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Antología de Cuentos

Curso: Lenguaje I
Docente: Liliana Paz Ramos
Primer control de lectura
y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro.
La máscara de la muerte roja Afuera estaba la Muerte Roja.
Edgar Allan Poe Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando
la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero
ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita
La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo 1
magnificencia.
tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La
Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan
sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre.
que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete
Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los
—una serie imperial de estancias—. En la mayoría de los palacios,
poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata
la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues
en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que
las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes,
la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión,
permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero
progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando
del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas
sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil
con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a
caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro
la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en
encierro de una de sus abadías fortificadas. Era esta de amplia y
cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad
magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico
de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor
aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima
cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las
muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro.
ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono
Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados
dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la
martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar
cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules,
ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la
vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia
desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente
ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales
aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos
eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los
podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las
cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono
arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El
naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo
príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había
aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de
bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura
terciopelo negro, que abarcaban el techo y las paredes, cayendo
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en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por
Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un
decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre. ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas
nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en
aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos 2
había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil
iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez
a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la
trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se meditación.
proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía
brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles
resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera
poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones
color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído
producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era
tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no
eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran
contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta,
ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, su gusto había guiado la elección de los disfraces.
monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo,
la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de
un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse
énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en
veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud
para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes,
fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la
sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.
tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados
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Más otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva
terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación,
salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una
posturas. Pero los ecos del tañido se pierden —apenas han asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de
durado un instante— y una risa ligera, a medias sofocada, flota imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado
tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no 3
contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba
irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba.
oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden
luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien
aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas
cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir
un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no
oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba
estancias. envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un
afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto
en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética
tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero
música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la
se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesación Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia
angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror
quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor escarlata.
número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la
multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne
que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines),
hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de
tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de
hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, rabia.
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—¿Quién se atreve —preguntó, con voz ronca, a los cortesanos del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su
que lo rodeaban—, quién se atreve a insultarnos con esta burla perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía
blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero
sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas! se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la
Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento
en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura 4
alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano,
hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario
señal de su mano. y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el contenían ninguna figura tangible.
príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había
hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los
instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno
sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de
apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las
impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción,
impedimentos, pasó este a un metro del príncipe, y, mientras la y la Muerte Roja lo dominaron todo.
vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a
las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el
mismo y solemne paso que desde el principio lo había
distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura Remedios caseros
a la verde, de la verde a la anaranjada, desde esta a la blanca y de Abelardo Gamarra, El Tunante. Lima — 1910
allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a
detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la
ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la
Ojalá no le duela a usted nunca la rabadilla, no teniendo
carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera
médico a quien llamar.
por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano,
acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la
figura, que seguía alejándose, cuando esta, al alcanzar el extremo
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—¡Ay! —Le dirá a su mujer la primera vieja con que se tope vino el marido de mi comadre, y le digo que en dos pasadas se
por la calle—, así estuvo el hijo del marido de la comadre de me pasó.
Francisca. —¿En dos pasadas de qué?
—¿Y con qué sanó? —¡Ah! qué bruta soy, del berro, con la raíz de chicoria y el
—Con la raíz blanca del ajo macho. Sóbele usted la raba tres nitro: no hay como el nitro. Se da a beber en ayunas, después de
veces al día: antes de la salida del sol; cuando el sol llega al medio persignarse. 5
día; y cuando está cayendo la tarde; y verá usted Su mujer envía por los berros y el nitro y se persigna y hasta
Viene su mujer, y le narra el encuentro, échase a buscar la dicha reza con la señora lo que se le antoja: el brebaje le relaja el
raíz, y da principio a las sobadas. El tal ajo macho por poco no le estómago y ya tiene usted tres capellanías a cuestas.
hace a usted un hijo macho, produciéndole un enronchamiento y Continúan las consultas caseras y las recetas idem.
comezones de padre y muy señor mío. —Que le den el rabo del cuy o las orejas del pericote blanco.
La pobre mujer alarmada por las comezones, vuelve a —Que se busquen las flores del higo, con la semilla del plátano
preguntar, qué será bueno para ellas. guineo.
—¿Para las comezones? —dice la cocinera—, no hay como el Ni el cuy tiene rabo, ni flor el higo, ni el plátano semilla.
cogollo de la siempreviva: se agarra, se muele, se echan dos —Eso es el calor, y así estuvo el nieto de la madre del tío de mi
granitos de maíz blanco, una gotita de limón, cuatro barbas de abuela la tuerta.
chivo capón y la punta del cuerno del siervo; se agarra y se frota —Le ha de haber penetrado el frío, necesita cosas calientes:
bien, mañana y tarde, dándole de beber al enfermo el agua de la cuidado que vaya a comer carne de puerco: el puerco es un
pimpinela, el toronjil y la manzanilla. veneno.
Échese usted a buscar el cuerno del siervo y las barbas del —Que le den agua de churgapes.
chivo capón. Comienzan los remedios cochinos.
Entre la recaudera y su marido, llegan a conseguir los —El sebo de la rata pelada, con las uñas del alacrán.
adminículos, y usted, infeliz mártir de dolores y comezones, se —El buche de la gallina con mantequilla rancia.
somete al tratamiento de la cocinera; pero ni se aminoran los Y entran los remedios pestíferos.
dolores, ni se quita la comezón. —Los orines del zorrillo con la porquería del perro. —(¡Qué
—Imposible —dice la lavandera—, ¡qué barbaridad! las barbas cochino!)
del chivo son calientes: el señor lo que necesita son cosas frescas; Y vuelven los remedios fragantes.
así estuve yo con unas comezones que no me dejaban, hasta que —Las flores del jazmín del cabo, con la madreselva y el clavel.
Y entran los minerales.
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—La piedra imán y el agua del fierro caldeado. Entre tanto ni lo uno ni lo otro, la misteriosa naturaleza
Paso a los místicos. produjo lo que debía, y usted murió o vivió porque tuvo el
—La vara de San José, la yerba de la virgen: tres hojitas. pescuezo duro o la pata fácil de estirar.
En seguida los supersticiosos. Los pelos de la cabra, la punta de oreja del pericote, el cogollo
—Que lo sobe una niña que esté para casarse, o le ponga la agarrado por mano de doncella, las uñas del gato recién nacido,
mano tres veces una recién embarazada. las muelas del venado, el nido de la culebra, la cola de la gata 6
Los colores: capada, la cresta del gallo pelado, las patitas de la cucaracha
—La lana prieta y el algodón paco. Martina, la cáscara del huevo del gilguero, el resuello de la
Los líquidos: alicuya, las plumas del cargache, el piruro de piedra azul, los
—El agua de mote; el juguito de las hojas del aire. ojitos de la torcaz, et., etc., son adefecios que no pueden tener
Los sólidos; en fin, usted se embaula la creación bajo todas sus ninguna virtud… ¿o sí?
