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RESUMEN:
Una tópica afín en la obra winnicottiana, a la noción de trauma, es la del miedo al
derrumbe. Esta expresión, que Winnicott recoge del material que sus propios
pacientes le brindaron durante su ejercicio profesional. El miedo al derrumbe sería
una de las formas posibles que asumen las agonías primitivas, que el individuo
padece, en los momentos más tempranos del desarrollo neonatal. Tales agonías
se asocian a los traumas primordiales que delatan la presencia del ambiente, al
condicionar el curso de los procesos de maduración que deben tener lugar en
dichas instancias. Precisamente, el presente trabajo tiene por objeto, proponer una
articulación posible entre las nociones winnicotianas de trauma y de “miedo al
derrumbe”, por medio de un recorrido teórico particular, intentando dilucidar la
relación existente entre ambos conceptos, y prestando especial atención al influjo
de la dimensión gravitacional en la constitución del psiquismo y el desarrollo
emocional.
“Estoy ya en condiciones de enunciar mi principal afirmación, que resulta muy simple. Sostengo
que el miedo clínico al derrumbe es el miedo a un derrumbe ya experienciado. Es el miedo a la
agonía original que dio lugar a la organización defensiva desplegada por el paciente como
síndrome mórbido” (Winnicott, ¿1963?, p. 115).
En este punto el autor británico formula su tesis más relevante en relación al valor
clínico del miedo al derrumbe. Este colapso ya habría sido vivenciado en las
agonías primitivas, ante las cuales se desarrollaron las defensas y que en el
presente representan la parte más patente de su patología. No obstante, el
derrumbe necesita tener lugar en el presente –por vez primera- como verdadera
experiencia y no sólo como mero acontecimiento. Nuevamente lo que está en
juego no es del orden de lo reprimido, y el hecho de que el paciente no pueda
admitir que lo temido ya ocurrió, indica en este caso, que el derrumbe en términos
de experiencia no pudo en su momento ser representado, puesto que su
psiquismo resultaba demasiado inmaduro como para poder darle algún tipo de
tramitación. De lo contrario, el miedo al derrumbe sería una experiencia
propiamente neurótica como tantas otras sobre las cuales el olvido actúa a la
manera de registro. Al respecto Winnicott (¿1963?) señala: “En este contexto
particular, inconsciente significa que la integración yoica no es capaz de abarcar
algo. El yo es demasiado inmaduro como para recoger todos los fenómenos
dentro del ámbito de la omnipotencia personal” (p. 115).
“Por otro lado, si el paciente está en condiciones de aceptar de algún modo esta extraña especie
de verdad –que eso que todavía no ha sido experienciado sucedió, empero, en el pasado-, queda
abierto el camino para experienciar la agonía en la transferencia, como reacción frente a las fallas
y errores del analista. El paciente podrá tramitar estos errores si las dosis no son excesivas, y
podrá dar cuenta de cada falla técnica del analista como contratransferencia. Dicho de otro modo,
poco a poco el paciente recoge la falla original del ambiente facilitador dentro del ámbito de su
omnipotencia y de la experiencia de omnipotencia que corresponde al estado de dependencia
(hecho transferencial)” (Winnicott, ¿1963?, p. 116).
Alguna falla sensible en esta experiencia de ser empujado desde abajo, o sostén
temprano, es lo que daría paso a su correlato en el miedo al derrumbe. Es decir, el
nexo entre la falla ambiental que en un momento como este resulta traumática, y
la vivencia del derrumbe, puede ser desplegada a partir de este punto. En el paso
de la era pre-gravitatoria a la era gravitatoria, la intromisión del ambiente por una
intervención defectuosa cobra la forma del derrumbe. El miedo al derrumbe
dataría de este tiempo sin-tiempo.
El concepto afín de caos por otra parte, nos permite vincular de manera más
estrecha la vivencia del miedo al derrumbe con el trauma, tal como se detalla en la
siguiente cita:
El caos así concebido sería el resultado de la intromisión del ambiente, por sobre
las herramientas con las que cuenta el individuo, interrumpiéndose de esta
manera la espontaneidad del ser, su continuidad existencial. El individuo en este
escenario se ve forzado a reaccionar. Concerniente a lo anteriormente expuesto,
Winnicott (1988) establece: “Cada forma de caos contribuye al de etapas
siguientes, y la recuperación respecto del caos en una etapa temprana constituye
un aporte positivo para esa recuperación más adelante” (p. 192). El caos adquiere
el valor del trauma en estas formulaciones, presentando dimensiones semejantes
a las que hemos venido rondando en relación a lo traumático.
Resulta llamativo, el hecho de que muchos años antes, en su obra “la defensa
maníaca” (1935), Winnicott había establecido pares antitéticos organizados en
torno a dos ejes; a saber, “lo depresivo” y “lo ascensivo”. Asocia a la primera
categoría lo vacío, lo muerto, lo pesado, lo hundido, lo grave, lo bajo, lo deprimido,
lo caótico, lo despedazado. Por su parte, vincula a la segunda categoría en
discusión, lo pleno, lo vivo, lo elevado, lo leve, lo alto, lo alegre, lo ordenado, lo
Por su parte Rodulfo (2013), al describir ciertos rasgos esenciales del trabajo de
Winnicott sostiene:
“Se constata una armazón compleja sembrada de paradojas y de aporías, toda vez que nuestro
autor habla largamente de lo esencial de una continuidad fundante de la experiencia emergente de
ser –continuidad, en principio, a cargo del ambiente si ha de ser facilitador- y, sin la cual, nos
precipitaríamos en la “angustia sin nombre” más despedazante, tal es así, que solo el arte la puede
recrear y transmitir” (Rodulfo, 2013, p. 110).
Si bien “el miedo al derrumbe” de Winnicott apunta a las angustias propias de las
psicosis, es posible pensar que tales agonías se fundan en vivencias más o
menos universales ligadas al momento del nacimiento, en el cual se manifiestan
los efectos directos de la gravedad sobre el organismo del neonato.