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René Descartes (1596-1650) René Descartes (1596-1650) Vista del colegio de los jesuitas en La Flèche, 1655 Vista
del colegio de los jesuitas en La Flèche, 1655 Raimundo Lulio (1232-1315), óleo de Ricardo Anckermann, s. XIX
Raimundo Lulio (1232-1315), óleo de Ricardo Anckermann, s. XIX Theophrastus Pracelso (1493 - 1541)
Theophrastus Pracelso (1493 - 1541) Johannes Kepler (1571 - 1630) Johannes Kepler (1571 - 1630) Marin
Mersenne (1588 – 1648) Marin Mersenne (1588 – 1648) Michel de Montaigne (1533 – 1592) Michel de Montaigne
(1533 – 1592) Santuario de la Virgen de Loreto, Italia. Santuario de la Virgen de Loreto, Italia. San Agustín (354 –
430) San Agustín (354 – 430)
René Descartes nace en Turena en 1596; su padre es abogado y consejero en el Parlamento de Bretaña; su abuelo
paterno es médico; su madre muere de parto un año después y es criado por su abuela paterna. Estudia en el
colegio jesuita de La Flèche desde 1605 a 1614. Durante el primer ciclo educativo, que dura seis años, se instruye
en latín, griego, gramática francesa, retórica, teología y filosofía escolástica. El segundo ciclo comprende tres
cursos: en el primero estudia las obras de Aristóteles sobre Lógica y Ética; en el segundo, la Física del estagirita y
Matemáticas con un texto de Clavius, rótulos bajo los que se enseñaba no sólo aritmética, geometría y mecánica,
sino también óptica, topografía, filosofía natural, magia, alquimia, balística y música; en el tercero se dedica a la
Metafísica de Aristóteles. Las clases se impartían según el modelo medieval: lecciones, repeticiones, disputas
sabatinas y disputas mensuales.
En 1616 se licencia en Derecho Canónico y Civil; dos años después se alista en el ejército de Mauricio de Nassau,
lo que le da ocasión de continuar instruyéndose en balística y técnicas de fortificación. En 1618 conoce a Isaac
Beeckman, médico judío holandés, estudioso de la Mecánica e Hidráulica, que utiliza las matemáticas para
resolver problemas físicos; será quien encamine a Descartes hacia la imbricación de ambas ciencias. Gracias al
Diario (1604-34) del holandés tenemos información de los primeros trabajos cartesianos sobre asuntos físicos:
uno relativo a la presión de líquidos en recipientes y otro sobre caída de graves, basado en el método de Oresme;
encontramos asimismo un breve estudio sobre la aritmética de la armonía musical: Compendium Musicae.
En 1619 conoce a Jan Faulhaber, ingeniero de Ulm, que lo reafirma en su intento de aplicar las matemáticas a la
Física. Su interés por el simbolismo y la “mathesis universalis” le conduce al “Ars Combinatoria” de Lulio y a
escritores herméticos y cabalistas como Agrippa y los Caballeros de la Rosacruz, así como a los discípulos de
Paracelso. Inventa un compás que le permite resolver ciertos problemas geométricos clásicos, tales como la
duplicación del cubo y la trisección del ángulo; Descartes comprende que su método mecánico-geométrico
equivale a la resolución de las ecuaciones cúbicas; de ahí arranca su método algebraico, que le permitirá unificar
aritmética y geometría
En un cuaderno que titula Parnasus, influido por la literatura rosacruz, intenta relacionar desde una perspectiva
hermética lo corpóreo sensible con lo espiritual inteligible a través del simbolismo; Preámbulo, cuaderno
encabezado así: “Dios es el principio de la sabiduría”, trata sobre la «mathesis universalis» y recopila sus trabajos
matemáticos. En estos escritos juveniles aparecen por vez primera dos temas muy cartesianos:
Su voluntad de invención, es decir, de innovación sobre la tradición, expresada en su alta valoración de la creación
poética, que abogaba por trasladar a los demás ámbitos del saber
Las “semillas” de la ciencia que moran en nuestra alma, metáfora que preludia su concepción de las verdades
eternas o ideas innatas.
Mientras prosigue sus trabajos sobre geometría, series numéricas y ecuaciones anota, refiriéndose al método
algebraico, dos frases reveladoras: “descubriendo los fundamentos de una ciencia admirable” (1619) y “empecé
a concebir el fundamento de un descubrimiento admirable” (1620). ¿Qué son esa ciencia y ese descubrimiento
milagrosos cuyos fundamentos concibe? Unos afirman que se trata de su geometría algebraica; otros, que se trata
de la idea de que todas las ciencias son una -y sus fundamentos son los mismos- porque la inteligencia humana es
una. Yo me inclino a creer que la ciencia a que se refiere es la física matemática y el descubrimiento consiste en
que la aplicabilidad de las matemáticas a la física no se limita a problemas puntuales, sino que es generalizable.
En definitiva, creo que lo que ha vislumbrado es el principio del camino que le conducirá al mecanicismo.
¿Y a qué alude con esos “fundamentos”? A mi parecer se refiere a que el orden del mundo es absoluto porque es
el orden impuesto por Dios y, dado que la razón humana es un don divino a semejanza de sí, se puede descifrar
ese orden avanzando paso a paso desde las intuiciones evidentes y los principios más simples hasta los fenómenos
más complejos. Según E. Milhaud la segunda frase es el resultado de visitar a Kepler, que le dio a conocer sus
trabajos sobre óptica. Ese “descubrimiento admirable” puede haber sido catalizado por el sabio checo, mago de
la armonía cósmica matemática.
Descartes regresa a Francia en 1622 y entra en contacto con el círculo del Padre Mersenne, al que pertenecen
importantes científicos y matemáticos. Comienza entonces su primera obra metodológica, Studium bonae mentis,
donde se explaya sobre el deseo humano de saber, las disposiciones del espíritu para el aprendizaje, el método
para adquirir sabiduría y, finalmente, sobre las ciencias, que clasificará en experimentales, aquellas cuyos
principios se aprenden por observación y experiencia, liberales, las que requieren hábito y toman sus principios
de otras ciencias, y cardinales, las más generales y que se deducen de los principios más simples; estas últimas
son la Filosofía y las Matemáticas, que dependen respectivamente del entendimiento y de la imaginación.
En 1623 emprende un largo viaje a Italia, donde residirá dos años. Consolida el método algebraico y aplica la
geometría al estudio de la óptica; trabaja en las ecuaciones y propiedades de las cónicas, estudia los fenómenos
de reflexión y refracción, resolviendo el problema de la anaclástica; concibe la idea de un libro, Thaumatis regia,
en el que describir las propiedades de lentes y espejos y cómo construir artefactos para producir efectos ópticos
divertidos y sorprendentes.
En las Reglas Descartes marca distancias frente a Aristóteles señalando que la lógica no sirve como método de
descubrimiento, sino de exposición de lo ya descubierto. Encontramos ya en esta obra todas las cuestiones
fundamentales que aparecerán, una década después, en el Discurso del Método:
La doctrina de la unicidad de la inteligencia, igual para todos los hombres; facultad que se manifiesta en formas
diversas: sentir, imaginar, recordar, comprender. Lo que ha hecho Descartes es combinar la teoría socrática de la
razón universal con la doctrina cristiana de la unidad fundamental del alma
La doctrina de la unidad de la ciencia, basada en la unicidad de la inteligencia, tipo saber que será netamente
diferenciado de los demás, tales como las artes y la historia.
La negación a aceptar como verdad la opinión más probable, posicionándose frente al escepticismo, cultivado
entonces por muchos círculos intelectuales cristianos que, tras el cisma de las iglesias reformadas, preferían hacer
obediente profesión de fe en las Escrituras y en su Iglesia, a la vez que se acogían a una prudente suspensión del
juicio en asuntos filosóficos.