formas y manifestaciones: viejas y mozas, caseros y sirvientes,
todos recetan. Vendrán las lluvias suaves
No falta gente que le diga a su mujer. Ray Bradbury
—Niña, llévese de mi mal consejo: córtese la punta de las
trenzas y métalas, sin que el señor lo sepa, debajo de la cama,
rocíelo con la leche de sus pechos, y cuando esté dormido tápelo En el living, cantaba el reloj con voz: "tic—tac, las siete, arriba,
usted con su camisa de dormir, echándole tres veces el vaho: ¡las siete!" como si temiera que nadie se levantara. Esa mañana la
enciéndale una velita a San José y amárrelo cuando lo cure con casa estaba vacía.
sus ligas. El reloj continuó con su tic—tac, repitiendo y repitiendo sus
Este medicamento medio místico, medio amoroso, medio sonidos en el vacío. "Las siete y uno, el desayuno, ¡las siete y uno!"
pagano y medio cristiano, seduce la imaginación de la pobre En la cocina, el horno del desayuno dejó escapar un silbido y
mujer y, el día menos pensado, amanece usted como una marica arrojó de su cálido interior ocho tostadas perfectamente hechas,
con fustanes. ocho huevos perfectamente fritos, dieciséis tajadas de panceta,
Así se muere usted, o así sana: si lo primero, la señora dice: dos cafés y dos vasos de leche fresca.
—¡Pobrecito, con qué resignación tomaba las barbas del chivo! "Hoy es 4 de agosto de 2026", dijo una segunda voz desde el
Si lo segundo: cielo raso de la cocina, "en la ciudad de Allendale, California".
—Agradece —dice ufana—, a mis pobres trenzas. Repitió la fecha tres veces para que todos la recordaran. "Hoy es
el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario del
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casamiento de Tilita. Hay que pagar el seguro, y también las "Las diez". Salió el sol después de la lluvia. La casa estaba sola
cuentas de agua, gas y electricidad". en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única casa que había
En algún lugar dentro de las paredes, los transmisores quedado en pie. Durante la noche, la ciudad en ruinas producía
cambiaban, las cintas de memorias se deslizaban bajo los ojos un resplandor radiactivo que se veía desde kilómetros de
eléctricos. distancia.
"Ocho y uno, tictac, ocho y uno, a la escuela, al trabajo, corran, "Las diez y quince". Los rociadores del jardín se convirtieron 7
¡ocho y uno!" Pero no se oyeron portazos, ni las suaves pisadas en fuentes doradas, llenando el aire suave de la mañana de ondas
de las zapatillas sobre las alfombras. Afuera llovía. La caja brillantes. El agua golpeaba contra los vidrios de las ventanas,
meteorológica en la puerta de entrada recitó suavemente: "Lluvia, corría por la pared del lado oeste, chamuscado, donde la casa se
lluvia, gotas, impermeables para hoy..." Y la lluvia caía sobre la había quemado en forma pareja y había desaparecido la pintura
casa vacía, despertando ecos. blanca. Todo el lado occidental de la casa estaba negro, excepto
Afuera, la puerta del garaje se levantó, sonó un timbre y reveló en cinco lugares. Allí la silueta pintada de un hombre cortando el
el auto preparado. Después de una larga espera la puerta volvió césped. Allá, como en una fotografía, una mujer inclinada,
a bajar. recogiendo flores. Un poco más adelante, sus imágenes
A las ocho y treinta los huevos estaban secos y las tostadas quemadas en la madera, en un instante titánico, un niñito con las
duras como una piedra. Una pala de aluminio los llevo a la pileta, manos alzadas; un poco más arriba, la imagen de una pelota
donde recibieron un chorro de agua caliente y cayeron en una arrojada, y frente a él una niña, con las manos levantadas como
garganta de metal que los digirió y los llevó hasta el distante mar. para recibir esa pelota que nunca bajó.
Los platos sucios cayeron en la lavadora caliente y salieron Quedaban las cinco zonas de pintura; el hombre, la mujer, los
perfectamente secos. niños, la pelota. El resto era una delgada capa de carbón.
"Nueve y quince", cantó el reloj, "hora de limpiar". El suave rociador llenó el jardín de luces que caían.
De los reductos de la pared salieron diminutos ratones robots. Hasta ese día, cuánta reserva había guardado la casa. Con
Los pequeños animales de la limpieza, de goma y metal, se cuánto cuidado había preguntado: "¿Quién anda? ¿Contraseña?",
escurrieron por las habitaciones. Golpeaban contra los sillones, y al no recibir respuesta de los zorros solitarios y de los gatos que
giraban sobre sus soportes sacudiendo las alfombras, gemían, había cerrado sus ventanas y bajado las persianas con
absorbiendo suavemente el polvo oculto. Luego, como una preocupación de solterona por la autoprotección, casi
misteriosos invasores, volvieron a desaparecer en sus reductos. lindante con la paranoia mecánica.
Sus ojos eléctricos rosados se esfumaron. La casa estaba limpia.
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La casa se estremecía con cada sonido. Si un gorrión rozaba círculos, mordiéndose la cola, lanzado a un frenesí, y cayó
una ventana, la persiana se levantaba de golpe. ¡El pájaro, muerto. Estuvo una hora en el living.
sobresaltado, huía! ¡No, ni siquiera un pájaro debía tocar la casa! "Las dos", cantó una voz.
La casa era un altar con diez mil asistentes, grandes y Percibiendo delicadamente la descomposición, los regimientos
pequeños, que reparaban y atendían, en grupos. Pero los dioses de ratones salieron silenciosamente, como hojas grises en medio
se habían marchado, y el ritual de la religión continuaba, sin de un viento eléctrico... 8
sentido, inútil. "Las dos y quince".
"Las doce del mediodía". El perro había desaparecido.
Un perro aulló, temblando, en el pórtico de entrada. En el sótano, el incinerador resplandeció de pronto con un
La puerta del frente reconoció la voz del perro y abrió. El perro, remolino de chispas que saltaron por la chimenea.
antes enorme y fornido, en ese momento flaco hasta los huesos y "Las dos y treinta y cinco".
cubierto de llagas, entró en la casa y la recorrió, dejando huellas De las paredes del patio brotaron mesas de bridge. Cayeron
de barro. Detrás de él se escurrían furiosos ratones, enojados por naipes sobre la felpa, en una lluvia de piques, diamantes, tréboles
tener que recoger barro, alterados por el inconveniente. y corazones. Apareció una exposición de Martinis en una mesa
Porque ni un fragmento de hoja seca pasaba bajo la puerta sin de roble, y saladitos. Se oía música.
que se abrieran de inmediato los paneles de las paredes y los Pero las mesas estaban en silencio, y nadie tocaba los naipes.
ratones de limpieza, de cobre, saltaran rápidamente para hacer su A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y
tarea. El polvo, los pelos, los papeles, eran capturados de volvieron a entrar en los paneles de la pared.
inmediato por sus diminutas mandíbulas de acero, y llevados a "Cuatro y treinta"
sus madrigueras. De allí, pasaban por tubos hasta el sótano, Las paredes del cuarto de los niños brillaban.
