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ESTUCADO EXTRA
DE 125 GRAMOS y..-
30 cts.

Núm. 2
AÑO I - NUMERO 2
PRENSA POPULAR
Madrid 16 Febrero 1922
Calvo Asensio, 3. - M a d r i d ,
-Apartado 8.008-

El alma caballeresca de don Juan, un don Juan contemporáneo, escéptico y sen^


sual, descreído y despreocupado, asomará en estas páginas, no como un Fauno
rijoso y solapado, sin otro culto que la carne por la carne—el chiste procaz, el di-
bujo pornográjico—, sino como un gran caballero libertino, cuyas ligerezas estu-
vieran purificadas por su grada, su talento, su espiritualidad... COLABORADORES:
Nuestro Don Juan, pues, no será un rufián de lupanar entre mancebas, sino un Linares Rivas. - Alberto Insúa. - Fer-
romántico trovador de cuentos verdes, un viejo abate libertino... nández Flórez. - Emilio Carrere. - Ló-
De vez en cuando, entre frivolidad y frivolidad, sin dejar de reír nunca, hará Don pez de Haro. -Joaquín Belda. - Federi-
Juan un alto en sus carnales escarceos, para como un escéptico pensador hablarnos co Garda Sanchiz.-López Barbadillo.-
Díez de Tejada. . Vargas Vila. - Antón
de las grandes incógnitas de nuestra alma voluble y caprichosa... del porqué las del Olmet.-Cansinos Assens. - Her-
mujeres y los hombres reciprocamente se engañan, a qué edad son más interesan- nández Cata. - Gómez de la Serna. -
tes para quererse las unas y los otros; nos hablará, en fin, de ¡a nueva psicología Répide.-Diego San José.-Tomás Bo-
rras.-Alvaro Retana.-DIBUJANTES: Ma-
del amor, tan descreído y tan metalizado... todo ello constelado de mil anécdotas nuel Tovar. Robledano. -Tito y otros.
de amor. Os haremos pensar a ratos, sin dejar de haceros reir nunca.
Esta Revista, pues, como las grandes cortesanas, dentro de su perversidad sabrá
guardar la delicada corrección de una gran señora... Ni erotismo ni grosería... Un
caramelo de menta todo lo más...

{~>\b. de ROBLEDANO.)
—De recién casados me cogías en tus brazos y me pellizcabas la
barbilla. LA SEÑORA.—¡No tanto polvo, hija, que es malo para la salud!
—Sí, pero entonces no tenías más que una barbilla.

EN CASA DEL DOCTOR —Veamos; me dice usted: para pronunciar «the», apoye usted la len-
gua entre los dientes...
—Veamos... todavía no es suficiente...'Quítese usted todo eso.. —... los vuestros... los vuestros...
—¡Caramba, en ese caso... sería usted quien pagaría la visita!
(DeLERmE.-Parfs.)
EL RAMO DE ROSAS. - dCó- aunan la agresión del
mo debe castigarse a bárbaro, la respetuosa
las mujeres? La mayo- continencia de lo civili-
ría de los hombres se hace zado, ante la debilidad ma-
la ilusión de que castiga a la terial de la pecadora, y si
mujer, y en realidad, nos- nos apuran, incluso el relati-
otros hemos observado que vo esteticismo de los verdugos
siembre acaban ellos pidien- poi voluptuosidad. Ello ha
do perdón por la culpa que ella ha cometido. Y es ocurrido en los Estados Unidos, donde, como na-
que el enamorado, y ni aun enamorado, el tirano die ignora, basta llevar faldas para gozar de to-
casual, no Duede soportar el desolado aspecto de das las prerrogativas, de los máa arbitrarios pri-
víctima de su esclava. El varón tiene más facilidad vilegios, de una situación única en el mundo.
para el remordimiento que la hembra, acaso por- Quizás el yanqui que ha sido capaz de un arre-
que ejerce de juez de sí mismo, en tanto la femi- bato digno de las costumbres italianas o espa-
f^cL, depende de la voluntad de su dueño. Pero no ñolas, no pudo desprenderse del prejfíicio social
uos apartemos de nuestra idea. Sólo dos clases de de su país.
machos descargan sobresus amantes la ira, que és- Y de ahí la peregrina mezcla de profanación
tas provocaron premeditada o involuntariamente. y de ofrenda que encontramos en su conducta, di-
Los embrutecidos y plebeyos, y por contraste, los gámoslo de una vez. El héroe iba a visitar a su
''efinados, los que podíamos denominar intelectua- amiga, y había comprado un ramo de rosas. La
les de la pasión. Naturalmente, varía el procedi- sorprendió en delito de infidelidad. Por un inespe-
miento de la venganza, desde el estacazo cerril del rado atavismo de su sangre europea, se sublevó
orangután humano, hasta la risueña crueldad de contra una falta allí no muy perseguida. Y convir-
Qí7«e/gentleman, que cada noche depositaba un bi- tiendo en clava y disciplinas las flores, golpeó,
llete de Banco en la cama de su cónyuge, a partir azotó las carnes nacaradas de la G.\x\, que se ras-
de la fecha en que descubrió el adulterio de su es- gaban con los arañazos de las espinas, humede-
posa; de uno a otro extremo hay una escala infini- cíanse con el agua que conservan los refrescados
ta en matices de la tortura, ya moral, ya física, pétalos, y se amorataban, y al mismo tiempo des-
y queda todavía la casta de los chulos, alguno aparecían bajo la lluvia de rosas, como una ima-
de los cuales viste de frac, que atormentan a sus gen de nuestras procesiones en primavera. Los
queridas por el placer de sentase adorados a tra- magistrados han condenado al agresor, pero la
vés de su despotismo, si no es para asegurarse la Girl cuenta como un milagro precioso la transfor-
productiva presa por medio del terror. Tales dege- mación de su cuerpo en rosal. Y decidió adorar
nerados pertenecen a la clínica. en adelante al jardinero.
Y he aquí cómo surge de pronto un nuevo ejem-
plar de justiciero, tipo raro y complejo en que se

LA PEINETA DE ROSARIO LEONÍS, POR MIGUEL DE CASTRO

Jai 'vv\,t cif^&a, lia, ^í/tA^cto:


^f}y¡timí ole S^CMa,

Su pe4M'(X' e^c^ iú. CÁ JWJIÍOÍ;

ía C-iA,aí ía '^¿iA.aíoía •u jcwMa-:


