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El relojero de Cordoba COMEDIA EN DOS JORNADAS Estrenada el 11 de noviembre de 1960 en el Teatro del Bosque, con el siguiente REPARTO Martin Gama, relojero Ratl Dantés CASILDA, su mujer Ana Ofelia Murguia Dieco DoMfNGUEZ, su cufiado Mario Orea Ismpora, esposa de Diego Aurea Turner NuNo NUNEZ, amigo de Martin Antonio Gama ALONSO PECH, mesonero Antonio Alcala Justicia Antonio Medellin EscriBaNo Roberto Dumont Don LEANDRO PENELLA DE HitA, magistrado Fran- cisco Jambrina ELvrra CENTENO, viuda Aurora Alvarado Su Tia GALATEA Amparo Villegas EL seNor SaLcepo Rolando de Castro Marrisa, vecina Socorro Avelar Lisarvo, pastor Héctor Ortiz Una Muser Bonita Marta Verduzco Ex Verpuco Rolando de Castro Su AyupANTE Francisco Jiménez UN OFicraL Oscar Chavez Dos C1rcos, hombre y mujer Manola Alegria y Alberto Rizquez UN NINo, lazarillo Leonardo Flores ALcUACILEs Y CurIosos Rodolfo Quiroz, Otoniel Llamas, Juan Angel Martinez, Alicia Quintos, Angelina Peldez, Mario Benedicto, Diego de Leén Ademds, SERAFINA En Cordoba y Orizaba, Ver., afios despues de la fun- dacién de Cérdoba. Direccién: Héctor Mendoza Musica: Rafael Elizondo Escenografia y vestuario: Arnold Belkin JORNADA PRIMERA 1 Alcoba de Diego Dominguez Diego en cama, quejdndose. Suenan cuatro tremendas campanadas. Diego grufie y se agita. Entra Isidora. Dual tLOr qué no viene ese idiota? ‘stpoRA.—Esta esperando a que un reloj dé |: ; Dieco.—¢Y Casilda? on y phates Isrpora.—Lo ayuda. Direco.—Sea por Dios. ¢Va a seguir sonando la maldita campana? Istpora.—Dice que ya va a acabar. Dieco.—j Conmigo! No deb{ hacerte caso. Debi meter a Casilda en el convento. Istpora.—Era mucho mas caro: la dote, las limosnas. .. Dirco—j Mas caro! La dote del convento la habria pagado una sola vez. En cambio: ¢cudnto nos va costan- do ya el dichoso negocio? Para marido, es mucho mds barato Dios que un relojero. Istpora.—Tu hermana no queria meterse monja... Dirco.—A estas alturas, los meterfa monjes a los dos, con dote y todo. (Suena la campana, estentéreamente, cuatro veces.) DiEco.—j Y sigue el maldito esc4ndalo! ¢No estaba es- perando que dieran las tres? Ismpora.—Si. Dirco—Soné cuatro veces. Istpora.—Eso pasa siempre. D1rco.—Ya no veo la hora en que se larguen a Orizaba. Istpora.—¢Les dijiste? DrEco._No. Istpora—No van a querer. Drseco.—¢Por qué no? Istpora.—Aqui tiene sus clientes... Dirco.—; Cudles? Istpora.—No sé... Pero Martin se da sus humos. No va a querer ser portero. 10 Dreco.—Primero, que compre el edificio. Luego, no sera cuestién de que quiera o no. Alla en la porteria puede tener sus relojes, y campanear cuanto quiera. (Entra Casilda.) Cas1Lpa.—Diego. Dreco.—¢Por qué no viene tu marido? CasiLpa—Llegé una compradora... Dreco.—j Bendita la hora! Que venda cuanto antes, lo espero. Casitpa—Es que... ésta viene por su dinero. Dreco.—j ¢Cual?! CasiLpa.—Compro un reloj de sol, y tenemos nublados desde hace quince dias. Dreco—;Y le van a devolver el] dinero? CasttpA.—Es la mujer del justicia. Dreco.—No le devuelvan nada. Que tome una l4mpara tu marido y camine alrededor del reloj. No estén los tiempos para devolver nada. CasiLpA.—Diego: ya no tenemos el dinero y pensdba- Mos que tt... Dieco.—j Yo, siempre yo! (Suena 1a gran campana, tres veces.) Casttpa.—jAlabado sea Dios! (Corre a la puerta.) ¢Lo arreglaste, Martin? Martin.—(Fuera.) No. Ahora debié dar Jas cinco. Dreco.—Dale un reloj de arena a esa mujer. Dinero, no. Casitpa.—Eso le dimos antes, pero el aire esté himedo. La arena no corria. Dreco—Pues dale un reloj de péndulo. CasiLpa.—Son los mas caros. Dirco—Lo mis caro de todo es el dinero. Déjame en paz. (Grita.) ;Y quiero hablar con tu marido! (Sale Casilda.) D1eco—El profeta de los negocios: vende relojes de sol en tiempos de nublado, relojes de arena cuando el aire est4 htimedo. ¢Qué esperas para ponerme las cata- plasmas? (Isidora obedece.) {Con cuidado, me quemas! |Mis pobres rodillas! Istpora.