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Otros mundos.

Recuerdo cuándo mi padre se decidió por cumplir la promesa. “Durante el receso


universitario, te llevaré a conocer ese planeta cuyos habitantes lograron un excepcional
desarrollo tecnológico y espiritual, al que estamos estudiando desde hace un tiempo. Un
planeta que tiene extraordinarias similitudes con el nuestro.

Confieso que dudé de su cumplimiento. Mi padre permanecía poco con nosotros y sólo
cuándo disponía de un descanso, generalmente lo aprovechaba para arreglar sus pendientes
cuestiones de científico.

Por otra parte, aquellas eran las primeras vacaciones después de un receso de 5 años. Las
teníamos merecidas.

Siempre he pensado que mi padre es incorregible; es tanta su contracción al trabajo- la ciencia


lo había ungido como uno de los más brillantes estudiosos de antiguas civilizaciones
interplanetarias- que junto a mi madre, dábamos por descontado que durante aquellas
peculiares vacaciones, no se privaría de realizar sus tareas( en cierta ocasión, reunido con sus
amigos, le escuché comentar que de confirmarse sus presunciones, la especie en conjunto
estaría frente al descubrimiento más extraordinario de todos los tiempos: la existencia
concreta de mundos paralelos). Claro, por entonces ignoraba las increíbles implicancias que
nos depararía aquel viaje. El tema de los mundos paralelos formaba parte de un confuso y
ambiguo recuerdo durante mis clases de física, cuándo nuestro profesor hiciera mención a esa
teoría - según él - altamente especulativa: “...una especie de utopía de carácter metafísico”,
acotó entonces.

Necesito recordar.

Mi padre nos había informado que el viaje interestelar no demandaría más de 24 horas en
tiempos espaciales absolutos, pero con relación al tiempo planetario, estaríamos ausentes casi
3 meses( ya se sabe: cuestiones de lo que alguna vez se conoció como teoría de la
relatividad).

Era la primera vez que con mi madre cruzaríamos a otra dimensión del tiempo y el espacio,
atravesando el agujero negro de nuestro sistema planetario.

A pesar de la ansiedad que nos producía semejante alternativa, estábamos tranquilos: mi padre
ya lo había hecho incontables veces sin ningún inconveniente.

Habíamos sido conducidos a una cámara especial de compensación molecular, junto con el
resto de la tripulación.

Pasar a través de un agujero negro es una experiencia dónde se mezcla el temor inenarrable
con la sublimación de la belleza; el miedo a la muerte con una sensación liberadora; algo así
como un éxtasis de inmortalidad que es parte de los oníricos deseos de la raza; en fin, una
especie de viejo sueño metafísico, el punto de encuentro con Dios, como criaturas inasibles de
su portentosa imaginación;el verdadero y único objetivo que sostiene el andamiaje de la vida,
sino absoluto de la existencia misma.

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Recuerdo la charla con mi padre. En realidad fue casi un monólogo; me habló de sus enormes
expectativas frente al descubrimiento de una antiquísima civilización que guardaba increíbles
similitudes con nuestra primitiva existencia. “Imagínate, hijo: manejaban los secretos del
átomo- de mala forma porque esto los llevó a la destrucción - y dominaban un sistema
complejo tecnológico, con conocimientos de la alta matemática y la física cuántica.
Repentinamente, la hecatombe total. No sabemos aún que fue lo que pasó pero mi equipo
duda que hayan quedado vestigios de vida en alguna parte del planeta. Como tú sabes, desde
hace un par de meses, estamos explorando e investigando una región de notables similitudes
con el hábitat de nuestros antepasados; se trata de algo asombroso; de ahí el asunto de los
mundos paralelos, el sino misterioso que recrea idénticas características de existencia en
planetas lejanos entre sí: vida, costumbres, lengua, conocimientos científicos y creación
artística - incluso en lo que atañe a ritos funerarios -; en fin, todo se repite como una especie
de gigantesco ADN existencial. Ahora bien, hasta el viaje anterior, junto con los elementos
tecnológicos que fuimos desenterrando de nuestras excavaciones, sólo nos habíamos topado
con restos óseos de los habitantes que habían poblado ese lugar. Hasta que ocurrió un hecho
por demás extraordinario: dentro de una urna funeraria bastante conservada, apareció en su
interior el cuerpo de una mujer; sí, bien digo, de una mujer que por su contextura física, se
parecía a cualesquiera de las mujeres de nuestro mundo. Increíblemente bella,
majestuosamente conservada pese a tanto tiempo transcurrido desde su muerte. Ya la verás.
Químicos, físicos y paleontólogos se quedaron investigando este extraordinaria hallazgo.
¿Cómo pudo haberse preservado tanto tiempo ese cuerpo en tan perfectas condiciones? Este
es el misterio a resolver.”