donde caían en un incinerador. Aparecían formas de animales: jirafas amarillas, leones azules,
El perro subió corriendo la escalera, aullando histéricamente antílopes rosados, panteras lilas que daban volteretas en una
ante cada puerta, comprendiendo por fin, lo mismo que sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio. Se llenaban de
comprendía la casa, que allí solo había silencio. color y fantasía. El rollo oculto de una película giraba
Husmeó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la silenciosamente, y las paredes cobraban vida. El piso del cuarto
puerta, el horno estaba haciendo panqueques que llenaban la casa parecía una pradera. Sobre ella corrían cucarachas de aluminio y
de un olor apetitoso mezclado con el aroma de la miel. grillos de hierro, y en el aire cálido y tranquilo las mariposas de
El perro echó espuma por la boca, tendido en el suelo, delicada textura aleteaban entre los fuertes aromas que dejaban
husmeando, con los ojos enrojecidos. Echó a correr locamente en los animales... Había un ruido como de una gran colmena
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amarilla de abejas dentro de un hueco oscuro, el ronroneo
perezoso de un león. Y de pronto el ruido de las patas de un okapi Los ruiseñores con sus plumas de fuego
y el murmullo de la fresca lluvia en la jungla, y el ruido de Silbando sus caprichos en la alambrada
pezuñas en el pasto seco del verano. Luego las paredes se
disolvían para transformarse en campos de pasto seco, Y ninguno sabrá si hay guerra
kilómetros y kilómetros bajo un interminable cielo caluroso. Los Ni le importará el final, cuando termine 9
animales se retiraban a los matorrales y a los pozos de agua.
Era la hora de los niños. A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
"Las cinco". La bañera se llenó de agua caliente y cristalina. Si desapareciera la humanidad
"Las seis, las siete, las ocho". La vajilla de la cena se colocó en
su lugar como por arte de magia, y en el estudio hubo un click. Ni la primavera, al despertar al alba,
En la mesa de metal frente a la chimenea, donde en ese momento Se enteraría de que ya no estamos.
chisporroteaban las llamas, saltó un cigarro, con un centímetro de
ceniza gris en la punta, esperando.
"Las nueve". Las camas calentaron sus circuitos ocultos,
porque las noches eran frías en esa zona.
"Las nueve y cinco". Habló una voz desde el cielo raso del
estudio: "Señora Mc Clellan, ¿qué poema desea esta noche?"
La casa estaba en silencio.
Sietes noches en California
La voz dijo por fin: Eduardo González Viaña
"Ya que usted no expresa su preferencia, elegiré un poema al
azar". Comenzó a oírse una suave música de fondo. "Sara Cuento ganador del Premio Internacional «Juan Rulfo», texto incluido en el libro de
Teasdale. Según recuerdo, su favorito..." cuentos Los sueños de América, Editorial Alfaguara, 2000.

La víspera de Corpus Christi, Leonor soñó que saltaba vallas


Vendrán las lluvias suaves y el olor a tierra
perseguida por un toro de color dorado, y a la mañana siguiente
Y el leve ruido del vuelo de las golondrinas
se alegró mucho porque eso significaba que llegaría a cruzar la
frontera de los Estados Unidos.
El canto nocturno de los sapos en los charcos
La trémula blancura del ciruelo silvestre
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Por extraña casualidad, aquella noche, su marido tuvo el y le mejoraban la raza, aunque Leonor se pasara las tardes
mismo sueño con la pequeña diferencia de que el toro era él, pero haciendo suyo un bolero en el que una mujer proclamaba que no
de todas maneras se sintió contento porque durante toda la noche quería ser ni princesa ni esclava, sino simplemente mujer.
no había cesado de escuchar los halagos de los espectadores sobre La mañana de Corpus no se hablaron pero no fue solamente
su regia planta, su lomo dorado y su gigante cornamenta. porque nunca se hablaban, sino porque ella no estuvo por allí
Siete noches anduvo la pareja metida en esos extraños sueños para compartir el compartido desayuno ni para entregarle su 10
compartidos, pero ninguno de los dos llegó a saber que los cuerpo dos horas antes, a las seis de la mañana, porque dio la
compartía porque hacía diez años que no se hablaban. Ese mismo casualidad de que una hora antes se había escondido en uno de
tiempo hacía desde la primera vez que ella le había pedido el sus sueños y se había fugado, según algunos, en un tren de
divorcio, según le explicó, pero Leonidas se había negado sueños y, según otros, en un ómnibus veloz y había llegado a
enfurecido a firmar los papeles del mutuo disenso debido, a sus tierras que, aunque el marido no lo supiera, estaban ya cerca de
profundas convicciones religiosas y al amor que profesaba por la frontera.
sus hijos, todo lo cual no había sido impedimento para encerrar a Aquella mañana, Leonidas se levantó algo tarde porque no
la madre y a la hija mayor con candado cada vez que él salía de había querido despertar del hermoso sueño en el cual él era un
viaje, ni para gritarle a Leonor que era una puta cuando insistía toro y la gente le gritaba «olé», «olé», y en tanto que él se
en el asunto del divorcio, ni para hipotecar la casa que era bien complacía agradeciendo al público, su mujer también en sueños
propio de la esposa, herencia de sus padres, previa falsificación arribaba a Tijuana, la ciudad de la frontera y vencía el último
de su firma, ni para andarle gritando que las mujeres decentes no escollo para llegar a los Estados Unidos. Cuando Leonor pisó
trabajan y, sin embargo, haberse quedado con el dinero de la tierra norteamericana, Leonidas abrió los ojos sonriente y feliz de
indemnización laboral cuando ella tuvo que renunciar, ni para haber soñado con personas que aplaudían extasiadas su traje de
mostrarla en público como su señora legítima, de angora, e irse luces, y olé, olé.
por allí preciándose de ser hombre para otras regias concubinas «Olé, olé y olé», sintió Leonidas que un coro de ángeles le
y de que toda mujer temblaba frente a él porque Guadalajara es cantaba desde el cielo apenas comprobó la desaparición de
un llano, México es una laguna y me he de comer esa tuna aunque Leonor, y a pesar de los halagos celestiales se sintió rabioso y se
me espine la mano, ni para ser íntimo amigo de algunos dijo que el niño de ambos no había resultado suficientemente
amiguitos raros que decían fo a las mujeres, ni para caminar por efectivo para impedir una fuga largamente anunciada. Le enseñé
allí diciendo en bares, burdeles y clubes sociales supuestamente a decir: «Mamita, si te alejas de papá yo me mato», pero aun a
exclusivos que casándose con ella le había hecho un favor porque pesar de eso, ella tomó a la hija mayor y se había ido muy lejos y
los Montes de Oca le daban nobleza y flor de sangre a una García ya le llevaba varios centenares de kilómetros de carretera y
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muchos más de sueños. De todas maneras, Leonidas se echó sus en primer lugar, su esposa era una mujer decente y después de
sueños a la espalda, cargó su pistola Smith & Wesson, se puso en haberlo conocido a él como varón no habría podido encontrarle
el bolsillo su partida de matrimonio y algunos fajos de billetes el sabor a otro y en segundo lugar, porque se había tocado
verdes y llenó con joyas un pequeño cofre. Los sueños le muchas veces la frente sin que le aparecieran señas de que iba a
ayudarían a ubicarla, la partida de matrimonio le serviría para nacerle allí un prodigio, y otra vez en primer lugar porque ella,
acreditar propiedad sobre la mujer que huía de él, los dólares con esos cuarentidós años a cuestas, no podría encontrar otro 11
estaban destinados a recompensar al policía que lo ayudara a galán que la menopausia o los galanes de las novelas que
capturar a su propiedad legítima, la cajita de joyas iba con él para escondía en la mesa de noche y que debería habérselas quemado,
decirle que sí, mi reina, ahora sí que todo va a ir bien entre sí señor, pero una tarde tuvo la sensatez de revisarlas cuando ella
nosotros y la pistola le vendría bien entre las manos para hacerle estaba ausente y solo encontró zonceras, la historia de un amor
ver a todo el mundo que era mejor no vérselas con él a solas imposible que revive treinta años después cuando el marido de
porque, como decía su fama, era hombre malo, malo y mal la protagonista muere, ja, para eso faltaba mucho, pero qué ganas
averiguado, de corazón colorado. iba a tener ella de uno de esos hombres de papel si tenía en frente
Las malas lenguas andan diciendo que, la víspera de salir a al verdadero hombre y además lo había tenido diez años sin ver
buscarla, Leonidas se emborrachó como los bravos y que de pura a nadie más interesante que él cuando él la llevó a vivir en la
furia se puso a repartir balazos: disparó sobre el sauce porque hacienda donde no había más hombres que esos indios marrones
había sido el único amigo y confidente de la pálida fugada, y el único blanco, alto, buen mozo y de buena familia, de los
disparó sobre el perro porque no ladró en el instante en que Montes de Oca, con ramas en México, Perú y España soy yo.
