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Un cuento de Clarice Lispector a partir de la teoría psicoanalítica

Nosotros no controlamos lo que soñamos, por más que nos esforcemos, el sueño sigue su
propio camino, y pesar de ser tan enigmático, es uno mismo quien le da sus elementos. Es
decir, nosotros originamos el sueño, pero no lo creamos. Quiero pensar el cuento Amor como
un sueño creado.
Aplicar los métodos de la interpretación de los sueños a los textos literarios ya lo
hacía Freud, pero es Lacan quien traduce sus ideas al ámbito del lenguaje y del discurso. Para
él, el sueño tiene una estructura y sus imágenes tienen un valor de significante. 1 La validez
de este razonamiento me permite hacer la lectura de Amor como un sueño, cuyas imágenes
tienen un significado no relacionado directamente con su significante, ya que están en lugar
de un algo surgido del inconsciente.
El creador de este cuento-sueño es Clarice. En este sentido, ella controla el sueño:
introduce los elementos conscientes y los inconscientes; realiza la sustitución de aquello
inaccesible para Ana por otros elementos a partir de los cuales el analista busca el sentido.
Así, al realizar el análisis de Amor, no pretendo descifrar la psique de Clarice, sino la de su
personaje.
Según Freud, el novelista “tiende a separar por auto-observación su yo en yos
parciales, lo que lo lleva a personificar mediante diversos héroes, las corrientes que chocan
en su vida psíquica”.2 Como ya mencioné, no considero que se divida la psique del autor,
pero sí la de Ana.3 En Amor estos fragmentos de yo no se manifiestan a partir de diferentes
personajes, sino que se dan en el mismo personaje pero al situarlo en diferentes espacios: el
hogar y el jardín botánico.
El hogar representa el superyó. Es un departamento limpio, ordenado y corresponde,
en ese momento, a la definición de lo “bien realizado y hermoso”. Ya desde la descripción

1
Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” en Teorías literarias del
siglo XX, José Manuel Cuesta Abad y Julián Jiménez Heffernan (eds.), Madrid: Akal, 2005, p. 684.
2
Clancier, Anne. Psicoanálisis, Literatura, Crítica, Madrid: Cátedra, 1976, p. 43.
3
Aunque no es posible evitar preguntarse hasta qué punto Clarice escribe conscientemente, controlando cada
uno de los signos que aparecen en el cuento. La mente de Ana no es un reflejo de la de Clarice, pero sí puede
ser un contenedor de sus miedos y deseos.
del hogar, Clarice nos da señas del ello: “con el tiempo su gusto por lo decorativo se había
desarrollado suplantando su íntimo desorden”.4 Existió —y veremos que existe— otra parte
de Ana, la íntima, la oculta. Ella misma, en su hogar, es el superyó; fue ella quien hizo las
cortinas precisas, así como la ropa de sus hijos.5 La normativa y el ideal a alcanzar vienen de
fuera, pero están interiorizados en ella; Ana cree que existe una manera armoniosa de vivir,
un deber ser que es bueno.
En el cuento, el yo no corresponde a un lugar o estado específico del personaje, sino
que justamente se encuentra entre uno y otro extremos con la función de mediador: “Mirando
los muebles limpios, su corazón se oprimía un poco con espanto. Pero en su vida no había
lugar para sentir ternura por su espanto: ella lo sofocaba con la misma habilidad que le habían
transmitido los trabajos de la casa”.6 En el espanto empieza a insinuarse la existencia del ello,
los trabajos de la casa representan el superyó, y ella “sofocando”, es el yo.
Es importante notar la estufa descompuesta como un significante que reemplaza lo
inaccesible para Ana, pero que a pesar de ser inaccesible, está en ella. Freud la concibe como
un símbolo del seno materno.7 Dentro de la casa armoniosa y perfecta hay algo que no está
funcionando, que “lanza explosiones”, se trata de la parte materna de Ana. Sin embargo, la
estufa descompuesta no revela el deseo de Ana, sino que es una grieta que nos advierte sobre
la fragilidad del yo.
En su hogar, los árboles son otro elemento que no podemos dejar pasar, sin embargo,
su significación no se revelará por completo hasta no verlos en el jardín botánico. Pero antes
de llegar a él, hay un punto de quiebre en el que el yo falla y el ello empieza a hacerse
evidente: la experiencia con el ciego.
Los ojos y la vista se relacionan con el conocimiento, con el sol que todo ilumina y
ve. El ciego, en cambio, ve en la obscuridad, lo que está oculto, lo que está en el ello. Clarice
aprovecha su poder de creación y hace pensar a su personaje: “Un ciego me llevó hasta lo
peor de mí misma”; el ciego reveló a Ana lo que le era inaccesible. Más importante aún que