—zEn los codos también? 11 Diz¢o.—j Claro que también! Si Casilda fuera monja, ya estaria pidiéndole a Dios que curara mi reumatismo. En cambio, ¢de qué nos sirven ella y su dichoso marido? Iswora—Ya ves, ahora van a servirte. Dirco.—Eso espero. (Suena la campana con furia, mu- chas veces.) {Pero cAllalo, y traelo, y acaba de ponerme las cataplasmas de la nuca! ¢No entiendes? ;Y que se callen esas campanas, no quiero oirlas mas! (Isidora corre atontada, de un lado a otro, con la ca- taplasma entre las manos. Callan los campanazos. Se asoma Casilda.) Dieco.—Qué horas estaba dando? CasILpa.—La una. (Entra Martin. Es un hombre de buen fisico; tiene ojos de iluminado.) Martin.—(Molesto.) Perdéname, ya sé, las campanas, ese reloj. Pero ya no va a sonar mas. Dieco.—zLo arreglaste por fin? ~ Martin.—Se raj6 la campana. Dreco.—¢Cudnto Ilevas gastado en esa m4quina? Martin.—Pues.., un gran reloj resulta siempre... un poco caro, {Pero se gana mucho al venderlo! Dieco.—¢Cudnto llevas gastado? Marrin.—Cuando esté terminado, el Arzobispado va a rogarme que se lo venda para la catedral de México. Pero voy a decirle que no: que es para Cérdoba. Voy a hablar con cada uno de los treinta caballeros. Pueden contribuir con un poco cada uno, y pagarme el reloj. Y entonces, nuestra parroquia tendra lo que ninguna otra. Bueno, lo que ninguna de Nueva Espajfia, porque del mundo... no estoy seguro, En Venecia hay un reloj que tiene dos apéstoles. O dos moros, no sé muy bien. Y creo que no caminan, nada mds pegan con un mazo en la campana, al dar la hora. , Dirco.—{Cudndo piensas vender el tuyo? Martin.—Deja que lo termine. Hay cuatro evangelis- tas y dos arcangeles. ; Todos tocan las campanas! Y lo mejor de todo: cuando suenan las doce, salen doce es- queletos con guadafias, como un desfile. En realidad son 12 _ tres, pero parecen doce, y hacen cinco gestos distintos _ cada uno. : z Dreco.—j Esqueletos! j; Eso es horroroso! Martfn.—Precisamente. Para recordar que esta vida + es prestada y cada instante precioso. _ Dteco.—Precioso espectaculo va a ser: doce esqueletos haciendo mojigangas en Ja torre de la parroquia. Cuando haya parroquia, porque hace un afio empezaron los tra- bajos. Dentro de diez iras teniendo torre para tu reloj. Martin.—Diez afios? Bueno, yo también voy a tardar- me... jNo tanto, claro! Puedo venderlo antes. Dreco.—Martin: tu relojeria es un desastre. MartfN.—No va tan mal como’ crees. Dreco.—Si te instalaras en otra parte, en otro pue- blo... ¢Quién quiere relojes aqui? Martin.—Estoy empezando apenas... Drsco.—Bueno, ya sé. Llevas un afio de empezar. Lo - que quiero decir es otra cosa. Estoy aqui tendido, con este malvado reumatismo... jAy! j;Ay! Se me olvida un momento, pero lo nombro y ahi estan los dolores. ;Isi- dora! ;La cataplasma, pronto! Tstpora.—¢ Otra? Dieco.—j Otra! Istpora.—Y adénde te la pongo? Ya tienes mas cata- Plasmas que pellejo. _ Dteco.— Me vas a obedecer? Istora.—Esta bien, esta bien. ¢Adénde? Dieco—En las mufiecas. (Ella obedece.) Te digo que ‘estoy aqui tendido, y en Orizaba venden, a muy buen io, un patio de vecindad. Don Ursulo Téllez se va a corte y no quiere dejar abandonadas sus propiedades ; “Tas vende. Yo voy a comprar su patio de vecindad, pero 5 estoy, en las prisiones de mis dolores... jAy! istpora.—Ya sé, ya sé. (Le pone otra cataplasma.) Dirco.—zLo ves? No puedo moverme de aqui. Mar- ' tin: gserds capaz de no extraviarte en el camino? ¢Seras ‘@apaz de no perder 250 onzas de oro? Martin.—:Doscientas cincuenta onzas? ¢De qué? ¢Di- fiste perderlas o ganarlas? Dirco.—j Dije para la compra! ¢No has entendido nada? No puedo ir, debes Ilevarle ese dinero a don Ursulo. Voy prestarte la Serafina, mi mejor mula; debes salir hoy. @ voy a dar una onza para el viaje. No deberds gastar 13

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