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A raíz del trabajo terapéutico unos se ve llevado a la concepción de que la histeria se genera por

la represión, desde la fuerza motriz de la defensa, de una representación inconciliable: de que la


representación reprimida permanece como una huella anémica débil y el afecto que se le arrancó
es empleado para una inervación somática: conversión de la excitación. En virtud de su
represión, la representación se vuelve causa de síntomas patológicos, vale decir, patológica ella
misma. A una histeria que muestre este mecanismo psíquico se le puede adherir la designación
de “histeria de defensa”.

La primera y más fuerte impresión que uno recibe a raíz de un análisis de este tipo es sin duda
que el material psíquico patógeno, supuestamente olvidado, no esté a disposición del yo ni
desempeñe papel alguno en la asociación y el recuerdo, a pesar de lo cual se encuentre aprontado
de alguna manera, y por cierto en buen y correcto orden. Por eso se trata sólo de eliminar
resistencias que bloquean su camino; los enlaces correctos de las representaciones singulares
entre sí y con representaciones no patógenas, recordadas con frecuencia, preexisten se
consumaron en su tiempo y fueron guardadas en la memoria. El material psíquico patógeno
aparece como la propiedad de una inteligencia que no necesariamente le va en zaga a la del yo
normal.

Las más de las veces no se tiene un síntoma histérico único, sino un conjunto de ellos en parte
independientes entre sí, en parte enlazados. No se debe esperar un único recuerdo traumático y,
como su núcleo, una única representación patógena, sino que es preciso estar preparado para
encontrarse con series de traumas parciales y encadenamientos de ilaciones patógenas de
pensamiento. El material psíquico de una histeria así se figura como un producto
multidimensional de por lo menos triple estratificación. En primer lugar estuvo presente un
núcleo de recuerdos en los cuales ha culminado el momento traumático o halló su plasmación
más pura la idea patógena. En torno de este núcleo hallamos una muchedumbre de increíble
riqueza, de un material mnémico de diversa índole que en el análisis es preciso reelaborar y
presenta un triple ordenamiento.

Primero, es inequívoco un ordenamiento lineal cronológico que tiene lugar dentro de cada tema
singular. He designado como formación de un tema ese agrupamiento de recuerdos de la misma
variedad en una multiplicidad estratificada en sentido lineal. Estos temas muestran una segunda
manera de ordenamiento: están estratificados de manera concéntrica en torno del núcleo
patógeno. Lo que constituye esta estratificación son estratos de resistencia, creciente esta última
hacia el núcleo y con ello zonas de igual alteración de conciencia dentro de las cuales se
extienden los temas singulares. La estratificación concéntrica del material patógeno es la que
confiere sus rasgos característicos a la trayectoria de tales análisis.

El tercer tipo de ordenamiento, el más esencial y sobre el cual resulta más difícil formular un
contenido universal es el ordenamiento según el contenido de pensamiento, el enlace por los
hilos lógicos que llegan hasta el núcleo, enlace al cual en cada caso puede corresponderle un
camino irregular y de múltiples vueltas. Ese ordenamiento posee un carácter dinámico, por
oposición al morfológico de las dos estratificaciones antes mencionadas.

La organización patógena no se comporta genuinamente como un cuerpo extraño, sino, mucho


más como una infiltración. La terapia no consiste en extirpar algo, sino en disolver la resistencia
y así facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes bloqueado. No se está equivocado al
hablar de un estrechamiento de conciencia. Es totalmente infructuoso avanzar en forma directa
hasta el núcleo de la organización patógena. Y aunque uno fuera capaz de colegirla, el enfermo
no sabría qué hacer con el esclarecimiento que se le obsequia ni sería alterado psíquicamente por
este último. Por las pistas que ofrecen unas lagunas en la primera exposición del enfermo, a
menudo encubiertas por enlaces falsos, encuentra uno cierto tramo del hilo lógico en la periferia
y desde ahí, mediante el procedimiento de la presión facilita el ulterior camino. Es imposible
instilarle al enfermo nada acerca de las cosas que presuntamente él no sabe o influir sobre los
resultados del análisis excitándole expectativas. Por eso no hay que temer manifestar ante el
enfermo alguna opinión sobre el nexo que se acerca; ello es inocuo.

