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Curso: Lenguaje I
Docente: Liliana Paz Ramos
Primer control de lectura
y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro.
La máscara de la muerte roja Afuera estaba la Muerte Roja.
Edgar Allan Poe Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando
la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero
ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita
La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo 1
magnificencia.
tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La
Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan
sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre.
que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete
Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los
—una serie imperial de estancias—. En la mayoría de los palacios,
poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata
la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues
en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que
las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes,
la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión,
permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero
progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando
del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas
sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil
con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a
caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro
la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en
encierro de una de sus abadías fortificadas. Era esta de amplia y
cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad
magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico
de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor
aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima
cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las
muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro.
ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono
Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados
dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la
martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar
cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules,
ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la
vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia
desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente
ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales
aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos
eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los
podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las
cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono
arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El
naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo
príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había
aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de
bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura
terciopelo negro, que abarcaban el techo y las paredes, cayendo
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en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por
Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un
decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre. ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas
nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en
aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos 2
había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil
iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez
a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la
trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se meditación.
proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía
brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles
resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera
poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones
color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído
producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era
tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no
eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran
contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta,
ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, su gusto había guiado la elección de los disfraces.
monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo,
la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de
un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse
énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en
veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud
para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes,
fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la
sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.
tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados
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Más otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva
terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación,
salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una
posturas. Pero los ecos del tañido se pierden —apenas han asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de
durado un instante— y una risa ligera, a medias sofocada, flota imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado
tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no 3
contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba
irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba.
oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden
luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien
aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas
cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir
un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no
oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba
estancias. envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un
afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto
en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética
tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero
música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la
se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesación Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia
angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror
quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor escarlata.
número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la
multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne
que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines),
hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de
tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de
hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, rabia.
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—¿Quién se atreve —preguntó, con voz ronca, a los cortesanos del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su
que lo rodeaban—, quién se atreve a insultarnos con esta burla perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía
blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero
sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas! se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la
Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento
en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura 4
alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano,
hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario
señal de su mano. y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el contenían ninguna figura tangible.
príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había
hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los
instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno
sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de
apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las
impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción,
impedimentos, pasó este a un metro del príncipe, y, mientras la y la Muerte Roja lo dominaron todo.
vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a
las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el
mismo y solemne paso que desde el principio lo había
distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura Remedios caseros
a la verde, de la verde a la anaranjada, desde esta a la blanca y de Abelardo Gamarra, El Tunante. Lima — 1910
allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a
detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la
ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la
Ojalá no le duela a usted nunca la rabadilla, no teniendo
carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera
médico a quien llamar.
por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano,
acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la
figura, que seguía alejándose, cuando esta, al alcanzar el extremo
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—¡Ay! —Le dirá a su mujer la primera vieja con que se tope vino el marido de mi comadre, y le digo que en dos pasadas se
por la calle—, así estuvo el hijo del marido de la comadre de me pasó.
Francisca. —¿En dos pasadas de qué?
—¿Y con qué sanó? —¡Ah! qué bruta soy, del berro, con la raíz de chicoria y el
—Con la raíz blanca del ajo macho. Sóbele usted la raba tres nitro: no hay como el nitro. Se da a beber en ayunas, después de
veces al día: antes de la salida del sol; cuando el sol llega al medio persignarse. 5
día; y cuando está cayendo la tarde; y verá usted Su mujer envía por los berros y el nitro y se persigna y hasta
Viene su mujer, y le narra el encuentro, échase a buscar la dicha reza con la señora lo que se le antoja: el brebaje le relaja el
raíz, y da principio a las sobadas. El tal ajo macho por poco no le estómago y ya tiene usted tres capellanías a cuestas.
hace a usted un hijo macho, produciéndole un enronchamiento y Continúan las consultas caseras y las recetas idem.
comezones de padre y muy señor mío. —Que le den el rabo del cuy o las orejas del pericote blanco.
La pobre mujer alarmada por las comezones, vuelve a —Que se busquen las flores del higo, con la semilla del plátano
preguntar, qué será bueno para ellas. guineo.