aquella hacía las maletas, disparó hacia la luna por haberle Pero qué ganas de hombre iba a tener ella si no había sabido
metido ideas románticas, disparó hacía el costado del cielo donde ser hembra para el real hombre que la había guarecido tanto
navega la constelación de Escorpión porque allí suelen tiempo, y ya habían pasado diez años sin que ni siquiera un beso
esconderse los amores prohibidos, disparó hacia la proa del con los labios le hubiera correspondido, y peor en lo otro, si se
universo porque como todos lo saben el universo viaja a la echaba en la cama como una vaca recién laceada sin moverse ni
velocidad de la luz, y no termina de moverse, y así la bala viajaría oponer resistencia y sin decirle qué rico eres a él que sabía lo
luz tras luz y siglo tras de siglos hasta dar certeramente en el macho que era. No, mañas no eran ni otro hombre lo que la había
corazón de aquel que le estaba robando el corazón de su esposa empujado a la fuga sino la pura menopausia, y en eso sí que fallé
legítima, si es que aquel existía, y dejó de disparar porque había porque debí curarla, se sintió un poco culpable porque, cuando
que guardar balas para el tipo que la estuviera acompañando si ella andaba respondona, otra medicina había debido darle, como
es que había uno, se repitió, pero no, eso no era posible, porque la vez en que le hinché los ojos y le rogué de rodillas que me
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perdonara y las veces en que solía encerrarla en el baño con un acusó de secuestro, y cuando el juez le preguntó a él: «¿La
candado para que escuchara su charla científica sobre las mujeres encerramos, ingeniero?», de puro magnánimo, dijo que no y la
malas pero debí seguir el consejo de mi santa hermana y agarrarla perdonó cristianamente con la condición de que de ahora en
a baldazos de agua helada para que se le fuera el demonio de la adelante te muevas en la cama, y vendrás a vivir en la hacienda,
calentura, sí señor. Aunque algo hice por ella cuando ordené y al bebé lo cuidará mi hermana en su casa y a la niña mayor
trabar las llaves de agua caliente de la casa para que el agua podrás criarla tú allá en el rancho grande siempre y cuando no 12
heladita de la sierra la hiciera entrar en salud y la convirtiera en me la conviertas en una romántica. Todas las mujeres son
una regia hembra en vez de esa mujer temblorosa a la cual le ingratas y ahora, a los veinte años de matrimonio, Leonor se había
saltaba la ceja izquierda en cuanto él se le acercaba, y luego todo escapado llevándose a Patricita de dieciocho años que la siguió
el cuerpo, como en forma de tercianas cuando él iba a cumplir porque sabe que es una consentidora y que aceptará que se case
con sus deberes conyugales, y por supuesto que él había sabido con cualquier pelagatos y no con el hijo de mi socio que yo le tenía
ser paciente y solamente la tomaba cuando a ella se le había reservado, y la muy desnaturalizada me ha dejado al bebe porque
pasado la tembladera y ahora a bañarse mi reina, en agua bien no quiso seguirla, para que yo lo amamante, olvidándose la
friecita para que se te vayan los malos pensamientos, y para que ingrata de los veinte años de felicidad que le he dado y de los
se acabe de una vez por todas esta pequeña contrariedad que hay principios espirituales que rigen a la familia cristiana. Quiso
entre nosotros y que es solo una pequeña crisis de la relación preguntarse por qué, pero no pudo responderse debido a que, de
conyugal debido a lo mal que me ha estado yendo en los forma increíble en un hombre tan bravo, dos lágrimas
negocios, y todas las parejas tienen problemas y todo esto pasará comenzaron a cerrarle los ojos, y se quiso decir que los valientes
pronto, mi reina, porque con dinero o sin dinero yo hago siempre también lloran, pero no alcanzó a musitarlo, y se quedó a la mitad
lo que quiero y yo sigo siendo el rey. de la frase, dormido, y vio en sueños que un potro emergía del
Claro que la cosa se ponía un poco difícil ahora si ella ya había océano, y se dijo que eso era un sueño, pero el potro lentamente
llegado a los Estados Unidos porque a los gringos se les había sacó primero del agua las orejas y después los ojos amarillos y
dado con la bendita historia de los derechos humanos y al dorados, y por fin el lomo y la cola que habían estado guardados
calzonazos del presidente lo mandaba su mujer, y no sería raro mil años en el fondo de los mares, entre pulpos y estrellas, y se
que dieran una ley de asilo contra la violencia doméstica como le deslizó suavemente trotando hacia la curva del cielo, y sobre el
advirtió su abogado. Si ella había entrado en territorio americano, lomo llevaba montadas a Leonor y a Patricita. Se las llevaba hacia
la cosa se ponía brava porque allí no iba a poderles pagar a los la Vía Láctea.
