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PROGRAMA DEL SEMINARIO DE ÉTICA BIOMÉDICA

OBJETIVOS: Que el cursante:


Adquiera una visión crítica de los diversos planteos bioéticos vigentes.
Analice y fundamente las respuestas de la ética biomédica a la luz de la antropología filosófica y
de la ética general, mediante una precisa consideración de la persona humana, su naturaleza,
dignidad y derechos humanos.
Adquiera un mayor rigor científico en el análisis del acto médico a partir de su objeto, de su fin y
de las circunstancias.
Profundice los principios del personalismo cristiano o humanismo en medicina, constitutivo del
ideario de la Universidad del Salvador, como referente válido en la respuesta bioética.

CONTENIDOS:
1º MÓDULO: REVISIÓN DE LA BIOÉTICA A LA LUZ DE LA ÉTICA:
La Ética como ciencia, definición y objeto. División de la Ética en General o de Principios y Ética
Especial o aplicada.
Fundamentación antropológica de la ética en la naturaleza de la persona humana. Especificidad
e individualidad. Ser inteligente, libre y responsable. Los derechos humanos o derecho natural:
Objetividad, universalidad, imprescriptibilidad, e indeclinabilidad de los mismos.
La determinación ética del acto humano por el objeto, el fin y las circunstancias. El principio de
doble efecto. Diferencia entre acto y efecto malo.
El planteo bioético de Belmont. El Principles of Biomedical Ethics de Beauchamp y Childress.
Observaciones y limitaciones de los mismos.
Desafíos contemporáneos a la Ética Biomédica. Confusión doctrinal imperante. Banalización de
la vida humana. Contexto político-cultural eugenésico. Rebajamiento de la vocación y profesión
médica en términos de productor de salud. Judicialización del acto médico. Los límites de la
responsabilidad moral de la mala praxis a la impericia y negligencia.

2º MÓDULO: ANÁLISIS DE CASOS:


En cada Seminario se analizan casos que van cambiando en torno a los siguientes ejes
principales:
Cuestiones generales de la ética médica: La cualidades personales del médico. Competencia y
responsabilidad. La relación médico-paciente. Optimización de los tiempos y calidad humana. La
comunicación en medicina. Veracidad y prudencia. Capacidad de escucha.
Cuestiones especiales vinculadas al inicio de la vida. Contextualización bioética de la sexualidad
humana. Finalidad unitiva y procreativa.- Finalidad procreativa y consideración ética de la fecundación
artificial.- Regulación y la consideración ética de la contracepción artificial.- El embrión humano: Ser
específicamente humano e individual.- Problema de la manipulación genética.- Problema de la
interrupción voluntaria de la vida humana en su fase embrionaria. El aborto indirecto.
Cuestiones especiales vinculadas al término de la vida. La persona humana como paciente
terminal.- Unidad del juicio médico en su evaluación clínica y ética.- Medios ordinarios, extraordinarios
y cuidados paliativos. Ensañamiento terapéutico. Eutanasia.- Precisiones sobre la noción de muerte
cerebral. La muerte y su dimensión biológica y filosófica.

ALGUNAS PRECISIONES ACERCA DEL SEMINARIO DE ÉTICA BIOMÉDICA


Se recuerda que:
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El Seminario de Ética Biomédica se dicta a modo de taller y está conformado por dos módulos.
El primero, de carácter preferentemente teórico, está orientado a la revisión crítica de los fundamentos
o principios de la ética. El segundo, de carácter preferentemente práctico, se dedica a casos clínicos
para ser analizados bajo el aspecto ético.
La regularidad de la cursada se obtiene con el 75% de asistencia. La evaluación final consistirá
en un examen oral estructurado en base a la resolución de un caso práctico.
Cursadas: mayo, agosto, octubre.

Profesores de la Cátedra:
Mons. Dr. Carlos F. Guillot
Dr. Mariano Fernández
Dra. Estefanía Errico Kaminski

BIBLIOGRAFÍA ORIENTATIVA
A la ya conocidas, se añade otra de especial importancia aunque menos difundida):
Atti della Assamblea della Ponticia Academia Pro Vita: versión en italiano o inglés en
http://www.academiavita.org "http://www.academiavita.org/" http://www.academiavita.org :
1996 La Causa della Vita.
1997 Identità e Statuto dell'Embrione Umano.
1998 Human Genome: Human Person and the Society of the Future.
1999 The Dignity of the Dying Person.
2000 “Evangelium Vitae”: Five Years of Confrontation with the Society.
2001 La cultura della vita: fondamenti e dimensioni.
2002 Natura e dignità della persona umana a fondamento del diritto alla vita.
2003 Etica della ricerca biomedica Per una visione cristiana.
2004 La Dignità della Procreazione Umana e le tecnologie riproduttive.
2005 Qualità della Vita ed Etica della Salute.
2006 L'embrione umano nella fase del preimpianto.
2007 La Coscienza Cristiana a Sostegno del Diritto alla Vita.
2008 Accanto al malato inguaribile e al morente: Orientamenti etici ed operativi.
2009 Le nuove frontiere della genetica e il rischio dell'eugenetica.
2010 Bioetica e Legge Naturale.
QUILES, Ismael. La persona humana. 4º ed. Buenos Aires.1980
BASSO, Domingo. Los Fundamentos de la Moral. Centro de Investigaciones en Ética Biomédica.
Buenos Aires. 1990.
IRVING, Dianne N. What is Bioethics. University Faculty For Life. Georgetown University,
Washington, D.C. 2000. Cf.
http://www.lifeissues.net/writers/irv/irv_36whatisbioethics01.htmlHYPERLINK
"http://www.lifeissues.net/writers/irv/irv_36whatisbioethics01.html"
http://www.lifeissues.net/writers/irv/irv_36whatisbioethics01.html
IRVING, Dianne N. The Bioethics Mess. 2001. http://www.hospicepatients.org/HYPERLINK
"http://www.hospicepatients.org/" http://www.hospicepatients.org/

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SGRECCIA, Elio. Manual de Bioética. 2 vol. 2º ed. Madrid. 2009.
BURGOS VELASCO, Juan Manuel. Personalismo Y Bioética. Cf.
http://www.bioeticaypersonalismo.mexHYPERLINK "http://www.bioeticaypersonalismo.mex/"
http://www.bioeticaypersonalismo.mex
FIBIP (Federazione Internazionale dei Centri ed Istituti di Bioetica di Ispirazione Personalista).
(perteneciente a la Facultad de Medicina del Sacro Cuore de Milán-Hospital Escuela Policlínico
Gemelli). Cf. Bibliografía actualizada: http://www.fibip.org/
GUILLOT, Carlos. ERRICO KAMINSKI, Estefania. FERNANDEZ, Mariano G. Elementos de Ética
Biomédica. 1 ed. Etiusal Ediciones. 2012.
ERRICO KAMINSKI, Estefania. FERNANDEZ, Mariano G. Fundamentos de Comunicación en
Salud. 1 ed. Ediciones El Autor. 2009.

