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I.

Eutopía: Argentina con Proyecto

(Crónica anticipada)

Estamos en el año 2036. En la Argentina.

El espacio territorial es el mismo pero, qué diferente es este país y región de lo que era en
1987. Década del 80 dramática, dolorosa; “la década atroz” se llamó a los años 1974-1983.
Pero a la postre la dolorosa década del 80 pudo convertirse en fructífera. Frente a un país
que se destruía y deshacía día a día los argentinos reaccionaron elaborando un proyecto de
país que fuera no sólo respuesta a sus necesidades del presente sino que dibujara el
contorno de un nuevo futuro: el de la integración con América Latina.

La Argentina integra hoy articulada y concientemente una realidad institucional mayor


denominada “Naciones Unidas de la América del Sur” conformada por el Uruguay, Brasil,
Paraguay, Bolivia, Perú y Chile. Decisión que fue acordada por 1990 y ejecutada pausada
pero firmemente en los años sucesivos tomando como antecedente –aunque no en imitación
ciega – la experiencia de la Comunidad Europea, anteriores ensayos de los países árabes y
aún la unificación de repúblicas en la Unión Soviética, aunque el procedimiento fuera en
este último caso compulsivo.

La guerra de las Malvinas que ocurrió –como siempre se recuerda en esa región – en abril –
julio de 1982 había sido una clara advertencia de que los intereses coloniales reaparecían
descaradamente en el mundo y que el tradicional “partner”: los EE.UU., no resultaba ya
confiable, como no lo podía ser tampoco el otro imperio. Los imperios tienen intereses y no
amigos. Habían aprendido que cuando un imperio proclama la paz trae guerra, cuando
exalta la solidaridad esconde ataque, cuando reclama adhesión trama entrega y cuando
ofrece amistad distribuye hipocresía. Los argentinos, junto con los latinoamericanos –
aunque éstos últimos lo captaron primero- descubrieron o se convencieron de que ellos no
tenían nada que ver con los regímenes o sistemas norteamericano o soviético, aunque sí con
sus dos pueblos; y descubrieron que esos pueblos eran también explotados por sus sistemas
imperiales. Aunque algunos obtenían relativos beneficios, el resto eran simplemente
víctimas.

Las Malvinas fueron el toque de atención de que los colonialistas buscaban las materias
primas y los alimentos a cualquier costa, como lo dijera ya en 1953 una figura tradicional
en esa región, Perón y resolvieron unirse. Muchos otros, primeras potencias, países estaban
acudiendo a la Argentina pensando que el país había levantado la bandera de remate y
dispuestos a obtener una buena porción en esa desintegración.

Entre 1990 y el 2010 llegaron a la Argentina unos seis millones de inmigrantes


latinoamericanos, a un promedio de un millón de cada país vecino. Los peruanos,
bolivianos y chilenos del Norte se instalaron en las provincias del noroeste, llamada la
Argentina mineral, donde mediante su propio esfuerzo y trabajo construyeron la actual y
pujante ciudad de Andina, suerte de capital económica de la región, más otras ciudades que
dieron acogida a los más de tres millones de nuevos habitantes.

La Argentina, por aquel tiempo, hacia el final del siglo XX y con el fin de integrarse de
verdad, decidió ocupar y hacerse cargo de su propio territorio; ese territorio que debido a
proyectos políticos anteriores había ignorado y pasado por alto. Se hizo cargo de su mar, de
su cordillera, de su Patagonia, de sus selvas, de sus ríos, de su puna. Su forma de ocupación
consistió inicialmente en la construcción de tres ciudades de inmigración, tarea que
emprendió hacia mediados de la década del 90. Una en Jujuy – la ya citada Andina- que
permitía la integración con Bolivia, Chile y Perú. Otra en Misiones, para hacer lo mismo
con Brasil, Paraguay y Uruguay. Otra en Tierra del Fuego para la integración patagónica
con Chile y para la ocupación efectiva de los océanos, las islas y la Antártida. Un lema
entonces: “uno se integra donde se encuentra con el otro para unirse”. Desde Buenos Aires,
a dos mil kilómetros de distancia, no había integración posible como no fuera de papeles y
documentos formales 1.