policías ni a los jueces, como la había hecho antes las tres veces Lo que no sabía Leonidas es que sus lágrimas no eran lágrimas
en que ella se había fugado con los dos niños y la vez en que la y lo que él había tomado por la Vía Láctea tampoco lo era. Era
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brujería el agua de las lágrimas y también lo era el color jabonoso un hombre que era algo así como hermano del jefe supremo de la
del cielo que por unos instantes le habían impedido ver al mundo policía del estado: «Conque ya lo sabes. Así te fueras a París o a
y a las silenciosas fugitivas, y todo aquello le había sido enviado Venus, el comandante Marroquín, mi hermano del alma, te haría
desde lejos gracias a un excelente trabajo de magia roja, la magia rastrear con sus sabuesos y te encontraría en el fondo de la tierra
del amor, que había sido operado a distancia por doña Elsa y te pondría en la primera comisaría en lo más alto de los cielos
Vicuña a pedido de Leonor. «Ayúdeme», le había solicitado. como para ti mi reina, y te hallaría en el fondo pardo de los 13
«Ayúdeme», había clamado al ver que no había nada ni nadie océanos y en los caminos que hay entre estrella y estrella, y abajo,
sobre la tierra capaz de apoyarla. «Ayúdeme, por favor», le había más abajo de abajo, te ubicaría incluso en el fondo de los
rogado desde lejos, incluso sin conversar con doña Elsa, cada vez infiernos, porque eso sí, mi reina, al cielo ni siquiera pienses en ir
que bajo la máquina brutal del marido, al saciarse él, ella le porque allí no podrás recurrir a Dios, quien ya te debe haber
rogaba con espanto: «Ya estás saciado. Ahora déjame ir», a lo que cerrado el ingreso a su santísima casa por el pecado infame de
él invariablemente respondía, tal vez ya medio dormido: «Te vas, tratar de romper el lazo sacrosanto del matrimonio porque lo que
te puedes ir ahora mismo, pero te vas sola. A mi hijo varón me lo Dios ha unido no lo separe nadie. Nadie, mi reina. Y allí mismo
dejas». Y ella había averiguado con un abogado de los pocos en en la puerta del cielo, cuando San Pedro te diga que no, mi reina,
que se fiaba que, efectivamente así era, que si se llevaba al niño que habrías debido pensarlo antes de atreverte a pisar la santa
podía ser acusada incluso del delito de secuestro. «Pero, casa de Dios porque allí no se admite a la gente que no cree en el
licenciado dígame entonces: ¿qué puedo hacer?». «Lo más santísimo matrimonio, allí mismo, mientras le llores a San Pedro
sensato es que ustedes dos lleguen a una amigable disolución del y forcejees con los guachimanes del cielo, allí aparecerá mi
matrimonio con el mutuo disenso». «Entonces plantéele el compadre, el comandante Marroquín, con órdenes firmadas y
divorcio por la causal de violencia moral y física», le respondía el refrendadas por la autoridad competente para decirle a San
abogado con la certeza de que le estaba mintiendo porque los Pedro que con la venia de usted, vengo por esta mujer de parte
jueces y la corte de la ciudad siempre estarían de parte del rey del de su legítimo dueño y señor don Leonidas Montes de Oca, y me
mundo, de Leonidas Montes de Oca, que solía dar fiestas la llevo con la venia y la bendición de usted y también la de San
exclusivamente para hombres y que había sabido honrar el Antonio, que es el Santo de los matrimonios, para conducirla
prestigioso blasón de su familia con el éxito total en los negocios, directamente al dormitorio de don Leonidas donde debe cumplir
en los negocios honrados y en los que no lo eran tanto, y de quien con los deberes del santísimo matrimonio. Y así habrá de ser, mi
incluso se decía que había logrado hacerle la trampa a un famoso reina, hasta que la muerte nos separe, y que no se te ocurra
narcotraficante después de haberlo representado y haber sido su morirte antes porque te hago sacar de la muerte con la fuerza de
socio. No había un poder sobre la tierra capaz de hacerle frente a mi amor y la fuerza pública del comandante Marroquín, pero no
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te apures que de todas maneras morirás, pero después de mí, y los sueños y para que sus ojos atisbaran el firmamento y
allí también nos veremos porque morirás como toda una Montes únicamente alcanzaran a ver la leche derramada por la Vía Láctea
de Oca y te enterrarán en el sepulcro de piedra negra que guarda y para que todas la cosas le parecieran un sueño como cuando vio
los huesos y las almas de mis antepasados, y para toda la que un antiguo caballo emergía de los mares, y montadas sobre
eternidad, reposarás amorosamente a mi costado y junto al él se iban Leonor y Patricita, y tan solo atinó a decirle en sueños
cuerpo inmaculado y la olorosa santidad de mi tía abuela doña a la cama vacía de Leonor: «Qué raro, soñé que te ibas en un 14
Carmen Adelaida Victoria Larrañaga y Montes de Oca cuyo caballo por el río sin fin de la Vía Láctea». Lo que no sabía
espíritu nos acompañará toda la vida o toda la muerte hasta que Leonidas es que ese río avanza hacia el norte, y fue por eso que,
vengan a sacar sus restos para llevarlos al Vaticano donde el Papa pasados los siete días de su ceguera mágica, la fugada y su hija
la canonizará de inmediato». Y por todo esto, porque Leonardo ya habían atravesado las plateadas montañas de México y
le había demostrado que no había poder en el universo capaz de estaban descendiendo suavemente sobre las tierras de California,
devolverle la libertad, ni la paciencia, ni siquiera la dulce espera aromadas de frutas y libertad.
de la muerte, por todo esto Leonor le había rogado a doña Elsita Por su parte, lo que no sabía Leonor es que Leonidas también
Vicuña que le volviera a leer la suerte, pero que ahora la ayudara iba a acudir a la brujería, pero mientas que ella usaba de la magia
a corregir la carta de los destinos. Así lo hizo doña Elsita, y apenas roja, él contrató a un maestro de magia negra, don Filemón
Leonor partió el mazo volvieron a aparecer los dos naipes de su Castañeda, brujo por herencia familiar, de quien se sabía que al
obsesión: en el primero, estaba ella, triste y bellísima, vestida de morir su padre, igualmente brujo, le había cortado la cabeza para
reina española; sobre su cabeza cayó el naipe más importante, el que le sirviera de consejera durante las operaciones mágicas, y
de un rey todopoderoso con cuatro pares de ojos que le permitían precisamente fue esa cabeza la que, entrada ya la medianoche,
mirar al mismo tiempo al norte, al sur, al este y al poniente. Como abrió la boca vacía y le preguntó a Leonidas: «Patrón, ¿canto?»
siempre: en esas condiciones cualquier intento de fuga era «Canta, pues», le ordenó, «pero no creas que creo en brujerías».
imposible. Como siempre, solo que esta vez hubo una pequeña «Entonces, patrón tengo que aconsejarle que no la siga buscando
variante: apenas apareció la carta del rey, las dos mujeres, según porque lo que es ella ya ha llegado a Los Ángeles». Eso era lo
lo tenían planeado, la metieron en una tinaja colmada por las bravo porque allí sí que no podía contar con nadie, a menos que
lágrimas que Leonor había vertido la noche anterior bajo la luz el compadre Marroquín pudiera hacer un contacto con la
dudosa de la luna y los rayos luminosos de la Vía Láctea, y así le Interpol, pero eso no era posible en aquel momento, porque
velaron mágicamente los ojos a Leonidas para que durante siete Marroquín andaba un poco escurridizo con esos caballeros «por
días, los únicos de toda su vida, no mirara hacia las cuatro una nada, compadre. Los gringos suponen que tuve algo que ver
direcciones, no sospechara, no espiara, no fisgara las puertas ni en la muerte de un agente antinarcóticos y usted sabe, compadre,
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que usted tampoco podría entrar en los Estados Unidos porque harta de tanta pesadilla, Leonor desandara el camino que la había
los gringos suponen que también tuvo usted arte y parte en esa llevado a los Estados Unidos, diera gracias a la familia que le
muerte». Allí fue cuando Montes de Oca comenzó a gritar que había ofrecido alojamiento, renunciara al trabajo que le habían
todo eso era una mentira, que la brujería no existía y que todos conseguido y encaminara sus pies hacia la frontera donde
eran unos cobardes: el comandante, el brujo Filemón y la cabeza también daría las gracias a la patrulla de frontera y les prometería
muerta que solo sabía hablar sandeces y profetizar asuntos que no pisar otra vez el país donde no había sido invitada, y luego 15
ya habían ocurrido, y le ordenó a la cabeza que se mordiera la avanzaría, plena de amor, como en cámara lenta, hacia el lado
lengua inexistente, y de puro obediente, la cabeza lo hizo, lo cual mexicano, donde estaría esperándola el recio pero magnánimo
lo alivió un poco de su gran pesadumbre porque le hizo sentir don Leonidas Montes de Oca, «usted, patrón, vestido todo de
algo señor en los señoríos de la muerte. negro como ranchero, con luz de miles de estrellas y música de
Entonces pidió que mataran al amante. «Pero resulta que no, pasodoble que es como lo estoy viendo».