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SEMINARIO DE ÉTICA BIOMÉDICA
SUBSIDIO PARA EL MÓDULO 1: REVISIÓN DE LA BIOÉTICA A LA LUZ DE LA ÉTICA

1º MÓDULO: REVISIÓN DE LA BIOÉTICA A LA LUZ DE LA ÉTICA:


La Ética como ciencia. Definición y objeto. División de la Ética en General o de Principios y Ética
Especial o aplicada.
Fundamentación antropológica de la ética en la naturaleza de la persona humana. Especificidad
e individualidad. Ser inteligente, libre y responsable. Los derechos humanos o derecho natural:
Objetividad, universalidad, imprescriptibilidad, e indeclinabilidad de los mismos.
La determinación ética del acto humano por el objeto, el fin y las circunstancias. El principio de
doble efecto. Diferencia entre acto y efecto malo.
El planteo bioético de Belmont. El Principles of Biomedical Ethics de Beauchamp y Childress.
Observaciones y limitaciones de los mismos.
Desafíos contemporáneos a la Ética Biomédica. Banalización de la vida humana. Rebajamiento
de la vocación y profesión médica en términos de productor de salud. Judicialización del acto médico.

La Ética como ciencia. Definición y objeto. La primera y principal dificultad con la cual nos
encontramos actualmente en bioética es que se la reduce a una consideración clínica, con alguna
ponderación personal o legal. Habitualmente se hace una afirmación por consenso, o bien sólo se
observa el aspecto legal. Aquí nos importa un juicio crítico, que analice estas afirmaciones y revise sus
fundamentos para verificar su sustentabilidad. Esto exige académicamente abandonar un lenguaje
ambiguo y reubicar a la ética biomédica en el contexto de la ética como ciencia.
Recordemos que los consensos, por útiles que estos sean, requieren fundarse en principios
racionales y sustentables para no reducirse a una sumatoria de opiniones por mayoría. Tampoco basta
remitirse a la consideración legal, ya que la norma escrita es la expresión vinculante de una cuestión
ética preexistente: el primer criterio de validez de una ley es que sea racional y conforme a la ética:
baste el ejemplo de la normativa eugenésica de la Alemania nazi para comprender esta obviedad.
La reducción de la ética a la legalidad se observa en ciencias políticas por el influjo del
positivismo jurídico de Montesquieu y luego de Kant: existiría una norma externa y abstracta
promulgada por los legisladores a la cual debe someterse ciegamente el accionar del hombre.
Se hace necesario recordar aquí a la filosofía griega clásica y al pensamiento judeo-cristiano,
empalmando con los mas actuales planteos sobre Derechos Humanos o derecho natural. El
fundamento ético se busca en la misma persona y su naturaleza. Un primer juicio moral está dado
para que el hombre sea en la dignidad de sus actos conforme a la dignidad de su naturaleza. Nos
encontramos aquí en una ética fundada en la perfectibilidad o potencialidad del hombre. De allí que la
misma definición de la ética sea la consideración de los actos humanos en orden al fin, felicidad o
perfección del hombre.
Epistemológicamente la ética queda encuadrada como parte de la filosofía práctica, definida
como ciencia que estudia los actos humanos en orden al fin. Notemos que esa noción de fin se toma
como equivalente a felicidad y perfección del hombre. Este planteo posee la ventaja de articular
perfectamente la dimensión psicológica o antropológica con la moral, aunque sin confundirlas. No se
trata de una ética legalista, sino que toma su fundamento en el propio hombre. Fue Aristóteles quien
observó que, cualquiera sea la elección de los hombre, todos pretendemos buscar y alcanzar la
felicidad (se lo denomina ética eudemonista, de eudemon=felicidad). Por ello no encontramos en estos
textos esa antinomia entre moralidad y libertad, que caracterizó a Occidente a partir del siglo XIV hasta
nuestros días. La visión legalista de la ética ha ocasionado severos deterioros en su comprensión, y en
la práctica fue suplantada por una visión utilitarista: es bueno lo que es útil. Pero, a su vez, esta visión
utilitarista reducía la antropología, y consideraba la noción de bien como sinónimo de bien útil, sin
considerar aquello que es bueno en sí mismo (bien honesto) o lo agradable (bien deleitable). No
podemos detenernos en esto ahora, pero aquí encuentran una pista sobre la sociedad utilitarista,

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donde sólo se mide la eficacia y no lo pacífico y lo placentero para el hombre. En general toda escuela
filosófica ha elaborado una ética, pero la pregunta sigue siendo sobre su sustentabilidad y
fundamentación científica.
Si entendemos por ciencia al “conocimiento cierto por sus causas”, la ética aristotélica vuelve a
cobrar valor por tratarse de una postura realista, nacida de la observación. Esto es lo que en la
actualidad se denomina realismo moral, frente al relativismo o subjetivismo moral.
División de la Ética en General o de Principios y Ética Especial o aplicada. Siguiendo el planteo
de Aristóteles, continuado y perfeccionado por Tomás de Aquino (s. XIII) la ciencia moral se divide en
dos grandes partes. La primera es la moral general o de los Principios, mientras que la segunda es la
moral especial o aplicada a determinada realidad humana.
No se trata de dos éticas distintas, sino que la segunda se desarrolla por la aplicación de esos
mismos principios a las diversas realidades y casos. De aquí nace la noción de ética profesional, y en
nuestro caso, de ética médica. Resulta interesante destacar que históricamente ha sido justo la ética
médica la que ha tenido mayor desarrollo entre todos los estudios de ética profesional, y que esta
inquietud ha provenido del propio mundo médico. Por diversos avances tecnológicos, solemos
incorporar ahora la noción de humanismo en medicina, pero no deja de ser una novedad ya que en
toda la historia de la medicina no se había separado el aspecto científico-tecnológico del aspecto ético.
Esto se explica por haber centrado el objeto de la medicina en el hombre, y no simplemente en el
caso. Poner como sujeto al hombre concedía mayor unidad a los aspectos preventivos, diagnósticos y
terapéuticos. Debo insistir que esta ética médica se elaboró a partir de los grandes principios de la
ética general, pero ha sido desarrollada desde el propio ámbito médico. De hecho en otros ámbitos no
se conoce una preocupación tal.