4
Lispector, Clarice. Cuentos reunidos, México: Alfaguara, 2002, p. 45.
5
El cuento también tiene mucho contenido para ser analizado con teoría feminista, sobre todo cuando aclara
que su vida de esposa y madre es lo que ella “había querido y escogido”. Esta posible vida de la mujer, dentro
de los límites que su género le impone, se puede relacionar con el superyó. Pero, ¿qué es lo que en realidad
quiere esta mujer? Tal vez el ello podría contestar más certeramente.
6
Lispector, Clarice. Op. Cit., p. 46
7
Este y el resto los símbolos (según la terminología de Freud) que aparecen a lo largo del análisis son tomados
de Freud, Sigmund. Introducción al psicoanálisis, Madrid: Alianza, 1979, pp. 171-186.
el ciego, son los huevos rotos: el yo es tan débil como la fina cáscara de un huevo. “Yemas
amarillas y viscosas se pegoteaban entre los hilos de la malla”;8 las yemas son los deseos que
ya no están ocultos, salen y se desbordan escurriendo entre la malla que el superyó había
tejido con rigurosidad. El mundo se volvió perecedero y ella lo miraba todo con indescriptible
placer; tenía que llegar a un lugar en el que sus deseos se manifestaran.
El jardín botánico representa el ello. Lo primero que describe en el jardín es la hilera
de árboles, para Freud el árbol es uno de los tantos símbolos fálicos. Es en este punto cuando
los árboles del hogar adquieren sentido, vencido el yo, el jardín lo vemos cargado de
significación sexual. La metáfora introduce el deseo a partir de un rechazo del significante,
es un síntoma que nos da la significación inaccesible para el sujeto consciente.9 El deseo de
Ana es de tipo erótico, anhela el placer. En el jardín botánico se crea un ambiente de olores,
ruidos, colores y texturas, que llama directamente a los sentidos:

En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel. En el suelo había
carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos. El banco estaba
manchado de jugos violetas. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de
una araña. La crudeza del mundo era tranquila.10

Este fragmento es una condensación de los símbolos sexuales explicados por Freud. En
general, el jardín y las flores representan los órganos genitales femeninos, los frutos
representan los senos, y cualquier orificio, la cavidad vaginal. Aquí se habla específicamente
del tronco del árbol, símbolo fálico, por el que camina una araña; los animales en su estado
natural se relacionan con la excitación. Los jugos violetas nos remiten a las secreciones
corporales. De esta forma, Clarice hace una descripción sumamente plástica y sensorial, cuya
función es expresar el placer anhelado por Ana: “era un mundo para comérselo con los
dientes”.
La significación del jardín botánico se puede resumir en vida. Existe una dicotomía
entre la vida y la muerte, pero la muerte no es sino la certidumbre de la vida; todo en el jardín
está tan vivo que se pudre: “la descomposición era profunda, perfumada”. Veo la
putrefacción como otro símbolo del placer. Ana se siente atraída hacía ella, el superyó ya

8
Lispector, Clarice. Op. Cit., p. 47.
9
Lacan, Jacques. Op. Cit., p. 691.
10
Lispector, Clarice. Op. Cit., p. 50.
está olvidado y el yo deja el camino libre al ello: “Como un rechazo que precedía a una
entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y al mismo tiempo se sentía fascinada”.11
Sin embargo, el superyó vuelve a manifestarse, esta vez en forma de culpa. En medio
de la expresión de sus deseos y la experimentación del placer, Ana recuerda a sus hijos. La
culpa la hace abandonar el jardín botánico y volver a su deber. Pero ella había cambiado, el
yo ya no se inclinaba en mayor medida al superyó, los deseos no quedarían del todo ocultos
de ahora en adelante:

Abrió la puerta de su casa. La sala era grande, cuadrada, los picaportes brillaban
limpios, los vidrios de la ventana brillaban, la lámpara brillaba. ¿Qué nueva tierra
era ésta? Y por un instante la vida sana que hasta entonces había llevado le pareció
una manera moralmente loca de vivir.12

Ana ya no se dirigía sólo por su deber ser, la brillantez había perdido valor porque
el ciego le había revelado lo que hay en la obscuridad. Ahora sus deseos se asoman con mayor
fuerza en el espacio del superyó, es decir, en el hogar. Pero el yo trata de recuperar el
equilibrio. Cuando ve a su hijo le dice: “No dejes que mamá te olvide”; el hijo, al tener su
mismo rostro, es otra parte de ella misma, que correspondería al superyó.

