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Tomado

a las fractude:
ras en las que su yo (psíquico y corporal) es el objeto. La
continuidad ya señalada entre el lactante "particularmente pasivo''
y la posición
ANDRÉ, femenina(1994)
Jacques , produce igualmente sus efectos en el terre-
no del narcisismo.
La Hemos
sexualidad femenina
insistido sobre la importancia de los orificios: como las zo-
México:
nas de los¿Qué
primerossé? / Publicaciones
intercambios, Cruz, 2000. , de los
de la intrusión/penetración
cuidados y del amor, y como precursores y paradigmas del sexo fe-
menino. En el desarrollo del yo-piel, D. Anzieu insiste en el hecho
de que las intrusiones por los orificios no son soportables -y en
mayor razón satisfactorios- más que en el fondo de una certidumbre
de limites entre el interior y el exterior, el limite que la piel constituye
para el cuerpo y para la psique. No es posible el placer al ser pe-
netrado sino al tener el sentimiento asegurado de la integridad de la
envoltura corporal. 1 Ameritaría detenerse en la solidaridad de la Unio-
nes: narcisismo-piel/orificios-feminidad, pero sólo nos contentare-
mos aquí con dos breves ilustraciones:

la homosexualidad femenina, que debe la elección del objeto 3


los primeros contactos madre-hija, lo que toma de la libido nar-
cisista, asocia un rechazo a la penetración y un erotismo de la
piel fu ertemente investida:
evoquemos lo que la ginecología debe a la angustia femenina .
El dermatólogo no está de más. Esto ha dado lugar a toda una
industria, farmacia, cosméticos y cirug ía plástica, que descansa
en la relación de la mujer con su primer arruga.

IV. Aspectos de la pubertad


y la adolescencia
En el caso del hombre, se dice que la pubertad es la unión
de los procesos fisiológicos y anatómicos que acompañan
la maduración de los órganos genitales, fenómeno pa rticu-
larmente tardio . Lo menos sería esperar que tomara todo su
tiempo y que su llegada fut;?ra sin choque , sin trauma . De lo
cual se está lejos . La pubertad, como la irrupción de lo se--
xual , en el caso del niño, llega demasiado temp ran o .

' D. Anzieu, Le Moi-peau, Ounod, 1985, p. 35 sq

115
La sangre menstrual-no evocaremos más que a la ado-
lescente- la primera vez que ocurre , se acerca a lo "su-
cio" de los lugares de excreción; los senos, el vello púbico ,
la estatura y el peso se modifican , la cara se transforma, la
pieLmisma cambia y se siente uno mal dentro de lo nuevo
-a fortiori cuando el acné se mezcla. Los instantes son en
el cuerpo y sus modificaciones, inevitables, incontrolables,
tan anhelados como temidos.
El acceso a la pubertad es lo que, en el ser humano, evoca
con mayor intensidad la sexualidad instintiva. El fracaso del
instinto en realizar de inmediato sus objetivos (cópulafre-
producción) es bien evidente. La pubertad, la llegada a la
madurez genital, no corresponde con el nacimiento de la se-
xualidad humana. Esta, desde el primer chupeteo, tiene ya
una larga historia. Las transformaciones corporales del ado-
lescente se inscriben en el fondo de una psicosexualidad
ya constitu ida e inconsciente en lo esencial. La irrupción de
la sexualidad puber no cierra el capítulo de la sexualidad in-
fantil , sino que reabre más bien las brechas, renueva las frac-
turas, revive los conflictos, aunque la intensidad de éstos sea
directamente relativa a la calidad de la elaboración psíquica,
que ha sido su lugar durante la resolución edípica. La instau-
ración desfasada de la sexua lidad humana la expone al trau -
ma psíquico.
Entre los signos más constantes que demuestran la di-
mensión traumática de la psicosexualidad adolescente, inde-
pendientemente de toda patología particular, se encuentra
el funcionamiento proyectivo y la traducción en actos o com-
portamientos del conflicto psíquico. La "falta" es de los pa-
dres, de los "profesores", del mundo adulto en general. Cuan-
do el conflicto intrapsiquico se revela como imposible de
negodar, cuando el mundo entero excede las capacid9des
de simbolización, "den unciar al exterior, escribe Catherine
Chabert, llega a ser el único recurso".1La Invocación del ex-

' Deux ou trois cantes queJe sais d'elles ... , Revue francaise de psychanalye ,
1987, 3. p. 988.

