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Capítulo 8:

APRENDER A ENFRENTAR Y A ESTAR


CON TODO EL ESPECTRO DE VIVENCIAS
Alejandro Celis H.

La habilidad de simplemente dejarnos sentir lo que sentimos -sobre cuya importancia me


extenderé más adelante- es algo que hemos desarrollado muy poco en nuestra mal llamada
educación y civilización occidental, y esto se debe a que nuestra educación se basa en adaptarnos
a un molde. Por mucho que se hable de educación personalizada y del respeto a la individualidad,
eso no se da salvo en muy contados casos, generalmente en lo que llamamos
"sistemas alternativos de educación" como los sistemas Waldorf o Montessori,
los que al menos lo plantean como intención. Desde niños, se desalientan las
manifestaciones muy energéticas -gritos, carreras, juegos muy entusiastas o
ruidosos-, no porque sean insanas, sino porque molestan o incomodan a los
adultos. Niños simplemente inquietos, desconcentrados o desmotivados por lo
que se enseña -o sea, que no se comporten como robots programables- son
inmediatamente escudriñados por alguna falla en su sistema nervioso.
También es claro que son muchas las vivencias que los adultos no aceptan,
que evitan y que, por tanto, enseñan a sus niños a evitar, de modo directo o
indirecto: emociones fuertes y sexualidad.
La enseñanza a la que estamos acostumbrados nos entrena a repetir juicios,
opiniones y estrategias de otros como si fueran propias. Desde la Enseñanza
Básica hasta la Universidad, el (la) alumno(a) es premiado(a) si repite lo más
exactamente posible aquello que le fue enseñado en la sala de clases o que

leyó en la bibliografía obligatoria. Esto es muy obvio en la educación norteamericana, donde se


premia la recitación de autores de la literatura, como si esto reflejara sabiduría. Muy rara vez se
refuerza realmente la reflexión y la opinión propia; y muchas veces, cuando esto sí ocurre, el
margen de aceptación de la diversidad de percepciones u opiniones depende de
profesores que no siempre están realmente dispuestos a aceptar posiciones
muy alejadas de las propias.
¿Cuál es la consecuencia de todo esto? Básicamente, aprendemos a desconfiar
de nuestro mundo interno, porque producto del condicionamiento hemos
concluido que nuestra espontaneidad puede meternos en problemas con los
demás. Y entonces, la apariencia y el disimulo son la orden del día: hemos
aprendido a actuar como máquinas, a responder a cada situación de un modo
pre-pautado, automático e inconsciente. No respondemos a la situación
presente desde nuestro ser; respondemos desde nuestro programa automático,
desde el condicionamiento. Nuestro ser es amoroso, compasivo y verdadero;
nuestro programa es mezquino, egocéntrico, calculador y falso. Nos lleva, no
a expresar nuestra verdad, sino a calcular cuál es la respuesta que más
conviene a nuestras prioridades mezquinas y paranoides.
Uno de los principales efectos de este condicionamiento represivo es que nos
distanciamos de nuestras vivencias y sensibilidad: no estamos conscientes de
todo lo que ocurre allí; incluso, me atrevería a decir que no estamos
conscientes de la mayor parte. Aprendemos a desconectarnos de ellas y a vivir
en un mundo de ideas y apariencia, intentando adecuarnos a las expectativas
de los demás. Naturalmente, esto ocurre en forma tan temprana que cuando ya

somos adultos la mayoría no tiene la menor consciencia del proceso que en


este sentido ha atravesado.
Ilustraré con los siguientes ejemplos: imaginemos que nos llama la atención
un(a) desconocido(a) en la calle. Quizás nuestra espontaneidad nos llevaría a
simplemente acercarnos y decirle, “Hola, me llamaste la atención. Quiero
saber quién eres, quiero satisfacer mi curiosidad”. ¿Qué ocurre en vez de
eso? Generalmente, una serie de diálogos internos, -mientras mantenemos una
apariencia exterior lo más inexpresiva posible- ”Me llama la atención esta
persona. Parece interesante. Me pregunto qué hace, quién es. Quizás
podríamos tener una relación amistosa o amorosa. Pero claro, ya estoy
saliendo con “X”… no puedo hacerle eso. Además, ¿qué sentido tiene? Lo
más probable es que no sea como la imagino. Tengo que aprender a
controlarme y a no pensar tonterías”.
O bien, “Qué atractiva es esa persona. Pero lo más probable es que yo no le
interese. Además, ¿cómo voy a simplemente acercarme, si no sé ni quién es?
Voy a hacer el ridículo… o quizás se burle de mí o se aproveche”. A pesar de
lo familiares y extendidas que son estas experiencias, hay una versión peor,
aún más extendida: actuar como un robot ensimismado, sin siquiera percibir lo
que sentimos en un momento determinado. Esto hasta puede tener diversas
justificaciones: “los buenos modales”, “la decencia”, “la fidelidad”, “el
vínculo matrimonial”, “la seriedad”, etc.
En el ejemplo anterior, dejarse llevar por el impulso no implica absolutamente
nada más allá de la situación estrictamente presente: nuestras fantasías nos
dicen que el mero acercamiento a esa persona que nos llama la atención

