwnlc <k-llrookh¡n
Desde ní,'io con taba de arriba abaío las mon tañas . Le gustaba so-
ñar que tenía inmensas piernas y que daba zancadas tan grandes que
cada paso lo llevaba de mon taña a mon taña. La última zancada lo
dejaba al otro lado del río. "Ahora no necesitaré ser piernas largas.
Las reemplazaré po r pue ntes", dijo satisfecho y se lue a do rmir.
Sélo desp ués, por trozos de charlas de aquí y allá, Sinloriano supo
que los sueños de su hijo estaban atados mucho más profundo de lo
23
que él calculó en la larga charla el día del regreso. Un rumor que nadíe
sabe cómo nació fue creciendo con los años: que el mismo Thomas
Alva Edison, el genio norteamericano, inventor. entre otras cosas. del
fonógrafo , y que tenía su laborator io en Nueva Jersey. conocedo r del
talento de Josema. intentó que fuera a trabajar con él.
Sinforiano murió sin saber si esto fue o 110 cierto . Jan1ásse atrevió
a preguntar. Sabía que su hijo era demasiado discreto.
que 110 le gustaba que se fijaran en él ni llamar la aten·
ció n . Prefería hacerse el invisible. Fue uno
de los secretos que usó siemp re José
Maria V illa para no arrastrar atadu·
ras, para sentirse más libre.
24
1111IH
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11111111
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111 olombia era, a mediados del siglo pa·
sado, tm país recién estrenado. El
empeño general era ro,nper el pai·
saje para darle paso a los caminos para can-uajes. bestias, trenes; a los
puentes , a las barcas cautivas y las tarabitas. Nuevos vientos impulsa-
ban la navegación a vapor por los grandes rios.
25
se les veía cn1zar sombrios y abaüdos. aún vestidos de paisano. con
n1achetes o desajustados fusiles. por los 1nismos caminos y puen tes
que habían ayudado a construir.
Para atraer a los adinerados existían incen tivos económ icos, como
los llamados privilegios. Esto permitía a los emp resarios mon tar em-
presas comerciales y emba rcarse en la aventura de abrir y mejorar las
vías, sin correr mayores riesgos. Por lo genera l, estos privilegios in-
cluían el disfrute de tierras baldías y la explotación come rcial de la
obra, por cobros de pon tazgo o peaje.
26
Se armaban y desarmaban leyes para tratar de buscar cómo finan·
ciar los trabajos. Todos contribuían. ya fuera con dinero o con sus
brazos. Los presos trabajaban en la apertura y composición de cami·
nos y hasta los vagos, delinidos así por rígidas norinas de la época,
entre qu ienes figuraban los estud iantes perezosos y las amas de casa
desjuiciadas, pagaron con jornadas de tl'abajo su rnania de dejar pasar
el tiempo sin querer hacer nada.
27
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l-lumbc,to Oi.1\.'l''I..
Pr~I."' de Fc,bf~o, Ml'<kllln
29
-Creo que estará usted de acuerdo en que en pocas partes del
mundo se hallan embarazos de n1ás consideración para viajar que en
esta Antioquia. Es que a los impuestos por la rutina se unen los que
nacen de la configuración del terre no --come ntó Manuel y, sin espe-
rar respuesta, siguió expresando sus pensa,nientos :
- ¡Cuidado! -g ritó ele repente José Maria. justo para que alcanza-
ran a detenerse. Un paso más y se habrían hundido en un profundo
lodazal.
30
an1igo, convertido en presidente de la So·
ciedad de Medicina, se ded icó a organizar
com isiones permane ntes de higiene, 1nedi·
cina, obstetr icia, anatomía, fislologia, cien-
cias naturales y remedios secretos.
31
Empujó el inmenso portalón, para hace r más vivos sus recuerdos;
todo le pareció igual. El patio con la pila de piedra en el centro. A lado
y lado. las aulas tan amplias que había espacio suficiente para que, aún
al ,nediodía. corriera el fresco. Se sentó en la pila, como lo hiciera casi a
diario en sus dias de estudiante. Reconió con la mirada los largos corre ·
dores del segundo piso y se vio a sí mismo de 15años en medio de un
corrillo de curiosos alumnos. Todas querían saber si era cierto el rumor
que corria de boca en boca, que hablaba de Villa como el alum,,o gen io,
capaz de realizar cálculos muy rápidos en la cabeza, sin lápiz ni pape l.
-Novecie ntos oc henta y siete por tresc ientos setenta y siete dividi·
do nueve y sacar le la raíz cuadrada -d ictaba alguno . Y el de más allá.
sintiéndose más astuto, enrevesaba aún más la operación . Villa cerra ·
ba los ojos. ponía los dedos sobre ellos y, cuando los abr ia segundos
después, era para dar el resultado. Nunca fallaba.
Y revivió el ep isodio que marcó sus años de coleg ial inquieto . Ocu-
rrió un jueves de abril. Con sus amigos Rafael Llanos y Rubén Castro.
repar!ló el periódico que esc ribieron alumbrados por velas, hasta bien
entrada la noche. Aún recordaba la cara de espanto del profesor. mien-
tras ag itaba, co n la mano en alto, el periódico. "Cómo se atreven ..,
gritaba y los arrastraba de las orejas a la rectoría. "Es un pasquín ", dijo
al entra r, y leyó en voz alta el verso que desencadenó su ira. pues lo
cons ideró escandalosamente ateo:
32
Aronk'Iantioqucl'io.Ó)oow hrc llenro. 1~6 Comi1(' &,-Qif("lCroft d4!Antioc:
1m,,
En RC?llo.'ipl'(;IW,.1~ s..,nt ,11n..11i,l Bn.i1' ,)Í(', Mcddlln t996
Para seguir apagando sus nostalgias, recornó uno a uno los talleres
de la escue la de artesanos: mecá nica, carpintería , ebanistería. calderia,
carreter ía, cerrajería, fundición y herrería . Al lina l, tenía una idea pre-
cisa de todo lo que se producía allí. Armas y municiones. piezas para el
ferrocanil y los telégrafos, herran1ientas y máquinas pa ra aligerar las
faenas en la agncultura y la mineria.
33
Vagó luego por las calles cén tricas de la ciudad . Las recuas de mu·
las entraban y los arrieros descargaban los bultos de me rcancía en las
puertas de los almacenes. Algo de encanto enco ntraba en este desor·
den: se de leitó también con el bullicio de l mercado, con los incontab les
vente ros que ofrecían en toldos y mesas todo tipo de chucherías: los
vivanderos, leñateros, carboneros y los vendedores de sombreros. que
avanzaban por ent re el gentio con una interminable columna de so,n ·
bre ros sobre sus cabezas.
