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la des,igµaldad

en rnexico
rolando corderalcarlos tello
(coords.)
julio boltvinik, urbano farías,
julia carabias, carios pereyra,
josé joaquín blanco
enrique hernández Íaos,
gustavo gordillo, jaime ros,
raúl rejo, josé woldenberg
julio lopez

gallardo, nora iustig,
eugenio rovzar
Sl!jlO
))((I veintiuno
editores

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siglo xxl ed i tores, s .a. de c. v.
CERRO OEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310, ~ICO. 0 ,F.

siglo xxi editores argentina, s.a.


lUCUMÁN 1&21, 7 N. C1050AAG. BUENOS AIRES, ARGENTINA

<"díción al cuidado de cugenia huerla

p1i 1nera edición. 1984


sexta C'dición. 200.5
©siglo xxi ed i1ores, .s.a. de c.v.

dl"rtthos rese r,~dos c:onfonnc a la ley


inlpreso y hecho en méxico / printcd and made in mcxico
INDICE

LA DESIGUALDAD EN MÉXICO, por ROLANDO CORDERA y CARLOS TELLO 9


SATISFACCIÓN DESIGUAL DE LAS NECESIDADES ESENCIALES EN MÉXICO,
por JULIO BOLTVINIK 17
EL DERECHO Y LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES EN MÉXICO,
por URBANO FARIAS 6S
RECURSOS NATURALES Y DESIGUALDADES, por JULIA CARABIAS 89
LA DESIGUALDAD POLITICA, por CARLOS PEREYRA 113
QUi! CULT URA PARA QUi! NACIÓN, por JOSÉ JOAQUIN BLANCO 12S
LA DESIGUALDAD REGIONAL EN MÉXICO (1900-1980),
por ENRIQUE HERNÁNDEZ LAOS ISS
MOVILIZACIÓN CAMPESINA Y TRANSFORMACIÓN DE LA DESIGUALDAD RURAL,
por GUSTAVO GORDILLO 193
LA DESIGUALDAD EN EL PROCESO DE INCORPORACIÓN Y DIFUSIÓN DEL
PROGRESO TÉCNICO, por JAIME ROS 217
LAS DESIGUALDADES EN EL MOVIMIENTO OBRERO,
por RAÚL TREJO DELARBRE y JOSÉ WOLDENBERG 229
LA DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO EN MÉXICO: ESTRUCTURA Y EVOLUCIÓN,
por JULIO LÓPEZ GALLARDO 2S7
LA DESIGUAL DIST RIBUCIÓN DEL INGRESO Y DE LA RIQUEZA,
por NORA LUSTIG 281
ANÁLISIS DE LAS TENDENCIAS EN LA DISTRIBUCIÓN DEL INGRESO EN MÉXICO
(19S8- 1977), por EUGENIO ROVZAR 293
LOS AUTORES 333

ISI
LA DESIGUALDAD EN MÉXICO
ROLANDO CORDERA
CARLOS TELLO

México es un país marcado históricamente por la desigualdad. Los grandes y peque-