Otra observación que uno tiene oportunidad de repetir en todos los casos, se refiere a las
reproducciones autónomas del enfermo. En el curso de un análisis así no aflora ninguna
reminiscencia singular que no posea su significado.

Una reminiscencia nunca retorna por segunda vez si ha sido tramitada; una imagen apalabrada
nunca más se volverá a ver. El síntoma en cuestión reaparece o surge con intensidad reforzada,
tan pronto como uno ha entrado en la región de la organización patógena que contiene la
etiología de ese síntoma, y entonces sigue acompañando al trabajo con unas oscilaciones
características e instructivas para el médico. La intensidad del síntoma se incrementa cuanto más
hondo se entre en uno de los recuerdos patógenos pertinentes. Esta oscilación en la intensidad del
síntoma histérico se repite cada vez que uno ataca un recuerdo nuevo, patógeno respecto de ese
síntoma. Una serie ininterrumpida lleva desde los restos mnémicos de vivencias y actos de
pensamiento henchidos de afecto hasta los síntomas histéricos, sus símbolos mnémicos. Es de
todo punto imposible analizar un síntoma de un tirón o distribuir las pausas en el trabajo de tal
suerte que ellas coincidan con puntos de reposo en la tramitación. El trabajo se vuelve al
comienzo tanto más oscuro y difícil mientras más profundamente se penetra en los productos
psíquicos estratificados. Pero una vez que uno se ha abierto paso hasta el núcleo se hace la luz y
ya no cabe temer ningún empeoramiento intenso en el estado del enfermo. La recompensa del
trabajo, el cese de los síntomas patológicos, no se puede esperar antes que para cada síntoma
singular se haya operado el análisis pleno. En virtud de las profusas conexiones causales
existentes, cada representación patógena todavía no tramitada actúa como motivo para
creaciones enteras de la neurosis y solo con la última palabra del análisis desaparece el cuadro
clínico en su totalidad, en un todo semejante esto al comportamiento del recuerdo singular
producido. Las representaciones que vienen de la profundidad máxima, las que constituyen el
núcleo de la organización patógena, son las que con mayor dificultad reconoce el enfermo como
recuerdos. Una ilación de pensamiento es perseguida desde lo conciente hasta lo inconsciente;
desde ahí uno la vuelve a llevar un trecho a través de lo conciente y otra vez puede verla terminar
en lo inconsciente, sin que esa alternancia de la iluminación psíquica importe cambio alguno en
la ilación misma, en su consecuencia lógica, en la trabazón de sus partes singulares.

Ya he admitido como posible que el procedimiento de la presión fracase, que no promueva


reminiscencia alguna. En tal caso, caben dos alternativas: la primera, que en el lugar donde uno
investiga no haya realmente nada para recoger; esto lo discierne uno por el gesto de total calma
del enfermo; o bien que se haya tropezado con una resistencia que sólo más tarde se podrá
vencer, que se esté frente a un nuevo estrato en el que aún no se puede penetrar. Es posible
además un tercer caso que de igual modo significa un obstáculo. Pero no de contenido sino
externo. Este caso sobreviene cuando el vínculo del enfermo con el médico se ve perturbado. Ya
he indicado el importante papel que corresponde a la persona del médico en la creación de
motivos destinados a derrotar la fuerza psíquica de la resistencia. Ese obstáculo sobreviene en
tres casos principales:

1. El de una enajenación personal, cuando la enferma se cree relegada, menospreciada,


afrentada, o ha escuchado cosas desfavorables sobre el médico y el método del
tratamiento. Es el caso menos grave.

2. Cuando la enferma es presa del miedo de acostumbrarse demasiado a la persona del


médico, perder su autonomía frente a él y hasta caer en dependencia sexual de él. Este
caso es más importante porque su condicionamiento es menos individual.

3. Cuando la enferma se espanta por transferir a la persona del médico las representaciones
penosas que afloran desde el contenido del análisis. La transferencia sobre el médico
acontece por enlace falso. Despierta el mismo afecto que en su momento esforzó a la
enferma a proscribir ese deseo prohibido. No se puede llevar a término ningún análisis si
uno no sabe habérselas con la resistencia que resulta de los tres hechos mencionados.
Uno halla el camino apropiado si se forma el designio de tratar a este síntoma,
neoproducido según un modelo antiguo, lo mismo que a un síntoma antiguo. La primera
tarea es volverle consciente este obstáculo al paciente.

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