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1.

EL NÚCLEO ÉTICO-MÍTICO

a) La filosofía surge dentro de un horizonte no filosófico; dicho horizonte


pre-filosófico, pre-científico, “el mundo de la vida cotidiana”, no podrá
ser nunca ignorado. Estará siempre “ahí”, condicionando el resto. No se
trata de un mundo sin estructuras, caótico, desarticulado. Es un mundo
todavía no tematizado filosóficamente, pero que tiene sus estructuras
antropológicas, metafísicas, estéticas, morales, etc., perfectamente
ejercidas e investigables.

b) La filosofía contemporánea, gracias al concepto husserliano de die


Lebenswelt, “el mundo de la vida”, de la vida cotidiana, puede
cuestionar no sólo la historia de la filosofía constituida, sino las etapas
históricas previas y paralelas a su constitución. Es decir, en el tiempo en
que todavía los helenos orientales no habían “inventado” la filosofía, ya
existían en otros pueblos, y en el mismo pueblo griego, estructuras
intencionales perfectamente organizadas, sea en los ritos, en las
leyendas, en las instituciones, en las narrativas populares, en fin, en lo
que llamaremos, siguiendo a Paul Ricoeur, el “núcleo ético-mítico”.

c) Podemos definir al “núcleo ético-mítico” como el complejo orgánico de


posturas, concretas de un grupo ante la existencia. El “núcleo ético-
mítico” engloba dos aspectos fundamentales, a saber: una visión teórica
del mundo (die Weltanschauung) y una postura existencial concreta, un
modo de ser, de comportarse y relacionarse (das Ethos).

d) Toda estructura intencional, sea la más primitiva o la más evolucionada,


sea africana, asiática, europea o americana, puede ser tematizada
filosóficamente. Existen, pues, estructuras intencionales que permiten al
filósofo desentrañar su sentido, su orden, su significación, su jerarquía.

e) Lo que nos proponemos es, entonces, comenzar la fundamentación


desde sus últimas raíces intencionales del “mundo latinoamericano”
actual. Ese mundo del cual la reflexión del filósofo y del teólogo
críticos parte; ese mundo que los teóricos liberadores tematizan; ese
mundo en el cual vuelcan al fin su labor clarificadora.

f) Veamos a continuación los núcleos ético-míticos que constituyen y


subyacen en las estructuras intencionales fundamentales del “mundo
latinoamericano”.
2. EL NÚCLEO ÉTICO-MÍTICO SEMITA

a) Los pueblos semitas de las zonas esteparias y desérticas de la gran


península arábiga habitaron la región situada entre las civilizaciones de
Mesopotamia, Siria, Egipto y llegaron hasta Etiopía.
b) Sus habitantes, desde el Paleolítico, fueron nómades, y en el Neolítico
se transforman lentamente en pastores beduinos de camellos y cabras.

c) Debido a que el ser humano debe luchar contra la sequía permanente y


el calor abrasador del desierto, se desarrolla en ellos un ethos, un
temple, un carácter de suma resistencia, pero al mismo tiempo de gran
solidaridad, fidelidad y altruismo.

d) El mundo ético se funda sobre una antropología, es decir, la estructura


antropológica determinan la moral. El semita concibe al hombre
unitariamente (unidad antropológica y ética), como un todo indivisible;
en este sentido puede hablarse de monismo integral, por oposición al
dualismo helénico.

e) La visión semita de la realidad social se caracterizará por una solución


propia que evita la ambigüedad de la visión helénica. La política y la
ética semitas se originan en su monismo antrópico, que no necesita
concebir un dualismo óntico-ético tal como el soroastrismo lo expresa,
por la entificación objetiva en “dos” poderes o principios antagónicos
que existencian el “bien” y el “mal”. Es, entonces, una posición sui
generis entre el dualismo antrópico de los griegos y el dualismo o
pluralismo jerárquico (los “poderes”) óntico-ético de las religiones
iránicas.