don Leonidas, con su perdón pero aquí la veo sola y no veo Y por eso fueron siete las pesadillas que la cabeza muerta le
hombre alguno a quien matar», dijo la cabeza del muerto y envió a la fugada. Los siete sueños negros salieron de
añadió que no había visto ningún triángulo amoroso, «sino que Guadalajara, uno cada viernes, y atravesaron cumplidamente la
el problema es que ella no lo puede aguantar a usted, patrón», y frontera, volaron sobre las supercarreteras, entraron en Los
para estar más seguros se había metido dentro de su corazón y le Ángeles, esquivaron los rascacielos y, uno tras de otro, viernes
había borrado todos los boleros y otras canciones de amor así tras viernes, entraron por la ventana de Maple 247, séptimo piso,
como el recuerdo de los enamorados que hubiera tenido antes de donde dormía Leonor, y se metieron en su sueño, o más bien se
conocerlo a usted, don Leonidas, incluso en alguna encarnación convirtieron en sus sueños, pero no lograron lo que se proponían.
anterior». No los seis primeros sueños; sí el último.
«Entonces, inventen algún modo de traerla. Si no quiere ni por Durante la primera pesadilla, se le apareció el alma de una
la buena ni por mala, hay que lograr que se regrese por su propia mujer condenada al infierno por haber desobedecido a su marido,
cuenta». «Ahora sí estamos hablando en serio, patrón», dijeron al y le mostró los castigos que le esperaban, pero Leonor le
mismo tiempo el brujo y la cabeza encantada, y después de varias agradeció la información y le respondió que nada podía
horas de indagar en los infiernos, volvieron de allí con la compararse con la inmensa libertad que ahora sentía, y que
respuesta de que podían lograrlo. Para ello servían las pesadillas. después de muerta sería muy feliz recordando esa libertad
Colmarían las noches de la fugada con sueños de pesadumbre, aunque se hallara en los infiernos.
harían que los remordimientos la desbordaran y que la frialdad Un ángel verde, con alas fosforescentes, se le apareció en el
de la muerte se escondiera debajo de su almohada hasta que, segundo sueño, y le mostró los deleites del paraíso que volverían
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a ser suyos si dejaba de obedecer a su necio orgullo, y antes de cielo mexicano una imagen de doña Elsita armada tan solo del
que pudiera reaccionar se la llevó volando al cielo y la hizo pasear santo rosario. Y se sabe que cuando el brujo decía «uno», la dama
por las calles del paraíso donde viven las mujeres buenas. lo traducía al idioma sagrado y en latín decía «une» y después
«¿Viven solas?», preguntó Leonor. «Todo lo contrario», le «due» y a continuación «trini» y «mili», y con las palabras
respondió el ángel. «Viven acompañadas por su amado esposo benditas iba apagando las llamas del infierno. Y por eso fue que
durante toda la eternidad». «Entonces, prefiero el infierno», las pesadillas, hasta la sexta, perdieron fuerza, y Leonor resistió. 16
replicó Leonor, y el hermoso sueño huyó espantado por la Durante el cuarto, el quinto y el sexto sueño, emisarios del
ventana. paraíso y los infiernos se turnaron en la almohada de Leonor ora
El tercero no fue un sueño sino una aparición. A pedido de para amenazarla con la condenación eterna ora para ofrecerle los
Montes de Oca, el brujo hizo que el ánima bendita del padre de goces que están reservados a los bienaventurados a cambio de
Leonor, traída desde el purgatorio, se materializara sentada a los desandar lo andado, volver los ojos a la tierra lejana y caminar de
pies de la cama para darle buenos consejos y decirle que las prisa hacia los brazos de su amado consorte que cambiaba de
mujeres buenas obedecen primero a su padre y luego a su ropa en los sueños y trocaba la de ranchero mexicano por la de
marido, y por fin, al hijo mayor si, por desgracia, llegaban a gamonal en los Andes de Sudamérica, aunque a veces parecía
enviudar. también llegar como bailarín de flamenco, pero no abandonaba
«Y por eso es necesario, hijita, que obedezcas a Leonidas que la música de pasodoble que siempre lo estaba siguiendo como la
es tu dueño y señor». música que rodea a los toros de lidia en las tardes de corrida, ni
Ese fue el momento en que la fugitiva pudo haber cedido los olés y olés que festejaban su planta de toro recio, pero nada de
porque siempre había adorado a su padre, y sabía que era un eso, ni siquiera las campanas celestiales, ni mucho menos esa
hombre muy prudente. Pero, para su fortuna, su mágica aliada, hermosura de Leonidas que ya no era hermosura de hombre,
dona Elsita Vicuña, no la había abandonado. Aunque su ciencia nada ni nadie fueron capaces de siquiera hacerla pensar en el
le servía solamente para hacer el bien, tiró las cartas y se enteró retorno a Guadalajara, convencida como estaba de que hasta los
de que el marido estaba usando de las malas artes del terrible ángeles ambiguos eran más hombres que el hombre que la
Filemón Castañeda. Una lectora del Tarot común y corriente se reclamaba.
habría desanimado frente a ese enemigo, de quien se sabía que El séptimo sueño no fue sueño y, sin embargo, la determinó a
había hecho su doctorado de brujería en el infierno, pero doña retornar. En vez de ver imágenes, escuchó los acordes tristes de
Elsita, en vez de intimidarse, lo retó a batallar. una canción de su tierra. Era una canción sin palabras, pero la
Y así fue como, en el momento en el que el brujo y la cabeza cantaba un coro de niños sin madre, como de la edad del suyo,
mágica lanzaban los sueños desde Guadalajara, apareció en el
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que no podían decir palabras, pero que iban murmurando con los el arma. Quiso reclamar la ayuda del brujo o de la cabeza, pero
ojos una súplica, como un regresa pronto, a la madre ausente. ya no estaban a su lado, quizás ya volaban por el cielo o los
Entonces ocurrió lo extraordinario: «Acérquese, patrón», dijo infiernos, y entonces recordó que ella había estado presente todas
la cabeza, «y mire lo que estoy viendo en la bola de cristal. Allí las veces que él instruía a Leoniditas en el manejo de las armas, y
donde le digo, detrás de ese árbol, cerca de ese río, mire quién que más de una vez le había dado muestra de su pericia, y ya no
viene». supo qué hacer. Se le ocurrió pedirle de rodillas que lo perdonara, 17
Y por supuesto que era ella quien regresaba. A través de los por el amor de nuestros hijos, por ellos hazlo, pero ella no le
cristales y por el curso de los ríos del aire, se fue dibujando la disparó sino que pasó junto a él, se pasó de frente, sin que nadie
silueta de la arrepentida que avanzaba de norte a sur, de Los gritara olé ni olé y llegó hasta el lecho de su hijito que la estaba
Ángeles a Guadalajara, hacia el encuentro del hombre generoso esperando, y con él se fue de regreso hacia el norte mientras en
y magnánimo que, como las otras veces, la estaba esperando para una mesa sin clavos, doña Elsita Vicuña limpiaba los naipes,
perdonarla. satisfecha de la jugada, y tomando un sorbo de agua florida
Cuando Leonidas alargó sus brazos en forma de cruz, todavía escupía hacia el norte y el sur, el este y el poniente a fin de que se
tuvo que esperar un poco porque la bella fugada se tardaba en fueran para siempre los tiempos malos.