34
llegó el momento de echar a volar sus
sueños . Alfonso Ángel. empresario de
En A lomo du inulo, Jericó , estaba empeñado en hacer
G:•1m.~n Ft!"f
ro Medln.1
,
8..tnc,1f~. Sa111of~ de sencillo el con1ercio entre su pueblo y Fredonia,
llogollt. 199 <
desligados por culpa del rio Cauca. Después de
idas y venidas a Medellín, ob tuvo un privilegio para
construir un puente en el paso de Las Piedras.
José Maria. nombrado ingen iero jefe, lomó cuatro de las cien acciones
de la empresa.
35
bres, 1nujeres y niños que avanzaba dispuesto a domar nuevas tie1Tas.
Cuando salieron de allí se levantó el velo de neblina y se dilató el
pa isaje.
36
El descenso hacia el Cauca fue lan suave que les pareció un recreo.
Las faldas de las dos cordilleras son allítan largas, que desde arriba dan
la sensación de formar un inmenso valle. Ya en la orilla del Cauca esta
sensación desaparece; las mon lañas de lado y lado casi se besan.
37
sirva para amarrar de ella. a 1nanera de anclaje. los Urantes del puente
4 seña ló la inmensa roca plantada en el lado oriental.
-La de allA. la que está parada en el rio. servirá de base para una
to1Te.El puente tendrá dos partes. una de 4 7 y otra de 97 metros -<lijo.
pues ya había hecho en la cabeza sus mediciones. Losempresarios que·
daron sorprendidos con la lógica de sus d isei'los y la precisión en los resul·
lados de su primer tanteo.
VíUarevisó los apun tes que tomó del libro de Manuel Uribe Ángel.
Lo llevaba a mano, pues siemp re encontraba un dato valioso para
resolver sus problemas: leyó: "Uno de los principales artícu los de l co-
mercio de Jericó consiste en la transportación y venta de la madera de
comino. sumamen te fina y abundante en sus bosques y aceptada con
entusiasmo en Medellín para la construcc ión de ed ilicios y lujosos mue·
bles··. No tendría, pues, problemas por materiales.
38
-Que siga-g ritó mientras lim·
piaba rápidamente unos taburetes.
Sin rodeos los recién llegadoscon-
taron el mo tivo de su visita:
- Ingeniero, necesitamos su
apoyo: queremos un puente entre
Yarumal e lluango, en el punto de
Pescadero.
Por la directa forma de hablar
y por la manera de vestir y de lle-
var terciado sobre el pec ho el
carriel, José Maria los identificó de
inmediato como empresarios. de
esos que el oro convertía en hom·
bres prósperos de mentalidad libre.
39
Los avatares prop ios de su oficio les servían de vacuna contra el miedo
al riesgo. Les encantaba innovar, ap licar las técnicas descubiertas en
otras latitudes.
-Por ahora tengo bastante con este trabajo: apenas estoy empe-
zando -titubeó José María. Pero no descartó la propuesta.
40
Y en medio, cas i infranqueab le, el Cauca, que corre allí entre gigan tes-
cas piedras forma ndo cascadas.
Por esto, afies después, con pólvora y una banda de sólo tres músicos:
dos clarinetes y un bombo, se le rindió un homenaje a Villa. ·'Gracías a
usted-dijo el alcalde en medio de un discurso lleno de orope les- ltuango
no perdió 4.000 habitantes y trabajadores". Y colocaron en la portada del
puente un retrato al óleo de J osé Maria con esta leyenda: " El Concejo
Municipal de ltuango, al probo, m<Xlesto e inteligente ingeniero".
- Don Chepe. ¿qué hacemos con cinco obreros que de liran co n las
fiebres?
- Mi don, ¡yo me voy! ¡El mundo se va a aca bar! ¿No ha visto usted
él color azul purísimo y bello del cielo en el que se dejó ver el so l? ¿Y
41
Mdi16nRodrigu,•;. OS?S-19112)
, Pt,.-.u"'fgle'-i..-,s
""ctic6), i\ntio(¡lli.) , 1909 flk9;1tM)'-"1Wfrlo,Plt,c..-,
SOC<l
00 g1:L,1ln,'l13 X l&ms OiblloleaiPúbllc.il'locode Mt.'<lel5n Archivolotográlleo Mel!tónRodrlguei.
42
LA PINTADA
•
43
cedro colorado -vigas, barrotes, tab lero y baranda-. Faltaba una
cubierta que recibiera y arrojara el agua hacia los lados para evitar que
se pudriera . Lasp rimeras en cruzar esta "estructura elegante. impeca -
ble, atrevida y sólida" fueron las tropas. Arrastraban su bastimento y
sus elementos de guerra; no se detenian a pagar peaje. Co,no estaba
estipulado en el contrato, ni para ellas. ni para emp leados ollc iales,
existía la obligación del pontazgo.
José Maria imaginó las ciudades invadidas por guardias, cornetas y
tambores; casas y escuelas convertidas en cuarteles . Lo invadió un
pesado agotamiento y la melancolía propia de los tiempos de guerra.
Para escapar, se hund ió de lleno en el mundo de las ,natemát icas. Alli
li!Jraba sus 1nás duras batallas internas.
Las 1na temáticas ten ían para él un senl ido lioortario. El anarquismo
-e ntendido como el darse el derecho a no tragar entero ningún pos-
tulado -e ra para él un p lacer de licioso. Estando en este juego, cierta
vez, demostró analíticamente el error en que incurrió don Uno de
Pombo -gran matemAlico y padre del poeta de los niños Rafael Pom ·
bo- en una de sus teorías geométricas sobre para lelogramos .
Le gustaba tamb ién apostar a enco ntrar desarrollos más sencillos y
elegan tes a prob lemas complejos. Siempre prefirió lo senci llo a lo com -
plejo; esto último para él sinónimo de aburrido. El mayor dele ite era
compartir estos placeres. Por esto, en el espacio que tenia en el perió-
dico la Vozde Antíoquio planteaba retos a sus lectores:
"Solucionen el problema. jóvenes", y a reng lón segu ido formulaba
ecuaciones y problemas matemáticos. En el siguiente número demos -
traba el porqué de los resultados: ''(. .. ) claramente se ve que el 2.519
multiplicado por cualquier coeficiente M da tamb ién so lución al pro·
blema. Modo: llamemos N el nún1ero pedido y p, q, r.s, los coc ien tes
y dividir a N por 2, 3 , 4. Entonces: N = 2p + 1 =3q + 2 = 4r + 3 ... +
9 = 11". Y seguía una larga exp licación.
