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Maryorie Pamela Urra Brevis

Singer, Irving. “El amor en tres poetas italianos: Petrarca, Cavalcanti, Dante”. La
naturaleza del amor. Tomo 2. Cortesano y romántico. Barcelona: Siglo xxi editores, 1999.
153- 190

El texto elaborado por Irving Singer “El amor en tres poetas italianos: Petrarca, Cavalcanti,
Dante” es una crítica a la incapacidad de los tres autores por armonizar ,en uno solo, el
amor profano y religioso. Singer realiza un análisis profundo a través de algunas obras
propias de los poetas, con la finalidad de contrastar poco a poco las situaciones de cada uno
de ellos y desarrollar así el tema principal que aqueja a los autores: el conflicto entre el
amor cortesano y el religioso.
El texto plantea el tema a través de la exposición del tipo de amor que envuelve a cada uno
en su apartado correspondiente, suscitando la lucha interna que poseen al no saber por cual
amor decantarse. Además, explica detalladamente la idealización de la musa y los
sentimientos que le evoca y ,por otra parte, muestra a Dios como alguien que debe ser
tomado en cuenta antes de anteponer los deseos por sobre el deber. También evidencia el
anhelo de Petrarca, Cavalcanti y Dante de llegar a un acuerdo entre ambos amores, puesto
que no se ven capacitados ni deseosos de escoger uno solo.

El autor comienza el análisis con Petrarca debido a que estima que en él se ve con más
claridad las consecuencias que acarrea interiorizar la disyuntiva entre el amor religioso y el
romántico. Lo anterior se evidencia en la incapacidad del poeta para conciliar una paz entre
lo cortesano y lo religioso, no es capaz de elegir uno entre ambos puesto que los
sentimientos que tiene por su amada son demasiado fuertes para ser abandonados; aunque
también sus creencias religiosas lo incitan a renunciar a ellos. Por lo anterior, Petrarca se
identifica fuertemente con San Agustín y su obra Las confesiones porque Agustín, al igual
que Petrarca, define su vida como una lucha constante entre dos polos: la ciudad de la
naturaleza y la ciudad de Dios, las ansias del cuerpo y los anhelos del alma.
En esta misma línea, el poeta escribió una obra en prosa titulada El libro secreto que, según
Singer, Petrarca no pensó publicar pero que estima como su propio confesionario en el cual
él reconoce la pecaminosa estupidez de su pasión cortesana y, a la vez, siente que la
facultad de la razón no hace bien las cosas ni le ayuda a decidirse por un amor, ya que él
piensa que en algún lugar de la estructura de la vida religiosa tiene que haber un espacio
para lo que siente por su amada Laura.

Esta mujer, cuyo nombre es Laura, es una dama constantemente mencionada en las obras y
poemas de Petrarca, la cual recibe devoción y amor por parte del poeta. Cabe señalar que él
manifiesta que su amor está más bien asociado al alma de ella.
Petrarca indica que Laura podría elevarlo en un ámbito celestial, porque era “la imagen y
el retrato del honor perfecto, además en su rostro resplandece la belleza divina”(155). Tanta
es la devoción por la amada que San Agustín la cataloga como “la ruina” del poeta, ya que
cuando Petrarca expresa que ella lo ha llevado a Dios, Agustín insiste que esa obsesión le
ha impedido amar al creador de la forma correcta, que cambió a Dios por la criatura y esa
acción lo conduce directamente a la muerte. Esta muerte, a la que es conducido Petrarca,
puede considerarse de distintas maneras: como una muerte espiritual o también como un
sufrimiento que deriva del pecado por amar a Laura. Con respecto a la primera
consideración, el poeta expresa que “el amor es una trampa, una tortura del alma que
destruye pero no enriquece y que termina por ser una amenaza apreciada más cruel que la
muerte”(160). En relación con la segunda consideración, esa transgresión lo conduce a que
el amor por ella se disuelva en una fantasía suicida que deriva de estados anímicos
anteriores, tales como, depresión; por la locura de su amor cortesano, porque su alma se ha
convertido en un campo de batalla de los dos amores y eso lo ha agotado a tal punto de
padecer esa depresión que lo lleva a una fatiga moral, producto de la imposibilidad de
identificarse por entero con una u otra causa. Se manifiesta igualmente la alegría, la cual
suele estar teñida por la tristeza y lo que realmente otros poetas han aceptado alegremente
es la tristeza de la frustración sexual; es decir, “pueden suspirar melancólicos y rogar que su
dama acceda a sus deseos, pero también se complacen en su elevada pureza cuando ella los
frustra”(159). En cambio, Petrarca ve la melancolía como una enfermedad, una pena que es
extenuante y su propia frustración no se inclina por lo sexual, si no por lo moral. Él, a
diferencia de los trovadores, se avergüenza de la pasión que siente por Laura, es decir; por
el pecado de ese amor cortesano.
Siguiendo la línea de la amada, ella es reconocida como una mujer que existió y no solo
como un producto de la ficción, puesto que Petrarca la adoraba de lejos. Ella fue descrita
como una mujer particular que vive y muere como otras de la época.

