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Simone de Beauvoir y Aynd Rand - Marc Champagne and Mimi Reisel Gladstein

Es posible evidenciar similitudes y diferencias en las ideas de Simone de Beauvoir y Ayn Rand. Haciendo suyo lo que
podría llamarse una "Ética de la Resolución", Rand elogia a las personas que realizan acciones dirigidas a objetivos
sostenidos, como carreras profesionales. Beauvoir, sin embargo, apoya una "Ética de la Ambigüedad" que la hace más
escéptica ante las perspectivas de la realización de proyectos a largo plazo sin engañarse a sí mismo.

Ambas eran adolescentes cuando rechazaron las doctrinas religiosas y se convirtieron en ateas. Ambas sobresalieron,
no sólo en el masculino campo de la filosofía, sino también en la escritura creativa. Sus primeras novelas principales,
L'invitée (La Invitada, en inglés She Came To Stay) y ‘El Manantial’, fueron publicadas en el mismo año de 1943.
Para cuando Beauvoir y Rand fallecieron en la década de 1980, cada una había dejado su huella intelectual. El libro
de Beauvoir ‘El Segundo Sexo’ de 1949, es un texto fundamental pro feminista, mientras que Atlas Shrugged (La
Rebelión De Atlas) de Rand, impulsó el liberalismo político (una tendencia de partido que más tarde Rand
denunciaría). La libertad y la emancipación sobre las fuerzas de opresión son los temas comunes de ambas obras. Esos
temas están escritos en formas radicalmente diferentes.

De hecho, Ayn Rand ha ganado fama —e infamia— por su defensa del ‘egoísmo racional’ y del ‘capitalismo liberal’.
Pero la filosofía randiana es mucho más amplia en su alcance. Rand y Beauvoir habrían disentido probablemente una
de otra. Debra Bergoffen destaca las obras de Ayn Rand como un ejemplo de "el humanismo burgués al que Beauvoir
se opone". Por su parte, Rand consideró al existencialismo como una "enfermedad" en la historia de la filosofía. Es
posible que ambas hayan sentido desprecio por la filosofía de la otra, (y tal vez incluso personal).

¿Por qué, cuáles son sus razones? El área de superposición entre ambas es más significativa de lo que parece.
Además de las obras teóricas como ‘Introducción a la Epistemología Objetivista’ de Rand (1966-1967) y ‘Ética de la
Ambigüedad’ de Beauvoir (1948), ambas pensadoras se sentían como en casa en medio de la ficción. En su ensayo
Literatura y Metafísica, Beauvoir insiste en la relevancia filosófica de la experiencia humana individual tal como es
representada en el mito y en la literatura. De hecho, Beauvoir toma muy en serio las críticas de [Henri] de Bergson a
la comprensión intelectual y acepta su desafío implícito de hacer filosofía a través de la novela. Del mismo modo,
Rand escogió extractos de sus cuatro novelas como la sustancia de su primer libro no ficticio, Para ‘El Nuevo
Intelectual’ (1961). En su prefacio a ese libro explica que "en un cierto sentido, cada novelista es un filósofo" —sea o
no consciente de que el mundo de ficción que proyecta favorece implícitamente una postura metafísica—. Rand y
Beauvoir nos presentan visiones integrales, en los dos lenguajes: el artístico y el teórico.

Se requiere un arduo trabajo para averiguar cuáles son los buenos y malos elementos de cualquier sistema de
pensamiento, e históricamente ese veredicto es raramente conseguido en forma definitiva. De hecho, Edward
Fullbrook destaca que “hasta hace poco tiempo, conseguir que alguien pudiera leer un libro de Beauvoir por su
contenido filosófico era casi imposible. Y leerlo con la intención de encontrar en ella la originalidad filosófica se
consideró ridículo”. Esta es la etapa en que se encuentra ahora la obra de Rand, por lo que puede ser aleccionador
saber que la obra de Beauvoir tuvo que pasar por esa etapa también. Los defectos personales de Rand y el desprecio
al establishment [lo establecido] han sido ampliamente documentados. No hay duda de que Rand está ahora
incorporada al canon. Por ejemplo Rand y Beauvoir están en igualdad de condiciones ante The Wadsworth’s
Philosophers Series. Sin embargo, en comparación con Rand, la literatura secundaria en Beauvoir tiene una
considerable ventaja.

Para apreciar el alcance de la discrepancia, consideremos ‘La Rebelión De Atlas’ de Rand, que fue recibida en forma
negativa por los críticos cuando apareció por primera vez en 1957. La revisión más virulenta fue escrita por Whittaker
Chambers, quien acusó que "de casi cualquier página de La rebelión de Atlas, se puede escuchar, desde la dolorosa
necesidad, una voz ordenando: '¡A la cámara de gas— entren!' ". Esto, por decir lo menos, es una crítica fuerte, por
no decir insultante, dado el origen judío de la autora. A menos que uno invoque teorías extravagantes para justificar
cualquier hermenéutica, el único apoyo textual plausible para la reclamación de Chambers proviene de una escena en
la que, después de que cada uno ha renunciado voluntariamente a su responsabilidad de prevenir, ingenieros y
ejecutivos envían un humeante tren con pasajeros por un largo túnel, causándoles asfixia. Ningún asesino puede ser
identificado: es el mundo el que destruye a los personajes por medios puramente causales. A través de este relato de
ficción Rand estaba tratando de mostrar que las complejas divisiones sociales de trabajo no hacen nada por disminuir
la importancia vital de captar hechos independientes de la mente; esto es por lo que ella llamó a su filosofía
"objetivista". Con esto, Rand está diciendo que las convenciones sociales no son la única ni la principal restricción
sobre las afirmaciones de conocimiento. Así, la escena, articula una tesis en metafísica y epistemología, no en ética.

