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en rnexico
rolando corderalcarlos tello
(coords.)
julio boltvinik, urbano farías,
julia carabias, carios pereyra,
josé joaquín blanco
enrique hernández Íaos,
gustavo gordillo, jaime ros,
raúl rejo, josé woldenberg
julio lopez
•
gallardo, nora iustig,
eugenio rovzar
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))((I veintiuno
editores
ISI
LA DESIGUALDAD EN MÉXICO
ROLANDO CORDERA
CARLOS TELLO
no ... todos estos supuestos privilegios son una arma ofensiva utilizada por los blan-
cos en contra de los indios y nunca han servido para defenderlos". En respuesta a
las agresiones e injusticias del mundo blanco, las comunidades indígenas se recogie-
ron en sí mismas y pelearon testarudamente para preservar sus tierras, su identidad
cultural, su lenguaje, su organización social y sus bailes y canciones tradicionales.
El acceso a la institución castellana del municipio, ya en decadencia, les estuvo veda-
do. Todo ello fortaleció la existencia de las dos repúblicas.
Sobre estas dos repúblicas se desarrolla la economía colonial. Una agricultura
extensiva (en contraste con la indígena que era intensiva), comercial, orientada al
intercambio (la indígena era principalmente de subsistencia y autoconsumo) y des-
cansando siempre en una mano de obra abundante y endeudada. Un comercio restric-
tivo, exclusivista y regimentado conforme a las características y patrones mercantiles
de la época limitaba seriamente el desarrollo de la colonia, como también lo hacían
las guildas y el atraso técnico en las incipientes actividades industriales. La minería
beneficiaba a unos cuantos, a costa del sacrificio y la esclavitud de muchos. Así se
suceden los ai\os durante la Colonia. La educación, monopolio virtual de la Iglesia,
era ofrecida sólo a los blancos y a la nobleza indígena. La pobreza y el color de la
piel condenaba a la gran mayoría de indígenas y mestizos al analfabetismo.
En 1803 Humboldt, visitando las fábricas de lana en Querétaro, comenta la desa-
gradable impresión que le produce "no sólo la gran imperfección del proceso técnico
en la preparación de la tintura, sino particularmente lo insalubre de la situación y
el mal tratamiento a que están expuestos los trabajadores. Hombres libres, indios
y gente de color se confunden con criminales que la justicia ha distribuido en las fac-
torlas para hacerlos trabajar. Todos están medio desnudos, cubiertos con harapos,
flacos y deformados. Cada taller se parece a una prisión oscura. Las puertas, que
son dobles, permanecen constantemente cerradas y a los trabajadores no se les deja
salir. Aquellos que están casados sólo se les permite ver a sus familiares el domingo.
A todos sin misericordia se les azota si cometen la más mínima falta ... " Los comen-
tarios de Humboldt son testimonio elocuente de la persistencia de la servidumbre
y la coerción como elementos constituyentes esenciales del sistema de trabajo durante
toda la etapa colonial.