Un nuevo contrato lo melió otra vez e,, la vorágine del trabajo . El
puente de La Pintada, que servirla para enlazar Santa Bárbara y
Valparaíso. Empacó sus cosas y emprendió camino hacia el sur. Du·
44
rante todo el trayecto se sintió liviano, no suírió los rigores del camino
salpicado de ríos que se descue lgan de la montaña. Viajó como ausen-
te. melldo en su gran sueño que sentía ya cercano.
Acababa de entregar los resultados de un trabajo exp lorator io para
medir las pos ibilidades del puente que un iría a Sopelrán con Santa Fe
de Antioquia: "La obra es praclicable y está al alcance de los recursos
con que podemos contar··. había dicho días antes a un grupo de em-
presa rios y funcionarios. Y au nque se habían reunido para med ir el
"tamaño de las dificultades", al final. en los rostros de n1uchos vio
señales de esperanza y convicción.
- Sé que haré el Puente de Occidente -se repelía mientras viaja·
ba a La Pintada, un sitio un poco más al sur de Las Piedras. Se llamaba
así por una casa de hacienda cercana , la ún ica que tenía pintura sobre
su fachada. Todos la señalaban y la llamaban La Pintada.
Ya llevaba ade lantadas las nuevas obras , cuando recibió la noticia
tanto tiempo anhelada: todo estaba listo para empezar la obra del
Puente de Occidente. Por fin, iba a realizar su n1ás gigantesca ilusión.
Se sínlló inmensamente feliz. Estaba derrotando el pesimismo, de rro-
tando la idea de que ese proyecto era "una quimera··.
45
bolas lumínosas que revolotean por el cielo. Sintíó que todo le sobra·
ba. ¡Estaba pleno ' Sacó su violín y cuentan que no pa ró de tocar y
bailar hasta bien entrado el otro día.
46
;
47
San1a Fe de Anlioquia no se reponia aün de la decadencia en que
cayó por culp.i de la mancha. enfermedad que se exlendió por el
campo co,no "calamidad pública·. arras.1ndo los cullivos de cacao.
Sus habi1an1es seguian sumidos en ,nil penurias. En la pla?.1.1ela de
Chiquinquírá, a la sombra de los mangos y palmeras. se ,·eunieron esa
noche los hombres de empresa. Fueron al grano: crearon una junla
provisional para impulsar la cons1n1cción. l-lasla el ob ispo co,npró
acciones y mezcló a las frecuentes advertencias que hacia en sus ser·
menes sobre "el pecado mortal y sus consecuencias" y sobre ··el peli·
gro de apasionarse por las diversiones munda nas como el baile·. los
llamados a confonnar juntas locales para avivar el entusiasmo por el
Puente de Occidente.
48
C.,tt'(lr.il de M,•tkllin. Gr.,llOOO
di.'!UIVll'lil Pó.lpc llustl"OOo,
l P,-ri6<fico Alberto Un:L,.nt,
tn.
&n eodo l<1llc1>liblka,8ogotá, 1968
49
decidí hace r el puente .., explicó este ge neral curtido en n1ilbatallas. Es
que los desastres se repetian unos tras otros. Un día, porque la corriente
embravecida arrastraba la barca cautiva; otro , porque un rayo tumbaba
el árbol donde se amarraba el cable que sostenía la embarcac ión.
Y mientras los accionistas se reunían en los grandes salones a so-
ñar con ganancias inesperadas , José María rea lizaba los preparativos
para dar inicio a los trabajos. Desde mucho antes tenia el puente ar-
1nado en su cabeza. Siempre asombró a sus amigos por su facilidad de
tejer mentalmen te comp lejas estructuras e intrincados mecanismos.
Nunca neces itó ver en planos previos sus ideas ingeniosas.
50
51
-Es suficiente -dijo; dejó en reposo las cuentas y puso a trabajar
a su viejo violín.
José Maria tenía ca rta abierta para contratar cuantos obreros nece-
sitara. Conoda a los artesanos de Sucre y Sacaojal, como se llamaba
por entonces Olaya, tan hábiles en trenzar la iraca , que sus sombreros
gozaban de lama mucho más allá del área din1inuta de estas poblacio-
nes. Los había visto entretenidos en su quehacer mientras cantaban y
contaban chistes, sentados al lado de un peñasco por el que se des·
prendía una cascada. El agua espa ntaba el insoportable calor; además,
mantenía la paja humedecida y blanda. Esas manos ág iles las imaginó
el ingeniero jefe como las perfectas para trenzar los cables que sosten-
drían el puente. ¡No seria nada fácil darse la maña para empatar 748
alambres. hasta formar cables que dieran la apar iencia de estar fundi-
dos desde siempre!
52
A pie, descalzo y caminando despac io, apa reció un dia por el
ponteadero Alejandro [barra . Era un hombre peque110, cansado de la
joroba que lo mantenía permanentemente do blado de cintura, y que le
salió una tarde por exponerse a la lluvia estando acalorado . Alejandro
llegó siemp re ma,'ianiao y siempre con una pequeña vasija donde lle·
vaba su mazamorra para aco mpañ ar la jornada.
Pero con el que más se amo ldó el ingeniero jefe fue con Heliocloro
García. Por lo bajito y delgado, y por sus ojos siempre tristes, daba la
apa riencia de un hombre débil: "es más fuerte que un roble", descubrió
muy pron to don Chepe. Heliocloro estaba acostumbrado a encontrar
acomodo en distintos olicios. Fue alarife. o n1aestro de obra, antes de
dejarse ten tar por el novedoso trabajo de telegrafista. Se inscribió en el
primer curso que se dictó para dominar esta técnica sorprendente . Apren·
dió a acciona r con rapidez el manipulador y se habituó a su golpe teo.
Poco a poco. se enca1íñó tamb ién con la idea de co nocer secretos aje·
nos sin necesidad de aba ndonar su habitual silencio.
Un año llevaba sin rec ibir paga - el gobierno, por las revi.,eltas, se
quedaba sin dine ro pa ra sus empleados-, cuando escuchó el llama do
que se hacía a los hombres ·honrados y trabajadores. Sin pensarlo mucho
partió en busca de vivencias distintas. José Maria entendió muy pronto
que Heliocloro tenia un modo igual al suyo para comprender el mun-
do. Lo co nvirtió en su jefe de mamposte ría, y en una especie de inge·
niero práctico. Cuando tenía que 1narcharse a La Pintada le dejaba
escr itas en la pared, o en un papel cualquiera. indicaciones para los
trabajos que se debían cU1nplirduran te su ausencia.
