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Scherezada 0 la construccion dela id ab tialdesconas oboe. e 9 aariuals. ony, aan iso aca = ‘aoa aDao ah 20 anos creia que eran muchas las cosas que debia deci, pienso que lo que quiero decir no es tanto. Hace 20 anos saber mis ~mucho més que ahora-, y-mis opiniones ‘mis contundentes. También tenia mucha més confianza ‘poder comunicar mi pensamiento. Como se vera, er algo Hoy no tengo esa confianza. He terminado por ‘atenta de que todo lo que me rodea es complejo, cam= equivoco ¢ inasible, que esté construido en capas'y ‘capas y que siempre queda alguna otra capa por debajo, sorprendente que me obligaré a replantearme todo a paso, y que la vida no me alcanzaré para explora sino pocos troz0s. Tampoco doy ya por descontada la comu: 6n, como hacta antes. Mas aun: hoy, en un mundo sa- como éste en el que vivimos, con tan poco silencio, dde mensajes, la comunicacion entre dos humanos parece un milagro. A veces, slo veces, se abre una fisura, rita, y algo de lo que uno dice puede pasar a formar ‘genuina de las preocupaciones de otro. ese sentido, los que, por razones diversas nos hemos “un hervidero de inmigrantes~ empezaba con un hombre “muy pobre, pero muy pobre (a veces yo queria saber hasta {qué punto era pobre el hombre ese, si tenia casa 6 no, sila ‘asa tenfa 0 no ventanas, si comia o no comia, si tenfa zapa- 103), que de pronto, por esas vueltas que tiene la vida, daba con este burto milagroso. Habia, ademas, algunas palabras, ‘migicas (mi abuela no habia leido a Propp, como cualquiera se puede imaginar, pero podia ejercer con todo desparpajo cualquiera de ls funciones). No recuerdo bien eémo descu- brria las palabras magicas el hombre este, pero sf recuerdo. muy bien cuiiles eran y que yo, aunque me las sabia de me- ‘moria desde hacfa tiempo, esperaba con mucha ansiedad que aparecieran.“Asnin, caga azuquin’,ésas eran. Y el burro, n= tonces, arrojaba por el trasero montones de monedas de or0, ‘con las que el pobre dejaba de ser pobre instantineamente, hasta podia comenzar a ser generoso. Pero la segunda parte del cuento era la verdaderamente emocionante porque ahi todo cobraba sentido. Habia un, ‘otro ~el antagonista, el villano-y ese otro no era pobre sino ticostan rico como pobre era el pobre (a veces yo preguntaba, ‘mo de rico, sicon ropas de terciopelo, relojes y cadenas de plata). BI otro, claro esti, codiciaba el burro. ¥ entonces lo obs, porque no estaba acostumbrado a privarse de nada de loque deseaba en este mundo. Y robé también la formula ‘magica, con lo que legaba a ese punto del cuento muy bien [provisto, tenigndolo todo para ser atin mas rico de lo que hhabfa sido hasta entonces. Pero quedaba atin un recodo, una litima vuelta en esa historia: al solemne y esperanzadk *asnin, caga azuquin” del nuevo duefo, el burro respon “con un brusco regreso ala naturaleza,y de su trasero no sa= ‘monedas de oro sino lo que sale del trasero de cualqui sque no es de cuento. El pico de la felicidad estaba momento antes del desenlace, un momento antes instante en que el inocente y justiciero burro enchastraba la alforbra de seda y brocado que habia tendido el codicioso a sus pies, con grandes cantidades de desprejuiciadas heces ‘malolientes. No era el tinico cuento, por supuesto, pero era uno de mis tos. Lo debo de haber pedido y escuchado cientos de ces entre los cinco y los siete aos, Estaba para mf cargado audacia. En primer lugar de audacia en el imaginario, rque, con palabras nada més, con aire que sala de la boca ‘mi abuela, se construia algo inesperado, algo que no for- iba parte del mundo de las cosas naturales (y hasta un it70 que violaba las reglas fisioldgicas). En segundo lugar in grandes cantidades de audacia social, hasta de rebeldia, que mi abuela, que no me permitia a mi decir palabras jconvenientes, incluta en el cuento una férmula magica 1 de picardia: “Asnin, eaga azuquin”, Eso me Hevaba a sar que, en el territorio ese que habitabamos por un rato dos, nuestros vinculos eran otros y eran otras las reglas. parecta, ademés, que habia en el cuento una valentia lea, porque, con arrojo y sin mezquindades, se llevaba la cia hasta sus tltimas consecuencias (que es lo que uno a.que suceda cuando tiene cinco, seis, siete aos). ‘otra parte, el hecho de que mi abuela y yo compartié= 8 esa excursién aventurera del cuento creaba un laz0 ‘entre nosotras. Yo valoraba —valoro~ mucho ese la «que considero inaugural a todos los que he formado a lo sde mi vida con escritores que he leo, con leetores con 5 comparti lecturas y con lectores que han leido mi ras. Formabamos parte de una cofradia, ramos habi- de un mismo territorio al que podiamos entrar y del ‘podiamos salir tantas veces como quisiésemos. Podia- ludir a el en determinadas circunstancias, hacer bro- tas al respecto, y con una mirada noma ya sabia- ry »

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