LOS P E C A D O S
SIN P E R D Ó N , POR ALBERTO INSUA
EL SEÑOR DE MAGAZ fesando a la encantadora niña comprendí porqué. Cayó
sobre el palacio como una lluvia de ceniza y de sangre.
El señor de Magaz vivía en su palacio con sus dos hi- Laura y Lorenzo estaban lívidos y estremecidos al reci-
jas, Iluminada y Laura. Al encontrarse viudo, la mayor bir las bendiciones. El señor de Magaz asistió a la cere-
no pasaba de los siete años, y entre las dos solo había monia y su actitud grave y taciturna me sobrecogió. Se
uno de diferencia. Orgulloso y original, no quiso que respiraba en la iglesia una atmósfera sofocante de peca-
sus hijas entrasen en ningún convento. Yo le propuse el do, de misterio, de crimen. Toda la servidumbre parecía
de las Reverendas Madres Marianas de esta ciudad. Lo condenada a muerte. Al concluir la ceremonia—muy rá-
rechazó amablemente. Deseaba que sus hijas se educa- pida—Laura se desmayó y su padre no dio un paso para
sen en el palacio: un castillo del siglo XIII, restaurado y sostenerla. Grandes lágrimas rodaban por las mejillas de
hermoseado en todas las centurias sucesivas y famoso Lorenzo.
por sus jardines y por sus bosques, que trepan hasta el Yo quería saber. ¿Quién era el culpable? ¿Laura o Lo-
magnífico acantilado de la costa. renzo? ¿Y qué tenebroso enigma ocultaba la frente del
En consecuencia, hizo venir al palacio ayas, institu- señor de Magaz? La muerte de Iluminada—esto no ofre-
trices y profesores. Yo debía, en cierto modo, presidir a cía para mí la menor duda—no había sido casual. Era un
la- educación de Iluminada y Laura. Quería su padre asesinato o un suicidio. En ambos casos, ¿por qué? Celo-
que fuese, a un tiempo, ortodoxa y mundana. Hubo, sa de los amores de su hermana con Lorenzo, ¿se decidía
pues, profesores Iluminada a morir? Teme-
de gimnasia, de rosa de la envidia de Ilu-
equitación, de minada, ¿iba Laura hasta
idiomas,de músi- elfratricidio?...
ca y de baile. A Mi corazón re-
los diez y siete y diez y ocho chazaba estas
años, respectivamente, Ilumi- suposiciones
nada y Laura se parecían a abominables.
esas damitas sabias y gracio- Yo era testigo
sas del Decamerón, que sólo del dolor de
ignoran una ciencia: la maldad Laura, y reco-
del hombre. No conocían el rría, en mi re-
mundo sino al través de sus cuerdo, como un libro de
libros, de sus romanzas y de estampas encantadoras,
sus paseos por el bosque. Eran la vida de las dos herma-
como dos gacelas que supie- nas. El culpable era Lo-
sen pensar y renzo, inicuo seductor de
como dos rosas ^ Laura. Pero esta supo-
que supiesen sición me obligaba a creer
reir... Yo las enfel suicidio de Ilumi-
adoraba, ado- nada.
rando en ellas Pasó tiempo. Los re-
dos admirables cién casados abandona-
criaturas del Señor. El parecido entre ambas era ron el castillo. El señor
de tal naturaleza, que sin la ventaja de estatura de Magaz, cada vez más
de la mayor y dos hoyuelos que se le formaban a triste y misterioso, en-
la pequeña en las mejillas, cuando hablaba o reía, vejecía. Nada en sus con-
no hubiese habido modo de diferenciarlas. Eran dos án- fesiones revelaba los
geles gemelos. puntos obscuros de su alma. ¿Era un penitente hipócrita?
Un día llegó al palacio un sobrino del señor de Magaz. Son tantos los misterios que me presenta mi vida de con-
Venía de Oriente con una fortuna en sus cofres. Era jo- fesor que éste del señor de Magaz dejó de preocupar-
ven y guapo. Había cazado el tigre y el león. Hijo de me. La imagen de Iluminada se me aparecía a veces en
una hermana suya, el señor de Magaz le recibió con efu- mis meditaciones, como la de una dulce víctima inmolada
sión y sin recelo. Era de su casta. Yo sentí palpitar la a no sé qué odioso fanatismo. Venía a implorar justicia.
tragedia, ptro ¿qué armas eran las mías contra el Desti- Hace dos noches, a punto de acostarme, un hermano
no? De otra parte, mis temores de fraile parecerían ab- apareció en mi celda. El señor de Magaz deseaba verme.
surdos. Lo único posible—y no temible—era que el so- El Prior lo permitía.
brino se enamorase de Iluminada o de Laura y que el se- Desencajado y horriblemente decrépito vi entrar en
ñor de Magaz se la otorgase en matrimonio. mi celda al padre de Iluminada y Laura... Y durante una
Sucedió así. Un año después de la llegada de Lorenzo hora escuché de sus labios temblorosos la monstruosa re-
—este era el nombre del sobrino—bendecía yo su unión velación de su pecado. ¡El era el culpable! Mas, ordene-
con Laura, la pequeña, en la capilla del palacio, ¡pero en mos los hechos... La confesión del señor de Magaz puede
qué trágicas y misteriosas circunstancias! resumirse en pocas palabras. Lorenzo, abusando de la li-
Pocos días antes de la boda, en uno de sus paseos por bertad que le permitía el parentesco, y del candor de sus
el bosque, había hallado Iluminada una muerte horrible. primas, había seducido a ambas a la vez. Una de las
En una carrera desenfrenada, loca, ella y su potro se ayas, la más prudente y la más vieja, recogió el secreto
precipitaban en el abismo. Encontróse en una playa el de las dos. Y después de dolorosas tribulaciones, deter-
cuerpo hinchado y pútrido del animal, pero de ella nin- minó revelárselo al padre. El señor de Magaz, dominan-
gún rastro. Una tragedia atroz... do la sorpresa y la ira, sólo pensó en el modo de ocultar
La boda de Lorenzo y Laura no podía retrasarse. Con- la deshonra. Y matemáticamente, inexoral3len?,^n,tQ, 4e-
terminó que Lorenzo se casaría con una de sus prímas y ra espantosa; las arrugas se entrechocaban como las olas
que la otra solo muriendo evitaría la afrenta. Llamó a ca- de un mar enfurecido y sus ojos brillaban como los de un
pítulo a los tres culpables, pues su moral rigurosa no dis- león. Me increpó:
tinguía entre el seductor y las seducidas, y dictó la bár- —No necesito tu indulgencia, fraile ignorante y es-
bara sentencia. Lorenzo tuvo ánimos para protestar: túpido... Si hace falta iré a Roma...
propuso el convento para una de las hermanas, rogó, gi- —No te perdonarán tampoco. Tu horrible pecado exi-
mió, amenazó... El padre estaba seguro de la obediencia ge una expiación eterna. Mataste a tu hija y a tu nieto
de sus hijas y, en una escena inenarrable, que no imagi- y condenaste a una vida infernal a dos seres dignos de
naron ni Esquilo ni Shakespeare, echó a suertes la que indulgencia. El crimen de Lorenzo lo perdono; el tuyo,
debía morir. Fué Iluminada. no; nunca, nunca... Ve a Roma, descalzo, arrastrándote,
Y tal como lo quiso el vengador de su honra se con- muñéndote de hambre y de sed... Ve al monte y hazte
sumó el sacrificio. La muerte de Iluminada fué más dul- cabida entre los lobos... Congrega a todo el claustro y
ce que la vida de Laura y de Lorenzo. Jamás falta de grita tu culpa inconmensurable. Pero, ¡en nombre de
arnor tuvo expiación más grande. Dios! vete de mi celda, huye de mi presencia, padre sin
Oí, hasta lo último, a aquel hombre. Y cuando espera- entrañas, hombre sin corazón...
ba el bálsamo de la divina indulgencia, le dije: A estas imprecaciones respondió el señor de Magaz
—Tu pecado es de orden satánico: pecado de orgullo, con una carcajada semejante a un aullido. Acababa de
de fanatismo. Amor vale más que honor. No te perdono. volverse loco. Entre dos legos y yo pudimos sujetarle y
No te perdonaré nunca. Aléjate de mí, condenado, padre devolverlo a sus criados. De vuelta a su palacio pareció
sin corazón, hombre sin alma, fiera, monstruo, hijo de más tranquilo, y por la noche se dio un tiro en la sien.
Satán...
Se levantó. Vi transfigurarse su rostro en una másca-