Laura tampoco se somete al amor del poeta como lo hacen las mujeres de los
trovadores(músicos y poetas de la época), sino que, además de frustrar los deseos de
Petrarca, también desdeña de ese amor. Fue así como el poeta,hacia el final de su vida,
experimentó una conversación religiosa que lo deriva a exaltar las virtudes de la amada y
volverlo un hombre misógino típico de la época el cual sólo siente que le queda únicamente
el amor a Dios. Lo anterior da un vuelco cuando agrega más textos a su obra Canzoniere y
redime su amor por su dama, ubicándolo en un sistema de salvación más amplio. Laura, en
este nuevo agregado, explica que la actitud fría que demuestra hacia el poeta es amor.
Además, le menciona que su corazón nunca estuvo separado de él y que su lejanía no fue
más que un recurso para castigar su pasión, para lograr salvar su alma. Con lo anterior ( que
fue dicho por Laura desde el “refugio celestial”) Petrarca alcanza por fin el consuelo de
saber que ella lo amó en la tierra y pronto lo hará en el cielo.

Finalmente, en la última etapa de su vida, Petrarca alcanzó el tipo de amor religioso que
representa San Agustín, pero a lo largo de toda su historia literaria el poeta habla con su voz
y la del interlocutor de su obra. Él se divide en dos e incorpora su filosofía antagónica a su
poesía.

A diferencia de Petrarca, el poeta Cavalcanti no era asediado por los conflictos religiosos
ya que incursiona en ambos amores. En el amor religioso no encuentra la devoción
religiosa pero sí la búsqueda del amor sexual ideal y en el otro busca el deseo sensorial por
una mujer que ha conocido. Para él, el amor entre los sexos está regido por el pesar y no
por la alegría y, en cierto sentido, piensa que el amor destruye al amante como a la amada.
Como anhelo de la felicidad mutua, este amor que él reconoce está necesariamente
condenado y proporciona una satisfacción indispensable.
La poesía de Cavalcanti está libre de ornamentos religiosos y se toma el atrevimiento de
juguetear con las doctrinas puesto que él se vale más de las demostraciones científicas.
Algunos, como Giovanni Pico Della Mirandola, no lo ven más allá que “la glorificación del
apetito sensual”(168) y sostiene que el tema de su poesía no pasa del amor vulgar, el cual es
un tipo de amor considerado indigno por Giovanni. Por otro lado, Marcilio Ficino, se
esfuerza por demostrar que el poeta es Platónico y Santayana también lo estima como uno
de esos poetas que tienen “almas naturalmente platónica” y para afirmar su postura cita el
soneto “Una joven de Tolosa”, traducido por él mismo, y piensa que el soneto revela una
búsqueda característica de la belleza en una imperfecta aproximación tras otra; pero al leer
los textos de Cavalcanti el autor duda si quiera que el poeta tenga un alma platónica.

Cavalcanti no está buscando un ideal de belleza, sino la experiencia del amor de una mujer
determinada; su ideal es la búsqueda del amor sexual y lo obtiene, en parte, en el poema de
la pastora en el que se refleja su filosofía del amor, la cual está fundada en la bondad del
placer sexual. Él le asigna a la joven pastora toda la magia de Dios, tal como, curar
enfermos y alejar al mal, entre otros. Esto porque la amante de Cavalcanti, para él, encarna
el poder de la Virgen y su aura religiosa simboliza sus bienes infinitos que se derivan de
adorarla a ella. Esa concepción escapa de los Trovadores, quienes asignaban a su dama la
misma función de la Virgen María, pero jamás contradijeron la doctrina de la iglesia.
El tema de la virgen surge cuando los albigenses, por las cruzadas, obligan a los trovadores
a cambiar el enfoque de sus himnos a una dama específica: la virgen. Pero ellos seguían
ocultando a través de María, y no abiertamente, a una mujer real; es decir, a la dama dueña
de sus poesías. Cavalcanti, a diferencia de los trovadores, considera a la virgen como una
mujer específica y no sagrada, excluyendo y evidenciando su verdadero objeto de
búsqueda, el cual ha sido mencionado con anterioridad.