Su agustinismo iluminista, al exponer que las “semillas de verdad” que Dios ha puesto en la mente operan como
principios innatos de la “luz natural” que nos permite, por una parte, conocer con buen juicio (bon sens),
distinguiendo lo verdadero de lo falso y, por otra parte, actuar éticamente, prefiriendo la virtud al placer y lo
honesto a lo útil.
La recomendación de empezar cualquier investigación por lo más fácil y sencillo, partiendo de evidencias
intelectuales, separando lo claro de lo confuso y distinguiendo cuidadosamente el objeto o fenómeno investigado
de otros similares.
La reducción de los fenómenos complejos investigados a sus “naturalezas simples”, es decir, sus variables o
elementos básicos, para luego averiguar sus proporciones relativas, las cuales hay que expresar mediante
ecuaciones. Solucionado el sistema de ecuaciones resultante se recompone el fenómeno original avanzando por
grados y en orden.
La enumeración final de todos los pasos del proceso de investigación mediante una especie de verificación
inductiva por partes que asegure la correcta continuidad del proceso desde sus principios hasta sus conclusiones.
La reducción de las operaciones de la inteligencia a la intuición y la deducción. La primera tiene como misión
proveernos de puntos de partida para cualquier investigación mediante la captación de evidencias intelectuales,
o sea, verdades necesarias. Define esa operación como instantánea, pretendiendo situar así ese acto de
comprensión en el mismo plano de la lógica, fuera del tiempo. La deducción, que arranca a partir de las intuiciones,
es entendida como movimiento, sucesión y memoria. Movimiento como tránsito de una fórmula o enunciado a
otro; sucesión en cuanto hay un orden gradual y necesario que se debe seguir; memoria como legitimación del
punto de partida y validación del entero proceso de razonamiento.
Hay pues en Descartes una doble preocupación respecto a la relación entre el método y el tiempo: por un lado,
puesto que el método debe alcanzar verdades necesarias, éstas tienen que ser válidas en todo tiempo, es decir,
ser independientes del tiempo; por otro, la duración excesiva de las investigaciones o razonamientos convierte en
problemático el garantizar la perfección de todo el proceso. En definitiva, quiere legitimar el proceso de
conocimiento como si ocurriera en un tiempo ideal, siendo consciente, sin embargo, de los problemas que genera
su ocurrencia efectiva en el tiempo real.
Una concepción de la mente en la que predomina el entendimiento, en cuanto fuente del criterio de verdad, sobre
los sentidos, que funcionan como receptores pasivos, y sobre la memoria, escindida entre memoria sensible y
memoria intelectual. Interpreta el gobierno del alma sobre el cuerpo según el siguiente proceso: las sensaciones
recibidas son pensadas por el sentido común o buen juicio, el cual hace funcionar la imaginación, que a su vez
excita a los nervios, causantes de los movimientos corporales que constituyen la reacción del cuerpo a las
sensaciones.
Aunque Descartes aún no ha encontrado la que será su formulación definitiva “cogito, ergo sum”, algunas de sus
frases, tales como “je suis, donc Dieu existe”, o bien “je comprends, donc j’ai un esprit distinct du corps” patentizan
que ya ha encontrado en Agustín de Tagaste el barrunto de los fundamentos de su metafísica: la certeza de la
conexión entre pensamiento y existencia, la existencia de Dios y la separación entre alma y cuerpo, origen de la
separación entre lo inteligible y lo sensible.
Actividades
Investigar sobre la vida de Paracelso y redactar un texto de quince líneas sobre sus teorías.
Averiguar quién fue Isaac Beckman y escribir un breve resumen sobre la vida de ese sabio judío de los Países Bajos.
Exponer las ideas de Descartes sobre el arte de la invención y las semillas del conocimiento.
Resumir las principales ideas que recoge Descartes en sus cuadernos juveniles.
Explicar a qué se refiere Descartes cuando habla de una “ciencia admirable” y justificar por qué le parece
admirable.
Exponer la estructura de la obra cartesiana inacabada “Reglas para la dirección del espíritu”.
Explicar cómo justifica Descartes que las distintas ciencias son, en realidad, una sola.
Averiguar quiénes fueron los principales filósofos escépticos de la época de Descartes y exponer alguna de las
ideas típicas del escepticismo de los siglos XVI y XVII.
Exponer por qué considera Descartes que las matemáticas nos dan un conocimiento superior al que nos
proporciona la experiencia y justificarlo con algunos ejemplos.
Explicar la conexión que establece Descartes entre la intuición y la deducción, poniendo algún ejemplo.
Toledo Prats, Sergio. (1994). "Descartes Filósofo ", en De Arquímedes a Leibniz tras los pasos del infinito
matemático, teológico, físico y cosmológico.
Montesinos Sirera, José. (1994). "Descartes: el álgebre y la geometría", en De Arquímedes a Leibniz tras los pasos
del infinito matemático, teológico, físico y cosmológico.
Montesinos Sirera, José. (2007). "La matematización de la naturaleza como vía única de la ciencia", en Los orígenes
de la ciencia moderna.
Descartes, René. Reglas para la dirección del espíritu, Ed. Alianza, col. de bolsillo, nº 1034.
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6 Comentarios
Este filósofo y científico francés ha sido considerado como “padre de la Filosofía Moderna”. La clara definición de
sus fines y la amplitud de su proyecto son rasgos característicos del pensamiento cartesiano. Su proyecto inicial
pretende el logro de una ciencia universal. Así pues, el proyecto cartesiano va a concretarse bajo un lema: la
unidad de la ciencia, que planteará en un contexto matemático. El desarrollo del pensamiento cartesiano
constituye una progresiva explicitación y fundamentación de este proyecto inicial de unidad entre todas las
ciencias. Descartes no acepta los cimientos del conocimiento aceptados por sus predecesores y por ello se
esfuerza por construir un nuevo edificio filosófico, asentado sobre cimientos firmes.
Este proyecto cartesiano de elaboración de una ciencia universal, nace en gran medida como reacción frente a la
filosofía escolar de su época que Descartes percibe como caracterizada por el desacuerdo en casi todas las
cuestiones. Por otra parte, rechaza la lógica silogística que había imperado durante toda la escolástica. De este
modo, frente a la idea escolástica, según la cual los procedimientos deben adecuarse a los distintos objetos de
cada ciencia, Descartes considerará que el método ha de ser único, es decir, común en sus reglas para todas las
ciencias. La raíz principal de su racionalismo consistirá, precisamente, en postular la conveniencia de un
método: un método general que daría la unidad de la ciencia universal.
El método expresa la estructura de la razón humana, tal y como ésta puede aplicarse al conocimiento verdadero
de los objetos, y por eso mismo sustenta a cualquier ciencia. El método es el fundamento de la ciencia universal
y, por lo tanto, el núcleo de su racionalismo. No hay conocimiento, ya sea en el ámbito científico o filosófico, que
no pueda ser racional, es decir, expuesto conforme a las reglas del método. Para buscar dicho método, su
referencia fundamental serán las matemáticas: desde su juventud había cultivado las matemáticas, observando
que las proposiciones matemáticas no deben su verdad a la experiencia, sino a la razón (“verdades de razón”).
Considerará que únicamente en las matemáticas se pueden encontrar verdaderas demostraciones, es decir,
ciertas y evidentes. De aquí surge su propósito de crear una especie de matemática universal, liberada de los
números y de las figuras, para que pueda servir de modelo a todos los saberes. En este contexto de crítica y de
recuperación de las ciencias matemáticas hay que leer el pasaje en el que Descartes, en su “Discurso del Método”,
afirma que quiere inspirar el método del nuevo saber en la claridad y el rigor típicos de procedimientos
geométricos: “Aquellas largas cadenas de razonamientos, todas ellas sencillas y fáciles, de las que se suelen servir
los geómetras para llegar hasta sus más difíciles demostraciones, me habían dado la ocasión de imaginar que
todas las cosas que el hombre puede conocer se producen del mismo modo y que, si nos abstenemos de aceptar
por verdadera una cosa que no lo es, y siempre que se respete el orden necesario para reducir una cosa de otra,
no habrá nada que esté tan lejano que al final no pueda llegarse allí, ni nada tan oculto que no pueda descubrirse.