53
ba al paraje de Uta. donde estaban los hornos para fabricar los ladri·
llos. se sentaban el uno frente al olro en sendos taburetes y afinaban a
dúo. Al poco tiempo. le hacia a la perfección la segunda a su maestro
regañón.
Para los trabajos más arriesgados, nada mejor que los mineros y los
arrieros cu11idos en la vida azarosa. Para ellos no existía dificultad
insalvable. A un simple llamado, era posible reunir trescientos. pues
eran hombres sin ningún Upo de amarres . A los mineros les bastaba
echarse un tercio de víveres y la batea a la espalda, para internarse por
meses en busca de criaderos auríferos. Los arrieros eran como buho-
neros que andaban de pueblo en pueblo llevando víveres aqui, sacando
el oro de 1nás allá.
r
1
l
______- • ......,
54
Era una verdadera barahúnda donde se ,nezclaban los ruidos de los
yunques, martillos, tornillos de fragua, picos. palas, balanzas de espi-
ral, atornilladores. pa lustres. !aladros y tuercas. En los tiempos de ma-
yor ajetreo llegaron a laborar allí 400 hombres , la mayoría desca lzos.
pues no soportaban las alpargatas . La mayoría con su pañue lo anuda-
do al cuelllo, y todos co,, su sombrero de iraca para protegerse del sol.
55
de un lado para otro. Se había enterado la noche anterior en su pue·
blo, Sopelrán-. Dizque en el Museo Zea de Medellín ya tienen un
frasquito con una muestra -pregonó a voz en cuello.
José María, que le había expl icado una y otra vez el porqué de su
error. repl icó enojado:
56
-Usted se metió en camisa de once varas. Su diseño es muy atrevi-
do , ¿no teme equivocarse? - preguntaron un día los miembros de una
comisión enviada para calmar los temores de los timoratos y pesimistas.
que dudaban del éxito de una ob ra que se apartaba de la rutina.
- Todo está bien , pe ro. ingeniero, ¿en dón de están los planos?
-pregu ntaro n finalmente.
57
José María, libre ya de la incómoda inspección, se dedicó entonces
a medir fuerzas con su enemigo el viento. Empezaba julio, y con él lres
meses ele fuertes ventarrones. La noche ante rior. las ráfagas habían
destejado parte de los talleres de carp intería y habían espantado a los
,nurciélagos. habituados a pasar allí la noche.
58
~ riste, maestro? - preguntó f-leliodo-
t:il~~
ro.
-Pensativo -co ntestó Josema
sin levantar la vista de la roca en que terminaba la cadena de lomas en
la ribera occidenta l. Losdos se quedaron callados 1nirándola íija1nente.
Era una roca casi tan vertical como una pared y del alto de un edificio
de veinte pisos de estas épocas. El plan era tallar dos especies de
cajones en ella para amarrar luego los cables que sostendrían el puente
con grandes ganchos de acero. gigantescas tuercas y planchetas de
hierro.
59
El almanaque marcaba septiembre de 1890y era la segunda vez
que ocurrían grandes desmoronan1ientos. La prhnera vez trataron de
poner fin al mal co n un muro de co ntención , pero el úllimo derru,nbe
demostró que no servia. Se avecinaba n ya las lluvias torre nciales, que
no parar ían hasta bien entrado diciembre. Si no encontraba n rápido y
eficaz re,nedio para frenar los co ntrat iempos , las trabajos debían sus·
pe nderse y esperar la llegada de un nuevo verano.
Josen1a no atinaba a descifrar qué estaba fallando. Él mismo había
elegido el sitio para el ponteadero. en tre otras cosas, por la lortaleza
de la roca: "Allí corre el tío en tre dos rocas suficientemente altas y
sólidas que presentan facilidad para cons truir los estr ibos y los anclajes
de l puente", escribió en su inlorme preliminar, con el que logró con·
vencer a luncionarios y empresar ios que dieron el visto bueno para
e,npezar las obras.
Mentalmente hizo un ráp ido repaso de este primer escrutinio, para
el cual recorrió un largo trayecto desde la petia de El Gallinazo, donde
operaba una barca cautiva, hasta Quebradaseca . En su libreta -siem·
pre llevaba una libreta en su bolsillo y un montón de hojas sue ltas, que
nad ie at inaba a descilrar cómo lograba ordenar lueg~ iba hac iendo
anotaciones.
Muchos factores juga ron a la hora de sumar y restar puntos a un
sítío. hasta elegir el adecuado: que las pob laciones ribereñas se vieran
favorecidas por igual; que el río no fuera mañoso en ese lugar y no le
diera. a veces, por cambia r de cauce: que no se eng randecieran cierna·
siado, a veces, las aguas, a veces, la playa, depe ndiendo del capricho
de las lluvias. Fue un trabajo minucioso . Finalmente, recomendó
Quebradaseca y escribió en su inlorme: "Es el único punto en que el
Cauca presenta un cauce permanente". Y advirtió que elegir un lugar
distinto seria meterse en "una ob ra digna solame nte de países menos
pobres y 1nás avanzados que el nuestro ".
Algunos trataron de disuadirlo de esta exploración previa. Pensa·
ban que con informes de baquianos y pescado res se podría hacer lácil·
,nen te la selección. José María les llevó la co ntraria.
60
Desde pequeño. había dejado muy en claro que el tamaño de su
curiosidad era gigante y que para él nada estaba prohibido por más
riesgoso que fuera. Su madre, Antonina, no se cansaba de co ntar esta
travesura que. decía ella, pintaba muy bien el alma de su hijo.
Ésta fue la primera vez que sorprendió a sus padres con su ingenio
y su facilidad para ordenar en versos sus palabras. El castigo por la
diablura se convirtió, entonces, en ap lausos y elogios.
61
Olplomo de gr,,do en lnqi.·nlcrl.:,
mccd:nka, Cf.iCel $tc\icnslns1J
1utc
ol Tt-chuology. d1· N(•w J1·ru:oy .
o1J oo;..\M,1
fJtOl"g.-t ri.1Vi1L1
1.•111$78
Pe ro volvamos al
po nleadero. a la larde
-..--
......... z:...
calamitosa. Heliodoro y
José María seguían mi-
rando hacia la roca. Se
conocían ya tanto que
no necesitaron hablar-
se pa ra pone rse de
acuerdo. A un mismo
tiempo, se pararo n y
lueron a buscar sus instrumentos. Josema. su violín, Heliodoro . su
guitarra. Tocaron hasta que el sol se ocultó y dejó una n1ancha rosada
sobre la ,no ntal'ia.
