Lección 93 La luz de Cristo y el Espíritu Santo

«La Luz de Cristo, que es algo distinto al Espíritu Santo, conforma [nuestra] conciencia. Sabemos por
las Escrituras que la Luz de Cristo es "el Espíritu [que] da luz a todo hombre que viene al mundo".
Esta luz se da "por el bien del mundo"».
«¡Haya luz!», Quentin L. Cook, Conf. Gral. oct. 2010 LEE DISCURSO

«Siento el amor de mi Salvador», Canciones para niños, pág. 42 CANTA HIMNO

Doctrina y Convenios 84:46 LEE ESCRITURA

Para esta lección necesitará varias velas de cera o a

pilas. Oscurezca ligeramente la sala. Encienda una
vela y colóquela en medio de la mesa.
Indique que esa luz representa a la Luz de Cristo y
que se nos da a todos para que tengamos
conciencia de la diferencia entre el bien y el mal.
Aunque a esta luz se la suela definir como
conciencia o moral, las escrituras la llama:
• Espíritu de Cristo (DyC 88:45, 2 Corintios 3:18,
Mosíah 25:24).
• Espíritu de verdad (DyC 93:26).
• Luz de la verdad (DyC 88:6).
• Espíritu de Dios (DyC 46:17).
A medida que alguien indique una cosa, encienda
• Santo Espíritu (DyC 45:57). otra vela y colóquela junta a la que está en el
Lea la declaración 1 que encontrará en la siguiente centro de la mesa. Cuando se hayan usado todas las
página. velas, lea la declaración 2.
Sin embargo podemos aumentar esa luz mediante Compare las velas con el Espíritu del Señor. Al
la compañía del Espíritu Santo, que nos dirá todas obedecer los mandamientos y participar en
las cosas que tenemos que hacer. Pregunte: actividades espirituales, invitamos al Espíritu y
traemos luz a nuestras vidas.
• ¿Qué cosas podéis hacer cada día para invitar
al Espíritu? (Ej. orar, leer las Escrituras, servir a (Basado en Beth Lefgren and Jennifer Jackson, Object Lessons
los demás, etc.) Made Easy, [Salt Lake City: Deseret Book, 2010], p. 49.)

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 Declaración 1
«Existe una esencia que se difunde
por todo el universo, que es la luz y la
vida del mundo, que alumbra a todo
hombre que viene al mundo, que
proviene de la presencia de Dios para
llenar la inmensidad del espacio, la
luz y potestad que Dios confiere en
diversos grados a los que le piden, de
acuerdo con su fe y obediencia”
«La luz de Cristo», Boyd K. Packer, Conf. Gral. abril 2005
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 Declaración 2

«Se nos ha comisionado para hacer eso, para fomentar la luz de Cristo, que
está en toda alma con la que nos encontremos, y llevar a las almas al punto
en que el Espíritu Santo pueda visitarlas. Luego, a su debido tiempo, pueden
recibir, por medio de la ordenanza, el don del Espíritu Santo, que se confiere a
todo miembro de la Iglesia.
Una vez que la persona haya recibido el don del Espíritu Santo y pueda
cultivarlo junto con la luz de Cristo que ya posee, entonces la plenitud del
Evangelio se abrirá a su entendimiento. El Espíritu Santo puede incluso obrar
mediante la luz de Cristo».

«La luz de Cristo», Boyd K. Packer, Conf. Gral. abril 2005

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 Galletas de canela
60 m.

8 pers.

Fácil

• 100 gr. de mantequilla • Vamos calentando el horno a 160 ℃. En un cuenco tamizamos

• 100 gr. de azúcar de panela
• 2 cta. de canela en polvo
• 1 cta. de polvo para hornear
• 250 gr. de harina
• 1 huevo
• 1 chorrito de leche
la harina y el polvo para hornear. Agregamos la mantequilla fría
a dados y con las manos vamos estrujando el mantequilla con
la harina hasta formar migas.
• Añadimos al cuenco el huevo, la canela, el azúcar y la leche.
Mezclamos y vertemos sobre una superficie enharinada.
• Importante: sin amasar, juntamos las migas formando una bola.
Dejamos enfriar en la nevera unos 20 minutos. Luego estiramos
la masa entre dos hojas de papel para hornear hasta que tenga
unos 4 mm. de espesor (cuanto más fina, mas crujientes saldrán
las galletas). Meter en el congelador unos 15 minutos.
• Cortamos las galletas con moldes y las colocamos sobre una
bandeja con papel para hornear. Si queréis que tengan una
corteza crujiente, podéis espolvorearlas con una mezcla de
azúcar con canela.
• Las horneamos entre 5-8 minutos o hasta que estén doradas y
crujientes. Las dejamos enfriar sobre una rejilla.