nos rasgos que le dan especificidad a nuestra sociedad y a su historia tienen en la
desigualdad abismal un contexto estructural y cultural decisivo. Nada de lo que nos
ocurre, nada de lo que nos ha ocurrido, puede explicarse satisfactoriamente sin recu-
rrir a esta herida abierta, y por desgracia cada vez más grande, que se resume en
el término desigualdad.
Desde los inicios de la formación nacional, la economía, la política y la cultura
han sido una economía, una política y una cultura de la desigualdad. Ésta, junto
con la vulnerabilídad y la dependenda externas, define la magna linea de fuerza que
separa al país de un desarrollo nacional y social consistente y pleno. Los cambios
que ha producido el desarrollo capitalista de los últimos cincuenta anos, que pueden
registrarse en prácticamente todas las esferas de la vida social, no se han traducido
en un aminoramiento de la desigualdad socioeconómica. Esta situación se ha mante-
nido, tal vez ampliado, no obstante que el desarrollo económico ha tenido como marco
polftico, constitucional e ideológico un proyecto estatal orientado, de manera expli-
cita, por la necesidad de enfrentar y eliminar los aspectos más agresivos y estriden-
tes, más arcaicos y menos capitalistas de la desigualdad social.
México es, en efecto, un país que reúne desde hace más de cincuenta aflos una
serie de características que en principio deberían propiciar una evolución económica
combinada con dosis significativas de justicia y bienestar social. Vale la pena recor-
darlas, as! sea someramente:
•una constitución -vigente desde 1917- con un alto contenido social e innova-
dora en su tiempo al incorporar en su texto los derechos de los trabajadores, impo-
ner a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público y asumir el
Estado la rectorla del proceso de desarrollo, al responsabilizarse de proveer y pro-
mover el mejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías populares.
•Más de cinco décadas de continuidad institucional y paz social en la que los en-
frentamientos entre las clases se han resuelto, principalmente, por la vía de la nego-
ciación y sin que se haya tenido que recurrir de manera sistemática a la represión.
•un crecimiento económico sostenido casi sin interrupción desde 1935. Entre ese
ai\o y 1982 la tasa promedio de crecimiento -en términos reales- del producto in-
terno bruto (PIB) por habitante fue de 3.020/e. En los últimos ai\os (1960-1982) el
crecimiento del PtB por habitante fue aún mayor: 3.50/o en promedio al año. Salvo
rn t
10 ROLANDO CORDERA/CARLOS TELLO

en los anos recientes y los inmediatos de la posguerra, el crecimiento económico en


el país se combinó con una relativa estabilidad de precios.
*Un régimen que a lo largo del período, aunque de manera desigual, promueve
y desarrolla instituc.iones y programas con una clara orientación social y de apoyo
a las clases populares.
*Una relación entre el gobierno y las organizaciones de masas que va más allá
de una simple y formal alianza. De hecho, es el apoyo de las organizaciones de ma-
sas lo que da contenido, vigor y continuidad a los gobiernos durante este período.
Ello no obstante, subsiste en México una enorme desigualdad entre el ingreso y
la riqueza que reciben sus habitantes, entre las condiciones de vida que prevalecen
en el campo y en la ciudad, entre las regiones y entre las actividades productivas;
es desigual la organización política y social, así como el acceso a la recreación y la
cultura. Los ensayos que se recogen en este libro tienen como propósito analizar y
documentar este fenómeno en sus distintas y más importantes manifestaciones. Son,
en conjunto, testimonio elocuente del carácter concentrador y marginador del creci-
miento económico de México. Sus hallazgos hacen evidente la importancia que para
la vida nacional tiene el tema y permiten proponer con fundamento que será en torno
a la desigualdad y las formas de combatirla que se configurará el debate fundamen-
tal entre las fuerzas sociales en el futuro inmediato. Se trata de un debate y una lucha
que se dará no sólo por elementales razones de justicia social sino, además, porrazo-
nes políticas y económicas, ya que de no avanzar en la solución de los problemas
asociados a la desigualdad y a la marginación la estabilidad social y política se verá
cada día más vulnerada y disminuirán, por lo menos en parte, al afectarse el dina-
mismo del mercado interno, las posibilidades de un crecimiento más acelerado.
Independientemente del análisis y las explicaciones sobre una u otra de las distin-
tas expresiones de la desigualdad en México, es indispensable de entrada meditar sobre
los factores históricos e institucionales que, por su carácter general y su larga dura-
ción, contribuirían a explicar la desigualdad en su conjunto. Entre ellos, quisiéra-
mos destacar los siguientes:
*Las relaciones sociales y culturales que se desarrollan en México a partir de la
conquista y la forma que ésta adoptó.
*El carácter tardío y dependiente de la incorporación de México al capitalismo
mundial.
*La también tardía, desigual y aún no terminada integración física y cultural
del país.
*La organización y forma de funcionamiento de los servicios, programas e insti-
tuciones que propician el bienestar social.
*Las formas de organización de los trabajadores.
A raíz de la conquista de México por los espai\oles se enfrentan, sin llegarse a
mezclar cabalmente, dos culturas, dos formas de vida y organización social que toda-
vía subsisten y que, a partir del predominio casi siempre por la fuerza de una sobre
la otra, ayudan a explicar la enorme desigualdad que aún caracteriza el desarrollo
económico y social del país. La sociedad es desigual porque desde el principio se es-
tableció la desigualdad y en ella se basó, en buena medida, el desarrollo económico
de México.
Después de cinco siglos de lucha contra los moros, los conquistadores espai\oles
inician la guerra contra los indios justo donde la reconquista habla terminado: el
atraso económico de Espai\a, la enorme desigualdad en la distribución de su riqueza
L./\ L>ESIGU/\Llli\0 EN M ÉXICO 11