Así pues, las matemáticas le sirvieron de paradigma o modelo en la búsqueda de unas primeras verdades
absolutamente ciertas que le sirvieran de apoyo en la reconstrucción del edificio de la ciencia y la filosofía.
La filosofía significa el estudio de la sabiduría, que es entendida como un todo: “toda filosofía es como un árbol
cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física y las ramas que salen de ese tronco todas las demás ciencias, que
se reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral (…), que es el último grado de la sabiduría”. Así
pues, Descartes se decide por una filosofía que asegure el conocimiento perfecto de todas las cosas que el hombre
puede saber, tanto para la conducta de su vida (moral), como para la conservación de su salud (medicina) como
para la invención de las artes (mecánica). Si toda la casa se derrumba, si se hunden la vieja metafísica y la vieja
ciencia, entonces el nuevo método aparecerá como el principio de un saber nuevo, que está en disposición de
impedir que nos perdamos en ciertas formas de escepticismo. Es urgente, pues, diseñar una filosofía que justifique
la confianza en la razón, una filosofía capaz de encontrar la verdad fundamentándose en un método universal y
fecundo. Descartes llama la atención sobre el fundamento, porque de éste depende la amplitud y la solidez del
edificio que hay que construir y contraponer al edificio aristotélico, sobre el cual se apoya la tradición filosófica
anterior. Lo que urge poner en claro es el fundamento que permita un nuevo tipo de conocimiento de la totalidad
de lo real, por lo menos en sus líneas esenciales.
En síntesis, el proyecto cartesiano propugna la unidad de todas las ciencias, que dependen de un único método
obtenido a partir del modelo que ofrecen las matemáticas. Descartes consagra la razón como fuente principal
de conocimiento y seguro criterio de verdad. Sobre tales principios racionalistas apoya, a su vez, su método que
será, a un mismo tiempo, punto de arranque y meta de su filosofía. En este sentido, Descartes hace del método
matemático el método de todo lo real: sustituye la complejidad de lo real por las ideas claras y distintas. Las ideas
serán los modelos a los que debe ajustarse la realidad, o bien serán la misma realidad. De esta manera, el
pensamiento será la condición del ser y el “cogito” (tal y como analizaremos) será el principio o punto de partida
del que se deducirá todo lo real.
Tal y como ya hemos señalado, el método es el gran principio unificador en el sistema cartesiano, pues revela su
teoría de la ciencia única. En sus Reglas para la dirección del espíritu señala que “antes que hacerlo sin método,
es mejor renunciar a buscar verdad alguna”. Como la inteligencia es la misma en todos los hombres, el método
debe ser uno y universal, no limitado a materia alguna en particular, sino aplicable a todo conocimiento. El método
tiene como principal objetivo facilitar el uso natural de la razón que, abandonada a sí misma, no se equivoca.
Descartes concibe el método como un camino seguro que nos llevará a un conocimiento perfecto,
proporcionándonos certeza y evidencia, pues “toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente”. Así pues,
entiende el método como un conjunto de reglas ciertas y sencillas que impiden tomar jamás un error por una
verdad. En este sentido, afirma: “Entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las
observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo
de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo
aquello de que es capaz” (Reglas para la dirección del espíritu). Teniendo en cuenta esta definición, apreciamos
que las ventajas de este método son que:
3. es sencillo.
Para Descartes, “intuición” y “deducción” son las dos operaciones fundamentales de la mente; si bien hace todo
lo posible por intentar reducir esta última a la primera. El método consiste en reglas para emplear correctamente
estas dos operaciones mentales. La finalidad del método consistirá en posibilitar el ejercicio de la intuición, y en
señalar la manera adecuada de realizar deducciones, así como en seguir el orden. Con ello colocará a la mente en
el umbral mismo de la ciencia.
1ª regla. Constituye tanto el punto de partida como el punto de llegada del método. Dice así: “Nuca acoger
nada como verdadero, si antes no se conoce que lo es con evidencia: por lo tanto evitar la precipitación; y no
establecer juicios que estén más allá de lo que se presenta ante mi inteligencia de forma clara y distinta
excluyendo cualquier posibilidad de duda”. Esta primera regla se convierte así en el principio normativo
fundamental, porque todo debe converger hacia la claridad y la distinción, a las que precisamente se reduce
la evidencia. ¿Cuál es el acto intelectual mediante el cual se logra la evidencia? Es la intuición, que Descartes
describe de la siguiente forma: “No es el testimonio fluctuante de los sentidos o el juicio falaz de la imaginación,
sino un concepto de la mente pura y atenta, tan fácil y distinto que no queda ninguna duda alrededor de lo que
pensamos”. El acto intuitivo, la intuición, se autofundamenta y se autojustifica, ya que tiene como garantía la
transparencia entre razón y contenido intuitivo. Se trata de aquella idea clara y distinta que refleja “sólo la luz de
la razón”, sin que todavía se haya puesto en relación con otras ideas, sino considerada en sí misma. El objetivo de
las otras tres reglas consiste en llegar a esta transparencia mutua.
2ª regla. “Dividir todo problema que se someta a estudio en tantas partes menores como sea posible y
necesario para resolverlo mejor”. Se trata de un defensa del método analítico, el único que nos puede llevar hasta
la evidencia, porque al desmenuzar lo complejo en sus partes más sencillas, permite que el intelecto despeje todas
sus dudas. La intuición necesita de la simplicidad que se logra a través de la descomposición de lo complejo.
Descartes llama “simple” aquello cuyo conocimiento es tan claro y distinto que la mente no puede dividirlo más.
Si lo verdadero está mezclado con lo falso, el método analítico deshace tal mezcla liberando lo verdadero.
3ª regla. Al análisis le debe seguir la síntesis. “La tercera regla es la de conducir con orden mis pensamientos,
comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, hasta el
conocimiento de los más complejos, suponiendo que hay un orden”. Se trata de reconstruir un orden o de crear
una cadena de razonamientos, que van desde lo sencillo hasta lo compuesto y que no pueden dejar de tener una
correspondencia con la realidad. ¿Cuál es la importancia de la síntesis? Puede parecer que a través de este doble
trabajo no surge nada realmente nuevo, ya que acabamos por encontrar el mismo objeto del cuál habíamos
partido. En realidad ya no es el mismo objeto: el compuesto reconstruido es otra cosa, ya que está penetrado por
la luminosidad transparente del pensamiento.
4ª regla. “La última regla es la de efectuar en todas partes enumeraciones tan complejas y revisiones tan
generales que se esté seguro de no haber omitido nada”.
Todo el método consiste en seguir un orden, es decir, en reconducir las proposiciones oscuras a las más
simples, y en ascender a continuación, gradualmente, de lo más simple a lo más complejo, apoyándose siempre
en la intuición y en la deducción. La intuición es una visión o mirada precisa e indubitable, concepción de un
espíritu atento y puro, conocimiento directo o inmediato, que permite tomar una cosa como verdadera al captar
su idea clara y distintamente. Es clara una idea (contenido espiritual u objeto de pensamiento en tanto que
pensado) presente y manifiesta para un espíritu atento. Por su parte, una idea es distinta cuando nos aparece de
manera precisa y diferente a todas las demás. El proceder de Descartes descansa, pues, en la evidencia, es decir,
en el carácter de lo que se impone inmediatamente al espíritu y entraña su asentimiento. Junto a la intuición es
necesaria también la deducción racional: operación discursiva que supone un camino, una demostración o
encadenamiento lógico o sucesión. La deducción representa un movimiento ordenado que va de proposición en
proposición, un lazo establecido entre verdades intuitivas.