Ubicó sus recue rdos por los días en que partió hacía Estados Uní·
dos con 1.800 pesos en el bolsillo, dispuesto a estudiar ingeniería en el
62
del
ff-i,g,rwnlo de cs1rucu1ras
PtlMW de Occid..'f\1'°
Í OIOS,Jllfl,') Crhlin,:tS.,L,i"'
Instituto Stevens de
Hoboke.n, en Nueva
Jersey, con ayucladel
plan de estudios en
el exterior, promovi·
do por el general
Berrío. Un día, cuan-
do ya habían trans·
----·
cur rid o dos años.
una carta con los sellos del estado de Anlioquia lo sorprendió.
63
• ..,
1~ .!Í1, '!f.j'i ~· ~;tiil~rii .._
1
.,,_.., Ol<...:J..i.&Jt
.114
-¡ :()liil:IIAft~\\1~ 11~1
11:' .......
,.¡
64
DMlo,st,ilC!onesy jueg06 m.,tem,U.:::o, qu.:,n::alll:<100
doAnt,oqµ..,
José M;,noVIII-,._.,,._.¡pcribdic:o1...oVo1.
65
enseñó las primeras letras , el a1nor por las cienc ias. Con él aprend ió a
sumar con pep itas de co ngolos, pequeños frutos silvestres que reco-
gían a la oril.la de la quebrada.
Josema hizo aquí una pausa en su relato; tomó otro aguard iente y
buscó nuevo acomodo, pues, de tanto estar quieto, las piernas empe-
zaban a estor barle.
Y si la ideo de presentar exáme nes pasando por alto las clases era
descabellada, la forma como decidió afronta rla también podría pare·
cer disparatada y comp letamente enrevesada. En el piso de su dormi-
torio de estudiante, donde apenas tenia espacio para una mesa y la
cama, colocó, uno sobre otro, los libros que necesitaba asimilar. Uno a
uno, cuando les llegaba el turno, los iba subiendo a la mesa.
Su método enrevesado era así: mirar el índice y leer sólo los títulos.
Luego, ayudado por el raciocinio y la intuición, y echando mano de los
conocimientos acumulados en años, empezó a resolver los problemas
planteados.
66
Sereno y contento llegó al aula elegida para el exa1nen. Aparec ió
con10 siempre, descuidado en su indumentaria. Nunca pudo acon10-
darse del todo en sus panta lones y camisas: siempre parecían dos ta-
llas más grandes o más pequeñas . Era tanto su desinterés en el vestir
que sus compañeros de estudio lo lla1naban El Montañe ro . Afuera del
salón, las apuestas crecieron y se mantenían, como al comienzo, a
favor de la derrota.
Más de uno no pudo dormir al conocer los resultados por ese des-
asosiego que da la envidia.
Al otro día, las paredes del campamento -tan altas que Josema,
que era alto, tenía que pararse tres veces sobre sí mismo para tocar el
techo- amanecie ron llenas de fórmulas y gráficos, escritos con tizas y
carbón. En el piso hab ía regados pedazos de piedra y ladrillos. Cuando
67
Heliodoro vio ese desorden supo que su patrón había estado pensan·
do toda la noche y que jamás tendrían contratiempes invencibles. Mi·
nulos después lo sorprendió trasmitiendo novedosas instrucciones a
sus colaboradores.
68
oy tendre,nos visita-anunció una ma·
ñana Pedro. el cocinero , al ingeniero,
mientras le servia un desayuno bien
trancao : choco late con más agua que cacao, una tela de ,naiz y un
colen tao de frisoles de la comida de la noche anterior.
69
60 centavos. En tantos ires y venires. surrió un dia un accidente que lo
dejó arrastrando la pierna de recha.
70
José María terminó el desayuno y olvidó de inmediato la visita an un·
ciada por Pedro . Atravesó el puen te provisiona l. de ape nas 30 centí·
metros de ancho. El puente de a pie , así lo llamaban. era una plata·
forma inestable, armada con cabuyas y sostenida de dos cables. De
repente. le llegó el n ,mor ele que algo ocurría al otro lado de l río. Se
asomó y vio a Abraham García, integran te de l Consejo de Administra·
ción de la compafüa de l puente. Era un hombre pispo, de regular
estatura y bigote cuidado. Usaba unos lentes de aro delgado, siemp re
escurridos sobre su nariz. Avanzaba dando trasp iés por el puente pro-
visional. No acost umbrado a estos riesgos. pues era de capital y de
oficina, llegó tambaleante y pá lido. luego de caminar teniendo allá
abajo las tormentosas aguas del Cauca.
71
-Ahora si cree1nos que el puente se hará -co mentaban; pero no
se alTevian a dar un paso más allá. Carmita llegó, con un grupo de
muchachas con las que había organ izado paseo, decidida a cruzarlo.
Pagó cada una los cinco centavos de pontazgo y se lanzaron a la aven-
tura.
72
la cocina de la banda occidenta l y el pago de pontazgo ya en1pezaba a
dar dividendos: 112 pesos, descontando los $72 que se le pagaban a
Ciprlano Peláez, el administrador.
73
"El río es vengativo y se roba mucha gente". era el decir en esas
épocas.
- Hay que terminar cuanto antes el cam ino para que los que viajan
entre Sopetrán y Santa Fe puedan usar este puente-afirmó Abraham.
contundente. Para esa tarea Villa podía contar con cuaren ta obreros
libres y otros tantos presos de los pena les de Occidente .
En el contadero inició su tarea de inspección. Quedó descrestado
con la explicación que le dio Villa. Entendió que cada una de las piezas
- millares de tuercas y tornillos, varillas de suspens ión o colgantes,
abrazaderas, guardacabos, cab les. alambres, varillas para las cerchas,
galápagos, anclas, piezas de madera de toda forma y dimensión-
obedecia a un pasmoso criterio técnico y económico. Cada una de
ellas podía ser sustituida, en caso de debilidad o deterioro , sin el menor
riesgo de producir desequilibrios en la esln1ctura.
Abraham trajo una buena noticia: las 753 abrazaderas de hie·
rro , necesarias para formar, apretar y asegurar los cab les, llegarían
muy pronto . Cerrajeros competentes. alumnos de la Escuela de /\rtes
y Oficios, trabajaban con afán para cumplir la tarea antes del plazo
lijado.