—¿Para las comezones? —dice la cocinera—, no hay como el Ni el cuy tiene rabo, ni flor el higo, ni el plátano semilla.
cogollo de la siempreviva: se agarra, se muele, se echan dos —Eso es el calor, y así estuvo el nieto de la madre del tío de mi
granitos de maíz blanco, una gotita de limón, cuatro barbas de abuela la tuerta.
chivo capón y la punta del cuerno del siervo; se agarra y se frota —Le ha de haber penetrado el frío, necesita cosas calientes:
bien, mañana y tarde, dándole de beber al enfermo el agua de la cuidado que vaya a comer carne de puerco: el puerco es un
pimpinela, el toronjil y la manzanilla. veneno.
Échese usted a buscar el cuerno del siervo y las barbas del —Que le den agua de churgapes.
chivo capón. Comienzan los remedios cochinos.
Entre la recaudera y su marido, llegan a conseguir los —El sebo de la rata pelada, con las uñas del alacrán.
adminículos, y usted, infeliz mártir de dolores y comezones, se —El buche de la gallina con mantequilla rancia.
somete al tratamiento de la cocinera; pero ni se aminoran los Y entran los remedios pestíferos.
dolores, ni se quita la comezón. —Los orines del zorrillo con la porquería del perro. —(¡Qué
—Imposible —dice la lavandera—, ¡qué barbaridad! las barbas cochino!)
del chivo son calientes: el señor lo que necesita son cosas frescas; Y vuelven los remedios fragantes.
así estuve yo con unas comezones que no me dejaban, hasta que —Las flores del jazmín del cabo, con la madreselva y el clavel.
Y entran los minerales.
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—La piedra imán y el agua del fierro caldeado. Entre tanto ni lo uno ni lo otro, la misteriosa naturaleza
Paso a los místicos. produjo lo que debía, y usted murió o vivió porque tuvo el
—La vara de San José, la yerba de la virgen: tres hojitas. pescuezo duro o la pata fácil de estirar.
En seguida los supersticiosos. Los pelos de la cabra, la punta de oreja del pericote, el cogollo
—Que lo sobe una niña que esté para casarse, o le ponga la agarrado por mano de doncella, las uñas del gato recién nacido,
mano tres veces una recién embarazada. las muelas del venado, el nido de la culebra, la cola de la gata 6
Los colores: capada, la cresta del gallo pelado, las patitas de la cucaracha
—La lana prieta y el algodón paco. Martina, la cáscara del huevo del gilguero, el resuello de la
Los líquidos: alicuya, las plumas del cargache, el piruro de piedra azul, los
—El agua de mote; el juguito de las hojas del aire. ojitos de la torcaz, et., etc., son adefecios que no pueden tener
Los sólidos; en fin, usted se embaula la creación bajo todas sus ninguna virtud… ¿o sí?
formas y manifestaciones: viejas y mozas, caseros y sirvientes,
todos recetan. Vendrán las lluvias suaves
No falta gente que le diga a su mujer. Ray Bradbury
—Niña, llévese de mi mal consejo: córtese la punta de las
trenzas y métalas, sin que el señor lo sepa, debajo de la cama,
rocíelo con la leche de sus pechos, y cuando esté dormido tápelo En el living, cantaba el reloj con voz: "tic—tac, las siete, arriba,
usted con su camisa de dormir, echándole tres veces el vaho: ¡las siete!" como si temiera que nadie se levantara. Esa mañana la
enciéndale una velita a San José y amárrelo cuando lo cure con casa estaba vacía.
sus ligas. El reloj continuó con su tic—tac, repitiendo y repitiendo sus
Este medicamento medio místico, medio amoroso, medio sonidos en el vacío. "Las siete y uno, el desayuno, ¡las siete y uno!"
pagano y medio cristiano, seduce la imaginación de la pobre En la cocina, el horno del desayuno dejó escapar un silbido y
mujer y, el día menos pensado, amanece usted como una marica arrojó de su cálido interior ocho tostadas perfectamente hechas,
con fustanes. ocho huevos perfectamente fritos, dieciséis tajadas de panceta,
Así se muere usted, o así sana: si lo primero, la señora dice: dos cafés y dos vasos de leche fresca.