f) Al este del mundo semita, y como su límite occidental, se encuentra


Egipto. El culto y los ritos nos permiten comprender una antropología
diversa de la de los helénicos. El egipcio embalsama, guarda, venera el
cadáver de los muertos, mientras que el griego lo arroja al mar, lo
quema, lo olvida. El griego piensa en el alma divino-substancial. El
egipcio presta atención a la carne, al corazón, como sujeto de la persona
concreta. Desde el Egipto prehistórico encontramos tumbas, a veces
humildísimas, que nos hablan del respeto del cuerpo. Los Textos de los
sarcófagos, los Textos de las pirámides, llamados en su conjunto el
Libro para salir al día o Libro de los muertos, son unánimes en este
sentido.

g) Junto a la carne, en ella, con ella, existen dos facultades ambiguas y


difíciles de definir: ka, la fuerza vital individual, el temple de una
persona, que le acompaña durante la vida y que es necesario alimentar
durante la muerte en la tumba; ba, la vida misma, que en el momento de
la muerte vuela como un pájaro y se confunde después con diversos
animales o plantas. Todo ello es concebido unitariamente y ka puede ser
al mismo tiempo el corazón; no ya un alma substancial y espiritual
como lo piensa el helénico.

h) Lo que verdaderamente nos interesa es anotar que para el egipcio lo


importante no es la inmortalidad del alma substancial espiritual, sino,
muy por el contrario, la resurrección total del viviente. Esta doctrina se
organiza paulatinamente en torno a la figura mítica de Osiris. Este Dios
asume poco a poco las funciones de muchos otros Dioses, hasta
convertirse de hecho en el soberano del panteón egipcio.

i) La imagen que vemos aquí ilustra mediante varias escenas consecutivas


el pasaje 125 del Libro para salir al día o Libro de los Muertos, el más
importante de todos porque es el que se refiere al juicio final del difunto
ante el tribunal que permite el acceso a la vida después de la muerte.

j) Su lectura comienza por la parte superior izquierda, donde aparece el


escriba tebano Hunefer reverenciando en “la vasta Sala de Maat” o
“Sala de la Verdad-Justicia” a los 42 jueces divinos del Tribunal de los
Muertos, para que intercedan por él ante Osiris y se le conceda un
veredicto favorable. En este caso, siete de estos jueces divinos portan el
símbolo de la vida: la cruz ankh o “llave de la vida”.
k) Ante todos ellos el muerto proclamaba, entre otras muchas cosas, una
confesión negativa: He aquí que en mi corazón yo traigo la Verdad y la
Justicia. (…) A los hombres no he causado sufrimiento. No he
sustituido la Justicia con la Injusticia. No he cometido crímenes. No he
privado al indigente de su subsistencia. No he permitido que servidor
alguno fuese maltratado por su amo. No he hecho sufrir al otro. No he
hecho llorar a los hombres, mis semejantes. No he provocado el
hambre. No he ordenado matar, ni matado. No he tratado de emplear
medios ilícitos para aumentar mis dominios, ni de usurpar los campos
de otro. No he manipulado los pesos de la balanza ni su astil. No he
quitado la leche de la boca de un niño. No he obstruido las aguas
cuando debían correr. No he apagado la llama de un fuego que debía
arder (…).

l) O también podía recitar la siguiente confesión que, entre otras cosas,


tenía el siguiente contenido: (…) Yo no he obrado con violencia. Mi
corazón detesta la brutalidad. Yo no he robado. Yo no he matado a mis
semejantes. Yo no he cometido fraude. Yo no he mentido. Yo no he
sustraído el alimento de mis semejantes. Yo no he difamado. Yo no he
sido agresivo. Yo no he defraudado. Yo jamás he acaparado campos de
cultivo. Yo no he escuchado tras las puertas. Yo no he pecado jamás por
exceso de palabra. Cuando me han causado algún daño, yo jamás he
pronunciado maldiciones. Jamás he cometido adulterio. Yo jamás he
aterrorizado a la gente. Yo jamás me he entregado a la cólera. Yo jamás
fui sordo a las palabras de Justicia. Yo jamás he promovido querellas.
Yo no he hecho jamás derramar lágrimas a mis semejantes. Yo jamás he
pecado de impaciencia. Yo jamás he injuriado a nadie. Yo no he obrado
jamás con precipitación (…).
m) En cualquier caso, el muerto concluía diciendo a los jueces divinos:
¡vivís de la Verdad y la Justicia es vuestro alimento! Ved que no he
cometido fraude ni pecado alguno. Yo no he dado falso testimonio. Mi
modo de obrar es el aprobado por los Dioses y el que prescriben las
buenas costumbres. He contestado a los Dioses haciendo lo que ellos
aman: yo he dado vestidos al desnudo, de comer al hambriento, agua al
que tenía sed y al náufrago (extranjero) una barca”.