116
terior permite desviarse del interior. Los actos adolescentes
que tienen una gama infinita -de la puerta cerrada a la ten-
tativa de suicidio- indican el fracaso de la elaboración fan -
tasiosa, la deficiencia de la psique ante el exceso de los ata-
ques pulsionales.
Las relaciones con la madre no son sencillas, van de la
complicidad a la guerra abierta. La relación de identificación
entre la madre y la hija, como un doble eventualmente, no
tienen equivalencia masculina. Sobre una de sus caras esta
so lidaridad narcisista representa el amor-identificación de ·
los primeros momentos, en la otra cara es una manera de ce-
rrarse a la penetración-fractura de lo sexual (de los hombres).
La relación de la madre con la joven puede ser por otro lado
conflictiva , particu larmente durante el acceso a la madurez
sexual de una, que es interpretado por la otra como el robo
del deseo del que era hasta el presente el objeto.
Ya evocamos al principio, en la introducción, la ingenuidad
que habría en traducir la susodicha "li beración sexual" en
libertad psíquica. Más que la mujer adulta, la adolescente
demuestra: "La precocidad y la naturalización cultural de las
prácticas sexuales , escribió B. Brusset, arrastran continua-
mente, además de a la decepción, casi al asco, una cierta ba-
nalización y a una frecuente disociación con los sentimien-
tos".' El actual desplazamiento del objeto hacia la pulsión en
el campo de la sexual idad (cf. supra), es sin duda más difícil
de negociar para la niña que para el hombre. En efecto, la
caída del objeto de amor al rango de pareja intercambiable,
coincide con las formas primitivas de la angustia feme nina,
con la angustia de perder el amor del objeto.
La pubertad es el momento de los "primeros": primer sos-
tén, primer maquillaje, primer cigarro, primer beso, etcétera,
y seguramente. de las primeras reg las.
"Cuando una mujer padece un flujo, su flujo es sangre de
su cuerpo , estará siete días dentro de esa mancha y cual-

' Psychopathologie ét métapsychologie de l'addiction boultmíque, en La boulim te.


Monographie de la Revue francaise de psychanalyse. PUF, 1991, p . 1 13.

117
quiera que la toque estará impuro hasta la noche" (Levítico
XV, 19). El horror a la sangre menstrual es un tema casi uní-
versal que Ourkheim había, ya desde hace tiempo. inventaria-
do. 2 En la edad media se creía que un hombre podía conta-
giarse de lepra al copular con una mujer durante el periodo
menstrual.
Nuestra época ha perdido las antiguas simbolizaciones
donde se encontraban lo impuro y lo sagrado -la sangre
de las reglas entra en la composición de las pociones que cu-
ran las escrófulas. Lo que no significa que el horror haya
desaparecido: la publicidad televisiva para las toallas hi-
giénicas atestigua el modo de absorción, la dimensión y trans-
parencia. El trato social contemporáneo al fenómeno de las
primeras reglas contiene las mismas ambigüedades que
la "revolución sexual". A la irrupción de la "suciedad" que ha-
cía callar y esconder, ha sucedido un discurso familiar ''libre",
y seductor, que hace del devenir de las reglas el último tema
del cual se habla. ¿Qué se puede decir, de esas dos actitu-
des, que son para la joven lo más d1ficil psíquicamente de
pasar? Las palabras cambian , el trauma permanece. La se-
ducción-in trusión adulta puede ser un paso más , tal es esa
madre que insiste en mostrar a su hija como se introduce un
tapón -la madre anal no renuncia fácilmente a su empresa
sobre las funciones corporales. Se puede añadir a lo ante-
rior la caja de píldoras que se desliza en la maleta de las pri-
meras vacaciones, después del arribo de las reglas.
La experiencia de las primeras reglas es también un mo-
mento estructurante. Bettelheim habla notado su valor de
ritual, de iniciación, espontáneo -sin equivalente en el caso
del hombre. Es común que una niña se invente la regla que
.aún no tiene, con el fin de ser parte del "grupo de las grandes".
En el plano de las representaciones psíquicas, . no se
puede dar al acontecimiento de las primeras reglas un sen-
tido univoco. La dignidad en el caso de una le disputa la