No hay duda de que Rand era una pensadora provocativa, incluso en aquellas ramas secas de la filosofía que tratan
del conocimiento y la realidad. La escena de la asfixia es ciertamente controvertida, por lo que todavía es objeto de
debate. Sin embargo, dado que el agente humano en la escena se manifiesta solamente en ausencia, como una negativa
a asumir el compromiso de encarar hechos independientes de la mente, inferir que Rand está abogando de alguna
manera por una política que involucre "cámaras de gas" —para el expreso propósito de genocidio— es simplemente
irresponsable.

En contraste, ‘La Invitada’, de Beauvoir describe los intentos de los personajes para implementar varios tríos de
amantes que presumiblemente fomentan una mayor autenticidad existencial. Una de los personajes, Françoise, nota
que Xavière, su joven pareja femenina, está completamente convencida de que ha hechizado su mundo interior (el de
Françoise). En un momento, Françoise está consternada porque reconoce que sus pensamientos no son acerca de dónde
está ella misma en París, sino más bien acerca de dónde podría estar Xavière. Ya que Françoise no es correspondida
con la atención que ella anhela, usa una estufa de gas para asfixiar Xavière. A diferencia de ‘La Rebelión de Atlas’,
no se requieren interpretaciones gratuitas para establecer la presencia del asesinato en este libro. De hecho, la novela
de Beauvoir comienza originalmente con el siguiente epígrafe de Hegel, ausente en las últimas ediciones en inglés:
"Cada conciencia busca la muerte del otro". Para ser claros, nunca, ni Rand ni Beauvoir mataron a nadie, ambas eran
novelistas-filósofos; nada más ni nada menos. Sin embargo, la recepción a sus obras ha sido discrepante.

En general, el asesinato se considera más censurable que dejar morir. En su relato Beauvoir "mata" su personaje
mientras que Rand "permite" a la suya "morir." Curiosamente, en ‘La Invitada’, la escena del crimen fue recibida
calurosamente sin causar alboroto entre los críticos. Cuando se trata de Rand, sin embargo, muchos círculos laicos y
académicos se sienten satisfechos con rumores en tenue desacuerdo. Beauvoir es, en comparación, recibida en
alfombra roja. De hecho, la introducción en un libro, de no ficción, se sugiere que "En Françoise podría. . . verse
justificado el uso de la violencia contra Xavière. Xavière es, después de todo, una libertad que está negando la de
Françoise".

Rand rechaza el uso de la fuerza en todos los asuntos humanos, y hace notar el intento de eludir el juicio individual
como la máxima expresión de desprecio por las exigencias de la vida humana. No es casualidad, por ejemplo, que el
magnate de las minas de cobre en ‘La rebelión de Atlas’ esperara que los empleados dejaran sus lugares vacantes —
si actuara de otro modo habría perdido la rectitud moral que proyecta—. La única muerte que se tolera en la novela se
produce cuando la protagonista Dagny Taggart dispara a un hombre armado que le impide entrar al cuarto donde su
amante está siendo torturado. Se trata, a favor de Rand, de un acto puramente de venganza, que resulta necesario por
las circunstancias. Curiosamente, el título previo del trabajo de Beauvoir ‘La Invitada’ era ‘En Defensa Propia’.

Cabe destacar, sin embargo, que las presuntas transgresiones por las que se culpa a Xavière, se desarrollan de lleno
en la mente de Françoise. "De hecho, la novela rigurosamente se niega a focalizar cualquier cosa a través de Xavière,
por lo que nunca se ve una representación de la relación desde el punto de vista de Xavière". Las imaginaciones de
Françoise y sus consiguientes estados emocionales, se presentan sin embargo, como un motivo o permiso, para el
asesinato. Tal vez "permiso para el asesinato" es demasiado fuerte, después de todo, "La Invitada no es una novela
escrita para demostrar algo". Aun así, Beauvoir nos ha dado un motivo en su texto para a discutir el asunto. A la par,
los escritos y las ideas de Rand bien merecen una audiencia justa, o los escritos de Beauvoir merecen una crítica menos
tímida.

Afortunadamente, la morbilidad y las formas de violencia son sólo una porción menor de la carta temática
Rand/Beauvoir. Tanto Beauvoir como Rand muestran retratos de protagonistas femeninos de una manera sexo-
positiva que rompe con las normas sociales y la ficción de su tiempo. El personaje de Rand, Dagny Taggart, que ha
sido descrita como "la heroína probablemente más admirable y exitosa de la ficción americana", tiene varios amantes
masculinos. La protagonista de Beauvoir en ‘La Invitada’, Françoise, acepta el ménage à trois [tríos], por lo que tiene
una relación sexual no sólo con Xavière, sino también con el amante masculino de Xavière. La llamada de Beauvoir
a la independencia sexual (y a su práctica) fue reconocida y celebrada por algunos.