Dentro de ese emprendimiento, tres millones de pobladores, provenientes de Paraguay,


Brasil y Uruguay, se asentaron en el noreste vegetal y fluvial; no se excluyó su posibilidad
de radicación en la región pampeana y patagónica. Naturalmente, se establecieron con
derechos garantizados por la Constitución en la zona patagónica donde fundaron y
construyeron las actuales Chilecito del Sur, Nueva Concepción y Valparaíso de los Lagos.
En ese rico juego de aperturas, muchos africanos llegaron vía Brasil a asentarse en la
Mesopotamia. La región pampeana resultó atractiva para la afluencia de europeos que
encontraron semejanzas geográficas y culturales con sus países, lo que explica por qué esa
región geográfica fue la privilegiada por el P.80 que europeizó a la Argentina en el siglo
XIX.

Igualmente a la región patagónica afluyeron contingentes desde el Este asiático en busca


del mar y sus productos, y munidos de sus desarrollos tecnológicos, lo que dio la fisonomía
actual de “área tecnológica avanzada” a esa región.

El país trasladó los centros de gravedad a los vértices de su triángulo espacial, se estructuró
flexiblemente en cuatro regiones autónomas, donde cada una contó con una capital política
(actualmente Salta, Posadas, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia) y cuatro capitales o
“ciudades de integración”, como la mencionada Andina más Misionera, y Atlántida en los
vértices del triángulo.

¿Por qué vinieron esos inmigrantes cuyos hijos hoy empiezan a constituir una primera
generación profesional y hasta política?

Vinieron atraídos por un llamado (“todo proyecto es un llamado, es convocante”) que fue
respuesta a sus reales necesidades. Sus problemas de trabajo, de salud, vivienda, cultura,
comunicación y educación encontraron la posibilidad de resolverse en un país que luego de
su “reforma del agro y de los recursos naturales” los compartió y se abrió generosamente a
sus hermanos. La mayoría de los argentinos estaban entonces padeciendo los mismos
problemas debido a la monstruosa deuda externa que generara una dictadura militar que
ocupó el poder en 1976.
Con la idea de que uno no se salva solo, se aseguró a los que vinieron el acceso a los
recursos naturales (tierra, minerales, vegetales, bosques, ríos, pesca, mar). La Argentina se
convenció y decidió que no podía tener esa enorme riqueza potencial sin uso frente a la
miseria de los sectores populares de A. Latina, y que la solución de los problemas debía
venir de la acción de esos mismos sectores populares protagonizando el cambio. Sólo la
construcción de las tres grandes “ciudades de integración” (que se convirtieron en capitales
económicas de tres regiones) y que se pagaron a sí mismas, resultó un poderoso motor de
desarrollo y transformación. Las financió y las concretó el trabajo de la gente, como
siempre ha sido.

El país cuenta hoy con 80 millones de habitantes, debido a la acción de la Secretaría de


Inmigración, que es parte del Ministerio de Integración Latinoamericana, creado en el año
1992 y que ha contado con las figuras políticas más relevantes en lo que va de este siglo.

En 1983 concluyó una etapa de medio siglo de inestabilidad política y de golpes militares.
También las FF.AA. habían encontrado su rol: el de agentes de integración y de
preservadores de la paz en la región. Trasladaron sus unidades a las zonas fronterizas no
para enfrentar supuestos enemigos sino para operar como integradores. Las hipótesis de
guerra se cambiaron por hipótesis de paz (cómo preservar, mantener e incrementar ese
valor central de la paz, junto a los de la vida, no violencia, justicia, la austeridad y el
respeto a la naturaleza). Audazmente la Escuela de Defensa Nacional se transformó en
Escuela de Integración Latinoamericana (aceptando cursantes de los diversos países), y la
Escuela Superior de Guerra

en Escuela Superior de Paz . Las tres armas que existían en 1980 se integraron en una sola
en 1995, y actualmente se encuentran fusionadas en lo que se denomina “el ejército
continental” con tareas de integración impensables en aquel tiempo cuando su único rol
parecía ser el empleo de las armas y el ejercicio de la violencia.