entre las clases sociales, el fuerte centralismo de su organización social y el absolu-


tismo de su régimen se trasladan a la Nueva Espafla, que es administrada, para bene-
ficio de la Corona y el financiamiento de sus guerras, por los conquistadores.
La organización social que se desarrolla en la Nueva Espafla se basa, como en
España, en principios feudales: la raza y la pureza de la sangre, la ocupación y la
religión son los criterios formales para determinar el estatus social de las personas.
Recoge y se apoya también en parte importante en las características sociales y polí-
ticas de los conquistados: el despotismo real, la teocracia y la clara diferenciación
social que se aprecia en la naturaleza de la habitación, la comida, el vestido y en
las posibilidades de educarse de los indígenas.
Finalmente se imponen los intereses de la economía espaflola sobre los de la econo-
mía de subsistencia y tributaria de los indios. Cuando el pillaje de los objetos de oro
y plata termina, por haberse acabado o en buena parte fundido en tejos, la enco-
mienda se convierte en el instrumento principal de los conquistadores para extraer
la riqueza de la Nueva España, que no radicaba tanto en sus recursos como en la
posibilidad de explotarlos. Desde los primeros días de la conquista, el gobierno espa-
ñol tuvo que enfrentar el serio problema de armonizar la demanda de los conquista-
dores por mano de obra abundante y barata con los intereses de la Corona consistentes
en la preservación de una población indígena pagadora de tributos. Así, de la enco-
mienda se pasa al repartimiento y de ahí empieza a surgir una especie de mano de
obra libre para contratarse, pero atada generalmente por las deudas en que incurrla.
El crecimiento de las haciendas de hecho acaba con la fuerza de trabajo libre, ini-
ciándose el peonaje en aquellas regiones cercanas a los centros urbanos de consumo
y en las que la densidad de la población era baja.
Se le quitan las tierras a los indlgenas no tanto para trabajarlas sino, sobre todo,
para disponer de la mano de obra indígena que los sistemas de explotación, las en-
fermedades y las hambrunas parcialmente habían diezmado.
En una mezcla de capitalismo, feudalismo e incluso prácticas más arcaicas -como
la tenencia de la tierra en común de las comunidades indígenas- se desarrolló desde
el principio la economla colonial de la Nueva España. El doble carácter de la hacien-
da -autárquica, con diversos sistemas coercitivos y de servidumbre en las relaciones
de trabajo y no monetarizada en sus relaciones internas, y por otra parte orientada
hacia el exterior, en especial al mercado europeo y, por ello, víctima de sus vicisitu-
des y fluctuaciones- refleja, en buena medida, esta combinación de formas de orga-
nización productiva que bloqueaba un desarrolJo social orgánico.
También, desde el principio, la mayoría indígena constituye una nación aparte,
una república de indios, que coexiste subordinada, abasteciendo de mano de obra
a la otra república, la de los españoles peninsulares y criollos.
En contraste con el tratamiento otorgado a la nobleza indígena, la mayoría de
los indios - "gente sin razón" como se les denominaba en los documentos oficiales-
eran considerados y tratados como una raza inferior, pupilos perpetuos del Estado
español al cual le pagaban con mano de obra y tributos por el tutelaje. Su inferiori-
dad jurídica se expresaba en leyes que les prohibían endeudarse, establecer contratos
obligatorios e, inclusive, mantener contacto con otros grupos indígenas o raciales.
Todas estas prohibiciones, supuestamente promovidas para proteger a los indígenas,
en opinión del obispo Manuel Abad y Queipo "les hadan poco bien y en muchos
aspectos los perjudicaban considerablemente. .. por ley les era prohibido mezclarse
con otras castas ... están aislados por su lenguaje y por un inútil y tiránico gobier-
12 ROLANDO CORDERA/CARLOS TELLO