2 La prohrbltron de l'mceste et se origrer.es, L'anné socio/ogique, No. 1 l 698

118
vergüenza de la otra . Bajo la mirada de la feminidad incons-
ciente y de sus conflictos, la interpretación psicoanalitica
expone dos direcciones, correspondientes a los dos grandes
ejes teóricos ya expuestos. En una perspectiva freudiana,
centrada alrededor de la problemática de la castración, el
trauma de las primeras reg las es puesto a cuenta de una
equivalencia inconsciente entre lo "sangrante" y lo "castrado".
En otra visión , Jones señala que el"corte" no es más que uno
de los equivalentes de la "herida". ¿Puede ser que la compa-
ración de la sangre de las reglas con la de la castración no
sea más que una simbo lización secund aria, que disfraza la
herida-abertura del psicosoma? La pubertad para una niña,
es el cuerpo que se abre (o se reabre) , con sangrado. que
convoca de manera particularmente viva las defensas nar-
cisistas contra la brecha así creada. Es en el interior, con su
desconocimiento y angustias arcaicas que engendra , que
la pubertad confronta a la psique femenina, que agrava la
fantasía de un exceso de realidad . Anorexia y bulimia, tan
características la una y la otra en la adolescencia, constituyen
dos respuestas patológicas sólidas (que no entran/llenan el
gran agujero) con la angustia ante la vida interna, una v¡da
en que la representación de la vagina tiene mucho del mal
que circunscribe.

Sobre la masturbación
Mientras que la masturbación juega un rol esencial para el varón
en el progreso hacia la madurez adulta normal, "no parece jugar el
mismo rol en el desarrollo sexual de la adolescente", escribió Egle
Laufer ' que experimenta un sentimiento por mucho tiempo dividido
La masturbación no hace prácticamente falta en el caso del ado-
lescente; la de la adolescente será sometida a una variación singu-
lar. Lo condicional es sin embargo prudente. Al prolongar una obser-
vación de Freud, M. Gribinski comenta: "Se dice a la joven· que no
piense; al hombre: que no toque". 2 t-El silencio (relativo) de las Jóve-

a
' La masturbation fémrnine l'adolescence. Adolescence , 1983, Nc 2 P 3·~9
también M y E Laufer, Adolescence el ruptura de développement PUF 1°89
2 Un pas sur la sable Confrontation, No. 6, 1981 , p. 82

119
nes (mujeres), que concierne a la masturbación, significa la inexis-
tencia del hecho, o la de las palabras para pensarlo -más allá de
la misma dificultad de la confesión?
Si se admite como probable una represión más fuerte ·de la mas-
turbación -que requiere el uso de la mano- en el caso de la ado-
lescente que en el caso del adolescente, ¿Cómo interpretarla? En
el eje de la teorfa freudiana, en ello se verá la reactivación de la re-
presión post-castración: falta de un clftoris con la medida de un pe-
ne, eso será nada. Los autores contemporáneos se valen de otras
fuentes conflictivas, al insistir sobre el valor simbólico de la mano.
Mientras que el lactante hace progresivamente la experiencia de
su cuerpo como separado del de la madre, observa E. Laufer, la acti-
vidad del pulgar frente a la boca y más tarde de la mano, frente al
cuerpo y de sus órganos genitales, sirve de base a la identificación
de la actividad de·la madre ante el cuerpo del niño. La equivalencia
mano-madre es la fuente de la imposibilidad de masturbarse de la
joven, es decir porque ella evoca un reproche homosexual insoporta-
ble, porque es como parte del objeto primero, la mano que hereda
las miradas de frustración y de destrucción de la "mala" madre. La
elecc ión de otros medios de masturbación se escapan más o menos
a la conciencia (como apretar los muslos), es de inicio una manera
de evitar la mano y el peligro pulsional que ésta representa.
Joyce McDougall abre otra pista. Si la mano está d~stinada a
cubrir la primera brecha, creada por el retiro del seno en la integridad
narcisista, ésta "no puede faltar para reemplazar el sexo del que ca-
rece el infante en una relación sexual imaginaria".1 Al prolongar esa
observación, es una mano-pene la que la adolescente tiene para la
separación de su propio sexo, en lo que se encuentra toda la dificul-
tad para la psique de asumir la posición genital femenina (ser pe-
netrada), y lo que pone peligrosamente en juego a los límites del ex-
terior y el interior.
La diversidad de esas psicogénesis es la medida de lo equívoco
del síntoma, casi de su sobredeterminación, y pone en guardia con-
tra la pretensión de volver a llevar a una fuente única la -cuestión de
la masturbación femenina y su represión.