La vida refleja la ficción. Beauvoir y su relación amorosa con Sartre, por ejemplo, fue una parte aceptada de su pacto
mutuo. Por su parte, Rand estuvo casada con el mismo hombre durante toda su vida, pero tuvo un romance con un
hombre más joven que se ha mantenido en secreto excepto para sus cónyuges. Rand y Beauvoir también son notables
por haber optado por no hacer la única cosa que los hombres no pueden hacer, embarazarse y dar a luz. De hecho,
cuando Rand y Beauvoir discuten sobre sexo, rara vez tienen en mente la procreación. Por un lado muchos han
encontrado liberal la ficción y el estilo de vida de Beauvoir, mientras que en Rand los círculos conservadores se han
tomado a la tarea de no tratar lo suficiente el tema de la maternidad y la familia. Según Rand, terminar una carrera,
debe ser la prioridad de una persona, y no, tener una familia. Esto lo aplica a hombres y mujeres por igual. De hecho,
su personaje Dagny Taggart está tan orientada por su carrera que "realmente no hay ninguna diferencia entre ella y
sus homólogos masculinos".

Es evidente que, en sus escritos, así como en su vida personal, Beauvoir y Rand defendieron la independencia. Ambas
sostuvieron que uno debe elegir libremente los fines que uno persigue. Sin embargo, como filósofas, no estaban de
acuerdo en los límites de dichas libertades. Beauvoir se basa en las ideas hegelianas y sartreanas para desarrollar una
"Ética de la Ambigüedad", mientras que Rand se basa en las ideas aristotélicas y nietzscheanas para desarrollar lo que
podría llamarse una "Ética de la Resolución".

Cuando llevamos a cabo proyectos a largo plazo, como terminar una carrera, prometemos efectivamente que
seguiremos actuando de cierta manera. Hacer-promesas y cumplir-promesas representan tiempos de duración
distintos, uno a corto y otro a largo plazo. Cumplir-promesas, presupone hacer-promesas, y hacerlas puede ser lo más
fácil: todo lo que hay que hacer es decir lo correcto y listo. Por supuesto, decir que uno será arquitecto es una cosa; y
convertirse en arquitecto es otra muy distinta. Aún más, en el mismo momento en que se afirma para sí mismo, la
voluntad actúa como el propio garante tautológico de la rectitud. Sin embargo, una vez hechas, tales promesas gratuitas
aparentemente se limita la libertad propia. Por lo tanto cumplir-promesas requiere que uno adapte la propia conducta
en conformidad con el contenido de un compromiso verbal durante un período de tiempo. En ausencia del paso del
tiempo, no habría necesidad de una constante reafirmación del voto proyecto inicial, y tampoco de ninguna
fiscalización para asegurar el apego; causa angustia suponer que la aspiración posiblemente falle. Debido a que el
paso del tiempo suministra oportunidades renovadas para cambiar la propia opinión acerca de los propios objetivos,
proyectos a largo plazo como las carreras, requieren un esfuerzo continuo. Por lo tanto, Beauvoir sostiene que "la
libertad debe proyectarse hacia su propia realidad a través de un contenido cuyo valor ella establece" (1948).

Filosóficamente, podemos preguntar si los actos previos se apoyan en los posteriores de una manera que es
genuinamente vinculante. Una promesa hecha cuando la orientación de la acción prometida es (y se sabe que es)
físicamente imposible sonaría hueca, al igual que una promesa cumplida en tales circunstancias, difícilmente se
contaría como digna de elogio. Por ejemplo, el que un padre "prometa" a su hijo que va a mantener la tierra en órbita,
no merece crédito. Desde esta perspectiva, las promesas son un recurso destinado a dirigir acciones humanas, cuando
las alternativas genuinas son posibles. De aquí que, mantener una promesa de principio a fin, de alguna manera resta
libertad en sí. Como escribe Beauvoir, "Si dejo atrás un acto que he logrado. . . ya no es nada sino un hecho estúpido
y opaco. Con el fin de evitar esta metamorfosis, debo volver a él sin cesar, y justificarlo en la unidad del proyecto con
el que estoy comprometida".

Cuando se nos priva de la libertad de acción, la responsabilidad se desvanece. Durante el cumplimiento de la promesa
nos damos cuenta de que el "amo" y el "esclavo" son una y la misma persona, ¿acaso no dejan de tener sentido estos
roles o etiquetas? Siendo así, podemos discutir de manera significativa si el honor a nuestra palabra constituye un
límite o una expresión de libertad. Como existencialista, Beauvoir está abierta a la idea de que siempre podemos
redefinirnos a nosotros mismos. Nuestra esencia como seres humanos, reside precisamente en no tener una esencia.
Por eso, Beauvoir sostendría que, si los proyectos que llevamos a cabo son siempre vinculantes, es en virtud del hecho
de que velamos por la opinión de los demás. Rand también respalda la libertad, pero como ella quiere asignar primacía
a la persona, se niega a ver las promesas como mera y socialmente vinculantes. Aun así, las promesas verbales son
cruciales para permitir la coordinación de la acción individual y colectiva. En cierto modo, toda la trama de la
‘Rebelión de Atlas’ de Rand emana de promesas. En su juventud el ingeniero, John Galt promete detener "el motor
del mundo" mediante la eliminación gradual de personas productivas y creativas de la sociedad. Reacciona contra las
creencias populares e imprime su acción en la empresa automotriz para la que trabaja, y declara públicamente: "Voy
a poner fin a esto, de una vez por todas". Por supuesto, ninguno de los presentes en el momento toma en serio que
haría realidad esta pesada (e improbable) proclama. Los giros y vueltas de la historia, sin embargo, trazan los diversos
pasos que Galt necesita para cumplir su promesa. Del mismo modo, la máquina que acciona todo en el complejo
utópico de Galt se revela sólo a aquellos que hacen un juramento en que debe pronunciarse la comprensión completa
de las acciones a largo plazo que se requieren. Podría entenderse como la metáfora de la máquina de movimiento
perpetuo, puesta en marcha por la voluntad.