no ... todos estos supuestos privilegios son una arma ofensiva utilizada por los blan-
cos en contra de los indios y nunca han servido para defenderlos". En respuesta a
las agresiones e injusticias del mundo blanco, las comunidades indígenas se recogie-
ron en sí mismas y pelearon testarudamente para preservar sus tierras, su identidad
cultural, su lenguaje, su organización social y sus bailes y canciones tradicionales.
El acceso a la institución castellana del municipio, ya en decadencia, les estuvo veda-
do. Todo ello fortaleció la existencia de las dos repúblicas.
Sobre estas dos repúblicas se desarrolla la economía colonial. Una agricultura
extensiva (en contraste con la indígena que era intensiva), comercial, orientada al
intercambio (la indígena era principalmente de subsistencia y autoconsumo) y des-
cansando siempre en una mano de obra abundante y endeudada. Un comercio restric-
tivo, exclusivista y regimentado conforme a las características y patrones mercantiles
de la época limitaba seriamente el desarrollo de la colonia, como también lo hacían
las guildas y el atraso técnico en las incipientes actividades industriales. La minería
beneficiaba a unos cuantos, a costa del sacrificio y la esclavitud de muchos. Así se
suceden los ai\os durante la Colonia. La educación, monopolio virtual de la Iglesia,
era ofrecida sólo a los blancos y a la nobleza indígena. La pobreza y el color de la
piel condenaba a la gran mayoría de indígenas y mestizos al analfabetismo.
En 1803 Humboldt, visitando las fábricas de lana en Querétaro, comenta la desa-
gradable impresión que le produce "no sólo la gran imperfección del proceso técnico
en la preparación de la tintura, sino particularmente lo insalubre de la situación y
el mal tratamiento a que están expuestos los trabajadores. Hombres libres, indios
y gente de color se confunden con criminales que la justicia ha distribuido en las fac-
torlas para hacerlos trabajar. Todos están medio desnudos, cubiertos con harapos,
flacos y deformados. Cada taller se parece a una prisión oscura. Las puertas, que
son dobles, permanecen constantemente cerradas y a los trabajadores no se les deja
salir. Aquellos que están casados sólo se les permite ver a sus familiares el domingo.
A todos sin misericordia se les azota si cometen la más mínima falta ... " Los comen-
tarios de Humboldt son testimonio elocuente de la persistencia de la servidumbre
y la coerción como elementos constituyentes esenciales del sistema de trabajo durante
toda la etapa colonial.
Con la Independencia poco fue lo que cambió. Iniciada por Hidalgo y Morelos
la completó el criollo lturbide. La hacienda con sus peones continuó dominando el
panorama. A los pobres y a los de color no se les educaba. Subsisten las dos repúbli-
cas durante el siglo XIX. En 1857, en el Congreso Constituyente Ponciano Arriaga
declara que "con algunas honorables excepciones, los ricos terratenientes de México
se parecen a los sei\ores feudales de la Edad Media. En sus tierras... el terrateniente
hace y ejecuta leyes, administra justicia y ejerce el poder civil, impone impuestos y
multas, tiene sus propias cárceles .. ., castiga y tortura, monopoliza el comercio... "
Sesenta ai\os después, ahora en el Constituyente de Querétaro, afirmaciones y co-
mentarios similares se escuchan. De los grupos sociales que componían la vieja so-
ciedad de castas de la Colonia, los indios (y sus herederos los campesinos) de México
fueron los que en muy poco cambiaron su condición social en los primeros cien años
de vida independiente. El tributo y el trabajo forzoso, abolidos por la guerra de In-
dependencia, pronto reaparecieron con otros nombres. Los sistemas comunales de
tenencia de la tierra, la organización social de los indígenas y su cultura (protegidos
en parte durante la Colonia) fueron crecientemente atacados, incluso por los libera-
les que consideraban que las tradiciones indfgenas eran un serio obstáculo al progre-
LA OC:SIGUALOAO EN M~XICO IJ