U VIEJA ESPAÑA
GALANTE, POR DIEGO SAN JOSÉ
EL DIABLO CAPELLÁN DE MONJAS celoso capellán y apenas si quedába- endemoniadas. Tan extraño suceso
A 8 días del mes de Setiembre de le espacio para atender a sus piado- rompió la clausura y salió a la calle,
1628 acaeció el suceso insólito y es- sos menesteres con las demás ma- pues treinta mujeres consagradas a
pantable para las almas débiles, de dres, las cuales como habían queda- Dios y cada una con un diablillo den-
que tomara el Demonio por suyo el do sin el auxilio reconfortante de su tro (sin más ventaja que corriendo
monasterio de monjas «benitas» que director, comenzaron a embaular dia- los meses pudiese florecer en algún
hasta habrá poco alzóse en la calle blicos en los garridos cuerpos hasta angélico) era muy extraordinario pa-
del Pez. que el infierno entero parecía haber- ra que no llamase la atención de la
Era priora de aquella santa casa se trasladado al monasterio de la ca- gente seglar. De esta manera trans-
doña Teresa de Silva, espléndida y lle del Pez. currieron más de tres años hasta que
arrogante dama que comenzaba a La misma priora fué tomada por el la Inquisición tuvo a bien de tomar
entrar en el otoño de su vida, y te- más audaz de todos los diablos, al cartas en el asunto, comenzando por
nía encomendada la dirección del que diese en llamar Peregrino, encarcelar a la abadesa y algunas de
manso rebaño que Dios la confiara, as más intensamente en-
al doctísimo y virtuoso capellán diabladas.
Fray Francisco Calderón, del que Luego de muchas
nacíanse lenguas informaciones y pro-
'as beatas del ba- videncias, r e c a y ó
rrio. Su reveren- sentencia (dos años
cia no había gusr más tarde) contra
to como el de F r . Francisco,
platicar a solas condenándole a
•con la reverenda reclusión perpe-
'"ladre unas ve- tua y privación
;ces en el santo de ejercer nin-
tribunal de la p(i- gún cargo,ayuno
nitencia, pero las a pan y agua tres
más en la celda días de cada se-
^ b a d i a l , bien mana y dos disci-
apartados de los plinas circulares.
ruidos del mun- Aunque por de-
do; y si no alon- cencia de la clase
gaba más estas entrevistas era por- quien tentándola por donde suele en- eclesiástica no se cumplieron estas
que también las demás esposas del trarse el pecado mortal, hacía más penas y tornaron las monjas a su an-
'^eflor habían menester del consuelo deshonestidades que una coima del tigua vida, bien merecidas tenía el
y guía de su paternidad. barrio de las Huertas que eran bs bellaco del fraile las incomodidades
Mas he aquí que el Enemigo que más finas y diestras de toda la Villa. sufridas durante el proceso. Tal vida
nunca descansa, tomó aposentamien- El docto varón bastaba para satis- no se la dio nunca un sultán de Tur-
to en una de las madres más biza- facer las ansias... espirituales de to- quía ni un Bajah de Egipto.
rras. Toda la comunidad andaba fue- do el místico rebaño trocado en des-
•"a de tino mirando cómo poner re- honesto gallinero. Exorcizaba todos
medio a tan impensada desgracia. El los días el convento y no dábase paz §7Í£40 JOAA ±^t
Ola entero pasábalo con la posesa el ni reposo en estar siempre sobre las
U u . l^cuíHt

A LA M O D A D E B R E T A Ñ A

(Dib. de RoBLEDANO.) Ignoraba que tuviese usted algunos lazos de parentesco con Du-
E N EL C A N G R E J O bois..
EL coBRADOR.-"-¿Dónde va el señor? ^í, querido amigo: por su matrimonio. Su mujer nos ha engañado
EL VIAJERO.—¡YO... AI magro! a los dos. (De LE RiRE.-Paris.)