Fundamentación antropológica de la ética en la naturaleza de la persona humana. Sólo a


partir de una observación y definición precisa de lo que es el hombre puede sustentarse una ética que
tenga una base real. Guste o no guste, en este tema no existe un estandar o protocolo que nos puede
dispensar de afrontar una cuestión de neta envergadura filosófica.
Cuando nos referimos al hombre no nos limitamos a su consideración físico-química, muy real
por cierto, sino que frente a otras realidades inanimadas, nos exige verlo como bios o consideración
biológica. Aunque se lo quiera soslayar, la biología y la filosofía coinciden en dos puntos centrales.
Primero que nos encontramos con un ser de una especie determinada, naturaleza específicamente
humana, que lo hace ser tal y no otra cosa. Segundo, que ese ser no es algo abstracto, sino que se da
individuado, que aunque pertenezca a la misma especie, lo hace distinto del otro. Una noción bastante
simple sobre la articulación entre lo que es común y lo que es individual, pero que sin embargo no ha
sido suficientemente comprendido y que ha ocasionado tanta confusión en el ámbito de las ciencias
sociales y políticas.
Sin embargo la propia biología comprende que se encuentra ante una realidad que supera la
mera vitalidad vegetativa, e incluso la vitalidad cognitiva y afectiva animal, observando a partir de la
realidad determinadas características irreductibles a las anteriores y que son originales. En primer
lugar una cognición que no se reduce a ninguno de los sentidos, sino que es capaz de conceptualizar,
juzgar y razonar. Tres acciones que expresan su facultad o potencia intelectual.
En segundo lugar, un accionar que no se reduce a la afectividad animal y que es expresivo de su
voluntad libre. Inteligencia y libertad señalan su trascendencia, y convierte al hombre en un ser
responsable de sus actos, hacer o no hacer, hacer esto o aquello. Ante un mundo inanimado
aceptamos cierto determinismo, mientras que del hombre esperamos que posea cierto dominio sobre
sus actos, introduciéndose así la noción de responsabilidad. De todas la substancias individuales que
nos rodean, sólo a una de ellas hemos distinguido con un nombre especial: Persona Humana. Aquello
que el filósofo Boecio definió como “substancia individual de naturaleza racional”.
Mencionamos la expresión “responsabilidad” pues esa libertad que posee no es absolutamente
indeterminada, sino que es la elección de alguien que posee naturaleza humana definida. Aquí lo ético
no es una invención o algo convencional y ornamental, tampoco es algo aparte de mi propia vida
humana. Aquí se nota cierta confusión en aquellos que han confrontado naturaleza y libertad cayendo
en discusiones interminables. Yo no puedo volar, no puedo ingerir doscientos gramos de piedra y decir

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que son nutrientes proporcionados a mi sistema digestivo, y así tantas otras cosas mas. Pero tampoco
lo vemos a esto como una frustración, pues simplemente no es algo que nos sea connatural y
perfectivo. Yo poseo libertad psicológica para abandonar en cualquier momento el tratamiento
indicado por ustedes, pero es muy dudoso que ello implique una libertad moral de poder hacerlo.
Convengamos que existen muchos falsos dilemas y se ha sobredimensionado mucho ciertas
discusiones. Cito como ejemplo, sin ánimo de polemizar aquí, el postulado que la sexualidad es una
opción cultural, pues aún sin ingresar en la respuesta ética se parte de la negación del dato biológico
x-y.
Cuando nos hemos referido a naturaleza, estamos expresando que el hombre posee una
esencia que lo caracteriza, pertenece a una especie determinada. La voluntad construye a partir de la
naturaleza pero no la destruye. Nosotros establecemos ciertas relaciones o vínculos, por ejemplo el
acuerdo de voluntades en un contrato, o incluso prescripciones mas amplias, que abarcan a toda la
sociedad y que se expresan a través de leyes humanas. Pero aquí sucede lo mismo, las leyes
humanas no son para contrariar sino para perfeccionar a la naturaleza. Todos nosotros reconocemos
que determinadas capacidades no provienen de la generosa voluntad del legislador, sino que es algo
exigible en razón de nuestra misma naturaleza. Con distintos nombres y según las épocas, siempre la
humanidad ha contemplado y admitido la existencia de un orden natural, ley natural, derecho natural o
derechos humanos. En cualquiera de sus formulaciones es expresiva de un derecho que no deriva de
la concesión de otro hombre, sino que deriva de mi la propia condición humana. Podrá cumplirse o no,
podrá respetarse o no, incluso podrá pasar por períodos donde los hombres lo tengan oscurecido,
pero ese ordenamiento sigue allí.
Es importante subrayar el título fundante de ese derecho en la naturaleza, para comprender que
cuando los organismos internacionales los consideran, en rigor no los están estableciendo sino
reconociendo. Esto señala la gran diferencia con cualquier otro derecho u ordenamiento jurídico
establecido por los hombres. A su vez, señala las cuatro prerrogativas que posee este derecho natural
o derechos humanos:
No dependen de la subjetividad de otro  objetividad
Se funda en la naturaleza y no en las categorías de lugar y tiempo  universalidad
No decae con las circunstancias  imprescriptibilidad
La libertad no puede renunciar a ellos  indeclinabilidad

Como luego veremos, este análisis está claramente presente en la Convención de Helsinki. En la
actualidad, aquí en Argentina, merece especial mención la Cátedra de Bioética y Derechos Humanos
(UBA) con la Dra. María Luisa Pfeifer.