Las cuatro reglas que expone Descartes en su “Discurso del Método”, son reglas simples que subrayan la necesidad
de que se tenga una plena conciencia de los pasos mediante los cuales se articula cualquier investigación rigurosa.
Constituyen el modelo del saber, porque la claridad y la distinción evitan los posibles equívocos o las
generalizaciones apresuradas. A tal efecto, ante los problemas complejos y ante fenómenos confusos, hay que
llegar hasta los elementos más simples, que no pueden descomponerse más, para que queden iluminados por la
luz de la razón.
Descartes
En su Discurso del Método, Descartes expone su forma de pensar, su método, para poder llegar a conclusiones
verdaderas, utilizando la razón.
Descartes expone brevemente cuatro reglas (las cuales expone a detalle en las Reglas para Dirigir el Espíritu), las
cuales criticamos a continuación.
1. "...no recibir como verdadero lo que con toda evidencia no reconociese como tal, evitando cuidadosamente la
precipitación y los prejuicios, y no aceptando como cierto sino lo presente a mi espíritu de manera tan clara y
distinta que acerca de su certeza no pudiera caber la menor duda."
Yo sólo estoy seguro de que no estoy seguro de nada. Unas palabras acerca de las verdades. Una verdad absoluta,
se cumple en todo el universo. Como no conocemos todo el universo, y este es infinito, no podemos comprender
verdades absolutas porque éstas son infinitas (y nosotros no). Nunca podremos hablar de verdades absolutas (ni
de falsedades absolutas). Nuestras verdades son verdades relativas, ya que no podemos decir si son válidas
universalmente, debido a nuestra finitud. Y uno nunca puede tener una certeza absoluta de nuestras verdades
relativas. Descartes dijo que cada cosa tiene sólo una verdad. Sí, una sola verdad absoluta. Pero ésta es
inalcanzable. En nuestro mundo (el mundo de cada quién), pueden cumplirse siempre las verdades relativas, pero
lo más probable es que una vez saliendose del contexto en que una verdad se cumplía, deje de cumplirse. Ejemplos
de esto se ven en la evolución de las ciencias. Las verdades de Ptolomeo se cumplían en su mundo, las de Galileo
en el suyo, las de Newton en el suyo, las de Einstein y las de Plank... bueno, esa es otra historia. Hay que tener en
cuenta que el precepto de Descartes se cumple sólo para verdades relativas. Yo voy a aceptar como verdadero lo
que toda evidencia de mi mundo no refute. Pero, viéndome egoísta, lo único que tengo es mi mundo, así que si
mis verdades no se cumplen afuera de él, no me importa. El método de Descartes es válido en el mundo de
Descartes. Todas las ideas son válidas en el contexto en el que fueron planteadas.
¿Que las matemáticas son verdades absolutas? ¡Claro que no! Fue precisamente ahí donde se empezó a
derrumbar el mundo/monstruo de la lógica y la razón. Aparentemente no hay problemas porque nosotros
creamos sus axiomas. Y así de fácil como los creamos, los podemos cambiar. ¿Pero en la naturaleza? Ahí no
pusimos los axiomas. Las ciencias naturales tratan de descubrirlos, ¿pero en verdad hay axiomas que descubrir?
2. "...la división de cada una de las dificultades con que tropieza la inteligencia al investigar la verdad, en tantas
partes como fuera necesario para resolverlas."
Es cierto que si un problema es grande, hay que atacarlo por partes. Pero un reduccionismo "a lo bestia" hace que
se pierda la comprensión del sistema que se está estudiando al tomar las partes sin tomar en cuenta
las interacciones que hay entre ellas. La teoría de Sistemas Complejos actualmente trata de sanar este bache.
3. "...ordenar los conocimientos, empezando siempre por los más sencillos, elevándome por grados hasta llegar a
los más compuestos, y suponiendo un orden en aquellos que no lo tenían por naturaleza."
Esta es un arma de doble filo. Sirve para comprender, pero también para distorsionar las relaciones entre las
cosas. Otro punto es que los más sencillos, desde el punto de la evolución de la cognición, son producto de los
más compuestos. Un animal primero ve objetos. Al su cerebro reconocer similitudes entre objetos, empieza a
crear sujetos (conceptos). Después clasifica estos sujetos, dependiendo de las propiedades en común que estos
tengan, para finalmente llegar al Ser. Este proceso evolutivo tomó millones de años, pero hay que tener en cuenta
de dónde vienen las cosas. Descartes propone ir de lo más sencillo a lo más compuesto, cuando evolutivamente
fue al revés. Esto implica que es más fácil tener un error en los conceptos más sencillos que en los más
compuestos. Al basar un sistema en los conceptos más sencillos, se le están poniendo a un rascacielos cimientos
de popote. Es una pirámide invertida. Con tirar el Ser, se cae todo su mundo. Sería más robusto poner al Ser hasta
arriba, pero creo que la opción más completa es las dos al mismo tiempo (¡no con ese tipo de lógica!).
4. "...hacer enumeraciones tan completas y generales, que me dieranla seguridad de no haber incurrido en
ninguna omisión."
La misma crítica que en el primer precepto. La seguridad es para su mundo, pero muy dentro de sí, Descartes sabe
que nunca podrá decir que ya no hay ninguna omisión.
Descartes, al ver que no son fiables las formas de pensar que le fueron enseñadas, se propone el crear la suya
propia. Toma una posición escéptica: ya que no se puede fiar de lo que le fue enseñado, ni de sus bases, empieza
por dudar de "todo". Hay que notar que Descartes nunca duda de su fe (¿no lo fueran a chamuscar...?). Esto lo
lleva a preguntarse: ¿de qué puedo estar seguro? Se responde que puede estar seguro que se está preguntando
de qué puede estar seguro. Por lo tanto, Descartes está seguro de que piensa, y por lo tanto, existe. Ésta es su
metafísica, la base para su razón. Sólo hay que notar que, aunque cada quién tenga una metafísica distinta,
Descartes distingue (tal vez inconscientemente) muy bien en qué debe de consistir una metafísica: son los axiomas
de la razón.
Ya sea por la traducción, o por el mismo Descartes, no encuentro una distinción entre ser y existir en sus textos
(en inglés se ha traducido "I think, therefore I am"). Definamos qué es existencia a nuestro parecer: Lo
que existe es lo que les aparece a los sentidos. Pero no hay forma de saber realmente si lo que perciben, es lo
que les aparece (existe). También hagamos una distinción ontológica, definiendo dos tipos de ser: absoluto y
relativo. El Ser absoluto, Es en todo el universo. El ser relativo, es para cada individuo. Dado que el
universo es infinito, nosotros, finitos, no podemos estar seguros de que algo Sea o no Sea. Y, por la misma razón,
no podemos probar que nuestro ser Sea o no Sea. Para nosotros mismos podemos ser o no ser. A lo que queremos
llegar es que no hay una verdad universal (incluyendo estas frases). Por lo tanto, no podemos decir que algo Sea
o no Sea con absoluta certeza. Y en cuanto a lo que es o no es, su validez estará dada en el contexto en el que se
haya planteado. Descartes no hace esta distinción entre Ser absoluto y ser relativo. El Ser es incomprensible e
inalcanzable, pero no el ser. Aunque podemos decir que Descartes con su filosofía se aproxima al Ser. Podemos
aproximarnos tanto como queramos, pero no alcanzaremos el Ser absoluto.