Al igual que Rand, Beauvoir encuentra compromiso en cualquier actividad tomada con decisión. Sin embargo,
Beauvoir es consciente de que si el objetivo específico de una actitud comprometida es que se mantenga constante, se
debe decidir en su favor una y otra vez. Por ejemplo, para aprender a tocar el piano no vamos a la primera lección
únicamente para mantener desde ese momento una conducta impávida, por el contrario, se toma asistencia con la
pulsación de cada tecla. Este voluntarismo, sin embargo, está lejos de lograr coherencia, ya que nada nos obliga a
cumplir con la acción o acciones a las que nos comprometimos. A pesar de la influencia de la inercia habitual, un
repentino cambio de actitud sigue siendo siempre una opción. Terminar una carrera profesional, significa que uno va
a llegar a tener algún puesto de trabajo, pero el firme compromiso con una única vocación ni es obligatorio ni probable.

Rand estaría de acuerdo con Beauvoir en que es necesario el empeño constante, pero de acuerdo con su lealtad
aristotélica, Rand añadiría que un ser humano está inclinado a experimentar como más gratificante un esfuerzo dirigido
hacia una meta. Sus razones son principalmente biológicas. Rand sostiene que “La finitud de la persona que quiere
vivir, es el fundamento de todas las valoraciones, ya que cuando se las considera a la luz de la alternativa fundamental
de vida o muerte, esos objetos y eventos se convierten en buenos o malos”. En principio, estas evaluaciones de lo que
es un valor o disvalor son perfectamente miscibles. Por eso Rand sostiene que la libertad debe al final, asentarse en
un curso de acción diferente, de ahí que esté más allá de algún estándar con el cual evaluar si el camino tomado es o
no el apropiado.

Beauvoir no estaría de acuerdo. Ella escribe que “el epíteto útil... no tiene más significado si se toma por sí mismo
que con las palabras alto, bajo, derecha, izquierda”. El señalamiento en este caso parece ser que, ya que la síntesis son
predicados literalmente egocéntricos, no están a la altura de tener un significado moral. Beauvoir es así mucho más
escéptica sobre las perspectivas de emprender con confianza proyectos a largo plazo sin engañarse a uno mismo. Hazel
Barnes capta bien esta divergencia cuando contrasta las consignas respectivas del Objetivismo y el Existencialismo:
"La existencia es identidad''. "La existencia precede a la esencia". Ahí está el meollo de la diferencia: Las acciones
constantes son obviamente más sospechosas desde el segundo punto de vista que desde el primero.

De acuerdo con la metaética Randiana, los objetos y eventos en el entorno de un individuo tienen valor normativo
solamente porque están para favorecer o dificultar la propia vida del individuo. Por esto Rand sostenía que si alguien
no quería vivir, su entramado de valores se desarmaría. En este sentido (limitado), Rand está de acuerdo con Beauvoir
en que "Fuera de eso no existe ningún valor absoluto antes que la pasión del hombre, en relación con la cual se puede
distinguir lo inútil de lo útil". Sin embargo, a pesar de colocar una incipiente autoafirmación en la raíz de su sistema
ético, Rand sostiene que todo juicio que viene después, es determinado por consideraciones puramente descriptivas.
Como tal la contemplación Randiana "se puede reducir a dos puntos: la elección de vivir, y la ley de causalidad”.

Una vez que aceptamos la vida como nuestro objetivo final, descubrimos lo que es necesario al reconocer las
conexiones causales entre la naturaleza del hombre y su vida. Las propias dotaciones naturales, presumiblemente, se
cuentan entre los muchos hechos que deben considerarse al decidir cómo estructurar nuestras acciones en un proyecto
de largo plazo como una carrera profesional. Beauvoir reconoce esto cuando escribe que "sin duda, cada uno se arroja
[al mundo] sobre la base de sus posibilidades fisiológicas". Sin embargo, ella se aferra a su lealtad existencialista
añadiendo inmediatamente que esto "no determina el comportamiento". Si esto es correcto, entonces uno puede en
principio, rehusarse a aceptar (lo que parece ser) una inclinación natural. Por esto Beauvoir ve la voluntad de las
personas como la fuente del contenido o los contenidos mismos de las normas que los humanos respetarían, en la
medida en que la "libertad humana es lo último, el fin exclusivo al cual el hombre se destinaría a sí mismo".

Rand no es determinista. Aun así, en su filosofía, las disposiciones y habilidades innatas parecen tener más peso. Su
héroe John Galt, por ejemplo, es representado siempre disfrutando de un sentido de certeza y eficacia. En opinión de
Rand el hombre se parece a la antigua teoría [Aristotélica] de la bellota. Las potencialidades del hombre pueden estar
ocultas, pero de ellas surge el retoño del árbol de roble. Sin embargo, debido a que es el individuo el que en última
instancia apoya y da forma a la actualización de ese potencial en desarrollo, la trayectoria de sus protagonistas nunca
se describe en un idioma determinista. De hecho, "para vivir una vida con propósito se debe, en cierta medida, planear
la historia de nuestra propia vida", de tal manera que "el éxito o el fracaso de los personajes de ‘La rebelión de Atlas’
está ligado a su capacidad de hacer precisamente eso". Debido a que el ejercicio de la voluntad es constantemente
requerido para impulsar el crecimiento personal, las dinámicas exactas de la auto-constitución narrativa de ninguna
manera son dadas. Hasta que se agote el lienzo, el proyecto en curso de pintar un retrato de la vida nunca se completa.