La determinación ética del acto humano por el objeto, el fin y las circunstancias.
Corresponde ahora entrar en el núcleo mismo de la cuestión moral. ¿Qué es exactamente lo que
establece la rectitud o no rectitud moral de un acto?. Nos referimos a un acto propiamente humano,
donde esté involucrada su inteligencia y su voluntad. De hecho muchas acciones escapan al
ordenamiento moral o jurídico por ser involuntarias: nadie imputa un acto neurovegetativo, producido
por ignorancia invencible, por violencia grave, bajo miedo pánico, o emoción violenta. Precisamente
uno de los mejores ejemplos lo encontramos en psiquiatría forense, donde se intenta establecer si
existe esa responsabilidad o no, o bien el acto posee un vicio cognitivo o volitivo insalvable.
Al tratarse de un acto, estamos ante una realidad no estática sino dinámica. La primera
calificación del acto proviene del objeto hacia el cual se dirige. Cada acción posee un objeto que es lo
que intenta. Existe siempre un objeto psicológico, pero aquí nos interesa el objeto moral, es decir, la
relación que guarda ese objeto con la naturaleza y perfección del hombre. Noten que no nos referimos
al objeto como una cosa en sí, como se hace en la técnica, donde llamamos bueno o malo si algo
fabricado por el hombre cumple o no su cometido. Objeto moral es la relación o proporción que posee
para la perfectibilidad del hombre. Un bisturí puede ser “bueno” en cuanto cumple la función técnica
para la cual ha sido hecho, y moralmente nuestro en cuanto puedo hacer buen o mal uso de él.

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Este es uno de los aspectos mas delicados de la ética, pues puede confundirse la acción vista
desde su aspecto físico, psicológico, o moral. Por parte del objeto, bajo el aspecto moral una acción
puede ser recta (buena), no recta (mala), o neutra. Pongamos por ejemplo, curar, robar, pasear
respectivamente.
La noción de objeto es simple, aunque no siempre sencilla para quien no está familiarizado con
el análisis ético. Muchos de los dilemas bioéticos que se formulan parten de un mal planteo de la
determinación del objeto. Lo ético no es la postura mas cerrada sino la mejor definida y respondida.
Cito el ejemplo del Magisterio de la Iglesia, particularmente de Pío XII, donde con precisión responde a
delicadísimas cuestiones como la eticidad del aborto indirecto, terminalidad, analgesia, sedación,
distinción entre medios ordinarios y extraordinarios, y cuyas respuestas fundadas no todos conocen.
Sin embargo las acciones no se dan en si mismas, sino que pertenecen a un sujeto, y que las
realiza en orden a algo o intencionalidad. El segundo elemento que se tiene en cuenta para la
valoración del acto moral es su fin o finalidad: Hago (acción) esto (objeto) para (fin). Este segundo
principio es importante, sobre todo si se lo compara con el objeto. Podremos encontrarnos con actos
objetivamente rectos, pero efectuados con una intencionalidad no recta: una donación para sobornar.
O el caso inverso, erróneamente atribuido a Machiavello, de hacer algo objetivamente no recto por una
finalidad recta (el fin justifica a los medios). El acto humano es una unidad y requiere de la rectitud
objetiva y de la rectitud intencional.
En tercer lugar las acciones humanas son concretas, y están cualificadas accidentalmente por la
cantidad, frecuencia, cualidad, modo, tiempo, lugar, etc. Por ello el tercer principio para evaluar
moralmente un acto es el de las circunstancias. En general no modifican objetivamente a la acción,
pero le confieren una cualificación que en los asuntos concretos es indispensable. Este aspecto
solemos verlo bajo el aspecto técnico, sin recordar que involucra un aspecto moral. Por ejemplo, en mi
condición de paciente, una prescripción de ustedes es sobre determinado principio activo, en tal
cantidad, y con una frecuencia horaria y diaria determinadas, siendo temerario de mi parte modificar
sin consultarles. Cito este caso pues solemos pensar en lo ético siempre en casos dramáticos,
olvidando que lo ético se da hasta en los menores detalles. Otro ejemplo es cómo acciones que son
objetivamente iguales, sin embargo poseen cualificaciones morales diversas según sea quién realiza
la acción, o contra quien, bajo que modalidad, etc. El ordenamiento jurídico ha tomado de la ética esta
figura de las circunstancias agravantes o atenuantes.
Todo el ordenamiento ético ha tomado de estos tres principios reales, objeto, fin, y
circunstancias, la valoración moral de los actos humanos. La eticidad del acto humano requiere la
rectitud de los tres elementos. Ciertas dudas o interrogantes de ética médica encuentran en el análisis
de los mismos una respuesta objetiva y prudente. Respetamos los protocolos, pero ninguno de ellos
puede prever todos los casos y dispensar de la virtud de la prudencia médica.
El principio de doble efecto. Nadie está exigido a tener todas las precisiones de una ciencia, sino
la de aquella que cultiva. Por ello no hemos querido aquí exagerar las aclaraciones filosóficas o de
Ética General. Sin embargo, por sus implicancias en la ética médica, quisiéramos recordar el
denominado principio de doble efecto. Su formulación es clara, pero su comprensión muchas veces se
ve dificultada por la similitud que tiene una acción si se la considera bajo su aspecto físico, psicológico
y moral.
Hemos señalado que la primera especificación de un acto proviene de su objeto. También
hemos dicho que esta acción puede ser objetivamente recta, no recta y neutra. Así, por ejemplo,
nunca es lícito realizar una acción que es objetivamente mala, cualquiera sean los fines y las
circunstancias. Tal acto estaría viciado desde su origen.
Sin embargo no debe confundirse entre el acto y los efectos del mismo, ya que se trata de
realidades distintas. Aquí no nos referimos al objeto sino a las consecuencias de un acto. En término s
generales se comprende que una acción produce un efecto. Sin embargo nuestro accionar implica
muchas veces varios efectos o consecuencias. El principio de doble efecto se refiere a aquellas
acciones que son objetivamente rectas en sí mismas o al menos neutras, pero de cuya aplicación
resultarán efectos buenos y otros no. Nos referimos a que ese efecto malo es un efecto no deseado, y
que sin embargo el acto se realiza igual por el efecto bueno que es querido directa y primariamente,
existiendo una causa proporcionada para hacerlo. En ética este acto se denomina voluntario indirecto,
ya que objetivamente quiere una cosa y por otra tolera un efecto no deseado. Este principio posee un
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amplísimo campo de aplicación en medicina, incluso en los delicados temas del aborto indirecto, o la
posible abreviación indirecta de la vida en la analgesia y anestesia.
En síntesis, me permito ratificar que los principios de objeto, fin, y circunstancias, sumado al
principio de doble efecto, poseen un riguroso valor filosófico y ético, que se corresponde con la
realidad observable, y que ofrecen a la ética medica un sustento objetivo, fundado, coherente, y
abierto para responder a nuevos interrogantes. Por otra parte ofrecen al mundo médico un marco
epistemológico mas preciso que el que se suele incluir en bioética, ya que varias cuestiones escapan
al arte del cuidar y curar médico, y corresponden a terceros, gobernantes, legisladores, jueces,
laboratorios, ecología, etc. dar la respuesta ética correspondiente.