De manera concertada con sus vecinos, gracias en gran medida a la fusión poblacional, y
superando anacrónicos e irritantes enfrentamientos con Chile por territorios del sur, y con el
Brasil, la Argentina emprendió conjuntamente las tareas de producción de materias primas
y de alimentos para, en primer lugar, las necesidades de América Latina y sus casi 800
millones de habitantes, y luego para el resto del mundo, en particular Asia y África. Las
“empresas continentales o latinoamericanas” reemplazaron a las “empresas
multinacionales”.

En tanto Unión de Países enfrentaron adecuada y potentemente a los imperios. Lo habían


descubierto cuando se unieron a comienzos de la década del 90 para afrontar el no pago de
una deuda externa monstruosa, esclavizante e imposible ya de sostener. Consiguieron
redimensionarla aceptando solo la parte legítima, con eliminación o anulación de los
intereses estrictamente usuarios, con condonaciones negociadas y compensadas por otros
beneficios, y con prórrogas. El imperio y sus socios accedieron porque en verdad ellos
mismos habían inflado la deuda e incluso habían prestado dinero que no tenían ni en verdad
existía. También el acreedor había quedado al descubierto. Hubo que acordar. Fue una
experiencia de la fuerza de la unión. “Todo lo que uniera”, fue el lema. Unir fue ganar.
La mayor exportación de la Argentina por aquel tiempo fue la del dinero, en el pago de su
deuda. Aplicado ese dinero hacia sus propias necesidades y las de su socio, el panorama
cambió en la dimensión que es visible.

Desde el año 1990 en que se aprobó la nueva Constitución que hoy rige, muchas cosas
cambiaron. La enorme afluencia de latinoamericanos apiñados en las nuevas ciudades (con
todos los inconvenientes derivados de ese esencial amontonamiento) fue un modo real de
latinoamericanización; fueron ciudades más latinoamericanas que argentinas, según se
entendía. Universidades latinoamericanas con títulos válidos en toda la región.
Nacionalidad compartida. Transportes y comunicaciones integradas. Diarios regionales.

En el año 1987 todavía se vivían las secuelas de la derrota militar en las Malvinas, como se
recordó: Una monstruosa deuda externa superaba entonces los cincuenta mil millones de
dólares y privaba anualmente a la Argentina de cinco mil millones de dólares (del 50% al
80% de lo que se producía). Una indecisión y no resolución respecto a las violaciones de
los derechos humanos que algunos sectores de las FF.AA. junto con civiles habían
cometido durante la dictadura de 1976 y que se oponían a ser sancionados. Los problemas
existentes, enfrentados, fueron el camino de transformación a través de la solución
conforme a valores.

La nueva constitución tuvo y tiene como base garantizar los derechos humanos y exigió que
los culpables fueran juzgados y condenados. Ante tal determinación hubo quienes fugaron
al exterior, pero la mayoría fue juzgada. Muchos se arrepintieron sinceramente aceptando
su responsabilidad y culpa, y hubo quienes en acto que los enalteció pidieron público
perdón, en genuina contrición, a las Madres de Plaza de Mayo, se reconciliaron e
incorporaron a la sociedad. A su vez las FF.AA. orientadas hacia el nuevo papel- que antes
se señaló – de integración, adoptaron precauciones que no originaran las condiciones que
hicieron posible el genocidio – como se lo denominó – contra su propio pueblo.

El pueblo decidió, unido a los otros pueblos de L.A., pagar únicamente la parte genuina o
legítima de la deuda y no pagar los intereses (por cuanto estos ya excedían la deuda
originaria). En 10 años la Argentina pagó el capital de la deuda eliminados sus ribetes
usuarios. Costó fuertes sacrificios, demandó auténticos esfuerzos , pero la deuda imperial
era el mayor factor de dominación y de dependencia. Y los pueblos se habían integrado
para liberarse y realizar su propia identidad y su común proyecto.