El objetivo de Rand es, pues, dar un nuevo significado al símil económico del "hombre que se hace a sí mismo": Tener
como única responsabilidad dar forma a la vida propia; sin embargo, no permite dar rienda suelta, la realidad es una
limitación omnipresente. Así, la filosofía objetivista de Rand ve la mente como dirigida principalmente por hechos.
Para Rand la "virtud maestra", es la racionalidad, ella interpreta la libertad de manera muy diferente de Beauvoir.
Ahora, un sujeto psicológico es, en cierto sentido, solo otro hecho en el universo, y los hechos psicológicos admiten
un tratamiento objetivo. Por supuesto, averiguar verdades de tan alto nivel es, como para todas las verdades, un logro.
Una mente falible debe reunir activamente hechos (vgr.: ¿Soy bueno en matemáticas?), sintetizar activamente su
significado (vgr.: ¿Se puede ser malo en matemáticas, debido a la falta de instrucción?), juzgarlos activamente (vgr.:
¿Valdría la pena emplear mi tiempo para corregir mi falta de conocimiento?), y actuar activamente sobre ellos (vgr.:
ahora tengo que tomar clases extra de matemáticas).

Hay un amplio espacio en cada paso para expresiones indeterminadas de la voluntad. Sin embargo, suponiendo que
todos esos pasos se llevan a cabo, el mejor resultado debería ser constante: Fijar la naturaleza de la persona y la
naturaleza del mundo y, presumiblemente de esta manera, establecer la mejor ruta a seguir. Después de todo, si algo
tan escurridizo como el arte se puede juzgar como objetivamente bueno o malo, como sostiene Rand [1969], entonces
seguramente una pregunta como ¿Es esta una carrera profesional adecuada para mí?, no está exenta de las demandas
de objetividad. Por lo tanto, cuando uno decide cambiar de rumbo, existe un riesgo real de distanciarse de la felicidad,
interponiendo una distancia innecesaria entre el yo de la experiencia y un estado floreciente. El personaje de Dagny
Taggart podría quizá espontáneamente decidir ser, por ejemplo, un veterinario. Si lo hace, sin duda no violaría las
leyes de la física. La pregunta es, si Dagny lo hizo y presentó solamente su voluntad soberana como su razón, ¿Sería
coherente con su caracterización? Si la respuesta es no, entonces algo externo a su voluntad debe estar generando una
cierta fricción. Tal vez la fuente de esta fricción no es más ontológicamente exótica que el arrastre de la historia
personal (como se refleja en los recuerdos, conversaciones, experiencias pasadas, etc.).

Aun así, con razón o sin ella, Rand cree que es posible negociar una aceptación de las condiciones de uno y una
iniciativa en la remodelación de esas condiciones. La recomendación nietzscheana, tomada de Píndaro, acerca de
"convertirse en lo qué,o quién eres" parecería aplicable en este caso. Para Beauvoir, un cambio repentino y arbitrario
de carrera sería simplemente una afirmación de la libertad. Muchos de los que se han inspirado en la filosofía radical
de la autodeterminación de Beauvoir han sido influenciados para cambiar sus trayectorias profesionales. El
existencialismo no puede exigir que dicha transición repentina vaya precedida de una fase de compilación de hechos
ya que, según la ontología existencialista, la verdad sobre estos asuntos, se hace, no se descubre. Si Beauvoir está en
lo correcto, no hay ninguna medida estable que pueda garantizar que las decisiones y los compromisos contraídos
tengan algún sentido. Todo significado humano es un circuito que se autoalimenta, suponiendo que lo es, su
disposición concéntrica podría causar vértigo. No obstante, desde el punto de vista existencialista de Beauvoir,
mantiene la confianza en la objetividad sería en el mejor de los casos una ilusión ingenua, equivocada y en el peor,
una máscara para encubrir tácticas opresivas.

Teniendo en cuenta que "el rechazo de la existencia es todavía otra forma de existir" [1948], Beauvoir piensa que la
única política filosóficamente responsable es que "el hombre no debe intentar disipar la ambigüedad de su ser sino,
por el contrario, aceptar la tarea y hacerse cargo". Barnes explica la divergencia así: “Rand es justa al insistir que
tenemos certeza acerca de muchas cosas específicas, incluso si se carece de certeza absoluta. Rand va mucho más allá
de esto. Para ella, los valores y la moral están tan sujetos a la misma clase de valoración racional como lo están las
mesas. En muchos sentidos, sería un gran alivio si esto fuera así. Todo sería tan fácil. El existencialista, por el
contrario, se enfrenta a su libertad en la angustia. Se da cuenta de que todo está abierto. Su libertad no es sólo la
elección entre pensar y no pensar, entre ver lo que está bien o negarse a verlo. Él sabe que ser libre significa crear
normas del bien y el mal” [1967]. Un decir común como "piensa qué hacer con tu vida" es, desde este punto de vista,
un vestigio de equivocadas visiones esencialistas de la naturaleza humana.