Con la Independencia poco fue lo que cambió. Iniciada por Hidalgo y Morelos
la completó el criollo lturbide. La hacienda con sus peones continuó dominando el
panorama. A los pobres y a los de color no se les educaba. Subsisten las dos repúbli-
cas durante el siglo XIX. En 1857, en el Congreso Constituyente Ponciano Arriaga
declara que "con algunas honorables excepciones, los ricos terratenientes de México
se parecen a los sei\ores feudales de la Edad Media. En sus tierras... el terrateniente
hace y ejecuta leyes, administra justicia y ejerce el poder civil, impone impuestos y
multas, tiene sus propias cárceles .. ., castiga y tortura, monopoliza el comercio... "
Sesenta ai\os después, ahora en el Constituyente de Querétaro, afirmaciones y co-
mentarios similares se escuchan. De los grupos sociales que componían la vieja so-
ciedad de castas de la Colonia, los indios (y sus herederos los campesinos) de México
fueron los que en muy poco cambiaron su condición social en los primeros cien años
de vida independiente. El tributo y el trabajo forzoso, abolidos por la guerra de In-
dependencia, pronto reaparecieron con otros nombres. Los sistemas comunales de
tenencia de la tierra, la organización social de los indígenas y su cultura (protegidos
en parte durante la Colonia) fueron crecientemente atacados, incluso por los libera-
les que consideraban que las tradiciones indfgenas eran un serio obstáculo al progre-
LA OC:SIGUALOAO EN M~XICO IJ
so del país. A finales del siglo XIX el proceso de aculturación de los indios casi no
habla avanzado. Su marginación económica, su casi total exclusión de los procesos
políticos y de la cosa pública, la intensa explot.aclón a la que estaban sometidos por
los terratenientes, curas y oficiales del ejército y las barreras de desconfianza y odio
que los separaban del mundo blanco, en buena parte explican la persistencia de las
dos repúblicas a principios del siglo xx. En 1916 Manuel Gamio advierte que México
no constituye una nación en el sentido europeo sino que se compone de numerosas
pequeftas naciones que difieren en su forma de hablar, su economía, su organización
social y su psicología. Habría que aftadir que lo que dominaba en esa multitud de
naciones eran la pobreza y la marginación de la mayoría.
Sesenta anos después, los testimonios de Coplamar y los trabajos aquí incluidos
dan cuenta de la subsistencia de los dos Méxicos, de las dos repúblicas que la Revo-
lución no pudo, no ha podido cancelar. Por el contrario, todo indica que el proceso
de industrialización y el desarrollo agrícola en México a partir de la década de los
anos veinte refuerzan la existencia de esos dos Méxicos. Tal ha sido la naturaleza
del proceso de industrialización en el país, que ahora se es mucho más dependiente
del exterior y se ha provocado una mayor marginación en la sociedad.
La desarticulación entre la industria y el campo en parte explica lo anterior. No
se inicia la industrialización del pafs con el aprovechamiento in situ de los recursos.
Tampoco se producen los bienes que el campo necesita. Por el contrario, el proceso
de industrialización pone énfasis en la producción de artículos de consumo " moder-
nos" y no en los de uso generalizado. Se da, asf, un brinco casi mortal que evita
las etapas que articulan el campo con.ta industria y a la industria misma, en un pro-
ceso que aproveche la materia prima y la vaya refinando y elaborando en etapas
sucesivas y, a la vez, dé lugar a una estructura productiva industrial cada vez más
integrada internamente.
El énfasis en la producción de mercancías de consumo durable hace necesario
que la producción se oriente a los centros urbanos y a las capas altas de ingreso qui-
tándole, en apariencia al menos, importancia "económica" a la mayoría nacional
de ingresos bajos. A ello se suma la incapacidad del proceso de industrialización del
país para absorber mano de obra y generar empleos, justamente por no existir una
relación entre el obrero y la mercancía que se produce, al estar divorciada la produc-
ción del trabajo. Se produce en forma no integrada, con técnicas de segunda mano,
para un mercado urbano reducido y con poco uso de mano de obra. Se tiene así,
una industria ineficiente y poco competitiva. Es claro que una industria protegida
de manera permanente, con un mercado cautivo y reducido no puede expandirse y
aprovechar las economías de escala que se derivarían de una producción de bienes
de consumo generalizado.
El rezago en la producción de bienes de capital y, en general, de producción, no
sólo limita una más intensa y rápida incorporación de la creciente mano de obra a
las actividades productivas, sino que, además, retarda la articulación del campo y
la industria, la que es cada vez más dependiente del exterior. A ello se suma la inca-
pacidad del proceso industrial para irradiar progreso tecnológico. A diferencia de
otras sociedades, en la nuestra subsisten, en la misma rama de actividad, procesos
tecnológicos muy desiguales y dispares y la tecnología más reciente, más competitiva
y avanzada, no se multiplica ni se establece en otras empresas.