PORQUE ENGAÑAN LOS HOM-


BRES A LAS MUJERES, POR FERNANDEZ FLOREZ
POR B O N I T A S presar el preciosismo de algunas flo- siempre es misterioso, y el protoplas-
res naturales, las gentes suelen decir ma densamente hinchado de ensueño.
Cuando el Sr. Poncet terminó de que «parecen pintadas», así se decía Como en ciertas decoraciones en que
hablar, la anciana señora Míguez de Luisa que «parecía una muñeca». van levantándose gasas sutiles y a
reiteró su tesis de que el género de Pero no era como es de presumir, esa cada una que desaparece se aclaran
vida moderna, esta vida moderna belleza convencional y mofletuda de más el telón de fondo y las antes im-
vuelta desdeñosamente de espaldas las muñecas, lo que tal frase quería precisas figuras de los comediantes,
para los juegos de prendas, fomenta- sugerir, sino la artística ponderación así en la convivencia matrimonial,
ba la versatilidad de los hombres, que de sus encantos, que parecían haber cada día se lleva un velo de muestra
a ella le constaba ser, por otra parte, sido concebidos para crear el arque- fantasía, y, al fin, el ser al cual nos
bien fácil. Pero la señora Míguez no tipo. Las largas y curvas pestañas, la hemos unido aparece ante nosotros
pudo esta vez tampoco jactarse de corrección impecable de la boca, el tal y como es, en cuerpo y en alma.
haber logrado un éxito de atención. recto trazo de la nariz, la elegancia La magia de nuestro amor cede ante
Y aun pudiera tachar de poco cortés intachable de la figura, y hasta esos la insistencia de la realidad. Como los
al Sr. Ribera, que, sin esperar a que detalles que casi siempre tienen que leñadores de aquel bosque encantado
diese fin a sus considera:iones, co- crear los artificios de tocador; el tono de un cuento de niños, hemos llevado
menzó a hablar, fingiendo, al prin- rosado de los lóbulos de sus orejas, el a nuestra casa la carga de oro reco-
cipio, estar exclusivamente dedicado rasgado de sus ojos, la suavidad del gida en la noche maravillosa en que
a sacudir con el dedo meñique toda la arco de las cejas, finas y negras .. los minúsculos koriganes barbudos
ceniza de su cigarrillo, abstrayéndose Era, en fin, y sigue siendo, la mujer bailaron, cogidos de la mano, a nues-
como si sus palabras brotasen sin que más bonita—creo que esta es la pala- tro alrededor, .cantando una canción
él se diese cuenta: bra exacta—de todo Madrid. Sus pre- extraña y dulce. Salió el sol y co-
—Por mi parte—explicó—, todo tendientes se contaban por docenas, rremos a abrir el saco que guarda
disimulo sería inútil. Mi separación y cuando yo fui distinguido entre nuestro tesoro. Y, como en el cuen-
de Luisa ha sido, lamentablemente, todos y me casé, me tenía—puedo to, algunos encuentran el amarillo y
notoria y nadie ignora mi actual si- asegurarlo—por un hombre feliz y no puro metal recogido en el bosque en-
tuación, un poco irregular si ustedes vacilaría en jurar que no podría en- cantado; y otros advierten con de-
quieren. Pero las razones que alega- contrarse en la redondez de la tierra sesperación que se trocó en hojas se-
ba nuestro amigo Poncet, no han te- quien 3e parangonease, sin inmediata cas y ramas podridas.
nido na Ja que ver con mi caso. No derrota, con Luisa. «Nuestra luna de miel pasó, y las
creo que me fusse difícil dominar «Y trascurrió ese lapso de la luna gasas comenzaron a alzarse.
esas inquietudes y guardar absoluta de miel, en el que verdaderamente los «Yo no fui feliz. Pronto compren-
fidelidad a mi mujer, si mi mujer esposos ni aun inician su conocimien- dí que en el alma de Luisa no había
hubiese tenido otro espíritu. to. El amor es una sugestión, la más más que una profunda devoción hacia
Puedo decir que me enamoré de Lui- poderosa de todas las sugestiones, y su propia belleza. Era ella la primera
sa el día en que la conocí. Y era im- un enamorado acumula tantas irreales admiradora de sí misma. La costum-
posible que así no fuese. Nunca hasta características sobre la persona a bre del triunfo, los halagos que desde
entonces había contemplado una be- quien ama que la esencia y aun los niña había recibido, aquel asombro
lleza tan próxima a la perfección. accidentes del carácter de ésta que- que estaba habituada a provocar con
Todo era en ella armonía y plenitud dan ocultos bajo abundantes y líricas su sola presencia, habían exaltado en
de obra acabada. Así como para ex- imaginaciones. En amor el núcleo ella un narcisismo desesperante. Se
adoraba; y esta adoración que llena- años pasen—me decía—y ella no sea Pero ella temía que el sacrificio con
ba su espíritu le impedía querer a ya tan hermosa, me querrá.» que contribuí a salvar su vida pudie-
los demás. Era inútil que procurase «Me doy cuenta de que mi caso, ra macular su perfección con la misma
despertar su ternura, su amabilidad, aunque no tan vulgar como el que desgracia. Y me reprochó duramente
su gratitud. Las frases más emociona- Poncet ha referido, es frecuente. que no hubiese elegido con meticulo-
das que mi cariño pudiera dirigirle no Muchas mujeres hay poseídas de este so cuidado otra sangre de calidad su-
eran para ella más que un homenaje narcisismo, y muchos hombres que perior; una sangre que, a juzgir por
natural, algo asi como deben de ser son desdichados por su culpa. Cuando las condiciones que ella enumeraba,
para una majestad las alabanzas de murió el padre de Luisa creo que ella no podría ser más que un producto
sus cortesanos; mis sacrificios por sintió atenuado su dolor por la satis- de perfumería.
sostenerla en una vida fastuosa, los facción que le produjo comprobar que «Y yo no sé si fué aquella palmaria
recibía con igual gesto de recaudador los trajes de lulo daban un nuevo y ingratitud, tan egoísta, o la suma de
de tributos. Yo era para Luisa poco delicado matiz a su belleza. Y aun todos los egoísmos anteriores, o la
más que un espejo que hablaba, un recuerdo el disgusto que tuvimos en imposibilidad de que un amor se man-
espejo animado y sensible que tem- cierta ocasión por oponerme a que tenga en incesante monólogo, lo que
blaba de emoción y reflejaba el efec- luciese uno de esos trajes en que el me apartó súbitamente de mi mujer.
todesu belleza soberana. No era más. pecho, la espalda, las axilas, las pier- Porque casi súbitamente dejé de que-
«Quienes no hayan conocido una nas, van casi al aire, y el resto del rerla. Su hermosura fué para mí em-
fnujer así no querrán creer que en su cuerpo puede ser adivinado perfecta- palago, hastío, repugnancia. La des-
atención tenían mayor importancia mente por la trasparencia de las telas. deñé y la compadecí a un tiempo,
sus sombreros, sus vestidos, los ele- En tales casos, ella adoptaba un ges- porque su orgullo se basaba en algo
mentos todos que podían dar realce to de víctima y una silenciosa tenaci- que moría cada día un poco, y el fu-
a su hermosura, que los tentimientos dad. Mo discutía, porque el discutir, turo le reserva la tristeza ineludible
de su marido. Podía sostener durante descompone. Tengo la seguridad, no de verse vieja, que es verse fta. El
todo un día una conversación a pro- obstante, de que no incurría en tales talento, la bondad, la ternura, pueden
pósito de modas, y era incapaz de excesos por impudor, sino por culto acompañarnos, embelleciéndonos, du-
pronunciar, ni aun en nuestra intimi- a la moda que favorecía sus encantos. , rante una vida longeva, hasta el pie
dad, una sola frase de cariño. Se de- De haber nacido en Grecia y en otras de la tumba. La hermosura física por
jaba amar—es- sí sola no es
to era todo— más que una co-
con el gesto de mida como otra
una diosa. Re- cualquiera pnra
cordaba hasta los gusanos. Yo
las toilettes cesé de amar a
con que en su mi esposa...por
adolescencia bonita. Tuve la
había alcanzado suerte de cono-
éxitos, pero no cer, en esta cri-
1 sis, otra mujer.
habían dejado
ninguna huella Su figura y su
en su e s p í r i t u rostro son vul-
las delicadezas gares. N a d i e
de que yo había vuelve la cara
D i b . ROBLEDANO
r o d . e a d o mi cuando ella
amor. No lloró pasa por la calle. Y acaso
nunca, porque es porque no la ven el cora-
el gesto del llanto es feo. No rió edades, ella sería de las mujeres que zón. Es abnegada, es tierna, y su
nunca, porque la'carcajada quebran- se exhibían desnudas al populacho dulce gracia cicatrizó muchas heridas
ta groseramente la línea. La he vis- para embriagarse vanidosamente con de mi espíritu. Esta vez, mi amor es
to ensayar actitudes ante el espejo, la ajena admiración. un diálogo, y ninguno de los dos
tan abismada en su admiración que creemos que el otro recibe con nues-
Luisa estuvo gravemente enferma
se olvidaba de mi presencia. O con- una vez. Fué preciso hacer a sus ve- tro carino una merced.
templar durante largo tiempo una de nas transfusión de sangre. Yo ofrecí «Luisa y yo pudimos haber conti-
sus manos maravillosas, con la son- la mía. Salvó. Transcurrieron dos me- nuado viviendo juntos, como tantos
risa del éxtasis en los labios... ses. Una tarde, al volver a casa, en- otros matrimonios cuidadosos de la
