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I. Introducción [arriba] -
Los daños punitivos se presentan como una de las figuras que mayores
controversias han suscitado entre los juristas nacionales, incluso desde antes de su
inclusión expresa en la Ley de Defensa del Consumidor, hace ya diez años.[2] Estas
radican no sólo en las implicancias patrimoniales que el instituto conlleva, sino
también en torno a la finalidad que lo subyace y justifica.
La amplia mayoría de los autores que se han abocado al estudio de este tópico,
afirman que son dos las funciones del instituto: una sancionatoria, y otra disuasiva.
Nosotros, por el contrario, justificaremos por qué los daños punitivos tienen una
única función, que no es más que disuadir, tanto al propio ofensor como a
terceros, de volver a incurrir en idénticas o similares conductas a las que
motivaron la sanción.
Basta tan sólo una somera lectura del art. 52 bis LDC para evidenciar que los daños
punitivos bajo ningún aspecto tienen la finalidad de indemnizar o resarcir. En
efecto, el presente instituto parte de la premisa de que la sola reparación del
perjuicio sufrido puede resultar insuficiente para desmantelar el efecto de ciertos
ilícitos, máxime cuando quien ha dañado a otro lo ha hecho de manera deliberada
con el objetivo de obtener un rédito o beneficio, o al menos con un grave
desprecio hacia los derechos de terceros, con una negligencia o descuido
absoluto[7].
Es que, como bien destaca Kemelmajer de Carlucci “el resarcimiento del perjuicio
no silencia las repercusiones de inequidad y de inseguridad que acarrean algunos
hechos antisociales e irritantes, cuyos autores lucran a costa de la desgracia ajena:
la reparación integral deja entonces insoluta la lesión al sentido de justicia”.[8]
Más aún, queremos remarcar la absoluta independencia entre los daños punitivos y
la indemnización de los perjuicios eventualmente generados por el accionar que
motivó la sanción. En otras palabras, los daños punitivos no son un “plus
resarcitorio”, ni se añaden a las indemnizaciones por daños y perjuicios, por lo que
pueden demandarse aun cuando no se reclame ningún resarcimiento en concreto.
Yendo al derecho comparado, vemos como muchas veces se han esbozado las más
rebuscadas maneras de justificar los daños punitivos desde una naturaleza
resarcitoria. En efecto, respecto a este instituto, Fernando Reglero Campos tiene
dicho que “...no debe descartarse la idea de que, en determinados casos y bajo
ciertas condiciones, puede imponerse al dañador un coste añadido a modo de
“reparación civil extraordinaria” que no fuera fraccionable ni repercutible, y que
consistiría en una entidad suplementaria a la exclusivamente reparatoria o
compensatoria. Es decir, se trataría de una obligación de “indemnizar” no
concebible como excedente de la cuantía en que fueron valorados los daños, sino –
prima facie– como, expansión de la imputación causal o como extensión del daño
moral”.[12] Con el respeto que merece el catedrático español, entendemos que su
tesis es desacertada: no existe una expansión de la imputación causal –y mucho
menos una extensión del daño moral– porque los daños punitivos no guardan
relación con un perjuicio o daño realmente experimentado por el accionante.
Volemos a insistir en el primer concepto que dijimos: los daños punitivos son una
sanción, y más allá del ropaje o denominación que se le pretenda imponer, este
debe ser el eje central de nuestro análisis. Ahora bien, esta naturaleza
sancionatoria que remarcamos no implica afirmar que la finalidad del instituto sea
punitiva. De ser así, todo el restante desarrollo de este artículo sería superfluo y
redundante.
i) Una primera postura, minoritaria, afirma que los daños punitivos tienen
únicamente una finalidad sancionatoria. Su principal exponente ha sido Picasso –
ferviente opositor a la inclusión de la figura en nuestra legislación–, quien ha
sostenido que “Los "daños punitivos" tienen entonces un propósito netamente
sancionador, y revisten particular trascendencia en aquellos casos en los que el
responsable causó el daño a sabiendas de que el beneficio que obtendría con la
actividad nociva superaría el valor que debería eventualmente desembolsar en
concepto de indemnización de daños”.[13]
Más aún, dado que el Derecho Penal consagra una serie de garantías
constitucionales que no están aseguradas en el Derecho Civil y su proceso, quienes
se enrolan en esta postura, afirman que los daños punitivos son inconstitucionales.
