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VISION INTEGRAL DE LA MISION

Una Visión Integral de la Iglesia acerca de Dios y la Creación es como un faro de


luz que muestra la dirección correcta en el camino de mostrar la compasión y
justicia de Dios para la humanidad. Por tanto, pregúntate: ¿cómo podría yo ser
un haz de luz para la misión de mi iglesia local? Tenemos una historia que
cambiar en el nombre de Jesús.

Una de las implicaciones que la misión integral de la iglesia conlleva es una


nueva manera de ver a las personas que queremos alcanzar y servir en el
nombre del Señor.

La razón para ello es que la manera integral de ver y participar en el plan de


Dios para la humanidad, nos plantea el reto de asumir la misma visión integral
de Cristo para el hombre. Según esta, la restauración de todas aquellas
condiciones y situaciones que impiden a la sociedad del goce de una vida plena
es lo importante, pues Dios no solo nos ve como estamos sino como podríamos
y deberíamos estar en Él.

Cuando Jesús en el relato expuesto en Mateo 9.35–38 ve a su pueblo, los miró


desamparados… «como ovejas sin pastor», entonces sintió compasión y dedicó
su vida a promover el cambio de esa condición.

La nueva visión de que hablamos requiere que nosotros, la iglesia, nos


acerquemos a quienes Dios nos llama a servir y alcanzar. Eso nos permite estar
más conscientes de la realidad de las personas y asumir decididamente una
renovada actitud de ver y actuar con el amor compasivo de Dios. Este amor no
evade ni ignora; no escapa ni se indigna; siempre nos acompaña y nunca es
indiferente.

Sin embargo, observar las constantes manifestaciones de la naturaleza caída


implica también la responsabilidad de hacer algo para transformar integralmente
esos males. Si lo tenemos a nuestro alrededor son situaciones que ejemplifican
la presencia y consecuencias del anti-reino, tenemos entonces un campo donde
ejercer la misión y mostrarnos como señal de que el Reino de Dios está ya en
este mundo.

Los cristianos necesitamos hacer un alto en nuestro activismo religioso y


contemplar no solo a Dios sino también la realidad humana, con el fin de
responder y transformar adecuadamente esta sociedad. Pero… ¿cómo
promover una manera más conveniente de ver lo que Dios ve?, ¿cómo los
líderes podemos influir en nuestras congregaciones y movilizarlas a expresar a
la raza humana la compasión de Cristo?, ¿cómo fomentar una nueva y más
clara visión del mundo para cumplir nuestra misión?

He aquí algunas sugerencias:


1. Re-leer y contemplar:

Es importante promover una re-lectura —individual y colectiva— del


evangelio, pero con una actitud pro-activa, pues el fin es hacer notar cómo
ese evangelio puede traer esperanza a nuestras comunidades. Pero
entonces, también es necesario aceptar que no podemos ver a la gente con
los ojos de Dios si primero no lo vemos a él tal y como es en su inmensurable
compasión e infalible justicia.

Nuestro conocimiento de Dios será el que nos permita conocer su plan y por
ende, conocer su corazón para con la creación. Solo así, podremos asumir
sus deseos como nuestros. Viéndolo a él nos enteramos de cuánto lo
necesitamos y de cuál es nuestra condición o necesidad. Necesitamos estar
en Él, asumir una nueva identidad para poder ver como Él nos ve. Así pues,
para ver, es fundamental estar cerca del prójimo. Leer sin ver a la
comunidad es una actividad estéril. ¿Qué ves cuando caminas por tu
comunidad?, ?qué sientes con respecto a lo que ves?

2. Conectar el cerebro con el corazón:

La realidad que Cristo vio le hizo conectar su conocimiento (reflexión


intelectual, discernimiento social y cultural, interpretación histórica) con su
sentimiento (compasión, sufrir con quien sufre para traerle consuelo y
esperanza) y tornarlo en acción ministerial y servicio transformador.

Hoy vemos muchas iglesias que responden a su entorno con diversas


tendencias, las cuales van desde el espectro de la reflexión estéril hasta el
activismo irracional. Empero, una intelectualidad fría o un emocionalismo
fanático no son suficientes, por eso es fundamental encontrar un balance: es
necesario amar y servir inteligentemente. ¿Cómo sientes lo que ves?,
¿cómo procesas lo que sientes?

3. Reflejar:

Apropiar lo que vemos del evangelio nos lleva a reflejarlo con nuestro propio
ejemplo. Una congregación no se va a movilizar hacia el servicio mientras su
liderazgo no lo haga como parte de su propio estilo de vida, no
eventualmente. Por tanto, el líder debe saber comunicar cómo ve a la gente y
dirigir la acción hacia ese rumbo. Si él no tiene visión, su sentido de misión
estará paralizado.

La manera en como vemos al mundo determinará las decisiones y acciones


que tomemos para transformarlo. Dios actuó primero y nos dio el ejemplo…
por eso nos toca ahora a nosotros seguir sus huellas. ¿Qué haces con lo que
ves?
4. Influir:

Como líderes con nueva visión, nuestra tarea es influir sobre quienes
promueven el cambio en Cristo. Por ende, es fundamental ofrecerle a la
congregación experiencias y vivencias para compartir con los necesitados.
Así la misión toma la energía propia a partir de nuestro logro de entrar en
contacto con quienes requieren de Dios y su gracia.

Orar por y con ellos hace es el primer paso en nuestra carga evangelizadora
y el ingrediente que hace posible empezar a caminar con ellos. ¿A quién
estás influyendo?