1
Plaidoyer pour une certain anormalité, Gallimard, 1978, p. 72.

120
" .
V. La homosexualidad femenina ·
rtYo me acostumbré a considerar cada acto sexual como un
hecho que implica a cuatro personas". Esa observación, he-
cha por Freud en 1899, encontrará más tarde su fundamento
teórico en la idea de que el complejo de Edipo, en su forma
completa, positiva e invertida, conjuga amor, rivalidad e iden-
tificación, tanto para un padre como para el otro. Por cada
uno de nosotros, el primer amor homosexual es vivido en la
infancia con el padre del mismo sexo.
La bisexualidad psíquica es heredada del equívoco de la
sexualidad infantil y de los deseos que la componen . Esta
juega igualmente un rol tranquilizador frente a la angustia, al
atenuar la alteración del sexo que se tiene y los temores aso-
ciados a su exclusión. ¡Dos sexos en vez de uno!
Los destinos de la bisexualidad son múltiples. 1 En la rea-
lidad puede organizar la vida sexual del sujeto, porque alter-
naría las relaciones con uno o el otro sexo. Más comúnmen-
te, se encontrará dentro de la pareja: la elección del objeto
heterosexual/homosexual inconsciente. En un texto consa-
grado a la psicogénesis de una caso de homosexualidad
femenina , Freud señala más claramente la permanencia de
los sitios bisexuales: "nuestra libido oscila normalmente du-
rante la vida entre el objeto masculino y el femenino( ... ) hay
un cierto momento en el que la decisión sobre el sexo del
objeto de amor se impone definitivamente". 2 Es en la ado-
lescencia cuando las dudas de la sexualidad infantil se rea-
vivan por la irrupción pulsional. La evidencia del balanceo
libidinal queda demostrado: "transferencias homosexuales
y amistades excesivamente fuertes con tintes de sensuali-
dad, son cosas por lo general ordinarias en el caso de uno y
otro sexo, en los primeros años que siguen a la pubertad''.
Ya se ha señalado: a la luz de la homosexualídad incons-
ciente, hombres y mujeres no se han alejado de la misma

' Sur cette queslion, cf. C.David, La bisexulité psychique, Payot, 1992.
z En Nérvose, psychose, perversíon, op. cit. , p. 245 sq.