«El papel de un enamorado es di- contré a mi mujer afligidísima; no apariencia. Pero ella no lo toleró. Su
fícil cuando la amada se anticipa a contestó a mis preguntas, encerrada vanidad, no su afecto, se sintió heri-
alabarse; y yo quería saber qué cum- en un hosco mutismo. Al fin, su dolor da. Me dijo:
ple decir a un hombre cuando su mu- y su ira estallaron. Alzó la holgada — «Si me hubieses engañado con una
jer requiere, con un pretexto o con manga de su blusa y me mostró en el mujer más guapa que yo, acaso te
otro, su admiración con observacio- ^razo una tenue manchita sonrosada. perdonase. Pero con es:i. . No es ele-
nes cotidianas de esta naturaleza: gante, noesljermosa... ¿Qué has vis-
«—¿Qué es eso?—indagué. to en ella que pueda hacerla mi rival?
«¡Mira, por Dios, cómo parecen de «—¡Tu sangre! jHe aquí lo que
nácar estas uñitas!» — «No respondí. ¿Para qué' Ella no
hiciste con tu ligereza! hubiera comprendido nunca... Marché
«Comenzó a buscar consuelo para «Yo soy un hombre de naturaleza aquella misma noche de mi casa para
mi creciente aflicción en imaginar la sanguínea, quizá un poco artríti-
"Vejez de Luisa. Odiaba aquella per- co... Algunas veces surgen en mi piel no volver.
fección que la hacia egoísta, y la des- manchas de un tono rosado. La de
"truía mentalmente, ya que otra cosa Luisa, según pudo comprobar des-
no me era dado hacer. «Cuando los pués, nada tenía que ver con eso.
Con el fin de divulgar en España los estilos
de los diferentes dibujantes franceses, gloria
del arte universal, vamos a consagrar ^en
nuestros números sucesivos, una plana a cada
uno de estos maravillosos artistas, únicos en
su género, colaboradores de la VIE PARISIENNE,
una de las más, célebres revistas de esa Gre-
cia moderna que se llama París... En nuestro
anterior número publicamos las de Fabiano.
Hoy lanzamos las del notabilísimo dibujante
A. Vallé.
AVENTURASDEUNA
CRIADA PARA TODO, POR ALVARO RETANA
MENEGILDA NIÑERA marido y la mujer se encerraban en pentido sabe Dios de qué falta, le
su alcoba, y después de unos minutos pedía perdón con la cabeza hundida
La primera sensación que experi- de chillidos y golpes cesaba todo entre las piernas de ella.
menté al encontrarme instalada como ruido como por encanto. Yo, enton- Indudablemente, el señorito de-
niñera en la casa de mis nuevos se- ces, me acercaba de puntillas a la bía de haber roto la vajilla entera
ñoreb, fué de estupefacción. Aquel puerta, conteniendo la respiración cuando ella por un solo plato que yo
matrimonio que parecía tan unido y para comprobar por el ojo de la ce- rompiese me obligaba a pedirla per-
que continuamente se arrullaban en rradura si aquel inquietador silencio dón can lágrimas en los ojos.
público como dos tiernos palomos, se era debido a que la señorita habría Únicamente cuando yo era peque-
llevaban en la intimidad como el pe- muerto acuchillada por el señorito, ñita y había cometido alguna incali-
rro y el gato más encarnizadamente y me quejaba atóuita escuchando ficable diablura mi madre me había
enemigos. unos suspiros entrecortados que no cogido para zurrarme la badana en
Como «donde no hay harina todo se sabía si eran de agonía o de satis- una forma análoga a aquella en que la
es mohina», la mujer se quejaba con facción. En la macabra oscuridad de señorita tenía atarazado al señorito.
aterradora frecuencia de la vida de la estancia, el «sommier» también Yo que entonces no me había ilus-
privación a que el matrimonio la ha- parecía quejarse melodiosamente y trado mordiendo la manzana del ár-
bía condenado, provocando con sus yo sorprendía diálogos tan incon- bol del Bien y del Mal, no me emo-
lamentaciones la exasperación del gruentes como el que sigue: cionaba lo más mínimo con aquellos
marido. —Anda, otro toro—decía ella con descubrimientos que a otra chiquilla
—¡Si yo hubiera hecho caso a mis voz desfallecida. menos inteligente que yo le hubiesen
padres- —¿Cuántos van ya?—pre- mtrigado. Pero mi innata inge-
gruñía guntaba él. nuidad me impedía ver más allá
ella--no —No sé; creo que ocho. de mis narices. Tenía un concep-
me bu- —Entonces, basta por hoy. to tan vago y limitado de lo que
fo i e r a —¡Ay, no, por Dios!—su- pudiera constituir la intimidad
casado plicaba ella.—Tan pronto, no. ^^' entre una mujer y un hombre—
con un —Bueno—accedía él con aunque éstos fuesen matrimo-
empiea- entonación jocunda—. Echa- n i o - q u e de buena gana hubiera
dil 1 o remos un novillo para los afi- rogado a la señorita que me ilus-
que me cionados. trase sobre el particular. Sin em-
vaama- Yo me devanaba los sesos bargo,
t a r de
hambre! señori-
¡Cuan toquien
to me- espon-
jor esta tánea-
ría yo mente
soltera! se brin-
¡Enton- dó a re-
ces no velar-
carece- me, no
ría de ya los
nada! miste-
¡Maldi- rios de
ta sea la una de
hora en aquelas
que me manza-
casé! nas que
—¡No comprendo porqué te que- intentando adivinar el íentido de costaron a Adán y Eva el Paraíso,
jas!—vociferaba él—. Demasiado sa- aquellas frases que me intrigaban do- sino hasta los secretos de una pera.
bías antes de casarte que yo no era blemente porque mis señoritos nun- Un día de verano en que la señori-
un hombre de fortuna. ca se entregaban a aquel extraño jue- ta había salido de compras, el seño-
La tremolina matrimonial solía ad- go en mi presencia. Al contrario, pa- rito se introdujo en la cocina para
quirir a veces proporciones tan con- recían poner especial empeño en re- proponerme la confección de un gaz-
siderables que yo oía perfectamerte servar sus conversaciones taurinas pacho andaluz con que merendar al
desde la cocina los escogidos impro- para la oscuridad de la alcoba, a ser regreso de su mujer Entre él y yo
perios con que el marido y la mujer posible, las noches de bronca. Otro nos pusimos a picar pepinos, macha-
se rociaban, especialmente a las ho- día sorprendí una misteriosa escena, car ajo y pimentón, triturare! toma-
ras de la comida. cuyo enigma sólo al correr de los te y demás preparativos de este típi-
Muchas noches, temía yo que llega- años pude descifrar, y que mi inge- co plato sevillano, y cuando nuestra
sen a la agresión, porque ella, a pe- nuidad primitiva no acertó a com- labor hubo concluido, el señorito, que
sar de su figurita menuda v agracia- prender. Al entrar en la alcoba del se hallaba como yo, enervado por el
da, era una verdadera tarasca indó- matrimonio, distraída y sin solicitar calor, me estrechó de improviso en-
mita que con el menor p-etexto arro- permiso, contemplé a la señorita en tre sus brazos y empezó a besarme
jaba los platos al suelo o destrozaba camisa, muy repantigada en un si- con la misma fiebre que si fuésemos
[a cristalería a golpes de cuchillo. llón, con la cabeza reclinada en el dos amantes que se encontrasen des-
Sin embargo, concluida la cena, el respaldo, mientras el señorito, arre- pués de seis años de separación.
La proximidad del cuerpo del se- En aquel momento el niño, que dor- quería echarme a la calle como un
ñorito me contagió de sus ardores y mía en su cuna, empezó a berrear, y perro; pero quedaba despedida y al
no opuse resistencia a aquella dulce yo, por instinto, intenté desprender- día siguiente, por la mañana, debía
opresión que me inundaba de insos- me del señorito para correr al lado de liar mis bártulos y abandonar aquel
pechable goce. Yo me sentía desfa- la criatura. Pero el padre me lo impi- honrado hogar que había profa-
llecer por instantes, y él, deslizando dió murmurando con voz desfallecida: nado con mi conducta impúdica.
sabia y audazmente una de sus ma- —Déjale que llore. Ningún niñ i se Por cierto que aquella noche, al ir
nos por el escote de mi blusa, me aca- muere de llorar. yo como de costumbre a curiosear
riciaba en una forma que era como Nosotros dos estábamos en el Pa- por el ojo de la cerradura lo que pa-
para desdar que no acabase nunca. raiso, pero en aquel momento apare- saba en la alcoba de mis señoritos,
Luego la mano cambió de rumbo y ció la serpiente bajo la forma de la en lugar del silencio de muerte que
íué a colocarse con tarita oportuni- señorita quien había entrado sigilo- esperaba, propio de un matrimonio
dad, que aunque no hacía nada pare- samente en la casa, y al percatarse separado por el demonio de la infide-
cía que lo estaba haciendo todo. Yo de lo que sucedía en la cocina, es- lidad, oí un ruido consternador. Y a
advertí que mi bienandanza física trelló en el suelo la sopera del gaz- la discreta luz de la lámpara, con-
aumentaba y que mi cuerpo y mi al- pacho, me insultó de una forma que templé claramente cómo los señori-
ma abandonaban la prosaica cocina me ofendía a mi, a mi padre y a mi tos combatían amorosamente, más lo-
para trasladarse al Paraiso. Yo me madre, y golpeó a su esposo con la cos de pasión y de alegría que nunca.
sentía Eva, él se creía Adán, y só'o sombrilla.
faltaba la "manzana para que la ilu- Según mi señorita, aquella noche
sión hubiera sido perfecta. la pasaría en la casa, porque ella no {Continuará.)

