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La criminalización de la pobreza.

“Según las estadísticas, hay setenta millones de niños en estado de pobreza absoluta,
y cada vez hay más, en esta América Latina que fabrica pobres y prohíbe la pobreza.
Entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los
exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los
comprende. Nacen con las raíces al aire.” Eduardo Galeano, La pobreza como delito.

La presente ponencia tiene como finalidad mostrar de qué manera la pobreza se encuentra
criminalizada y marginalizada. Mientras tanto, los índices de pobreza no dejan de subir en
poblaciones como la nuestra; mostrando entonces un abanico de posibles nuevos escenarios para
estas prácticas discriminatorias. En Argentina particularmente, según un informe realizado por la
UCA, cerca del 30% de la población está en situación de pobreza.

En un mundo neoliberal como el actual cada día es más difícil poder acceder a alimentación, salud,
vivienda, educación, entre otros derechos básicos elementales. La pobreza se mide generalmente
por parámetros económicos estancos que poco tienen que ver con la realidad de la sociedad. La
pobreza entonces genera desigualdades sociales, marginalidad, violencia. En definitiva la pobreza
baja las defensas de los seres humanos frente al poder punitivo de un Estado. Quien es pobre está
más expuesto a ser encasillado como un delincuente, un “chorro”. A su vez, el pobre,
estigmatizado, refuerza su idea de yo en ese prejuicio, y se identifica entonces con lo que se lo
asocia. Y son las clases medias, quienes generalmente, con sus prejuicios de clase instalados,
marcan esa diferencia.

Es dable aclarar que cuando nos refiramos a pobreza en este trabajo, lo hacemos en consideración
a la pobreza estructural; no a la pobreza transitoria que lamentablemente también muchos
Argentinos y Argentinas están padeciendo a causa de los gobiernos neoliberales al frente del
poder.

La pobreza estructural es aquella que tiende a transmitirse de una generación a otra, donde no
pueden satisfacerse las necesidades básicas de todo individuo, y tampoco se alcanza ingreso
mínimo para cubrir los estándares mínimos de consumo. La pobreza entonces genera
desigualdades; mayores brechas sociales, lo que esconde también violencia en sí misma. El pobre
no tiene acceso a derechos como alimentación, salud, vivienda, educación, entre otros.

Muchas veces los pobres son víctimas de violencia tanto policial como social, encontrándose
desamparados frente a un poder represivo cada vez mayor. La pobreza urbana es considerada un
mal que los Estados deben ocultar; y los delincuentes que “roban para comer” son en definitiva
estigmatizados y severamente penados como si se tratara de un crimen organizado. El acceso a la
justicia de los sectores vulnerables es cada día más escaso; pocas veces cuentan con el
conocimiento del derecho que les asiste, o mismo con el patrociño letrado como para poder
defender sus derechos.

Desde los medios de comunicación, por otro lado, existe un mensaje hegemónico de peligrosidad
relacionando a la pobreza con la delincuencia y creando la idea de un enemigo simbólico,
conllevando a la criminalización y consecuente vulneración de derechos humanos.

No es casual que las cifras de encarcelamiento sigan en crecimiento y que la mayoría de las
personas encarceladas sean personas pobres

¿Qué es ser pobre?

El concepto de pobreza no es estanco; varía según la manera en que se lo mida y valore, así como
del lugar o muestra que se utilice.

Generalmente se suele identificar a la pobreza con la falta de ingresos pero el concepto es mucho
más abarcativo que un número estándar.

Hay como dijimos diferentes maneras de conceptualizar entonces la pobreza. Tomaremos dos
definiciones que nos parecen las más acertadas y comúnmente utilizadas.

Por un lado la pobreza como situación económica. Entiende a la pobreza asociada a una falta de
recursos entendida en términos económicos. Dependiendo el nivel de ingresos con el que se
cuenta, se es o no se es pobre. Aquí es cuando comúnmente se emplean los términos como “se
está por debajo de la línea de pobreza”. Efectivamente esa línea es dispuesta por un número
estándar de ganancia generalmente mensual.

Pobreza como un concepto material. En este caso nos parece más acertada la forma de medición
ya que refiere a la situación de pobreza porque no se tiene algo que se necesita o se carece de
recursos para acceder a las cosas necesarias.

La ONU ha definido a la pobreza como “la condición caracterizada por una privación severa de
necesidades humanas básicas, incluyendo alimentos, agua potable, instalaciones sanitarias, salud,
vivienda, educación e información”.

