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ISFD nº 29 Merlo

Cátedra: Historia Social y Cultural de la Literatura I


Prof.: Lic. Susana Caba

Textos sobre movimientos literarios

Romanticismo argentino

Esteban Echeverría, figura destacada del romanticismo argentino,


escribió «La cautiva» y «El matadero».
El Romanticismo tuvo su primera manifestación en la Argentina con la aparición
en 1832 del poema Elvira o la novia del Plata de Esteban Echeverría, quien lideró el
movimiento que se concentró en la llamada Generación del 37 y tuvo uno de sus centros
en el Salón Literario. El romanticismo argentino integró la lengua tradicional española
con los dialectos locales y gauchescos, incorporó el paisaje rioplatense a la literatura y
los problemas sociales. El romanticismo argentino se produjo íntimamente ligado con el
romanticismo uruguayo. En Hispanoamérica, el contenido nacionalista del
romanticismo confluyó con la recién terminada Guerra de Independencia (1810–1824),
convirtiéndose en una herramienta de consolidación de las nuevas naciones
independientes, recurriendo al costumbrismo como una herramienta de autonomía
cultural.
Entre las obras más importantes del movimiento se destacan «La cautiva» y «El
matadero», ambas de Echeverría, el Martín Fierro obra maestra de José
Hernández, Amalia de José Mármol, Facundo de Domingo F. Sarmiento y el folletín y
obra dramática Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez, considerado fundador
del teatro rioplatense.

Selección de textos

“A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de


sus ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de
América que deben ser nuestros prototipos. Temo muchas razones para no seguir ese
ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi
narración, pasaban por los años de Cristo de 183... Estábamos, a más, en cuaresma,
época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la iglesia adoptando el precepto
de Epitecto, sustine abstine (sufre, abstente) ordena vigilia y abstinencia a los
estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el
proverbio, busca a la carne. Y como la iglesia tiene ab initio y por delegación directa de
Dios el imperio inmaterial sobre las conciencias y estómagos, que en manera alguna
pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede lo malo.
Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos,
sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a
toda especie de mandamiento, solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos
necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la abstinencia
por la Bula..., y no con el ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan,
dispuestos siempre a violar los mandamientos carnificinos de la iglesia, y a contaminar
la sociedad con el mal ejemplo.

Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los
pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en
acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de
Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del
alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su cauce y
las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos, y
extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del
Norte al Este por una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en
cuya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y
las copas de los árboles, echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al
horizonte como implorando misericordia al Altísimo. Parecía el amago de un nuevo
diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias.
[…]. Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la peroración
de los sermones y por rumores y estruendos subitáneos en las casas y calles de la ciudad
o donde quiera concurrían gentes. Alarmose un tanto el gobierno, tan paternal como
previsor, del Restaurador creyendo aquellos tumultos de origen revolucionario y
atribuyéndolos a los mismos salvajes unitarios, cuyas impiedades, según los
predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la cólera divina;
tomó activas providencias, desparramó sus esbirros por la población y por último, bien
informado, promulgó un decreto tranquilizador de las conciencias y de los estómagos,
encabezado por un considerando muy sabio y piadoso para que a todo trance y
arremetiendo por agua y todo se trajese ganado a los corrales”. (E. Echeverría, “El
matadero”).