Gran número de los exiliados de la década del 70 retornaron aportando sus diferentes
experiencias, sus capacitaciones específicas, y en particular su habilidad para la articulación
con las diferencias ajenas.

En la actualidad las relaciones con las Islas Malvinas son de vínculos normales. Los
habitantes de las islas gozan de un estatuto especial, de doble nacionalidad que les permite
ingresar libremente al territorio tanto argentino como al de la integración latinoamericana.
Hacia 1998 hubo un lema o consigna. “importan más los malvinenses que el territorio de
las islas” que cambió todo el enfoque. Los argentinos efectúan turismo en las islas que de
hecho están integradas social y económicamente a la propuesta marítima de la Patagonia.
Un ferrocarril integrador patagónico recorre desde hace más de dos décadas, por el centro
de la Patagonia, desde Neuquén hasta Río Gallegos dos mil kilómetros, en siete horas y ha
permitido el surgimiento de una veintena de ciudades medianas, entre ellas las actuales
Tokio y la Fortaleza.

Visto de hoy, 2036, resulta digno de notarse que lo que entonces parecía negativo y
posiblemente lo era (como los vacunos que constituían una plaga antes del P. 80) se
convirtió, cambiado el proyecto, en factor de transformación positiva. Muchos argentinos y
muchos inmigrantes se vieron en los primeros tiempos empujados hacia el cuentapropismo
y debido al cambio en el acceso a los recursos naturales se convirtieron en la base de un
empresariado unipersonal, antepasado de las actuales “empresas regionales” que junto con
las empresas cooperativas garantizan las necesidades básicas de la población. A ello se
debe el que existan tantos apellidos de origen notoriamente boliviano y peruano en muchas
empresas actuales.

Los hijos de aquella inmigración hoy se forman como “argentinos-continentales” en un


sistema educativo diseñado para la integración. Fue motivo de ásperas discusiones entre los
expertos el que se substituyera el inglés por el portugués, y la incorporación, según las
regiones, del quechua y el guaraní y las tecnologías apropiadas de esas culturas a la
educación básica. similarmente se hizo con el tehuelche y el galés en zonas de la Patagonia.
Cada región administra su propio sistema de universidad a distancia donde se ha destacado,
por su demanda, la Licenciatura en Integración e Identidad Latinoamericana. Existen
múltiples y reconocidas formas no escolares de aprendizaje universitario al que se accede
luego de una educación básica obligatoria que todos completan desde la sanción de la ley
40.420 (homenaje simbólico a una ley anterior de 1884).

1. Clave: “Se integraron las personas no los productos” implica salir del excluyente planteo
economicista de acuerdos arancelarios y tarifas aduaneras. >>>>>>>

II. Distopía: Argentina sin Proyecto

(Crónica anticipada)

Estamos en el año 2036. En la Argentina.

El espacio territorial es el mismo pero, qué diferente es este país y región de lo que era en
1987. Década del 80 dramática, dolorosa; “la década atroz” se llamó a los años 1974-1983.
Y resultó apenas el comienzo de la catástrofe; el gérmen de la desintegración iría
desarrollándose de modo creciente al parecer indetenible.
Todavía en aquellos tiempos se aspiraba, aún entre dudas e incertidumbre, a un futuro
promisorio. La Reina del Plata no imaginaba que se convertiría en no largo tiempo en la
ruina del Plata, como hace unos años ironizó un cronista suizo en alusión a una conocida
letra de tango. Sin embargo, se sucedían hechos que podían entenderse como claras señales.
La población disminuía. La participación de los sectores populares en la riqueza producida
- aún decreciente- era cada vez menor. Quienes se enriquecían por la especulación
remesaban su ganancia al exterior, despojando al país que únicamente veía crece a la
depreciación de su moneda.

No llegaba inmigración al no existir reales garantías individuales que sí habían existido


efectivamente un siglo y medio atrás cuando la Constitución del 53 permitió venir a doce
millones y quedarse a seis de ellos.