llegar hasta él. «Se lo dije, patrón. Le dije que se la traería, y allí la
tiene. Es toda suya, y si quiere, revísela para que vea que viene
completa». Ahora, el cielo estaba más claro, y Leonidas no tuvo
que auscultar la bola de cristal porque la dama ya estaba frente a
él, a tan solo unos metros de distancia, y los ríos del aire la habían
traído completa, con sus ojos largos y lejanos, el flotante pelo
negro y los labios intensamente rojos. Sin mover los pies, como
levitando, había alzado vuelo desde las calles anaranjadas de los
Estados Unidos y, más bonita que antes, por vencida y por triste,
había cruzado la frontera y dentro de unos minutos llegaría hasta
sus brazos.
Pero no venía con las manos vacías. Ya estaba a solo un metro
de él, la distancia de un abrazo, cuando Leonidas advirtió que ella
sostenía algo entre las manos, y antes de que atinara a escapar, se
dio cuenta de que ella le estaba apuntando mientras ya rastrillaba
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invitarlo y porque él prefería unos días de abstinencia a ser
recibido o llevado a un restaurante por personas de esas que son
El carísimo asesinato de Juan capaces de comer cualquier cosa, con tal de comer.
A diferencia de su inseparable amigo Mario, que era bastante
Domingo Perón gordinflón, extrovertido y de corta estatura, Alfredo tenía, de
nacimiento, como suele decirse, algo sumamente quijotesco. Era 18
Alfredo Bryce Echenique muy flaco, alto, y hombre de pocas palabras y mucho menos
comer. Le encantaban el vino tinto y un buen whisky, eso sí, pero
en cambio el noventa por ciento de los productos de aire, mar o
tierra de los que nos alimentamos los seres humanos le caían mal,
o no le gustaban, o simple y llanamente le daban asco. Y, aunque
ALFREDO era peruano y pintor, y Mario nunca se supo muy
también a él lo invitaban mucho, por lo entrañable que era, casi
bien lo que era, aparte de salvadoreño, entrañable, y gran amante
siempre se limitaba a rechazar un plato tras otro —los pescados
de la buena mesa, entre otros aspectos más de la buena vida.
y los mariscos los odiaba, por ejemplo—, o sea que su hambre,
Había escrito un par de libros, es cierto, y había sido también
aunque atroz por momentos, provenía sobre todo del hecho de
diplomático en servicio en la República Argentina —fue en
que un hombre necesite comer para sobrevivir y de que el pobre,
Buenos Aires donde se le pegó aquel acentazo che que no lo
muy a pesar suyo, no era ninguna excepción a esta regla.
abandonaría jamás—, pero yo creo que si hay una palabra que
Pero también la vivienda en que habitaba Alfredo, a pocas
califique plenamente la profesión de Mario, esta es la italiana
cuadras de distancia del precioso departamentito de soltero de su
palabra dilettante, o sea el que se deleita.
amigo Mario, era algo que yo hubiera querido tener para un día
Mario y Alfredo andaban sin un centavo, en la época en que
de fiesta, como se dice. Alfredo vivía en un moderno, amplísimo
los conocí, pero había que ver lo bien instalados que estaban los
y muy bien iluminado atelier de artista, en la Cité Internationale
dos en París, con o sin hambre. Mario alquilaba un pequeño pero
des Arts. Y con vista al Sena, nada menos. Y ni siquiera pagaba
elegantísimo departamento en la rue Charles V, primorosa y
alquiler, pues el atelier era una beca que la ciudad de París —a
hasta históricamente amoblado por una propietaria anciana y
través de su alcaldía, me imagino— les otorgaba a escultores,
amnésica, que siempre que venía a cobrar la renta descubría, con
pintores y músicos. O sea a todos aquellos artistas que requieren
espanto y con fe total en la palabras de monsieur Marió, que ya
de espacios grandes o de perfecta insonorización para su trabajo
este le había pagado el día anterior. Lo de comer y beber le
diario, según averigüé en mi afán de que se me otorgara un atelier
preocupaba aún menos, a Mario, porque la gente se peleaba por
—vivienda como el de Alfredo, también a mí. Pero nones: los
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escritores no metemos ruido cuando escribimos y nuestras Yo trabajaba por ahí cerca, dando clases de lo que me echaran
cuartillas caben hasta debajo de un puente del Sena. Esto fue lo en un colejucho bastante ilegal y de mala muerte, y a cada rato le
que me explicaron, por toda respuesta. tocaba el timbre a Alfredo, para conversar un rato, al volver de
Uno en alto y muy flaco, y el otro en bajo y gordinflón, uno mis clases a casa. Pocas cosas me han gustado tanto en la vida
quijotesco y el otro su escudero, Alfredo y Mario eran los que se como conversar con ese amigo entrañable, culto, finísimo y
suele llamar dos feos tremendamente atractivos, dos hombres nacido para ser rey. Para mí ha sido un rey siempre, en todo caso, 19
muy feos pero con mucho gancho. Y de la época en que, con un y encarna a la perfección la idea que me hago de la verdadera
horroroso poeta peruano, de apellido Valle, habían gambeteado nobleza: la nobleza del alma.
la miseria en un cuarto de pensión, en Madrid, solía contarse esta Pero a he dicho que Alfredo era, también de nacimiento, un
anécdota: la portera de la pensión, a quien la fealdad barbuda, hombre quijotesco. Y a los timbrazos de amistad que le pegaba
peluda y muy mal trajeada del trío latinoamericano le causaba yo en su atelier —vivienda, a la salida de mi colejucho, respondía
franco pavor, no pudo contenerse un día y, al verlos pasar delante siempre preguntando quién llama, y abriendo, no bien le decía, a
de la portería, le comentó a su esposo lo peligrosamente feos que través de la puerta, que era yo, que era su tocayo el que llamaba.
eran esos tíos. "Calla, mujer", le respondió este, poniéndose un Una sonrisa de bondad, semioculta entre la barba y el bigotazo
dedo para silencio en la boca. "Y mucho cuidado porque son salvajes, era su manera de acogerme, aunque en seguida mi
incas". tocayo agregaba: "Caray, ya había dormido el desayuno y estaba
Pobre Alfredo. De él incluso se decía que, de noche, la gente a punto de dormir el almuerzo... Pero bueno, bueno, pasa. Pasa y
que lo veía venir con ese pelote largo y su barba salvaje, se te sirvo un café. O, mejor dicho, un Nescafé, que dura más, sale
cruzaba a la vereda de enfrente, de puro miedo. Pero nadie sabía más barato y casi no da trabajo".