Lo atractivo de los escritos de Rand sería, por tanto, debido principalmente a la conducción de una falsa sensación de
que este tipo de locuciones tienen sentido, —que hay algo de verdad objetiva en el asunto sobre la carrera que uno
deba cursar—. A los ojos de Beauvoir, sólo una mente como la de un niño podría materializar patrones de habituación
en una parte esencial (y no accidental) de lo que es [1948]. Filosóficamente, la edad adulta saludable requiere de cierta
cantidad de confusión, tan angustiante como fuese, psicológicamente hablando.

La universidad como un sitio prominente de afianzamiento profesional, es donde la mayoría de la gente conforma su
identidad personal de toda la vida. Hacer la promesa, implícita al ingreso, es fácil, mientras que cumplir la promesa
enmarcada por la graduación es arduo. Sin embargo, tomamos decisiones que, socialmente, al menos, nos definirán
de forma continua. Beauvoir observa que este tipo de decisiones "siempre pueden volver a examinarse, pero el hecho
es que las conversiones son difíciles porque el mundo se refleja sobre nosotros como una opción que se confirma a
través de este mundo, que se ha formado. Por lo tanto, se forma un círculo cada vez más riguroso del cual es mucho
menos probable escapar". Una educación universitaria no es necesariamente adherente, por lo que el pegamento que
mantiene al estudiante unido a su proyecto, junto con el tiempo, tiene que venir de otra parte. ¿Están los profesores
promoviendo o dificultando la libertad cuando encomian a sus alumnos para ir de un punto a otro como se había
planeado o acordado? Es difícil decir qué es más triste: la resignación sumisa a una esfera de actividad para la cual no
hay pasión, o la reorientación constante sin producir frutos. Por supuesto, esto puede descansar sobre una falsa
dicotomía. Otro escenario posible podría ser un apasionado compromiso a largo plazo, la sensación de que uno viaja
en línea recta y que, si bien nada impide que uno modifique su propio curso, no hay otro lugar al que uno preferiría ir.

De hecho, "si uno nunca llega a ser quien es, pero está siempre, inevitablemente, convirtiendo y revisando una
identidad práctica en el ejercicio de esta capacidad, si uno está siempre en una especie de suspenso acerca de quién
será, una vez más provisionalmente, ser, ¿Cuál es el reconocimiento apropiado de este estado de cosas?". Mantener la
individualidad en un estado de flujo perpetuo por el simple hecho de sentirse libre puede parecer como una forma de
tortura psicológica. En lugar de formar un tipo de inferencias falibles, ¿Por qué no, para decirlo mejor, asentarse en
una identidad personal?, al menos para mostrarse tangible. Sin embargo lo que recomienda la ética existencialista de
Beauvoir es poner constantemente en duda el camino elegido.

Puesto que la persona solitaria no tiene una brújula estable, Beauvoir llega a la conclusión de que "el hombre puede
encontrar una justificación de su propia existencia sólo en la existencia de otros hombres" [1948]. Esto es porque uno
dice públicamente a otras personas que puede hacer tales y cuales cosas, o que uno hará tal y cual cosa. Hacer
promesas a los demás, por lo tanto, se considera más vinculante que hacerse promesas a sí mismo. Rand estaría
ardorosamente en desacuerdo. Ella argumenta que una promesa hecha a otro se ha de cumplir, precisamente porque
uno ha visto por primera vez el mérito independiente —la ganancia personal— que resulta del honor a las promesas
hechas silenciosamente a sí mismo. Esta inclinación Randiana a la honestidad interior tiene consecuencias prácticas
de largo alcance. En los lugares que carecen de supervisión académica informada, a menudo leemos acerca de cómo
Rand supuestamente defendía la acumulación de riqueza material, pase lo que pase. Sin embargo, esta interpretación
se contradice categóricamente por su trabajo escrito, destacado por Khawaja. En ‘El Manantial’ [1943] por ejemplo,
el arquitecto Roark, transfiere en secreto todo el crédito público (y la remuneración monetaria) a otra persona a cambio
de ver su propio diseño construido. Para ser claros, Roark no quiere morir de hambre en el anonimato. Sin embargo,
cuando se ven obligados a elegir, se precia de reconocer su visión sobre cualquier recompensa social. Así pues,
estamos bastante lejos de la creencia popular errónea de Rand como un defensora del consumismo.

La especialista en ética Neera Badhwar piensa que la mayor contribución de Rand ha sido su interpretación del
florecimiento como un estado de la tranquilidad interior y de alegría. Dado que, según Rand, el yo es el principal
receptor de los valores, el yo es también la principal parte perjudicada por una promesa rota. Afirma que, como seres
reflexivos, nos hacemos un daño irreparable a nosotros mismos cuando abandonamos nuestros compromisos. Por
ejemplo, cuando el personaje de Peter Keating en ‘El Manantial’ confirma tardíamente en su vida que debería haber
sido pintor de arte [1943], se enfrenta a una verdad interior, que había conocido, pero que suprimió en su juventud.
Su inclinación prerreflexiva por el arte es una señal que permite reconocer una especie de hecho psicológico. Parecería
que la evasiva de Keating es reprobable, incluso si todo el asunto se trasluce a nivel privado. Nadie puede detectar o
vigilar esta transgresión moral, —excepto el agente en cuestión—. Aún así, esto anuncia una tragedia: Keating se
convierte así en una alegoría del desperdicio ocasionado por seguir un plan de vida que otros encuentran digno en
lugar de uno que refleje el juicio y la inclinación o inclinaciones individuales. Keating es "indolente", su yo se
compone de lo que piensen los demás, esta es la razón por la cual Rand titula su principal tratado de ética ‘La virtud
del egoísmo’ (1964).