MIENTRAS MÁS oESNUDA, iviAs VESTID», ...permitame presentar


usted mis cumplimientos a l a Baronesa de los Etoupettes. -¿Una peseta?... ¿Pero tú no me has mirado?
—Encantado, querido amigo... Encantado. La presentación no ca- -Sí... por eso precisamente.
rece de «formas.» Al contrario.
(De LE RiRE.-Paris.)

SENOS, POR RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA


¿as cRiftPAs—j os senos de las cria- Sobre todo el empaque que tiene la casa se destaca el
das son senos que dan origen a sentimien- que son verdaderamente, indudablemente senos de
tos sordos y enconados. mujer. Las señoras de la casa evitarían que se viese
Son como animales domésticos, eso, pero no pueden. Es demasiado elocuente su pre-
que corren por la casa, que andan sencia y tiene derechos más fuertes que todo el se-
sueltos por ella y la alegran un poco. ñorío Que domina aún el mundo. Su rebeldía es mani-
Eso que es visible, una urbanidad fiesta y no puede menos de admitirse
y una política hipócrita hace como teniéndose que tragar la pildora la
que no lo ve. Animan la mañana señora. Los señoritos y el señoríos
sobre todo, y dan a la casa más am- ven demasiado, y a veces los bus-
biente casero, más sabor humano. can, aunque son senos ingratos y
Parece que cantan en la criada sucios, de una imaginación roma,
de otra manera que canta su bo- senos que no comprenden, senos
ca, y son la gracia rústica de su descarados que abusan de su con-
trajín. descendencia sombría o que sufren
Son senos silvestres y retozones. el vilipendio del hombre más espan-
Son como la cebolla que condimenta e tosamente desleal que es el señori-
aire de la casa, la cebolla humana y sen / to que niega a la luz del1 dí^
dí^-sus cosas
sual, la cebolla barata. > "^ de la sombra.
L O S C L A S 1 C O S D EL A M O R
CYDNO DE MITYLENE.-BILITIS.-SALOMON.-MARCIAL
LAS CANCIONES LESBIANAS
DE CYDNO DE MYTILENE

LA UÑA DE SYRINX
Tienes, ¡oh Syrinx!, las más bellas cualidades del mun-
do. Eres a la vez esbelta como un corredor, y ardiente
como una codorniz en celo; blanca como la camelia, y ro-
ja como la peonía; apetitosa como el aterciopelado albér-
chigo, y activa en el amor como experta matrona.
Yo te estoy íntimamente reconocida... Me has escla-
vizado con tus gracias. Sólo que... para otra vez, para
mañana, corta mejor la uña de tu dedo viril. Moy me has
hecho unpoquitín de sangre...
^^SSSS^i

B I L I T I S . — L A S CANCIONES ERÓTICAS

LA NIÑA DE LAS ROSAS

Ayer, en medio de la plaza, había una niña con una cesta de


rosas y en torno de ella un grupo de jóvenes. Yo me detuve y es-
cuché lo siguiente:
—Compradme algo.—Pero ¿qué es lo que vendes? ¿Las rosas SALOMÓN.—ANTOLOGÍA ERÓTICA

o tu cuerpo? ¿O ambas cosas a la vez?—Si me compráis todas es- EL CANTAR DE


tas flores tendréis la mía casi de balde. LOS CANTARES
—¿Y cuánto quieres por todo?—Tengo que llevarle seis óbolos ¡Cuan hermosos son tus pies en los calza-
dos, oh hija de príncipe!
a mi madre, o si no me pegará como a un perro.—Sigúenos enton- l.os contornos de tus muslos son como joyas,
obra de mano de excelente maestro;
ces. Te daremos un dracma.—¿Queréis que avise también a mi tu ombligo, como una taza redonda,
hermana? Vuelvo en seguida. que no le falta bebida.
Tu vientre, como un montón de trigo,
cercado de lirios.
Tus dos pechos, como dos cabritos
Y las vi marchar detrás de los jóvenes. No tenían pechos aún mellizos de gama.
y apenas si sabían sonreír. Tu cuello, como torre de marfil;
tus ojos, como las pesqueras de Hesbón jun-
to a la puerta de Batrabbim;
• tu nariz, como la torre del Líbano,
que mira hacia Damasco.
Tu cabeza, encima de ti, como el Carmelo;
y el cabello de tu cabeza, como la púrpura
del rey ligada en los corredores.
¡Qué hermosa eres, y cuan suave,
oh. amor deleitoso!
¡Y tu estatura es semejante a la palma,
y tus pechos a los racimos!
Yo dije; Subiré a la palma,
asiré sus ramos: (vid,
y tus pechos serán ahora como racimos de
y el olor de tu boca como de manzanas;
y tu paladar, como el buen vino,
que se entra a mi amado suavemente,
y hace hablar los labios de los viejos.

EPIGRAMAS DE MARCIAL

A HEDYLA
Quum dicis «Propero, fac si facis»,
Hedyla, languet. (LIE. I, EP. 47.)