El "problema" en Descartes es que no duda de sus creencias, su fe, su metafísica. Una vez que cree estar seguro
de algo, no lo pone en duda, porque "ya lo probó". No permite que su método se mejore a sí mismo, se adapte,
en base a la experiencia. ¿Pero entonces, debemos basar, como los existencialistas, el ser en la existencia? No,
por las razones ya expuestas por Descartes, pero sí, por lo que acabamos de exponer. Podemos decir que la razón
se basa en la existencia, y la existencia en la razón: pienso, luego existo Y existo y luego pienso. Pienso sí y sólo
si existo.
¿Pero dónde queda la metafísica? Sin una metafísica (axiomas), no puedo ni existir ni pensar (razonar). No puedo
probar que existo, sólo puedo creer que existo. Lo mismo para el pensamiento: no puedo probar el pensamiento
con el pensamiento (1). Necesito axiomas, los cuales no puedo probar, en los cuales tengo que creer. Entonces,
puedo decir: creo, luego pienso y existo.
¿Pero cómo es que los animales pudieron evolucionar de forma tal que se puedan preguntar de dónde vienen,
qué hacen aquí? En otras palabras, ¿de dónde salió la metafísica? Necesariamente una metafísica es moldeada y
adaptada de la razón probando sus bases en la experiencia. Entonces: creo sí y sólo si pienso sí y sólo si existo.
Es entonces, que yo puedo hablar del ser. Un ser relativo.
Este será un ser mío, distinto del de todos los demás, ya que tengo distintas razones, creencias y experiencias que
moldearon mi concepción de lo que es mi ser. Y no puedo tener una certeza absoluta de la validez de mi ser, ya
que soy finito, y que mi ser no se puede probar a sí mismo.
Podemos decir que Descares, con sus frases "pienso, luego existo", y "soy, existo", hace una aportación valiosísima
a la filosofía, pero que desde que la propuso hasta nuestros días se ha vuelto incompleta (no falsa), pero sobre la
cual se puede trabajar para acercarnos cada vez más al Ser (2).
Para probar algo, primero hay que basarse en algo. Pero ese algo no se puede probar (bueno, si se basa en otra
cosa, pero así nos vamos ad infinitum). Es en términos mortales lo que han hecho Gödel, Church, Turing, Chaitin
y muchos otros con las matemáticas: Al no poderse probar las bases, no se puede probar nada. Y esto lo prueban.
No se puede probar una metafísica. Está probado y demostrado. Y bueno, es obvio.
Descartes cree que prueba la existencia de Dios. Pero para probarla supone desde antes que Dios existe ("La razón,
ya que no nos dicte la verdad o la falsedad de lo que así percibimos, nos dice, al menos, que todas nuestras ideas
o nociones deben tener algún fundamento de verdad; porque no es posible que Dios, que es la perfección y la
suma verdad, las hubiera puesto en nosotros siendo falsas (3)."). ¿Quién sabe? En algunos fragmentos pareciera
que Descartes es un cínico ateo.
Descartes también habla de términos como "perfección de las cosas", "seguridad moral completa" y "cosas que
concebimos muy clara y distintamente". Bueno, todos estos conceptos no son ni claros ni distintos, y todos
dependen del punto de vista del hombre, son creados por el hombre. Es un poco ridículo renegar de la razón,
"para construirla desde cero", si se está utilizando un lenguaje creado por la razón. Descartes usa su razón para
reconstruir su razón. Descartes no valida nada, ya que no hay nada que validar.
Otra suposición de Descartes es que para un fenómeno sólo hay una explicación verdadera. Y la mayoría de los
fenómenos tienen más de una explicación que no se sobrelapan (4). Un ejemplo lo da Descartes mismo, al describir
el funcionamento del sistema circulatorio. Suena razonable, pero cualquier cardiólogo se ataca de la risa o del
coraje al leer tales explicaciones, tan incompletas para un médico del sigo XX. Otro ejemplo, donde ahora yo me
jalo los pelos, es donde Descartes habla sobre la imposibilidad de razón en las máquinas, cuando no sabe qué es
la razón (5).
Tantas discusiones y críticas a Descartes se dan precisamente por que tenemos distintas creencias, y estamos en
distintos contextos. Si Descartes hubiese vivido en nuestros tiempos hubiera pensado muy diferente (¡la razón
depende de la experiencia! (y la experiencia de la razón (y las dos de las creencias (y las creencias de las dos
primeras)))).
¿Entonces el trabajo de Descartes fue inútil? ¡Claro que no! Es en los errores de nuestros antepasados donde
aprendemos. Es de los escombros de sus ideas derrumbadas donde construimos las nuestras. Además, si hubiese
logrado su propósito, los filósofos no tendríamos trabajo, la vida no valdría la pena de ser pensada, y finalmente
los humanos no seríamos humanos. El trabajo de nuestros ancestros es incompleto. Tenemos la oportunidad de
hacerlo más completo. Por suerte, nunca llegaremos a completarlo.
3. Aquí el "problema" es que no hay UN fundamento finito verdadero, y hay un fundamento distinto para cada
individuo.
5. Yo tampoco sé qué es la razón, pero si sé que otros animales la presentan, y es sencillo simularla en una
máquina.
Auguste Comte
Autor: María Ángeles Vitoria
Índice
1. Vida y obras
2. La filosofía positiva
3. Reflexiones críticas
4. Bibliografía
1. Vida y obras
Augusto Comte nació en Montpellier el 19 de enero de 1798 en una familia modesta
«eminentemente católica y monárquica», como dice él mismo en el Prefacio personal
al Cours de Philosophie positive. Aunque recibió una educación cristiana, a los catorce
años abandonó la fe de sus padres, declarándose librepensador y republicano. En 1814
entró en l’Ècole Polytecnique de París, institución promovida en los tiempos de la
Revolución para la formación de técnicos del nuevo régimen. Aquí, dando muestras de
talento precoz, inició la lectura de las obras de Fontenelle, Maupertuis, A. Smith, Duclos,
Diderot, Hume, Condorcet, De Maestre, De Bonald, Bichat y Gall, que alimentaron en él
la idea de una reforma social orientada a una sociedad gobernada por científicos.
Cuando la Escuela se cerró por sus ideas republicanas, volvió por breve tiempo a
Montpellier, donde se sostuvo económicamente dando clases de matemáticas, mientras
estudiaba anatomía y fisiología en la facultad de Medicina.
Poco después, en 1816, se estableció en París contra la voluntad de sus padres. Allí
conoció al líder socialista Saint-Simon (1760-1825), discípulo de D’Alembert, que
trabajaba en el proyecto de reorganizar la sociedad por medio de la ciencia y de la
técnica. Comte se dio cuenta entonces de la necesidad de una reconstrucción moral e
intelectual de la sociedad y colaboró con él como su secretario desde 1817 hasta 1824.
Durante este periodo, en 1822, escribió por encargo de Saint-Simon el Plan des travaux
scientifiques nécessaires pour réorganiser la societé (obra que se editó de nuevo con el
título de Système de politique positive, y en la que sostiene la unidad indisoluble de
ciencia y política). Después de esta publicación, en 1824, se independizó de Saint-Simon
y empezó a dar lecciones en su casa a un grupo de discípulos. Entre sus alumnos se
encuentran algunos personajes ilustres: el naturalista Alexander von Humboldt, el
matemático Poinsot, el fisiólogo Blainville. Fruto de estas lecciones es su obra más
famosa, Cours de philosophie positive (1830-1842), que comprende seis volúmenes.
En 1845 conoció a Clotilde de Vaux —que vivía separada de su marido—, y que murió
un año después. El encuentro con esta mujer inaugura una nueva etapa de su
pensamiento: si desde 1830 hasta ese momento había intentado construir una filosofía
positiva, en esta segunda fase desarrolló el proyecto de una nueva religión, la religión
de la Humanidad, esforzándose por organizarla como una verdadera Iglesia. Algunos
estudiosos consideran que este retorno a lo religioso se debió, en parte, a la
extravagancia de la pasión de Comte por Clotilde de Vaux. Sin embargo, la opinión más
común señala continuidad entre los dos periodos y un reafirmarse de sus doctrinas sobre
la ciencia y la sociología positivas. El propio Comte afirma que la religión que instituyó
al final de su vida era algo que estaba en el corazón del positivismo desde los comienzos.