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 «La madre es el corazón».
Harold B. Lee
U N DÍA, mi abuela, mi madre y dos o tres
de los niños estaban sentados mirando
a través de la puerta abierta,
observando el espectáculo de luces naturales en
el cielo de una una gran tormenta eléctrica
cuando ésta se desató cerca de la montaña
donde se encontraba nuestra casa. El destello de
un relámpago seguido del fuerte ruido del trueno
indicaba que el rayo había caído muy cerca.
Yo estaba de pie en la entrada cuando, de
repente y sin previo aviso, mi madre me dio un
fuerte empujón que me hizo caer de espaldas
lejos de la puerta. En ese instante, un rayo bajó
a través de la chimenea de la cocina, su arco
voltaico salió de la casa atravesando el hueco de
la puerta y partió en dos a un árbol enorme que
crecía justo frente a nuestro hogar. Si yo hubiera
permanecido en el hueco de la puerta, no estaría
hoy escribiendo esta historia.
Mi madre nunca pudo explicar su acto impulsivo
de una fracción de segundo. Todo lo que sé es
que salvó mi vida gracias a ello.
Años más tarde, cuando vi la profunda cicatriz de
ese enorme árbol de nuestra antigua casa, desde
un corazón profundamente agradecido, solo pude
dar gracias al Señor por aquel precioso don que
mi madre y otras fieles madres poseen en
abundancia, por las que ellas hacen que el cielo
se acerque a la tierra en momentos de necesidad.
Durante mi juventud, hubo muchas ocasiones en
que el entendimiento intuitivo de mi madre le
ayudó a saber que yo necesitaba ayuda. Una vez,
en una noche tormentosa, pidió a mi padre que
fuera a buscarme. Cuando me encontró, vio que
mi caballo había tropezado y me había arrojado a
un estanque de barro medio congelado. Mi madre
supo que necesitaba ayuda.
Alguien acuñó un dicho con gran significado:
«Dios no puede estar en todas partes, por eso
hizo a las madres».
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Dentro de cada niño nacido en este mundo hay un
don celestial. El Señor ha revelado que esta es la
Luz de Cristo o la Luz de la verdad. Incluso aún
siendo niño, este don otorga a cada persona la
capacidad de diferenciar entre lo que es correcto
(y del Señor) de lo que es incorrecto (y del mundo).
A veces llamamos a esto conciencia o la voz del
Espíritu de Dios que llevamos dentro de nosotros.
Después del bautismo y como bendición de los
élderes de la Iglesia, recibimos otro don: el don
del Espíritu Santo. Tal como lo explicó el Maestro,
esto es para que sepamos que podemos conocer
la verdad de todas las cosas, que se nos
recordarán todas las cosas e incluso que se nos
mostrará lo que vendrá.
Cuando uno se convierte en padre o madre, es
especialmente importante estar preparado para
recibir, mediante estos maravillosos presentes
del Señor, el gran don de entendimiento para
criar a los hijos y asegurarse de que se les
enseña como el Señor ha mandado. Estas
instrucciones divinas o advertencias que los
padres reciben para sus familias, podrían
llamarse intuición o la voz del Señor que llega a
sus mentes para proteger sus hogares. Los
padres tienen la responsabilidad de enseñar la
teoría y la práctica de principios correctos.
Entonces, cuando los niños crezcan lo suficiente,
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tengan la capacidad y la responsabilidad de
realizar con madurez juicios de valor y tomar
decisiones correctas, habrán recibido la
enseñanza adecuada de padres sabios en los
hogares a los que pertenecen.
Desde mi experiencia, parece que las madres
fieles tienen un don especial al que a menudo
nos referimos como intuición de madre. Tal vez,
junto a las grandes bendiciones de la
maternidad, nuestro Padre Celestial les haya
otorgado esta cualidad, ya que los padres,
ocupados en los llamamientos del sacerdocio y
proveyendo para su familia, no se allegan tanto a
la divinidad en asuntos relacionados con los
detalles más profundos de criar a los niños en
casa. Cuando hablamos del hogar, podría decirse
de esta manera: el padre es la cabeza, pero la
madre es el corazón.
(Leon R. Hartshorn, Inspiring Stories for Young Latter-day
Saints, [Salt Lake City: Deseret Book Company, 1975], p.17.)
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Un jugador comienza el juego diciendo, por
ejemplo:
«Hay algo en este cuarto que rima con…
Asunción».
Los demás preguntan:
«¿sillón?»
«¿cartón?»
«¿televisión?»
Y así hasta que alguien lo adivine y se
convierte en el que pregunta sobre su palabra.
El juego puede variar ampliando los límites a
otras habitaciones de la casa o a lugares más
amplios para tener más variedad de objetos
donde elegir.
Así como tenemos que estar en sintonía con
los otros jugadores en cuanto a donde se
desarrolla el juego, y poder descubrir lo que se
está pensando, nuestras vidas deberían estar
en sintonía con el Salvador para sentir su
influencia.
(Alma Heaton, The LDS Game Book, [Salt Lake City:
Bookcraft, 1968], p. 101.)
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«La Luz de Cristo, que es algo distinto al
Espíritu Santo, conforma [nuestra]
conciencia. Sabemos por las Escrituras que
la Luz de Cristo es "el Espíritu [que] da luz a
todo hombre que viene al mundo". Esta luz
se da "por el bien del mundo"».
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