n) Después de eso, Hunefer es acompañado, ahora por Anubis, el Dios de


los muertos y de la momificación, quien lo conduce al juicio. Anubis es
representado con cabeza de chacal y porta en su mano izquierda el
símbolo de la vida, de la regeneración: la cruz ankh. En la escena
siguiente, el Dios de los muertos pesa el corazón de Hunefer en una
balanza de la justicia, equilibrada por una pluma de la cabeza de Maat,
Diosa de la verdad, la justicia y el orden universal. Esta ceremonia se
denominó mucho después, en el cristianismo griego, psicostasis. Si la
pluma tiene el mismo peso que el corazón del difunto, como en este
caso, es prueba de que el difunto ha llevado una vida honesta, acorde
con las leyes y los valores morales de Egipto. Si, por el contrario, el
corazón pesa más que la pluma de la verdad, significa que está cargado
de culpas y remordimientos por las malas acciones cometidas.
o) A un costado de la balanza se encuentra Ammit, un ser con cabeza de
cocodrilo, los cuartos delanteros de león y los cuartos traseros de
hipopótamo; este ser se encargaba de devorar a los muertos que no
superaban la prueba del pesaje, los cuales estaban destinados a la
desaparición. Al lado de ella está Thot, Dios de la sabiduría,
representado con cabeza de ibis, que certifica en una tablilla el resultado
arrojado por la balanza; los jeroglíficos titulan a Thot como “Señor de
las palabras divinas” y la banda sobre su pecho le identifica como sumo
sacerdote.

p) Una vez que el difunto ha superado el pesaje, el Dios halcón Horus le


conduce hasta su padre Osiris, juez supremo de los muertos y señor del
Más Allá. El ojo de Horus está representado de forma esquemática entre
estos dos Dioses, como símbolo de vigilancia y clarividencia. Por su
parte, Osiris está sentado en un trono elevado, viste un sudario blanco,
lleva la corona real y su piel es de un intenso color verde, el color de la
regeneración y la renovación. Osiris sostiene en una mano un bastón
curvado, símbolo del Bajo Egipto, y en la otra mano un flagelo, símbolo
del Alto Egipto; con ello demuestra su dominio sobre todo el mundo y
su papel predominante en el panteón egipcio. Detrás aparecen dos
mujeres a las que el texto llama “las divinas Ururty”. Son las hermanas
de Osiris: su esposa Isis, la “Gran maga”, y su hermana Neftis, Diosa de
la oscuridad y madre de Anubis.
q) Frente a Osiris se encuentran los vasos canopes, recipientes empleados
en el Antiguo Egipto donde se depositaban las vísceras de los difuntos,
lavadas y embalsamadas, para mantener a salvo la realidad unitaria del
ser humano.

r) Había cuatro tipos de vasos canopes, que representaban a cada uno de


los Hijos de Horus, divinidades que protegían su contenido de la
destrucción. Las divinidades representadas eran Amset (vasija con tapa
en forma de cabeza humana, donde se guardaba el hígado); Hapy (vasija
con tapa en forma de cabeza de babuino, donde se depositaban los
pulmones); Kebeshenuef (vasija con tapa en forma de cabeza de halcón,
que contenía los intestinos) y Duamutef (vasija con tapa en forma de
chacal, la cual contenía el estómago del difunto).