No se trata, sin embargo, del cristianismo, sino de la fuerza emotiva de lo religioso en
general.
Cuando en 1848 estalló la revolución, Comte se alineó con los revolucionarios, viendo
en ellos la clase destinada a realizar el tipo de sociedad que él auspiciaba, pero pronto
se desilusionó y en 1852 se unió a Napoleón III que, con un golpe de estado, había
instaurado el segundo imperio.
La última fase del pensamiento de Comte está expuesta en el Discours sur l’ensemble
du positivisme, de 1848 y, sobre todo, en el Système de politique positive ou Traité de
sociologie instituant la religión de l’Humanité (1851-1854), en cuatro volúmenes, que
retoma el título de su primera obra. De este último periodo son también el Catéchisme
positiviste ou Sommaire exposition de la religion universelle (1852), Appel aux
conservateurs(1855) y Traité de philosophie mathématique (1856), primer volumen de
los tres que deberían constituir la obra titulada Synthèse subjective ou Système universel
des conceptions propres à l’état normal de l’Humanité (1856). En este escrito asocia las
matemáticas con el sentimiento religioso, llegando a asignar propiedades taumatúrgicas
a los números, y establece una trinidad positivista. Los otros dos volúmenes ―que no
llegó a publicar― pensaba dedicarlos a la Moral positiva y a la Industria positiva. Por
estas fechas, y para resolver su penosa situación económica, pidió al círculo de sus
amigos positivistas ingleses y franceses un subsidio anual permanente a cambio de las
lecciones que les daba. Con esas contribuciones vivió hasta el 5 de septiembre de 1857,
año de su muerte. Su voluminosa correspondencia se publicó póstuma.
2. La filosofía positiva
Para entender el pensamiento comtiano, es necesario tener en cuenta el contexto
histórico-cultural de su tiempo y, particularmente, sus aspiraciones socio-políticas.
«Toda la doctrina de Comte y, en especial, su doctrina científica, únicamente resultan
comprensibles como parte de sus proyectos de reforma universal, que no sólo abarcan
la ciencia sino los demás sectores de la vida humana» [Kolakowski 1984]. El fundador
del positivismo tiene a las espaldas el inquieto período post-revolucionario francés, en
el que Francia y, en general, Europa están empeñadas en la búsqueda de un régimen
político estable. La doctrina de Comte nace también del intento de reconstruir el orden
social de su tiempo. Él piensa que la crisis política y moral que atravesaba la sociedad
era una manifestación exterior del estado de anarquía intelectual. Por eso esperaba que
con la difusión del conocimiento científico, la instrucción popular en las ciencias y la
riqueza, se lograría una sociedad pacífica. De ahí que emprendiese la tarea de construir
la unidad del conocimiento poniendo como fundamento la ciencia. En relación con el
Iluminismo del siglo XVIII, el positivismo del siglo XIX tenía la ventaja de poder referirse
a un complejo de ciencias más desarrolladas. Precisamente este enorme desarrollo del
conocimiento científico, que tuvo lugar en el siglo XIX, ofreció al positivismo la impresión
de que la ciencia podría abrazar de manera exhaustiva y definitiva todo aspecto de la
realidad, tanto natural como humana, sustituyendo a cualquier otra forma de
conocimiento.
Aunque Comte usa el término “teológico” para este primer estadio, sería más exacto
reemplazarlo por el término “religioso”, pues el autor del positivismo piensa más en la
conducta religiosa, en la relación del hombre con Dios o con los dioses, que no en las
especulaciones filosóficas sobre Dios [Sanguineti 1981: 700].
Sin embargo, no se trata todavía de una verdadera explicación de los fenómenos pues
los hombres, bloqueados por sus propias abstracciones lógicas, discuten inútilmente
sobre ideas generales, como justicia, libertad, derecho y otras semejantes,
confundiéndolas con la realidad.
Comte afirma que esas tres etapas se excluyen mutuamente: primero, la metafísica
desplazó a la religión y, una vez que la humanidad haya alcanzado el último estadio,
ambas —la religión y la metafísica— serán sustituidas por la ciencia, si bien la religión
continuará existiendo para satisfacer una exigencia totalmente sentimental.
El autor del positivismo invoca continuamente la ley de los tres estadios como base
de toda su concepción y la aplica a todos los aspectos del desarrollo del individuo y de
toda la humanidad; también a la evolución de la ciencia en general y de cada ciencia en
particular. Las civilizaciones y las culturas —el proceso mismo de la historia— se
desarrollan asimismo según este mismo ritmo evolutivo. Esta ley es establecida, en
definitiva, como dogma fundamental del positivismo.
«Creo que esta historia puede ser dividida en tres grandes épocas, o
estados de civilización (…) La primera es la época teológica y militar (…) La
segunda es la época metafísica y legalista (…) en fin, la tercera es la época
científica e industrial» [Oeuvres, t. X, p.112].
Cada etapa está integrada, a su vez, por distintas fases. El estadio teológico pasa por
tres momentos —fetichismo, politeísmo y monoteísmo—, a los que dedica largos
análisis, hasta alcanzar su culmen en el cristianismo. En el plano social, le corresponde
el régimen teológico-militar, basado en el absolutismo de la autoridad, el derecho divino
de los reyes y una presencia dominante del militarismo como eje estructurante de la
sociedad. En el cristianismo, el poder espiritual pertenece al Papa, que representa a
Dios en la tierra; y el poder temporal, a los reyes y a los emperadores, que son elegidos
por Dios. Comte sitúa cronológicamente el estadio teológico en la Antigüedad y en el
Medioevo.
Comte piensa que la ley de los tres estadios está inscrita en la naturaleza misma del
espíritu. Tiene, por tanto, valor de primer principio que no necesita demostración.
«Me parece que basta enunciar esa ley, para que su exactitud sea
verificada inmediatamente por todos aquellos que tienen un cierto
conocimiento profundo de la historia general de las ciencias. No hay
ninguna de ellas, en efecto, que no se halle hoy día en el estadio positivo,
y que no podamos representarnos en el pasado compuesta esencialmente
de abstracciones metafísicas, y remontándonos aún más, completamente
dominada por las concepciones teológicas» [Curso de Filosofía positiva,
lec. 1].
Según Comte, también puede comprobarse muy fácilmente la verdad de esta ley,
pensado en la propia experiencia personal:
«Si bien toda teoría positiva tiene que estar basada necesariamente en la
observación, también es necesaria una teoría cualquiera que coordine esta
observación. Si al contemplar los fenómenos no los relacionáramos de
inmediato con algunos principios, no solamente nos sería imposible
combinar esas observaciones aisladas, y por tanto sacar provecho alguno
de ellas, sino que seríamos incluso enteramente incapaces de retenerlas, y
a buen seguro que los hechos permanecerían desapercibidos ante nuestros
ojos» [Curso de Filosofía positiva, p. 39].
Comte plantea, por tanto, la necesidad inicial de una teoría, cuya función primordial
sea la de coordinar los hechos, al margen de su contenido de verdad.
La teología ha servido, por tanto, como primer punto de apoyo para el esfuerzo
humano de comprender, y como programa inicial de la praxis que llevará
progresivamente, a lo largo de la historia, hacia el dominio científico-técnico de la
naturaleza.