—¡Pobrecito, con qué resignación tomaba las barbas del chivo! "Hoy es 4 de agosto de 2026", dijo una segunda voz desde el
Si lo segundo: cielo raso de la cocina, "en la ciudad de Allendale, California".
—Agradece —dice ufana—, a mis pobres trenzas. Repitió la fecha tres veces para que todos la recordaran. "Hoy es
el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario del
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casamiento de Tilita. Hay que pagar el seguro, y también las "Las diez". Salió el sol después de la lluvia. La casa estaba sola
cuentas de agua, gas y electricidad". en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única casa que había
En algún lugar dentro de las paredes, los transmisores quedado en pie. Durante la noche, la ciudad en ruinas producía
cambiaban, las cintas de memorias se deslizaban bajo los ojos un resplandor radiactivo que se veía desde kilómetros de
eléctricos. distancia.
"Ocho y uno, tictac, ocho y uno, a la escuela, al trabajo, corran, "Las diez y quince". Los rociadores del jardín se convirtieron 7
¡ocho y uno!" Pero no se oyeron portazos, ni las suaves pisadas en fuentes doradas, llenando el aire suave de la mañana de ondas
de las zapatillas sobre las alfombras. Afuera llovía. La caja brillantes. El agua golpeaba contra los vidrios de las ventanas,
meteorológica en la puerta de entrada recitó suavemente: "Lluvia, corría por la pared del lado oeste, chamuscado, donde la casa se
lluvia, gotas, impermeables para hoy..." Y la lluvia caía sobre la había quemado en forma pareja y había desaparecido la pintura
casa vacía, despertando ecos. blanca. Todo el lado occidental de la casa estaba negro, excepto
Afuera, la puerta del garaje se levantó, sonó un timbre y reveló en cinco lugares. Allí la silueta pintada de un hombre cortando el
el auto preparado. Después de una larga espera la puerta volvió césped. Allá, como en una fotografía, una mujer inclinada,
a bajar. recogiendo flores. Un poco más adelante, sus imágenes
A las ocho y treinta los huevos estaban secos y las tostadas quemadas en la madera, en un instante titánico, un niñito con las
duras como una piedra. Una pala de aluminio los llevo a la pileta, manos alzadas; un poco más arriba, la imagen de una pelota
donde recibieron un chorro de agua caliente y cayeron en una arrojada, y frente a él una niña, con las manos levantadas como
garganta de metal que los digirió y los llevó hasta el distante mar. para recibir esa pelota que nunca bajó.
Los platos sucios cayeron en la lavadora caliente y salieron Quedaban las cinco zonas de pintura; el hombre, la mujer, los
perfectamente secos. niños, la pelota. El resto era una delgada capa de carbón.
"Nueve y quince", cantó el reloj, "hora de limpiar". El suave rociador llenó el jardín de luces que caían.
De los reductos de la pared salieron diminutos ratones robots. Hasta ese día, cuánta reserva había guardado la casa. Con
Los pequeños animales de la limpieza, de goma y metal, se cuánto cuidado había preguntado: "¿Quién anda? ¿Contraseña?",
escurrieron por las habitaciones. Golpeaban contra los sillones, y al no recibir respuesta de los zorros solitarios y de los gatos que
giraban sobre sus soportes sacudiendo las alfombras, gemían, había cerrado sus ventanas y bajado las persianas con
absorbiendo suavemente el polvo oculto. Luego, como una preocupación de solterona por la autoprotección, casi
misteriosos invasores, volvieron a desaparecer en sus reductos. lindante con la paranoia mecánica.
Sus ojos eléctricos rosados se esfumaron. La casa estaba limpia.
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La casa se estremecía con cada sonido. Si un gorrión rozaba círculos, mordiéndose la cola, lanzado a un frenesí, y cayó
una ventana, la persiana se levantaba de golpe. ¡El pájaro, muerto. Estuvo una hora en el living.
sobresaltado, huía! ¡No, ni siquiera un pájaro debía tocar la casa! "Las dos", cantó una voz.
La casa era un altar con diez mil asistentes, grandes y Percibiendo delicadamente la descomposición, los regimientos
pequeños, que reparaban y atendían, en grupos. Pero los dioses de ratones salieron silenciosamente, como hojas grises en medio
se habían marchado, y el ritual de la religión continuaba, sin de un viento eléctrico... 8
sentido, inútil. "Las dos y quince".