Amset Hapy Kebeshenuef Duamutef


hígado pulmones intestinos estómago
s) Cada vaso estaba, a su vez, protegido por una Diosa titular:
- El que contenía el hígado (con tapa de cabeza humana) era protegido
por Isis: la “Gran maga”, “Gran Diosa madre”, “Reina de los Dioses”,
“Fuerza fecundadora de la naturaleza”, “Diosa de la maternidad y del
nacimiento”.
- En el que se depositaban los pulmones (con tapa de cabeza de
babuino) era protegido por Neftis: “Señora o dueña de la casa”, la cual
simbolizaba la oscuridad, las tinieblas, la noche, la muerte y estaba
íntimamente ligada a Isis.
- El que contenía los intestinos (con tapa de cabeza de halcón) era
protegido por Selkis: en los textos funerarios figura como la madre del
difunto, al que amamanta; llamada “la que facilita la respiración en la
garganta”, ya que la picadura del escorpión produce ahogo; también era
mencionada como “la que posibilita la respiración del recién nacido” y
“la que posibilita la respiración del difunto” en su renacimiento o
resurrección.
- En el que se guardaba el estómago (con tapa de cabeza de chacal) era
protegido por Neit: “Diosa madre", creadora de Dioses y hombres, la
que creó el universo a través de siete flechas (o siete palabras, pues
también se decía que creaba a través de la palabra) con las que hizo
surgir la colina primordial. En su aspecto funerario es la Diosa
protectora de los muertos, encargada de restaurar los espíritus, a los que
ofrecía pan y agua tras su largo viaje desde el mundo de los vivos.

t) Los vasos canopes, además, debían estar orientados de manera ritual


hacia cada uno de los puntos cardinales: el hígado al Sur, los pulmones
al Norte, los intestinos al Oeste y el estómago al Este. Los egipcios
creían que si no los guardaban y protegían bien, el difunto no tendría
derecho a la resurrección, a la vida plena.

u) Una vez que el difunto superaba la prueba del pesaje y que Toht
registraba el juicio favorable, Orus lo conducía ante el verdoso Osiris,
color de la regeneración y la renovación, quien lo recibía diciéndole:
“¡Oh, espíritu que llegas aquí, ven en paz!”. Después de eso resucitaba
del mismo modo que Osiris y entraba al “reino de Amentí” donde
podía, si así lo deseaba, seguir a Ra en su periplo cotidiano.

v) La resurrección conlleva una extrema libertad de ser. Es una vida en la


que los lazos afectivos permanecen, y en donde la libertad de
movimientos, en el seno del universo resulta esencial. El hombre
justamente resucitado, liberado de las limitaciones terrenales y mortales,
es el señor de sí mismo y de sus desplazamientos: “poseo el dominio de
mi corazón, el dominio de mi pecho, el dominio de mis brazos, el
dominio de mis piernas, el dominio de mi boca, el dominio de mi
carne… Marcho a grandes pasos con el corazón alegre y corro como me
apetece”. Es la resurrección de la carne.

w) En el pueblo de Israel, la antropología hebrea elabora una dialéctica


original entre la “carne” (basár) y el “espíritu” (rúaj), que le permite
mantener inalterable, aunque en evolución, el sentido de la unidad de la
existencia humana, que se expresa con la palabra: néfesh. El hombre es
idénticamente una carne-espiritual, un yo viviente y carnal, todo ello
asumido en la unidad del nombre de cada uno, que significa la
individualidad irreductible: “Yo te he conocido en tu nombre” (Éxodo
33, 12 y 17).

x) Néfesh significa sustantivamente “garganta” (Jonás 2,6), y por una


transmutación metonímica designa igualmente el “suspiro” o la
“respiración”. Es el “deseo” o el “apetito” (Proverbios 12,10; 13,2);
pero, aún más, es la misma “vida”, “el ser viviente” (I Reyes 3,11;
19,10; II Reyes 10,24), y por ello está en relación con la sangre
(principio de vida) (II Samuel, 23,17). Llega a contener el sentido del
“yo viviente”.

y) Después, de la muerte, la néfesh permanece en relación con el cadáver,


aunque no se extingue totalmente. Es como el centro de conciencia,
como la unidad nuclear del poder vital. En fin, no es una parte del
hombre, sino el hombre entero considerado desde un cierto ángulo: la
vitalidad secreta y personal del hombre.

El mismo contenido semítico-egipcio de los criterios de la resurrección de los


muertos (yo he dado vestidos al desnudo, de comer al hambriento, agua al que
tenía sed y al náufrago-extranjero una barca) es retomado en el Antiguo
Testamento en Isaías 58, 5-9 y en el Nuevo Testamento en Mateo 25, 31-46.
 

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