implica prácticamente entregarnos de pies y manos atadas a una situación


incontrolable. Acercarnos implica quedar absolutamente vulnerables a esa
persona, a merced de sus deseos: nos hemos –supuestamente- puesto a su
disposición. Obviamente, la idea no es ésa: nunca debemos perder de vista
nuestras señales internas. Supongamos que nos acercamos; ésa será una nueva
situación, con nuevos índices, nuevas posibilidades. Probablemente deseemos
seguir adelante con el contacto, o quizás no. En cada instante deberemos
seguir realizando esa evaluación: ¿qué queremos hacer ahora? ¿Cuáles son
nuestras señales internas?
La dificultad consiste, precisamente, en que prestamos atención a toda esta
serie de dictámenes internos, y no a nuestras auténticas señales. Nuestro ser
interior –quienes realmente somos- quiere experimentar, jugar, contactarse
con todo lo que esta vida ofrece. Desea aprovechar lo que el momento entrega
(el “Carpe Diem” de Horacio), estrujar la generosidad de la vida ahora –no
en un supuesto futuro con mejores condiciones-. En vez de dejarnos llevar por
ese impulso, ¿qué hemos aprendido a hacer? A ser cautos. A pensar las cosas.
A calcular lo que nos conviene. A ofrecer una falsa imagen a los demás. A
pensar en el futuro. A pensar en términos de una supuesta (y absolutamente
inexistente) “seguridad”.
"¿Qué provecho obtiene el hombre ganando el mundo entero si al hacerlo
pierde su alma?" (Mateo, 16: 26). Realmente grandiosa es esta cita de Jesús,
una de mis favoritas. En una sola frase, resume muchas cosas. ¿Qué se gana,
en verdad, acumulando bienestar económico y prestigio social para sí mismo y
la familia si en el camino se actúa pasando por encima de otros seres
humanos? ¿Qué se gana si no se respetan las necesidades de otros? ¿Si lograr

nuestros propósitos implica sacrificar nuestra vida presente? ¿Si, en suma,


“perdemos el alma” por desconectarnos del llamado de nuestro ser interior, de
momento en momento?
Como podemos verificar con sólo observar a nuestro alrededor, el adulto
común suele tener serias dificultades para permanecer solo y en silencio,
porque ello le enfrenta consigo mismo, con sus propias vivencias. He visto
personas que se desesperan y salen huyendo a las pocas horas de iniciado un
taller de meditación en el que simplemente deberán estar en silencio por un
período determinado. Nuestra sensibilidad es, en verdad, magnífica y
multicolor, y la idea es sobreponerse al condicionamiento y lograr recuperarla.
Estrategias diversas
La más obvia estrategia para esconder nuestro ser auténtico es la represión,
con alto nivel de popularidad. Es, aparentemente, lo más fácil, reforzado por el
discurso religioso y el de las "buenas costumbres": nos desconectamos de
nuestra ira, pena, sentimentalismo, erotismo y de todo aquello que sea mal
visto por la sociedad de los adultos. En la adultez, tenemos esto tan
incorporado que lo hacemos prácticamente sin darnos cuenta, contrayendo
músculos -especialmente de pecho y abdomen- y reteniendo la respiración.
Esto se hace con grados variables de consciencia. A veces la vivencia nos
asusta conscientemente, y por lo tanto la evitamos de ese modo; pero por lo
general, aprendemos a hacer esto siendo muy pequeños, cuando los adultos se
disgustan con nosotros y nos asustan con su rechazo.