-¿ Y siguen obligados los pobres alumnos de la escuela a la clase
de urbanidad? -preguntó por curiosidad Josema. No había olvidado
que en sus comienzos todos los sábados, sin excepción, debían asistir
a la clase que dictaba el rnismo general Berrlo. Abraham se 1ió de la
ocurrencia.
- Lo que no han variado son los castigos -contest~ . Van desde
dos días de arresto a pan y agua para las faltas graves, como hurto de
cosas. riñas de palabras o golpes; salirse de la escue la sin licencia debi·
da se paga con arresto por seis días, en las horas de tiempo libre o dos
días de arresto , sin salir de la casa .
José Maria hizo un rápido repaso: descontando las abrazaderas,
sólo quedaban pendientes cuatro planchas de hierro que, en un cruce
de caminos, se habían envolatado y lue1·ona parar al puente de La
74
Pintada, y los ídlimos de muchos y pequeños rollos de alambre prove-
nientes de Inglaterra.
Continuaron la inspección. 1.as cu,ll-ro torres construidas sobre los
estribos que soportar ían el enlab laje, y que servirian para que sobre
ellas descansaran los cuatro cables, anles de ser tensionados y a,narra-
dos a la montaña, estaban casi listas; sólo faltaba forrar los lechos.
Los anclajes del lado orienta l estaban terminados y era poco lo que
restaba por hacer en los del lado occidental. Una vez más se sorpren·
clió Abraham de l sentido visionario de l ingeniero jefe. Tocio estaba
previsto para ir agregando cables de acuerdo con futuras necesidades.
Cooles~olgail!esdclPucnt•"'d(r Qocidi,,1...
Óleo;otwc:11,•nm .
CmU.111
&l;:,1,s1,r
75
De repente, Heliodoro, quien los babia acompa,iado en silencio en
todo el recorrido, obseivó que los árboles ya no daban sombra. Era
hora de almorzar. Convidaro,, al visitante y Pedro, el cocinero, siivió
sancocho con plátano y yuca. Sirvió también arroz, arepa y el liogao.
En honor al convidado, Pedro hizo ese dia unas panochas.
76
osé María corría de un lado para olTo.
Cuando tenía grandes problemas en la
~ cabeza, las minucias cotidianas lograban
sacarlo de quicio. Y, ese día, uno de los obreros se había levantado
vociferando , pues no encontraba su ropa de trabajo.
El ingeniero se miró y
descubrió que, en electo ,
él era el culpable. Se unió
complacido a las risotadas
de sus compañeros. Estos
despistes eran frecuentes,
Ül'S,,l di.'MSquln;:,
s dcl f'UP.nte de
Occldeiue
Foto,nr,nt.'\jcCm. b1\it SalM.a,
77
AJIgual ql.N!los OOncos.
~ G.'\.'IM:eotl'M?rclllles 1»
<k:
dkonrc,.\lil'Ar t mlsio.-iq:s,
bi!Jct~en dil(:n:s,I~ dc-
nornln;xiones,comopoo-
dc ap,ad,11ne_
78
Estaba tan ato-
loridradodon Chepe
~·6
ese día, que no se dio
cuenta de que mu-
chosde sus hombres
habían abandonado
su puesto de trabajo
y se arremolínaban
alrededor de algo o
alguienqueles llama-
ba la atencíón. ..
- .,.,
79
Tocios.asustados, le pedían que no lo hiciera. Pero él estaba dispues-
to al riesgo. Al final, Enrique, que obsen,aba con científico interés la
estra,nbó!ica escena. no se lo permitió.
-El tratamiento se hace dura nte tres o cuatro días hasta cuando el
picao se alivie o se muera - aclaró el encanta dor de serp ientes. Enri-
que pidió una muestra de veneno y la guardó en un pequeño frasco.
-Con esto haré ensayos importan tes -dijo, y exp licó que aún era
mezquina la farmacia en este tipo de remedios .
80
departa mental una part ida aprox imada ele $20 .00 0 para evitar con ·
lingencias que puedan ser fatales por extremo".
Para co mpletar la angustia, esa ,naña na supo que las dos planchas
de hierro que, por error, se habían ido para el Puente de La Pintada.
estaba n encalladas a orillas del Cauca. Él mismo había diseñado una
emba rcación especia l para
que viajaran po r el río has·
la Bolombolo, pero era ve·
rano. las aguas estaban ba·
jas y, por segunda vez, se
repella el percance. Villa ca·
minaba de un lado para otro
,n ientras aca riciaba su bar·
ba, cada vez· más blanca .
Ten ia que decidir si espe rar
con calma a que subieran
las aguas u ordenar que con·
linuaran el viaje en mula.
"Para dese nredar tan to lío
era mejor esta r en Mede·
llín", 1:iensó. Empacó lo ne·
cesar io y se marchó.
Ton\":J&-1L-xloOricnl,\l del
l~ nt~·ck OI.Ykl<-
ntc.
Óleo sobfolienzo Cristin...,Sa&.
,m,
81
Al regreso , Heliodoro le informó de la visita de un ingeniero envia-
do por el gobierno a supervisar los trabajos.
82
lormas de trabajo, colgadas del cable de seguridad. La elección se hizo
durante una larga velada con n1úslcay aguardiente. Don Chepe contó
a sus hombres que en otro país, para construir un puente sobre un
inmenso abismo , se escog ieron indígenas que tenían una especia l ap·
titud para no sentir el vértigo en grandes alturas. Cada uno de los
oyenles se esculcó por dentro y, Iras un largo sílencio. se empezaron a
ver las manos de los voluntarios en alto.
- Más c1Inorte ... un poco más allá ... , ¡cuidado! -gritaba el lnge·
niero jele , y sus órdenes se transmitían de boca en boca, hasta llegar a
los oídos de quienes debían cntende ,ias con claridad.
Después se fue pasando alambre por alambre , ¡798 por cada ca-
ble! Reginaldo iba y venía sin descanso , y hacía lo que hacen los hom -
bres que saben lTenzar los hilos en un telar. Cuando se acababa un
hilo, cruzaba sobre él otro alambre -unos 10 o 12 centimetros - y
cerraba la unión enrollando un nuevo hilo. Cada 38 cables se lonnaba
un manojo , y 21 manojos era un torrón o cable. Los hombres malaba-
ristas, doblados de cintura, permenedan vigilantes con la 1nirada pe-
gada en cada alambre, pendientes de que ninguno luviero ondulacio-
nes ni dobladuras que echaran a perder la so lidez de la estructura.