Hay paralelos entre Keating y el carácter de la Françoise de Beauvoir. De hecho, "la naturaleza habitual de la negación
de sus sentimientos en Françoise es evidente en la novela escena tras escena, elige negar sus propios sentimientos en
vez de incomodar a los demás". Tal vez se podría argumentar que la filosofía de Beauvoir es capaz de reprender esto
como "mala fe." Sin embargo, no está claro, si y cómo un existencialista podría soportar tal reprimenda. "Después de
todo, depende de ti decidir si quieres vivir una vida auténtica".

Tal vez en la coyuntura de estos supuestos:1) uno debe ser feliz, y 2) la mala fe no es propicia para la felicidad; la
divergencia puede tener algo de atractivo. Beauvoir podría admitir 2), pero probablemente no haría suyo 1). En ‘La
Invitada’, Françoise es presentada como alguien que presenta un "sesgo" a favor de ser feliz. Curiosamente, no parece
haber habido duda alguna sobre este último punto. En la edición de 1990 de la novela de Beauvoir, el pasaje en
cuestión dice, "Françoise se sintió emocionalmente herida. ¿Era posible que su sesgo a favor de la felicidad, que le
parecía tan obviamente convincente, estaba siendo rechazado con desprecio?" [1943]. Si un simple "sesgo" es lo que
lo impulsa a uno a buscar la felicidad en lugar de, por ejemplo, melancolía o angustia, entonces la brújula de nuestra
acción es o son en última instancia, las preferencias personales de cada uno, lo que podría cambiarse concebiblemente.
Sin embargo, en la más reciente edición de ‘La Invitada’(2006), el mismo pasaje dice, "Françoise se sintió herida.
Seguramente no podía apartar con desprecio la aceptación de esa felicidad que se le imponía tan claramente". Aquí se
ha suprimido el término "sesgo", y se pone un mayor énfasis en la fuerza con la que los impulsos hedonistas se afirman.
En el original francés, sin embargo, nos encontramos con el equivalente de "sesgo" partis pris: "Françoise fut
touchéeau vif; ce parti pris de bonheur qui lui semblait s'imposer avec tant d'evidencia, en pouvait donc le repousser
avec mépris" [1943]. No se puede hallar culpabilidad en nuestras actitudes cuando con estas, evadimos la felicidad,
sin apoyar una forma tácita de objetivismo (o una forma estrechamente relacionada de eudemonismo), ¿Es la postura
de ambigüedad lo único que queda, como sostiene Beauvoir? El estado que debe procurarse, según Beauvoir, no es el
nihilismo, que no sería más que el "estacionario" opuesto del dogmatismo. En lugar de ello, al igual que muchos
intelectuales franceses influidos por las investigaciones fenomenológicas de Edmund Husserl, Beauvoir quiere tolerar
una indeterminación de la experiencia fundamental.

Factible o no, el tema ideal de Beauvoir se esfuerza por mantener la dialéctica hegeliana en el momento vacilante
previo a la síntesis y de ese modo "queda a una distancia; que alguien nunca completa" [1948]. La idea de una única
vocación de por vida tendría poco sentido para la persona, por tanto un existencialista inspirado en Beauvoir
consideraría héroes a los que cumplen promesas, estos mismos son comentados por Rand como representaciones
ficticias separadas de la naturaleza humana real, cuyos poderes para resolver deberán ser tomados no más en serio que
los de personajes de cómics capaces de elevarse sobre los edificios más altos de un solo salto. El hecho de que Rand
[1969] describa su ficción como incluida en la tradición romántica podría evitarle este cargo (aunque quizás al precio
de los ideales platónicos, que habría rechazado). Sin embargo, la ausencia de poderes verdaderamente sobrenaturales
en caracteres randianos hace que sea difícil ver cómo se podría sostener una fuerte demanda de imposibilidad
metafísica. Por tanto, una mejor respuesta sería ver la resolución a largo plazo como una hazaña ciertamente grande
y/o excepcional, pero que, sin embargo, cae dentro del ámbito de las capacidades humanas. Puede ser cierto, como
dijo un crítico, que "los hombres 'económicos' resultaron ser un bien más escaso de lo que la teoría daba por sentado".
Pero, en los términos fijados, la libertad radical adoptada por Beauvoir no puede descartar la conducta de una persona
como Dagny Taggart.