A consecuencia de la represión, nuestra expresión no será genuina, y


estaremos, por lo general, insensibilizados, desconectados de nuestro sentir.
Exteriormente, aparentaremos estar "bien", con sonrisas plásticas e
inhibiremos rápidamente cualquier muestra de algo que supongamos
inapropiado. El espectáculo resultante incluye adultos que, en concreto, evitan
sentir muchas de las vivencias que experimentan, o bien evitan las situaciones
en que existe la posibilidad de experimentarlas.
Otra forma de reaccionar -menos frecuente- es lanzar hacia afuera y de
inmediato cualquier cosa que se sienta, especialmente la ira. Si actuamos así,
andaremos a patadas con todo el mundo, y en general se nos considerará
espontáneos y auténticos, lo que en cierta medida es cierto: seremos más
espontáneos que los reprimidos, pero no estaremos mostrando nuestra
verdadera esencia.
Hay muchos otros trucos para no conectarse con lo que sentimos. Distraerse,
por ejemplo, con actividad o estimulación incesante: la TV, el trabajo, los
amigos, los niños, animales domésticos, lo que sea con tal de no tener un
minuto de ocio en el cual me vea enfrentado a lo que siento internamente.
Distraernos con toda la variedad de juguetes que ofrece la sociedad de
consumo o con las metas y etapas que conducen al anhelado "éxito", lo que
nos vuelve trabajólicos para alcanzarlas. Insensibilizarse es también un buen
recurso: el tabaco, el alcohol y drogas más duras -especialmente la cocaína y
la pasta base- son fórmulas efectivas que nos alejan de vivencias molestas y, a
veces, hasta tienen el plus de mostrarnos exteriormente como individuos
"duros" y "cool". Estrategia también frecuente es racionalizar buenos
motivos para sentir o actuar como lo hacemos, entre los que se encuentran,

claro, atribuir la responsabilidad de lo que sentimos a otros. Finalmente, otro


recurso es el del animador de TV: mostrar lo que se quiere mostrar, es decir,
alegría, afabilidad, entusiasmo... –algo muy favorecido en el marketing
norteamericano- todo plástico, pero en un mundo en que la autenticidad ya no
es la norma, nadie se inquieta demasiado y muchos ya ni siquiera distinguen la
expresión verdadera de un remedo de ella.
Algunos intentos diferentes
En los 60, con el hippismo, la gestalt y toda la cultura de los grupos de
encuentro, toda esta hipocresía fue confrontada y se propusieron alternativas:
exprésalo todo, manifiesta tu ira, grítale al mundo que lo odias. Haz catarsis,
aporrea cojines, confronta a tus padres, sacude las estructuras, todos pagarán
caro por tu dolor, desafía al establishment. Haces pagar al mundo por tu
resentimiento. Más tarde llegó Osho Rajneesh (Rajneesh, B.S., 1981) con su
“meditación dinámica”–ya explicada en capítulo 7 anterior- y reforzó la idea.
Acumulas ira o lo que sea y después la descargas haciendo la meditación
dinámica. Fácil. La imagen es la de un gran recipiente lleno de emociones
reprimidas, que se vacia con la catarsis; producto de las vicisitudes de la vida
diaria, se vuelve a llenar, pero lo volvemos a vaciar con otra catarsis.
"Descargar" sí funciona... hasta cierto punto y por un tiempo. Cumple la
función de que nos demos cuenta de cuánto tenemos reprimido en nuestro
interior, que nos liberemos momentáneamente de toda esa basura y de que nos
demos cuenta de toda la energía de que disponemos y que hemos reprimido.
En cierta forma, recuperamos nuestro poder, nuestra fuerza. Sin embargo, -tal
como ocurre con las técnicas de relajación- esto es sólo un paliativo, a menos

que aprendamos más sobre nosotros mismos y logremos no actuar como


máquinas. No enojarnos con las mismas cosas, no apenarnos con las mismas
situaciones, no reprimir nuestros sentimientos como siempre lo hemos hecho.
En síntesis, aprovechar la energía liberada para cambiar más de fondo las
cosas. Y con eso entramos al fondo del asunto: ¿cómo cambian las cosas?
Enfrenta todo, no evites nada
Esta sugerencia se repite en boca de diversos maestros y en varias diferentes
escuelas de crecimiento personal. ¿A qué se refiere? A mi entender, no se
refiere a que debamos vivirnos todas las experiencias por las que un ser
humano puede atravesar. Cuando hablamos de “vivir el presente”, “abrirse a la
experiencia” y otras expresiones por el estilo, lo que suele entenderse es lo
anterior, y éste es un error. El temor nos hace imaginar lo peor: deberemos
hacer y experimentar cosas que no nos atraen y hasta nos repelen. Ése será –
imaginamos- el camino hacia la liberación.
Felizmente, nada está más lejos de la realidad. Hay un proceso, claro; no se
trata simplemente de acomodarnos a la situación actual. Hay cosas que
debemos hacer. ¿Qué cosas? Es muy simple, pero la respuesta no es fácil.
Debemos salir de nuestra "zona de confort", el llamado es a responder a lo que
cada instante presenta, desde nuestra sensibilidad y nuestra consciencia. El
universo, a pesar de las apariencias, no es un caos: existe una armonía, un
orden, una sincronicidad de la que todos y todo formamos parte. Nada es
accidente, nada es azar; esto no significa que existan razones ocultas para cada
cosa, como se entiende comúnmente: simplemente, significa que cada cosa
ocurre porque ese Todo lo permite, autoriza o desea. Tampoco es una