Hedyla, cuando en las horas de amor me dices: «Ten-


go prisa; aligérate», mi llama, debilitada, languidece
pronto y se extingue. No me muestres la menor impa-
ciencia, mujer; intenta, por el contrario, retenerme, y
me ifé antes.. Si quieres, pues, acabar pronto, no me
lo digas nunca, Hedyla.
UN CUENTO
GALANTE, POR
Dib. de TovAR
PEDRO D E RE P I D E
UNA RECOMRENSA BIEN GANADA
Cuando Pepe Sanjuanena heredó a su tía, la rica pro- terra, de Alemania, de donde fuese, todo lo que se in-
pietaria la cual no había visto nunca, comprendió que ventara en cuestión de maquinaria. Al fin y al cabo, ca-
debía llevar muy seriamente el luto debido a una parien- zurro lugareño, habíase apercibido desde el primer mo-
ta tan generosa. Puesto a pensar en lo que debiera ha- mento del gran efecto que su mujer hacía sobre el abu-
cer, decidióse a pasar en el campo, en la misma posesión rrimiento de Sanjuanena, y creyó que procurando no ex-
donde vivió siempre su tía, todo el tiempo que le durase poner nada no hada mal en sacar de ello algún par-
el duelo. tido para sus experimentos. Reventaba por ver funcio-
i Quién lo había de decir! En otra posesión de los al- nar un nuevo «Distributor de abonos», máquina admira-
rededores, Sanjuanena tuvo una agradabilísima sorpre- ble según había leído en algunas Revistas profesionales,
sa. Cuando fué a visitar al propietario, don Andrés de y comenzó a insinuar lajdea de adquirir ese bienhechor
la Cañada, agricultor expertísimo, vio desde lejos la si- instrumento «llamado a rendir innumerables servicios,
lueta de su esposa que venía por el campo, y llegaba pa- etcétera».
ra serle presentada. Ambos se El iría a Castillares con su mujer para ver funcio-
saludaron muy correctamente, y nar la máquina, si el señor Sanjuanena tenía la bon-
Sanjuanena sintió que a partir dad de concederles hospitalidad.
de aquel día ya no había de abu- Esta vez Pepe creyó llegar al
rrirse en el campo, porque aci- fin de sus esperanzas. ¡Qué pre-
baba de encontrar con parativos para recibir a los veci-
quien charlar larga- nos! Por supuesto se-
mente y a gusto. ñalándoles habitacio-
La rubia a quien en- nes separadas y distan-
contraba de terranien- tes. Apenas fueron lle-
te en aquella comarca gados los huéspedes la
era Margot, la france- señora de la Cañada
sita cancionista que ha- fué conducida a su apo-
bía conocido en Romea sento mientras que Pe-
y con la cual había ce- pe se apresuraba a ha-
nado más de una vez cer los honores de la
en Maxim's y en el Pa- máquina agrícola a su
lace. Y he aquí que cuan vecino. Pero al primer
do menos se lo piensa se pretexto aprovechable
encuentra Sanjuanena de dejó a don Andrés entrega-
manos a boca con la desterra- do al administrador y corrió
da y en presencia del fiero a reunirse con Margot.
marido, que no tenía más que En el cuarto de ella esta-
dos pasiones. La de los celos ba, y no llevaba todavía un
y la de la agricultura. minuto contemplando ávida-
Margot, por su parte, re- mente la incitante belleza de
cibió a Pepe como un envia- su amiga, cuando ella, que
do del quinto cielo. Y en un mo- se dejaba admirar muy com-
mento que pudo hallarse a solas placientemente, reconoció las pi-
con el solitario de Castillares, le sadas de su marido en la galería
refirió la vida insoportable a que inmediata y se puso de pie. En
la condenaba el señor de la Caña- aquel momento entraba el señor
da, acechándola continuamente co- de la Cañada, que se dirigía a
mo si en aquel desierto fuera po- Sanjuanena para decirle:
sible el devaneo, ni aun mediando — Soberbio, amigo, soberbio.
tnejor voluntad del mundo. Le honra a usted haber traído esa
La Cañada recibió cortés, pero no máquina admirable.
muy efusivamente a Sanjuanena, y comen- Al mismo tiempo que hablaba miraba
zó a elogiar su finca, preguntándole que disimuladamente a su mujer, que estaba
si le interesaba la agricultura. La anterior pro- colorada como la rosa que había cogido de un
pietaria había seguido las costumbres de antaño. búcaro y empezaba a deshojar para hacer al-
¡Y había tanto que hacer en Castillares! Pepe respondió go. Luego lanzó una mirada por la habitación, y como
modestamente que no sabía gran cosa de agricultura, le pareciese que todo estaba en su sitio, se puso más
pero que tenía por ella una afición completamente loca. amable y dijo a Pepe:
Que estaba dispuesto a entregarse a su estudio en —También tengo que agradecer a usted el recibimien-
cuerpo y alma. Y que si el señor de la Cañada quería to que nos ha hecho. Todo está admirablemente. Tiene
Ilustrarle con sus sapientísimos consejos en la materia, usted muy buen gusto.
'e haría un considerable favor. El guasón de don Andrés sonrió y prosiguió:
El señor de la Cañada no tenía más que un sufrimien- —A propósito de instalación, puesto que se ocupa us-
to. El de que su fortuna, aunque bonita, no le permitiera ted tan amablemente de sus convidados, yo le diré a us-
nacer todos los gastos que él quisiera para estar al tanto ted que le agradezco infinito la habitación también sim •
de los adelantos agrícolas, probando nuevas maquina- tuosa que me ha destinado usted, pero que no he de uti-
rias, haciendo venir de los Estados-Unidos, de Ingla- lizar. Usamos siempre el mismo cuarto mi mujer y yo.
Ya sé que eso es de mal gusto y que no se estila. Pero se hallaba, pues? ¡Oh que horrible sospecha! Acaso el
¿qué quiere usted? Yo soy un provinciano. Así es que le forzado agricultor se vengaba en aquel momento de las
ruego a usted que me traigan aquí mi equipaje que me dieciocho máquinas, y se cobraba un aburrimiento de seis
han llevado allá... lejos... al otro extremo de la casa. meses. ¡Ah miserable! Y él estaba obligado a permanecer
Era imposible charlar a solas con Margot. Su marido allí clavado, hasta terminar su discurso.
era como un fuego fatuo que surgía cuando menos se le Apenas pronunció el «He dicho» de ritual, cuando se
esperaba. Pepe, sin embargo, para complacerle seguía dispuso a saltar del estrado abajo, y lo hubiese hecho, si
comprando máquinas agrícolas. Sembradoras, segadoras, para mayor amargura suya, no le hubiese detenido ama-
trilladoras, de todo tenía ya en su poder. Y el señor de .blemente el ministro, haciéndole señal de que iba a con-
la Cañada venía cada vez acompañado de su esposa para testarle. Su excelencia le obligó a sentarse otra vez, y
asistir a todos los experimentos. Pero Sanjuanena y a escucharle, «que el gobierno tenía mucho gusto en con-
Margot seguían sin poder hablar de algo que no se refi- ceder al señor Sanjuanena, una distinción que tanto me-
riese a la agricultura. recía, y que él era el encargado de entregar al condeco-
Los meses de luto iban ya a cumplir. Pepe continuaba rado las insignias del Mérito Agrícola que tan honrosa-
encontrando encantadora a Margot. Pero ¿acaso valía la mente había merecido.»
pena de demorar el regreso a Madrid? Y sobre todo con Cuando iban a levantarse todos para ir a visitar la
un marido semejante. Así es que tomó un partido y de- maquinaria, preguntó el ministro por el condecorado, y
cidió la vuelta a la corte. Quedábale el engorro de las al saber que había abandonado su puesto, dejó para des-
máquinas, con las cuales no sabía qué hacer. pués la entrega de las insignias, y se dirigió al barracón
Eran dieciocho las máquinas agrícolas que había re- de las dieciocho máquinas, presidiendo la comitiva, en
unido. ¡Dieciocho! Y no habían trabajado más que una la cual iba como un azogado el señor de la Cañada, dan-
vez. Con que al fin se decidió a quedar bien con sus co- do un empellón al minsitro, y otrr al alcalde, y otro al
lonos y regalárselas. Daba la coincidencia de que podía reverendo prelado para llegar cuanto antes.
hacerlo con cierta solemnidad, porque precisamente con Abrióse la puerta del barracón y penetró la comitiva.
motivo de una exposición regional, en la capifal de la Al extremo había otra puerta que daba al campo. Halla'
provincia, pasaría por allí el ministro de Fomento, y él base abierta, y por ella se veía a Pepe Sanjuanena con
había de conseguir que fuese a presidir la entrega, con el capote del uniforme puesto, cosa extraña, pues en
lo que quedaría inmejorablemente a los ojos de todos. aquellos momentos hacía verdadero calor, y a su lado
La llegada de su excelencia dio, en efecto, grandes Margot, que también había echado sobre su vestido una
proporciones de solemnidad al acto que se preparaba. gabardina. Ambos hablaban muy animadamente y dando
Había sido construido un enorme pabellón, y adosada a señales de viva contrariedad con un chófer que parecía
esa íala estaba el barracón donde se guardaban las estar arreglando el motor de un automóvil trepidante. La
dieciocho máquinas de Pepe Sanjuanena. Estaban for- presencia de un automóvil no era muy explicable en tal
madas en dos filas, dejando entre ellas una ancha calle lugar, pero tampoco resultaba chocante, d£da la variedad