El planteo bioético de Belmont.


¿Podemos tomar como equivalentes las nociones de ética médica y la de bioética?
Históricamente no, ya que esta última nace en los 70 frente a determinados abusos, pero que intenta
dar su respuesta no a la luz de la ética como ciencia, sino a partir de otros principios que se
establecen en Belmont y que ustedes conocen. La ética médica es la misma ética aplicada, y la
llamada bioética es una formulación nueva a partir de otros criterios y con otras respuestas.
Respecto al origen, todos intuimos que gran parte de los avances de la genética en la Alemania
nazi por diversas razones no fueron dados a conocer en su totalidad. Cualquiera sea el caso, sabemos
que estos avances fueron estudiados posteriormente por distintos científicos en los Estados Unidos.
No se suele insistir suficientemente sobre el giro de la pregunta. No es la antes mencionada de ética
médica, sino otra, que podemos formular esquemáticamente como “¿qué ocurre si modifico x?”. Es tan
copernicano el giro que plantea un escenario distinto. Lo que aconteció luego ustedes ya lo conocen, y
es, a instancias de las autoridades, otra clase de pregunta, acerca de los límites de este tipo de
experimentación genética en humanos. Nos referimos al conocido “INFORME BELMONT. Principios y
guías éticos para la protección de los sujetos humanos de investigación. Comisión Nacional para la
protección de los sujetos humanos de investigación biomédica y del comportamiento”. U.S.A. (1979).
Tal planteo se hace mas conocido por la obra de TOM L. BEAUCHAMP, y JAMES F. CHILDRESS.
Principles of Biomedical Ethics, ed. Oxford University Press, New York.1979. (Cf. 4º ed. Masson.
Barcelona. 2002). Esos cuatro o tres principios, beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia,
adquieren amplia difusión a partir del Kennedy Institute de la Universidad de Georgetown (USA).
No cabe aquí una explicación de estos postulados, ya que sus propios autores han ido
enunciándolos de distinta manera y en distinto orden, concluyendo BEAUCHAMP que no hay mas
principio que el mismo caso concreto, lo que es idéntico a decir que no existe ningún principio. Sin
embargo, conviene hacer algunas precisiones.
En primer lugar entre lo que se había preguntado y lo que se responde, ya que el interrogante
versaba sobre ciertos límites éticos en la investigación humana, mientras que la respuesta versa sobre
un “sistema”, completo y fundante, ya que los enuncia como “principios”. Nos encontramos ante una
respuesta dada por fuera de la ética como ciencia y con otros principios. Una primera duda no es si
son acertados o no, sino si son verdaderos principios, es decir, punto de partida evidente a partir del
cual aportar una respuesta consistente.
En segundo lugar se los sigue presentando en el mundo médico como una vía con la cual se
debe investigar y resolver sin salir del campo médico. Sin embargo pocas veces se aclara que resulta
totalmente dependiente de un asunto filosófico, tal como se percibe por el influjo de Stuart Mill y el
utilitarismo inglés, o el influjo determinante de William David Ross con su “ética de deberes prima
facie”, vía intermedia entre el utilitarismo y la ética kantiana. (Cf. “The Right and the Good”. Ed.
Clarendon Press. Oxford. 1930). Con todo gusto podríamos ampliar y debatir esta cuestión, pero para
ello deberíamos salir de la ética médica y de la bioética, e ingresar en una cuestión directa y
abiertamente filosófica. Nada mas distante que considerar a estos principios como fundantes de una
ética químicamente pura, indiscutible, prescindente de toda postura antropológica y filosófica.
En tercer lugar, aunque se los describe como principios, en rigor se trata de postulados o
axiomas dados. El término principio implica que sea más conocido, evidente, fundante de los demás
conocimientos, con valor universal, cuya formulación sea expresada a partir de la observación de la
realidad, y sean punto de partida para una respuesta consistente. Estas características acontecen