“decisión” de ese Todo. Cuando Jesús dijo, “Hágase Tu voluntad, y no la


mía”, supongo que no se refería a la voluntad de cierto personaje –Dios- sino
a la del Todo, la de esa armonía, la de ese Orden.
Nuestra pequeña voluntad egocéntrica frecuentemente entra en conflicto con
la del Todo, y es claro quién va a ganar: una gota de agua oponiéndose al
océano, una hormiga a una tormenta de arena en el desierto. En ese momento,
Jesús se entregó a esa voluntad más amplia, y algunos dicen que fue entonces
cuando alcanzó su plena realización. Como partes de este Todo, cada uno de
nosotros posee claves internas que nos señalan cuál es la acción o la respuesta
adecuada a cada instante. Se presenta una situación: si de veras escuchamos y
dejamos de lado el condicionamiento, sabremos qué es lo que de veras
deseamos hacer, y distinguiremos eso de lo que nos sugieran el temor, la
comodidad o la supuesta “seguridad”. Y ése es el llamado, no otro. No se trata
de lo que “deberíamos” hacer según tal o cual norma: de lo que se trata es de
responder a ese llamado interno, que es a la vez nuestro y el del Todo.
El problema, nuevamente, reside en lo que se nos ha enseñado: a velar por la
seguridad, la estabilidad y el futuro. A cuidar la duración de las cosas, no su
vitalidad. Es así como una relación de pareja es evaluada según su duración,
no por su calidad o por su profundidad. Una relación breve será evaluada casi
siempre como un “fracaso” o como algo que "no resultó”, independientemente
de lo que experimentamos o aprendimos de ella. Las cualidades de un empleo
rara vez son evaluadas por el grado en que nos sentimos realizados en él, por
el grado en que sentimos que nuestra creatividad se vuelca en esa labor.
¿Cuántos son aquellos que evalúan su trabajo casi exclusivamente por la
“seguridad” –estabilidad, plan de jubilación- que implica?
Si nos dejamos llevar por nuestro condicionamiento, nos empequeñecemos y
nos alejamos de nuestro verdadero potencial; nos centramos en la
supervivencia, y no en la expansión de nuestro ser. Consciente o
inconscientemente, estaremos insatisfechos con la vida estrecha y carente de
verdaderos desafíos que nosotros mismos habremos elegido. Culparemos de
nuestra insatisfacción a los que nos rodean, quienes sólo serán -a lo másnuestros
cómplices; quizás sin darnos cuenta, envidiaremos a aquellos que son
más honestos y corren más riesgos en su vida. Sin embargo, lo más probable
es que no reconozcamos esto como envidia, y que caigamos en pequeñeces
como la crítica encubierta, intentando bajar a nuestro nivel a quienes nos
inspiran envidia.
"Estar con"
La otra alternativa consiste, simplemente, en decirle “sí” a cada una de
nuestras vivencias, independientemente de que nos agraden o no. Enfrentarlo
todo y no evitar nada significa, simplemente, dejarnos sentir cada una de
nuestras vivencias; estar con ellas, recoger su mensaje y, con ello, hacernos
más plenos. Y eso incluye dejarnos sentir el temor, el rechazo o cualquier otra
vivencia que se genere en relación a ellas. Es así de simple y, por más que
busco palabras para dejarlo más claro, vuelvo a las mismas que ya utilicé.
“Evitarlo casi todo” –nuestra situación actual- estrecha nuestro mundo y nos
hace perder libertad: dedicamos gran cantidad de energía a evitar, reprimir,
esquivar, desensibilizarnos... imaginen la expansión y la libertad que se
producen en nosotros cuando simplemente nos dejamos sentir –con
curiosidad, aceptación y respeto- lo que ocurre en nuestro interior...