que este hombre bueno como el pan era muy corto de vista y que, Jamás aceptó el gran Alfredo mi propuesta de bajar un
debido al hambre hidalga que pasaba, varias veces se fracturó momento y de comprar un poco de pan y de queso, para comerlo
una costilla solo por haberse tropezado con un poste eléctrico o juntos e indemnizarlo así por el daño que le había causado al
con un arbolito de esos que adornan los bulevares. También se le impedirle dormir también el almuerzo. Ah, y otra cosa: tardé
rompió una costilla al pobre, un día, mientras se duchaba en su años en entender por qué mi tocayo lavaba y coleccionaba, en
espacioso baño de la Cité Internationale des Arts. Se le cayó el primoroso orden —él que era el colmo del desorden y la
jabón al suelo y de tanto agacharse a buscarlo, por lo cegatón que dejadez— los pequeños frascos de Nescafé que iba consumiendo
era, crac, le sonó algo en el pecho, y era nuevamente una costilla en su atelier de la Cité Internationale des Arts.
fracturada. Pero bueno, vamos por orden, porque antes vino lo del
asesinato carísimo de Juan Domingo Perón, el ex mandamás
Antología de Cuentos
Curso: Lenguaje I
Docente: Liliana Paz Ramos
Primer control de lectura
argentino. Aquello sí que valió la pena, pues ocurrió del café Flore, que ellos denotaban la suficiente peligrosidad
precisamente en uno de esos momentos en que Alfredo llevaba lombrosiana como para ser, evidentemente y hasta de
una colección de costillas rotas, por desnutrición, y a Mario la nacimiento, se puede decir, el contacto criminal que tenían que
amnésica propietaria de su departamento le había subido el hacer en París, esa noche, en ese café, y a esa hora. Además, a
alquiler. "No es que le piense pagar, che", afirmaba Mario, con su Mario y Alfredo les encantó que esos tipos no encontraran
acentazo bonaerense, "pero esa millonaria del cuerno en inconveniente alguno en pagar, tampoco, sus atrasadísimas 20
cualquier momento recupera la memoria y es muy capaz de deudas de whisky.
quererme cobrar tres años juntos". En fin, parece que solo de El contacto en París estaba hecho, por consiguiente, y ahora ya
pensar en esta posibilidad le entraba una angustiosa sed de solo faltaba ponerle los puntos sobre las íes al asesinato de Juan
whisky, a aquel gran amigo salvadoreño, y noche tras noche se Domingo Perón. Los paramilitares tenían mucha prisa, parece
sentaba con su inseparable Alfredo en la terraza del café Flore, en ser, y los contactados mucha hambre y mucha sed, por lo cual el
pleno corazón de Saint Germain des Prés. asunto hubo que estudiarlo varias noches seguidas, en diversos
Y ahí esperaban que pasara algún caballero conocido y restaurantes de buen yantar, y luego en la terraza del Flore, por
reconocido, de esos a los que se les puede aceptar una invitación, supuesto. Ahí, entre whisky y más whisky, Alfredo, que era un
sin sentirse uno ofendido. Y cuando este no pasaba, el mozo, que gran lector de novelas policiales, empezó a mezclar argumentos
los conocía desde hace siglos y sabía hasta qué punto esos dos y elementos de unas con otras, para ir entreteniendo y
viejos clientes eran dignos de toda su confianza, les fiaba un convenciendo a los paramilitares con datos de una tremenda
whisky tras otro, noche tras noche, hasta que pasara el caballero verosimilitud, mientras Mario pasaba del whisky al champán e
digno de pagarles aquel cuentón, digno a su vez de un gran par iba degustando, ya de madrugada, las mejores ostras de la
de caballeros. En fin, toda una filosofía de la vida, de la que doy temporada, dejando que Alfredo procediera. Y cada vez que le
cuenta utilizando más o menos las mismas palabras que empleó hacían una pregunta, se limitaba a señalar a su amigo y agregar:
siempre el gran Mario. "Preguntále al técnico, che", hasta quedar prácticamente
Pero una noche el que se les acercó no era un caballero convertido en el refinado autor intelectual de aquel asesinato que
conocido, sino tres desconocidos de nacionalidad argentina. Los debía llevarse a cabo en Madrid, en 1969, en vista de que ahí había
bolsillos los traían repletos, eso sí, y, aunque puede resultar fijado su residencia Juan Domingo Perón.
doloroso que a uno lo tomen por asesino solo de puro feo que es, Noche tras noche, el técnico fue agregando algún detalle más,
y de puro barbudo y peludo, a Mario y Alfredo les hizo una como por ejemplo lo de la bazuca, que no iba a plantear muchos
profunda gracia que aquellos tres paramilitares hubieran problemas, pues él la iba a introducir en España convertida en
deducido, al cabo de un largo y concienzudo examen al público tubo de escape de su automóvil. "Nada hay tan fácil en este
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mundo como camuflar una bazuca", opinaba el técnico, mientras A dónde iba ir a dar el pobre, sin casa y sin un centavo, era
el autor intelectual degustaba sus ostras refinadamente y el algo que nadie sabía. Y sin embargo, lo alegre que resultó el cóctel
champán. Y solo cuando los paramilitares mostraban su total de mucho pan, quesitos escasos y tintorro a mares, que dio el día
acuerdo con el plan, tal como iba aquella noche, Alfredo les anterior a su mudanza. Hasta sus amigas millonarias se peleaban
soltaba un tremendo y carísimo obstáculo: la compra de una por beber ese tinto peleón, aquella noche. Y es que nunca habían
residencia frente a la de Perón, por ejemplo, que vivía en la visto nada igual... Nada tan chic ni tan bohemio, nada tan Alfredo 21
urbanización más elegante de Madrid... Porque qué otra manera ni tan... En fin, que solo a nuestro Alfredito se le ocurre servirte
había de vigilar cada uno de sus movimientos, hasta el día del el vino en frasquitos de Nescafé…
bazucazo...
Y así, hasta que los paramilitares, avergonzadísimos, y tras
haberles dado al autor intelectual y al técnico toda la razón del
mundo en lo referente al plan del asesinato y los pormenores de
su ejecución, cuenta tras cuenta de restaurante y de café Flore,
confesaron que no disponían del presupuesto necesario, se
disculparon humildemente, y se retiraron para siempre, aunque
no sin antes haberles pagado a ese par de carísimos terroristas
internacionales la última cuenta en el Flore.
—¡Por fin! —exclamó Mario—. Yo creí que de esta no salíamos.
—De algo nos valió ser tan feos —le comentó Alfredo,
suspirando de alivio.
Poco tiempo después estalló la llamada Guerra del Fútbol,
entre El Salvador y Honduras, y Mario decidió regresar a su país
para convertirse en héroe. Pero no fue así, desgraciadamente,
porque la colecta que hicimos entre todos para pagarle el pasaje
de ida demoró tanto, que, cuando Mario aterrizó en el aeropuerto
de San Salvador, la guerra acababa de terminar. Y ya nunca
volvimos a saber de él, salvo por aquella postal que le envió a su
gran amigo Alfredo, el día en que a este se le acababa la beca y
tenía que abandonar su espacioso y moderno atelier —vivienda.

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