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1991-2017
Como lo expresé al inicio de este escrito, la justicia fue uno de los temas centrales
de la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, y aunque el texto final
estableció algunas disposiciones valiosas, fue la rama judicial y la administración
de justicia el principal yerro de la Carta Constitucional de 1991. El tratamiento
constitucional de la administración de justicia se inicia consagrando que ella es una
función pública y que sus decisiones son independientes y sus actuaciones públicas
y permanentes, bajo la prevalencia del derecho sustancial. Así mismo establece
que los términos procesales se observen con diligencia, so pena de que su
incumplimiento sea sancionado. Y finalmente consagra que el funcionamiento de la
administración de justicia será desconcentrado y autónomo (C. P:, Art. 228).
Seguidamente la Constitución estableció el derecho de toda persona para acceder
a la administración de justicia (C. P., Art. 229). Otro aspecto valioso establecido
por la Constitución Política de 1991, fue el reconocimiento de la jurisdicción
indígena (C. P., Art. 246), como expresión del pluralismo que informa la Carta, Así
como la previsión de que le ley cree jueces de paz que resuelvan en equidad
conflictos individuales y comunitarios, que podrían ser elegidos por votación
popular (C. P., Art. 247). ¿Pero en qué se concreta el yerro constitucional de 1991
en materia de administración de justicia?, pues creo que el principal yerro consistió
en haber creado múltiples jurisdicciones, incluyendo, además de la ordinaria,
encabezada por la Corte Suprema de Justicia, y la Contencioso administrativa,
encabezada por el Consejo de Estado, una nueva jurisdicción constitucional, en
cabeza de la Corte Constitucional, yendo contra nuestra tradición institucional y
judicial iniciada con la progresista Reforma Constitucional de 1910, promovida a
instancia de la Unión Republicana liderada por el ex presidente Carlos E. Restrepo,
que por primera vez en el mundo creó una acción judicial para controvertir la
legislación y los decretos con fuerza de ley por vicios de inconstitucionalidad ante
la Corte Suprema de Justicia, que en adelante ejerció tal competencia con toda
probidad y sindéresis. De modo que la nueva jurisdicción creada por los
constituyentes de 1991 constituyó una ruptura con nuestra tradición institucional,
constitucional y judicial, favoreciendo los posteriores y negativos conflictos de
competencia y jurisprudenciales entre las altas cortes, en particular, entre la Corte
Suprema de Justicia, limitada a ser un tribunal de casación, y la Corte
Constitucional, conflictos conocidos como "choques de trenes", los cuales provocan
situaciones que alteran la vida institucional y política del país, y que no favorecen
la seguridad jurídica, principio central del Estado constitucional y democrático de
derecho, y que en cambio favorecen la arbitrariedad judicial. Casi desde que inició
funciones la Corte Constitucional, han tenido lugar los muy frecuentes conflictos de
competencia, toda vez que ella, en ejercicio de la eventual revisión de las
decisiones judiciales de la acción de tutela (C. P., Arts. 86 y 241-9), se ha atrevido
a anular las sentencias judiciales, incluidas las sentencias de casación, apelando a
la doctrina de la "vía de hecho judicial".
BIBLIOGRAFÍA
[1] El movimiento tomó tal nombre porque en las elecciones del 11 de marzo de 1990, se elegirían el
Senado de la República, la Cámara de Representantes, las asambleas departamentales, los alcaldes y
concejos municipales, y las juntas administradoras locales, sumando seis (6) votaciones populares.
[2] Los siguientes son los considerandos en que se fundamentó el Decreto: “Que mediante Decreto
número 1038 de 1984, se declaró turbado el orden público y en Estado de Sitio todo el territorio
nacional; Que la acción de los grupos que promueven diversas formas de violencia se ha recrudecido, lo
cual ha agravado la perturbación del orden público y ha creado un clamor popular para que se
fortalezcan las instituciones;
Que el urgente fortalecimiento institucional es necesario para retornar a la normalidad y para superar la
situación permanente de perturbación del orden público; Que dicho fortalecimiento es posible con la
amplia y activa participación de la ciudadanía que es necesaria para que las instituciones recobren su
plena eficacia; Que el 11 de marzo de 1990 un número considerable de ciudadanos, por iniciativa
propia, ante la inminente necesidad de permitir el fortalecimiento institucional en ejercicio de la función
constitucional del sufragio y de su autonomía soberana, manifestaron su voluntad para que la
Constitución Política fuera reformada prontamente por una Asamblea Constitucional y que dicha
convocatoria ha sido recogida y reiterada por las diversas fuerzas políticas y sociales; Que el mandato
popular debe ser reconocido no sólo con el fin de contribuir a normalizar la situación de turbación del
orden público por la que atraviesa el país, sino de obtener nuevas alternativas de participación política
que conduzcan al logro del restablecimiento del orden público; Que frustrar el movimiento popular en
favor del cambio institucional debilitaría las instituciones que tienen la responsabilidad de alcanzar la paz
y generaría descontento en la población; Que el Gobierno debe facilitar que el pueblo se pronuncie en
las elecciones del 27 de mayo de 1990, puesto que “La Nación Constituyente, no por razón de
autorizaciones de naturaleza jurídica que la hayan habilitado para actuar sino por la misma fuerza y
efectividad de su poder político, goza de la mayor autonomía para adoptar las decisiones que a bien
tenga en relación con su estructura política fundamental” (Corte Suprema de Justicia, sentencia de junio
9 de 1987); Que por todo lo anterior el Gobierno Nacional, interpretando la voluntad de los colombianos
y dando cumplimiento a su obligación constitucional de preservar el orden público y buscar todos los
medios necesarios para lograr su restablecimiento, debe proceder a dictar una norma de carácter legal
que faculte a la Registraduría Nacional del Estado Civil para contabilizar los votos que se produzcan en
torno a la posibilidad de convocar una Asamblea Constitucional, por iniciativa popular”.