La industrialización tardía de México no sólo propicia un aparato productivo poco
integrado y dependiente, sino un proceso salvaje y precoz de oligopolización que de
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político, por carencia de 'Un claro proyecto nacional, falta de representación y voz
en la cosa pública, sus puntos de vista e intereses generalmente son ignorados o, si
conocidos, no tomados en cuenta.
Más que el fortalecimiento de las instituciones y procesos democráticos, el autori-
tarismo y el paternalismo prevalecen en las relaciones entre la autoridad y el otro
México, el de los pobres. El ejercicio de la democracia y la defensa de los derechos
han sido sustituidos por un régimen de privilegios y por los sistemas de dádivas y
favores. La despolitización propiciada cierra el círculo.
A partir de 1917 los gobiernos de la Revolución han promovido, con desigual in-
tensidad y trascendencia, programas e instituciones con el fin de elevar las condicio-
nes de vida de la población. Sin embargo, en este proceso, por la forma misma en
que se organizan y desarrollan esos programas e instituciones y por la falta de com-
plementariedad que en la práctica se ha dado en los esfuerzos para dotar de mínimos
de bienestar a la sociedad, también se han fortalecido elementos que propician la
desigualdad.
Los programas de construcción de vivienda, de seguridad social y protección de
la salud, de educación, de nutrición y defensa del salario, esencialmente se han orga-
nizado en función gremial, y no de clase, de tal suerte que benefician más a quien
más tiene y poco o nada a quien nada tiene y más necesita. Conforme se asciende
en la escala del ingreso se tienen mejores sistemas de seguridad social y de protección
a la salud. Lo mismo sucede con la vivienda. Quienes disponen de mayor ingreso
mayores posibilidades tienen de disfrutar de una vivienda. Incluso, algunos gremios
disponen de sistemas de construcción de vivienda, como parte de la negociación co-
lectiva, mientras que la mayoría de los habitantes carecen de vivienda. Esta diferen-
cia y carácter gremial de la lucha por la mejoría en las condiciones de vida es más
evidente en la multitud de las muy diversas prestaciones que sindicato por sindicato
se van conquistando (tiendas, apoyos para la educación y la capacitación, etcétera).
Lo anterior se ve reforzado por la organización misma de los trabajadores, pre-
dominantemente en sindicatos de empresas. El sindicato nacional de industria es poco
común y la lucha solidaria de clase es prácticamente inexistente; todo ello propicia
la desigualdad.
Los rasgos más generalizados del carácter empresarial mexicano desembocan tam-
bién en un reforzamiento de la desigualdad económica y social. Más que preocuparse
por conservar los recursos naturales y elevar las condiciones de vida de los trabaja-
dores, los empresarios en su mayoría buscan obtener la ganancia más alta en el menor
tiempo posible, lo que trae como consecuencia un agotamiento acelerado de los re-
cursos que le dieron posibilidades de desarrollo a su actividad. El mal uso del agua
y de los bosques, la erosión y la contaminación en el campo y las ciudades, la irracional
explotación de las especies vivas del mar y de los recursos mineros, el deterioro de
la salud y la nutrición de los trabajadores, son testimonio elocuente del comporta-
miento depredatorio del empresariado en México.
También ahonda la desigualdad la falta de armonía que existe en los esfuerzos
de los programas y las instituciones que tienen como propósito elevar el bienestar.
Parte de la explicación de que se tengan recurrentes campanas de alfabetización
-desde los ai\os veinte- es que resulta difícil tener éxito si junto a ellas no hay es-
fuerzos, si no similares por lo menos concurrentes, en otros aspectos del bienestar
como son la salud, la alimentación y la vivienda. De alguna manera, el disfrute de
uno de estos mínimos de bienestar está asociado a la posibilidad de disfrutar los demás,
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