121
. .
insignia. Para Simplificar, es principalmente bajo los auspicios
de las relaciones sociales que irrumpe la homosexualidad
inconsciente masculina. La sensualidad , que aproxima al
cuerpo , es por el contrario cuidadosamente mantenida a
distancia. No es coincidencia que con la vestimenta de los
deportistas, donde marcan los propósitos de la virilidad, se
manifiesta el odio a la homosexualidad (a través del insulto).
Las mujeres, por el contrario , viven generalmente con soltura
el compartir la intimidad corporal, aunque la intensidad de
las rivalidades llevan regularmente a la existencia de grupos
sociales femeninos . Las diferentes modalidades de la an-
gustia tanto en el hombre como en la muj-er explican al menos
en parte esa separación. Toda proximidad sexual con un
hombre aceFca al sujeto masculino a la feminidad (asimilada
en el inconsciente con la castración). Por el contrario, los en-
cuentros femeninos en la intimidad calman la angustia de
perder el amor del objeto -angustia que en la pluralidad del
grupo no puede más que remover.
¿Cómo es la homosexualidad cuando una mujer constituye
el objeto amoroso de otra mujer? El punto de vista, hoy día
muy dividido, es que en ello se tienen muchas maneras de
conducir a la elección de un objeto homosexual, que condu-
cirlan a una sola psicogénes is, todavía menor al de la fan-
tasía única. Uno de los parámetros de esta pluralidad de-
pende del contexto en el que se inscribe la homosexualidad:
no tiene el m1smo sentido en la neurosis, la psicosis o en la
perversión. Por otra parte, la diversidad psíquica no está
únicamente entre los homosexuales, sino interna en cada
uno. Si consideramos el caso de una joven, que Freud expu-
so, se percibe que la elección condensa inversiones e iden-
tificaciones (que derivan de los nexos con el padre , la madre
y el hermano), sa tisfacción pulsional y defensa contra la an-
gustia.
¿Condena esta diversidad al discurso ps1coanalillco sobre
la homosexualidad femenina a carecer de objeto? La des-
cripción de lo erótico-homosexual permite, sin duda, entablar
un primer nivel de generalidad:

122
Yo escuchaba en sus dedos lo que le cantaban mts dedos. Nos
apretábamos, nos sujetábamos ya que las nalgas son tan sen-
sitivas. Nuestras manos eran tan largas que yo seguía la curva
del vello de Isabel sobre m1 brazo la curva de mi vello sobre su
brazo. Descendíamos, volvlamos con nuestras uñas a borrar
la ranura de los muslos cerrados, nos provocábamos, nos su-
primlamos los estremecimientos. Nuestra piel arrastraba a
nuestras manos Nosotras llevábamos las lluvias de terciopelo
los raudales de muselina desde la ingle hasta el tob1llo Nos
volvfamos de espaldas. nos prolongábamos en un rugido suave
del hombro hasta el talón( ... ) La carne me ofrecia perlas por
todas partes" '

Thérese e Isabel/e, libro autobiográfico de Violette Leduc. es


la imagen de lo erótico en la homosexualidad femenma un
libro de caricias, de ternura y de exploración del cuerpo. ''del
hombro al talón". Granoff y Perrier notan el acento puesto
por las dos mujeres homosexuales en el "carácter extremo
de los placeres que se entregan. Extraño es que la seducc1ón
sexual en el caso de las mujeres se acompañe de la prome-
sa de placeres ignorados". 1 Ante lo fálico, la homosexualidad
femenina opone la plasticidad de un sexo en el que lo InVISi-
ble autonza cualquier metamorfosis: "Cuerpos, senos , pu-
bis, clitoris, labios, vulva , vag in a, cuello uterino. matriz ... ". 2
Lo erótico del tocar se extiende por todo el cuerpo, recurre a
una temporalidad que no sea, fálica. la del acto (sexual)
Relativamente existen pocos textos psicoanaliticos que
traten sobre la homosexualidad femenina , aunque la mujer
homosexual frecuenta bastante el análisis. Fuera del articulo
inicial de Freud , las c1tas más continuas son las de Jones:
"El desarrollo precoz de la sexualidad femenina" y de Joyce
McOougall: "De la homosexualidad femenina" Cualquiera ·
que hayan s1do las diferencias entre estos dos textos , am-
bos están organizados principalmente en torno de una m1sma