Pero la vida se estremecía, como un frío. Oía la campana de la escuela, lejana y


constante. El pequeño horror del polvo ligando en hilos la parte interior de la
estufa, donde descubrió la pequeña araña. Llevando el florero para cambiar el
agua sintió el horror de la flor entregándose lánguida y asquerosa en sus manos.13

Ahora en el hogar también se presentan las sensaciones experimentadas por Ana en


el jardín. Clarice la lleva a descubrir su inconsciente y ya no le permite volver a las normas
y convenciones sin advertir que existen deseos dentro de ella. Nos vuelve a presentar la estufa
pero ya no sólo representa el seno materno descompuesto, incapaz de controlar su fuego; sino
que ahora entendemos que no funciona porque anhela el placer que no puede satisfacer con
la vida en el hogar. La flor se debilita y se desliza sin vigor entre sus manos: el placer ya no
se expresa tan vivo como antes, pero no la abandona, la putrefacción sigue ahí.

11
Lispector, Clarice. Op. Cit., p. 50.
12
Ibid, p. 51.
13
Ibid, p. 52.
Otra imagen primordial que sustituye el deseo de Ana es: “aplastó con el pie una
hormiga”. Según Freud, los pequeños animales simbolizan los hijos y los hermanos. El deseo
no accesible para Ana es la muerte de sus hijos. Si el hijo representa el superyó, como
mencioné anteriormente, el deseo de Ana es acabar con las normas, el deber ser y la culpa.
Matar a la hormiga significa matar al hijo, que, al mismo tiempo, significa la crisis del yo y
el triunfo del ello. Reafirmo que la psique a descifrar es la de Ana, Clarice nos da todos los
elementos para ello y no se detiene para hacerlo explícito: “¡Si ella fuera un abejorro de la
estufa, el fuego ya habría abrazado toda la casa!”.14 Lo anterior sin abandonar el uso de la
metáfora a la que se refería Lacan.
La fragilidad del yo no se resuelve al final del cuento. No gana ni el ello ni el
superyó, pero tampoco existe un equilibrio; los dos aparecen intermitentemente sin que quede
claro cuál tiene mayor fuerza. El yo se manifiesta por última vez cuando Ana expresa a su
esposo: “¡No quiero que te suceda nada, nunca!”. Para la Ana entendida como yo, el esposo
representaría parte de ese yo que la ayuda a direccionar sus deseos; pero Clarice le da un giro
a su cuento y permite que el esposo se desdoble en el yo y el ello: “Deja que por lo menos
me suceda que la estufa explote”. El esposo insinúa que la solución sería la falla del yo para
liberar a Ana, para que ella pudiera ser capaz de sentir placer. Pero como lo dice sin seriedad,
parece que se burla de ella: el yo de Ana seguirá luchando entre sus deseos y su deber ser.
Al llegar al término de este análisis, puedo afirmar que Clarice escoge las imágenes
en su cuento como si se tratará de un sueño: lo inaccesible para el personaje principal se
expresa a través de metáforas que, al interpretarlas, nos llevan a descifrar la pisque de tal
personaje. Vemos que Ana se divide en su ello, yo y superyó a partir, principalmente del
espacio. El hogar es el superyó que el yo no puede mantener en equilibrio porque el ello, el
jardín botánico, irrumpe en él para revelar los deseos de Ana. Finalmente, ¿cuál es su deseo?
La respuesta es el placer. Se trata tanto del placer sexual como del placer de experimentar la
vida sin restricciones, la vida perecedera, putrefacta, viscosa.

14
En la edición de Alfaguara aparece así, abrazado; sin embargo, pienso que es abrasado.
Bibliografía
Lispector, Clarice. Cuentos reunidos, México: Alfaguara, 2002.
Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” en Teorías
literarias del siglo XX, José Manuel Cuesta Abad y Julián Jiménez Heffernan (eds.),
Madrid: Akal, 2005.
Clancier, Anne. Psicoanálisis, Literatura, Crítica, Madrid: Cátedra, 1976.
Freud, Sigmund. Introducción al psicoanálisis, Madrid: Alianza, 1979.

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