Hacia fin de siglo con penosa regularidad trimestral se producía alguna insubordinación ,
sedición, rebelión, motín, sublevación, vulgarmente denominados “golpes”. La rutina
incluía que algún militar desde una unidad o localidad del interior, cercana a la frontera se
manifestaba en rebeldía contra la conducción militar o civil. Las guarniciones respondían,
ya plegándose, ya enfrentándose; dispar resultado, pero siempre negativo.

Más adelante, la gente se acostumbró a vivir anestesiada entre las bombas, los atentados,
las asonadas, con una comprensible pero monstruosa familiaridad con la muerte. La
comunidad se deshacía, pero la insensibilidad era necesaria para seguir sobreviviendo
individualmente.

Los descendientes de los europeos que llegaron entre 1880 a 1930 se aplicaron, con
objetivos cada vez más confesados, al uso sistemático de dos recursos de salvación: el
primero, recuperar la nacionalidad de los antepasados concretable en la posesión
maravillosa de un pasaporte que permitía radicarse en el viejo país de los abuelos. El
segundo, munirse de un título universitario o una formación técnica, o en su defecto, una
habilidad deportiva o una capacidad artística. Ambos eran los caminos más efectivos –
aunque sólo por breve tiempo lo fueron – para abandonar la conflictiva y no querida
Argentina. (“Escapad gente tierna; esta tierra está enferma”).

Baste ilustrar con un dato muy antiguo; en 1987 de treinta egresados de una apetecida
especialidad científica en la Facultad de Ciencias Exactas de la universidad más importante,
la mitad se había ido del país antes de transcurrido un año. Una señal; todos la veían; al
parecer se prefirió continuarla.

Las revistas de aquel entonces abundan en entrevistas a jóvenes que se declaran sin futuro.
La prolongada adolescencia era, al parecer, una forma de no entrar en la madurez del
trabajo (que no había), del matrimonio (que no era posible), de la actuación social y política
(que se percibía infructuosa). Los adolescentes confesaban alimentarse con un poco de
música (rock nacional le llamaban), escasos sueños y ensayos de evasión (la internacional
de la droga activamente tentaba su introducción).
Los sectores medios, como ninguno percibían el vertiginoso descenso económico y social
que les inducía a notorias conductas fascistas en busca de culpables donde precisamente no
estaban.

Aún así, la adolescencia en algún momento, aunque fuera a los 30 años, debía terminar. Y
el futuro no se presentaba. Justificadamente – argüían con convicción algunos psicólogos –
los jóvenes se negaban a ingresar al mundo adulto cuya herencia consistía en un horrendo
tramado de violencias y de derechos humanos impunemente violados, a soportar como una
carga social duradera; la memoria de los jóvenes (siempre blanco de violencias) recogía
variados intentos de filicidio (las letras de sus canciones en su jerga ocultadora y en su
dicción ininteligible reiteraban el intento de guerra con Chile, el juventicidio del proceso, la
derrota de las Malvinas de la que nadie quiso dar cuenta).

Si extendían la mirada fuera del país el panorama apenas mejoraba en una mayor intención
de racionalidad pero fuertemente sometida a los intereses del poder y del lucro hermanados.
Continentes convertidos en arsenales repletos de armas nucleares que podían en cortos
minutos destrozar al mundo varias veces, previsora y científicamente calculadas. Una
tecnología destructora de toda vida se asentaba en una ciencia al servicio del lucro y la
guerra, imposibilitando otros estilos de conocimiento y saber. Por entonces se cernía sobre
el país un agujero de ozono sólo recientemente cerrado por una acción intensa y mundial de
los sectores del equilibrio.