Naturalismo argentino
Es el ejemplo más logrado de la vertiente urbana de la escuela naturalista.
Posiblemente, Buenos Aires era, hacia 1880, la capital más rica y «europea» de
Hispanoamérica, y la única donde las características reseñadas como condicionantes del
n. se habían dado en toda su crudeza: llegada de grandes oleadas inmigratorias de
españoles e italianos, contradicción entre el liberalismo burgués y el sedicente
liberalismo oligárquico representado por el roquismo (presidente Julio A. Roca), fuerte
sentido de frustración social, etc. Argentina fue el único país donde se produjo un
enfrentamiento directo entre los intereses de la pequeña y la alta burguesía (la
revolución de 1890 que hizo dimitir al presidente Juárez Celman y de la que nació el
que había de ser partido radical) y donde, frente a la literatura oligárquica que
representa la estetizante generación de 1880, la novela naturalista se perfila como un fiel
reflejo de las luchas sociales presentes.
El antecedente más válido con el que la novela naturalista contaba en el país era La
gran aldea (1884), un ameno relato de Lucio Vicente López (1848-94) que, sin
embargo, no sobrepasa los linderos del realismo costumbrista. En ese mismo año
aparece Inocentes o culpables, de Juan Antonio Argerich (1862-1924), que es el
formidable alegato de un médico (tal era su autor, como otros muchos narradores de su
escuela) contra las lacras hereditarias aportadas por la inmigración no controlada. Más
tarde aparecen Irresponsables (1889) de Manuel T. Podestá (1853-1920) y, sobre todo,
las obras de Eugenio Cambaceres (1843-88), el más completo de los naturalistas
argentinos, que constituyen un sugestivo índice de las predilecciones del género: así,
Pot-pourri (1881), contada en primera persona, significó una cala profunda en los altos
medios porteños; Música sentimental (1884) pintó el desamparo moral del argentino
fuera de su patria; Sin rumbo (1885) describió un personaje que era casi autorretrato del
propio escritor y, por último, En la sangre (1887) volvió al tema de la situación social
del inmigrante.
Junto a Cambaceres podemos citar a Paul Groussac (1848-1929), con Fruto vedado
(1884); Francisco A. Siscardi (1856-1927), autor de la novela en cinco volúmenes Libro
extraño (1894-1902); Segundo Villafañe, que en Horas de fiebre (1891) narra las
miserias del mercado bursátil en plena efervescencia especulativa, al igual que La bolsa
(1891), una de las mejores novelas argentinas y obra única de Julián Martel (seudónimo
empleado por José María Miró, 1867-96). También Roberto J. Payró (1867-1928),
dramaturgo y novelista, alcanzó fama por sus cuentos de Pago Chico (1908). Pago
Chico era un imaginario pueblo argentino en el que Payró, con un humor muy poco
naturalista, simboliza la venalidad y las lacras permanentes de la vida política argentina;
una estructura semipicaresca similar es empleada más tarde por el autor para escribir
Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910), relato del ascenso hasta las más
altas esferas políticas de un sinvergüenza lugareño cuyo único recurso es la traición y el
engaño. Payró representa el declinar del género, paralelo al triunfo de los ideales
reformistas pequeñoburgueses de la década 1910-20.

Selección de textos

“De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en
la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidad de buitre se acusaba.
Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro
en la oreja; la doble suela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar
pesado y trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle. […] Así nació, llamáronle
Genaro y haraposo y raquítico, con la marca de la anemia en el semblante, con esa
palidez amarillenta de las criaturas mal comidas, creció hasta cumplir cinco años. De
par en par abriole el padre las puertas un buen día. Había llegado el momento de serle
cobrada con réditos su crianza, el pecho escrofuloso de su madre, su ración en el bodrio
cotidiano. Y empezó entonces para Genaro la vida andariega del pilluelo, la existencia
errante, sin freno ni control, del muchacho callejero, avezado, hecho desde chico a toda
la perversión baja y brutal del medio en que se educa”. (Cambaceres, E., En la sangre)

