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de siglo veintiuno
Traducción: Horacio Pons
2. Desear un mundo donde otras
formas de relación sean posibles
Conversación con Michel Foucault
—Lo más importante en ese libro es, me parece, que Dover mues-
tra que nuestro recorte de las conductas sexuales entre homose-
xualidad y heterosexualidad no es en absoluto pertinente para los
griegos y los romanos. Esto significa dos cosas: por un lado, que
ellos no tenían la noción, el concepto de homosexualidad, y por
otro, que no tenían la experiencia. Una persona que se acostaba
con otra del mismo sexo no se vivía como homosexual. Eso me
parece fundamental.
Cuando un hombre hacía el amor con un muchacho, la divi-
sión moral pasaba por las preguntas: ¿este hombre es activo o pa-
sivo, y hace el amor con un muchacho imberbe –la aparición de
la barba definía una edad límite– o no? La combinación de esas
dos clases de división instaura un perfil muy complejo de mora-
lidad e inmoralidad. En consecuencia, no tiene ningún sentido
decir que los griegos toleraban la homosexualidad. Dover destaca
claramente la complejidad de la relación entre hombres y mucha-
chos, que estaba muy codificada. Se trataba de comportamientos
de huida y protección en los segundos, y de persecución y cortejo
en los primeros. Existía, pues, toda una civilización de la pederas-
—Sin embargo, lo que usted decía al respecto en Gai Pied y lo que dice
ahora me parece problemático en este aspecto: estudiar los agrupamientos
monosexuales femeninos sin plantear la cuestión de la sexualidad signifi-
ca a mi juicio persistir en la actitud de confinar a las mujeres en el domi-
nio del sentimiento con los eternos estereotipos: su libertad de contactos, su
afectividad libre, sus amistades, etcétera.
—Tal vez le parezca que soy laxista, pero creo que los fenómenos
que querríamos estudiar son tan complejos y están tan precodifica-
dos por las grillas de análisis prefabricadas que es preciso aceptar
métodos, parciales, es cierto, pero generadores de nuevas reflexio-
nes, y que hacen posible poner de relieve nuevos fenómenos. Esos
métodos permiten superar los términos completamente gastados
que tenían vigencia en la década de 1970: prohibiciones, leyes, re-
presiones. Dichos términos fueron muy útiles en sus efectos políti-
cos y de conocimiento, pero se puede tratar de renovar los instru-
mentos de análisis. Desde ese punto de vista, la libertad de actitud
—Podríamos hablar tal vez del libro de John Boswell, Christianity, Social
Tolerance, and Homosexuality.3
—En efecto, ese término tiene una significación mucho más res-
tringida en Francia que entre los norteamericanos. Sea como
fuere, me parece que, al postular una cultura gay al menos mas-
culina, Boswell no se contradice en lo referido a la tesis según la
cual la homosexualidad no es una constante antropológica a veces
reprimida y a veces aceptada.
—¿Cree usted, por ejemplo, que los trabajos médicos de Hirschfeld5 a co-
mienzos del siglo XX y sus clasificaciones encerraron a los homosexuales?
—En una entrevista concedida a la revista Gai Pied,6 usted dice que
es preciso “obstinarse en ser homosexual”, y al final habla de “relaciones
variadas, polimorfas”. ¿No es contradictorio?
—¿Por eso afirma que “la homosexualidad no es una forma de deseo, sino
algo deseable”?
—Sí, pero es allí donde se puede hacer algo nuevo. Que en nom-
bre del respeto por los derechos del individuo se deje a este hacer
lo que quiera, ¡muy bien! Pero si lo que uno quiere hacer es crear
un nuevo modo de vida, entonces la cuestión de los derechos del
individuo no es pertinente. En efecto, vivimos en un mundo legal,
social e institucional donde las relaciones posibles son extremada-
mente poco numerosas, extremadamente esquematizadas, extre-
madamente pobres. Está, por supuesto, la relación de matrimonio
y las relaciones de familia, pero cuántas otras relaciones tendrían
que poder existir, poder encontrar su código no en instituciones,
sino en eventuales soportes; cosa que no sucede en absoluto.
—¿De niños?
el triunfo social del placer sexual 117
—En términos más concretos, ¿no sería necesario que las ventajas legales,
financieras y sociales con que se beneficia una pareja heterosexual casada
se extendieran a todos los otros tipos de relaciones? Es una cuestión prác-
tica importante, ¿no?
—Pero, en cierto modo, todas estas cuestiones dejan ver que el movimiento
gay tiene un futuro que lo supera por completo. En Holanda es sorpren-
dente comprobar que los derechos de los gays no sólo interesan a los propios
homosexuales sino a otras personas, porque la gente quiere poder manejar
su propia vida y sus relaciones como se lo proponga.
—El hecho de que los bares, en su mayoría, dejen de ser clubes cerrados
indica que algo ha cambiado en la manera de vivir la homosexualidad.
El aspecto dramático del fenómeno –que le daba vida– es hoy una anti-
güedad.
—Sin duda alguna. Pero, por otro lado, me parece también que
se debe al hecho de que hemos reducido la culpa que entrañaba
una distinción tajante entre la vida de los hombres y la vida de las
mujeres, la relación “monosexual”. Junto con la condena univer-
sal de la homosexualidad, había también una descalificación im-
plícita de la relación monosexual: sólo se la autorizaba en lugares
como las cárceles o los cuarteles. Es muy curioso ver que también
los homosexuales se sentían incómodos con la monosexualidad.
—¿Cómo es eso?
—Hay que decir a las claras que es algo muy nuevo y prácticamen-
te desconocido en las sociedades occidentales. Los griegos jamás
admitieron el amor de dos hombres adultos. Se pueden sin duda
encontrar alusiones a la idea de un amor entre hombres jóvenes,
cuando estaban en edad de portar armas, pero no al amor entre
dos hombres.
—La cuestión debe estar ligada a muchas cosas, sin duda a las
leyes sobre la sexualidad en los países latinos. Por primera vez
se ve un aspecto negativo de lo que podríamos llamar la heren-
cia griega: el hecho de que el amor de hombre a hombre sólo
sea validado bajo la forma de la pederastia clásica. También hay
que tener en cuenta otro fenómeno importante: en esos países,
en su mayoría protestantes, los derechos asociativos alcanzaron
un desarrollo mucho más grande por obvias razones religiosas.
Querría agregar, con todo, que los derechos relacionales no son
exactamente derechos asociativos: estos representan un progreso
logrado en el siglo XIX. El derecho relacional es la posibilidad de
hacer reconocer en un campo institucional relaciones de indivi-
duo con individuo que no pasen forzosamente por el surgimiento
de un grupo reconocido. Es algo completamente diferente. Se
trata de la cuestión de imaginar de qué manera la relación entre
dos individuos puede ser validada por la sociedad y disfrutar de las
mismas ventajas que las únicas relaciones –perfectamente honora-
bles– reconocidas: las de matrimonio y parentesco.