Una sugerencia complementaria -que proviene de Paul Lowe (1998)- es muy


ajena a nuestra mentalidad occidental, centrada en controlar y manipular todo,
incluyéndonos a nosotros mismos. En general, ante cualquier sentimiento que
no comprendamos o que por algún motivo nos complique, queremos lograr
explicarlo, detectar su origen, sublimarlo, patologizarlo, desviarlo, canalizarlo
en otra dirección, "trabajarlo", etc. Esta sugerencia es la antítesis. Apunta a
acoger y dejarse sentir lo que está pasando en nuestro interior, cualquier
cosa que sea; a "acompañarse" en sentir lo que está ocurriendo.
La idea es simplemente dejarnos sentir eso –permanecer con la sensación-, sin
dejar que interfieran pensamientos, análisis, "por qués" y otras intervenciones
que solemos hacer. La idea es quedarse sintiendo la sensación mientras
evoluciona por sí sola, movimiento que por lo general es bastante rápido.
Simplemente, dejarnos sentir lo que estamos sintiendo ahora, nada más, y por
el tiempo que dure una sensación determinada. Simple, pero difícil por los
motivos a los que aludía antes. Y, también, difícil porque una de las
consecuencias de nuestro condicionamiento es que rara vez soltamos el
control, prácticamente nunca nos abandonamos a lo que sentimos, porque
entonces nos sentimos vulnerables... y en algún momento de nuestra biografía,
eso tuvo consecuencias muy negativas para nosotros.
Entonces, hemos aprendido a manipular nuestros sentimientos, a apreciar
algunos de ellos y a rechazar otros. Y a manejarlos: por ejemplo, en una
determinada situación esperamos reaccionar de determinada forma (llorar,
sentirnos tristes, alegrarnos, sentir compasión o lo que sea) y si eso no ocurre,
sentimos que estamos actuando de modo "anormal". Lo que estamos sintiendo
es lo que estamos sintiendo, no hay nada "anormal" en ello. Puede ser más o

menos agradable, pero es lo que está ocurriendo en este momento. Tampoco


podemos programarnos, por tanto: la psicología mal comprendida nos hace
creer que lo esperable es que debamos "elaborar duelos", "trabajar la rabia",
"conectarnos con nuestra pena", etc. Y todo eso pueden ser simples ideas sin
base si las sensaciones que guardan relación con eso no están, de hecho, allí
presentes en este momento.
Imaginemos, por ejemplo, que nuestro terapeuta nos ha convencido de que
debemos "elaborar el duelo" ante cierta situación que vivimos en el pasado.
Antes de entregarle nuestro poder a este terapeuta -no todos ellos son
necesariamente buenos- preguntémonos internamente si esa sugerencia nos
resuena, si toca una fibra de realidad en nuestro interior. ¿Sentimos pena aún?
¿Sentimos ahora la necesidad de conectarnos con eso? ¿O acaso la idea nos
parece algo alambicada?
Y propongo esta reflexión porque parte de la sugerencia general que estoy
haciendo aquí es que dejemos de manipular lo que vivenciamos y nos
dediquemos, más bien, a descubrirlo. En agosto de 1981 tuve mi primer
encuentro con Paul Lowe, místico inglés que en ese taller me hizo una
sugerencia de alcances profundos: que durante esos dos días, le dijera que “sí”
internamente a cada cosa que sintiera, que "le diera espacio, que la acogiera".
El experimento me abrió portones gigantescos respecto a las posibilidades que
podía tener para el propio desarrollo la aceptación de sí mismo y de este
momento. Seguí la instrucción al pie de la letra, y descubrí cosas muy
interesantes. Para empezar, y en retrospectiva, puedo decir que prácticamente
todas las veces que sentimos algo intenso, lo interferimos con la mente:

empezamos a cuestionarlo, a analizarlo, etc. En buenas cuentas, matamos esa


espontaneidad.
En segundo lugar, si nos atrevemos a abrir la compuerta de una emoción
fuerte del momento, la ola que se nos viene encima no parece corresponder a
nuestras expectativas. Cuando la emoción es intensa, lo que al menos por mi
parte he experimentado es una intensa e indescriptible oleada de energía que
no concuerda con ninguna de las descripciones que podamos tener para las
emociones, y que sólo permanece allí por unos instantes si le damos espacio.
Cuando se trata de una sensación más quieta pero que nos produce cierto
temor, lo primero que parece sentirse es un aumento de ese temor -como si
saltáramos al vacío-, y luego una breve sensación intensa pero indefinida, y
finalmente cierta quietud, en que todo parece apaciguarse sin que podamos
explicarnos cómo ocurrió. La idea es permanecer allí, sin contraerse ni
manipular la sensación, sintiendo y observando.