Sin pretender ahondar en tal discusión y al solo efecto de plasmar esta línea de
razonamiento[15], podemos mencionar que, de acuerdo al principio de legalidad
(nullum crimen, nulla poena sine lege), de raigambre constitucional, una pena
únicamente podrá ser aplicada si una ley previamente establece, en términos
precisos, la conducta punible. El “incumplimiento de una obligación de fuente
legal o contractual” que el art. 52 bis LDC determina como presupuesto para la
aplicación de daños punitivos, es una descripción demasiado amplia y hasta vaga,
que no satisface los cánones de especificidad al determinar la conducta típica. En
consecuencia, afirman, el artículo deviene inconstitucional.[16]
Lo dicho no implica sostener que no existen diferencias entre ambas ramas del
Derecho, dado que cuando la sanción es de privación de la libertad (sea prisión o
reclusión) su carácter penal es inexorable. Ahora bien, cuando se trata de
sanciones de índole pecuniaria, su naturaleza civil o penal no es tan fácil de
distinguir, y ello se debe a la identidad ontológica de ambos tipos de norma.
Además, si bien una mirada superficial permitiría esbozar una división tajante
entre las funciones de ambas ramas: reparar el daño sufrido y sancionar hechos
delictivos típicos, respectivamente, si se profundiza en su análisis se concluye que
tal separación no es absoluta:
Por un lado, el perjuicio sufrido por la víctima de un hecho lesivo puede resarcirse
en sede criminal, si así lo reclama expresamente (art. 29 Código Penal[19], art.
1774 CCCN). Asimismo, el art. 117 C.P. establece que el acusado de injuria o
calumnia quedará exento de pena si se retractare públicamente, antes de
contestar la querella o en el acto de hacerlo, lo que puede interpretarse como una
suerte de reparación en especie, puesto que persigue volver las cosas al estado
anterior al delito. En idéntica línea, el art. 59 inc. 6 C.P. establece que la acción
civil se extinguirá “por conciliación o reparación integral del perjuicio”, lo que
quiebra el paradigma de que la única finalidad del Derecho Penal es la sanción del
ofensor y la consecuente disuasión que genera, y que la reparación del daño como
función pertenece solamente a la órbita civil.
ii) Volviendo a las demás teorías que existen en la doctrina nacional respecto a
este tópico, diremos que la mayoría de los autores interpretan que los daños
punitivos tienen una doble finalidad: punitiva (sancionar al ofensor) y disuasiva
(desalentar a la comisión de hechos similares en el futuro). La falta de acuerdo
versa sobre cuál de las dos reviste el carácter de principal y cuál, de secundaria.
a) Una amplia gama de juristas afirman que la finalidad primaria del instituto bajo
estudio es sancionar al ofensor por la gravedad de la conducta desplegada y,
accesoriamente, disuadir –tanto al ofensor como a terceros– de recaer en
conductas similares.[23]
Quienes se enrolan en tal postura, conciben a los daños punitivos como una figura
cuyo móvil principal es castigar ciertas determinadas conductas, a tenor de pautas
de valoración ya preestablecidas por el ordenamiento jurídico, o libradas al
prudente arbitrio judicial en el caso concreto. En un segundo plano, aparece la
función de disuasión, persiguiendo desalentar la comisión de hechos similares en el
futuro.
Por otra parte, las implicancias de esta posición decantan en lo que hace a la
cuantificación de la sanción, dado que del principio de justo merecimiento al que
hiciéramos referencia, deriva otro principio: el de la proporcionalidad de la pena,
conforme el cual debe existir una equivalencia entre el daño provocado y la
sanción que se le aplica.[27] Si la sanción aplicada excede la magnitud del daño
efectivamente causado, la misma no encontraría justificación.
A su vez, respecto al principio de igualdad, la lógica misma indica que, dada las
abruptas disparidades económicas que median entre las empresas de todo mercado
(donde conviven multinacionales millonarias y negocios unipersonales de bajo
presupuesto), las sanciones bajo ningún punto de vista podrán ser idénticas, ni
siquiera similares, si la capacidad pecuniaria de los ofensores presentan grandes
diferencias, aun cuando hubieren incurrido en la misma conducta o en una de igual
grado de reprochabilidad. Si lo que se busca es disuadir al propio ofensor, el
principal parámetro de cuantificación debe ser su capacidad de pago y su posición
en el mercado, lo que justifica el apartamiento del principio de igualdad, que
desde una perspectiva puramente retribucionista podría conducir a afirmar que
dicha sanción no es legítima.
Es por ello que entendemos que tanto la doctrina como el propio legislador deben
optar por una de estas dos funciones, dado que sus intenciones pueden no siempre
conciliarse, lo que reafirma nuestra perspectiva, que desarrollaremos párrafos más
adelante.
b) Por otra parte, en una posición que se aproxima bastante a la que proponemos,
parte de la doctrina entiende que la función principal de los daños punitivos es la
disuasión, y la secundaria o accesoria, es la punición.[29] En esta lógica, afirman
que la función más trascendente –pero no la única– de la figura bajo estudio es
disuadir, no sólo al propio condenado sino también a otros sujetos, de incurrir en
actitudes como las que han conducido a la imposición de la multa.