"Las doce del mediodía". El perro había desaparecido.
Un perro aulló, temblando, en el pórtico de entrada. En el sótano, el incinerador resplandeció de pronto con un
La puerta del frente reconoció la voz del perro y abrió. El perro, remolino de chispas que saltaron por la chimenea.
antes enorme y fornido, en ese momento flaco hasta los huesos y "Las dos y treinta y cinco".
cubierto de llagas, entró en la casa y la recorrió, dejando huellas De las paredes del patio brotaron mesas de bridge. Cayeron
de barro. Detrás de él se escurrían furiosos ratones, enojados por naipes sobre la felpa, en una lluvia de piques, diamantes, tréboles
tener que recoger barro, alterados por el inconveniente. y corazones. Apareció una exposición de Martinis en una mesa
Porque ni un fragmento de hoja seca pasaba bajo la puerta sin de roble, y saladitos. Se oía música.
que se abrieran de inmediato los paneles de las paredes y los Pero las mesas estaban en silencio, y nadie tocaba los naipes.
ratones de limpieza, de cobre, saltaran rápidamente para hacer su A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y
tarea. El polvo, los pelos, los papeles, eran capturados de volvieron a entrar en los paneles de la pared.
inmediato por sus diminutas mandíbulas de acero, y llevados a "Cuatro y treinta"
sus madrigueras. De allí, pasaban por tubos hasta el sótano, Las paredes del cuarto de los niños brillaban.
donde caían en un incinerador. Aparecían formas de animales: jirafas amarillas, leones azules,
El perro subió corriendo la escalera, aullando histéricamente antílopes rosados, panteras lilas que daban volteretas en una
ante cada puerta, comprendiendo por fin, lo mismo que sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio. Se llenaban de
comprendía la casa, que allí solo había silencio. color y fantasía. El rollo oculto de una película giraba
Husmeó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la silenciosamente, y las paredes cobraban vida. El piso del cuarto
puerta, el horno estaba haciendo panqueques que llenaban la casa parecía una pradera. Sobre ella corrían cucarachas de aluminio y
de un olor apetitoso mezclado con el aroma de la miel. grillos de hierro, y en el aire cálido y tranquilo las mariposas de
El perro echó espuma por la boca, tendido en el suelo, delicada textura aleteaban entre los fuertes aromas que dejaban
husmeando, con los ojos enrojecidos. Echó a correr locamente en los animales... Había un ruido como de una gran colmena
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amarilla de abejas dentro de un hueco oscuro, el ronroneo
perezoso de un león. Y de pronto el ruido de las patas de un okapi Los ruiseñores con sus plumas de fuego
y el murmullo de la fresca lluvia en la jungla, y el ruido de Silbando sus caprichos en la alambrada
pezuñas en el pasto seco del verano. Luego las paredes se
disolvían para transformarse en campos de pasto seco, Y ninguno sabrá si hay guerra
kilómetros y kilómetros bajo un interminable cielo caluroso. Los Ni le importará el final, cuando termine 9
animales se retiraban a los matorrales y a los pozos de agua.
Era la hora de los niños. A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
"Las cinco". La bañera se llenó de agua caliente y cristalina. Si desapareciera la humanidad
"Las seis, las siete, las ocho". La vajilla de la cena se colocó en
su lugar como por arte de magia, y en el estudio hubo un click. Ni la primavera, al despertar al alba,
En la mesa de metal frente a la chimenea, donde en ese momento Se enteraría de que ya no estamos.
chisporroteaban las llamas, saltó un cigarro, con un centímetro de
ceniza gris en la punta, esperando.
"Las nueve". Las camas calentaron sus circuitos ocultos,
porque las noches eran frías en esa zona.
"Las nueve y cinco". Habló una voz desde el cielo raso del
estudio: "Señora Mc Clellan, ¿qué poema desea esta noche?"
La casa estaba en silencio.
Sietes noches en California
La voz dijo por fin: Eduardo González Viaña
"Ya que usted no expresa su preferencia, elegiré un poema al
azar". Comenzó a oírse una suave música de fondo. "Sara Cuento ganador del Premio Internacional «Juan Rulfo», texto incluido en el libro de
Teasdale. Según recuerdo, su favorito..." cuentos Los sueños de América, Editorial Alfaguara, 2000.