Erróneamente muchas veces se cree, en base a las ideas de esfuerzo personal emitidas por los
gobiernos, que la pobreza termina siendo una situación elegida por la persona, lo cual es una idea
aberrantemente falsa. Nadie que es pobre quiere serlo. Sucede si, en muchos casos, que la falta de
recursos dificulta la salida misma de ese estado; o por lo menos comenzar el camino para el
acceso a una vida diferente, con las necesidades de las que mencionábamos antes satisfechas.
La criminalización de la pobreza.

Por lo general en las sociedades contemporáneas se asocia frecuentemente la idea de delito a la


pobreza. Asistimos a Estados más punitivos que utilizan el derecho penal para encarar, en gran
medida, aquellos problemas sociales que los Estados se han visto incapaces de contener o
solucionar.

El sociólogo Loic Wacquant plantea que el Estado, y el Estado neoliberal en particular, emplea tres
estrategias para tratar la marginalidad y la pobreza. La primera consiste en socializar el desempleo
y subempleo mediante políticas asistencialistas que apuntan hacia reducir la visibilidad de las
diferencias de clases. Se trata esencialmente de políticas sociales de corte higienista que buscan
embellecer el paisaje urbano limpiando la obscenidad de una pobreza áspera y provocadora.

Medicalizar a los pobres es la segunda estrategia. Así, se consideran a las poblaciones vulnerables
de las urbes como enfermos activos o potenciales: alcohólicos, drogadictos, depresivos o locos,
pero también poblaciones mas susceptibles de sufrir patologías crónicas e infecciosas: sida,
obesidad, diabetes, virus,etc.

La tercera vertiente del Estado contemporáneo para combatir la pobreza es la penalización. La


penalización funciona como una técnica para la invisibilización de los problemas sociales que el
Estado, como palanca burocrática de la voluntad colectiva, ya no puede o no quiere tratar desde
sus causas, y la cárcel actúa como un contenedor judicial donde se arrojan los desechos humanos
de la sociedad del mercado.

A estas estrategias debe sumarse además la política neoliberal que promueve la llamada
responsabilidad individual y la sumisión al libre mercado, sumado a la incipiente idea de
meritocracia. Es decir, nadie en la sociedad tiene la seguridad de no caer en la pobreza y por ende,
ser criminalizado.

En definitiva el pobre se convierte en un enemigo potencial de la sociedad; la estrategia de la


difamación del terror y la sensación constante de inseguridad proveniente de los sectores
desocupados.

Los colectivos estigmatizados y catalogados como delincuentes peligrosos son perseguidos,


hostigados y desplazados a zonas periféricas, a donde huyen de la represión policial, lo que implica
que la supuesta criminalidad vinculada a estos grupos no desaparece sino que se moviliza fuera
del núcleo urbano, de tal manera que el problema no mengua, simplemente deja de reflejarse en
los registros estadísticos urbanos.

No es casual que la pobreza sea un rasgo común en las personas prisionalizadas y que las tasas de
encarcelamiento sigan creciendo. No es casual tampoco que la pobreza se asocie directamente a
los delitos urbanos y a las llamadas políticas de “tolerancia cero”. Estas políticas tienden a castigar
las faltas menores y las contravenciones sin poner énfasis en grandes crímenes; tratando de
erradicar entonces las mini prácticas delictivas que más aterran al resto de la sociedad y que
pueden ser visibles a plena luz del día.
Los pobres en definitiva funcionan como el chivo expiatorio de todos los males, y es en ellos que
se canaliza toda la venganza de la sociedad en su conjunto. Se terminan convirtiendo en enemigos
de la sociedad, funcionales al poder punitivo, quien siempre discriminó a seres humanos y les
deparó un trato punitivo que no correspondía a la condición de personas, dado que solo los
consideraba como entes peligrosos o dañinos. En esta acepción de enemigo el derecho entonces
le niega su condición de persona y solo lo considera como un ente peligroso. El delito en el que
siempre se piensa es aquel que atenta contra la propiedad privada, cometido generalmente por
alguien que no puede acceder a comprar eso que roba por su propia cuenta. Es decir; las clases
medias y altas también cometemos delitos pero no se nos criminaliza.

El discurso de la pobreza en los medios hegemónicos de comunicación.

WACQUANT, L., Castigar a los pobres: el gobierno neoliberal de la inseguridad social, trad. Pascual,
C. y Roldán, D., Gedisa, Barcelona, 2010

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