so del país. A finales del siglo XIX el proceso de aculturación de los indios casi no
habla avanzado. Su marginación económica, su casi total exclusión de los procesos
políticos y de la cosa pública, la intensa explot.aclón a la que estaban sometidos por
los terratenientes, curas y oficiales del ejército y las barreras de desconfianza y odio
que los separaban del mundo blanco, en buena parte explican la persistencia de las
dos repúblicas a principios del siglo xx. En 1916 Manuel Gamio advierte que México
no constituye una nación en el sentido europeo sino que se compone de numerosas
pequeftas naciones que difieren en su forma de hablar, su economía, su organización
social y su psicología. Habría que aftadir que lo que dominaba en esa multitud de
naciones eran la pobreza y la marginación de la mayoría.
Sesenta anos después, los testimonios de Coplamar y los trabajos aquí incluidos
dan cuenta de la subsistencia de los dos Méxicos, de las dos repúblicas que la Revo-
lución no pudo, no ha podido cancelar. Por el contrario, todo indica que el proceso
de industrialización y el desarrollo agrícola en México a partir de la década de los
anos veinte refuerzan la existencia de esos dos Méxicos. Tal ha sido la naturaleza
del proceso de industrialización en el país, que ahora se es mucho más dependiente
del exterior y se ha provocado una mayor marginación en la sociedad.
La desarticulación entre la industria y el campo en parte explica lo anterior. No
se inicia la industrialización del pafs con el aprovechamiento in situ de los recursos.
Tampoco se producen los bienes que el campo necesita. Por el contrario, el proceso
de industrialización pone énfasis en la producción de artículos de consumo " moder-
nos" y no en los de uso generalizado. Se da, asf, un brinco casi mortal que evita
las etapas que articulan el campo con.ta industria y a la industria misma, en un pro-
ceso que aproveche la materia prima y la vaya refinando y elaborando en etapas
sucesivas y, a la vez, dé lugar a una estructura productiva industrial cada vez más
integrada internamente.
El énfasis en la producción de mercancías de consumo durable hace necesario
que la producción se oriente a los centros urbanos y a las capas altas de ingreso qui-
tándole, en apariencia al menos, importancia "económica" a la mayoría nacional
de ingresos bajos. A ello se suma la incapacidad del proceso de industrialización del
país para absorber mano de obra y generar empleos, justamente por no existir una
relación entre el obrero y la mercancía que se produce, al estar divorciada la produc-
ción del trabajo. Se produce en forma no integrada, con técnicas de segunda mano,
para un mercado urbano reducido y con poco uso de mano de obra. Se tiene así,
una industria ineficiente y poco competitiva. Es claro que una industria protegida
de manera permanente, con un mercado cautivo y reducido no puede expandirse y
aprovechar las economías de escala que se derivarían de una producción de bienes
de consumo generalizado.
El rezago en la producción de bienes de capital y, en general, de producción, no
sólo limita una más intensa y rápida incorporación de la creciente mano de obra a
las actividades productivas, sino que, además, retarda la articulación del campo y
la industria, la que es cada vez más dependiente del exterior. A ello se suma la inca-
pacidad del proceso industrial para irradiar progreso tecnológico. A diferencia de
otras sociedades, en la nuestra subsisten, en la misma rama de actividad, procesos
tecnológicos muy desiguales y dispares y la tecnología más reciente, más competitiva
y avanzada, no se multiplica ni se establece en otras empresas.
La industrialización tardía de México no sólo propicia un aparato productivo poco
integrado y dependiente, sino un proceso salvaje y precoz de oligopolización que de
14 ROLANDO CORDERA/CARLOS TELLO

entrada evita una irradiación tecnológica adecuada, reproduce la concentración de