Efectos
Lo que parece ocurrir con esto son varias cosas. La primera es que se recupera
cierta vitalidad cada vez. Parece haber bastante energía almacenada en cada
uno de estos "compartimientos" -por llamarlos así- que han sido reprimidos y
que son así liberados. Lo segundo -y que es bastante notorio- es una sensación
de mayor seguridad interna, similar a una sensación de ocupar más espacio.
Tercero, desaparece o al menos disminuye en gran medida el temor, la fobia y
la evitación de la emoción o sentimiento que acabamos de enfrentar. Cuarto,
nuestra atención deja de verse atraída en tan alta medida por lo externo y se
focaliza más hacia nuestro interior, acentuando una sensación de hallarnos "en

casa". Quinto, esta práctica reduce considerablemente nuestras propias


contradicciones internas -aprendemos a aceptar la presencia de una gama más
amplia de sentimientos- y, paralelamente -"como adentro es afuera"- nos
vuelve menos prejuiciosos y juzgadores de la conducta de los demás.
Tengo la imagen de los sentimientos y emociones reprimidas como energía
encerrada en cajas, la que con esto es liberada y contribuye entonces al
bienestar y crecimiento de la persona. Mientras está encerrada, reprimida, se
corrompe, no nos deja ver la realidad con claridad y jibariza, por tanto, nuestro
crecimiento. Esta herramienta es tan potente que no veo que el cambio
personal sea realmente posible sin utilizarla.
“Estar con” no significa, en todo caso, someterse y ser pasivos ante la realidad
interna o externa. Significa no intentar negar o eliminar lo que está ocurriendo
-en reacciones emocionales o de conducta-, y también “estar con” lo que nos
ocurre al respecto. Guarda estrecha relación con la aceptación, en el sentido de
que, más allá de que nos guste o no una vivencia determinada, reconocemos
su presencia y la exploramos, sin intentar negar su existencia. Por ejemplo,
supongamos que los ladridos de los perros comúnmente nos alteran e irritan.
En este momento hay un perro ladrando: podemos gritarle, tirarle agua o
matarlo. Todo eso será intentar “negar” -borrar del mundo- lo que está
ocurriendo, irse en contra. Si hacemos eso, habrá consecuencias para el perro
y para nosotros. Si, por el contrario, permitimos internamente que el perro
haga su cosa -es decir, no nos afanamos por hacerlo desaparecer-, sin
reaccionar más allá, tiende a no producirse ni remotamente todo el desagrado
que se produce cuando nos oponemos.

Para ilustrar con otro ejemplo, tenemos los celos -emoción intensa que casi
nadie está dispuesto a dejarse sentir-. Lo que hemos aprendido a hacer cuando
sentimos celos, es que se halla enteramente justificado actuar contra quien
supuestamente los está generando -rival y/o pareja- para que deje de hacer lo
que está haciendo o bien desaparezca, según sea el caso. Este es, de hecho, un
ejemplo sumamente ilustrativo de lo que solemos hacer erróneamente. Para
empezar, lo que sea que esté ocurriendo allá afuera -real o imaginario- no nos
está "generando" aquello que sentimos. Lo que sentimos está en nosotros, y
somos responsables de ello. Algo que ocurra allá afuera -y repito, que puede
ser real o imaginario- a lo más detona una emoción que ya está allí en
nosotros, y que por tanto no depende de lo que ocurra o no ocurra allá afuera,
con nuestros rivales potenciales y/o pareja.
Entonces, lo que verdaderamente produce una sanación no es batirnos a duelo
con nuestros rivales, castigar a nuestra pareja o cambiarla por otra -residuos
todos del tiempo de las cavernas- sino... dejarnos sentir lo que sea que
estemos sintiendo. Y doy fe que los celos pueden llegar a dejar de interferir en
nuestra vida y que podemos conocer el amor incondicional. Como dije en una
anterior publicación (Celis, A., 2002-2003, pág. 29), "Si nos expandimos con
cualquier experiencia –en otras palabras, si la aceptamos-, el resultado es
placentero, aún con sentimientos que etiquetamos a priori como
“desagradables” (temor, celos, ira, confusión, abandono). Puede que digamos,
“¿cómo voy a poder aceptar esto o expandirme si siento pena o dolor?”;
expandirse significa darle cabida al dolor, aceptarlo, sumergirse en él, decirle
que “sí”. Paradójicamente, aceptar el dolor suele disminuir su intensidad
después de unos instantes. Expandirse no implica aumentar el dolor: significa