Después de ser atraídos por la fuerza gravitatoria del planeta, penetramos en su atmósfera a
través del polo sur. Minutos después, la nave se posaba sobre un terreno de exuberante
vegetación.

Nos movimos lentamente con nuestros vehículos de exploración, bordeando la orilla de un río
maloliente que lanzaba al aire cada tanto, columnas de vapor gaseoso en medio de sordas
explosiones. Mi padre me dijo que se trataba de gases acumulados por efecto de una intensa
radiación, combinados con desechos químicos industriales de todo tenor; después de un largo
proceso de exposición solar, el estallido resultaba inevitable.

Todo el escenario parecía de ciencia- ficción.

Al borde del maloliente río, vimos las ruinosas instalaciones de un gigantesco estadio
destinado a supuestos eventos deportivos.

Volando a cota 10- mi padre había pedido expresamente recorrer la orilla del contaminado río
a baja altura -, fueron surgiendo de manera esporádica extrañas y altas construcciones,
supuestas áreas residenciales de los desaparecidos moradores. Nada. Ni un símbolo viviente;
ni racional ni irracional. El único elemento vivo lo constituía una vegetación de intensos
colores y formas caprichosas. La temperatura externa superaba largamente los 40 grados( a mí
se me ocurrió pensar que tal vez las criaturas vivientes esperaban las sombras de la noche para
salir a merodear).

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“Espero que no te impresione, hijo, pero vamos hacia el punto que más me interesa analizar:
se trata de un gigantesco predio funerario. Ese es el lugar que estamos investigando desde un
tiempo atrás. Nosotros procedemos con los muertos de la misma manera que lo hacían ellos”

Vaya vacaciones, pensé entonces. Añoraba las azules aguas de las playas dónde vivía; y las
altas montañas con la nieve eterna acumulada en sus cumbres; y los ríos pintorescos dónde mi
padre solía llevarme a pescar de niño.

Aquel mundo resultaba extremadamente tenebroso. De todos modos- a manera de consuelo-


me dije que al menos estaba con mis padres. Esto era bueno, habida cuenta que muy pronto -
luego de terminar mi tesis- me alejaría de la familia, tal vez a un ignoto rincón o bien hacia
alguna de las incontables colonias de nuestro satélite lunar.

De todos modos, mi padre me dijo que luego de evaluar los avances del grupo de científicos a
cargo de las investigaciones, iríamos a otra parte de ese planeta que, según él, justificaría
nuestras vacaciones. “Se trata de un inmenso océano que está en la cara opuesta, el que aún no
ha sido afectado por esta pestilente polución”.

Al rato penetrábamos en el extenso recinto de los muertos: vi una enorme cantidad de ataúdes
en el fondo de las anchas zanjas que habían excavado nuestras máquinas, y sobre el flanco
derecho, varias hileras de construcciones funerarias, casi totalmente deterioradas por la acción
del tiempo.

Hacia allí nos dirigimos caminando en silencio, sometidos al hálito de misterio que emana de
los muertos.