La herencia que iban a recibir no atraía a nadie: aire intoxicado, mares contaminados, aguas
podridas, peces envenenados, tierras empobrecidas o reventadas de ponzoña química. Un
diario de la época registraba: “Algo tan simple como un helado contiene antioxidantes,
colorantes, emulsionantes, agentes consolidantes, mejoradores del sabor, coadyuvantes del
sabor, aromatizantes, edulcorantes no nutritivos, preservadores, estabilizadores espesantes y
texturizantes. Todos productos químicos que no sabemos qué efectos van a producir en el
organismo humano” (década del 80). Natural parecía la ausencia de esperanza, la abulia, la
carencia de voluntad de emprender, la no iniciativa, el dejarse estar. Quienes sin éxito
intentaron alguna empresa, terminaron por emigrar hacia regiones del mundo que habían
decidido ecologizarse.

Décadas más tarde los EE.UU. se aprestaban a intervenir directa y militarmente en el Río
de la Plata para llevar una solución definitiva – así se dijo – a lo que en su momento se
había denominado “libanización” de la región. Posteriormente, a estos sucesos de
desintegración se los conoció como “argentinización”. El saqueo financiero, la continuada
sucesión de golpes militares y enfrentamientos, el despojo económico y de recursos de las
empresas internacionales, la expoliación de la banca transnacional, la rapiña de recursos
naturales, y posteriormente la mercancía movilizadora que era la droga habían convertido al
país en una tierra de nadie, en una zona de disputa, un simple escenario o un mero territorio
(dejando de ser suelo patrio, dijo un viejo estadista) donde diversos grupos y países con
encontrados intereses, apoyos y aliados se enfrentaban para dirimir sus porciones de poder.

Ejércitos de grupos privados, en sus acciones militares, cruzaban las fronteras de países
vecinos, secuestros extorsivos, ocupación de regiones por estos ejércitos dependientes de
las empresas, comercialización ilegal de material nuclear, tráfico de drogas y de abundante
armamento. Un campo de enfrentamientos donde llegaron a actuar no menos de cinco
fracciones encontradas bélica y persistentemente. Paraíso de los aventureros, de los
traficantes, y de los vendedores de cualquier cosa, la vieja pampa alimentaria era un
escenario del vandalismo y destrucción. Viejas poblaciones abandonadas eran recordadas
por su nombre apenas. Tierra de nadie, campo de muchos que allí enfrentaban sus intereses.
También fue utilizada como repositorio nuclear por sus ocupantes. ¿Dónde había quedado
la mítica Argentina símbolo de paz que atrajera a millones de inmigrantes?

Analistas políticos atribuyen el proceso de “libanización” a la debilidad moral y volitiva


que afectó a la Argentina luego de la humillante derrota de las Malvinas y a la no
penalización de sus responsables, y de aquellos que cometieron violaciones a los derechos
humanos. A ello hay que añadir – opinan – la desmoralización por la descomunal deuda
externa, en gran medida fraguada, que obligó a que los sectores populares destinaran el
80% de su esfuerzo y trabajo a pagar una deuda, sólo comparable a la que inventara una
abuela desalmada de un cuento de G. García Márquez, según alguien escribió. Aún hoy,
2036, la deuda nominal de la Argentina, según los imperturbables organismos
internacionales, asciende a una cifra absolutamente descabellada. Parálisis de empresas,
carencia de trabajo, decadencia cultural, negación del pensamiento (fruto del “prohibido
pensar” del Proceso), desconfianza entre los ciudadanos, agresividad entre vecinos,
insolidaridad hacia los necesitados. Años más tarde un cruel dictamen sentenció: país de la
desesperanza en un continente de la muerte. América Latina agonizaba. Hacia 1990
Argentina figuraba en primer lugar del mundo en inflación, en suicidios y en deterioro del
ambiente.

Otros sostenían que el derrumbe se debía a la ausencia de un proyecto de país, asumido con
compromiso. El viejo estadista había dicho también: “ya se sabe que hay una ley de hierro
en la política internacional: cuando un país no tiene proyecto propio vive en el proyecto
político de otro país”. Literalmente el actual ex - territorio de la Argentina era sólo el
escenario para que se enfrentaran los proyectos políticos ajenos.