abrirse a experimentarlo". Y éste es sólo un ejemplo de lo que es posible si


nos abrimos a sentir lo que sentimos...
Ejercicio:
Una de las técnicas más útiles en cuanto ayuda para sensibilizarse a las claves
del cuerpo es la focalización (Gendlin, E., 1978). Básicamente, consiste en la
combinación de una simple técnica de imaginería con el contacto con algo que
Gendlin llama la sensación sentida: el referente corporal de aquella
vivencia/experiencia que nos orienta en el plano intuitivo/emocional, haciendo
surgir un nivel más profundo de vivencias.
Esta técnica fue creada por Eugene T. Gendlin -seguidor de Carl Rogers- a
partir de investigaciones iniciadas en los años 60. Rogers había publicado
(1957) un artículo de gran impacto en el medio profesional, por cuanto
proponía que las variables de la relación interpersonal eran las que
verdaderamente influían en el cambio terapéutico -y no las técnicas, como se
creía hasta entonces-. Las variables personales propuestas por Rogers –entre
otras, la Comprensión Empática, la Aceptación Positiva Incondicional y la
Congruencia- produjeron un verdadero cambio paradigmático. Como se
recordará, Rogers alcanzó estas conclusiones a través de un minucioso
proceso empírico que implicó el estudio de gran cantidad de grabaciones de
sesiones conducidas por terapeutas de las más diversas orientaciones teóricas.
Como Rogers declaró repetidamente con posterioridad, nada estuvo más lejos
de sus intenciones que crear una escuela: sólo deseaba investigar las variables
que conducían al éxito terapéutico, por lo cual discrepó enteramente de la idea
de crear un movimiento “rogeriano”.

En la misma línea y estilo de investigación, Gendlin descubrió, a poco andar,


que no todos aquellos clientes que se veían expuestos a las condiciones
“necesarias y suficientes” mejoraban significativamente. Con una metodología
similar a la utilizada por Rogers verificó, para su sorpresa, que en la primera
sesión terapéutica ya podían distinguirse aquellos clientes que tendrían éxito
de aquellos que no lo tendrían, sin importar la cantidad de sesiones que
tuviesen en el futuro. El factor que distinguía a aquellos que serían “exitosos”
era una forma característica de hablar. Hablaban espontáneamente de una
forma que podría calificarse como “introspectiva”, pues parecían hilar sus
frases a medida que hablaban, en función de lo que sus propias sensaciones
les decían.
Característicamente, aquellos clientes que hablan en forma automática, “desde
la cabeza”, desconectados de lo que sienten en “las entrañas”, son los que no
progresan ni logran insight, pues lo que comunican es sólo un interminable
diálogo interno que se mantiene a nivel meramente mental. A diferencia de
éstos, Gendlin descubrió que los que sí lograban el éxito elaboraban su
comunicación a partir de sus sensaciones internas; dado que éstas se hallan en
perpetuo flujo y cambio, la comunicación tenía un carácter tentativo y
centrado en el presente. De allí que sus comunicaciones tuviesen un carácter
más exploratorio, menos terminante, y diesen la sensación de irse hilando a
medida que la frase avanzaba. Por ejemplo, “Tengo una sensación extraña...
no sé como definirla, ni siquiera sé si es agradable o desagradable... ¿a ver?
Pareciera ser que lo siento como un apretón, aquí en el abdomen...
claramente, no es agradable. Qué extraño, no sé con qué está relacionada...
¡ah! Ya sé, tiene que ver con...”.

Gendlin llamó a este proceso, focalización -el proceso de conectarse con el


flujo experiencial interno-, y concluyó que, por motivos desconocidos, algunas
personas sabían espontáneamente realizar este proceso, y otras no. En forma
muy pragmática, creó un proceso para enseñar a focalizar a aquellas personas
que no supieran hacerlo, cuyas instrucciones se entregan más adelante.
La diferencia sustancial que distingue la técnica de la focalización con otros
procesos similares -como por ejemplo, la imaginería- es que la primera opera
con un tipo especial de darse cuenta corporal, con el cual el cliente debe
contactarse y al cual debe dirigir sus preguntas. En este proceso, el cliente
debe entregarse a su sabiduría organísmica, dejando de lado
momentáneamente el procesamiento estrictamente cognitivo de la situación
que le aqueja. Para que la técnica sea exitosa, resulta esencial que el cliente
mantenga continuo contacto con su cuerpo y con la sensación física que es
correlato del tema que está trabajando. Esta sola característica la distingue de
cualquier proceso meramente mental y permite que el procesamiento del
problema mantenga un continuo contacto con la realidad experiencial del
cliente. La elección del problema a trabajar se da en esta misma tónica: lo que
es más urgente procesar surge desde la sensación física, y no de una idea
previa.
Los efectos del proceso pueden no ser inmediatos, requiriéndose de más de
una sesión para lograr efectos tangibles. Sin embargo, la práctica ayuda a que
la persona desarrolle una mayor receptividad respecto a sus claves corporales -
actitud que Gendlin llama un "escuchar amistoso"-, y por ende una mayor
confianza en su sabiduría organísmica. A su vez, esto permite que reduzca la
confianza depositada en el raciocinio intelectual como forma de solución de