por la que podía circular el público que viniese a admi- de vehículos que ese día se habían congregado en Casti-
rarlas. Engrasadas y brillantes, reposaban sobre espesos llares. El ministro volvió a tomar la palabra declarándose
lechos de paja y aparecían encuadradas en arcos triunfa- satisfecho de poder condecorar a aquel héroe del trabajo
les. El barracón tenía dos llaves. Una, estaba en pose- delante de su obra, como se les condecora a los héroes
sión de Sanjuanena, y la otra había sido entregada al mi- de la guerra en el campo de batalla, y después de repe-
nistro para que realizase la solemne apertura del mismo tir los lugares comunes que ya había dicho anteriormen-
después de los discursos de rigor. te, dispúsose con un gesto imperial a colocar en el pe-
cho del bienhechor de la comarca, las insignias.
Y la ceremonia llegó. Habían venido las principales Pero Sanjuanena, apoderándose de ellas con un movi-
personalidades de la capital de la provincia y el aspecto miento rápido y hábil, las mostró en alto, y se dispuso a
de la sala era en realidad imponente. Una enorme concu- decir él a su vez dos palabras. La escasez de sus mere-
rrencia se ap'ñaba en el pabellón, y sólo el verdadero hé- cimientos le impedía aceptar aquella recompensa, que de
roe de la fiesta, Pepe Sanjuanena, fingiendo una modes- hecho y de derecho correspondía al agricultor insigne
tia incorruptible, era el único que no había consentido en cuyos sabios consejos eran los que le habían iluminado
tener un asiento en el estrado, y había llevado el asunto en su empresa. Y con sus propias manos, en medio de un
tan a punta de lanza, que no hubo más remedio que de- general aplauso, colocó aquel signo de honor sobre el
jarle sentarse aparte y abajo, delante del tablado en que pecho de don Andrés de la Cañada.
se hallaban los sillones oficiales. Allí se hallaba, no obs-
tante, con indudable aspecto oficial, ya que lucía el uni- Terminó el acto, disolvióse la comitiva, y en el ánimo
forme de teniente de la reserva gratuita en Ingenieros. de muchos quedó la curiosidad de saber porqué razón el
señor Sanjuanena y la señora de la Cañada estaban aun
Pero el secreto de aquel aspecto marcial era el de apa- con el abrigo puesto y delante de un automóvil cuando la
recer con mayor atractivo que de ordinario a los ojos de ceremonia no había concluido todavía.
la señora de la Cañada, que estaba sentada en un extre- Por su parte, el señor Sanjuanena, cuyo era el auto-
mo del salón a bastante distancia del estrado, más guapa móvil en cuestión, despedía aquella misma tarde a su
que jamás, y por cierto con un vestido sencillo como para chófer, que no había sabido impedir la más inoportuna
un viaje. de las averías. Y, entretanto, don Andrés de la Cañada,
La sesión comenzó. El ministro fué el primero en siempre con su mujer al lado, y después de haber acep-
hablar, bastante mal y torpemente. Se sucedieron los dis- tado las escusas que ella le dio acerca de la coincidencia
cursos, todos ellos por el mismo estilo, y por fin llegó su que la hizo encontrar a Sanjuanena delante de su auto-
turno al señor de la Cañada, sastifechísimo de poder ha- móvil, disertaba en su casa, a presencia del alcalde y de
blar de sus temas favoritos delante de un auditorio tal. otras personas, a propósito de la cruz que todavía osten-
Y empezó a perorar encantado, y siguió hablando, has- taba en su solapa, acerca de que los méritos encuentran
ta que extendiendo su mirada por la sala, observó que el al fin y al cabo su recompensa, y que es muy justo que
sitio donde había visto antes a su mujer estaba vacío. se honre al que se lo ha sabido ganar.
Supuso que no habría podido resistir el calor del salón.
Así diciendo miró hacia donde debía estar el hombre
generoso, y el señor Sanjuanena no estaba allí. ¿Dónde S'^OÍM oLt. '^[¿'píoLt
^NA NOVELA TACHADA
POR LA C E N S U R A , P O R JOAQUÍN BELDA
Y Piidro, pensando en la beata que le habia quitado En realidad no era fácil que lo tuviera: aquel cargo
'a devoción, replicó: pertenecía a esa clase de puestos pasivos en los que loda
—Hombre, ¡no tanto! Yo los he visto mayores. la ciencia consiste en estarse donde a uno lo ponen, pro-
—Pero espectáculos como éste de esta iglesia tan... curando matar en flor la propia iniciativa, si por acaso
—jAh, ¡pero te refieres a eso! Yo creí que hablabas surgía.
^^' de esa señora. El hacía sus guardias en los días y en las horas en que
—¡¡Pedro!! le correspondían, salía a la calle acompañando a su amo,
—Perdona, hijo, me he colado. sentábase en el palco del teatro, muy quieto, muy serio,
, ~Yo, cuando estoy en la Iglesia, no miro más que al aburriéndose de lo lindo, y a casita otra vez.
altar. ¿Ayudante?
~i ! ¡Y yo! Ahora, que hay veces que se me va Pero ¿a qué faena u operación ayudaba él?
'a vista y... A veces, al ver de paso por las calles o en la localidad
—¡Eres un mal hombre, Pedro! de algún teatro una mujer guapa, Lanzarote notaba que
—ijY tú un dedos puntas!!-esto no lo dijo, el sable, que él llevaba casi siempre sujeto entre las dos
'o pensó nada más. piernas, se le movía solo, impulsado sin duda por los vai-
Lanzarote comprendió que había dado un paso falso, y venes de la , que tampoco andaba muy lejos de allí.
•íue de no rectificar a tiempo, se podría ver muy pronto Pero, ¡qué remedio! Había que comprimirse; aquellos
ccn el cese y trasladado a Fernando Póo. Ballesta tenía cordones dorados que le cruzaban el pecho, y que para
poder para eso y para mucho más, pues precisamente tantos de su oficio eran una obsesión, parecían atarle
acababa de conseguir el traslado a aquella aburrida po- también los en una provisional castración que
sesión, de un comandante muy afecto a su persona, só- tenía mucho de infamante.
'o por haberse enterado de que el hombre, en sus ratos El coronel, desde que se quedó viudo, cinco afios an-
ije ocio, se dedicaba al libre cultivo deles tobilltras que tes, vivía en un pisito entresuelo de la calle de Goya,
3un conservaban incólu- acompañado de una coci-
me el nera y ama de llaves, to-
Y el coronel quiso en- do en una pieza, mujer
fnendar la plancha cuan- célibe, que a juzgar por
to antes. la edad debía haber he-
Aquella misma tarde, cho también la primera
cuando el general se re- campaña carlista.
tiraba a sus habitaciones Sólo una vez—hacía
del piso alto a rezar el de esto varios meses—,
rosario vespertino, salió Lanzarote, al volver a su
él de la sala de ayudan- casa borracho, por la ma-
tes y le abordó: drugada, había intentado
—Oye, Damián. pervertir a la anciana;
Ballesta se llamaba dando tumbos, y con la
Damián. fuera, el bravo mi-
—¿Qué quieres, hijo litar siguió por el pasillo
mío? que, desde su alcoba,
—Tú eres presidente conducía al cuarto de sol-
de la Asociación para la tera de la anciana. La lu-
•"epresión de las expan- cha fué brutal, pero triun-
siones en los cines, ¿ver- fó al cabo la virtud: tras
dad? (Dibujo de TITO.) unos embites que duraron media hora, el héroe iba ya a
—Sí. ¿Qué querías? penetrar con su en la cueva sagrada donde reside
—Es esa asociación a la que han declarado la guerra el pudor, cuando un grito de la atropellada, más fuerte
'os abastecedores de fruta de la plaza de la Cebada, que los demás, hizo acudir presuroso al portero de la ca-
porque dicen que ha contribuido a elevar el precio de... sa, que, abriendo con su llavín, gritó a su vez desde el
—No sé nada de eso. ¿Qué querías? recibimiento:
—Pues hacerme yo... —¿Qué pasa? ¿Es que hay ladrones? ¿Es que se ha
—¿Hacerte una ? ¿Y para eso recurres a mí? puesto malo el señor?
— iNo, hombre, por Dios! Hacerme de la Asociación. Y el señor, soltando la presa, que ya iba a desangrar-
—Bueno, bueno... Ya sabes que una de las cosas que se en sus brazos, salió de la estancia, gritándole al in-
se juran solemnemente al ingresar es no ir nunca a un truso:
cine. —¡Hombre! ¡Vaya usted al ! ¿Quién le manda a
—¡Bah! A quién se lo cuentas. Yo no paso ni por las usted venir sin que se le llame?
Puertfcs. Desde el día siguiente, y como indemnización por la
—Pues yo te lo arreglaré eso. tentativa de el coronel, motu propio, concedió
. Y, en efecto, a los cinco días el coronel Lanzarote a su ama de llaves un pequeño aumento en su estipendio
¡Ingresaba como socio aspirante en aquella colección de mensual. «Quien rompe, paga», dice el refrán; y él, que
".'jos , que se llamaba ^<Asociación para la repre- no había roto nada, se anticipaba ai pago como un caba-
sión de las expansiones en los cines.» llero que era.
Pedro Lanzarote llevaba ya dos meses en el cargo de
^udante de , y hasta ahora no habia tenido el
"lenor tropiezo. (Continuará.)
UN CORAZÓN DE ORO

Al jgatiío del portero^ parásito sin eduCacfón


todo le está perniitido.. todo' Pero a m(.

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