83
Cuando tern1inaban cada una de las 21 madejas. las entorchaban
l'ecubriéndolas con nuevos alambres; y cuando todas estaban listas, las
volvían a entorchar hasta formar un cable gn,eso de 15 tone ladas de
peso, que parecía fundido desde siempre.
84
físicas y econón1icas para vencer, esta estructura es más grandiosa de
lo que íue el puente de Brooklyn cuando se construyó. Estas mismas
frases elogiosas las escribió en su inforn1e.
En diciembre de 1894 , luego del lieslón de más de 200 hombres
felices, todos empacaron sus enseres en baúles y petacas. Luego de
los abrazos, las lágrimas y el intercambio de promesas, partieron
cada uno por su lado. Heliodoro regresó a su a ntiguo oficio de
telegra fista en Santa Fe de Anlioquia . Fue el gran ausente el día de la
inauguración oficial, repleta de discursos y agua bendita. La muerte
lo sorprendió en su pequeña oficina. Entre vecinos y am igos recogie-
ron el dinero para el ataúd y allí mismo. en medio de cuatro enormes
cirios. lo velaron .
En la orilla orienta l, en la casa de administración, con entrep iso de
madera. se instaló el adm inistrador. A las se is de la tarde terminaba su
jornada ; contaba lo recaudado en el día por el cobro de pontazgo, que
se pagaba tanto por el paso de personas. como de an imales y carga.
Echaba candado a las puertas del puente y se iba a dormir.
Villa, que por esos días y a través de dos anligos, recibió en el
correo, que llegaba una vez t)Or sema na a Sopetrán, el artículo que
publicó el desconoc ido visitante del cual le había hablado Heliodoro ,
supo entonces que era el ingeniero de n1inas Francisco Escobar. y que
habla sido comisionado por el gobierno para dar una opinión acerca
de si se debía o no continuar con los trabajos. En el escrito se calificaba
el puen te como "el más débil, pe,·o más rígido de su tipo. Una obra
audaz. la cual se desvía de la teoría y la práctica usuales".
José Ma,ia. a quien morliíicaba la gen te que hablaba sin los argu-
mentos necesarios, se encerró en su cuarto noches enteras y, a la luz
de un quinqué. preparó una larga defensa de su diseño. Le disgustó
especia lmente que Escobar hubiera utilizado una publicación extranje-
ra, y "no lejos, sino muy lejos de la parte agredida".
"Para calmar los nervios que haya podido crispar tan exte,nporánea,
cuanto infundada censura ... ". así encabezó su largo alegato de res-
85
puesta. Y con una mezcla de agudeza de palabra y agudeza 1natemáti·
ca. y apoyado en un montón de operaciones simples ·'para que las
con1pruebe, sin pereza, el que lo desee", desbarató uno a uno los
errores de ·observac ión .. y los de ..entendimiento" en que había incu-
nido el ingeniero fiscalizador.
Para Villa. el mayor disparate del acusador fue que "vio sin mirar
casi todo lo que encontró a su paso, sin preguntar nada de lo que
debió preguntar para no errar''. Sumó 25 desaciertos graves "encade-
nados unos a otros, porque el error gene ra error". Escobar vio barras
de hierro de una pulgada, cuando, en realidad. el grosor era de 3/4;
dejó por fuera de sus cuentas piezas metálicas que sun1aban más de
once toneladas: contó diez agujeros donde sólo existian cinco. vio piezas
tan grandes que hubiera sido ilnposible llevarlas a lomo ele mula. y dio
a otras aplicaciones extrañas .
86
ffi(ff!lt}ffl
f}fÍi osema
no perdla la esperanza de cons-
t'.:!J
.
truir los dos pasadizos laterales que falta·
ban al Puente de Occidente para el tránsi-
to de peatones. Se instaló en Sopetrán, en espera de un nuevo contra ·
to que le perm itiera haceiios . Por entonces, las calles de esta pobla-
ción eran torcidos callejones sembrados de naranjos y tamarindos. abri-
gados de sol duran le todo el día. Por dos de ellas bajaban caJ'íos, don·
de. todas las mañanas, se reunían las mujeres con sus cántaros para
buscar el agua. Ya se estaban empezando a construir pilas para alíge·
rar esta diaria tarea.
87
jarla aperezar. Mientras esto funcione -decía y se daba go lpecitos en
la cabeza-, todo está bien" - le repelía a diario a sus tres hijos.
Tuvo n,ás tiempo que nunca para hablar con ellos, sobre lodo con
Maria, que era la que más gozaba acurrucándose a su lado para escu-
charlo. Con frecuencia, la alzaba, la sentaba en sus piernas y, con
juegos y acertijos, trataba de que ella entendiera que las matemáticas
son ta,, buena herram ienta que sirven hasta para solucionar los pro·
blemas cotidianos.
- Las liras tienen nota clara y con ellas se tocan los pasillos largos
y bailados -sostenían ellas.
88
Pasaban horas enteras jugando ajedrez. Con frecuencia. José María h1-
terrumpia las jugadas para soltar este consejo que le dio una y mil veces:
- Ricardo , debes irte un tiempo ruera del país; sos tan inteligente
que quedarle aquí, sin cultivarte. sería un desperdicio.
89
rro, que se constru ía en Honda. Para llegar hasta este agitado pue11o
sobre el río Magdalena. José María pasó por Medellín. Le alarmó la
situación que vivía la capital, azotada por una ep ide1nia de viruela. Su
amigo Manuel Uribe, director de la Academia de Medicina, era el en ·
cargado de dar las órdenes para que la epidemia no creciera. Los
virulentos, que no tenían recursos, fueron aislados en barracas a las
alueras de la ciudad. y los adinerados permanecían secues trados en
sus propias casas, en cuartos apartados. EsaSemana Santa se suspen ·
dieron las vigilias, las procesiones y las abstinencias. José María se
ofreció de voluntario para quedarse a ayudar a controlar el mal. Ma·
nuel le aconseíó que siguiera su camino.
90
-S igamos durmiendo, que quien no debe donni r es el otro, de
alegría.
Todavía hoy. en Sope lrán, cuentan que, una tarde que José María
pasó frente al estanco, lo llamaron.
- Don chepe. venga ... venga, que esto le interesa -le gritó uno de
los hombres, mientras le alcanzaba una página del pe riódico. Se ofre-
cía un premio de 60 libras esterlinas a quien resolviera un problen,a
matemático. Se recostó en la puerta . estudió el enunciado. sacó un
lápiz y a falta de pape l utilizó el puño de la camisa para hacer opera -
ciones. Terminó , arrancó el puño y lo en tregó:
Meses después le ent regaron una carta con el dinero . Entre el mon-
tón de curiosos, escuchó una voz que decía:
91
-La verdadera carid ad exige - le dijo- que la mano izquierda
jarnás sepa lo que da la derecha.