Realismo
En Argentina cultivaron la novela realista, además de Ocantos, Martín García Merou
(1862-1905), cuya obra Ley social (1885), de ambiente madrileño, trata del trillado tema
del joven libertino que muere a manos del marido ultrajado; José Serafín Alvarez
(conocido como «Fray Mocho», 1858-1903), más costumbrista que realista, autor de
innumerables cuentos y de la novela Un viaje al país de los matreros (1897), de
ambiente rural.
“PINCELADAS
La población más heterogénea y más curiosa de la república es, seguramente, la que
acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas
entrerrianas y santafesinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante.
¡Qué curioso y qué original es este gran río que lucha desesperado por ensanchar sus
dominios! ¡Cómo se defiende la tierra de sus ataques y cómo avanza tenaz y cautelosa,
aprovechando la menor flaqueza de su adversario!
Aquí, el río impetuoso arranca de cuajo un pedazo de isla y lo arrastra mansamente,
desmenuzándolo hasta dejar en descubierto los tallos trenzados de las lianas y camalotes
que formaron su esqueleto.
Más lejos, la tierra avanza una red de plantas sarmentosas -protegida por otra de esos
camalotes cuyos tallos parecen víboras y cuyas flores carnudas, pintadas con colores de
sangre sobre fondos cárdenos, exhalan perfumes intensos que marean- y, lentamente, va
extendiendo su garra sobre el río, inmovilizando sus olas, aprisionando los detritus que
arrastra la corriente, hasta poder formar un albardón donde la vida vegetal se atrinchera
para continuar con nuevos bríos la lucha conquistadora.
Este vaivén, esta brega de todos los instantes, da a la región una fisonomía singular y
difícil, donde cada paso es un peligro que le acecha y cuyo morador ha tomado como
característica de su ser moral, la cautela, el disimulo; es la región que los matreros han
hecho suya por la fuerza de su brazo y la dejadez de quienes debieran impedirlo.
Pensar aquí en la Constitución, en las leyes sabias del país, en les derechos individuales,
en las garantías de la propiedad o de la vida, si no se tiene en la mano el Smith Weston y
en el pecho un corazón sereno, es delirio de loco, una fantasía de mente calenturienta,
pues sólo impera el capricho del mejor armado, del más sagaz o del más diestro en el
manejo de las armas.
- ¿Y cómo arreglan ustedes sus diferencias -Preguntaba a un viejo cazador de nutrias-,
cómo zanjan sus dificultades?
- ¡Asigún es el envite es la rempuesta! ¡Si uno tiene cartas, juega, y si no se va a
barajas!
- ¿Es decir que aquí sólo tiene razón la fuerza? -¡Ansina no más es, señor!... ¡Aquí,
como en todas partes, sólo talla el que puede!” (Fray Mocho, Viaje al país de los
matreros)

Vanguardias

Los movimientos de vanguardia surgieron en Europa con un espíritu combativo y


rebelde que se oponía a las formas artísticas anteriores.
En América latina, la vanguardia representó una ruptura con la tradición retórica y de
armonía formal del Modernismo y trabajó por revolucionar el lenguaje poético a fin de
producir un arte tan universal y trascendente como el de las metrópolis europeas, con las
que mantenía un contacto fluido.
Los poetas vanguardistas querían inventar, a partir de las posibilidades infinitas del
lenguaje, un mundo nuevo en el que no existieran las fronteras culturales. Pero también
manifestaban la necesidad de expresar las culturas nacionales a través de la vuelta hacia
las propias tradiciones para encontrar las raíces de la identidad latinoamericana.

Las vanguardias en América del Sur


La vanguardia latinoamericana se forja a partir de la experimentación en poesía, y sus
principios y postulados son difundidos a través de manifiestos, programas o revistas. El
tono es siempre apasionado y se busca escandalizar al público a través de propuestas
contrarias a los cánones imperantes. En sus primeras expresiones, las vanguardias de
América del Sur asimilaron las innovaciones europeas, reaccionaron contra el Moder-
nismo decadente y trabajaron por revolucionar el lenguaje poético a fin de producir,
desde América, latina un arte tan universal y trascendente como el de las metrópolis
europeas.

La Argentina
Entre las principales vanguardias de la Argentina se encuentran el Ultraísmo,
movimiento de origen español (1918-1922) con influjos del Cubismo y del Futurismo.
El grupo ultraísta se formó en Buenos Aires después de que Borges regresara de España
y en torno a la revista Prisma (1921-1922). Más tarde se fundó Proa (1922-23, 1924-
25), Y como complemento y sucesión de esta, la revista Martín Fierro (1919, 1924-27),
donde Oliverio Girondo publicó el manifiesto martinfierrista, por el que apelaba a una
expresión más radical y subversiva de la "nueva sensibilidad". Tanto el Ultraísmo como
el Martinfierrismo pusieron el acento en la renovación lírica a través de imágenes y de
metáforas sorprendentes y originales.

“Espantapájaros” de Oliverio Girondo

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