Queda bien patente que, desde el punto de vista gnoseológico, esta explicación
comtiana es deudora del empirismo y del fenomenismo kantiano, que hunden sus raíces
en la filosofía cartesiana. En efecto, Descartes separó la unidad funcional de inteligencia
y experiencia, por medio de la cual se capta la unidad real del ente sensible, dejando
por un lado los fenómenos a los que había que buscar inteligibilidad y, por otro, los
conceptos que ya no expresaban el ser y la naturaleza de las cosas. En esta situación,
la inteligencia no tenía ya por objeto el ente sensible (lo real existente) sino el concepto
puro; y la sensación tampoco alcanzaba el ente sensible en cuanto tal, sino la sensación
puntual, el dato aislado, despojado de toda inteligibilidad intrínseca. El ser y la naturaleza
de las cosas quedaban reducidos a fenómenos [Sanguineti 1977b: 232-238].
Como el método es el mismo para todas las ciencias, las diversas disciplinas se
diferencian, según Comte, sólo por la mayor o menor complejidad de su objeto
específico. Es, por tanto, la extensión y la comprensión de los objetos (que Comte
prefiere designar como generalidad o universalidad y como complejidad o simplicidad,
respectivamente) lo que traza la delimitación de las ciencias. Éstas presentan una
complejidad creciente. La ciencia más simple es la Matemática, que estudia la cantidad,
la realidad más sencilla y general. A continuación está la Astronomía, que añade a la
cantidad el estudio de las masas dotadas de fuerzas de atracción. Luego, la Física, que
trabaja además con cualidades como la luz y el calor. Siguen la Química y la Biología,
que trata de la vida, añadiendo a la materia bruta la organización. Finalmente, vendría
la Física social o Sociología, que estudia el hecho de la sociedad y las constantes de los
comportamientos humanos [Curso de Filosofía positiva, pp. 100-101.113].
Esta jerarquía de las ciencias fundamentales indica también, para Comte, el orden
histórico necesario en el que han aparecido, puesto que la inteligencia humana sólo
puede pasar al objeto más complejo partiendo del más simple. La ciencia que ha llegado
primero al estadio positivo es la Matemática (Comte piensa, sobre todo, en los grandes
matemáticos de la Grecia clásica, Euclides, Pitágoras, etc.). Posteriormente, se ha
desarrollado la Astronomía y, luego, la Física, en el siglo XVII, que ha llegado a su
culmen con la ley de la gravitación universal de Newton. A continuación, ha alcanzado
el estadio positivo la Química, gracias al esfuerzo realizado por Lavoisier. La Biología ha
entrado también en su fase definitiva con los trabajos de Bichat y de Blainville. La
Psicología no es, para Comte, una ciencia a se, puesto que la reduce a Biología,
reconduciendo los fenómenos psíquicos a la fisiología.
El fundador del positivismo advierte que la última de las ciencias del elenco —la
Sociología— es falible e incierta, pues se encuentra todavía en el estadio metafísico.
Hasta entonces, se pensaba que los hechos sociales dependían de voluntades
arbitrarias y, por eso, se habían estudiado con un método que llevaba a “discusiones
interminables”, pero —según Comte— ha llegado el momento en el que también esos
hechos pueden ser tratados con los métodos de las ciencias positivas. El conocimiento
de las leyes que los relacionan permitirá, por primera vez, comprenderlos y preverlos. A
través del razonamiento y la observación, la Sociología puede establecer las leyes de
los fenómenos sociales, al igual que para la Física es posible establecer las leyes que
rigen los fenómenos físicos. Cuando se constituya la Física social quedará completado,
por tanto, el sistema filosófico.
A la filosofía le corresponde, por tanto, el estudio de las relaciones entre las distintas
ciencias y el descubrimiento de los principios comunes a todas (por ejemplo, la ley de
los tres estadios, o la necesidad de recurrir a la matemática). Las tareas de la filosofía
son mucho más modestas de las que se habían asignado a la metafísica tradicional.
Consisten, en definitiva, en promover el “espíritu científico” que ha consentido a la
humanidad obtener resultados decisivos en el conocimiento del mundo y en su dominio,
controlando que todos los trabajos queden dentro de este espíritu. La Filosofía positiva
no es más que la enciclopedia de todas las ciencias, el sistema de los conocimientos
universales y científicos, ofrecido en una sola visión total. Así lo declara Comte al
comienzo de su Curso.
«Esta revolución general del espíritu humano está hoy casi enteramente
cumplida: sólo resta, como ya he explicado, completar la filosofía positiva,
abrazando también los fenómenos sociales y, a continuación, resumirlos en
un solo cuerpo de doctrina homogénea. Cuando este doble trabajo esté
suficientemente avanzado, el triunfo de la filosofía positiva, se realizará
espontáneamente y se restablecerá el orden en la sociedad. La preferencia
tan pronunciada que casi todas las mentes, desde las más preparadas a las
menos dotadas, conceden hoy a los conocimientos positivos, sobre las
especulaciones vagas y rústicas, hace presagiar la enorme acogida que
tendrá esta filosofía, cuando adquiera la única cualidad que todavía le falta:
su carácter de generalidad conveniente» [Curso de Filosofía positiva, p. 68].
«No creo que sean necesarios más detalles para aclarar que el objetivo de
este curso no consiste en absoluto en presentar todos los fenómenos
naturales como idénticos en el fondo, salvo la variedad de sus
circunstancias. La filosofía positiva sería perfecta si esto pudiera ser así.
Pero esta condición no es necesaria, ni para su formación sistemática, ni
tan siquiera para la realización de las grandes y ventajosas consecuencias
a las que está destinada. No hay más unidad indispensable que la unidad
de métodos la cual puede y debe existir y se encuentra en su mayor parte
establecida» [Curso de Filosofía positiva, p. 71].
Junto con esto, Comte advierte que un tal sometimiento de la libertad individual a la
autoridad sólo es posible por motivos religiosos. Nota que el cristianismo ha sido capaz
de suscitar unas actitudes que son esenciales para la vida social (la solidariedad que
lleva a buscar no sólo el interés personal legítimo, sino también el bien común; y esta
actitud no es capaz de ser suscitada por leyes). Impulsado por las ideas de Joseph de
Maestre, reparó en el modo como en la Edad Media el cristianismo había logrado
aglutinar todo un sistema intelectual y social global, que dotaba de orden a la cultura y
al saber humanos. Por este camino, la exigencia de religiosidad, que Comte había
declarado superada con el advenimiento del estadio metafísico y, más aún, del positivo,
viene de nuevo reclamada en la época científica como instrumento (medio) necesario
para la reforma sociológica. La religión positivista tiene, por tanto, un papel social
importantísimo, el de ser principio de la unidad de la sociedad: «La verdadera unidad
está, pues, constituida al fin por la religión de la Humanidad» [Système de politique
positive, en Oeuvres, t. IX].
Comte rechaza todas las concepciones de la religión características de los estadios
teológico y metafísico, como el panteísmo y el teísmo. Ni Dios, ni la Naturaleza pueden
ser objeto de culto religioso. Sólo queda, entonces, la Humanidad concebida como un
todo que, bajo el nombre de “Gran Ser” (Grand Être), Comte la propone, en su etapa
final, como objeto de culto en la nueva religión positivista.
El “Gran Ser” comprende todos los hombres del pasado, del presente y del futuro que
han contribuido o contribuyen al progreso y a la felicidad del género humano. Comte
asigna a este “Gran Ser” una unidad existencial superior, incluso, a la existencia real del
hombre individual, puesto que esta existencia descansa en la continuidad biológica de
la generación del tiempo presente con las del pasado y del futuro. Considera el espacio
como un ser místico al que llama “Gran Medio” o “Gran Ambiente” (Grand Milieu), en el
que está situada la Tierra, el “Gran Fetiche”. El “Gran Fetiche”, el “Gran Medio” y el “Gran
Ser” constituyen la trinidad de la religión positivista, cuyo dogma fundamental es “el amor
como principio, el orden como base y el progreso como fin” (l’amour comme principe,
l’ordre come base, le progrés come but).