5. Coparticipar:

Ver como Cristo nos ve, compromete a una acción en conjunto. Obsérvese que Cristo
no hizo misión por sí solo, más bien, invitó a un grupo de personas para que —en
armonía y comunión— pudieran extender su mensaje. Esto significa que lo visto
siempre implica una tarea más grande que lo transformable en el momento, la cual a
su vez nos demanda el complementarnos con otros miembros del cuerpo de Dios.
Nadie tiene lo suficiente para terminar la tarea, todos tenemos algo con qué participar.
¿Con quién está trabajando ahora?, ¿cuál es su contribución a la tarea de extensión
del Reino?, ¿cuál es su aporte a los demás?

ESPIRITUALIDAD Y MISION: Dos palabras y un solo sentido

«Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán el poder y serán
mis testigos...» Hechos 1.8

Espiritualidad y misión son dos caras de una misma moneda. No resulta


suficiente decir que son dos aspectos complementarios, sino que son
indisolubles. Al leer el Nuevo Testamento esa relación se hace obvia: en Hechos
1.8, por ejemplo, Jesús promete que sus discípulos recibirán el Espíritu Santo y
que él les dará poder para ser testigos suyos «... hasta los confines de la tierra».

El vínculo entre la actividad misionera y la intimidad con el Espíritu resulta


evidente. En Lucas 4.18, Jesús, en la sinagoga de Nazareth, anuncia su
proyecto misionero y lo hace declarando que el Espíritu del Señor está sobre él
por cuanto lo ha «... ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres...
proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a
los oprimidos, [y] a pregonar el año agradable del Señor.»

En este caso, Jesús afirma que la prueba de que el Espíritu del Señor está sobre
él es que lo ha enviado a cumplir su voluntad. También en Hechos 10, donde se
narra la visita de Pedro al primer gentil, se relaciona la misión del apóstol con
una experiencia espiritual que había resultado necesaria ante la dureza de su
propio corazón: «Mientras Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la
visión, el Espíritu le dijo: "Mira, Simón, tres hombres te buscan. Date prisa, baja
y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado".» (Hch 10.19-20).

Observamos, entonces, que el Espíritu se relaciona con nosotros para que


podamos unirnos a él en la realización de sus planes. Así, relación y realización
son dos aspectos de un mismo sentido. Sin embargo, en la mayoría de los casos
hacemos una separación y preferimos decir que son aspectos complementarios,
pero no indisolubles.

Por ejemplo, afirmamos que la espiritualidad sin misión degenera en misticismo,


así como la misión sin espiritualidad en activismo. Pero, en el fondo, lo que
estamos aseverando es que son posibles la espiritualidad sin la misión y la
misión sin la espiritualidad. El Nuevo Testamento enseña algo diferente; en él no
existe una espiritualidad que pueda llamarse cristiana si no conduce a la misión.

Podemos definir la espiritualidad como «la identificación del espíritu humano con
el Espíritu de Dios» y la misión cristiana como «la identificación de la tarea
humana con la tarea de Dios». En este sentido, los dos términos —espiritualidad
y misión— resultan sinónimos. Además concluye que la espiritualidad es la
misión del cristiano (lograr que su espíritu se identifique con el Espíritu de Dios),
así como también la espiritualización de toda nuestra actividad humana.

Asimismo, la espiritualidad nos permite descubrir el origen y la intención de


todas las cosas. Pedro, por ejemplo, descubre que todo ha sido creado por Dios
(origen) y que el propósito de Dios es la reconciliación (intención); por lo tanto no
le es posible seguir haciendo acepción de personas y, por esa razón, sale de
inmediato a buscar a Cornelio.

En este caso, la misión fue un efecto natural de la espiritualidad. En


consecuencia, el efecto de la verdadera espiritualidad será siempre la
obediencia. No hay mayor milagro que éste, como lo dice la siguiente historia:

Un hombre recorrió medio mundo para comprobar por sí mismo la


extraordinaria fama que gozaba el Maestro.

—¿Qué milagros ha realizado tu maestro? —le preguntó a uno de


los discípulos.

—Bueno, verás... hay milagros y milagros: en tu país se considera


un milagro el que Dios haga la voluntad de alguien; mientras que
entre nosotros se considera un milagro el que alguien haga la
voluntad de Dios.

El milagro de la espiritualidad es «ser receptivos y sensibles a las acciones que


Dios hace por nosotros y ser obedientes a la voluntad de Dios en nuestras
vidas». Lo mismo sucedió con el profeta Isaías en el Antiguo Testamento, quien
después de percibir que Dios es «excelso y sublime, sentado en un trono» y de
experimentar que su maldad había sido borrada y su pecado perdonado,
responde: «Aquí estoy. ¡Envíame a mí!» (Is 6.8).

Tal como lo hemos planteado, este vínculo indisoluble entre espiritualidad y


misión, origen y destino o relación y realización, nos ofrece el marco más
adecuado para la reflexión sobre la misionología evangélica en América Latina y
el Caribe, de tal forma que logremos ser coherentes y prácticos entre lo que
creemos y hacemos, entre lo que decimos y vivimos.

No lograremos superar nuestras deficiencias en esta área acudiendo


exclusivamente a la sociología —tratando de que nuestra misión sea contextual
—, ni a la economía —tratando de que sea efectiva—, ni a la política —tratando
de que sea encarnada—. La respuesta se encuentra en la espiritualidad, para
que sea obediente, y una misionología obediente será, sin duda, contextual,
efectiva y encarnada.

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