Iindependientemente de que la conducta de uno sea predominantemente irregular o cohesiva, Beauvoir y Rand, ambas
reconocen que la vida inherentemente repele la inacción. Los seres humanos pueden tener libre albedrío, pero una
decisión que no pueden tomar es quedarse inmóviles. Para Rand, esto tiene que ver con nuestra naturaleza biológica.
Para Beauvoir, esto es simplemente en virtud del hecho de que el tiempo sigue su marcha [1970]. Así, en ‘Pirro y
Cineas’, de Beauvoir [2004] se resigna al movimiento constante de Pirro, porque la ociosidad contrastante de Cineas
simplemente no es viable. En el curso de este movimiento inevitable, según Beauvoir se puede negar un impulso
natural o un "sesgo a favor de la felicidad". Trágicamente, el personaje de Beauvoir, Françoise "se retira al idealismo
subjetivo con el fin de suprimir la pena que acompaña su sentido del deber". Esto, sin embargo, es discordante con la
compacta fenomenología que acepta la experiencia tal como se presenta. Maurice Merleau-Ponty, otro discípulo de
Husserl (y amigo de Beauvoir), revisando ‘La Invitada’ en un ensayo sobre "La metafísica y la novela" [1964], elogia
a Beauvoir por tratar de desarrollar un código moral centrado en la ambigüedad. Sin embargo, un Randiano podría
decir que, así como Merleau-Ponty se dio cuenta de que "la más importante lección que la reducción [fenomenológica]
nos enseña es la imposibilidad de una completa reducción "[1945], el intento por ser "imparcial" sobre la felicidad
nos enseña la imposibilidad de una ambigüedad completa.

A menudo se señala (por admiradores y detractores por igual) que las novelas de Rand atraen particular y fuertemente
a los jóvenes. Según Rand, la capacidad de mantener mano firme en proyectos y ambiciones personales a largo plazo
significa que el envejecimiento "espiritual" no es la regla: "mantenerse en juventud es alcanzar, al final, la visión con
la que uno comenzó" [1957]. Así, mientras que Camille Paglia ha censurado "la austera madurez tanto de Simone de
Beauvoir como de Ayn Rand" [1995], un estudio cuidadoso de sus vidas anuncia una conclusión opuesta.

Rand era una inmigrante joven que quería escribir guiones de cine. Y no sólo logró eso, sino que pasó a ser una exitosa
dramaturga y novelista de fama mundial. Más tarde, entregó los aspectos técnicos de su filosofía subyacente explícitos
en sus ensayos de no ficción. Las metas tempranas de Beauvoir de enseñar y escribir se lograron con facilidad. A
pesar de que Beauvoir fue despedida de su trabajo como maestra, también pasó a ser una célebre escritora; su novela
‘Los mandarines’ [1954], por ejemplo, fue galardonada con el Premio Goncourt. Beauvoir nunca estuvo tan cómoda
como Rand con la idea de ser filósofo, pero no hay duda de que Beauvoir también hizo importantes avances en ese
campo. Ambas mujeres conscientemente entregaron de ellas mismas partes centrales del guión de su propia vida. Una
vez que Beauvoir decidió convertirse en escritor, su tema más frecuente, era ella misma.

Del mismo modo, el trabajo de ficción de Rand, ‘Los que vivimos’ [1936], era abiertamente autobiográfico, incluso
hace un "cameo" en ‘La rebelión de Atlas’ como la "mercader" de Galt Gulch [1957]. En el contexto de una
planificación a largo plazo, ambas mujeres lograron los objetivos tempranos de sus carreras que ellas mismas se habían
fijado. Y ellas lo sabían. No obstante, Beauvoir, celebra una ética que es totalmente ajena al pensamiento de Rand.
Beauvoir sostiene que "en su reflejo, todos los proyectos humanos parecen absurdos, ya que sólo existen si se fijan
límites para ellos mismos, y uno siempre puede sobrepasar estos límites, de qué sirve preguntarse irónicamente, ¿Por
qué hasta aquí, por qué no más lejos?" [2004]. Descubrir que somos nuestra propia fuente de restricciones, para un
existencialista, debe ser un descubrimiento profundamente perturbador, uno que ningún adulto reflexivo debe tomar
a la ligera. Para seguir en una línea inquebrantable después de tal comprensión equivaldría a perpetuar una caricatura
de la condición humana.

La optimista visión del mundo expresada en la obra de Rand contrasta agudamente con el enfoque de Beauvoir: el
aspecto fallido de la condición humana, "la laceración y el fracaso de ese camino del ser que siempre pierde su
objetivo" [1948]. Beauvoir encomia a los estadounidenses, en particular, a despertar "al sentido trágico de la vida"
[2004]. Rand —que define el "sentido de la vida" como una "valoración emocional, subconscientemente integrada del
hombre y la existencia" [1984]— celebra el hecho de que mientras que "los europeos creen en el pecado original. . .
los estadounidenses no" [1984]. Ostensiblemente, la separación aquí se hace más profunda que el océano.

A pesar de estas importantes diferencias, Rand y Beauvoir están de acuerdo en que ni todos los hechos del mundo
calculan una decisión. Por eso, cabe preguntar si al adoptar un plan de vida dado, siguen siendo relevantes tales hechos.
Un especialista en ética de la ambigüedad, naturalmente, señala que enmarcar la cuestión en términos de blanco y
negro asume que se pueden tener respuestas claras, y por lo tanto plantea la pregunta en favor del objetivismo. Sin
embargo, el mismo señalamiento sostiene al revés que: Asumir que una resolución no tangible está en el horizonte
plantea la duda en favor del existencialismo. Los eruditos han comenzado a reconsiderar críticamente la postura de
Beauvoir, valdría la pena plegar las ideas de Ayn Rand ante esa reconsideración.

The Journal of Ayn Rand Studies, Vol. 15, No. 1, 2015


The Pennsylvania State University, University Park, PA

Fuente: https://www.academia.edu/14389192/Simone_de_Beauvoir_and_Ayn_Rand

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