Cuando los EE.UU. decidieron terminar con esa situación caótica y ocuparon militarmente
el país fueron rápidamente reemplazados (debido a reclamos internacionales) por las
Naciones Unidas que habían concebido otros arbitrios. Se acusaba a EE.UU. de ser parte
interviniente de lo que quería solucionar. El “país molestia” fue sometido a un régimen
internacional para utilizar en beneficio de la comunidad mundial sus recursos mal
aprovechados o simplemente dilapidados.

Con anterioridad a Gran Bretaña, aún sin el poderío de otros tiempos pero con el apoyo de
los EE.UU. se había convertido en el árbitro del Atlántico Sur; ya en 1985 había convertido
a la s Malvinas en una fortaleza impresionante. Desde esa posición y mediante una acción
combinada ocupó de hecho las provincias de Santa Cruz y Chubut, apoyándose en razones
de seguridad dado el caos interior. Ambas provincias pasaron a ser territorio supervisado
mientras Tierra del Fuego se negoció como posesión chilena con enclaves británicos. Para
el control de los mares y el acceso a la Antártida, las Malvinas se convirtieron en la capital
británica del Territorio del Atlántico Sur. Por ese mismo tiempo los EE.UU. habían llegado
a enviar asesores militares a la Cuenca del Plata en cifras escandalosas, para intervenir en el
enfrentamiento bélico entre la zona andina y el litoral.
El desorden y la guerra eran vida cotidiana. Entonces ocurrió un fenómeno quizá inevitable
pero sí predecible. En la primera década del siglo millones de latinoamericanos castigados
por el hambre y las catástrofes naturales se desparramaron por toda la América del Sur
bajando hasta la Cuenca del Plata para terminar hacinándose donde fuera. Carentes de
trabajo y amontonados en villas miserias trataban de sobrevivir en medio de la guerra
permanente y la desintegración continental.

Por el año 2010 las Naciones Unidas, con carácter experimental y con el respaldo de 160
países, establecieron, de modo compulsivo, varias colonias de inmigrantes provenientes de
países africanos y asiáticos que enfrentaban conflictos bélicos, políticos y sociales. . una
inmigración varias veces millonaria instalada en el ex – territorio de la provincia de Santa
Cruz quedó asignada en fideicomiso a Gran Bretaña.

Por ese tiempo se acordó, con general aprobación, que el espacio patagónico (terrestre y
marítimo) era un bien internacional quedando su ocupación sujeta a regulaciones del
organismo internacional. A la fecha más de diez millones de emigrados y expulsados de
zonas turbulentas se han instalado en el ex - sur argentino, quienes ya han constituido su
propio partido de independencia nacional para liberarse del tutelaje de N.U. y de Gran
Bretaña. Tratan de lograr el reconocimiento para su gobierno hasta el momento clandestino.

Nadie hubiera imaginado hace cincuenta años este final hamartético (dividido en tres
regiones, ocupado, desmembrado, desintegrado) para un país tan ricamente dotado de
recursos naturales , regalado con un extenso y envidiado territorio, sin problemas
energéticos ni de alimentación, con climas variados y con una población que había
alcanzado una excelente formación educativa que les permitiera contar – con orgullo se
decía entonces – con cinco premios Nobel. Posiblemente haya operado el cumplimiento de
la “Ley de hierro” de la política internacional.

Turistas europeos llevados por la curiosidad de vez en cuando viajan a conocer la tierra de
la que regresaron sus abuelos hacia fines de siglo XX. Su nostalgia se transforma en pena
ante los residuos de ese país que, por ausencia de voluntad nacional, se convirtió en campo
de devastación de las multinacionales, en centro del comercio ilegal de materiales
nucleares, en depóstio de drogas, substancias químicas destructivas y armas. Se asombran
ante aquel país del “pudo ser” cuando recorren el antiguo Teatro Colón, visitan las tumbas
de los legendarios Carlos Gardel y Evita o la otrora imponente estación de ferrocarriles de
Constitución, de donde sale una tour por tren denominada “Argentina de los ganados y las
mieses”.

La otra historia, la de la esperanza

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