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cuando nos referimos al objeto, fin y circunstancias, dado que son datos reales, objetivos, articulados y
mensurables. Lo mismo podemos decir del derecho natural o derechos humanos, referente mucho
mas válido para evaluar la eticidad de una acción. De hecho pueden observar que importantes
documentos internacionales para fundamentarse han recurrido a los derechos humanos y no a los
principios de Belmont. Por otra parte han sido los propios autores quienes han expresado la poca o
nula incidencia que han tenido para solucionar los casos. Aún así, en países periféricos se los sigue
empleando.
En cuarto lugar, dirimir cuestiones éticas en el ámbito médico es algo muy delicado como para
argumentarlo desde postulados imprecisos. Cito dos ejemplos para concluir estas observaciones.
Aparentemente nadie cuestionaría el principio de autonomía. Sin embargo este ha fluctuado entre
autonomía de la persona y autonomía de la voluntad. Parece una distinción intrascendente pero es
importante. Si nos referimos a la autonomía y dignidad de la persona humana, esto crea una relación
médico-paciente debidamente delimitada. Por el contrario, si nos referimos a la autonomía de la
voluntad el referente aquí es mi deseo, y establece una relación cliente satisfecho-proveedor: mi
querer se constituye en norma exigible al médico casi con independencia de la relación que guarde
con la salud objetiva y se formula como un “derecho”.
También parecería inobjetable el principio de justicia pues no hay nadie que no desee esa virtud.
Sin embargo el sentido que se le ha dado es para referirse a la salud como un bien limitado y escaso,
debiendo elegir las prioridades para administrarlo. Noten como una misma palabra se dice con un
sentido diverso. En un caso es la pregunta sobre los medios que cuenta el médico y que puede y debe
emplear, interrogante que, pese a los avances tecnológicos, es tan antiguo como la misma medicina.
En el otro caso existe cierto contexto eugenésico, acerca de qué vidas humanas deben ser incluidas y
cuales no en determinado beneficio del sistema de salud.
Como síntesis de este apartado quisiera aclarar que estas observaciones críticas no se refieren
al ámbito médico sino al ámbito filosófico que ha incursionado en él. La misma experiencia posterior
muestra como estos postulados de Belmont no han demostrado eficacia práctica y fundamentada en la
resolución de los casos. Con estas observaciones no hemos querido juzgar sobre la intencionalidad de
sus autores, sino analizar la consistencia de sus afirmaciones. Belmont, como fenómeno cultural,
posee el valor de haber reinstalado la cuestión del humanismo en medicina frente a determinados
excesos técnicos.
Sin embargo, el principio de autonomía posiblemente ha magnificado demasiado el alcance del
consentimiento informado, al que se le añadió cierta exagerada sátira al paternalismo en medicina, y
nos limitamos aquí a constatar el hecho. El vínculo medico-paciente es único, irreductible a la
categoría cliente-proveedor propia del derecho comercial que debe garantizar la calidad del producto,
sino que se funda en una relación de confianza, en la cual, incluso por juramento, se aporta el debid o
conocimiento y la disponibilidad para la atención. Sólo la ignorancia y la negligencia han sido defectos
censurables, como veremos luego, lo que poco o nada tiene que ver con la explosión vigente de la
judicialización del acto médico. Entendemos que estos aspectos estaban sobreabundantemente
cubiertos desde la ética médica y el humanismo en medicina. Con Belmont se inicia cierta
tercerización de lo ético en manos de uno o varios comités, oscureciendo la milenaria tradición que el
juicio médico simultáneamente es un juicio ético. Culturalmente el médico ha gozado, como es
razonable, de la presunción de eticidad, mientras que en la actualidad se lo ha minimizado en su
vocación y misión y mediado por a través de la judicialización del acto médico.

Desafíos contemporáneos a la Ética Biomédica. Si hasta aquí nos hemos referido a la


importancia de los principios de la ética médica, queremos referirnos ahora a su necesidad y a su
urgencia.
Banalización de la vida humana. Se encuentra fuera de discusión los avances tecnológicos que
han logrado las ciencias, tanto las teóricas como las aplicativas, particularmente durante el transcurso
del siglo XX. Tal avance es bueno en el sentido técnico, porque la artificialidad de lo producido resulta
un instrumento eficaz para la mejor observación y transformación de la realidad. Pensemos en nuevas
drogas producidas en laboratorio, o la aparatología aplicada al diagnóstico y terapéutica. Incluso lo
que hoy nos asombra comparado con el pasado, puede convertirse en obsoleto de cara al futuro por
los incesantes cambios que se producen.
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Sin embargo tendemos a simplificar las cosas cuando se da el razonamiento de que si algo es
posible, consiguientemente puede hacerse. Las palabras empleadas equívocamente intentan en un
solo juicio responder a dos cuestiones distintas. Los términos “poder” y “hacer” pueden entenderse
como una validación ética desde lo técnico. Sin embargo este salto olvida que lo ético se define no en
sí mismo, sino por su relación o referencia perfectiva al hombre, y en este caso no nos encontramos
con un planteo tecnológico, sino con un planteo tecnocrático: lo técnico puede y debe dirigir al hombre.
Así expresado puede parecer un tanto evidente, sin embargo ciertas investigaciones y divulgaciones,
por ejemplo, en manipulación genética, ejercen en el imaginario colectivo la sensación que tratamos
una mera cuestión técnica, donde siempre, indefinida, e irrestrictamente podemos experimentar sobre
lo que ocurre modificando algún factor. Incluso si hoy no lo he logrado, nada impide que mañana sí.
La expresión “posibilidad” salta del ámbito físico al ámbito ético. No deja de ser curiosa tal
actitud, cuando aún en el ámbito no-científico se comprende la distinción entre posibilidad psicológica
y posibilidad ética. Todo el mundo comprende que el hombre “puede” psicológicamente realizar
innumerables acciones contrarias a la ética. Sencillamente si no se pudiese en todo sentido, no
existiría el delito, cuestión obviamente falsa.
Sin embargo, lo tecnocrático añade ese plus de “cientificismo” que convierte a las preguntas en
algo plano, la mera posibilidad físico-tecnológica. Decimos “plano” cuando se interroga simplemente
para obtener un si o un no. Un si o un no carente de contextualización sobre su objeto, su fin y sus
circunstancias. Por ejemplo, en muchos casos el diagnóstico pre-natal se lo entiende así.
Retomando la distinción entre tecnológico y tecnocrático, no es extraño que este último se
presente, bajo razones de cientificidad, con cierto dominio sobre la vida y la muerte. Se produce cierta
banalización de la vida humana en cuanto esta sería una realidad relativa y subordinada a intereses
entendidos como superiores. Por lo menos cinco premios nóbeles en medicina durante el siglo XX se
han expresado en que la investigación genética es demasiado relevante al Estado para que este deje
de intervenir en su empleo en el diseño político. Ciertamente sus premios no fueron otorgados por
estas afirmaciones, sin embargo ellas están allí expresadas públicamente, referentes al
“mejoramiento” de la raza humana. Su claro sentido eugenésico encuentra su aparente justificación en
los principios de Belmont de beneficencia y justicia. Debe reconocerse que en el contexto europeo,
mas próximo a la doctrina de los Derechos Humanos, tales expresiones no han sido bien recibidas por
subordinar a la persona humana a otros intereses, e incluso ciertas similitudes con la genética de la
Alemania nazi. Se comprende que bajo el aspecto tecnológico se crean muchos interrogantes, difíciles
por cierto para ser analizados, particularmente si se entiende a la persona humana como un medio y
no como un fin.
Rebajamiento de la vocación y profesión médica en términos de “productor” de salud. Tampoco
se puede no tener en cuenta los condicionamientos económicos que implica la medicina
contemporánea. De hecho, el principio de justicia de Belmont no se refiere a esta virtud como aquella
de “dar a cada uno lo suyo”, sino como criterios de priorización a ser tenidos en cuenta en la elección
para administrar un bien escaso.
Notemos en primer lugar como la bioética ha instalado un interrogante no-médico sino
propiamente político, ajeno por cierto a la decisión ética del médico y que se resuelve en otras
instancias. Desde la ética médica se entiende que la dificultad no está tanto en la respuesta, como en
la misma pregunta. La misma supone que la salud de la población debe ajustarse al presupuesto y no
el presupuesto a la salud de las personas. Sin duda que existen costos, incluso altos, pero se omite
decir que los presupuestos se acuerdan según las prioridades que se tienen. El tema es extenso y
escapa en gran medida a la decisión médica en cuanto que supone el mito de la economía como una
ciencia matemática, y no como en realidad es, expresiva de las prioridades que se tienen sobre bienes
que denominamos escasos, pero que bien priorizados y administrados pueden resultar suficientes e
incluso adecuados. Tal consideración podría considerarse inocente y utópica si, simultáneamente no
observamos otras áreas para las cuales siempre existen recursos. Sugestivamente en estas
decisiones no se tiene en cuenta el juicio del mundo médico.
Si acaso existen prioridades en las decisiones, ciertamente no es algo descubierto en Belmont,
sino que acompaña a toda la historia de la ciencia médica y a sus dilemas. Priorizar a un paciente
sobre otro es un interrogante tan antiguo como la misma medicina. Sin embargo la respuesta no posee
tanta literatura o búsqueda de un estándar, sino que la ética considera que la decisión es un acto