92
,
93
lar libres de sectarismo en esa época de sectarismos. Tomaban muy en
serio la tarea de formar ho,nbres úliles para un país que empezaba a
crecer. Cuando la gran empresa era el íerrocarr il, entrenaron hombres
para hacer ferrocarriles: cuando el inlerés mayor eran los can1inos,
prepararon expertos para construirlos. En la escuela se conjugaban
ciencia y arte; teoría y práctica. El an1biente perfecto para que Joserna
se sinl iera dichoso. Fueron famosas sus clases de resistencia de
materiales, vías de cornunicación y estática de las construcciones:
- En vías de comun icación, para lograr lrazados definitivos y cien·
lificos, es necesario consu ltar la conveniencia general -repetía, mien·
tras caminaba, de un lado para otro en el salón. Y les inculcó a sus alum·
nos la costumbre de explora r el terr itorio en varias direcciones, antes
de tomar cualquier decisión.
Las clases se pro longaban rnás allá de la hora cuando Villa hablaba
de sus experiencias . Al escuchar lo, muchos descubrieron que la lucha
contra los hombres le había afectado más que la lucha contra la áspera
natura leza. ;,Viejo sabio". lo empezaron a lla,nar. Y en medio de la
admiración que le profesaban descubrieron también que la excesiva
n1odeslia de Villa corría pareja con sus dotes de hombre superior.
Y aún hoy, los nietos de los nietos de los que fueron sus alumnos.
cuentan historias del gen ial profeso r. A veces, cuando hacia operacio-
nes en el tablero, se salía ele éste y seguía escribiendo en la pared. Y
cuentan tainbién que con el n1isn10pañuelo que se secaba el sudor de
la frente borraba luego las ecuaciones escritas con tiza. En esos afies.
José Maria parecía aún más metido en sus propios pensam ientos.
Muchas veces lo vieron vagar con un libro de cálculo bajo el brazo . Un
día enb·ó a la casa del vecino, que creyó la suya, se desvistió, y se acosló
en la primera cama que encon tró. La aparición de la sorprendida dueria
de casa lo hizo caer en cuenta ele su error.
Y tuvo tiempo para dedicarse a ob·a de sus grandes pasiones: esculcar
el cielo. Se perdía en alguna calle emp inada de la ciudad, buscaba un
potrero y se sentaba al lado de un árbo l para recostar su cabeza. Deja-
ba que pasaran las horas lratando, de descifrar el paso de las estrellas
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se inclinaba más por la construcción de un túnel. Así lo planteó en su
tesis de grado, que estuvieron a punto de no tener en cuenta, pues la
consideraban una ídea descabellada.
Para López, la indisciplina y la falta de auxiliares educados para
desarrollar el proyecto hacían poco viable lo propuesto por Vílla.
-¿ Cuántos accidentes de latales consecuencias nos cuesta la falta
de disciplina del personal del ferrocarril? ¿Cuántas cosas dejan de ha ·
cerse allá por falta de disciplina? -preguntaba el alumno. y en este
punto el maestro compartía su criterio . Para López, la introducción de
la lracción eléctrica, sistema desconocido por entonces en Co lon,bia,
se con1plicaba demasiado, pues en lugar de leñadores se emplearian
electricistas, y en vez de leña o carbón, mecan is1nos muy costosos.
Tíe1npo después se construyó el túnel, tal y como López lo había ima·
ginado.
La tarde del 3 de diciembre de 1913, Alejandro López cump lió su
cita diaria en el café de sie,npre. Ya no lo esperaba el viejo sab io de
barba emblanquec ida. Tomó la pluma y escribió esto pensa ndo en su
amígo, muerto ese amanecer, víctima de una antigua do lencia.
"José María Villatenía una predilección ingénita a emplear material
nativo e indigena, a prescindir de lo extranjero. ¡Feliz el que puede edificar
su personalidad con materiales de su propio taller!... Un día de intimidad
en que hablábamos de temas de cálculo inlínitesimal, medí la ignorancia
,nía y aprendí, en tre otras cosas, cuán bella es la
palabra hun'lana en bocadel sabio. ¡Qué síntesis
tan luminosa, y qué comprens ión tan rara,
tan maravillosa y extranatural del número!
¡Pobres de los que no vemos ni lo que mira-
mos, y gloria a los que ven 1nás allá de lo
.,
que se ve...
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I profesor de larga barba blanca, de la
cátedra de resistencia de materiales. iba
y venía por el salón de clase. Atravesa·
ba de lado a lado un alambre y le iba colgando, como si fuera un entre·
tenido juego, piedras y pequeiios objetos. Al final, retaba a un alumno
que siempre se sentaba en prim era fila y permanecía pendiente de
cada una de sus palabras. Era un muchacho moreno, de cabello tan
liso que le caía en descuidada capul sobre una frente inmensa.
- A ver, Higuita ... le apuestoa que con una sola brizna más de peso
que le cuelgue, este alambre se va al suelo - le dijo muchas vecesal que
muy pronto pasó de alumno aventajadoa confidente y cómplice.
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pueblo, a Sopetrán y Medellín. A los seis años, estuvo refundido en
medio de la multiluclque asistió a la inauguracion de la ,nonumental
obra .
- Por aquí tienen que pasar esos camiones -se decía . Bregó y
bregó hasta que encontró la solución y el dinero para realizar su plan.
De Inglaterra importó alumnio ele gran resistencia y poco peso , y en
1955 reemplazó algunas vigas ele madera por vigas de alu,nnio , para
darle ,nás fortaleza a la estructura colgante .
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el puente a su diseño original: colocar los píés de amigo y los cables que
formaban un tupido tejido en las barandas. Una especie de puente ·
corral. en el que. hace ya más de un siglo, se montó una encerrona a
cuatrocientos novillos. Aún hoy esta historia causa asombro.
Y cuen tan que muchas veces han encontrado a Beatriz Helena , así
se llama la arquitecta. templa ndo los cab les que decidió reemplazar
siguiendo el secreto del violinista de los puentes colgantes: José María
Villa tenía la ce,teza de que los cab les ha ·
bían llegado al nivel exacto de tensión cuan·
do acercaba el oído a ellos y lograba escu ·
char las notas musicales sol-re-la-mí, las
n1ismas notas que le daban las cuatro cuer-
das de su viejo y gastado violín.
-El Puente de Occidente -dice ella-
es una caja de música.
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