sus inquietudes, dada la mayor contundencia e impacto que experimenta en el


procesamiento del o los problemas por esta vía, la que en ocasiones le produce
una profunda conmoción y reencuadre del problema trabajado.
Además de Gendlin, otros autores recomendables son, por ejemplo, Neil
Friedman (1986), Elfie Hinterkopf (1983), Ann W. Cornell (1996) y Martin
Siems (1990).
Instrucciones:
Esta es una adaptación que hice de las instrucciones, que considera aportes de
diversos autores y puede ser utilizada tanto en un contexto individual como
grupal. La voz del conductor debiera ser relajada, dándole tiempo a las
personas para completar cada etapa. Igualmente, se debe estimular en ellas
una actitud receptiva y paciente, en la que se den el tiempo necesario para
escuchar sus claves corporales. El proceso completo suele durar entre 10 y 20
minutos.
(a) Introducción: Encontrar una posición cómoda y cerrar los ojos. Respirar
hondo y permitir que la atención recorra el interior del cuerpo. Preguntarse,
"¿Cómo estoy en este momento?". Dejar de lado las respuestas de la mente y
permitir que sean las sensaciones corporales las que respondan.
(b) Haciendo una lista: Buscar internamente cada situación, asunto
inconcluso, problema, incomodidad, etc., que no nos permita sentirnos
perfectamente bien en este momento. Acumular cada una de estas situaciones
en un espacio o montón frente a nosotros. A medida que se avanza en este

proceso, preguntarse, "Exceptuando todo esto que he acumulado allí al frente,


¿está todo bien?". Cuando la respuesta sea afirmativa, pasar al siguiente
paso. En caso negativo, proseguir hasta que la respuesta sea afirmativa.
(c) Dejar que un problema se haga "figura": Permitir que un problema se
destaque por sí solo de entre todos los acumulados. Es importante no escoger
el problema intencionalmente, sino dejar que la situación más apremiante o
molesta en este momento se destaque por sí misma. Muchas veces, éste no
será el problema que consideraríamos como más importante o trascendente.
(d) Permitir que se forme la "sensación sentida": (la "sensación sentida" es
el correlato físico del problema o situación que experimentamos, y es aquello
en lo cual nos centramos para trabajarlo). Preguntarle al cuerpo, "¿Cuál es la
sensación que corresponde a todas las connotaciones e implicancias, a la
globalidad de este problema o inquietud?". Captar el sabor de "todo eso" por
unos momentos.
(e) Simbolizar la "sensación sentida": Manteniendo la atención en la zona
del cuerpo en que se siente el problema, permitir pacientemente que surja en
forma espontánea una imagen, frase o palabra que lo simbolice
adecuadamente. Cuando aparezca un símbolo, hacerlo "resonar" con la
"sensación sentida". Si el símbolo es correcto, habrá una sensación de "Sí,
eso es", de que el símbolo "encaja", y, probablemente, una sensación de alivio
en el cuerpo. De no ser así, dejarlo ir y esperar que surja el símbolo correcto.
(f) Preguntar y escuchar: A continuación se le formulan preguntas a la
"sensación sentida", de modo que nos entregue información y el problema sea

procesado. No se debe dudar o argumentar internamente respecto de las


respuestas que surjan, sino sólo recibirlas. Debe dejarse el intervalo de
tiempo adecuado entre una pregunta y la siguiente para permitir que sean
respondidas.
Estas son las preguntas generalmente más eficaces: "¿Qué es lo principal de
esta sensación, qué es lo más importante?; "¿Qué es lo peor de ella?; ¿Qué es
lo que le hace falta a esta sensación?; ¿Cuál sería un pequeño primer paso
hacia la resolución de este problema?; "¿Qué es lo que debe ocurrir? o ¿Qué
es lo que debe hacerse?"; y finalmente, "¿Cómo se sentiría mi cuerpo si esta
situación estuviera superada?” (permitir que el cuerpo realmente sienta esto,
relajando la respiración y la musculatura); “¿Qué se interpone entre esta
sensación de alivio y mi momento presente?”.
(g) Regresar: Hacer retornar a la persona, haciéndola inhalar más
profundamente. Dejar un espacio de tiempo para que lo utilice como desee.

Bibliografía:
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Therapeutic Personality Change. Journal of Consulting Psychology 21, Nº 2:
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