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único, parte constitutiva de la virtud de la prudencia o juicio práctico. Pensemos por ejemplo lo que se
decide en una urgencia. Con todas sus imperfecciones, en Argentina aún puede verse en materia de
trasplantes cierta priorización cronológica y de histocompatibilidad. Actuales legislaciones europeas
por el contrario ya dan indicios eugenésicos, respecto a que ser humano vale mas que otro.
Entendemos que no sólo es mala la respuesta sino incluso la pregunta. Establecer a priori a quien
salvar y a quien no es algo ajeno a la vocación medica, la que no admite ser condicionada por
terceros. Debemos recurrir a los ejemplos prácticos para que se comprenda mejor lo que está en juego
en un planteo teórico. Pensemos en el enorme esfuerzo que se ha debido hacer para garantizar la
libertad en el ejercicio de la profesión, y que frente a condicionamientos de terceros debió plasmarse
en las Convenciones de Ginebra. Otro tanto para admitir a la Cruz Roja Internacional. Siempre bajo el
manto de sospecha si en cumplimiento del juramento hipocrático la atención médica es brindada al
considerado enemigo. Conviene reflexionar frecuentemente sobre las limitaciones humanitarias que
impuso el mundo médico a las meras consideraciones políticas y militares.

Judicialización del acto médico. Probablemente el último intento de subordinar la profesión


médica a terceros lo encontramos en la tendencia sociocultural de la judicialización del acto médico.
No nos referimos aquí a la doctrina clásica de mala praxis, según la cual existe una culpa personal en
el médico cuando se da un grave defecto en el conocimiento debido, o bien en la atención debida.
Aquí se nota claramente la ignorancia culpable o la negligencia, pero esta jamás debe ser presupuesta
sino debidamente probada.
Inversamente, al considerar la relación médico-paciente en términos del derecho comercial, se lo
plantea en términos de prestador de servicios y cliente satisfecho. La crítica no se hace a la persona
del médico por alguna defección en su ejercicio, sino que inconcientemente se lo ha trasladado a un
“producto-salud”. Aunque las palabras puedan parecerse, se trata de un giro copernicano que ha
trastocado una recta visión ética y legal de la cuestión. En esta opinión, el médico habría perdido su
inmemorial presunción de inocencia, quedando sujeto a la auditoría del paciente o de su asesor legal.
Lamentablemente esto ha obligado al médico a adoptar un sinnúmero de recaudos, poco relacionados
con la prevención, diagnóstico, terapéutica y acompañamiento del paciente. Esto es un hecho
frecuente, pero bajo el aspecto ético cabe señalar que se lo ha victimizado rompiendo un vínculo único
e inefable como lo es la relación médico-paciente, irreductible a cualquier relación tomada del derecho
comercial y la “garantía de calidad del producto”.
Estas breves observaciones que hemos efectuado de carácter sociocultural imperante afecta al
médico y al ejercicio de su profesión. Insistimos que se ha satirizado al paternalismo y se ha
exacerbado la noción de consentimiento informado. Sin embargo son modas que se imponen, aún sin
definir exactamente cuál es su sentido y alcance. La noción de “consentimiento informado” se adopta
a-críticamente, como cierta fórmula mágica que todo lo resuelve. Son pocos los que han notado que
se trata de un criterio que responde mas al período inmediatamente anterior a Belmont, defecto que
está muy lejos de haber sido una constante en la historia de la medicina. Precisamente el juicio clínico
siempre se encontraba en un amplio contexto ético, humanista, donde la adopción de una medida
venía acompañada de la explicación de sus efectos positivos y negativos. Resulta contrario a la
historia negar que miles de pacientes han aportado su decisión personal teniendo en cuenta otros
factores y que esto constituía una práctica médica habitual. Y tan es verdad esto, que en este contexto
surge la distinción en la adopción de medios ordinarios y extraordinarios decididos de común acuerdo.
Personalmente me puedo alegrar que la noción de consentimiento informado evite victimizar al
médico y de alguna manera lo preserve ante la judicialización de su profesión. Aún así, bajo un
aspecto racional, la formulación puede entenderse como un declinar el juicio médico en el paciente, lo
que, mas allá de prácticas generalizadas, no deja de ser un perjuicio para el paciente y para la libertad
de ejercicio del médico, sin que uno y otro obtengan algún bien por esta imposición de terceros.
Síntesis final. A la luz de los que hemos venido viendo, puede comprenderse mejor que, en un
medio sociocultural así, además analizado a la luz de los postulados de Belmont, la respuesta ética
pueda ser cada vez mas oscura y extravagante. Una paradoja de la cual no se puede salir sino
mediante el retorno a las fuentes: una sólida antropología filosófica y una ética de principios que
realmente fundamente e ilumine a la ética médica.
Volvemos así sobre las nociones de objeto, fin y circunstancias, incluso teniendo en cuenta el
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principio de doble efecto, no ya para un enunciado teórico, sino como verdaderos criterios para el
análisis moral de los distintos casos que se nos presentan, Intentamos subrayar no ya su importancia
teórica, sino la necesidad y urgencia que tenemos de los mismos para la comprensión de la realidad
bajo su aspecto moral.
Lo hacemos porque la manualística de bioética se ha sobredimensionado a sí misma. Desde la
manipulación del embrión humano o su destrucción, pasando por infinidad de instancias hasta llegar
hasta la eutanasia. No queremos decir que no sea una temática importante e incluso grave, pero
resulta un tanto difícil de explicar epistemológicamente una disciplina que casi duplica cada tratado de
la biomedicina bajo el aspecto ético. Si me permiten el ejemplo, resulta extraño que en medicina de
grado se vea cada especialidad de un modo absolutamente técnico, sin ningún aspecto valorativo, y
sólo a nivel conclusivo se intente ver todo pero desde el aspecto ético. Hacerlo así nos hace olvidar
que la medicina es una ciencia humana, y lo que no he aportado en la cursada de embriología o de
genética visto al hombre como un todo, difícilmente se pueda comprender lo humano que llevo entre
manos en unas pocas clases al final de la carrera.