Como bien plantea Irigoyen Testa, se procura desmantelar cualquier ecuación que
pueda llevar a ver como ventajoso el permitir que un perjuicio se produzca (o
incluso instar a su producción) por resultar más económico repararlo en los casos
singulares que prevenirlo para la generalidad. De esta manera, explica, la función
accesoria de los daños punitivos sería la sanción del dañador, ya que toda multa
civil, por definición, tiene una función sancionatoria por la circunstancia fáctica de
ser una condena en dinero extracompensatoria, es decir, que trasciende la
magnitud del daño efectivamente sufrido.[31]
iii) En consecuencia, y tal como hemos dejado entrever a lo largo del artículo,
somos de la partida de que los daños punitivos tienen una única función, que no es
más que disuadir, tanto al propio sancionado como a terceros, de incurrir en
idénticas o similares conductas por las cuales aquel ha sido condenado[33], y así
coadyuvar a la prevención de daños y perjuicios.
Naturalmente, una importante empresa que es multada con una ínfima suma en
relación a su fortuna optará por seguir infringiendo sus obligaciones legales o
contractuales, si con ello obtiene beneficios económicos. Esto ha sido denominado
“culpa lucrativa”[37] o “daño lucrativo”: el proveedor acciona con absoluta
negligencia o desidia respecto de los derechos de terceros, en pos de obtener
ventajas o ganancias económicas; o a sabiendas de que el costo de la sanción que
eventualmente deberá afrontar por una determinada conducta es inferior que las
ganancias que puede obtener mediante ella.
Por otra parte, los daños punitivos tienen una función de prevención general, es
decir, dirigida a la sociedad en su conjunto. En virtud de ello, la sanción debe
tener una magnitud tal que logre disuadir no solo al propio ofensor sino también a
terceros potenciales infractores.
Ello podría dar lugar a entender que existe una contradicción en nuestro
razonamiento, dado que por un lado defendemos una justificación claramente
utilitarista de la figura, pero, al mismo tiempo, mantenemos la exigencia
retribucionista del justo merecimiento de la sanción a la hora de evaluar el
accionar del ofensor. Sin embargo, no es así: en la tesis que proponemos, la
exigencia de un reproche subjetivo agravado no encuentra su fundamento en la
retribución ex post facto de la actitud del infractor, sino en el fin utilitarista de
evitar una aplicación excesiva y desmedida de los daños punitivos (como daría
lugar la interpretación literal del art. 52 bis LDC). Sin lugar a dudas, ello
terminaría desprestigiando a la figura, generando su rechazo sistemático por parte
de los Tribunales; o daría lugar a reiteradas y constantes condenas por cada
infracción cometida, pero por sumas insignificantes que tampoco logren la
finalidad disuasiva deseada. Incluso, dicha situación podría provocar que los
proveedores de bienes y servicios, en un acto de especulación, trasladen el costo
de las eventuales condenas al consumidor, incluyéndolo en el precio del producto.
En esta línea de razonamiento, entendemos que son dos las evaluaciones que debe
hacer el Juez al momento de aplicar los daños punitivos: en una primera instancia,
para determinar su procedencia, si deberá analizar la conducta del ofensor, dado
que, como mencionamos, se exige que haya mediado culpa grave o dolo para que
sea procedente la sanción.
Resulta evidente, que la sola indemnización del daño no basta para desmantelar
los efectos de ciertos ilícitos, y que el ordenamiento jurídico debe diagramar
institutos que logren disuadir a potenciales ofensores, de incurrir en conductas que
no satisfacen los estándares socialmente pretendidos. En esta lógica, los daños
punitivos –correctamente utilizados– aparecen como una de las herramientas más
eficaces para lograr la prevención de daños futuros.
No debe confundirse la finalidad de un instituto jurídico con su naturaleza y sus
efectos. Resulta innegable que el efecto inmediato de los daños punitivos es la
sanción pecuniaria que acarrean para aquel a quienes son impuestos, pero esta no
es su función. Y aun pudiendo pecar de reiterativos, optamos por reafirmar este
razonamiento, por ser la piedra angular sobre la que se erige la tesis que
planteamos: los daños punitivos son una sanción de naturaleza pecuniaria, pero su
finalidad va más allá del castigo ex post del ofensor, y ello es tan sólo un natural
efecto del objetivo perseguido, que no es sino disuadir –tanto a él como a otros
sujetos– de incurrir en idénticas o similares conductas, por el lógico temor de sufrir
las mismas consecuencias.[41]
Esperamos que los lineamientos expuestos sean de utilidad para superar algunas de
las controversias que rodean a este complejo, aunque atrapante, instituto desde
sus primeras aproximaciones al derecho argentino.
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