“Doctor: la urna ya se encuentra dentro de la carpa aséptica. En el interior del monumento


dónde encontramos a la mujer, apareció otra urna funeraria con los restos esqueléticos de un
hombre. También hemos descubierto otras urnas con cadáveres, pero de éstos, no quedan más
que el polvo de sus huesos”

Un ayudante del equipo de mi padre había salido a recibirlo a la entrada de una prolija carpa
blanca. En aquel momento fue cuando él me preguntó si soportaría ver el cadáver
embalsamado, o prefería quedarme con mi madre dentro del vehículo. Le dije que lo
acompañaría( la curiosidad pudo entonces más que la aprehensión).

Dos hombres custodiaban el catafalco. A una orden de mi padre, ambos se retiraron.

Dentro de la carpa quedó mi padre, yo, y tres especialistas de la expedición.

La urna tenía una tapa de cristal, y a través de la misma, se veía el cuerpo de una mujer rubia
de larga cabellera. Nadie diría que se encontraba muerta; y mucho menos que estábamos ante
la presencia de un cadáver perteneciente a uno de los miembros de una civilización
antiquísima, según los registros de carbono 14 empleado para tal menester.

El RTI siseó con su rayo lumínico a lo largo de la sellada tapa, mientras los átomos de metal y
cristal, parecían crujir como huesos partidos dentro de su caparazón.

“¡Por el Dios de mi pueblo! Tengan infinito cuidado, por favor...”

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Mi padre dirigía personalmente la apertura de la urna, tratando de que los especialistas en
equipos láser, cometieran el mínimo error. Cuándo al fin la tapa de cristal y madera quedó
libre de su selladura, un indescriptible silencio ganó el recinto y las mentes de todos los
presentes.

En aquellos momentos, mi padre alzó los brazos dando a entender que lo dejaran acercarse
sólo. Casi en puntas de su calzado, se dirigió a la cabecera del ataúd, y, durante unos minutos
que me parecieron interminables, se quedó contemplando el rostro de la mujer. Por
momentos, yo escuchaba los suspiros y contenidos silbidos que se escapaban de su boca en
señal de sorpresa y admiración. “¡Dios de mi pueblo! “ “¡Dios de mi pueblo!” repetía una y
otra vez. Luego extrajo un pequeño cilindro con un cristal óptico de color azul, y de repente,
una luz violeta se proyectó sobre la carne. Pronto, una virtual y delgada lámina de piel se
elevó por encima del cadáver.

Recuerdo que en esos momentos, todos conteníamos la respiración.

A una señal de mi padre, como un corrillo de fantasmas, comenzamos a girar lentamente en


derredor de la urna, admirando el increíble estado de conservación de aquel cadáver, y
además, la serena, la sobrecogedora belleza que trasuntaba el rostro de la muerta ( uno podía
pensar que la muerte- seducida por la sublime serenidad de aquella extraña criatura -, le había
sido sustraída a la vida con extremada consideración).

De pronto, el ayudante de mi padre, después de tomarlo de una de sus manos, lo empujó con
suavidad hacia el otro extremo de la urna, señalando con uno de sus dedos, un rectángulo de
metal reluciente que lucía una inscripción. En esos momentos, un destello de luz rojizo salió
del reloj de pulsera de mi padre.

Cuándo lo miré a los ojos, comprendí que estaba a punto de llorar. A continuación me tomó de
los hombros y me atrajo hacia él, señalándome el extraño chapón. Mientras leía: Maria Eva
Duarte de Perón(Evita),7-5- 19. 25-7-52, me di cuenta que la emoción nos embargaba a
ambos. “¡Dios de mi pueblo!”, me dije maquinalmente como mi padre. Al fin la teoría de los
mundos paralelos se había convertido en una irrefutable realidad científica: Allí estaba ella, la
abanderada de los humildes, objeto de culto de mi propio pueblo.

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