Es importante y vale insistir en ello. No se trata de “interrumpir” una especialidad con lecciones
éticas, sino de la consideración global de la cuestión, incluso desde su perspectiva ética. No se trata
de cambiar el objeto, sino de verlo desde una perspectiva humanística mas amplia y comprensiva.
Incluso en estudios superiores, como son los postgrados, la tan necesaria especialización, que es una
vía analítica, exige una vía sintética, de ver al paciente como un todo, persona humana. La
especialización no es un camino de aislamiento, sino de una mayor capacitación en bien del paciente,
pero también de diálogo intramédico e incluso interdisciplinario.

La cuestión del humanismo en medicina no es una formulación retórica y decorativa, sino uno de
los pilares de la ciencia médica, capaz de cuidar a un paciente, de comunicarse con él, de establecer
un verdadero vínculo médico-paciente, a veces limitado por los tiempos y la fugacidad, pero no por ello
menos real y profundo. Es curioso que estos temas pueden ser menos compartidos y valorados, pero
se encuentran en la raíz de la formación ética del médico. La mejor prueba de ello es si invertimos el
caso y consideramos al médico como paciente y lo que mas ha valorado o lamentado en su atención.

El humanismo o personalismo en medicina ha aportado una alta cuota de realismo respecto a la


salud del paciente. Realismo que advierte las verdaderas cuestiones médicas con otras que guardan
poca relación con lo terapéutico propiamente dicho, exigiendo via legal, judicial, o a requerimiento del
paciente la satisfacción de aniquilar un embrión humano, el empleo de la ingeniería genética en los
diversos modos de fecundación artificial, o decidir quien vive o muere. Ciertamente son cuestiones
complejas y que requieren ser esclarecidas, pero es justo notar que por influjo de terceros se aborda
un embarazo como una patología, o se le obliga a determinadas prácticas anticonceptivas, no ya de
dudosa valoración ética, sino incluso impidiendo dar la debida información de efectos secundarios no
deseados. No se sabe exactamente de o que se trata al exigirle a un médico que vea como una rutina
la ligadura de trompas sin que se plantee seriamente si puede ser obligado a acciones que no guardan
relación con lo terapéutico. Recordemos que gran parte de esta legislación no proviene de una
inquietud médica sino de otros grupos de interés.

Son temas todos que requieren ser mejor vistos, incluso para no convertir al médico en un
objetor de conciencia crónico frente a todo lo que se le está exigiendo. Recordemos que se han
obtenido sentencias judiciales para presentar el cambio de sexo como un derecho del paciente y una
obligación para el médico. Por elemental que esto sea, la ética nos exige distinguir entre pretensión,
que puede ser cualquiera, y derecho, que requiere ser fundado en un justo título.

Notemos que si la exposición se ha tornado menos llevadera y agradable al final no es por la


ética, sino porque hemos sido llevados a cuestiones que se apartan del fin de la medicina. En el
módulo práctico tendrán oportunidad de trabajar con dos médicos, Profesores Adjuntos de la Cátedra

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de Ética Biomédica, La Dra. Estefanía Errico Kaminski y el Dr. Mariano Fernández, quienes a sus
conocimientos de ética médica suman su experiencia clínica y sus publicaciones. Una Cátedra con
varias innovaciones, pero bajo la consigna de ver en un paciente no un mero caso o patología, sino a
una persona humana, y, tomando la etimología latina de la palabra, cuidando siempre, curando
algunas veces. Aquella dignidad inmensa del hombre como persona humana, y para los creyentes, un
hijo de Dios, aún detrás de la enfermedad, del dolor y de la transitoriedad del misterio de la vida en
este mundo. En consonancia con la filosofía, con la ética, y con la historia de la ciencia médica, nos
resulta mas lógico aquello que quedó bellamente expresado en la declaración de Ginebra:

“Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la


humanidad,
Otorgar a mis maestros el respeto y gratitud que merecen,
Ejercer mi profesión a conciencia y dignamente,
Velar ante todo por la salud de mi paciente,
Guardar y respetar los secretos confiados a mí, incluso después
del fallecimiento del paciente,
Mantener incólume, por todos los medios a mi alcance, el honor y
las nobles tradiciones de la profesión médica,
Considerar como hermanos y hermanas a mis colegas,
No permitiré que consideraciones de afiliación política, clase
social, credo, edad, enfermedad o incapacidad, nacionalidad,
origen étnico, raza, sexo o tendencia sexual se interpongan entre
mis deberes y mi paciente,
Velar con el máximo respeto por la vida humana desde su
comienzo, incluso bajo amenaza, y no emplear mis conocimientos
médicos para contravenir las leyes humanas,
Hago estas promesas solemne y libremente, bajo mi palabra de
honor”.

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