1 Violette Leduc, Thérese el/sabe/le, Gallímard, 1966. "Folio", p 112


1 Le desir ella fémmine. op c1t. p 29
~ l lpgaray S¡;ec!JitJm op c1t o 289

l:l3
figura : la de una mujer que no gusta más que de las mujeres.
donde la inversión constituye toda la vida sexual. A la mujer
le gustan las mujeres femeninas y busca una feminidad de
la que se sienta ella misma desprovista. Lo cual intenta al
descuidar su manera de vestir y más generalmente su as-
pecto, hasta jugar a veces a los ~ puercos".
Por esa vertiente de la homosexualidad tan característica,
la repetición de los mismos procesos permiten construir una
psicogénesis.
Dos grandes corrientes mezclan sus efectos: una inscri-
ta en la continuidad libidinal del amor a la madre, continua-
ción de la "homosexualidad primaria;" 1 la otra se defiende
de la posición femenina, contra la intrusión-efracción de un
pene violador. Esta formulación es en si misma muy simpli-
ficadora, cada uno de sus dos aspectos tiene múltiples fa-
cetas. Veamos la representación del pene y la referencia
con el padre. La imagen de éste es (fuertemente) negativa,
cualquiera que sean las representaciones solicitadas Frus-
trante, brutal, no se preocupa de traer dinero a casa ... todo
concuerda con su denigración. Una nota domina: la analidad
del personaje (que sanciona un eventual· "Los hombres, son
cerdos ") que contrasta con la distinción maternal. Si la
denuncia es escandalosa, la identificación con el padre es
por el contrario secreta, y continúa profundamente incons-
ciente. En la elección del objeto tiende: a amar a una mujer
devoradora con señales de feminidad (como el padre ama a
la madre). Se encuentra igualmente con la imagen que la
mujer tiene de si misma: feúcha , poco femen ina, descuida-
da, etcétera. Existe también lo que esta identificación con el
padre debe a la transformación de una antigua inversión para
él Cuando la analidad está representada dentro de lo erótico,
se convierte en el soporte de una violencia fantasmal here-
dada del ataque por el pene paterno: "El dedo seria siempre
inoportuno dentro de la vagina avariciosa( ... ) El dedo furioso

' cr E Kestemberg (et coll.) Hornosexualité et identité. les cahiers du Centre


de psychanalyse et de psycho therap1e, No. 8, 1984.

124
t •

golpearía y golpearía. Yo tendría contra mis paredes una an-


guila enloquecida que adelantaría su muerte. Mis ojos escu-
charían, mis orejas verían: lsabelle me contag1aria su bruta-
lidad".2 De manera genere)!. esos son los roles jugados por
la lengua y el dedo que demuestran la identificación con el
pene.
La mujer, escribe J. McDougall, "busca mantener una re-
lación con la imagen paterna o con el falo interiorizado, el
padre desinvestido como objeto libidinal pero poseído como
señal de identificación con él".'
La escena psíquica de la homosexualidad incluye al pene
al padre. El resto es más de la vertiente maternal, que cons-
tituye el núcleo más inconsciente. Se puede notar la similitud
con la homosexualidad masculina, al menos en la forma ais-
lada por Freud a partir del estudio de Leonardo de Vinci. Es-
ta comunidad maternal de las homosexualidades, señala la
asimetrfa de los desarrollos psicosexuales de la niña y el
niño, quizá explica la capacidad de unos de experimentar lo
vivido por los otros. Se conocen las bellas páginas de Proust
y de Marguerite Yourcenar, el primero al evocar a Mademoi-
selle Vinteuil, la segunda los amores de Adriano.
La madre es idealizada por el homosexual que el padre
ha devaluado. La mujer se esfuerza por encontrarla en su
pareja. Sin embargo , existe mucho por venir para complicar
el cuadro, al comenzar por lo particular: "la" madre, quien no
es más que la síntesis tardfa de una diversidad de represen-
taciones inconscientes. La madre, como individuo total, es
en efecto un personaje a quien el niño construye progresiva-
mente. Antes, existe el seno, el cuerpo materno, y sus conte-
nidos diversos, en ello queda comprendido el pene. Bien
parece que esto es en conjunto irregular, en esa madre pri-
mitiva, que se relaciona en el inconsciente dentro de la homo-
sexualidad. La idealización, en la que ésta la hace de objeto.

1 Thérese el Isabel/e, op. cit., p. 107


• De l'homosexua lité féminie, in J . Chasseguet-Smirgel, La sexualilé fémlnine
op. cit.. p. 247 sq.