El poeta desea una mujer con cualidades específica, que sea semejante a él. Pero no logra
obtenerla y se esfuerza continuamente en un amor que nunca alcanza. Por esto, su poesía es
considerada como fracasada, en el sentido de que “la vida no puede darle lo que desea ya
que las mujeres hermosas que adora terminan rechazándolo por razones
desconocidas”(176) y eso conduce a la desesperación de amante. El poeta descubre que el
mundo no es sensible a su amor y finalmente usa sus fracasos amorosos como medio para
aprender más de la naturaleza humana.

En contraste con Cavalcanti y Petrarca, Dante pretende armonizar el amor religioso y


cortesano.

Dante no tolera ciertos aspectos del amor cortesano y se ejemplifica al presentar el canto de
la Divina Comedia, el cual narra la historia de Francesca y Paolo, quienes se encuentran en
el infierno por cometer adulterio. En esta referencia se van desglosando todos los motivos
detrás de esta infidelidad: que Francesca es casada por razones política con un hombre
deforme y luego de un tiempo se enamora de Paolo quien es el hermano menor de su
esposo. Tarde se entera Francesca que Paolo fue influenciado por su familia para seducirla,
cuando ya se habían besado por primera vez al leer Lancelote y Ginebra, presos de la
pasión. Eso los lleva a terminar en el infierno y considerar su indulgencia como un pecado,
aunque esa transgresión emana del poder del amor que origina todo lo que hay en el
universo. Dante, luego de escuchar eso, se desvanece de la compasión y es interpretado
como la incapacidad de enfrentarse a la realidad cósmica que impone un castigo tan
extremo y también es relacionado con la imposibilidad de aspirar a una superioridad que en
última instancia lo distinga de estos amantes.

El poeta, dentro de su estructura conceptual, trata a todo romance que involucre la


consumación erótica como algo que está por debajo del ideal y cree que el amor humano
encuentra su máxima plenitud en el amor a Dios. Por lo anterior, al verse prendado de una
mujer que tenía apariencia de ángel y parecía haber descendido del reino celestial, él busca
congeniar su amor religioso y cortesano a tal punto que considera a Beatriz como una senda
final hacia el camino de Dios, como una irradiación del creador e incluso la concibe como
una segunda venida de Cristo. La Beatriz que revela Dante debe ser considerada como un
símbolo y una realidad, puesto que aparece en la tierra y luego en el cielo, como alguien
que existe y una mujer con una belleza extraordinaria que debe ser exaltada. Ella no solo es
pura, sino que también está purificada, y por lo tanto limitada tan sólo a un fragmento de lo
que la tradición cortesana esperaba encontrar en una amada.

La devoción hacia Beatriz, por parte de Dante, es señalada por Maud Bodkin como infantil
al ser presentada como una imagen materna; esto debido a que cuando él baja al purgatorio
ella lo regaña como a un niño pequeño. Le reprocha que cuando murió y desapareció la
sustituyó por amores de menor envergadura y esto se aprecia como la clásica queja que
expresa una madre neurótica porque es la única e irremplazable. Pero el amor de Dante por
Beatriz cambia a medida que evoluciona su arte.
Al comienzo, ella representa la fuente de la experiencia amatoria del poeta, que él describe
con un interés por la psicología de la emoción similar a la de Cavalcanti. Igual que este
último, el poeta ve el amor como una búsqueda de gozo que da por consecuencia un estado
melancólico relacionado con la muerte y la frustración.

Por otra parte, Dante es considerado como el poeta del amor religioso y La Divina Comedia
gira en torno al eje fundamental de esta doctrina del amor, pero él difiere un tanto ya que
exploró mucho más el amor por una mujer angelical. Cabe señalar que en su obra también
indica que todos los amores humanos deben ser dispuestos en una jerarquía de importancia
que culmina con el amor exclusivo a Dios.

En esta misma línea, se distingue la visión y opinión del poeta como ortodoxa, en la medida
en que define el amor como esencia misma de Dios y sostiene que “lo instila en toda la
naturaleza para que su creación pueda devolverle la bondad”(188).
Según Dante, Beatriz ha sido escogida por Dios para ser una santa en la tierra y una elegida
en el paraíso, concluyendo que ella tiene entre los espíritus bienaventurados un lugar
privilegiado que toda la cristiandad debe reconocer.

En definitiva, el texto deja en evidencia la gran dificultad de los poetas por intentar
encasillar dentro de lo correcto el deseo de amar a una dama y la obligación de amar a
Dios. También se logra comprender la disyuntiva que les genera a los autores tener que
elegir uno de los dos amores, puesto que ambos poseían una importancia significativa para
ellos.
Por su parte, Dante no tiene éxito en su deseo de sintetizar lo cortesano con lo religioso,
pero al menos su intención sirve como estímulo para los posteriores intentos por alcanzar la
armonización entre ambos conflictivos amorosos.

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