la riqueza y refuerza el desarrollo desigual dentro de la industria y entre ésta y el
resto de las actividades. La nueva desigualdad monopólica que trae consigo la indus-
trialización se superpone a la desigualdad heredada y contribuye a que ésta se man-
tenga y se reproduzca.
Todos estos rasgos de la industrialización ayudan a explicar la enorme desigual-
dad que prevalece en México. La naturaleza del desarrollo agrícola también la expli-
ca. Sobre todo a partir de 1936, cuando se rompe el monopolio de la tierra por los
repartos de Cárdenas, el país pudo tener crecimientos agrícolas extraordinarios. Pe-
ro en ese proceso se fueron gestando o reforzando prácticas de producción, de orga-
nización y de tenencia de la tierra y una política agrícola estatal que han propiciado
una gran desigualdad en nuestra sociedad rural.
Hoy por hoy, una minoría de predios concentra la mayor proporción de la tierra
útil, de los medios de producción, incluida el agua, y acapara la mayor parte del va-
lor de la producción, mientras que la gran mayoría de los predios son menores de
cinco hectáreas y usan tracción animal. Algunos son verdaderamente pequeí\os, de
media hectárea o menos. Al propiciarse su explotación individual, y no colectiva,
se fortalecen las tendencias a una mayor desigualdad. De hecho, la superficie de que
se dota a los campesinos y a los pequeí\os propietarios difiere desde el punto de vista
de la ley. Ésta, de entrada, establece diferencias en contra de los campesinos y a fa-
vor de los propietarios privados. A esto se suma la orientación de los servicios que
el Estado proporciona al campo. Aqul si! establece de alguna manera un circulo vi-
cioso, más acentuado que antes. Dinero llama dinero. Se presta a quien puede pagar
o a quien tiene menor riesgo de tener un quebranto, lo que generalmente está asocia-
do a las mejores tierras de cultivo. Al fertilizante tiene acceso aquella gente que pue-
de pagarlo. Los centros de acopio de Conasupo, donde se hace efectivo el precio
de garantía, incluso si están en las zonas productoras, benefician más al que más tiene.
Tierra, agua, infraestructura, maquinaria, insumos, financiamiento, asistencia téc-
nica y otros servicios benefician relativamente a pocos y marginan a muchos. Ello
no necesariamente como resultado de un propósito deliberado sino como consecuen-
cia de la forma en que está organizada la producción en el campo, de la estructura
de la tenencia de la tierra y de la explotación a la que siempre se ha sometido al otro
México, al de los campesinos.
Después de más de ciento sesenta aí\os de vida independiente, México no es un
país cabalmente integrado en lo físico, lo cultural, lo económico y lo político. Esto
también está en la base de la desigualdad prevaleciente.
Grandes zonas del país permanecen prácticamente incomunicadas y muchas otras
-la mayoría- sólo recientemente (los últimos treinta aí\os) han empezado a inte-
grarse con el resto del territorio nacional. Esta integración física tardía e incompleta
ha conservado la desigualdad y la explotación. Sistemas de producción e intercam-
bio marginales al resto de la economla sirven, por el hecho de serlo, para acentuar
la desigualdad de origen. Se trata de un colonialismo interno generalizado que se
ve apoyado por una forma paternalista y aun racista de ver a ese mosaico cultural
que todavía es México, y que ha servido para que los blancos sigan explotando a
los indios y como excusa para continuar combatiendo las formas de vida, costum-
bres y organización social de las comunidades campesinas. Generalmente analfabe-
tos y sin los beneficios de los servicios que aseguren un mínimo de bienestar, los gran-
des contingentes de marginados no constituyen un mercado en lo económico. En lo
LA l>ESIGUA LUA D EN MÉXICO IS