125
.'
priotege contra la ambivalencia en su entorno. Lo erótico,
lleno de caricias, repite lo que no ha tenido lugar, lo que la
madre siempre le negó a su hija. La figura materna es más
distante que ideal, más el dominio que la ternura. Está en el
fondo un exceso de pérdida más que una continuidad del
amor, lo que constituye la elección del objeto. La virulencia
de los celos, raramente ausentes en la homosexualidad fe-
menina, siguen la misma huella. Así, en la fantasía la destruc-
tividad maternal mezcla sus temidos efectos provocados
por la fractura del pene. Una paciente que se acuerda de _
sus primeras asociaciones (informulables en su momento),
al entrar al cubículo del análisis: con la impresión de encon-
trarse en un lugar ilegal, se siente a la vez en la sala de
abortos clandestinos o en la sala obscura de una comisaria
de policía. El análisis se basa en la doble identificación con
el aborto y con el .. polizonte" vio.lador. La mujer amada en la
relación homosexual es una "madre" múltiple: imagen idea-
lizada de la feminidad con la cual toda identificación es po-
sible; madre a quien se le ha hurtado su pene, a la que se le
ha dañado el interior y que intenta repararlo con las caricias.
M. Klein trataría de hacer de su última fantasía la clave de la
homosexua lidad femenina . Todavía esa enumeración no es
sino parcial, ya que descuida, por ejemplo, el doble rol que
puede jugar la hermana en la historia.
Lo anticuado del lazo con la madre se detiene en lo erótico
a través de los sentimientos de confusión: "La mano de lsa-
belle que me turbaba alrededor de mi cadera era la mía, mí
mano sobre el flanco de lsabelle, era la suya. Me reflejaba,
yo la reflejaba: dos espejos amándose". 1 J . McDougall par-
ticularmente, ha insistido sobre eso que, dentro de la econo-
mía psíquica de la homosexualidad femenina, es "un intento
d~ salvaguardar el equilibrio narcisista frente a una necesi-
dad constante de escapar del peligro de la relación simbóli-
ca reclamada por la imagen maternal, todo al mantar.er una

' Thérese el /sabe/le, op. cit., p. 1 11 .

126
identificación inconsciente con el padre -elemento esencial
dentro de esta frágil estructura". Las experiencias de desper-
sonalización no son extrañas en tal contexto: "Yo tenia miedo
de que mi lengua no llegara a ser lo suficientemente grande
para mi boca", dice una paciente, al hacer eco a la experiencta
mística de Béatrice d'Ormaciaux.
Las representaciones fálicas en la homosexualidad fe-
menina pueden estar globalmente relacionadas con la ver-
tiente estructural, que permiten mantener la distancia con lo
arcaico maternal. La posesión imaginaria de un pene , el de-
seo de satisfacer a una mujer como lo haría un hombre, se
inscriben dentro de un rechazo-represión por el sujeto de su
propia feminidad, que evoca demasiado las destrucciones
del interior. Esto puede ir a la par con el olvido de su propia
satisfacción en la relación sexual , o su obtención por el único
medio del onanismo. En la identificación con el pene se co-
rresponden igualmente las representaciones ligadas con el
complejo de castración femenino: "Nosotras estaríamos a
merced de un dedo demasiado pequeño".,
Sólo queda agregar que en la homosexualidad femenina ,
las representaciones fálicas echan raíces en una sexualidad
anterior a la organización edípica , oral particularmente. Jones
sugiere asi que la fantasía de la felación-mordedura del pene
hurtado a la madre juega un rol esencial dentro de la consti-
tución de la elección de tal objeto.
Entre las cuestiones que la modificación de la represe n-
tación socia l de la homosexualidad induce, hay algo que me-
recería una atención particular: el niño. El tener un niño hoy
en dla es un objetivo de muchas de las parejas homosexua-
les (hombres o mujeres). Sin duda es muy pronto para toma r
las medidas de remodelaciones psíquicas para engendrar

1 /bid.. p. 107.

127

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