3. Reflexiones críticas
Aunque la doctrina de Comte ha recibido muchas críticas, tanto en su concepción
general como en aspectos particulares, su núcleo —la instancia antimetafísica y la
extremada valoración de las ciencias—, sigue presente en muchas orientaciones de la
cultura contemporánea. Se exponen a continuación algunas de las críticas más
significativas a los aspectos histórico-epistemológicos y metafísicos del pensamiento
comtiano.
En el estadio metafísico que, para Comte, es la época que va desde Descartes hasta
Hegel, es verdad que la filosofía asume una importancia preponderante, sobre todo en
el racionalismo, que propone la independencia de la razón de la fe, y que culminará en
el monumental edificio hegeliano. Pero no puede decirse que la Teología fuese
expulsada claramente en estos momentos: o bien se la dejó de lado metódicamente
(Descartes) o bien fue criticada en su forma de religión positiva (Ilustración) o en todo
caso fue asumida por la Razón (Hegel).
En las explicaciones que ofrece el autor del positivismo es fácil advertir que el
estadio metafísico no obedece a una descripción de la historia real: más que tener valor
y sentido en sí mismo, parece un artificio ideado para justificar la necesidad del estadio
positivo de todo el saber.
En la vida real, los caminos de la filosofía y de las ciencias no son excluyentes, sino
que suelen entrecruzarse o ir en paralelo, de modos muy variados. En todas las épocas
están presentes múltiples religiones, doctrinas metafísicas y conocimientos científicos
particulares. Estos tres ámbitos del saber se desarrollan, con predominio de uno u otro,
en dependencia de la libertad humana.
Los estudios e investigaciones históricas realizadas desde mediados del siglo XIX
permiten concluir que la ley de los tres estadios no responde al curso real de la historia,
ni en su planteamiento general —sucesión de periodos que se excluyen— ni en los
detalles del desarrollo de cada estadio. Tampoco refleja la historia seguida por cada
ciencia. En realidad no es más que una abstracta identificación de tres posiciones
“puras”, artificialmente contrapuestas, que tampoco gozan de verificación a nivel
individual.
La idea de que la ciencia puede resolver todos los problemas del hombre —otra
manifestación de la concepción cientificista de la ciencia— es intrínsecamente ingenua.
En efecto, por su misma naturaleza, el conocimiento científico se circunscribe a ámbitos
determinados de la realidad y, por tanto, existen problemas para los cuales ni siquiera
tiene sentido pedir solución a la ciencia. El conocimiento científico es siempre parcial y
contextual y, por tanto, ninguna ciencia puede proporcionar soluciones a problemas que
tengan un carácter global. Además, incluso los problemas que la misma ciencia resuelve
están, muchas veces, en dependencia de decisiones humanas que se sitúan en el
terreno extra-científico, en el ámbito de la libertad, de las responsabilidades individuales,
sociales, políticas, etc. [Agazzi 1983: 116-136].
Hoy es patente que el gran progreso de las ciencias experimentales desde la segunda
mitad del siglo XIX se debe, en buena parte, a los conocimientos logrados acerca del
mundo microfísico e intracelular, yendo mucho más allá de lo dado en la experiencia, o
sea, en la dirección que Comte había prohibido. La genética, por ejemplo, no se ha
limitado al cálculo estadístico y de predicción de caracteres de la descendencia, sino
que ha continuado en el intento de buscar el principio explicativo de tales proporciones,
postulando primero las unidades hereditarias y después, los genes, hasta llegar a
establecer su estructura química. Si la ciencia hubiera seguido las directrices del
positivismo, no tendríamos hoy ni la microfísica, ni la astrofísica, ni la teoría de la
relatividad, ni la bioquímica, ni la genética.
En toda su obra se observa, además, que esquiva constantemente los hechos que
contradicen o plantean dificultades a su ley. Esta situación, muy repetida, no incidental,
muestra que la elaboración sistemática del positivismo no tiene explicación desde el
punto de vista lógico. Puede comprenderse sólo como decisión de la voluntad a partir
del fin que pretende: la organización de la sociedad por medio de la Física social, dotada
de leyes tan exactas como las de la atracción gravitacional. La credibilidad de este deseo
dependía de que se demostrase que las ciencias —la biología en particular— hubieran
alcanzado su estadio definitivo pues, al fin y al cabo, la sociedad no sería más que un
inmenso organismo, un sistema biológico más amplio y complejo. Comte escribía:
Dios y las criaturas producen un efecto común, pero no como si Dios produjese una
parte de ese efecto y la criatura otra parte. No se trata de una mutua integración de
causas parciales, sino de la fundamentación de la causa particular en la Causa por
esencia. La “moción” divina en el obrar de la criatura no disminuye, por tanto, la eficacia
propia del sujeto que está obrando, sino que la fundamenta.
El quicio de la relación entre la Causa Primera y las causas segundas está, por tanto,
en la participación. Cuando se deja de lado esta doctrina, entonces se entiende la causa
segunda como totalmente autónoma y la dependencia de la Causa primera se hace
extrínseca, incluso violenta o superflua. A la vez, como la consistencia o dignidad de la
causa segunda se centra en su independencia, se plantea la necesidad de negar la
Causa Primera o de hacerla, cada vez, más remota. El positivismo teme que la referencia
a Dios lleve al descuido de las causas segundas. Se piensa que en tiempos antiguos la
ingerencia de Dios había constituido un lastre para progresar en el conocimiento de los
mecanismos que permiten el dominio de los fenómenos. De ahí que el arrinconamiento
o la ausencia de Dios se considere signo de progreso científico: cuantos más fenómenos
logre explicar la ciencia, menos necesario sería el recurso a Dios, hasta llegar a poder
prescindir totalmente de Él. Comte piensa que el poder de prever los fenómenos y de
controlarlos destruye la creencia de ser gobernados por voluntades mudables. En este
sentido, la obra de Comte se dirige a borrar cualquier intervención causal de Dios en el
mundo y a eliminar todo residuo de metafísica del ser en la elaboración de las ciencias.
***
«La ley de los tres estadios se presenta así como una descripción en la que
Comte sintetiza el avance de la civilización moderna hacia el ateísmo, el
progresivo alejamiento de Dios que se estaba operando en el mundo, y más
en concreto el paso operado por el humanismo radical desde el ámbito de
la filosofía al de las ciencias, característico del ambiente cultural de las
primeras décadas del siglo XIX. Al formular su ley, Comte no hace más que
tomar conciencia de una definida orientación de la cultura moderna, no
absolutamente universal, pero ciertamente dominante» [Sanguineti 1977a:
200].
4. Bibliografía
4.1. Obras de Auguste Comte
Oeuvres d’Auguste Comte, 12 vol, Anthropos, Paris 1968-1970. Es la única edición
de las obras completas.
Discurso sobre el espíritu positivo, Aguilar, Buenos Aires 1965; Alianza, Madrid 1988.
SANGUINETI, J.J., Augusto Comte: “Curso de Filosofía positiva”, Emesa, Madrid 1977.
―, Discusión sobre la ley de los tres estadios de Comte, en: “Atti del Convegno
Evangelizzazione e Ateismo”, Paideia, Roma 1981, pp. 697-708.
STUART MILL, J., Augusto Comte y el positivismo, Aguilar, Buenos Aires 1972.
Traducción al castellano de Dalmacio Negro Pavón. Esta obra de Mill versa
sobre el Curso de Filosofía positiva completo y sobre la última doctrina de
Comte.
CANTORE, E., L’uomo scientifico. Il significato umanistico della scienza, EDB, Bologna
1988.
JAKI, S.L., The Road of Science and the Ways to God, Scottish Academic Press,
Edinburgh 1980.
PUTNAM, H., Mind, Language and Reality. Philosophical Papers, vol. 2, Cambridge
University Press, Cambridge (MA) 1975.
SELVAGGI, F., Filosofia del mondo. Cosmologia filosofica, PUG, Roma 1985.
Resumen de licencia