político, por carencia de 'Un claro proyecto nacional, falta de representación y voz
en la cosa pública, sus puntos de vista e intereses generalmente son ignorados o, si
conocidos, no tomados en cuenta.
Más que el fortalecimiento de las instituciones y procesos democráticos, el autori-
tarismo y el paternalismo prevalecen en las relaciones entre la autoridad y el otro
México, el de los pobres. El ejercicio de la democracia y la defensa de los derechos
han sido sustituidos por un régimen de privilegios y por los sistemas de dádivas y
favores. La despolitización propiciada cierra el círculo.
A partir de 1917 los gobiernos de la Revolución han promovido, con desigual in-
tensidad y trascendencia, programas e instituciones con el fin de elevar las condicio-
nes de vida de la población. Sin embargo, en este proceso, por la forma misma en
que se organizan y desarrollan esos programas e instituciones y por la falta de com-
plementariedad que en la práctica se ha dado en los esfuerzos para dotar de mínimos
de bienestar a la sociedad, también se han fortalecido elementos que propician la
desigualdad.
Los programas de construcción de vivienda, de seguridad social y protección de
la salud, de educación, de nutrición y defensa del salario, esencialmente se han orga-
nizado en función gremial, y no de clase, de tal suerte que benefician más a quien
más tiene y poco o nada a quien nada tiene y más necesita. Conforme se asciende
en la escala del ingreso se tienen mejores sistemas de seguridad social y de protección
a la salud. Lo mismo sucede con la vivienda. Quienes disponen de mayor ingreso
mayores posibilidades tienen de disfrutar de una vivienda. Incluso, algunos gremios
disponen de sistemas de construcción de vivienda, como parte de la negociación co-
lectiva, mientras que la mayoría de los habitantes carecen de vivienda. Esta diferen-
cia y carácter gremial de la lucha por la mejoría en las condiciones de vida es más
evidente en la multitud de las muy diversas prestaciones que sindicato por sindicato
se van conquistando (tiendas, apoyos para la educación y la capacitación, etcétera).
Lo anterior se ve reforzado por la organización misma de los trabajadores, pre-
dominantemente en sindicatos de empresas. El sindicato nacional de industria es poco
común y la lucha solidaria de clase es prácticamente inexistente; todo ello propicia
la desigualdad.
Los rasgos más generalizados del carácter empresarial mexicano desembocan tam-
bién en un reforzamiento de la desigualdad económica y social. Más que preocuparse
por conservar los recursos naturales y elevar las condiciones de vida de los trabaja-
dores, los empresarios en su mayoría buscan obtener la ganancia más alta en el menor
tiempo posible, lo que trae como consecuencia un agotamiento acelerado de los re-
cursos que le dieron posibilidades de desarrollo a su actividad. El mal uso del agua
y de los bosques, la erosión y la contaminación en el campo y las ciudades, la irracional
explotación de las especies vivas del mar y de los recursos mineros, el deterioro de
la salud y la nutrición de los trabajadores, son testimonio elocuente del comporta-
miento depredatorio del empresariado en México.
También ahonda la desigualdad la falta de armonía que existe en los esfuerzos
de los programas y las instituciones que tienen como propósito elevar el bienestar.
Parte de la explicación de que se tengan recurrentes campanas de alfabetización
-desde los ai\os veinte- es que resulta difícil tener éxito si junto a ellas no hay es-
fuerzos, si no similares por lo menos concurrentes, en otros aspectos del bienestar
como son la salud, la alimentación y la vivienda. De alguna manera, el disfrute de
uno de estos mínimos de bienestar está asociado a la posibilidad de disfrutar los demás,
16 ROLANDO CORl>ERAICARLOS TELLO

a riesgo de fracasar en el esfuerzo unitario que se haga en una sola di.rección.


Éste es el marco en que tiene lugar la concentración de la riqueza y el ingreso,
de la cultura y el poder, que define al México de la desigualdad que hoy tenemos.
Su reconocimiento y examen, objeto de esta obra colectiva, no puede quedarse en
una nueva reiteración resignada de viejos males que, sin embargo, parecen inconmo-
vibles. En los albores del siglo XXI, proponerse un combate sistemático a la desi-
gualdad no es una ilusión sino un componente esencial de todo proyecto realmente
nacional. La viabilidad de un propósito como éste descansa en la acumulación de
recursos naturales y humanos, productivos y financieros, que no obstante sus insufi-
ciencias y distorsiones, el desarrollo económico y social del país ha producido. La
desigualdad no puede ser vista más como un costo de ese desarrollo, como el precio
inevitable de esa acumulación. Sin desmedro de las evidentes carencias que en mate-
ria de desarrollo material todavía sufre México, lo que hoy es más evidente - y
urgente- es la necesidad de darle a esa acumulación y a ese desarrollo una nueva
dirección dominada por una forma, más justa y participativa, de distribución del
esfuerzo social y de sus frutos.

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